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Los demás alumnos de la universidad pasaron al comedor, y tomaron asientos. Al contrario que en el colegio, las reglas del comedor de la universidad

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Academic year: 2021

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CAPÍTULO 1

Entrando al comedor principal mi mejor amigo estaba sentado en una de las sillas del fondo de la sala, y parecía preocupado por algo. Avancé y no dudé en sentarme con él. Iván era un chico tan atractivo como listo, y la confianza que tenía conmigo era suficiente para que me contara lo que le pasaba. Su capacidad para pensar y organizar mentalmente las cosas era similar a la mía, y situaciones o momentos incómodos a él le provocaban ratos de dar vueltas una y otra vez a temas previos o inquietantes. Pelo marrón oscuro, largo, colocado de forma lisa que caía alrededor de toda su cabeza, y luego estaban sus típicos gorritos de lana, que dejaban ver en su cara ese flequillo largo que cubría escasamente sus ojos verdes grisáceos. Con un estilo de ropa parecido al mío, vestía unas deportivas más bien llamativas, con uno de sus colores favoritos, el amarillo fosforito.

Pasemos a presentarme a mí. Yo soy un niño muy peculiar, con mucha personalidad y, a veces, un poco alocado. Me llamo Dennís Claramunt, pero muchas personas me llaman Perseo; según qué tipo de relación, me llaman por mi sobrenombre, o no. Mido un metro con ochenta, soy delgado, pelo de punta y de color castaño, ojos ma-rrón clarito y visto de forma un poco pija y macarra a la vez. Me en-cantan las películas de miedo, la música y adoro cocinar.

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Los demás alumnos de la universidad pasaron al comedor, y to-maron asientos. Al contrario que en el colegio, las reglas del comedor de la universidad te dejaban escoger silla. Teníamos para comer puré de verduras, y una carne extraña en salsa, típica del comedor, que parecía ser de ternera por lo oscura que era, pero que ni la que lo ser-vía sabía de qué animal era. Suerte que a mí el puré de verdura me empezó a gustar bastante tiempo atrás, porque antes era una de las comidas que menos me gustaba, no lo odiaba, como a la coliflor, pero no me agradaba comerlo.

Sara me llamó desde otra mesa con el fin de que me sentara con ellos. Cuando observé que Elena estaba sentada a su lado derecho, negué con la cabeza, y noté en su gesto posterior un pensamiento del tipo ‘’Tú te quedas con Iván, claro’’, acompañado de un tipo de tonito que no me gustaba nada. Todos ellos se portaban así cuando el asunto iba de mi mejor amigo.

En efecto lo que a Iván le preocupaba, era el comportamiento de Elena hacia él en clase, más todos sus amiguitos y sus signos mudos, efectuados desde sus manos, los cuales entendían ella y los suyos, incluida Sara.

La segunda vez que le pedí a Iván que me contara qué había pasado, no se negó. En la clase de Ciencias, en la cual yo no estoy con ellos, ya que sustituyo Ciencias por Geografía, hubo un pequeño percance. No era la intención de Iván, pero en las prácticas, Iván cogió un pequeño bote de plástico en el cual había una sustancia que daba color práctica-mente permanente. Se aseguró de que estaba bien cerrado antes de lle-gar a su mesa, pero por el camino, Raúl, un chico moreno y alto de la clase de Ciencias, que también viene conmigo a Historia de España, chocó accidentalmente su brazo con el de Iván, pidiéndole disculpas. El bote no calló, pero creemos que se abrió un poco, porque al llegar a su asiento y dejar el bote en la mesa, fue volcado hacia su lado contrario, por lo que él no se manchó, pero la hoja que había en la mesa, con la que habían estado haciendo un tipo de croquis, fue manchada casi

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to-talmente, y otro poco de líquido calló en la manga de la sudadera de Daniel, enemigo de Iván, y mejor amigo de Elena. A partir de aquí, todo lo demás está dicho. Elena y los suyos procedieron a amargar el resto del día a Iván. Sin embargo, aún si Iván no hubiera provocado nada, otra cosa que habría que discutir ya que no se sabe exactamente si al-guien tiró el bote o se calló accidentalmente, Elena mantendría su pos-tura y haría del día actual de Iván peor que el anterior.

Mis palabras de ánimo a Iván fueron prácticamente suficientes para tranquilizarle y sacarle una pequeña sonrisa interna, la cual a mí me hacía sentir muy alegre al haber ayudado a un buen amigo, y al haber recibido palabras como “Gracias Dennís, ¿qué haría yo sin mi chico loco?” La verdad es que cuando quiero ayudar a una per-sona, intento hacerla sentir lo más a gusto posible, y dedicarle algu-nas de mis mejores frases, pero las pequeñas cosas que sentía con las palabras de Iván, eran irreemplazables.

No tomé postre y, Cris, mi mejor amiga, otro mundo totalmente distinto al de Iván, ya me estaba esperando en la segunda puerta del comedor que da directa a la calle.

Ella mide un metro con sesenta, pero siempre suele llevar tacones. Su pelo es largo, liso y de un marrón chocolate muy bonito. Tiene unos ojos marrones, pequeñitos, pero siempre los lleva pintados, lo cual le hace una mirada más importante.

Preguntándome por mi día y saliendo de la uni, vi el coche de mi novio enfrente de la puerta principal. Me puse nervioso, no le veía, pero de repente me coge de un lado y me abraza, diciendo uno de mis saludos favoritos: “Hola peque”. Le di un beso en la boca y una pequeña bofetada en el pecho por haberme asustado de esa manera, aunque era una de las cosas que más deseaba que pasara al acabar las clases.

Héctor era alto como yo, esbelto, con el pelo marrón e igualmente de punta. Sus ojos eran normalitos, pero para mí eran los mejores ojos del mundo.

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Antes de montarnos en el coche, Héctor preguntó a Cris que si la llevábamos a su casa, a lo que ella asintió. En el camino, Cris me pre-guntó si había notado algo raro a la profesora de matemáticas, pero no sabía de qué me estaba hablando. Por segunda vez, Cristina dijo cosas como que en el momento en el que yo me fui al baño en la clase de matemáticas, la profesora explicaba en la pizarra el problema planteado de una forma un tanto extraña, ya que apenas se daba la vuelta y alguna que otra vez se rascaba la cara de manera algo bestia, como si le picara demasiado, algo que hacía de vez en cuando pero, en el momento que yo fui al servicio, de forma más pronunciada. Héctor rió fuertemente pero, yo, al contrario, con una de mis sonrisas de pensar, me imaginé la situación y también lo noté raro, aunque los tres pasamos rápidamente de ese tema.

Cris se bajó del coche cuando llegamos a su casa, y Héctor se su-ponía que me iba a llevar a la mía pero, contrario a esto, me llevó a uno de los más grandes parques de Madrid. No tenía que estudiar, así que no me pareció mal.

Al bajar del coche, la presencia de un chico de pelo negro sentado en uno de los bancos fuera del parque me hizo mirar, pero tan solo por apenas tres segundos, ya que después de esto procedí a volver a abrazar y besar a mi novio. Entonces comenzamos a entrar en el par-que y, buscando algún banco, finalmente nos sentamos en el césped ya que no hacía frío en exceso, y la chaqueta que yo llevaba era sufi-ciente como para al menos no resfriarme. No me fijé con precisión, pero no estaba el chico de antes cuando Héctor y yo entramos.

Entre beso y beso se nos hizo de noche y, de imprevisto, se acercó una chica de pelo liso y de color negro, con un brillo que parecía re-cién lavado. A la vez que nos parecía que iba a preguntarnos algo, también parecía que iba a pasar de largo, justo por enfrente de nos-otros dos. Sin embargo, al pasar cerca y por delante, se sienta al lado de Héctor, de manera que su mano derecha quedaba al lado de la mano izquierda de la chica. No me pareció buena idea, por lo que

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procedí a levantarme, con la intención de que Héctor se viniera con-migo a otra parte del parque.

El amago que Héctor hizo por levantarse fue molestado por la lista de turno, cogiéndole de la muñeca derecha. La mirada que le lanzó fue tan pícara y profunda que me hizo saltar.

-¡¿Qué crees que estás haciendo niñata?!- Dije.

No dejó de mirar a Héctor durante unos tres segundos, hasta que él, de un fuerte tirón, logró soltarse.

-¡¿Pero tú eres imbécil o qué te pasa?!- Dije de nuevo con total enfado. Me acerqué a ella pero, antes de que me diera tiempo a nada, Héc-tor me cogió del brazo.

-Vámonos, peque.- Me dice Héctor.

Y me llevó así durante un rato hasta que llegamos a otro tipo de zona verde.

-¡¿Quién coño era esa chica?! ¿Es que te conocía o algo?- Pregunté. -No, no sé quién es, pero me ha resultado familiar. Es como si... -¡¿Es como si qué, Héctor?!- Me adelanté.

-Es como si... ya hubiera sentido esa mirada antes, no hace mucho. -No entiendo. ¿Es una antigua amiga? ¿Una chica de alguno de tus grupos? ¿De alguna clase?

No me sentí cómodo de la manera en que esa chica miraba a mi novio. ¿Qué narices se pensaba? ¿Que podía ir mirando así a todos los tíos buenos que se encontrara por la calle? Me enfadó bastante, la verdad. Y me quedé con su cara. Esta ya no me la jugaba dos veces. Cómo se nota que no me conoce.

-No no, es solo que... Déjalo, Dennís. Simplemente me han sonado sus ojos, esa mirada que me ha echado, ¿vale?- Dice Héctor antes de sonreírme.

-Vale, cariño, pero no quiero que la gente te toque de esa manera, no me gusta.- Dije arrugando la cara al sentirme dolido.

-Sí, peque. No sé qué me ha pasado, pero me la quedé mirando por sus modales.- Dice Héctor recuperando su sonrisa.

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