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INDICE PRIMERA PARTE... 9 SEGUNDA PARTE TERCERA PARTE

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INDICE

PRIMERA PARTE ... 9

SEGUNDA PARTE ... 283

TERCERA PARTE ... 545

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PRIMERA PARTE

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Hoy es sábado 30 de octubre de 1976, una fecha que marcará una parte muy importante de mi vida. Me llamo Jaime, pero casi todo el mundo me conoce por “Mito”, por lo de Jaimito. Hoy es la inauguración de la “Discoteca HARLEM”, mi discoteca, nuestra discoteca, un local que hace apenas unos meses, nunca podía llegar a imaginar que llegaría a tener.

Estoy muy nervioso, mi inexperiencia es total, quiero atar todo para que la gente se lleve una buena impresión, esto es muy importante a la hora de abrir un negocio frente al público. Mi madre la María, mi único hermano Pere o Pedrito, mi entonces novia, la Manoli Antonio, un buen amigo de la familia y yo, somos los artífices principales de esta historia que tiene muchos otros protagonistas y muy importantes, y que os puedo asegurar que es absolutamente verídica. Quizás alguna de las fechas que se van a citar no coincidirán con el día que sucedieron, exactamente. Porque han pasado más de 40 años, y es muy difícil recordarlas con total fiabilidad, pero la mayoría si son exactas, porque las tengo documentadas.

Como podréis observar, en ningún momento he mencionado a mi padre, y es que desgraciadamente, lo perdí cuando yo era muy pequeño, poco más de 6 años, y ese día el 8 de Julio de 1961, es precisamente cuando empieza esta historia.

Mi padre trabajaba como ebanista en una empresa de muebles de Tortosa. Ahora se encontraba en Caspe, una ciudad de la provincia de Zaragoza, desplazado por cuestiones de su trabajo.

Aprovechaba, que permanecía allí toda la semana, para sacarse el permiso de conducir. Mi madre, mi abuela, mi hermano Pedrito de pocos meses y yo estábamos en Salou. La temporada de verano, mi madre, trabajaba como asistenta, en casa de unos noruegos, que pasaban allí todas sus vacaciones, y así, se sacaba un dinero extra.

Aquella mañana, mi madre, y yo, nos trasladamos a Tortosa, para pagar el alquiler del piso que teníamos allí. Aprovechamos el tiempo que nos quedaba, hasta coger el tren de regreso a Salou, para pasar a visitar a la que luego sería, mi tía Isabel, entonces novia de una hermano de mi madre, el tío José, y que trabajaba en una perfumería que se llamaba “Casa Miravalls”.

Estábamos allí sentados en la tienda, a punto de irnos, cuando de repente, entró otro de los hermanos de mi madre, mi tío Pedro y preguntó, muy alterado:

—Isabel, Isabel, ¿dónde está José? —preguntaba muy nervioso, tan nervioso estaba, que no se dio ni cuenta que mi madre y yo estábamos allí.

—¿Qué pasa hombre?, tranquilo, ¿qué pasa?... Jaume, Jaume.

—¿Qué le pasa a Jaume?

—Jaume se ha muerto, Jaume ha muerto.

—Pero que dices... ¿te has vuelto loco? —recuerdo el instante, en que mi madre se levantó de un salto de la banqueta, y exclamó:

—Qué Jaume, ¿qué Jaume?... —Mi tío se giró, y al vernos allí, le dio una especie de ataque de pánico, salió corriendo.

Isabel salió detrás de él, mi madre se quedó petrificada, yo a su lado, sin moverme, no entendía muy bien lo que estaba pasando. Al cabo de unos instantes entraron los dos, lloraban desconsoladamente, mi madre volvió a preguntar entre sollozos:

—¿Qué pasa?

—Que Jaume se ha muerto —Isabel abrazó a mi madre, y mi madre cayó desplomada. — María, María —gritaban los dos, yo estaba muy asustado, no quería que le pasara nada a mi madre.

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—Mamá, mamá, levántate por favor —le suplicaba. Alguien que pasaba por la calle al oír los gritos entró y preguntó qué pasaba. A los pocos minutos, vinieron dos personas, vestidos con una bata blanca, llevaban un botiquín grande de madera, parece ser que eran de una clínica que había allí cerca y que no puedo recordar cómo se llamaba, a los pocos minutos mi madre reaccionó. Al darse cuenta de lo que estaba pasando empezó a llorar y a gritar “Jaume, cariño”

yo estaba muy asustado. Era el sábado 8 de julio de 1961. Alguien, nos llevó a mi madre, y a mí hasta la ciudad de Caspe. Tenía apenas seis años, pero recuerdo aquel viaje en coche, como si fuese ahora, pues se me hizo larguísimo. Mi madre, apenas paraba de llorar, creía que nunca íbamos a llegar. No sé muy bien, si yo estaba asimilando, lo que estaba pasando. Al llegar, recuerdo que fuimos a un hospital, o algo parecido, y que había monjas. Precisamente, una de las monjas, le dijo a otra, Hermana por favor, llévese al niño, mientras cogía del brazo a mi madre, que apenas se sostenía, y la acompañaban a una habitación contigua. Yo me negaba a separarme de mi madre, pero al final, lograron sujetarme. Oí, a mi madre, llorar y gritar varias veces el nombre de mi padre, hasta que pasados unos minutos, volvió y me abrazó, ¿quieres ver al papa, “pobret”?, me dijo. Me asomé un momento a esa habitación, y vi un cuerpo tapado hasta la cabeza, no quise seguir mirando, tenía mucho miedo y entonces, empecé a llorar, y no había manera que pudiera dejar de hacerlo. Nunca supimos a ciencia cierta, de que murió mi padre, pues mi madre, no quiso que le hiciera la autopsia. Nos contaron, que había terminado de examinarse de su carnet de conducir, y al decirle que había aprobado con la alegría que tenía, puesto esto significaba un salto en su trabajo, le pidió al examinador si podía dar una última vueltecita en el 600 del examen, el hombre le dijo que sí, y fue entonces cuando cayó muerto al volante. Acababa de cumplir 33 años. Se especuló, que si un infarto, que si un corte de digestión, debido a las altas temperaturas... La verdad es que nunca supimos la causa de su muerte, pero qué más da, fuese la que fuese, no volvería.

El viaje de regreso, lo recuerdo todavía más cruel que el de ida. Mi padre, volvía con nosotros, pero iba delante, en un coche fúnebre. Supe después que el traslado del cuerpo de mi padre, hasta Tortosa, costó bastante dinero, pues por cada municipio, que pasaba, había que pagar unas tasas de no sé qué, a parte el transporte había que pagarlo, no había ningún seguro. La empresa donde trabajaba mi padre, en el momento de su muerte, no quiso hacerse cargo de nada, adujo que en el momento de su muerte, no estaba trabajando. Algunos años después, me enteré, que esa empresa “Maderas Sabaté”, se había arruinado, y lo había perdido todo.

“Dios, tiene una caña”, pensé, y “quien no cae hoy, cae mañana”.

La llegada de la comitiva fúnebre, a Tortosa, y nuestro domicilio, fue triste, muy triste. La calle, estaba llenísima de gente, decenas de personas, nos estaban esperando, y cuando vieron aparecer el coche, se hizo un silencio absoluto. En la puerta de mi casa, allí, en la calle “Santana”

nos estaban esperando la familia, todos de negro y llorando, cuando bajaron el féretro con el cuerpo de mi padre, la gente, rompió el silencio, y como si se hubiesen puesto de acuerdo, empezaron a aplaudir. Imagino que sería un acto reflejo de intentar darnos soporte. No recuerdo muy bien, con quien dormí esa noche, ni si tan siquiera logré dormir, nada más de pensar que mi padre, estaba en esa casa, metido en una caja, con una tapa de cristal, me producía un enorme dolor y una tremenda tristeza. Mi hermano Pedrito, no recuerdo haberlo visto, seguramente lo tendría alguien, tenía 6 meses de edad. Al día siguiente, 9 de julio, era el funeral, teníamos la Catedral de Tortosa, a apenas cien metros de casa, así que llevaron a

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hombros a mi padre, hasta la capilla donde iba a celebrarse la misa. Ahora, había centenares de personas que ocupaban la calle, desde mi casa, hasta la basílica. Y al llegar adentro, ya no cabía nadie más. Imagino que mi padre, sería muy conocido, y bastante querido, por la gente que fue a despedirle.

A partir de ahora, empezaba una nueva vida para nosotros. Mi madre se había quedado sola con dos niños pequeños y sin ningún recurso económico. Según oí a alguien el dueño de la empresa donde había estado trabajando, desde hacía años, ni siquiera le liquidó los días que le debía. Mi madre, tenía dos hermanos y dos hermanas, una vivía en Roquetes, era mi tía Cinta, tenían un colmado, la otra vivía en Valencia, la tía Pepita, esa al parecer, era la que mejor situada estaba económicamente, luego estaba mi tío José, que todavía era soltero, y mi tío Pedro casado, precisamente, con una hermana de mi padre, mi tía Nuri.

Al parecer, mi padre y mi tío Pedro, estaban haciéndose unas casitas, en las entonces afueras de Tortosa, más o menos a un kilómetro del centro. Debería de tratarse de una obra de estas que el ayuntamiento, regalaba los terrenos, con la obligación que tenías que urbanizarlos, y así contribuir al crecimiento de la ciudad. Según parece, se la hacían entre los fines de semana, los festivos, etc. Mi padre y mi tío, habían decidido aceptar el reto y empezaron a construir su futura casa. Cuando ocurrió la desgracia de mi padre, deberían de estar bastante adelantadas, porque no tardaríamos más de unos meses, en irnos a vivir allí. Era un barrio nuevo, todas las casas iguales y muchas estaban todavía en construcción, así como los colegios, que todavía no habían empezado a levantarse. Se llama el “grupo” “13 de Gener”. Aquello debería de tener para vivir unas mil quinientas o dos mil personas, o sea que era grande. No sé si fue idea de mi madre, o alguien se lo aconsejó, pero decidió montar una carnicería. La idea no parecía mala, pues las tiendas estaban alejadas y la gente que viviera allí tendría que comprar.

Seguramente algún familiar le ayudaría en la parte económica, pues montar todo aquello valía un dinero. La vida de mi madre no era fácil. Con nosotros, estaba mi abuela Isabel, que se hacía cargo de nosotros, pero mi madre cada mañana a las 8 cogía una bicicleta con un remolque, y se iba al matadero municipal que estaba a más de dos kilómetros de allí, cargaba toda la carne y todo lo que necesitaba, y volvía porque a las nueve tenía que abrir la carnicería. Recuerdo que llegaba reventada, luego tenía que atender el negocio por las tardes, en el patio que teníamos ayudada de mi otra abuela Enriqueta, y de mi tía Nuri, hacían la “caldera” para hacer las salchichas, morcillas, etc. No soportaba ese olor!!!, qué asco me daba!!! Luego, tenía que encargarse de la casa y de nosotros, mi hermano, apenas tenía un año. Así que no creo que pudiese aguantar este ritmo mucho tiempo, se había quedado muy delgada y estaba bastante demacrada. Mientras tanto mi prima “Maribel”, hija de mi tía “Nuri” y mi tío Pedro que vivían en la casa de al lado, y yo, empezamos a ir a un especie de parvulario privado. Se encontraba a un kilómetro aproximadamente, en frente del parque municipal, y estaba en un piso encima de un bar que se llama Bar Ribera. Lo gestionaban un matrimonio que a mí entonces me parecía muy mayor, ella se llamaba Cinta y el Vicente. Nos llevábamos la comida en una cesta, y nos quedábamos a comer allí. Entrábamos a las nueve de la mañana, y salíamos a las cinco de la tarde y la encargada de llevarnos y traernos normalmente era mi abuela Enriqueta. Yo pasaba muchísimo tiempo con mi prima Maribel, nos llevábamos muy poco tiempo y casi siempre estábamos juntos. Mi hermano, iba creciendo, pero todavía era muy pequeño.

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Estaba claro, que mi madre no podría soportar este ritmo durante mucho tiempo si no iba a acabar con su salud. Le salió una oferta y lo traspasó todo. Devolvió el dinero que le habían dejado para montar la carnicería y con lo que le sobró, cogió un piso en traspaso. En aquel entonces parece ser que por los pisos amueblados se pagaba un traspaso. Mi madre ya por aquel entonces demostraba que era un persona valiente, y emprendedora y que no la asustaba nada, ni nadie. El piso, muy grande, de cuatro habitaciones, estaba en pleno centro de la ciudad al lado del Parque y de la Plaza de Alfonso en la calle Genovèses, lo que se conocía como el carrer dels nasos. Y montó una pensión. Una pensión, donde en principio iba a tener huéspedes normales, pero que a los pocos días vinieron a hablar con ella los directivos del CD Tortosa, equipo de futbol de la ciudad que entonces militaba en una división nacional, y le ofrecieron que hospedara, solo a los jugadores que ellos le traerían, y que venían de fuera, serían cuatro o cinco, y el club, se hacía cargo de pagarles el hospedaje. Creo que eso era mucho mejor, esta gente suelen ser limpios, educados, y buena gente. Por allí a lo largo de los siguientes años pasaron jugadores que dejaron huella, en el equipo de entonces, y también en mí. Me hice un acérrimo aficionado al fútbol y al Tortosa, y como no a mi Barça. Recuerdo especialmente a Burguete un magnífico delantero, que acabaría fichando por el Córdoba y siendo máximo goleador de 2ª división, Amador, Ros, Echezàrra, Pedrin, uno de los primeros que tuvimos, venía de la zona de Murcia y al final, cuando se retiró, echó raíces en Tortosa. También venían mucho por allí Curto, Viñes, Descarrega etc. No me perdía ni un solo partido del CD Tortosa”.

Pero mi madre no podía ella sola con todo, así que la vecina, la Sra. Lola que tenía una tienda muy conocida en la ciudad y que se llama Baratijas, nos trajo una señora, que iba a ser, la salvación de mi madre, era la Sra. Pilar. Se trataba de una señora bastante mayor, creo que ni ella misma sabía su edad, pero con una energía y una fuerza envidiables. Un poco “justa de luces”, pero tremendamente trabajadora y excelente persona, siempre dispuesta para hacer lo que hiciese falta y siempre con buena cara. A mi madre, le cambió la vida, pues su ayuda, era inestimable. Mi hermano y yo íbamos creciendo. Estaba contento, porque a pesar del trabajo, yo veía que mi madre estaba bien y esto me hacía feliz, la pobre, había sufrido mucho, y lo que le faltaba. Empecé a ir a una especies de repaso, un local que había delante de Radio Tortosa y recuerdo que una de las personas que nos enseñaban se llamaba Rosita, allí empecé a aprender a leer y escribir, y mis primeras matemáticas. La vida sigue pasando, yo tomé mi primera comunión creo que en el años 1964, un año más tarde de lo que era habitual, por el tema del fallecimiento de mi padre. Estuve un tiempo yendo a catequesis. Había una monjita muy viejecita y sorda que me daba clases a mí solo, pues yo no iba a ese colegio, un colegio de monjas que había cerca de mi casa y que era solo para chicas, como mandaban los cánones de aquella época para los colegios religiosos, el colegio de La Consolación. Fue allí mismo donde comulgué por primera vez, 7 de mayo de 1964 y tengo que reconocer que pasé mucha vergüenza, tanto en los ensayos como en la ceremonia. Imaginaros 8 chicas y yo el único chico en el centro, cuatro niñas a cada lado mío yo marcando el paso, no me lo puedo creer. Al final creo que todo salió muy bien, a pesar del tembleque de piernas que tuve toda la mañana. Recibí muchas felicitaciones, me sentía como un artista de Hollywood. Era feliz, fue la primera vez en mi vida que durante todo el día me sentí el auténtico protagonista de la fiesta. Fuimos a comer a un sitio que en aquel entonces era bastante conocido, y que se ve que alguien de la familia conocía se llamaba Bar Restaurante “La Valenciana”.

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Estaba enfrente del parque. No sé lo que comimos, solo recuerdo que era algo de arroz, y que luego oí quejas de que no había estado tan bien como nos lo habían pintado. Creo que con el tiempo se acabó convirtiendo en una tasca. Nos compramos una tele, esto era un lujo, era una tele marca Zenith o algo así. Vinieron a instalarla a casa, a veces no se veía muy bien, la antena era de cuernos, no había nada más. Me acuerdo perfectamente del primer programa que vi, BONANZA. Sólo había una cadena y la programación era muy corta. La Sra. Lola y su hermana Anita, las vecinas alguna noche después de cenar venían un rato a casa a verla. Casi no cabíamos en el comedor. Era un privilegiado. Mientras tanto mi hermano iba creciendo poco a poco, ya debería tener 3 o 4 años. Nos íbamos haciendo mayores, entre los huéspedes, mi madre, y la Pilar, mi abuela Isabel venía alguna corta temporada a vernos, creo que no quería darnos mucho trabajo, bastante teníamos ya, era mayor. A pesar de todo lo que llevaba encima, mi madre siempre tuvo un momento para nosotros y siempre nos llevó limpios y aseados y nunca nos faltó de nada. Solo recuerdo una escena que cada vez que me viene a la memoria me entra una tristeza enorme y que pasados ya más de 50 años, todavía hoy llevo clavada en mi corazón. Era por la tarde y un amigo me propuso de ir al cine, al Coliseum allí al lado a ver una peli que estaba de moda. Yo fui a pedirle permiso a mi madre, me acompañaba el amigo. Estaba convencido que no habría problema, pero mi madre no me dejó ir, insistí mucho, ella estaba fregando el suelo de la casa de rodillas con una bayeta de lana y un cubo de agua, las fregonas no se habían inventado. Una y otra vez me dijo que no. Estaba muy enfadado y algo le dije a mi madre en presencia de mi compañero, que no le gustó nada y me echó de casa, fuera de aquí me dijo, ¡¡fuera, y no vuelvas!! Estaba realmente enfadada. Yo estaba muy preocupado por su reacción, nunca la había visto así. Al cabo de un rato y haciéndome el ofendido para disimular, volví a casa, entonces fue cuando me dijo.

–¿Qué querías sinvergüenza?, no tenía 50 pesetas para darte para el cine, mañana no tendría para comprar el pan, ¿qué quieres que te lo diga delante de tú amigo?

En aquel momento me sentí tan horriblemente mal, que me encerré en mi cuarto y no salí hasta la hora de cenar. ¿Cómo no me habría dado cuenta del problema?, el problema es que estaba acostumbrado a tener casi todo lo que quería, y esto por un lado era malo.

El siguiente capítulo de mi vida, será ya, uno de los más determinantes e importantes de esta historia, voy a ir al primer y único colegio de verdad de toda mi vida, era el año 1966, acababa de cumplir 10 años. Iba a ir a la INMACULADA. El colegio DIOCESANO DE LA INMACULADA era un colegio religioso privado y que se encontraba en lo que entonces era un barrio alejado de la ciudad, pero en realidad era un pueblecito aparte, “JESÚS”, se llama.

Tenías que ir en bus, o por tus propios medios, casi todo el mundo iba en autobús. Lo cogía muy cerca de mi casa en la Plaza de Alfonso cada mañana a las 8, 45 y cada tarde a la 14, 45. El colegio, como he dicho era privado, o sea de pago. Según tengo entendido, los honorarios del centro (500 pts. mensuales), los satisfacerla el tío José, otro hermano de mi madre que vivía en Tarragona. Cada vez que íbamos a visitarle donde vivía con su mujer la tía Isabel (¡qué buena persona!), la que se encontraba presente cuando nos comunicaron la muerte de mi padre y también con sus hijos gemelos nacidos hacía poco, mi madre me decía.

—Sobre todo dale un beso a tu tío, sé educado, cuéntale cosas. Él nos está ayudando, y te está pagando los estudios.

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No es que me supiera mal todo esta parafernalia, pero yo, nunca he sido ni pelotero ni besucón ni de niño, más bien todo lo contrario, esto no quiere decir que no sea agradecido y a lo largo del tiempo, precisamente con él, tendría una relación más estrecha de trabajo... pero sin grandes alardes de confianza.

Pero volvamos al cole. Estaba súper nervioso, tenía miedo, acojonado diría yo, de ir a un colegio tan grande, más de 700 alumnos. Imagino que las reglas de comportamiento y presentación serían atroces... Estoy seguro que no voy a durar mucho. Me equivoqué. Llegó el primer día, uf, como un flan esperando el bus, los primeros días mi madre me acompañaba a la parada, hasta que le dije.

—Mamá, por favor déjame ir solo, la parada está aquí en la calle de al lado, todos los chicos van solos.

—Bien, la próxima semana irás solo —contestó un poco a regañadientes—, pero pobre de ti que algún día pierdas el bus.

Nunca, ni un solo día en 8 años llegué tarde al colegio. El primer día me llevaron a la clase de 1ª preparatoria, el profesor D. Jesús, regordete de la tierra, amable, pero serio, nos dio la bienvenida, todos éramos nuevos. De este curso solo recuerdo dos anécdotas. La primera, un tonto de compañero como los que hay en todas las clases de todos los colegios, que estando sentados en el pupitre, de repente se levantó y dijo:

—D. Jesús, Codorniu está comiendo xiclet —todos se giraron, vaya vergüenza. El profesor me pregunta:

—¿Codorniu estás comiendo xiclet? —Asentí con la cabeza, colorada como la cresta de un gallo—. Pues tíralo a la papelera, y hoy sin recreo. Te quedas en el pasillo. Venga sentaos — continuó D. Jesús. Nos sentamos, no sé todo lo que le dije al chivato ese de mierda, pero seguro que me quedé con ganas.

A mí me encantaba salir al patio, sobre todo porque había dos campos de fútbol, de tierra, pero con porterías. El grande, era intocable, estaba en el centro del patio y era exclusivo para los mayores, los de bachillerato, a pesar de que estos no jugaban mucho al futbol, más bien se pasaban el tiempo de recreo hablando en grupitos de sus cosas. El segundo, más pequeño, también estaba ocupado por los medianos, a nosotros, de momento, nos quedaba un rincón de aquel enorme recreo donde hacíamos las porterías con piedras, o jugábamos al banderín, ¡¡qué 20 minutos más maravillosos!! hasta que sonaba la campana que nos anunciaba que lo bueno, por hoy había terminado. Sin duda solo tenía ganas de ir al “cole” por este rato en la mañana y otro por la tarde. El horario del colegio era bastante severo, de 9 a 13, 30 horas y de 15 a 18´30, los sábados de 9 a 14. ¡Cómo ahora! Allí también había niños internos que se quedaban a comer y a dormir, normalmente eran chicos de fuera, de pueblos de al lado, y había algunos que me parecía raro, que no iban a su casa ni para el fin de semana, ¿serían huérfanos? Lo que sí me enteré luego en el tiempo, es que los hijos de viuda, tenían preferencia a la hora de matricularse.

Los curas también vivían en el colegio, si sacabas malas notas o hacías una falta grave, tenía que ir al colegio el sábado por la tarde o el domingo, dependiendo de la gravedad de tu pecado, a estudiar allí. Menos mal que nunca tuve que ir. Hice mi segundo curso de preparatorias con el profesor D. Juan, un hombre más mayor que D. Jesús, tenía el pelo blanco, delgado, seco.

Ahora con el paso de los años, me parece el típico profe “intelectual” y siempre con un pelín de genio. Pero también lo recuerdo como una persona que me marcó bastante. Al cabo de unos

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pocos años, no le vi más por allí, no sé si se jubiló, lo echaron, o se fue. La disciplina y el orden que había imaginado que habría en la Inmaculada, llegaría un tiempo después cuando empezaría el bachillerato. No hace falta mencionar que en la época en que vivíamos, y en el lugar que estábamos, la foto de D. Francisco estaba presente al lado del crucifijo en todas y cada una de las clases y estancias del vetusto edificio. Y por descontado, todos los sábados del curso al medio día en el centro del patio, todos cantamos aquella hermosa y melodiosa canción patriota que empezaba así... “Cara al sol con la camisa nueva...”. Y pensar que yo, sí, yo, cantaba aquella cosa como si fuese el “La la la”. ¡¡Pero por favor!! Como iba yo a saber con 11 o 12 años, qué significaba aquello, pero si hasta fui a los campamentos de la O.J.E ¡y lo bien que lo pasé! Debido a mis buenas notas, supongo, pasé de la 2ª preparatoria, directamente al INGRESO, que era el curso previo al bachillerato. Decían que a las 5 mejores notas del curso los saltaban directamente, para aligerar un poco las clases que eran de más de 50 alumnos cada una.

Seguramente sería un buen estudiante entonces, porque yo fui uno de los elegidos para dar el salto. Pero esta parte tan positiva para mis estudios, tenía una parte negativa para mi persona.

Perdía a los compañeros de aquellos mis dos primeros años allí. Con alguno de ellos, ya tenía una relación más personal, y la verdad me sabía muy mal dejar de ir a la misma clase. Ya conocía más o menos con quien juntarme y con quien no tanto. Ahora vuelta a empezar, los vería sí pero solo en el patio, de hecho los primeros días del curso siguiente, iba a jugar con ellos, hasta que empecé a hacer nuevos “amistades” en mi nueva clase, y en este curso que empezó a dar un nuevo giro a mi vida y a mi personalidad, y fue entonces donde llegaría un nuevo personaje que compartiría mi vida en el colegio, durante los próximos 5 años: Mosén García, “Charuga” le llamaba todo el mundo, nunca me pregunté por qué. Un mosén al que muchas veces llegué a odiar, que incluso llamé ladrón por quitarme un libro, “Rocky”, que estaba leyendo en el patio y que me había regalado una chica, pero que después me di cuenta que no era tan malo, más bien le tendría que estar agradecido. Lo tenía de profesor de Religión, y además era como un tutor de unos 30 y pocos, siempre o casi siempre, mal afeitado, fumaba muchísimo, a todas horas. Bastante severo cuando se enfadaba, pero se le pasaba pronto.

Después sería más de mi tutor, mi entrenador en el equipo de fútbol, y esto hacía que lo viera de otra manera, más humana, no tan religiosa. Al final hicimos buenas migas.

Tendría 13 años, entraba de lleno en el inicio de mi pubertad, donde empezaría a conocer a descubrir cosas nuevas, nuevos gustos, nuevas inquietudes, todas las preguntas; las chicas, el sexo. Tuve mi primera paga oficial 50 ptas., y os diré que daban para el fin de semana. Aquella noche del 20 al 21 de julio de 1969, tuve la inmensa suerte de presenciar en directo por tv, uno de los hechos más impresionantes y a la vez, con el tiempo más controvertido, en muchos años.

El hombre, un tal Neil Amstrong, acompañado por Collins y Aldrin, puso por primera vez un pie en la Luna. Yo me quedé a verlo, en aquel momento, me pareció fascinante, era como una película. Después con el tiempo, se dijo que todo había sido un montaje. Pues qué queréis que os diga, yo me lo creí y me lo creo todavía hoy.

Este año también fue bueno para España en temas, artísticos digámoslo así. Después de que el cantante catalán Joan Manuel Serrat, fuera designado para representar a España en el famoso Festival de Eurovisión con la canción La, la, la, y después de promocionarla durante bastante tiempo, en el último momento se negó a ir porque no quería representar un gobierno fascista

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recordemos, gobernado entonces por Franco. Al final lo sustituyó una tal Massiel, y ganó el Festival, con lo que entonces esto significaba para el pueblo ya se habían acabado todos los problemas de este país, igual que cuando había fútbol por TV, y si era el Madrid, pues mejor.

El entonces admirado por mí Joan Manuel Serrat, fue vetado en TV y radio y sus discos fueron prohibidos durante bastante tiempo. También tengo que decir que yo crecí con las canciones de Serrat, sobre todo, porque creo que contaban historias con las cuales me identificaba,

“Paraules D´Amor”, “Para la Libertad”, “Cantares”, que preciosa canción. Además al cabo de unos pocos años, también sería parte importante del principio de esta historia, todavía conservo todos sus discos entre 1967 y 1990. Me emocioné especialmente con las canciones de

“poemas” de Miguel Hernández y Antonio Machado. Aunque hoy me sienta un poco decepcionado con él, quizás porque los años nos cambian un poco la manera de ver las cosas.

No se me dio mal el primer curso de bachillerato, hice nuevos amigos entre mis nuevos compañeros de estudios. Algunos de ellos pasarían a ser algo más que simples compañeros de clase, pasarían a ser compañeros de aventuras fuera del colegio. Los conservé algunos años, no demasiados, pero junto a ellos pasaría uno de los mejores ciclos de mi adolescencia.

Recuerdo con especial cariño a Manolo del Bar Sport, a Hermeto Codern de Vinallop, a Joan Fabregat (Mortadelo) por su parecido con el personaje del cómic, y a Víctor un chaval que vivía en Santa Bárbara pero estudiaba en Tortosa y de vez en cuándo se juntaba con nosotros. Mi primer curso de bachillerato, académicamente hablando no me puedo quejar matrícula de honor al final de curso con una media de notable. Empecé también a destacar en algunas asignaturas que me atraían más que otras. La novedad ahora, es que teníamos un profesor para cada tema. Ahora había que aplicarse en 7 u 8 temas diferentes. Rápidamente destaqué en Geografía, Historia, Religión, Lengua, Idiomas (latín poco) más bien francés. Inglés entonces no se daba, tardaría todavía un par de años, pero sobre todas había una que estaba sobrado: la educación física, me encantaba todo lo deportivo, saltaba bien, altura y longitud, corría rápido, distancias cortas y medias, participé en varios eventos deportivos, representando al colegio y casi siempre gané. Cada mes era un 10 en mis calificaciones, al igual que en Geografía, gracias a los métodos de mi profesor de aquel entonces Mosén Martorell, sin duda el mejor sacerdote que he conocido en mi vida y una de las mejores personas que recuerdo de entonces. También empecé a jugar en el equipo de fútbol “Estudiantes” que era el equipo alevín del colegio.

Resumiendo, un año muy feliz para mí. Como profesores de aquel año, algunos repetirían a lo largo de los cursos venideros, eran aparte de Mosén Martorell, estaba su hermano que daba Formación del Espíritu Nacional, no parecían hermanos, también creo que su asignatura no era precisamente santo de su devoción. El Sr. Suárez era profesor de Formación Manual y dibujo, al cabo de los años me hizo unos trabajos para la Harlem. El de Literatura Española era Buera, siempre bien vestido elegante, serio. El de matemáticas no me acuerdo como se llamaba, pero le llamábamos “cecio” porque seseaba. De la educación física, la mía, se encargaban dos de diferentes, uno era el Sr. Fornós, de falange y el otro se llamaba Miquel. Por cierto, el Sr.

Fornós me salvó la vida en unos campamentos de la OJE de verano que estuve cuando tenía 13 años, en la Riba. Aquello era como ir de “Boy Scout”, nada de política. Me bañé en el río, luego me fallaron las fuerzas, todo el mundo se reía porque se creían que hacía broma, pero él que estaba allí de monitor, se dio cuenta de lo que pasaba, y no dudó en tirarse y sacarme.

Recuerdo que a consecuencia de esto, me hicieron unas pruebas médicas, y a resultado de las

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mismas, me prohibieron jugar al futbol, durante un tiempo. Decían los médicos que tenía un pequeño problema de corazón. Parece ser que afortunadamente, con el tiempo se solucionó y no tuve problema en volver a jugar. Hubiese sido terrible para mí no poder jugar al fútbol.

Mi paga se multiplica, 100 ptas. Los domingos, ¡¡¡era ricoooo!!! Llegó el 2ª curso de bachiller, los estudios seguían yendo bien, quizás no tan excelentes como antes, pero bien. Seguramente influiría que mi cabeza empezaría a distraerse con otras aficiones que hasta aquel entonces, no habían llamado mucho mi atención, la música, y otra las chicas. Ya dejé de jugar todas las tardes, hasta que mi madre me llamaba, en la calle con mi amigo de barrio Rollán, al fútbol, una de mis pasiones, para toda la vida. Buen chaval Rollán, no tenía amigos, o no los conocía, me parece que su padre era aparejador a algo así, y su madre maestra y le daba clases. Aquel domingo por la tarde hacía mal tiempo, por la tele hacían un gran partido de futbol el R.

Madrid – Barcelona, ¡¡mi Barça!! y por primera vez que yo recordara, vi ganar a mi querido equipo 0 – 1 en el Bernabeu. Gonzales, uno de mis compañeros de entonces, era del Madrid, aquella tarde disfruté burlándome un poco de él. La verdad es que eran los años en que siempre ganaba el Madrid, eran los años de los Gurucetas y compañía, pero no tardaría mucho tiempo en comenzar a cambiar la historia. Mi hermano Pedrito también iba creciendo, ya iba a tomar la 1ª comunión, lo hizo en la parroquia de San Blas, la que nos tocaba, la comida en la Hermita de Mig Camí. Un lugar bonito en plena montaña ideal para jugar, corretear y no molestar a nadie. El próximo curso, dice mi madre, que también ira a la Inmaculada, veremos.

Cada vez pasaba más tiempo con mis amigos y claro menos en casa estudiando, pero si bien mis notas no eran tan “excelentes” como unos meses atrás, tampoco era ningún “desastre”.

Empezamos a reunirnos casi todos los días por la tarde al salir del colegio, el que menos venía era Manolo, su padre tenía un bar llamado BAR SPORT, lo hacía ir pronto para ayudar.

Normalmente por las tardes cuando el tiempo lo permitía, nos íbamos al Parque, sí, a mi querido Parque Teodoro Gonzales, escenario de mis aventuras, paraíso de mis principios amorosos, de mis vergüenzas, de mis alegrías, de mis ilusiones, de mis sueños, de mis miedos de adolescencia. Mi segunda casa. Donde cuando llegaban las fiestas mayores “La Cinta”, prácticamente me pasaba el día entero, mañana y tarde, hasta la hora de cenar.

Ponían la feria, había de todo; autos de choque, el tren de la bruja, el látigo, la ola, la barca, la tómbola del mono, barracas de tiro etc. Ah ¡y el teatro Guiñol! Poco a poco a los compañeros de cole, Joan, Hermeto, Manolo, Víctor etc., empezaron a juntarse alguno más como Arenós, que su padre tenía un almacén de frutas, o Marti. Y también empezaron a unirse alguno de esos seres encantadores que antes os decía; ¡¡las chicas!! Creo que todo empezó porque Manolo, no sé cómo, comenzó a salir con una chica. Nos quedamos parados por la sorpresa. ¡Jo! La chica se llamaba Mª Cinta y tenía otra amiga que se llamaba, o llamaban Karina, porque decían que se parecía a la cantante de la época del mismo nombre. Total que en pocos días teníamos a cuatro o cinco chicas metidas en el grupo, ya éramos una colla. Especialmente de las chicas recuerdo a Karina, Nuria S., Nuria G, Anna – Pili, La Pija, M. Cinta, su prima M. Carmen B.

que vivía en Barcelona, pero pasaba los fines de semana aquí. etc. Pero ninguna de estas, de momento, pasaría a ser mi primer amor. Este estaba por llegar... y no tardaría; estaba a punto de conocerlo. Empecé a verla paseando por la calle, siempre iba con otra chica. Era rubia, muy guapa, para mí la que más, y tenía una peculiaridad que es la que, a falta de saberlo, le dio nombre para mí, siempre que la veía llevaba un jersey de color rosa, con una vía azul. Pasó a

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llamarse la de Rosa. Empezamos a cruzarnos varías veces por las calles donde paseábamos:

Sant Blas, Ensanche, plaza de Alfonso, Avda. Generalísimo. Comencé a fijarme en ella cada vez más y más embobado, ¡¡cómo me gustaba!! Al pobre González lo tenía cansado solo le hablaba de ella todo el día. Así que los cruces cada vez eran más frecuentes y buscados por mi parte, literalmente la perseguía a distancia. Ella al final se dio cuenta de cómo la miraba, con vergüenza y disimulo, y empezó a mirarme también sin esconderse, con este coqueteo tan inocente pero a la vez tan femenino de una niña de unos 14 años, pero que no disimulaba, que no le desagradaba que la mirase. Yo estaba loco, deseaba con todas mis fuerzas que llegara el fin de semana para verla de nuevo. El día que no la veía la semana se convertía en eterna. Así iban pasando los días y los meses. Los estudios continuaban, ya empecé 3º de Bachiller. Y ahora sí el bajón a nivel de notas fue enorme. Solo tenía cabeza para la de Rosa, no podía concentrarme en nada más. Tenía 15 años, el curso pasó sin pena ni gloria, me quedaron tres asignaturas que tendría que recuperar en septiembre si no quería repetir curso: matemáticas, física y latín. Mi madre seguía con la pensión, pero ahora ya venían menos jugadores de fútbol, no fue una buena época para el CD. Tortosa, y apostaron más por la gente de la comarca.

Llegado este punto, tengo que hacer un capítulo aparte, porque se trata de unos de los episodios más tristes de esta historia y que como dije antes, demuestra la existencia de la mala gente, de la escoria, que hay en todas partes. Como ya he dicho mi madre era una persona joven y de buen ver, de carácter abierto y desenfadado, su mérito tenía después de todo lo que había pasado. Pues bien, alguien aprovechó su manera de ser para escribir un artículo, que seguramente, le haría conocido porque por sus méritos profesionales habría pasado con más pena que gloria. Un día apareció una reseña en un periódico denominado entonces Diario Español “prensa del movimiento” y firmado por un tal José Mª García Langelán, y publico su nombre porque fue juzgado y condenado, era un periodista local donde decía más o menos que los jugadores del CD Tortosa, no rendían, entre otras cosas, porque se repartían los amores de su patrona. A mí directamente nunca nadie me dijo nada de todo lo que estaba pasando, pero después con los años y al comprender todo que había sucedido, no puedo ni imaginar por lo que debió de pasar mi pobre y querida madre, y prefiero que no me hubiese dado cuenta entonces porque no sé de lo que hubiese sido capaz de hacer, a pesar de mi edad, pero es que la rabia me hubiese cegado como ahora. Sé que mi madre hubo un tiempo en no quería salir a la calle, estaba hundida, no era para menos, aquello no dejaba de ser un pueblo grande. Los propios jugadores indignados también, la animaron a seguir como era y que mandara a todos a la mierda. Apoyada por el CD Tortosa, mi madre presentó una denuncia por calumnias y difamación. El primer juicio lo perdió pues el juez aducía que no se nombraba directamente a nadie, así que absolvieron al sujeto. Pero mi madre no se rindió y acudió al supremo, no estaba dispuesta a pasar por esto. Al cabo de unos meses, el Tribunal Supremo le dio la razón. Decía la sentencia que en una ciudad pequeña y nombrando una pensión para los jugadores, pocas dudas había de la mala intencionalidad del periodista. Le condenaron a 2 meses de arresto, una rectificación pública en los medios de comunicación, una multa de 5.000 ptas. y una indemnización a la víctima de 25.000 ptas. Se había hecho justicia. Creo que nunca volvió a escribir en el mismo periódico. Pero en realidad, el mal ya lo había hecho. Después pensando..., si es verdad que en el colegio durante una temporada, algunos personajes gilipollas me miraban con una risita tendenciosa como de burla, sobre todo los más mayores, imagino sus

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comentarios y los de su casa... También hubo un tiempo que una pandillita de pijos de tres al cuarto, hijos casi todos ellos, de la gente pudiente de la ciudad, me perseguían y me amenazaban sin ninguna razón aparente. Eso sí nunca venía uno solo, como es normal en estos individuos, siempre cuatro o cinco. Allí donde me veían, venían a meterse conmigo, yo no les tenía miedo, pero me resultaba muy molesto. A veces llegué a aborrecer tener que ir al cole.

Mi madre se enteró de que algo estaba pasando, y un día desde la ventana de casa les vio en pleno acoso. Me dijo que por qué no le había dicho nada, ¿para qué?, no quería que mi madre solucionase mis problemas. Fue al colegio, habló con el director entonces M. Giner, me llamó, me preguntó qué estaba pasando y quienes eran, le contesté algunos de 5º y 6º, pero no sabía cómo se llamaban, sí lo sabía sí, por ejemplo Gallego o Segarra o Galiana, pero me callé, no quería más problemas. El director tampoco tenía mucho interés en que flotara la porquería en un colegio como aquel, así que no insistió más. El acoso se repitió durante unos meses, hasta que llegó un día que me cansé, cogí un palo y lo escondí detrás de la puerta del portal de mi casa y me fui al colegio. Por la tarde a la salida, me dirigí a casa a merendar y dejar la cartera.

Allí estaban los tres o cuatro de siempre.

—Eh Codorniu gilipollas, ven que te vamos a contar una cosa.

Salí corriendo, yo era más rápido que ellos, bastante más, llegué al portal, cojo el palo, bastante gordo por cierto, me planto.

—¿Qué pasa? —les digo, enseñándoles el palo.

—¡Uy! mira el chulito —se acerca uno, záaaas, con todas mis fuerzas, no le toco, pero casi.

—Como volváis a molestarme os mato, avisaré a la policía...

—Y una mierda nos vas a dar tú —pero se largaron. Nunca más volvieron a meterse conmigo.

Uno de ellos el tal Segarra, unos días después mientras esperábamos el autobús para el cole, se acercó y me dijo.

—Ostras “Codor” no te cabrees, eran solo bromas, no pensábamos hacerte daño.

—Pues se acabaron las bromas —le contesté—, ¡así que dejadme en paz! —.A pesar de la diferencia de edad, éramos casi iguales de estatura.

—Bueno, vale, no te pongas así —me contestó. Luego pasados unos meses, me enteré por una chica, que el problema que tenían conmigo era simplemente de celos, porque las pijas que iban con ellos una vez les dijeron, mira que chico más guapito, qué majo es, señalándome a mí, y se ve que desde entonces me cogieron envidia y me llamaban el guapet. Al parecer lo que tenían era un complejo de inferioridad galopante.

Llegaron nuevos huéspedes a la pensión: Carlos, un señor vasco que vivía en Zaragoza y que era el promotor de una obra que se estaba haciendo en la ciudad, al otro lado del río y que se llamaba “La Torre de Tortosa”, allí estaría dos o tres años. También llegó un señor bajito, poca cosa físicamente (perdón Antonio), pero tremendamente excepcional y buena gente. Con el tiempo ya veréis, persona super importante en las “Historias de la HARLEM”, era ANTONIO NIETO, en mayúsculas. Era ferroviario, y creo que venía de Albacete destinado allí, donde acabaría con los años casándose y siendo un tortosí más. Yo seguía yendo todas las tardes de verano, todas, con la panda al parque y a ver si tenía suerte y pasaba mi amor. Hubo una ocasión que recuerdo que me desanimé tanto, que casi llegué a perder la esperanza, no ya de salir con ella, sino incluso de llegar a conocerla. Aquella tarde llegó Gonzales y me dice:

—¡Ostras! Codorniu, la de rosa ha estado en mi casa.

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—¿Qué?, cómo que ha estado en tú casa, ¿¿me tomas el pelo??

—Sí, es que era el cumpleaños de mi hermano mayor —18 creo que tenía, y también iba a la Inmaculada a 6ª—. Total que ha hecho una fiestecita con algunos amigos y amigas, y ella ha venido con su amiga y otras chicas.

—Y ¿qué ha pasado?

—Ella se ha liado con un amigo de mi hermano a besarse allí en el sofá.

¡Mierda!, decepción, desengaño, adiós a mis esperanzas, tenía novio...

—Pero ¿sabes si sale con ella?, o ha sido un ligue.

—No sé, no la había visto nunca con él.

—Uf —Luego al paso de los días pensé que el amigo Gonzales, había exagerado un poco, lo había dicho para hacérmelo pasar mal, seguro. Pronto saldría de dudas. Justamente unas pocos días después, y estando con los amigos sentados en uno de nuestros inseparables bancos del centro del parque, allí venía ella con su jersey de color rosa y su amiga de siempre. Alguien del grupo comentó.

—Mirad por ahí viene el amor de Mito —levanté la mirada de golpe, era ella. Sentada con nosotros estaba Mª Cinta la chica que salía con Manolo, la cual sorprendida, exclamó.

—¿Pero esta es la que tanto te gusta?

—Sí, ¿por qué?

–Pues porque la conozco, vive por donde yo. Espera que te la presento, se llama “Feli”. —No, no, para por favor ¡¡ahora no me la presentes!! —Estaba muerto de vergüenza y de miedo, me había pillado de sorpresa, si le caía mal estaría hundido para siempre.

—Venga hombre si es una chica muy maja y simpática.

—Bueno la próxima vez que la veamos —le dije.

—Como quieras. —La interrogué a fondo— Feli, ¿qué nombre es ese?

—Pues “Feli”, de Felicidad.

—Dios mío qué nombre tan bonito y adecuado —pensé—, ¿sabes qué edad tiene? —Creo que sobre 15 como yo —y la madre de todas las preguntas— ¿sabes si sale con alguien?

Décimas de suspense, incertidumbre total….

—Que yo sepa no, nunca la he visto con nadie, a parte de sus amigas, le preguntaré, voy al corte con ella. —Parecía que el destino me había puesto un puente. Y antes de lo que pensaba, porque a los pocos minutos, pecando de inmodesto, creo que lo hizo a posta, porque me vio allí sentado y con Mª Cinta a la que ella conocía, volvió. Así que en el momento de pasar por delante de nosotros, hizo como una paradinha, y saludó con la mano a la chica, la cual sin dudarlo se levantó y se dirigió hacia ella. Yo giré mi cabeza y miré hacia otro lado, que apuros estaba pasando, hasta que oí decir mi nombre.

—Mito, Mito, ven —me levanté me dirigí hacia ellas, oía las risas de los que estaban en el banco.

Os juro que en esos 7 u 8 metros que nos separaban, me temblaron más las piernas que en toda mi vida.

—Mira Mito te presento a Feli —ella reía pícaramente, su amiga me observaba de arriba abajo.

—Feli, este es Mito, bueno Jaume, ahora ya os conocéis —le tendí la mano, como un flan, me la dio, me iba a dar algo. Mª Cinta, se quedó con nosotros, cosa que le agradecí enormemente, no habría sobrevivido allí solo. Los demás, en el banco se partían el pecho.

—Quedáis un día para dar una vuelta —dijo Mª Cinta.

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—Sí pero tendrá que esperar unos días —contestó la Feli.

—¿Y eso?, ¿qué te vas de viaje o qué? —pregunta la amiga de Manolo.

—No, es que pasado mañana me operan de apendicitis.

—¿Ah sii? —Siguieron conversando las dos, mientras yo allí quieto sin decir ni pío, tampoco sabría qué decir.

—Pues ya ves la tengo inflamada y tienen que operarme —continuó la improvisada charla entre ellas dos, con su amiga y yo de espectadores.

—Pero si quieres puedes venir a visitarme a la clínica —me soltó la “Feli”.

—Por mí encantado —estaba soñando.

—¿En qué clínica estarás?

—En la clínica Tortosa.

—Sí, sé cuál es, pues esperaré un par de días —entonces una apendicitis eran 8 días de hospital—, que estés un poco recuperada y vendremos a verte.

—Pues muy bien hasta entonces.

—¡¡Que tengas suerte!! Que todo vaya bien —le dije mientras se alejaban las dos.

Ahora ya me había soltado, hubiese tenido cuerda para rato. Es lo que tenemos los tímidos, nos cuesta, pero cuando nos soltamos... cuesta de pararnos.

Fue como si mi vida empezara en aquel instante, que con poco más de 15 años, todo lo anterior, no hubiese existido. Mi sueño estaba a punto de hacerse realidad, como una película. Estuve dos o tres días sin enterarme de nada de lo que pasaba a mi alrededor, solo tenía a la de Rosa en mi cabeza, día y noche. Me ponía en mi cuarto con mi casette portátil debajo de la almohada, para que nadie lo oyera, nada más que escuchando música lenta recuerdo sobre todo a Adamo y Julio Iglesias, pero había una canción en especial que la escuchaba una vez tras otra y no me cansaba... “No puedo quitar mis ojos de ti”, la cantaba un tal Matt Monroe, y expresaba, exactamente lo que me estaba pasando. Eran vacaciones de verano, me habían quedado tres para recuperar, tenía que estudiar, pero no podía...

Después de pasar por toda clase de bromas, de mejor y peor gusto, por parte de mis amigos, les convencí, no después de mucho insistir, de que hiciéramos una pequeña recolecta, para llevarle un detalle cuando fuéramos a visitarla, no iba a ir solo, de ninguna manera, no me atrevía. Ellos, con razón, esgrimían que era la chica que me gustaba a mí, que ellos no pintaban nada. Al final logramos reunir 300 ptas. y fuimos a la pastelería inglesa de la calle Sant Blas y le compramos una caja de bombones, en papel de regalo, por favor. Quedaría como un señor.

Aquel día a media tarde, Manolo y Joan, me acompañaron al hospital. Preguntamos el número de habitación. Tuvo que llamar Manolo a la puerta, porque yo ni a eso me atrevía.

—Adelante —dijo alguien, era su madre, pasamos.

—¡Uy! Hola —dijo la Feli, sonriendo, qué guapa estaba con su pelo rubio suelto.

—¿Cómo estás? —le pregunté.

—Bien, mira esta es mi madre.

—Hola ¿qué tal?

—Mamá este es Mito y los otros no me acuerdo como se llaman.

—Manolo y Joan —dije yo—, hola señora mucho gusto. Mira te hemos traído un pequeño obsequio para que se te endulce un poco tu estancia aquí —frase cursi y repelente, me parece ahora—, es de parte de todos —le dije.

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—Muchas gracias, qué mono eres —me dijo, me encantó la frase. La madre alegando que estábamos nosotros allí haciéndole compañía, iba a salir a tomar un poco el aire. ¡¡Qué bien!!

Estaba muy cortado...

—Ven siéntate aquí en los pies de la cama —me pidió. Jó. Era más de lo que hubiese podido soñar. Estuvimos los cuatro charlando unos minutos, mis amigos con la excusa de que tenían que irse, nos dejaron solos. Creo que estuvimos hablando de cosas sin demasiada importancia de nuestros gustos de música etc., hasta que llegó su hermana mayor, muy guapa también, con su novio, y después de saludarnos, me marché. Os juro que no me di cuenta de cómo llegué a casa, no recordaba el casi un kilómetro de distancia que recorrí. Ni que decir tiene que fui a visitarla todos los días, hasta que salió de allí. Y fui solo, y poco a poco fuimos conociéndonos así por encima. Uno de los días me dijo que le caía bien a su madre, y su hermana, le había dicho que era un chico muy mono, otra vez... bueno creo que eso era como un piropo.

Ahora tardaría unos días en verla, pues tenía que estar en casa recuperándose. Aprovecharía para estudiar, si podía. Llegarían los exámenes de septiembre, y tenía que aprobar como fuera, de ninguna manera quería repetir curso, qué vergüenza. En casa todo marchaba normal, mi madre como siempre muy atareada contando con la inestimable ayuda de la Sra. Pilar. En aquellas fechas mi madre, por primera vez, era joven todavía, tendría unos 30 y pocos, se hizo una amiga, Encarna, creo recordar, y aprovechaban los domingos en los que normalmente no había huéspedes, para salir a tomar algo o ir al cine. Me gustaba que mi madre se distrajera un poco, la vida estaba siendo muy dura con ella, y más que lo sería por desgracia. Me hacía feliz verla sonreír, aunque fuera a ratitos pequeños En aquellos tiempos, había cuatro cines en Tortosa, y si contamos el Montepío de Ferreries cinco. Estaba el Goya, este fue el primero que desapareció, en su lugar construyeron el Hotel Berenguer, estaba el Niza, que después se convirtió en cine de Arte y ensayo o sea que la mayoría de películas que proyectaba eran subtituladas. Recuerdo especialmente “Helga”, fue un acontecimiento. Teníamos el Fémina y por último el Coliseum, el “Coli”. Como lo conocíamos, el más grande, y además de cine, era teatro. Precisamente fue en el coli una de las pocas veces que fui al cine con mi madre. Hacían la película “El Baile de los Vampiros” de Sharon Tate y Roman Polansky, todos sabemos el trágico final de la actriz en 1969. Pues para poder entrar a ver esta película tuve que ir a casa y ponerme pantalones largos. Era para mayores de 18 años. Yo era bastante alto, pero no colaba, al final con los pantalones largos y entrando por otra puerta, conseguí pasar. La película me encantó, pero no sé por qué no era autorizada para menores, tampoco se veía nada raro.

Nosotros vivíamos muy cerca de una clínica, la clínica Sabaté, pues bien cada vez que mi madre no estaba en casa por alguna razón, y oía una ambulancia, se me estremecía el corazón, creía que era ella que le había pasado algo, y no paraba de rezar, hasta que volvía, para que no fuera ella. Lo pasaba fatal. Tenía en mi memoria la muerte de mi padre y no soportaría que a mi madre le pasara algo. Una vez, sé que estuvo bastante enferma, porque el médico, el Dr.

Alegret, venía cada día a casa a verla. Yo me encerraba en el lavabo a rezar con todas mis fuerzas, para que se curara. Hoy cuando escribo estas historias de mi vida, todavía la conservo, tiene 87 años y solo me tiene a mí. Por eso varias veces al día rezo a Dios que me la conserve siempre. Pero ya os he dicho que mi madre era de una pasta especial. No solo se recuperó de la enfermedad y el golpe moral, que supuso el tema del desgraciado aquel, sino que encima tenía ánimos para ampliar el negocio.

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