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Escuché Decir Al Viento Metáforas Para El Bienestar Con PNL

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Academic year: 2021

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ESCUCHÉ DECIR AL VIENTO

Metáforas para el bienestar con PNL

Sergio Hernández Ledward

Prólogo de José Merino Pérez Ilustraciones de Citlalli Hernández Ledward

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Derechos de autor

2ª Edición.

Derechos reservados: Sergio Xavier Hernández Ledward

03-2010-091012063200-01 Sierra Nevada 402, Col. Arboledas

Celaya, Guanajuato. 38060 México

escuchedeciralviento@gmail.com

Ilustraciones: Citlalli Hernández Ledward

Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización escrita del editor.

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Índice

Derechos de autor Índice Dedicatoria Agradecimientos Prólogo Bienvenida 1- Palabras danzantes 2- Ego y estrellas 3- Aire 4- Sueño 5- Igualación 6- El guerrero insatisfecho 7- Llamarada turquesa

8- Un pequeño granito de arena

9- Junto al río 10- Territorio 11- Recuerda 12- Dos hermanos 13- Peregrinación 14- Luna 15- Yolotepec 16- Magia 17- Ís y Tromma 18- Raíces

19- La mestiza de mar y selva

20- El sultán estaba triste

21- El hombre y el delfín 22- Caminos 23- Primavera 24- Tortuga marina 25- Shuuu, shuuu 26- Ilusión 27- Desmusgarme 28- Mapa 29- Fiesta 30- El cocodrilo y el jaguar

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31- Graduación

32- Entrenamiento

33- La manzana de la curación

34- Historias al viento

UNA NOCHE Y MIL NOCHES MÁS – El arte de la comunicación metafórica Características de la metáfora

1.- Comparación 2.- Nuevos significados 3.- Intencionalidad

4.- Comunicación indirecta Haciendo flexible el lenguaje Los usos de la magia

Metáforas al gusto

Ponle más magia a la magia Envoltura del regalo

El lenguaje como metáfora Sobre Sergio Hernandez Ledward Para contactarlo

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Dedicatoria

Para Mercedes, Edgar y Ofelia Metáforas de amor, tan distintas,

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Agradecimientos

Con toda mi gratitud para cada persona que ha compartido conmigo algún cuento, fábula, historia, leyenda, metáfora. Familia, maestros, amigos, alumnos, mil gracias por ponerle palabras al viento.

Y de modo muy especial todo mi agradecimiento para Momo y Casiopea, Ayla, Mowgli y el hermano gris, Albus y Harry, Bastián y Atreyu, Sandokan, el bollito redondito, Nemo, Frodo, Trancos y el bosque de Lorién; también para el bosque Mitago, para Hari Seldon y la psicohistoria, Kim el amigo de todo el mundo, Sherezada, Héctor Belascoarán Shayne, López y sus pasos, Eragon y Saphira, Pecos Bill en la voz de mi papá, Ásterix y la resistencia gala, Konstantin Von Sauerkraut. Han sido una maravillosa compañía.

Gracias Citla, por ponerle arte a estas páginas. Gloria y Luis Enrique muchas gracias por todas sus correcciones y su atenta lectura. Oscar, sin tu apoyo este viento difícilmente podría sentirse entre las manos. Pepe tu vuelo de dragón sigue siendo inspirador. Gracias también a todos los grandes amigos-maestros que con toda generosidad se tomaron el tiempo de leer y recomendar mis palabras. Sin lugar a dudas gracias a Edgar mi hermano y a Juan Francisco por abrirme la puerta a la que ha resultado una deliciosa aventura.

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“Sergio, ¡Bravo por esta hermosa pieza de música en palabras, que encanta al corazón y abre la mente!” –

Ste phe n Gilligan, PH. D, discípulo de Milton Erickson y de Gre gory Bate son, co-autor de “El viaje de l hé roe : una jornada de autode scubrimie nto”

“Las metáforas de Sergio son un llamado a la sabiduría más profunda de cada persona – la sabiduría tanto del corazón como del cerebro. Te recomiendo pasar algún tiempo reflexionando sobre ellas y descubriendo el significado especial que tienen para ti” - Tim Hallbom, co-autor de “Identificación y cambio

de cre e ncias”, fundador de NLP of California

“En este libro, Sergio Hernández Ledward nos transporta a un lugar de magia y sabiduría. Sus historias nos invitan a mirar al mundo con asombro; son un recordatorio tanto de la fragilidad como de la fortaleza de nuestra cualidad humana. Escuché decir al viento es verdaderamente inspirador” – Jan Elfline, PH. D,

maste r coach ce rtificada por la ICF y fundadora de l NLP Coaching Institute

“Leer este libro es tener la oportunidad de contactar no sólo con el maravilloso mundo de las metáforas, sino con un alma vieja y joven a la vez, dulce y sutil, tierna y sensible de “palabras danzantes” que “sueña despierta”, como lo es el alma de Sergio” – Mónica Esquinca, experta en autoestima infantil y directora del

Ce ntro Me xicano de PNL e n Ciudad de Mé xico

“Sergio, cuál músico privilegiado, nos lleva a través de sus metáforas a un concierto que pide ser escuchado desde el corazón, mas le trasciende y nos lleva al despertar del espíritu” – Dr. Juan Francisco

Ramíre z Martíne z, fundador y dire ctor de l Ce ntro Me xicano de PNL a nive l nacional

“He tenido el gusto de abrir las páginas de este libro y adentrarme al mundo maravilloso de las metáforas, presentadas de forma generosa y mágica por Sergio, quien seguramente las tomó del viento. Sé que al igual que yo, leerán una y mil veces este libro, tantas veces como llantos, risas, dolores, amores y deseos tengan y sientan, tantas veces como necesidades de descubrir la vida, hasta llegar a la sorpresa de comprender que nosotros mismos, somos una metáfora más en el libro de vida” – Walter Díaz Ovalle, fundador de la Red

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Prólogo

Es verdad, no es un cuento; hay un Ángel Guardián que te toma y te lleva como el viento y con los niños va por donde van.

Gabriela Mistral

Hace algunos años asistí en Guadalajara a una pequeña reunión de facilitadores del Centro Mexicano de Programación Neurolingüística en la que participaba Robert Dilts. Era una excelente oportunidad para muchos de nosotros de preguntarle, a uno de los creadores y difusores más importantes de la PNL una buena cantidad de dudas e inquietudes. Las respuestas eran en su mayoría de lo más atinadas y claras. De todas las respuestas recuerdo, a través de los años, solamente una. “¿Cuáles son las estrategias que te permiten alcanzar la genialidad que todos observamos en ti?” – “Escribir”- fue la respuesta. Escribir como un ejercicio fluido, creativo, libre y ajeno a expectativas y fracasos anticipados. Esa fue su recomendación.

A pesar de que Sergio Hernández, el autor de este magnífico libro, que hoy tengo la oportunidad de prologar, no se encontraba en dicha reunión, ha aplicado perfectamente el consejo de Robert Dilts. Este libro cumple cabalmente su recomendación en dos sentidos. El primero de ellos en tanto que tú, amable lector podrás encontrar en sus páginas conceptos e ideas claras, amenas y atractivas; escritas todas ellas en un lenguaje amable, como si se tratará de una conversación entre un mentor y una persona interesada en desarrollar, no solamente habilidades muy específicas, sino también convertirse en una mejor persona.

Lo segundo en lo que se cumple la recomendación de Robert Dilts es que en efecto la escritura y muchas acciones más - con las cuales Sergio está comprometido - lo han llevado a alcanzar un nivel de genialidad en las tareas que realiza como maestro, terapeuta, coach, instructor y desde luego escritor.

Me parece importante señalar que a lo largo de este texto encontrarás un diálogo abierto con el autor y no solamente una exposición de técnicas y propuestas teóricas. En más de una medida el libro ha sido escrito por Sergio con la finalidad de generar

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una verdadera conversación. Esto me parece significativo pues incorpora una idea cada vez más presente en los recientes desarrollos de la psicología incluida la PNL, la importancia de la relación y el diálogo. A este respecto cito los comentarios acerca de la importancia del diálogo en el desarrollo de la cultura, tal y como lo menciona Jorge Luis Borges.

“Unos quinientos años antes de la era cristiana se dio en la Magna Grecia la mejor cosa que registra la historia universal: el descubrimiento del diálogo. La fe, la certidumbre, los dogmas, los anatema, las plegarias, las prohibiciones, las órdenes, los tabúes, las tiranías, las guerras y las glorias abrumaban el orbe; algunos griegos contrajeron, nunca sabremos cómo, la singular costumbre de conversar. Dudaron, persuadieron, disintieron, cambiaron de opinión, aplazaron. Sin esos pocos griegos conversadores la cultura occidental es inconcebible.”

Pero el diálogo en el que estás a punto de introducirte, no es simplemente un diálogo. Te invito a que descubras y disfrutes una de las grandes cualidades de este texto. Sergio, siguiendo la tradición de los Metálogos de Gregory Bateson nos introducirá al mundo de las metáforas a través de las metáforas mismas, metáforas que especialmente ha redactado con esta finalidad. Entrar a este mundo desde la imaginación y sabiduría del autor reflejada en cada una de sus palabras será como introducirse a través de la madriguera del Conejo Blanco para en compañía de Alicia recorrer un mundo interior lleno de maravillas en donde sin lugar a dudas habitan personajes como el Sombrerero, el Gato de Cheshire o la Reina de Corazones dispuestos a compartir contigo un Juego de Criquet o una merienda al más puro estilo inglés.

Desde luego que pensar en cuentos de hadas me remite a mi infancia, como posiblemente te suceda a ti, estimado lector. Infancia en la que estoy seguro puedes descubrir esos inolvidables momentos de conversación con tus padres, cuando llegada la hora de dormir, posiblemente se acercaban a tu cama para contarte un cuento. Yo recuerdo especialmente, entre muchas otras, una noche. Esa noche, de hace ya muchos años, el cuento de mi padre realmente se volvió uno de los aprendizajes más importantes de mi vida. Era yo bastante pequeño, de seguro un niño a mitad de la primaria. Aquel día salí muy preocupado de la escuela. Así que estuve muy intranquilo esperando la llegada a casa de mi padre para poder preguntarle algo muy importante. Finalmente pudimos estar él y yo a solas en mi habitación. Desde luego él notó que algo me sucedía. Me sentó en sus piernas y me dejó hablar. Le conté que en la escuela los niños no creían que en tiempos remotos los cielos de la tierra habían estado poblados por dragones. Él me miró, se sonrió un poco y me dijo: “¡Por supuesto que existieron los dragones! “

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Yo lo escuchaba con mucha atención, no despegaba mis ojos de los suyos, así que continuó:

“Hace muchos millones de años, cuando la tierra estaba ya poblada por todo lo que conocemos y por muchas cosas más, los dioses, que lo habían creado todo, decidieron dar origen al último ser de su creación: el hombre.

El hombre debía ser la criatura más perfecta de todas. Así que a cada dios se le encomendó diseñar una parte del ser humano. Algunos dioses se encargaron de crear los ojos, otros el pelo, muchos más le dieron la inteligencia, el humor y la ternura, mientras otros trabajaron pensando cómo hacerlo caminar, hablar o soñar. Después de mucho tiempo y un gran esfuerzo, el nuevo ser estaba casi completo, sólo faltaba que el Dios Mayor le diera vida dotándolo de un corazón.

Mucho se especuló acerca de qué debía de hacer el Dios Mayor para regalarle al hombre un corazón. Algunos pensaban que el corazón del hombre necesitaba ser de algún metal sólido y resistente, otros creían que debería ser de diamantes o de perlas, otros más sugerían alguna fuente de energía muy poderosa para que nunca dejara de funcionar. Pero cuál no sería la sorpresa de todos los dioses cuando el Dios Mayor se dirigió a un pequeño arroyo de aguas cristalinas y con un poco de agua fresca dio forma al corazón de los primeros seres humanos.

Pronto se pudo ver lo sabio de la decisión del Dios Mayor. Imagínate un mundo -me dijo mi padre - en que los hombres fueran tan transparentes como su corazón de agua. Un mundo en donde lo puro y claro del agua fuera un reflejo de la forma en que los hombres se llevaban entre sí. Tener un corazón de agua permitía a los hombres fluir en la vida de la misma manera que el agua corre por los ríos. Los hombres y las mujeres que habitaban la tierra con un corazón de agua eran cálidos y sensibles con ellos mismos y con los demás.

Pero los dioses también les habían dado a los hombres la libertad. Y sucedió que algunos de ellos prefirieron estancarse en la vida en lugar de fluir libremente. De ese modo su corazón, al igual que ellos, se fue haciendo turbio y oscuro. Atrás quedaron la pureza y la frescura de sus intenciones y poco a poco su corazón se fue volviendo frío como el hielo. Los hombres se hicieron duros como su corazón e insensibles a los demás. Entonces cosas terribles empezaron a suceder en la tierra: guerras, enfermedades, soledad, traiciones y muchos otros males se hicieron comunes.

Fue entonces cuando los dragones decidieron realizar un enorme sacrificio a favor de los hombres. Los dragones eran seres majestuosos que surcaban los cielos con sus inmensas alas. De sus fauces surgían grandes olas de fuego, así como gigantescas bocanadas de humo. Volaban libremente y siempre estaban dispuestos a

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ayudar a quienes los necesitaran. Así que al ver cómo el corazón de todos los hombres se iba volviendo más y más frío,como un témpano de hielo, le pidieron a los dioses que redujeran su gran tamaño en algo tan pequeño que les permitiera introducirse y habitar en el interior de cada ser humano. Ahí realizarían la importante tarea de derretir el corazón de hielo de los hombres usando su fuego y su calor. Deseaban que el hombre y su corazón volviera a ser cálido y libre como el agua. Así fue como todos los dragones desaparecieron de la tierra. No es que no hayan existido nunca, ni que se hayan extinguido por alguna catástrofe, la verdad es que desaparecieron al introducirse en el interior de cada ser humano.

Por un tiempo el sacrificio de los dragones surtió efecto y le devolvió al mundo y a los hombres la transparencia, la calidez y libertad de los primeros días. Pero como la mayoría de los hombres somos demasiado necios y lentos para aprender de la vida, poco a poco, en muchos de ellos el corazón volvió a tornarse frío y duro. Los dragones del interior de aquellos hombres no pudieron derretir más aquellos hielos y fatigados fueron muriendo uno a uno. Fue entonces cuando los dioses decidieron, en honor al sacrificio de aquellos maravillosos seres, dotar a algunos hombres de una llama interior que les diera la capacidad de derretir su propio corazón cada vez que éste se hiciera frío y duro. Pero esta flama interna era aún más fabulosa pues les permitía también derretir el corazón de otros hombres. Era como si en el interior de cada uno de ellos continuara vivo su pequeño dragón. Así que a través de los siglos ha existido una comunidad de hombres y mujeres con el don de regresar al corazón de los hombres su calor y claridad original. Son mujeres y hombres especiales con una misión importante en la vida”.

Así terminó la historia de mi padre. Me quedé observándolo en silencio y descubrí en su mirada un fuego que surgía de su interior, entonces lo supe con toda certeza: mi padre era un miembro de aquella comunidad de dragones. Él me enseñó lo importante de vivir la vida con transparencia y claridad. Me enseñó el poder de la calidez y la compasión. Lo vi muchas veces derretir el corazón de mucha gente con la fuerza, la ternura o incluso el humor que le caracterizaba. Muchas veces vi en sus ojos la intensidad del fuego de los dragones.

Conocer a Sergio desde hace ya varios años, saber de su generosidad, de su calidad humana, de su deseo de cooperar en el desarrollo de las personas y de los grupos en los que participa, me ha permitido descubrir en sus ojos y en muchas de sus acciones la misma mirada de mi padre. Existe en él - lo podrás descubrir en la lectura de cada una de las mágicas páginas de este libro - la fuerza, la ternura y el humor que han acompañado siempre a los miembros de esa mágica comunidad. No tengo la menor duda de que hay en él la llama interior de un dragón capaz de derretir su propio corazón

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y el corazón de los demás cada vez que éste se vuelva frío y duro. Sé que esa es parte de su misión en la vida, estoy convencido que a lo largo de su compañía a través de las páginas de este libro lo descubrirás tú también.

¡Bienvenido al mundo de las metáforas!

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Bienvenida

“Escuché decir al viento - metáforas para el bienestar con PNL” se empezó a gestar en el 2003 cuando Juan Francisco Ramírez, director del Centro Mexicano de Programación Neurolingüística (CMPNL) generosamente me abrió un espacio en la revista Recursos – revista bimestral que editaba el Centro - para compartir alguna metáfora que – usando las herramientas que brinda la PNL – generara reflexiones, aprendizajes, bienestar.

A partir de ese momento y por 5 o 6 años estuve colaborando con una historia en cada edición y titulamos la sección como “escuché decir al viento”. De este modo algunas de las metáforas que aquí aparecen son fruto de esa colaboración, otras son más recientes y creo que ninguna es mía al cien por ciento; más bien son resultado de lo que he leído, de lo que le he escuchado a maestros, alumnos y compañeros, de mis vivencias como instructor, coach y programador neurolingüística, de lo que el viento me ha traído y de lo poco que he aprendido. Sin lugar a dudas estas historias tienen raíces en las más diversas tradiciones, reconozco y agradezco la influencia de los cuentos sufís, tibetanos, del zen japonés, de los cuentos maravillosos de la tradición europea, de los relatos de los indígenas norteamericanos y de las bellísimas leyendas veracruzanas. Algunas pocas ideas son completamente mías, así como toda la responsabilidad al mezclar mis palabras y mis pensamientos con nuestra herencia compartida. Mientras leas estas historias por favor permite que no sean sólo mis palabras las que lleguen a tu mente, deja que sea el viento quien acaricie tu pensamiento y que tu corazón entre en contacto con el más heterogéneo legado que tenemos los humanos.

Aquí encontrarás 34 metáforas breves, que te invito a leer pausadas, sin prisa, como si tomaras un buen café o disfrutaras de una rica charla… como dejando que el viento llegue suavecito. En esta lectura el orden no importa mucho, sólo el disfrute… el disfrute de estar contigo.

En algunas de ellas descubrirás frases de otros autores, palabras de grandes maestros y pensadores que llegaron a mí durante el proceso de escribir “Escuché decir al viento”; sin duda sembraron una semilla en mí y no pude evitar dejarlas esperando que su sabiduría también llegue hasta a ti.

Cada relato involucrará en tu camino al bienestar a esa parte mágica, simbólica, infantil y al mismo tiempo sabia de tu mente, del mismo modo también notarás que cada historia concluye con una pregunta. Por hablar metafóricamente podríamos decir que las preguntas son como linternas, arrojan luz sobre una parte de la experiencia. Tal vez

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decidas responderlas internamente y encontrar que es lo que la luz de esas preguntas ilumina, o quizás descubras por ti mismo preguntas aún más útiles.

También encontrarás un texto final que busca brindar herramientas para que generes tus propias metáforas, a fin de que utilices esta maravillosa herramienta para la comunicación profunda. Esta sección está dedicada, principalmente, a quien ya tiene conocimientos básicos sobre PNL, así que si ya estás familiarizado con el tema podrás sacarle mucho provecho y si es un campo nuevo para ti, te dará una buena probadita de su magia.

No pretendo mostrar grandes dotes literarias, pues no las tengo, lo único que pretendo es transmitirte mi intención de conversar, de entablar una agradable charla entre tu mente y corazón, entre tu corazón y el mío, entre la brisa y el viento. ¡Que la disfrutes!, que la intención se siembre y que de la charla surja, del modo más natural, alegría, gozo y bienestar.

Gracias por leerme.

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1-

Palabras danzantes

Escuché decir al viento que las palabras encierran poder y magia. Que cuando juegan unas con otras,y cuando bailan y ríen, y cuando se aman o se pelean, liberan su magia y su poder. A veces lo hacen de a poquito - muy sutilmente - y no nos damos mucha cuenta, otras veces parece que generan una gran explosión o una tormenta y su energía nos sacude o nos empapa.

Y es que hay palabras juguetonas que suben y bajan y se esconden y brincan alegremente, hay palabras aventureras que han viajado por cada confín de este planeta cargando sus mapas, su brújula y un poco de agua, también hay palabras solemnes, garigoleadas, rimbombantes y serias, palabras enamoradas, con el corazón a flor de piel y claro, también hay palabras tristes y enojadas y risueñas y palabras tímidas y también descaradas, aburridas, divertidas, relajadas y hasta palabras olvidadizas.

Sin embargo, para poder liberar su magia, las palabras necesitan música; dicen que todas, hasta las más serias o cohibidas, son grandes bailarinas, que si por ellas fuera pasarían sus días moviéndose al ritmo cadencioso de un danzón, zapateando un buen jarabe, dejándose llevar con elegancia al escuchar un vals o incluso entregándose a la energía de un slam comunitario.

De vez en cuando, después de algún tiempo de duro trabajo (¡claro! también trabajan), se reúnen a bailar unas con otras y pasan días enteros con sus noches bailando sin descanso, sólo dejándose llevar por el ritmo, moviendo sus letrados cuerpos al vaivén de las melodías, llenándose de energía y liberando magia al rozar sus letras con el piso y con las letras de sus compañeras de baile. Los pocos hombres y mujeres que han presenciado este espectáculo jamás lo olvidan y con sobrada razón, pues es difícil sacar de la mente los colores y destellos que generan con su danza, es difícil no recordar los acordes de la música y la sensación electrizante de estar donde la verdadera magia se genera. Y si eso es difícil, es casi imposible no acordarse de cómo en este baile nacen cuentos, historias, leyendas, canciones, sonetos, chistes, refranes, novelas, poemas, fábulas, parábolas, relatos y metáforas sin fin, donde la magia se enriquece, el poder crece, el encanto se multiplica, el prodigio se desborda.

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Poco se sabe sobre lo que ocurre con estas historias cargadas de magia, cómo le hacen para llegar a los libros de cuentos, a los recuerdos de los abuelos o a las cartas de amor, lo que sí podemos percibir son los efectos de su encanto, y así encontramos historias que curan, cuentos que enamoran, leyendas que motivan, relatos que transforman.

Y tal vez, la próxima vez que se reúnan a bailar, te preguntes qué clase de historia surgirá de la música que has escogido, qué tipo de magia brotará de estas historias, qué tipo de transformaciones tendrán lugary tal vez - sólo tal vez - decidirás cuál es hoy la mejor música para poner a bailar a tus palabras.

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2-

Ego y estrellas

Escuché decir al viento que hay historias que parecen distintas a simple vista, pero que mirando con mayor profundidad descubrimos idénticas. Así que decidió contarme la misma historia dos veces.

1.

Cuentan que el gran terapeuta occidental intercambiaba correspondencia con sus pacientes, con los que atendía actualmente y también con aquellos que hace años no veía pero que había acompañado en sus propias aventuras de crecimiento.

El sobre que llegó hasta la casa del que había sido su paciente sin duda generaba curiosidad. No era el papel, ni el tipo de la letra, claramente se leía el nombre y la dirección, pero en lugar de un remitente: la siguiente frase escrita a mano con tinta negra:

“Al mirar la profundidad de un bellísimo cielo estrellado ¿no te sientes infinitamente pequeño?”

No pudo evitar sonreír al traer desde su pasado la mirada del terapeuta – amigo y con curiosidad, aunque sin prisa, rasgó el sobre, sacó la fotografía que había en su interior y por largo rato se quedó mirándola. Estrellas innumerables brillando en el oscuro cielo fotográfico.

La belleza e inmensidad de ese cielo, el recuerdo del apoyo recibido, la depresión superada y una curiosa mezcla entre alegría y paz lo mantuvieron observando la imagen por un largo rato. Hasta que finalmente le dio la vuelta y descubrió – con la misma letra y la misma tinta negra – las siguientes palabras escritas para él:

“Yo tampoco”

La sonrisa se hizo más grande.

2.

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Estaban esperando las palabras de un gran maestro oriental.

Un poquito después de la hora programada, presentaron al maestro, quien caminó lentamente hasta su asiento con su túnica naranja y color vino, con una bellísima sonrisa en el rostro.

Saludó a los presentes en un pobre español, se disculpó por no contar con más palabras en nuestra lengua y dijo que por eso su enseñanza sería breve.

“Ego grande, sufrimiento grande” y se quedó sonriendo en silencio. “Ego pequeño, sufrimiento pequeño” dijo después de unos momentos. “No ego, no sufrimiento” guiñó el ojo y la sonrisa se hizo aún más grande.

¿Cuándo observas la belleza del no-ego puedes evitar sentirte infinitamente pleno?

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3-

Aire

Escuché decir al viento que lo que el muchacho quería simplemente era aire.

Hace ya muchos ayeres un joven muchacho se dio cuenta que lograr sus sueños no siempre era fácil, que había algunos que se hacían realidad con poco esfuerzo casi por casualidad, pero había otros que se convertían en una batalla, que eran como ir cuesta arriba, que los obstáculos y sus propias dudas se multiplicaban. Esos eran los sueños que lo hacían titubear, se cuestionaba si era posible hacer que esos preciosos objetivos se volvieran realidad, desconfiaba de su propia capacidad para lograrlos. Incluso llegaba a pensar – por lo bajito – que tal vez no los merecía.

Así que se decidió a visitar al sabio del pueblo, al anciano famoso por su sabiduría y por qué no decirlo, también por su falta de prudencia. Al llegar lo encontró meditando y le preguntó - Hombre sabio, ¿Qué debo hacer para conseguir lo que quiero?

El anciano inmerso en su propia mente no respondió, por más que el joven repitió la pregunta.

No se podía dar por vencido tan fácilmente, así que al día siguiente regresó y se encontró al maestro cantando y bailando frente a su casa. Sin temer interrumpirlo le hizo la pregunta - Respetado anciano, ¿Qué es lo que debo hacer para que mis sueños se conviertan en realidades?

Pero el hombre siguió bailando y cantando como si nada pasara.

Por tercer día el muchacho regresó, esta vez el anciano estaba tomando té. El muchacho se sentó en silencio y no dijo nada. Finalmente cuando el maestro terminó el último sorbo y parsimoniosamente dejó su taza en la mesa, el joven preguntó una vez más - Honrado maestro. ¿Qué puedo hacer para lograr lo que anhelo?

El hombre sonrió y le dijo – Sígueme. Lo llevó hasta el río, ahí se metió en sus aguas y conduciendo al joven de la mano caminaron hasta que el caudal les llegó a los hombros. El anciano se apoyó sobre los hombros del muchacho y con una fuerza que desmentía su edad lo sumergió sorpresivamente en el agua. Por más que el joven ponía todo su esfuerzo tratando de desasirse, el anciano maestro allí lo mantuvo por largos instantes, no importaba cuanta fuerza usara el muchacho para salir, el maestro era más fuerte y lo mantenía bajo el agua. Hasta que finalmente lo soltó, dejándolo salir y respirar.

El muchacho con el rostro enrojecido tomó una gran bocanada de aire fresco y poco a poco fue recobrando el aliento. Fue entonces cuando el sabio preguntó - Al estar bajo

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del agua, ¿Cuál era tu mayor deseo?

El muchacho aún agitado pero sin dudarlo contestó - Aire, lo único que quería era aire

- ¿No pensaste en viajes, joyas, mujeres ni sabiduría?

- No maestro quería aire, buscaba aire y solamente aire – fue su respuesta.

- ¿Nunca lo dudaste? ¿No pensaste que tal vez sería imposible? ¿Qué quizás no poseías la capacidad de obtenerlo? ¿Qué probablemente no eras merecedor de él?

- Maestro, todo mi cuerpo, mi energía y mi mente sólo gritaban por aire.

El anciano guardó un silencio casi meditativo y cuando cualquiera hubiera pensado que ya no diría nada más se puso a bailar, ahí dentro del río y sencillamente dijo

- Muy bien muchacho ¿tienes alguna otra pregunta?

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4-

Sueño

Escuché decir al viento que en estas épocas los sueños están más despiertos que nunca. Que para iniciar el año se embellecen, se ponen en forma, se visten con sus mejores galas, se perfuman, dicen hermosas palabras, hasta cantan y buscan acariciar a hombres y mujeres con la intención de atrapar su atención y pasar de su mundo al nuestro.

Resulta que este sueño llevaba ya tiempo soñando, tenía ya tiempo siendo soñado y sentía que su momento de despertar estaba cerca. Era un sueño sencillo y hermoso, a la vez sólido y ligero, pequeño y gigantesco, que llamaba la atención y pasaba desapercibido. En fin, era como son los sueños, sólo que a diferencia de otros, este estaba completamente decidido a volverse materia, a dejar su mundo y llegar al nuestro. Así que sin pensarlo mucho o tal vez porque ya lo había pensado mucho, comenzó con los preparativos para el viaje, a hacer el extraño equipaje que acompaña a los sueños en sus andares. Yo no sé si tú lo sepas, pero no utilizan cualquier maleta – si en realidad quieren llegar a nuestro mundo, sólo usan un cierto tipo de valija. Una valija mágica, cuyo encanto no consiste en su tamaño ni en su color sino en la asombrosa capacidad de generarse a sí misma. Cuando el sueño tiene verdaderos deseos de emprender su viaje, su corazón late distinto y la valija aparece, primero chiquitita y desde ese momento ella misma comienza a construirse y a crecer, hasta tener el tamaño justo para ese viaje en particular.

De esta manera, nuestro sueño tomó su maleta que para estos momentos ya se había generado a sí misma completamente, le pidió gentilmente que se abriera y comenzó a pensar qué era lo que SÍ quería llevar consigo en ese viaje, cuál abrigo SÍ le serviría en estas épocas del año, con qué camisa SÍ se vería muy elegante en el momento de volverse realidad, qué mapas SÍ le mostrarían el camino e incluso qué libro SÍ le permitiría aprender y divertirse mientras viajara y no tuvo más que irlo pensando para que todas estas cosas SÍ se acomodaran correctamente y su equipaje quedara listo.

Ahora quedaba la cuestión de cómo viajaría, después de evaluar todos los pros y los contras nuestro sueño llegó a la conclusión de que le gustaba depender de sí mismo y que aunque le agradaba la compañía de otros sueños, sería para él un buen reto y una gran satisfacción saber que este viaje sólo estaría bajo su propio control, que viajaría a su paso, llevaría su brújulay hasta cocinaría sus propios alimentos.

De modo que ya con la decisión tomada nuestro sueño empezó a pensar cuándo llegaría al mundo de los hombres, cuál era el mejor sitio para tomar forma, quiénes lo

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recibirían a su llegada, y la verdad es que este sueño tenía una gran imaginaciónya que pudo ver por adelantado todos los detalles, los colores y las formas de su arribo, pudo escuchar los sonidos y las palabras que estarían presentes, hasta pudo sentir con su cuerpo de sueño lo que sentiría al tomar forma y concluir su viaje y cada vez se sentía más motivado y más alegre, sabiendo que disfrutaría no sólo su llegada, sino cada una de las etapas del viaje, es más ¡Que estaba disfrutando ahora!

Los últimos preparativos para su salida los realizó esa noche, con el mapa en mano fraccionó las etapas de su viaje, decidió cuáles eran los pasos a seguir e incluso revisó cuánto tendría que invertir para hacerse realidad y después de hacer esto a detalle se fue a dormirpara estar lleno de energía e iniciar su viaje al día siguiente.

Y el viento me contó que esa noche nuestro sueño soñó un sueño diferente, soñó una gran pregunta: “¿para qué?” de bellas y coloridas letras, pero no sólo eso, sino que también soñó la más hermosa respuesta… y que esa respuesta le dio alas… y volando llegó hasta aquí.

¿Qué viaje están soñando tus sueños? ¿De qué material son sus alas?

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5-

Igualación

Hoy el viento me recordó a Francisco. Le decíamos Paco, tenía 13 años, en ese entonces era chaparrito, tenía algunos kilos de más y me caía muy bien.

Paco me había insistido en tomar el taller de liderazgo juvenil que yo daba en ese entonces, y la verdad es que yo no sabía si era la mejor idea permitirlo. El taller estaba diseñado para muchachos de 15 a 18 años, así que me parecía que Paco era muy pequeño y que tal vez no se iba a adaptar al grupo, o tal vez el grupo no lo iba a aceptar del todo bien. Sin embargo el insistió e insistió y yo me dejé convencer.

Lo que hacía muy atractivo ese taller, era que los muchachos no sólo desarrollaban herramientas para el liderazgo sino que aprendían a hacer rappel. Descendían por una cuerda – alrededor de 30 metros – en un cerrito cercano.

Observar a Paco durante el taller, como se integró con sus compañeros y como participaba, me llenaba de alegría. Además era interesante su gran ilusión para descender en el rappel, las ganas que tenía de que el día llegara, y la mezcla de miedo y emoción que estaba viviendo. Emoción por vencer el reto, miedo natural a las alturas y a lo que no conocemos.

Finalmente el día llegó. Pusimos el equipo, amarramos cuerdas, alistamos ochos, mosquetones, arneses, dimos las instrucciones finales y Francisco me dijo que él quería ser el último en bajar. Si nunca has tenido la experiencia de descender rapeleando, tengo que contarte un par de cosas antes de que sepas que pasó con Paco, sus miedos y sus emociones.

La cuerda se amarra de un punto fijo y firme – un árbol, una gran roca, etcétera – se deja caer por una pendiente vertical (o casi vertical), la persona que va a descender se pone el arnés alrededor de la cintura y las piernas, le engancha el mosquetón - que normalmente es una pieza de metal con forma de pera - ajusta el ocho, que es otra pieza de metal por la que desliza la cuerda y que se une al mosquetón. Todo esto es fácil, aunque requiere cuidado y atención, lo interesante viene después, la cuerda no está tensa entre la persona y el punto fijo en él que se amarró, sólo se tensa cuando la persona avienta su peso hacia el precipicio. Sobra decir que no sentir apoyo en la cuerda hacia el frente y saber que hay 30 metros de distancia entre uno y el suelo hace que a muchos se nos apriete el estómago y nos tiemblen las piernas. A mí siempre me pasa.

Pero regresando a la historia de Francisco. Al fin llegó su turno y muy nervioso se puso arnés, mosquetón, acomodó el ocho, se unió a la cuerda, intentó dejar que su peso

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se fuera hacia atrás donde lo esperaba el abismo (al menos así lo veía él) y enfrentar el miedo que quería vencer, pero sus piernas y sus manos temblaron un poco más y su voz también tembló, cuando muy bajito empezó a llorar diciendo “no puedo, no puedo, no puedo”

Todo esto me lo contaron, yo no lo vi. En ese momento estaba en la parte más baja recibiendo y felicitando a los muchachos que ya habían bajado, cuando desde arriba me gritaron “¡Sergio! Paco, no quiere bajar”, así que por un caminito en el cerro subí apresurado los 30 metros y cuando llegué me encontré a Paco temblando en un rincón, con su cuerpo enconchado, sollozando y diciendo muy bajito “no pude”

Y ahí fue cuando tuve un momento de inspiración - de esos que todos tenemos - en los que sencillamente surge certeza total sobre lo que tenemos que hacer y en los que las acciones simplemente fluyen con toda naturalidad. Casi parecía que no era yo, él que estaba decidiendo que hacer, si no que las cosas simplemente ocurrían.

Mi cuerpo se enconchó, se fue al piso y se quedó balanceándose un poco junto a Paco, como si no hubiera gran diferencia entre su experiencia y la mía. Después surgieron palabras que no sé muy bien si eran mías, pero hablaban de mis miedos, de mi propia inseguridad, de la sensación de fallar, de no sentir un punto de apoyo, del temor de dejarme caer hacia atrás.

Pero no eran sólo palabras, mi cuerpo seguía hablando con Francisco, oscilando un poco menos y de modo muy ligero tomando una postura sutilmente más erecta. Ahora mis palabras hablaban de cómo había vencido algunos miedos, de cómo ya estaba unos pasos más abajo, de cómo había logrado soltarme al vacío y sentir que si había apoyo en la cuerda, de cómo lograba respirar y ahora comenzar a preocuparme por dar algunos pasos hacia abajo sin que la soga se me fuera de las manos.

Cada vez más mi cuerpo, quien continuaba hablando por sí mismo, se iba enderezando más, pareciendo más firme y decidido al acompañar palabras que contaban como poco a poco mi seguridad iba creciendo, como la preocupación iba dando paso al disfrute, como a veces surgía una sonrisa al mirar cada vez más cerca el piso, al saber que tengo la capacidad de enfrentar mis miedos, al finalmente sentir la tierra firme bajo de mis pies y decirme internamente, con fuerza y claridad, “claro que puedo”.

La verdad es que no sé muy bien que ocurrió en la mente y en corazón de Paco, sólo recuerdo como si estuviera pasando en este momento, que cuando mis palabras cesaron, escuché las suyas: “Sergio, quiero intentarlo otra vez”.

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Y fue el viento quien me recordó el particular brillo en sus ojos, cuando después de descender se quitó el arnés, se plantó firme en el suelo y como parecía que había crecido, como ese veía un poco más alto, como en realidad lo era. Lo curioso es que al escribir estas palabras, al escucharlas del viento, me doy cuenta que ese día yo también había crecido.

¿Por qué no dejar que nuestros cuerpos y palabras compartan, resuenen, bailen la misma música… y desde ahí exploren juntos ritmos nuevos?

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El guerrero insatisfecho

Escuché decir al viento: insatisfacción sutil, descontento en el fondo; eso sentía el guerrero.

Ya habían pasado estaciones completas desde que recibió ese nombre -desde que fue nombrado guerrero - desde que la tierra y el invierno lo nombraron así. Atrás quedaron los momentos en que de niño escuchó sobre la creación del hombre, cuando le contaron cómo fue que los dioses danzantes habían juntado tierra, agua, aire, fuego y espacio para dar forma y vida a los seres humanos. Ahora eran sólo cuentos infantiles, historias lejanas.

No sabía muy bien si era impaciencia o si era prisa, tristeza, miedo o sólo insatisfacción, pero en el fondo, por lo bajito, esa sensación estaba siempre. No es que siempre la notara, no… la caza, la pesca, su arduo entrenamiento lo hacían olvidarla, no percibirla, pero en cuanto había calma, en cuanto surgía el silencio, no podía evitar sentirla nuevamente. Tan ligera y al mismo tiempo tan presente.

Y era entonces cuando buscaba más. Siempre más. Cada vez más. Pensando que algo le faltaba, que la felicidad estaría en la siguiente experiencia, en el siguiente aprendizaje, que esa persistente sensación de descontento se iría cuando cazara la siguiente presa. Tal vez en el invierno cuando fueran por el alce gigante, o a la mejor cuando dominara el arco de sauce, o quizá en la primavera cuando se reunieran los guerreros y los sabios, y así seguía siempre buscando más, cada vez más.

Insatisfacción sutil, descontento en el fondo.

Sólo que esta vez, mientras caminaba en el sendero del bosque rumbo a la pradera en que entrenaba, en su mente surgió el recuerdo de su abuela y la historia casi olvidada, esa, la de la creación del hombre, y al observar la mirada de esa anciana en su mente, su cuerpo sonrío y fue entonces cuando sin buscarlo, sin proponérselo… se conectó con el bosque y el sendero, los empezó a ver realmente: cada hoja, cada rama, cada roca, cada brizna, juntas brillando, como lo hacían siempre y él no había

observado.

Los empezó a escuchar verdaderamente: cada crujir, cada silbar, cada crecer, juntos sonando armónicamente, como lo hacían siempre y él no había escuchado.

Los empezó a sentir auténticamente: el camino bajo sus pies, el aire tocando su piel. Y entonces no sólo fue guerrero, sino también bosque y camino.

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entonces fue cuando la insatisfacción dio paso a los dioses danzantes, los que nunca se habían ido, los que en su bailar dan vida, los que con su risa crean.

Y sí, ahora se supo espacio, que llega a todos lados, que todo lo contiene, que todo lo abarca. Observó su mente, potencial infinito.

Ahora sintió su tierra, sólida y creciente, su forma de montaña y de campo. Percibió su cuerpo, se supo fértil.

Ahora experimentó ser agua, fluyendo como río, cayendo como lluvia, sonriendo como ola. Sintió su sangre, movimiento y vida.

Ahora fue también aire; transparente viento, aliento ligero, vuelo. Inhalando y

exhalando, inspiración y libertad.

Ahora descubrió su fuego, también danzante, justo en su centro, calor, luz; se volvió llama. Corazón latiendo, amor, compasión, deseo.

Gozo sutil, alegría en el fondo, eso siente el guerrero. En el fondo, en lo bajito, sensación siempre presente.

Y justo en su centro… descubre la danza… bailan tierra y espacio, reencuentra al agua y al aire, fiesta de fuego… baile de mente y de cuerpo, reencuentro de sangre y aliento, fiesta desde el corazón.

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7-

Llamarada turquesa

“Lo importante es seguir aprendiendo, disfrutar el reto, Tolerar la ambigüedad. Al final no hay respuestas absolutas” – Marina Horner

Escuché decir al viento que el joven dragón estaba orgulloso de sus brillantes escamas color turquesa, de la fuerza creciente de sus garras, de la flexibilidad de sus alas; que le llenaba de alegría saberse hermoso, fuerte y libre. Se llamaba Nûli.

Se sabía joven y se daba cuenta que aún había tantas cosas por aprender, que su mente aún no tenía la sabiduría de los antiguos dragones de antaño, que a su corazón aún le faltaba crecer y florecer. Pero esto no le preocupaba, vamos ni siquiera pensaba en ello, lo que turbaba sus sueños de felino, ave y reptil era darse cuenta que por más que lo intentaba el fuego no acudía a su llamado. Y Nûli era un dragón de fuego.

A pesar de su agilidad para moverse por los aires, de las miradas de admiración que despertaba cuando humanos, montañas y dragonas lo miraban pasar arrogante entre las nubes, su sensación de insatisfacción crecía. Sabía claramente que a su edad la mayoría de los dragones ya lanzan llamaradas y él en sus momentos de mayor inspiración lo único que lograba convocar era un chispazo fugaz y un poco de humo.

Pero ni esfuerzos, insatisfacciones, enojos, ni tristezas hacían que el fuego llegase. Incluso se podía decir que mientras más lo intentaba mas estrepitosamente fracasaba, que la cantidad de esfuerzo era proporcional a la pobreza de su llama. Había intentado de todo, fortalecer su abdomen, concentrar su ira, generar poderosos pensamientos de amor y hasta comerse una buena dotación de chiles habaneros, pero se resistía a buscar ayuda. Seguramente ya lo sabes, pero no está de más decirte que el pueblo dragón es un pueblo orgulloso, seguro de sí mismo, poderoso, y este bellísimo dragón turquesa no era la excepción; para él era una señal de debilidad solicitar apoyo, apenas si podía recordar las pocas veces que con voz baja, sin mirar a los ojos había aceptado que no podía y finalmente había pedido ayuda.

Afortunadamente – para él, para la multiplicación del fuego y para las historias del viento – esta vez la insatisfacción fue más grande que el orgullo.

Así que reuniendo toda los pedacitos de humildad con que contaba se deslizó a un trance de dragón. El antiguo ritual en el que los dragones miran hacia adentro, en el que contactan con su respiración, en el que se sumen en una profunda relajación y recorren

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el camino que lleva hasta Wu-Wei: el Gran Dragón. Nûli siguió paso a paso el ritual, dijo las palabras correctas, respiró como sabía hacerlo y de pronto, sin más, se encontró frente al gigantesco dragón dorado, con él que iba más allá de las divisiones entre dragones de aire, de fuego, de tierra y de agua.

No era la primera vez que acudía ante Wu-Wei, pero esta vez iba más dispuesto a escuchar, a aprender, a pedir y a agradecer la ayuda. Así que dentro de aquel trance el dragón turquesa y el dragón dorado se comunicaron con nueva profundidad, de un modo aún más libre y natural, y quien sabe de qué forma pero las palabras ahí dichas fueron como esos remedios caseros que alivian, aunque nadie sabe cómo.

La solicitud de apoyo fue respondida y Nûli fue mandado a explorar las enseñanzas de la Tierra, el Cielo y el propio Fuego. Wu-Wei se despidió diciendo “Claro que tendrás mayor dominio sobre el fuego, pero debes permitir que sea él quien te domine, y si te parece que te lleva por un camino nunca antes pisado, no emprendas el regreso”

La Tierra guarda, preserva, cambia lentamente, da vida, así que es una gran maestra de conocimiento. El tiempo que pasó con ella fue el más largo de todos, estudiando, aprendiendo, escuchando, practicando, desmenuzando con mente y cuerpo de dragón todo lo que la Tierra ha guardado sobre el fuego. Vaya que sabe la Tierra sobre el fuego, dicen que su propio corazón es una gigantesca esfera en llamas. Nûli tuvo que aprender y desaprender, darse cuenta que su conocimiento hasta ese momento había sido sólo superficial, desarrolló dedicación de enamorado y humildad de aprendiz.

Hasta que finalmente llegó el momento de despedirse, de reunir en su corazón todo lo que había aprendido y aunque aún no convocaba al fuego, se sintió profundamente agradecido. La Tierra lo invitó a que ahora buscase al Cielo y alcanzó a despedirse diciendo “Sólo recuerda que nadie ha conocido ni conoce nada inmediatamente: lo que creemos conocer de pronto, ha vivido – tal vez dormido - largo tiempo con nosotros. Lo que importa en realidad es la sabiduría escondida que habita dentro nuestro”.

Extendiendo sus alas el dragón se elevó rumbo al Cielo, el lugar de descanso de estas impactantes criaturas. El Cielo es espacio abierto, invita a liberar y a soltar, a disolver los límites, a descansar profundamente, sin duda es un maravilloso maestro que amplía la visión. Nûli pasó su tiempo con el Cielo soltándose y fluyendo, disfrutando enormemente las figuras que forman las nubes al moverse, mirando desde arriba montañas, valles, ríos y bosques, jugando con su cuerpo, dibujando figuras turquesa con sus escamas, percibiendo aromas lejanos y cercanos, sintiendo la caricia del aire, del sol y de la nube. Nunca supo si fueron instantes, días, meses o años los que le tomó este entrenamiento, ya que carece de sentido medir el tiempo que se pasa con el

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Cielo; lo que ocurrió ahí fue que del modo más natural, se olvidó de esfuerzos, de aprendizajes previos, de Wu-Wei y de la Tierra, de su deseo de convocar llamaradas en su aliento, incluso se olvidó de sí mismo.

Hasta que un buen momento sintió que era el Fuego quien lo llamaba a él, sintió la calidez en las escamas que siempre genera el llamado del Fuego, así que lleno de gratitud por su maestro se despidió de él, mientras que del aire o de la nube surgían las palabras del Cielo: “Viaja libre, suéltate a la vida, date cuenta de que existe una realidad y de que tú eres esa realidad. Cuando por fin entiendas esto, sabrás con certeza que tú no eres nada. Y al ser nada, eres absolutamente todas las cosas”

Con inmensa sonrisa de dragón, Nûli se dejó caer en picada – emocionado – rumbo al santuario del Fuego. El Fuego es danza, es baile hipnótico, es poder transformador, es energía creativa, brinda luz y calor, o destruye ante la falta de atención, sin lugar a dudas es un maestro de cuidado. Recién llegado Nûli, el dragón, la serpiente-águila-felino de brillante color azul verdoso, escuchó la pregunta del Fuego “¿Cuánto placer eres capaz de soportar?” y sin más Fuego y Dragón comenzaron a danzar, se fundieron en un baile, unieron cuerpos y mentes al ritmo de la incesante melodía de la llama universal. La danza del Fuego resulta indescriptible, las palabras no alcanzan a relatar lo que ahí pasó.

Azul, verde, rojo brillante. Chispas, destellos, llamaradas, flamas sutiles. El baile se hacía juego en ocasiones, disfrute infantil, luego se tornaba explosión sensual, dejando que sensaciones desconocidas surgieran, diversión, placer. Hacían el amor, acariciándose, subiendo como el rayo para después envolverse en cálidas sensaciones de bienestar. Amarillo, escarlata, turquesa, cian. Energía interior, pasión, chi, entusiasmo, prana, alegría, gozo que todo lo permea.

De pronto ¡la llama! el fuego convocado sin esfuerzo, nacido del disfrute. Potente explosión turquesa surgiendo desde el corazón de Nûli, quien dejó de tener garras, de ostentar escamas, de agitar las alas, ya que cual centella sólo fue calor y resplandor. El dragón se quedó danzando, disfrutando de su fuego, deleitándose en el amigo recién encontrado.

Finalmente supo que era momento de regresar a casa. En su despedida el Fuego dijo “no hace falta que lo ponga en palabras, observo que tu corazón ya lo sabe” e hipnóticamente danzó la siguiente frase: “Si en algún momento tienes dudas, por favor recuerda: entre placer y perfección, elige siempre placer” y Nûli sonrió su gratitud.

El regreso del dragón que encontró su llama fue sencillo, percibió el fuego, miró al cielo, tocó la tierra y se reencontró con el gigantesco dragón dorado. Volvió a percibir su cuerpo, a escuchar los sonidos del mundo, movió ligeramente sus escamas - que

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ahora brillaban de una forma nueva - y feliz salió de su trance de dragón.

El viento me contó que lo más hermoso de esta historia no fue sólo que Nûli pudo empezar a convocar turquesas llamaradas, si no que nunca olvidó el camino. Que grabó para siempre el sendero que lleva del deseo a la humildad, de la humildad al gran dragón, de Wu-Wei a la Tierra, de ahí al Cielo y de ahí sonriendo en picada hasta el Fuego.

Que sigue danzando con frecuencia y que tal vez un día me lleve a verlo.

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8-

Un pequeño granito de arena

Escuché decir al viento que este granito de arena se sentía pequeño. No es que fuera más chico que los granitos de arena a su alrededor, tampoco era más grande, se podría decir que era casi como los otros, ni más hermoso ni más feo. Sin embargo, cuando observaba la montaña detrás suyo o el enorme océano al frente, pensaba sobre su pequeñez y su insignificancia. ¿Por qué no había nacido montaña? ¿Por qué no era tan grande como el mar? Si por lo menos fuera roca, pero no, tan solamente era un pequeño grano de arena.

Y además estaba triste. Así que pasaba sus días pensando qué podría hacer para crecer, cómo podría tener la magnificencia de la cordillera o – en el peor de los casos – la solidez de aquel cerrito. A estos pensamientos dedicaba sus días, a estos tristes sueños dedicaba sus noches. Triste y pequeño.

Sin embargo, como pasa en las historias, esa tarde ocurrió algo distinto. Nada cambió allá afuera, el mar, el cerro y la montaña seguían ahí, el sol y las nubes con sus aparentes rutinas, incluso el granito de arena se miraba igual.

Nuestro granito de arena observaba las olas que llegaban a la playa y se dio cuenta que mientras algunas olas rompían alegremente y entre risas, otras lo hacían de forma triste y a regañadientes. Notó como algunas sufrían al saber lo efímera que era su vida, que irremediablemente al chocar contra la arena dejarían de ser olas para siempre. Y algo en su corazón de arena se ablandó, deseó profundamente que fueran capaces de observar lo que las olas sonrientes miraban - las que rompían con alegría casi cantando - que notaran que no tenían por qué sufrir, que vieran que su naturaleza es la del mar y la brisa y que sólo estaban cambiando de forma. De alguna manera le pareció muy triste que no se dieran cuenta de esto.

Y fue curioso cómo el hecho de observar la tristeza de las olas hizo crecer a este granito, de pronto notó que era más grande – sin cambiar su tamaño – y deseó que no sólo las olas dejaran de sufrir, sino que también lo hiciera aquella piedrita que quería estar seca y que el mar siempre mojaba, y que aquel cangrejo que siempre se quejaba por caminar de lado fuera más feliz y que también lo fueran el árbol, el cerro y la nube, y los granitos de arena alrededor suyo e incluso los de playas que él no conocía, y poco a poco su tamaño dejó de tener importancia.

Porque no sólo comenzó a desear que el sufrimiento terminara, el de las olas, el de la piedra, el del cangrejo, el suyo propio. Parecía que al crecer – sin cambiar de tamaño – las aspiraciones del granito de arena también crecían, de manera natural, espontánea, descabellada y hermosa. Empezó a imaginar no sólo sufrimientos

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concluidos, sino felicidad verdadera. Olas sonrientes disolviéndose y volviéndose a formar. Rocas gozando del sol y del agua. Árboles descubriendo su propio brillo. Nubes danzando en libertad. Cada ser, cada rincón, cada sitio inmerso en el bienestar. Nadie lo notó pero el granito de arena otra vez se hacía más grande.

Ya que mientras su amor y su compasión crecían, se iba dando cuenta que no estaba separado, que no había gran diferencia entre él y la roca, el cerro y la montaña, el cielo y el cangrejo. Que los anhelos de sus corazones eran los mismos, que sus grandezas y sus pequeñeces eran iguales, que venían del mismo sitio, que todos estamos hechos de la misma música, hermosa y profunda. ¡Qué grande se estaba volviendo ese pequeño granito de arena!

Aquellos que pudieron observarlo cuentan que entonces una gigantesca, enorme alegría, surgió de este granito de arena, una alegría más allá de toda medida. Parecía que se había vuelto sol, irradiando luz de gozo, tocando con su brillo playas y mares, montañas y cordilleras, llegando más y más lejos, hasta que fue tan grande que dejó de tener tamaño.

Y todavía hay relatos que cuentan cómo un pequeño granito de arena creció tanto – sin cambiar su tamaño – que ahora contenía al universo entero, con todos sus universos; y que esa es la razón por la que hoy todavía hay quienes pueden maravillarse al observar universos enteros en un granito de arena.

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9-

Junto al río

Escuché decir al viento que un día el joven artesano fue a visitar al anciano maestro, al poseedor de toda la sabiduría de su antiguo arte. Caminó hasta su casa, que se encontraba justo a la orilla del río y le dijo: “Venerado maestro, llevo años tratando de perfeccionar mi habilidad en el oficio de nuestros ancestros, y no he llegado a dominarlo. ¿Podría escribir para mi cual es el máximo secreto de su maestría?”

El maestro sonrío, tomó pincel y tinta y haciendo trazos suaves sobre un pedazo de papel escribió la palabra “Atención”

“¿Atención? ¿Y qué más? ¿Eso es todo? – Le preguntó el aprendiz - ¿No hay nada más que me pueda enseñar?”

El anciano maestro tomó un nuevo trozo de papel, y con suavidad escribió las siguientes dos palabras “Atención. Atención”.

El joven artesano no sabía muy bien si el anciano se estaba burlando de él, así que reprochó “Pero, eso no me parece ningún secreto, por favor confíeme la clave última para preservar nuestra tradición”

Entonces en un nuevo papel el viejo poseedor de toda la sabiduría de ese arte milenario escribió “Atención. Atención. Atención”.

“Bueno, bueno, entonces dígame que significa atención” casi exigió el muchacho. Así que haciendo aún más amplia su sonrisa, ahí en su casa, justo a la orilla del río el anciano le dijo “Es muy fácil, atención significa atención”

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Territorio

Escuché decir al viento:

Inmenso azul de cielo invernal, maravilloso rosa de atardecer, verde bosque, verde jungla, amarillo rasgando el aire, rojo sangre, negra noche, blanco menguar de luna.

Tum, tum, corazón latiendo tum, tum, de tambor sonando.

Grito de gozo, canto de pena, silbar del viento… Silencio. Risa de niño, crujir de hojas, suave palabra… Silencio.

Áspera piedra, sábana suave, cálido beso, húmeda tarde y helado el viento.

Olor de tierra mojada, sabor de jugosa fresa, aroma a café y a mango.

Sabor de casa.

¿Estás mirando? ¿Lo escuchas? ¿Cómo se siente? ¿A qué huele? ¿O estás dejando que se vaya sin vivirlo?

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11-

Recuerda

Hoy el viento me pidió “Acuérdate de esta mañana”

Y ahí estaba, preparándote el café. “Acuérdate de lo que hacías ayer a estas horas”

Volví a sentir el calor de esa tarde de abril. “Acuérdate de tu graduación”

Y otra vez baile contigo. Suavemente me invitó: “Acuérdate de tu primer amor”

Mi madre me abrazó nuevamente. “Acuérdate de tu primer día de escuela”

Entre nervioso y emocionado fui niño otra vez. “Acuérdate de la última vez que fuiste a una tienda de dulces”

Salivé con antojo, miré a todas partes y no podía decidirme. Con voz que no olvido, susurró “Acuérdate de tu primer recuerdo”

Y me vi envuelto por la más agradable sensación de calidez. “Acuérdate de hace 10 años”

El tiempo transcurrió hacia atrás. “Acuérdate de la escuela primaria”

La sensual morena del libro de texto me observó con curiosidad. “Acuérdate del cura Hidalgo tocando la campana de Dolores”

Enardecido me lancé a la guerra. “Acuérdate de Cristóbal Colón y sus tres carabelas”

Entre el olor a sal y a humedad, me llegaron exóticos aromas de tierras desconocidas. El viento siguió ordenando “Acuérdate de Cervantes escribiendo el Quijote”

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“Acuérdate de Miguel Ángel”

Y me convertí en David. “Acuérdate de Arturo y de los Caballeros de la mesa redonda”

Todo fue sangre, honor, lealtad y violencia. “Acuérdate de Cleopatra en su perfumada nave dorada bajando por el Nilo”

Me sentí esclavo y tuve que bajar la mirada ante tus bellísimos ojos de fuego. “Acuérdate de Jesús el nazareno”

Sané y me levanté. “Acuérdate de la construcción de la gran muralla china”

Piedra caliza, arcilla, granito y arena.

Una vez más habló “Acuérdate de los primeros humanos cazando bisontes”

Tenía hambre, estaba corriendo, mi cuerpo tenso, mi mente alerta. Supervivencia. “Acuérdate de los grandes dinosaurios revolcando sus gigantescos cuerpos en los pantanos”

Ahí estuve. No sé si fui lodo, si era tierra, si me convertí en enorme reptil. “Acuérdate del surgir de la vida en el planeta tierra”

Comencé a disolverme. Calor. Fuego. Agua. Movimiento. “Acuérdate de hace millones de millones de años”

Casi no quedó nada de mí. Galaxias formándose. “Acuérdate de la creación del universo, recuerda la gran explosión” siguió diciendo. Y por unos instantes lo fui todo. “Acuérdate de tu rostro antes de que surgiera este universo”

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Su voz se convirtió en estruendo al ordenarme “Acuérdate de ti mismo en este preciso momento”

Algo había cambiado. Otra vez desee besarte y prepararte el café.

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Dos hermanos

Escuché decir al viento que el viejo campesino esa tarde se dio cuenta que el momento de su muerte se acercaba, que sus largos años estaban tocando a su fin y en lugar de entristecerse, una sonrisa se dibujó en su rostro. Había vivido una vida larga y feliz, había dado y recibido amor, observado el crecer de la siembra estación tras estación, había educado a sus dos hijos lo mejor que pudo e incluso había sembrado docenas de árboles. Lo único que le preocupaba era qué hacer con sus tierras de cultivo, ya que aunque no eran muchas no quería que fueran motivo de disputa entre sus hijos, así que tras pensarlo un poco tomó una decisión y los mandó llamar.

Sentados a la sombra de un mezquite, el hombre anciano los miró y con tranquilidad les dijo – “el momento de mi muerte se acerca y me voy en paz” – comenzando una larga charla en la que hubo llanto, recuerdos, risas, gratitud y palabras impregnadas de amor; y cuando el sol se estaba poniendo les informó que quería dejarle al mayor de sus hijos la mitad de sus tierras de cultivo, justo desde aquel huizache hacia el norte, y que al más chico quería dejarle la otra mitad, del huizache hacia el sur.

El tiempo pasó y a los pocos días el anciano falleció; fue despedido por el pueblo entero y conforme transcurrían los días lentamente la tristeza fue dejando paso a la serenidady el duelo al trabajo cotidiano.

Así que la siguiente temporada de siembra, el hermano menor se dedicó a sembrar la parte sur, y el hermano mayor la parte norte; cada uno se ocupó de cuidar y atender su parte. Sin embargo, cuando el tiempo de cosecha se acercaba, el mayor de los hermanos pensaba que la distribución de tierras que había hecho su padre no había sido justa, que tal vez él había tenido buenas intenciones pero no había ninguna razón por la que los dos hermanos debían de tener la misma cantidad de tierra. Mientras tanto el hermano menor para sus adentros cavilaba pensando que su padre se había equivocado, que aunque la distribución fue equitativa no era justa y que no había ninguna razón por la que su hermano debiera tener la misma cantidad de tierra que él.

Y es que el hermano más grande se daba cuenta que su hermano más pequeño, al ser soltero y sin hijos, no tenía las alegrías y las satisfacciones que él sí tenía. No tenía una mujer con la cual compartir sus triunfos, sus fracasos y su tiempo, no tenía niños con los cuales jugar y sonreír al mirarlos crecer, nadie lo cuidaba ni se ocupaba de él. No era justo que tuviera la misma cantidad de tierra que él, sin las alegrías que él sí disfrutaba. De modo que para reparar la injusticia, por las noches, muy sigilosamente, cargaba un costal de su cosecha y la llevaba en silencio a la bodega de su hermano, sintiendo que con esto compensaba su falta de alegrías. Así que noche tras noche repetía este ritual

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llevando siempre un costal lleno de granos.

Al mismo tiempo, el hermano más chico se daba cuenta de todos los compromisos y las preocupaciones de su hermano mayor, educar a sus hijos, cuidar su salud y ciertamente no gozaba de las libertades que él tenía. Su hermano más grande no podía ir y venir libremente, tenía que negociar sus decisiones, tenía la tensión constante de velar por una familia. Por lo que no era justo que tuviera la misma cantidad de tierra que él, sin las libertades que él sí disfrutaba. Así que para reparar la injusticia, por las noches, muy sigilosamente, cargaba un costal con los granos de su cosecha y lo llevaba en silencio desde su propia bodega a la bodega de su hermano, sintiendo que con esto compensaba el error de su padre. De este modo, noche tras noche, repetía este ritual llevando siempre un costal lleno de granos. Lo curioso de todo esto es que ninguno notaba que su cosecha permanecía siempre igual, por más que cada noche sacaban un costal, a la mañana siguiente la cantidad era la misma.

Hasta que una buena noche, el hermano mayor iba caminando en silencio hacia la bodega del sur, llevando un costal en brazos y el hermano pequeño caminaba hacia la bodega del norte, tratando de no hacer ruido para dejar su costal, cuando finalmente – a la mitad del camino – se encontraron… se quedaron mirando extendiendo el tiempo mientras una sonrisa surgía de cada rostro, iluminando la noche, dejaron los costales en el suelo y se dieron un largo abrazo, y de algún modo por fin comprendieron.

Y según me dice el viento, todavía en nuestros días – cuando llega el tiempo de la cosecha – siguen haciendo lo mismo, caminando en silencio a la bodega de su hermano, dejando un costal sigilosamente y regresando con una amplia sonrisa.

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13-

Peregrinación

Escuché decir al viento que aquel hombre por fin tenía todo listo para emprender la peregrinación. Hace años que su maestro le había ordenado que visitara el más santo de los lugares.

Literalmente la preparación le llevó años. Se arrepintió de cada acto negativo, pidió perdón y con decisión practicó todos los rituales de limpieza interior para saberse puro al llegar al lugar sagrado. Meditó, hizo oración, fue generoso y cultivó la compasión para ser capaz de recibir todas las bendiciones que el sitio santo podía otorgar. Juntó un poco de dinero e hizo un ligero equipaje para emprender el viaje.

Así que la mañana antes de partir, fue a despedirse de su maestro y a pedir una vez más su bendición. “Hay algo que debes tener claro antes de irte” le dijo su mentor con voz tranquila “debes de tener total claridad sobre los motivos de tu viaje”

Sin dudarlo el hombre respondió “Maestro, usted sabe muy bien que lo único que quiero es encontrarme con Dios”

Con un brillo divertido en los ojos, el maestro repuso “Si es así, pon a mis pies las ofrendas que planeabas entregar en el altar del lugar santo”

Ahora si dudando un poco y sin entender muy bien las pretensiones del maestro, el hombre puso a sus pies las tres joyas que según la tradición había que poner ante el altar.

“Muy bien” continuó el hombre santo “Tú sabes que al llegar al sitio consagrado se acostumbra dar siete vueltas alrededor del templo principal. Atento y despacio da siete vueltas alrededor mío” ordenó.

El peregrino comenzó a pensar que su maestro estaba siendo demasiado pretencioso, lo que pedía sólo se realiza ante el más santo de los sitios. Sin embargo no podía rechazar su orden sin tirar por la borda todo el mérito que había reunido para su viaje sagrado, así que en silencio completamente atento a su mente y a su cuerpo -circunvaló muy despacio siete veces a su maestro.

“Perfecto. Ahora sí, ya puedes irte a tu casa” y con una gran sonrisa continuó “Haz hecho lo que buscabas, vete satisfecho y contento. Sólo quiero decirte algo más, desde que terminó de construirse el sitio santo al que pensabas viajar, Dios jamás vivió ahí. No dudo que fuese a pasar unas vacaciones, o pasara a mirar las hermosas construcciones de los hombres, pero nunca estableció ahí su residencia. Del mismo modo, desde que el corazón de los seres humanos dio su primer latido, Dios nunca

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