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Antígona. Historia y Drama.

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ANTÍGONA: HISTORIA Y DRAMA

GERSON STEPHEN GÓEZ GONZÁLEZ

FILÓSOFO

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“La tragedia es la representación de una expiación, pero no es la

mísera expiación de un sistema Ático en rompimiento

con una estructura social, organizada por bribones, para

necios. La figura trágica representa la expiación del pecado original y eterno de

esta figura y de sus compañeros de infortunio: del

pecado de haber nacido”. Samuel Beckett.

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A María Eugenia González, mi madre; Alba Rosa Quintero, mi abuela; y mis

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4 TABLA DE CONTENIDO Pág. RESUMEN ... 6 PRÓLOGO... 7 INTRODUCCIÓN ... 14

ACLARACIÓN A LAS FUENTES ... 17

1. ESTRUCTURA DEL DRAMA ... 20

2. EL DRAMA DE ANTÍGONA ... 33

3. EL PAPEL DE LOS ORÁCULOS ... 44

4. LOS CONTRARIOS: ELEMENTOS DE LA DYNAMIS TRÁGICA ... 52

5. EL ORDEN ... 60 6. LA CONDICIÓN HUMANA ... 68 7. EROS ... 85 8. LA HERENCIA MALDITA ... 97 9. LA POSTERIDAD ... 109 GLOSARIO ... 122 GENEALOGÍA TEBANA ... 125 LA POSTERIDAD DE EDIPO ... 126

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BIBLIOGRAFÍA ... 127

BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA ... 131

REVISTAS ... 135

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RESUMEN

Platón en el Fedro 245a, y en el Lisis 214a, reconoce a los poetas como “padres de nuestro saber”, y esto se debe al profundo conocimiento que los mitos contienen en sí, plasmado magistralmente en el teatro gracias al ingenio poético de los tres maestros de la tragedia griega, Esquilo, Sófocles y Eurípides.

La tragedia griega era desde antaño (y sigue siendo), un referente importante para la reflexión filosófica; prueba de ello son la amplia cantidad de interpretaciones que sobre las obras conservadas, y la búsqueda de más, que termina revelando unos cuántos fragmentos, de este género poético, que han habido y muy seguramente continuarán habiendo.

El objeto de estudio del presente trabajo es la condición humana en la

Antígona de Sófocles, drama que la contiene en su vastedad; dicho tema

se presta para el análisis de otros subtemas de gran relevancia para el estudio de esta obra, como los son el destino y la libertad, los contrarios, el Eros, la historia, etc.

Palabras clave: prudencia, oráculo, libertad, Eros, maldición, orden, esperanza, Hado.

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PRÓLOGO

La Antígona de Sófocles es a lo largo de la historia, una de las tragedias del arte teatral clásico griego más conocidas. Compuesta no sólo en y para su época, la Atenas del siglo V a.C., sino también, sin saberlo, para la posteridad, pues aún en los tiempos actuales su contenido permanece vigente. La grandeza del gran poeta lírico nacido en Colono, tierra amada a la que le dedica una obra al final de su vida, el segundo de sus “Edipo”, el Edipo en Colono, pieza de gran belleza literaria e importancia para la saga familiar del ciclo Tebano, que se completa con Los siete contra Tebas de Esquilo, aunque varía y en ciertas partes da más información, con Eurípides.

Cargada de un profundo sentimiento poético, Antígona, la obra de la lucha y vida eterna, contiene en sí y lega a la posteridad el enfrentamiento dual de dos poderes, por un lado, el de los derechos divinos, dados por los dioses al hombre para con el hombre, encarnados en Antígona y defendidos por ella; y por otro, las leyes humanas, dadas por el hombre para él mismo con el Estado, representadas e igualmente protegidas por Creonte.

Frederich Nietzsche en su estudio sobre la tragedia griega, habla de la conjunción perfecta de dos espíritus, el Apolíneo y el Dionisiaco, como elementos constitutivos del drama Ático. La fuerza de la razón, de la mesura, del arte, contenida en la divinidad solar, que por sí sola lleva una vida carente de emociones, totalmente enclaustrada en la ciencia, y que deviene al hombre de ésta, en comunión con el poder festivo, orgiástico del

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dios del vino, que por su cuenta es un puro barbarismo, devino el Coro, y por ende la tragedia. El Coro es un personaje dual, pertenece a la obra como la voz conjunta del pueblo, actuando como tal en ella, y a la vez es un espectador, un adorno externo a la acción dramática, que comenta, explica, modera, da continuidad a la historia.

Esta obra que no deja de fascinar a las diferentes épocas y mentes que la conocen, tiene demasiadas temáticas y problemas dignos del análisis más minucioso posible. Encarnando lo que podría verse como el espíritu dionisiaco de la historia, está la joven Antígona, la niña rebelde, que lucha por defender las leyes no escritas de los dioses, pero plasmadas en todos los seres humanos; mientras que por el otro lado, está el gobernante a cargo, Creonte, representación de la pura razón apolínea, enfocada a la política. La lucha entre estos dos personajes tan opuestos, desencadena en desgracia, pero tal y como al final de su existencia, el racionalista Eurípides, asesino de la tragedia para Nietzsche, optó por escribir una obra dedicada al dios Dionisio, y como el final de la vida del Caballero Hidalgo, su fiel escudero terminó por dejarse seducir por el encanto de su ser, se “quijotizó”, así mismo, el firme rey termina siendo seducido por el encanto y la razón de su oponente.

La pugna entre los contrarios sostiene y da movimiento a la obra trágica; en una época donde la mujer no gozaba de muchas libertades, surge la

Antígona de Sófocles, como expresión de la libertad. El carácter de la

joven, su lucha, su historia, circundada por elementos que reflejan un sentimiento “precristiano”, llama la atención a la vez que forja los senderos para una vida en cuya esencia sus palabras, determinación y acciones, retumban. Antígona es poesía, es su voz, es revolución, es su carácter; sin

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ella no habría ninguna de las dos en la obra, y después de ella, como dice José María Pemán en su prólogo a la traducción realizada para la editorial Salvat, “la literatura”. Creonte es la voz del orden, de la ley, su regente y juez, sin él no habría lucha en la historia, y, después de él, “el derecho político”. La dualidad de estos dos seres opuestos entre sí, forja las líneas de la vida que todo ser comparte consigo y con su prójimo ante el Estado.

La piedad o compasión que Ismene expresa ante su hermana capturada, deseando acompañarla en su castigo; la lucha solitaria de Antígona por defender los derechos de su hermano a ser sepultado, mientras carga con el peso de una maldición heredada de antaño, como un “pecado original”; el drama de un gobernante que busca perdurar en el poder, y que es desafiado por una fuerza menor, que logra aplastar, aunque éste crece hasta absorberlo; el dolor de un amante sin su amada, y de una madre sin sus hijos; todo esto refleja la condición humana, la misma que magistralmente Sófocles pudo concentrar en una obra en la que en cada una de sus páginas, de sus palabras, en cada uno de los hechos y sucesos, no puede lograr menos que maravillar a un lector, y ante una buena representación como debió de ser en su momento y se espera lograr en la actualidad, a un espectador.

Amor, noción complicada y con pocas evidencias al interior de una obra como Antígona; ciertamente es un Eros el que guía a la joven en su accionar, visto por escuelas del pensamiento como la psicoanalítica, como un deseo incestuoso, como una pulsión de muerte para Lacan, pues para él, Polinices es el objeto del amor de su hermana, de su deseo, y ya para él, todo deseo es pulsión de muerte, es por ello que Antígona la busca; es, en la propuesta que en este escrito y muchos autores hacen, sin entrar

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en críticas, algo que, aunque no niega ni priva al lector la posibilidad de interpretar el amor de la niña, como lo ve el psicoanálisis, en realidad es más inocente, más puro, porque es un Eros fraternal que busca el bien para el ser querido, su debido entierro, el restablecimiento de su honor. Carecen los personajes de la Antígona de un Eros de ensueño, la magnificencia de la obra no necesita de estos romanticismos de novela; cada personaje ama, a su manera, pero ama. Ismene y Hemón reflejan más fácilmente este sentimiento, inclusive de ello da cuenta el Coro; de Ismene, cuando se presenta en escena llorando por su hermana; de Hemón, con el canto que hace al Eros, tomado por los interpretes de ello, como una oda dedicada al joven enamorado, propuesta que en este trabajo se expone de otra manera, a saber, que Eros no es algo tan particular que aguarda hasta el final de la obra para aparecer en ella por el joven amante, sino más bien algo general, que todos los personajes poseen, en mayor o menor media, y además, tiene carne y hueso, no de hombre, sino de mujer, pues las características de este terrible conquistador de los corazones humanos se ven explicitas en el ser de Antígona. Por su parte, sin duda, porque no puede quedar excluido, está Creonte, el gobernante rígido, que sólo expresa su Eros al final de la historia, cuando la desgracia se cierne sobre él, como su desdichada esposa también lo hace, en los breves momentos en que aparece en escena, y en especial, cuando está fuera de ella.

Difícil es Eros de exponer, más en una obra donde los personajes parecen no sentirlo, pues la ambigüedad de su ser se presta perfectamente para ello, tal y como sucede con la moral.

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Destino o libertad. El edicto contra Polinices, mencionado al final de Los

siete contra Tebas de Esquilo, dúdese o no de su autenticidad, pero ahí

está, es comunicado por Antígona a su hermana Ismene al comienzo de la historia, en el Prólogo. Ante el rechazo a darle apoyo a su causa, Antígona decide obrar sola, inicia la lucha por el hermano, el enfrentamiento con el

Hado, el destino. Si la decisión es vista como una muestra de libertad,

aunque ello se puede cuestionar, las expresiones que pretenden la vida, sobrevivir, de Ismene, y la muestra de que ella sobrevive, puestas en tela de juicio por las palabras previas de su hermana a ser enterrada viva, al afirmar que ella es la última descendiente viva de su padre (v. 895 y 941), sin que se conozca realmente qué sucede con su hermana, son muestra de que el destino trágico de la familia puede ser evitado, de una libertad a partir de la prudencia que aunque sin duda termina, como es el caso de Antígona y sus familiares muertos, sucumbiendo al destino, por lo menos se presenta la búsqueda y una opción o posible solución, al interrogante por la sumisión o no al implacable e inmodificable Hado, acompañada de otra noción igualmente fascinante, vinculada con el origen prometeico del ser humano, la esperanza.

La historia y sus variantes, difícil de sistematizar y unir en una sola redacción, por las diversas versiones que de ello hay, fascinantes por ello, pues de ser simplemente un mito, con un sólo rostro, importante, más no trascendente, no sería tan comentado y expuesto por diversos autores antiguos.

La forma de su composición dramática, que refleja el genio poético de un hombre tan virtuoso como lo fue Sófocles, exaltado por sus contemporáneos, estudiado y amado aún hoy en día, capaz de plasmar en

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su Antígona, algo tan valioso como lo es la condición humana, llena de sentimientos, virtudes, dogmas, todo esto y mucho más, en ese complejo ser, cargado de máscaras y prejuicios, llamado hombre. La condición humana en su vastedad fascina increíblemente al autor de este trabajo, está abarcada en este maravilloso mito, -y en general pero en menor medida, en los demás-, hecho drama, que goza de la forma del teatro y deleita con su representación. El temor a la muerte, a yacer insepulto, al destino, la búsqueda de la libertad (el deseo de ella), el amor, la moral, la historia, los intereses, las leyes, las costumbres, la justicia, son algunos de los temas que ocupan el pensamiento del ser humano y que llenan su condición de ser arrobado al mundo. La pregunta por el hombre, el qué es, ocupada también por el pensamiento de los griegos, y formulada por ellos mucho antes de la cuestión antropológica, derivada de la triple pregunta Kantiana por el qué se debe hacer, el qué se puede conocer y el qué se cabe esperar, fue expresada maravillosamente por la Esfinge, cuando ante sus posibles víctimas, cantaba su inmenso interrogante: “¿qué ser provisto de voz es de cuatro patas, de dos y de tres?”, siendo ello, el hombre. De todos los temas mencionados algunos cuentan con un capítulo dedicado a ellos, los demás, no carentes de importancia, también son tratados, en un menor espacio sí, pero en lo posible, con la mayor claridad, concisión y respeto, son expuestos.

Maravilla eterna es, sin duda, el enigma por el ser, incognoscible por su gran complejidad, tema especial y principal de este trabajo, por estar magnamente plasmado en la obra de Antígona, en el pensamiento de este autor cautivado por ella, más que en ninguna otra, de ahí que este escrito, tan difícil de articular y redactar por la indecisión inicial sobre cuál era el tema más importante o mejor para trabajar, haya visto la luz, la

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reconciliación y solución, a partir de ello, la condición humana; de ahí que también todo lo demás, todos los temas, lleven a ella.

Estas y más, como se ha dicho, son algunas de las temáticas que de esta obra se desprenden, y que pueden ser analizados, lo cual, página tras página, se pretende hacer con la mayor claridad, no sólo del lenguaje, sino de la exposición misma de los problemas a lo largo de su desarrollo, tal y como lo hace el gran poeta vencedor en la batalla de Salamina en torno al año 480 a.C., contra los Persas, posiblemente a la edad de 17. Esta batalla, posterior a la de las Termopilas, donde ocurrió el famoso y valioso enfrentamiento de Leónidas y sus espartanos contra Jerges y sus persas, en pro de la libertad de Grecia, representó eso, la liberación de un pueblo, de una cultura, que nos fue heredada para nuestra gran fortuna, así mismo, Antígona, cuando se revela contra ese inmenso poder, y muere, pero vence, revive en la historia la batalla final de los espartanos y su rey, como también la victoria de la que Sófocles pudo ser participe, al lado de Esquilo, en Salamina, de una fuerza pequeña contra una mayor, por la libertad, razón y gloria del ser humano y de las eras venideras. De esta manera, la unión de Grecia para esta batalla, y posterior a ella, la lucha de una niña Antígona y de un joven Sófocles, retumban en la obra y en el poeta de Colono, así como también en nosotros, pues la historia de la joven refleja la naturaleza humana.

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INTRODUCCIÓN

La misión de trabajar una obra dramatúrgica tan ampliamente estudiada por diversas escuelas del pensamiento, más que redundar sobre sus temas y conclusiones, es proponer una visión en lo posible nueva, que tal como la obra, forme parte de un conjunto que, en la medida de que la dificultad del trabajo y de la pretensión misma lo permita, sea una.

Para lograr tal fin, en los primeros capítulos se realiza una exposición de la construcción dramatúrgica de la obra, detallada en todo lo posible; la traducción que sirve como texto guía, aunque se han consultado otras, es la de Assela Alamillo, elaborada por ella para la editorial Gredos, aunque para los fines del comienzo de este trabajo, tan pretensioso, hubo que elaborar un Glosario que aparecerá al final de este estudio, y que gracias a la compañía de otras traducciones elaboradas con su respectiva exposición de la estructura dramática, en comparación con las definiciones ofrecidas en este Glosario, sirvió, luego para corroborar las variantes en las presentaciones del corpus de la tragedia, como las ofrecidas por Julián Motta Salas y por Jean y Mayotte Bollack, -ajustándose la de estos dos últimos más que la de Assela Alamillo a lo que es la división adecuada de la composición de la obra y los intereses de ésta, acordes con el significado y orden de las partes que la componen-, para organizar la más correcta presentación de la estructura dramática de la obra, que se expone en los primeros capítulos de este trabajo.

Se continúa con una reconstrucción histórica de la familia, en dos capítulos, elaborada con una amplia exposición de notas al margen, sin llevar la

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pretensión de presumir erudición, sino más bien con la finalidad de presentar lo que en el texto y la linealidad de su lectura no puede agregarse, como lo es el exponer algunas de las variantes míticas que sobre el mismo tema hubo.

Los siguientes cinco capítulos del trabajo presentan, con una intención muy difícil de cumplir, varios de los problemas que se encuentran en la tragedia, congeniando en muchos casos las interpretaciones ofrecidas con las de antaño, aunque también rechaza en varios casos a las mismas tradiciones del pensamiento, sin entrar en conflicto con el desarrollo de este estudio, ni violar el texto base por servir a intereses hermenéuticos.

Concluyendo con la obra se abre un capítulo adicional que ofrece al lector el conocimiento de lo que se siguió a la familia, que por las tragedias conservadas, se puede pensar que termina allí, que no tiene más descendencia, pero que según historiadores y mitólogos posteriores, de la Grecia y Roma antiguas, perdura. Aunque la parte que se expondrá es la de la descendencia directa de Edipo, pues ésta se divide en dos a partir de Autesión, quien tiene dos hijos, un varón llamado Cresfontes Teras, cuyo linaje será el que se expondrá en este capítulo final, por ser, como se ha dicho, el directo de Edipo, pues el otro corresponde a los descendientes de Argea, hermana de Teras, cuyos descendientes, por ser ella mujer, necesariamente pierden el vínculo directo con el hijo de Layo, aunque tendrán gran influencia en la historia de sus parientes lejanos, como se mencionará en su momento.

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Se siguen, para concluir, dos árboles genealógicos, uno para la familia conocida hasta las tragedias, más sus ancestros que se remontan hasta las divinidades, y otro para lo que se sigue a la familia, su posteridad no conocida, bien porque no se haya escrito una obra, o varias al respecto, algo muy poco probable, dada la información que sobre ello se tiene por historiadores y mitólogos, por lo que es más posible que sencillamente no se hayan conservado los textos. Cabe agregar al respecto que hay ciertos familiares que se agregarán en el primer árbol genealógico, como Electra, hermana de Cadmo, según Pausanias; e Ilirio, hijo de Cadmo, según Apolodoro, cuya información sólo es expuesta por estos autores.

Finalmente, la bibliografía, cuidadosamente dividida entre bibliografía principal, bibliografía secundaria, revistas y enlaces de internet, que sirvieron respectivamente como fuente de información para la elaboración de este trabajo.

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ACLARACIÓN A LAS FUENTES

Redactar adecuadamente un texto no es tarea sencilla, más aún cuando una de las pretensiones es dar cuenta, de manera ordenada y clara, de toda una historia narrada por distintos autores, y por ello variada.

Son tres capítulos, dos forman parte de la historia conocida, de la cual dan cuenta en parte los tragediógrafos; el tercero, parte de una historia lamentablemente perdida, es construido a partir de los datos históricos proporcionados por historiadores reconstructores del mito, y por ello mitólogos, antiguos.

Además de lo narrado por Esquilo, primer tragediógrafo conocido como tal, que configuró el género, pese a que los orígenes de éste se remontan a otros personajes griegos, como Tespis; Sófocles, gran promotor de El Ciclo

Tebano, aunque no el único, pero sí el más importante, por la sencillez y

el gran encanto poético de su narrativa; Eurípides, tercero, por edad y reconocimiento de entre los tres grandes del teatro griego; que sirvieron, indudablemente como base primordial e indispensable para la construcción de los dos primeros, de tres, que narran la historia de la familia de La

casa de Tebas; además de ellos, para la elaboración coherente de una

reconstrucción histórica, sirvieron como base autores posteriores como Apolodoro, Pausanias, vitales para la redacción de dichos capítulos, y casi los únicos y principales del tercero; Ovidio y Diodoro, entre otros más recientes, en menor medida.

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Del tercer capítulo, como se ha dicho, sus principales testigos, cuyo testimonio permite conocer lo posterior a lo conocido de El Ciclo Tebano, son Apolodoro por su Biblioteca, y Pausanias por su Descripción de Grecia, en varios de sus libros.

La narrativa de estos tres capítulos, dos que están al inicio de este trabajo, y uno que está cerca del final del mismo, está excedida de notas al pie de página, que dan cuenta de lo que en el texto como tal no podría tener lugar sin afectarlo. La lectura de estos capítulos, en especial de los dos primeros, por lo desconocido del tercero, que sólo exigen la debida referencia del lugar u obra de dónde salió, puede ser hecha perfectamente sin ver las notas, ellas están ahí como base enciclopédica e informativa de otras variantes del tema a tratar. Por este motivo, el trabajo a exponer queda eximido de la mirada maliciosa de un juez crítico, que piense en que la intención del autor es presumir erudición.

Vale decir, que como regalo, la información genealógica en las notas al pie de página de estos tres capítulos, es recogida en dos árboles genealógicos, separados debida y cuidadosamente, como las fuentes de donde son extraídos.

En los capítulos posteriores, libres de cualquier intención de reconstruir y narrar una historia, porque ya se ha hecho en los capítulos mencionados, la cantidad de notas disminuye abismalmente, sólo aparecen en la medida de lo justo y de lo que la memoria puede dar cuenta en el momento de la redacción, pues las bases bibliográficas que se consultaron también es extensa, para aclarar algún dato, o informar de que lo dicho no es una

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revelación del autor, sino que también hay otros pensadores sobre el tema que lo han notado.

Tómense entonces, estimado lector, las notas al pie de página, su exceso y carencia de ello, como algo bueno; dispénsese a su autor, si su intención, por su incapacidad de incorporar lo dicho en cada nota al margen en el texto como tal, para no afectarlo con datos que son contradictorios, pero, que con el deseo de dar cuenta de ello, las agrega como notas marginales para que quizá, sólo quizá, ante la posibilidad o imposibilidad del lector, eternamente indefinido y posiblemente nunca conocido, de leerlas sin que afecten su comprensión, enriquezca su conocimiento al respecto, siendo ello algo grato para este autor, quizá tedioso para aquél que no puede ignorarlas sin afectar su comprensión, quedándole vedado el valorar la intención aquí expuesta.

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1. ESTRUCTURA DEL DRAMA

Antígona está compuesta por un prólogo (1-99); un párodo (100-161) con anapestos (110-116, 127-134, 141-147, 155-161); cinco episodios (162-331; 384-581; 631-780; 806-943; 988-1114), con anapestos los primeros dos y el cuarto (155-161, 526-530, 817-822, 834-838, 929-930), más un kommós (806-875) y un épodo (876-882); cinco estásimos (332-383; 582-630; 781-805; 944-987; 1115-1154), con anapestos los primeros tres (376-383, 626-630, 801-805), el quinto estásimo es un hipoquerma que hace las veces de estásimo; un éxodo (1155-1352) con un kommós (1261-1276), y un epílogo (1347-1353).

Prólogo 1-99

Inicia a la madrugada del día siguiente en que ambos hermanos, Polinices, uno de los siete comandantes del ejército Argivo, y Eteocles, rey de Tebeas y uno de los siete comandantes del ejército Tebano, se dan mutua muerte en combate. A raíz de esto, Creonte se convierte en el nuevo rey, y ordena que Eteocles, que murió en defensa de la ciudad, sea enterrado con todos los honores, mientras a Polinices, que murió como un traidor, asediando a su tierra madre, le condena a permanecer insepulto, para que los perros y las aves rapaces le devoren; de igual modo, prohíbe que lo lloren. A raíz de este edicto, Antígona convoca a su hermana Ismene para que hablen fuera del palacio, donde luego de contarle lo que piensa hacer, apelando a la lealtad familiar, le pide que la acompañe en su obrar, enterrar al condenado; pero Ismene, perfecta personificación de la esencia y posición de la mujer Ateniense de la época, se rehúsa a ayudarla,

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intentando convencerla de desistir de sus intenciones, en vano, cuando luego de apelar a la memoria (v. 49-57), expone la condición de ambas y su posible destino (v. 58-64), lo cual, sólo consigue molestar a Antígona, quien ve en las palabras de su hermana pretextos que le producen desafecto, y que decide ignorar para continuar con sus intenciones.

Párodo 100-161 (Anapestos 110-116, 127-134, 141-147, 155-161)

Compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, narra, en voz del Coro, que se presenta desconociendo el edicto de Creonte, el regocijo que se siente por la reciente victoria de Tebas frente a Argos el día anterior al actual, mientras piensa ir de noche a celebrar dionisiacamente (v. 148-154). Además de ello, se mencionan los símbolos patrios de ambas tierras en disputa, de Tebas, el dragón, de Argos, el águila, más una primera alusión a Creonte como nuevo rey (v. 155-158).

Primer episodio 162-331

Se presenta Creonte como nuevo rey de Tebas, luego de salir del palacio rodeado de su escolta, éste, apelando a la lealtad civil, contraria a la lealtad familiar a la que Antígona apela ante su hermana, agradece al Coro por la misma que ha tenido con los antiguos gobernantes (v. 165-174), y luego de exponer en su discurso, de una manera sublime, su profunda sabiduría del poder, del gobernante (v. 175-183), donde trata la importancia del bienestar público sobre el privado, informa al Coro, hasta entonces ignorante de su edicto, sus deseos de enterrar honrosamente a Eteocles, y

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dejar insepulto a Polinices, para que sea devorado por los perros y las aves de rapiña. Aunque no está de acuerdo con la decisión de Creonte, el Coro lo acepta, sumiso.

A continuación, se presenta un Guardián, quien, tras mucho vacilar, por temor a las consecuencias, se presenta ante Creonte y le informa de las malas noticias, que alguien desconocido esparció un polvo seco, fino, sobre el cadáver de Polinices, y le rindió los debidos ritos (v. 245-247), marchándose sin dejar huella. Esto enfurece a tal punto a Creonte que cree que unos conspiradores que están en contra de él y de su decreto, financiaron tal acción. Luego de exponer su pensar frente al dinero y sus consecuencias en y para el ser humano (v. 295-303), despide al Guardián, amenazándolo con que nada bueno le espera a él y a sus compañeros, si no descubren pronto al transgresor de la ley contra Polinices; acto seguido, Creonte acusa al Guardián de haberse dejado sobornar, por lo que ambos, confrontando sus posturas, se defienden y critican, algo de lo que el Guardián sale bien librado, entregándose al final, al destino y la merced de los dioses (v. 327-331).

Primer estásimo 332-383 (Anapestos 376-383)

Dedicado el Coro a exaltar al ser humano por sus mañas, el ser más asombroso de cuanto existe, capaz de gobernarlo todo, aunque inmediatamente resalta que pese a sus mañas, es incapaz de escapar a la muerte; que posee grandes habilidades, inimaginables, que puede encaminar al bien o al mal, condenando a este último, el que obra mal, al destierro,

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deseando que nunca le acompañe: “¡que no llegue a sentarse junto a mi hogar ni participe de mis pensamientos el que haga esto!” (v. 373-375). Después, el Coro manifiesta su dolor, luego de reconocer a Antígona, capturada por el Guardián.

Segundo episodio 384-581 (Anapestos 526-530)

Antígona es expuesta por el Guardián, quien narra cómo y qué hizo para capturarla, a la vez que se atribuye todo el mérito, ante Creonte; éste último le pregunta a la joven si tiene conocimiento del edicto que recientemente decretó, recibiendo no sólo una respuesta afirmativa, sino también una magistral defensa (v. 449-452), para su obrar, sintiendo pesar de no hacerlo. A raíz de esto el Corifeo exalta su carácter en relación con sus orígenes, lo cual molesta a Creonte, que encuentra ahora dos faltas en Antígona, violar la ley y estar orgullosa de ello, lo que lo aferra más en su decisión de no ceder, pues perdería poder, virilidad (v. 484-485), frente a un ser política y socialmente inexistente.

La historia continúa y ninguno de los dos, Creonte y Antígona, cede; la joven sigue revelando su carácter, piensa y obra distinto a los demás (v. 510-511), porque afirma haber nacido para amar, no, como su opuesto, para odiar (v. 523).

A continuación, Ismene es traída por dos esclavos; ella, sufriendo por la situación de su hermana, se atribuye una parte de la culpa, con el fin de compartir el destino de Antígona, aunque ésta, firme en su decisión, le

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niega tal posibilidad, pues obró sola y no quiere que ahora Ismene se atribuya algo que no hizo, por amar sólo de palabra, no de acto, lo que para Antígona no es amor (v. 543). Ismene obra así por temor a quedar sola (v. 548 y 566), pero al serle negado esto, opta por defender a Antígona, apelando al hecho de que es la prometida de Hemón, hijo de Creonte (v. 568), lo que también hace el Corifeo (v. 574), en vano, pues la decisión está tomada, la ley debe cumplirse y Antígona debe morir; por ello, sin más, Creonte ordena encerrar a las hermanas, confiando en que presas, les es imposible huir, pues “incluso los más animosos intentan huir cuando ven a Hades cerca de su vida” (v. 580-581).

Segundo estásimo 582-630 (Anapestos 626-630)

Compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, narra con dolor, cómo se pierde la esperanza de terminar con la maldición de los Labdácidas, al estar Antígona condenada, un destino que sólo terminará cuando todos los descendientes de Edipo mueran. Aunque no se menciona a Creonte, se hacen muy sugerentes las críticas a éste, cuando, mediante una sentencia se dice: “lo malo llega a parecer bueno a aquel cuya mente conduce una divinidad hacia el infortunio, y durante muy poco tiempo actúa fuera de la desgracia” (v. 622-625).

Los dioses juegan un papel muy importante al ser los guías, conductores sin tregua, hacia el infortunio, la consumación del destino de una maldición. Se anuncia la presencia de Hemón.

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Tercer episodio 631-780

Se presenta Hemón ante su padre, con la intención de salvar a Antígona, en ello se refleja la gran pericia de Sófocles, al poner en voz de Hemón, no a un amante dolido, desesperado y molesto, por el destino que Creonte ordena para Antígona, sino, a un joven tranquilo, cauteloso en su hablar, pues procura ser respetuoso y fiel a su padre, mientras, con sutileza lo critica e informa de la situación en que se halla la ciudad, la cual apoya a Antígona.

La sutileza y el apoyo de Hemón, en un inicio hacen sentir a Creonte orgulloso, pues continúa creyendo que su causa o proceder es el correcto, el justo, porque Antígona ha obrado con anarquía, el peor de los males (v. 672-677), y que su hijo, a pesar de estar comprometido con la joven, no ha perdido la cabeza por amor a ella, sino que apoya a su padre, lo cual para Creonte es lo que se debe hacer, pues “al que la ciudad designa se le debe obedecer en lo pequeño, en lo justo y en lo contrario” (v. 666-667).

A causa de la férrea decisión de Creonte a ceder y perdonar a Antígona, y del empeño de Hemón en interceder por ella, Creonte comienza a ver un enemigo en su hijo, se siente amenazado, y responde a ello con amenazas. Ante esta conducta de Creonte, Hemón, enfurecido, sale precipitadamente.

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Acto seguido, el Corifeo pregunta a Creonte si aún pretende dar muerte a ambas hermanas, respondiendo este último que no, sólo a Antígona, ocultándola viva “en una pétrea cueva, ofreciéndole el alimento justo, para que sirva de expiación sin que la ciudad entera quede contaminada” (v. 774-776), confiando que con ello, la joven entienda que “es trabajo inútil ser respetuoso con los asuntos de Hades” (v. 780), mostrando así su falta de respeto y desafío con los dioses infernales, más, un cambio en su decisión frente a la manera de castigar a la niña, prefiriendo en vez de lapidarla públicamente, como antes había decretado hacer con quien transgrediera su ley (v. 36-37), enterrarla viva y alimentarla, para así, tanto él como la ciudad queden libres de culpa.

Tercer estásimo 781-805

Compuesto por una estrofa y una antistrofa, es un bello canto donde se exalta y evoca a Eros, sus capacidades y alcances; el amor como la fuerza que enloquece a quien lo posee y, como el culpable de la disputa entre Hemón y Creonte, por la joven transgresora de la ley; todo producto de Afrodita.

El Coro siente lastima por Antígona, dirigiéndose a su encierro pétreo.

Cuarto episodio 806-943 (Anapestos 801-805, 817-822, 834-838, 929-930; Kommós 806-875; épílogo 876-882)

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Este episodio está compuesto de dos partes; la primera, es un Kommós en donde Antígona, dialogando con el Corifeo, se lamenta por su vida y destino; esta parte llega hasta el verso 882, y está constituida por tres estrofas y tres antistrofas, con anapestos, más un épodo. En esta parte, Antígona, conducida por dos esclavos, le comunica a los ciudadanos de Tebas que se dirige a su destino, pero que irá viva al Hades, “a la orilla del río Aqueronte”, sin casarse. En ello, se compara con Níobe. Aunque el Coro intenta consolarla, hablándole de la forma en que se dirige al Hades y de la fama de que goza y gozará pues, “aún muriendo es glorioso oír y decir que has alcanzado un destino compartido con los dioses en vida y, después, en la muerte” (v. 817-822 y 836-838).

Ahora, cerca de entrar en la tumba pétrea, Antígona lamenta su destino y el de su familia, la maldición y lamentos renovados, su nacimiento, la boda de su hermano, y su muerte en vida sin casarse; recibiendo un extraño consuelo del Corifeo, porque aunque éste le reconoce respeto por su piedad, le dice que no se puede transgredir la autoridad del gobernante, y que ella obró impulsivamente.

Como despedida, Antígona manifiesta que nadie la acompaña en su dolor, deplora su destino, ni la llora.

En la segunda parte, sale Creonte del palacio, ordena el pronto encierro de Antígona, y manifiesta su pureza y la de su familia, frente a la joven mancillada. Por su parte, Antígona, evitando hablar de Ismene, se presenta a sí misma como “la única que queda de las hijas de los reyes”; justifica

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su obrar frente al fallecido, insepulto, pues sólo habría hecho lo que hizo por él porque , “si un esposo muere, otro podría tener, y un hijo de otro hombre si hubiera perdido uno, pero cuando el padre y la madre están ocultos en el Hades, no podría jamás nacer un hermano” (v. 908-912), un hermano del que además antes ha dicho a su hermana, que ama y la ama, y a quien debe honrar pues se pasa más tiempo con los muertos que con los vivos. Por esto, y aunque por obrar con piedad es juzgada como impía, Antígona comienza a cuestionarse, desde su obrar y su castigo, hasta a quién puede apelar, concluyendo que si obró en contra de los dioses, admitirá su error, de lo contrario, maldice, les desea un mal semejante al suyo a sus verdugos; después es encerrada.

Cuarto estásimo 944-987

Está compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, donde, con Antígona encerrada, el Coro compara a los miembros vivos de la Casa real de Tebas, con antiguos personajes de sangre real, lo cual nos ofrece no sólo una visión presente, sino también, una visión anticipada de lo que sucederá a la familia.

Quinto episodio 988-1114

Entra Tiresias, guiado por un joven. Se presenta ante Creonte, quien hasta ese momento ha confiado en el buen juicio del adivino, mas, ello cambia una vez que el anciano le comenta las malas noticias, de un funesto destino que se aproxima a raíz del edicto proferido, y de su empeño en

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sostenerlo porque, con ello el nuevo rey ve en el anciano a un mercenario que obra en contra suya, en favor de los injustos, pidiéndole que recapacite pues todos erramos, pero es de sabios, sensatos, corregir, y ordena por ello el entierro de Polinices, pues no sirve castigar a un muerto, y, vaticinando grandes y terribles desgracias, como que pronto, Creonte, a raíz de su error para con Antígona y su hermano, pagará por sus muertes con uno de sus hijos; asimismo las Erinias, poderosas e infatigables vengadoras del Hades, lo acecharán, lo harán sufrir, y poco después, las ciudades cuyos cadáveres tuvieron el destino que Creonte decretó para Polinices, permanecieron insepultos para ser devorados por los perros y las aves de rapiña, se aliarán contra él. Dicho todo lo anterior, Tiresias, ante la obstinación a ceder por parte de Creonte, decide dar por terminado el acalorado discurso que sostuvo con éste, y marcharse para que así el insensato obre según su voluntad, y así aprenda al sufrir.

Se presenta el Corifeo, anunciando la partida del adivino, recordando que él nunca predijo falsedades.

La presencia del Corifeo y sus palabras tienen un efecto hasta ahora no logrado, y en apariencia imposible, hacen que Creonte recapacite, pues, con dolor, frente al dilema de la situación de hecho, entre sufrir o ceder, decide pedir consejo al Corifeo, quien le aconseja lo mismo que Hemón y Tiresias, enterrar a Polinices y liberar a Antígona (v. 1100-1101), pronto, pues los dioses castigan rápido (V. 1103-1104).

Se presenta ahora un Creonte distinto, agobiado, que desiste de su orden, porque “no se debe luchar en vano contra el destino” (V. 1106), y ordena

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tomar hachas e ir donde yace Polinices, mientras él se dirige donde Antígona para estar presente en su liberación del mismo modo como lo estuvo en su encierro; un Creonte que ahora, cambiando de opinión, de creencia, teme que “lo mejor sea cumplir las leyes establecidas por los dioses mientras dure la vida” (v. 1113-1114). Antígona se convierte entonces en la gran vencedora.

Hipoquerma o quinto estásimo 1115-1154

Compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, es un canto alegre, donde se invoca al gran dios de la festividad, que habita y protege la ciudad de Tebas, Baco (Dionisio), como purificador, expiador, de la desgracia (v. 1137-1154), advirtiéndose con ello un gran contraste entre la situación actual del Coro con el de antes, cuando pensaba invocar a Dionisio, pero para celebrar la reciente victoria de la ciudad de Tebas (v. 148-154). Aunque el canto está motivado por el arrepentimiento de Creonte, al decidir enterrar a Polinices y liberar a Antígona, es muy tarde ya, la catástrofe se aproxima.

Éxodo 1155-1353 (Kommós 1261-1276; Epílogo 1347-1353)

Se presenta un mensajero, portador de malas noticias, para informar que Hemón se ha suicidado por causa de su padre. Aparece Eurídice, esposa de Creonte y madre de Hemón, escucha que algo malo ha sucedido, no tiene idea de qué fue, pero quiere saberlo sin importar de qué se trate. El Mensajero accede a repetir lo dicho, sin omitir detalle; le dice a la reina, que acompañó al rey hasta lo alto de la llanura, donde yacía aún

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destrozado por los perros, sin obtener compasión, el cuerpo de Polinices (v. 1196-1198); le suplicaron a Hécate y Plutón que contuvieran su cólera, fueran piadosos, lavaron el cuerpo con agua purificada, cremaron lo que quedaba de él y le cubrieron con un túmulo de tierra.

Luego de rendir honores al cuerpo de Polinices entran a la cueva donde está encerrada Antígona. Creonte escucha la voz de su hijo, y ordena a los Criados revisar si es él en efecto. Tras revisar, encuentran a Antígona muerta, de una manera similar a su madre, suicidada por ahorcamiento, y a su prometido a su lado, vivo, lamentando lo sucedido, pero, una vez que observa a su padre, le escupe e intenta asesinarlo con su espada, mas, como falla, enfurecido consigo la usa para suicidarse. Agonizando, estrecha en un abrazo a Antígona y muere a su lado, hecho que pudo haberse evitado, si Creonte hubiera ido en primer lugar a liberar a la joven, como había dicho, en vez de desviarse para rendirle los ritos funerarios al cadáver de Polinices.

Sin pronunciar palabra tras escuchar al Mensajero, Eurídice se retira, entra al palacio. Este silencio de la reina inquieta al Corifeo, quien ve en ello algo funesto. Aunque igualmente inquieto, el Mensajero piensa algo diferente, que la reina se retiró a sufrir sola su perdida, y ya que goza de cordura, no cometerá un error, aun así, propone al Corifeo entrar al palacio, para despejar las dudas.

Aparece Creonte, y con él, se inicia un diálogo compuesto por tres estrofas y tres antistrofas donde, él mismo se culpa por todo, por sus errores y por la muerte de su hijo, pero también culpa a un dios por su crueldad y

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desgracia, la misma que aumenta una vez que el Mensajero regresa del palacio, portando la noticia de la muerte de Eurídice, por mano propia, hiriéndose con un cuchillo bajo el hígado, maldiciendo a su esposo antes de morir. Este último golpe destroza a Creonte, quien sin más, pues lo ha perdido todo, quedándole sólo la culpa, sintiéndose como nadie, desea que lo lleven lejos, pidiendo repetidamente la muerte, sin encontrar consuelo pues, el Mensajero lo culpa por todas las muertes, y el Corifeo, le dice como primera de dos sentencias, que no suplique “ahora nada. Cuando la desgracia está marcada por el destino, no existe liberación alguna para los mortales.” (v. 1337-1338). Como segunda, y que se podría denominar como la máxima de la obra, que “la cordura es el primer paso de la felicidad. No hay que cometer impiedades contra los dioses. Las palabras arrogantes de los que se jactan en exceso, tras devolverles en pago grandes golpes, les enseñan en la vejez la cordura” (v. 1348-1353).

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2. EL DRAMA DE ANTÍGONA

Descendiente de Cadmo y heredera de la maldición de los Labdácidas, de La Casa de Tebas, Antígona, en compañía de su hermana Ismene, constituye la última ramificación maldita de la descendencia de Edipo, en unión con su esposa y madre Yocasta.

El drama de Antígona se remonta mucho más atrás de la historia que lleva su nombre, escrita por Sófocles; va más atrás del suicidio por ahorcamiento de su abuela y madre Yocasta, y del enceguecimiento y destierro de su padre y hermano Edipo, en Edipo Rey1; de la dramática y misteriosa muerte del mismo en Edipo en Colono; del mutuo asesinato de sus dos hermanos, Eteocles y Polinices, en aquella querella en donde los ejércitos de Argos, comandado por Polinices, y de Tebas, bajo el mando de Eteocles, se enfrentaron, narrado por Esquilo en Los siete contra Tebas, cuyos sucesos, aunque brevemente informados en la historia de Antígona (v. 100-154), constituyen el eje central sobre el cual gira toda la historia de la joven.

El drama de Antígona se remonta mucho más atrás de dichos acontecimientos, lo hace hasta Agenor, semidiós, hijo de Libia2 y Poseidón,

1

Su nombre original es Edipo tirano ( oσς ηύραννoς), porque en griego, la palabra

Týrannos guardaba ambos significados, el de rey y el de tirano, como gobernante, así se ve por ejemplo en Homero, cuando en la Odisea XVIII 85, se refiere a Équeto.

2

Libia es hija de Épafo, hijo de Zeus e Ío, y de Menfis, hija de Nilo; hermana de Tebe, de la cual se deriva el nombre de Tebas, y de Lisianasa. Con Poseidón además de Agenor, tiene a Belo.

(34)

34

cuya hija, Europa, fue seducida por Zeus, quien tomando la forma de un toro blanco la llevó hasta la isla de Creta, donde se unió a ella luego de revelarle su identidad, concibiendo como fruto de dicha unión a Radamantis, Minos3 y Sarpedón. Ante la desaparición de Europa, Agenor envía a sus hijos, Fénix, Cílix y Cadmo en su búsqueda, prohibiéndoles regresar sin ella; en ello además les acompañan su madre Telefasa, y Taso, hijo de Poseidón, pero al ser incapaces de lograr su cometido deciden no regresar a su hogar, y en cambio se establecen en diferentes regiones, cuyos nombres llevan: Fenicia, por Fénix; Cilicia, por Cílix; mientras que, Taso, Cadmo y su madre, vivieron en la región de Tracia, donde, en una isla, Taso fundó una ciudad con su nombre4. Tras la muerte y posterior entierro de Telefasa, Cadmo va al oráculo de Delfos5 para consultar por su

3

Tras vencer en una lucha con sus hermanos por el amor de un muchacho llamado Mileto, hijo de Apolo y Aria, aunque tal vez haya sido por Atimnio, hijo de Zeus y Casiopea. Luego de la muerte de su padrastro Asterio, Minos se convierte en rey de Creta y se casa con Pasífae, hija de Helios y Perseide, con quien concibe cuatro hijos, Deucalión, Androgeo, Glauco y Catreo, y cuatro hijas, Acale, Jenódice y Fedra, Ariadna, con quien se casa el héroe Teseo, asesino de Asterio, no el padre adoptivo de Minos, sino el llamado Minotauro, que significa “el toro de Minos”, hijo fruto del amor zoofílico de Pasífae con un toro, en castigo de Poseidón a Minos por no sacrificar al bello animal que la deidad le otorgó con la promesa de aquél de sacrificarlo en su honor y que lo afirmaba como rey. Derrotados, Radamantis, más tarde, huye a Beocia y desposa a Alcmena tras la muerte de su esposo Anfitrión, con quien en una misma noche luego de acostarse con su esposo Anfitrión, concibe a Ificles, y con Zeus disfrazado de Anfitrión, a Heracles; Mileto por su parte, funda una ciudad con su nombre en Caria; Sarpedón gobierna en Licia, tras aliarse con Cílix en la batalla contra ellos (Apolodoro: Biblioteca III 1,2-3; Robert Graves:

Los mitos griegos, I: 88. Minos y sus hermanos). Tras su muerte, Minos gobierna en el

Hades como uno de los tres jueces, en compañía de su hermano Radamantis, que es otro juez.

4

Apolodoro, Op. Cit., III 1.

5

El Oráculo de Delfos era el santuario más famoso e importante de Grecia; era tal su importancia, que, además de ser muy citado en las tragedias, se le consideraba incluso como el ombligo del mundo, como se puede ver en Los siete contra Tebas de Esquilo (v.

(35)

35

hermana; luego de consultarlo, éste le responde que cese de su búsqueda pues no la hallará, en cambio le aconseja fundar una ciudad, justo en el punto donde una vaca, que debía hallar y seguir, que porta el signo de una luna llena en cada uno de sus costados, cayera agotada. Donde cae el animal, Cadmo, obedeciendo al Oráculo, funda una ciudad, Tebas, donde erige una imagen de Atenea, pero que, buscando agua sagrada para sacrificar al animal en honor a la diosa, envió a sus hombres, sin saberlo, a un terrible destino, pues casi todos perecieron al ir por el agua a la fuente de Castalia, perteneciente a Ares, custodiada por un Dragón6, al que

746-747). Este oráculo estaba regido por Apolo. Sobre este oráculo de Apolo, hay tres versiones, una de Esquilo, que narra que perteneció antes a la titán Gea, “la primera adivina”, después a Temis, su hija, y por último a Febe, otra de sus hijas, que le obsequió el oráculo a Apolo cuando nació (Esquilo: Euménides 1-9); la segunda, es de Pausanias, que, aunque concuerda con Esquilo en que perteneció primero a Gea, agrega que ésta nombró como su profetisa a Dafnis o Dafne, una de las ninfas que viven en el monte, enamorada de Apolo, de la que se deriva la función del Laurel en el culto de esta deidad, pues la etimología de Dafnis o Dafne significa “Laurel”, (una de las dos ramas, pues la otra es el olivo, con que se coronaba a los mensajeros que traían buenas noticias, como se puede ver en Edipo rey (v. 84); el laurel era colocado en los altares por los suplicantes y retirada de allí una vez que su suplica era satisfecha; también, era el árbol sagrado de Apolo); difiere en dos cosas, en la primera, que es la tercera versión, cita un poema de Museo, hijo de Antiofemo, llamado Eumolpia, donde se dice que el oráculo era compartido por Gea y Poseidón, cuyo servidor en los oráculos y profecías era Pircón; en la segunda, en que Temis, es la que es la que le entrega el oráculo a Apolo, y que éste le dio a Caluria a Poseidón, a cambio de su parte del oráculo. (Pausanias:

Descripción de Grecia X 5,5-6).

6

Apolodoro, Op. Cit., III 4. Según Ovidio, no es un dragón, sino una gran serpiente de piel azulada, coronada por una cresta de oro, hija de Ares, de ahí también la furia del dios contra Cadmo, con su cuerpo lleno de veneno, ojos ardientes, tres lenguas y tres filas de dientes, más un cuerpo tan largo como “el de la serpiente que separa la Osa Mayor de la Osa Menor” (Ovidio: Metamorfosis III 26-130). El dragón, sin mención de su posible parentesco con Ares, como guardían de la fuente, es mencionado por Pausanias en Descripción de Grecia IX 10,5. Independiente de si hay o no relación familiar entre la

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36

más adelante en venganza por sus hombres, Cadmo asesina, por lo que Ares furioso exige un castigo para el verdugo de su Bestia, siendo Cadmo condenado a servir durante un año perpetuo, equivalente a ocho años7, al belicoso dios. Antes de ser condenado, tras haber asesinado al Dragón de Ares, Atenea le aconseja a Cadmo que entierre los dientes de la Criatura, de los que nacen los Espartos (Espartanos), u hombres sembrados8, de los cuales sólo sobrevivieron cinco tras una intensa batalla fratricida: Udeo, Peloro, Hiperenor, Ctonio y Equión9.

Luego de cumplir con su castigo, Cadmo se casa con Harmonía, diosa, hija de Ares y Afrodita, boda a la que asisten todos los dioses10 y de cuya unión nacieron cuatro hijas, Autónoe11, Ino12, Ágave13 y Sémele14, y dos

bestia y la bélica deidad, Eurípides en las Fenicias 931-936, dice que esta última odia a los Cadmeos por la muerte del reptil.

7

Apolodoro, Op. Cit., III 4,2.

8

Eurípides: Fenicias 938-941. De estos dientes del dragón, Atenea guarda algunos, que son los que más adelante, en el mito del Vellocino de oro, sembrará el héroe Jasón, como parte del desafío impuesto por Eetes, padre de Medea y Rey de Colcos, con la promesa de entregarle el Vellocino.

9

Apolodoro, Op. Cit., III. 4,1; Pausanias, Op. Cit., IX 5,3. También Ovidio habla de esto, con la diferencia de que él sólo menciona de los cinco Espartos, a Equión, (Ovidio, Op. Cit., III 26). Equión será el esposo de Ágave, una de las hijas de Cadmo y Harmonía, y a su descendencia, tres generaciones más adelante, pertenecerán Creonte y Yocasta.

10

Pausanias, Op. Cit., III 18,12; Eurípides: Fenicias 822.

11

Autónoe tiene con Aristeo, a Acteón, Criado por el centauro Quirón y adiestrado por el mismo en el arte de al caza, fue devorado por sus perros al ser convertido en ciervo por haber visto desnuda a Artemisa mientras se bañaba. (Ovidio, Op. Cit., 138-252; Apolodoro, Op. Cit., III 4,4; Pausanias, Op. Cit., IX 2,3). En la misma parte referida de Apolodoro, el autor expone otra versión de la historia, la de Acusilao, para el cual la muerte de Acteón no fue producto de Artemisa, sino de Zeus, furioso porque el joven pretendía a Sémele; mientras que Pausanias, igual, en la misma parte citada, mencionando la versión de Estesícoro de Hímera, concuerda en una parte con la segunda versión planteada por

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37

Apolodoro, dice que Acteón murió para impedir su boda con Sémele, pero no por obra de Zeus, sino de Artemisa, y no convertido en ciervo, sino cubierto con una de dicho animal, por la diosa. Por otra parte, según Eurípides en las Bacantes 339-342, dice que el motivo de tan cruel final para Acteón, se debió a que se jactaba de ser mejor en la caza que Artemisa.

12

Ino, esposa de Atamante, tuvo de él dos hijos, Learco y Melicertes, muertos a manos de su propio padre; es una deidad marina también llamada Leucótea; protege a Dionisio de la furia de Hera; convenció a su esposo para que sacrificara a sus dos hijos, Frixo y Hele, nacidos de su anterior esposa, Néfele, mas, antes de ser sacrificados, son salvados por un carnero con la piel del vellocino de oro enviado por Zeus (Pausanias, Op. Cit., IX 34,5 y 7); como deidad es alabada, incluso, en el camino desde Étilo hasta Talamas, hay un santuario de ella y un oráculo, al que se consulta durmiendo, y en ello, en sueños, la diosa revela todo lo que se quiere saber. (Pausanias, Op. Cit., III 26,1).

13

Ágave, hermana de Sémele, es una de las bacantes, las mujeres que rinden culto al hijo de su hermana, Dionisio, guardando además, los secretos de dicho culto con alto recelo, hasta tal punto, que Ágave es capaz de asesinar a su propio hijo, Penteo, enloquecida por Dionisio, como castigo por espiarlas en medio del ritual, y por ser impío con la deidad. La manera de asesinar de las Bacantes, aunque es bastante cruel, está perfectamente relacionada con la muerte del mismo dios al que rinden culto, pues descuartizan a su víctima, del mismo modo en que la deidad adorada lo fue de bebé. Sobre este tema, Eurípides escribe una tragedia, Las Bacantes, también lo hace Teócrito, en su poema con el mismo nombre, Las Bacantes; al parecer, según cuenta José María Lucas De Dios (Sófocles: Fragmentos. BCG Págs. 79-80), Sófocles también escribió una obra con el mismo nombre de la que no se conserva ningún fragmento, más allá de una didascalia encontrada en el papiro de Oxirrinco 2256, fr. 3; de igual manera, al parecer, trató el mismo tema Esquilo en su obra también perdida, Penteo. La muerte de Penteo también es narrada en las Fenicias 1043-1147, de Eurípides, donde se dice además, que Ágave confundió a su hijo con un león, mientras que en otra versión, del mismo destino de la víctima, la Metamorfosis 701-731, de Ovidio, se dice que lo tomó por un jabalí; por su parte, sin especificar, Apolodoro dice en su Biblioteca III 5,2, que con una fiera; según este último autor en la misma obra, una muerte similar a la de Penteo, como castigo por la misma impiedad de éste con Dionisio, recibe Lábdaco (5,5).

14

Sémele en unión con Zeus tuvo a Dionisio, (Pausanias, Op. Cit., IX 5,2), a causa de esto, engañada por Hera que, furiosa por la infidelidad de su esposo se le aparece como su nodriza Béroe, le pide a Zeus que se le presente en la forma como estuvo en la boda

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38

hijos, Polidoro15 e Ilirio16; como obsequios a su unión, la joven recibe por parte de su madre un collar de oro elaborado por Hefesto, que daba una belleza irresistible; mientras que, por parte de Atenea, una túnica o peplo dorada que daba dignidad divina. Pese a la unión humana y divina ambos esposos estaban malditos, por un lado, el de Harmonía, por el odio de Hefesto, por ser el fruto de la infidelidad de su esposa con su hermano; por el otro, el de Cadmo, por Ares, al no perdonar el asesinato de su Bestia17. A causa de tal maldición, con los años Cadmo tuvo que renunciar a su reino, cediéndoselo a su nieto Penteo, hijo de Ágave y Equión, tras cuya muerte fue sustituido por Lábdaco, hijo de Polidoro y padre de Layo. Este último, bisnieto de Cadmo, rey de Tebas, esposo de Yocasta18 y

con su esposa, (Ovidio, Op. Cit., III 273-298), muriendo de terror ante su presencia, por lo que el dios extrae de su cuerpo a su hijo y lo cose a su muslo hasta que nace. (Apolodoro, Op. Cit., III 4,3). Según Eurípides Sémele muere por un rayo, apresurándose entonces el nacimiento de Dionisio, por lo que Zeus lo cose a su muslo hasta que la Moira cumplió el plazo. (Eurípides: Bacantes 1-4; 610; 88-104; 243-246; 286-291; 520-529). Según el orfismo, Dionisio no es hijo de Sémele y Zeús, sino del dios, de manera incestuosa, con su hija Perséfone, como se puede ver en el himno XXX. A Dionisio.

15

Apolodoro, Op. Cit., III 4,2; Hesíodo: Teogonía 975-978.

16

Ilirio es el hijo más joven de Cadmo y Harmonía, nace en Iliria, tiempo después de que los Ilirios fueran vencidos por el ejército comandado por sus padres. (Apolodoro, Op. Cit., III 5,4).

17

Sobre el odio de Ares a Cadmo y su descendencia por asesinar a su Dragón, véase Eurípides: Fenicias 930-936.

18

Homero en la Odisea, por voz de Odiseo, la llama Epicasta (Homero: Odisea XI 271-280). Asimismo la nombra en dos ocasiones Pausanias en Descripción de Grecia, en la primera (IX 5,10-11), donde se ven las dos versiones de un mismo nombre, (Yocasta= Epicasta), citando a Homero, para sustentar una creencia que tiene sobre el origen de los hijos de Edipo; en la segunda (IX 26,3), para exponer otra hipótesis que tiene acerca de la Esfinge. De igual manera, Apolodoro en su Biblioteca reconoce ambas versiones del mismo nombre (III 5,7).

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