Área temática
Sociología de la sexualidad
Autor
Dr. Gerard Coll-Planas
Investigador en el Institut de Govern i Polítiques Públiques de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).
Email: gerard.coll@uab.cat
Título
La policía del sexo. El control social de la transexualidad.
Resumen
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Asociación de Psiquiatría Americana (APA) establecen que la no correspondencia entre sexo y género constituye un trastorno mental, el llamado “trastorno de identidad de género”. Siguiendo esta consideración, en 2007 el Gobierno español legisló que para poder cambiar la mención de sexo en el Registro Civil es necesario presentar un certificado de este trastorno mental. En esta comunicación analizaremos los planteamientos de las instituciones que regulan la patologización de la transexualidad (OMS, APA y la Asociación Harry Benjamin), el discurso de los profesionales de la salud que lo aplican así como el punto de vista de los pacientes transexuales. Destacamos tres contradicciones cruciales en el discurso patologizador en relación: al origen del género, a la autonomía de los pacientes y al rol de la transformación corporal en relación a la identidad de género. Planteamos que estas contradicciones son el resultado de la compleja función que juega este discurso: legitimar la violencia de género en los cuerpos y las subjetividades de las personas transexuales en el marco de una sociedad que se presenta como no sexista y no violenta.
Palabras clave
1. Introducción
1Consideramos que el proceso médico-legal transexualizador es un claro ejemplo de la violencia inherente en el género. En este proceso se muestra en su forma más cruda: normalizando comportamientos, extirpando órganos, patologizando la no correspondencia sexo/ género. Esta violencia no es ejercida de arriba a abajo, sino que se lleva a cabo desde múltiples lugares y direcciones: el entorno social presiona a los sujetos no normativos para que se adapten, en el marco de una sociedad sexista el sujeto mismo vive como necesaria la encarnación de una identidad género reconocible, la comunidad trans reproduce la segregación hacia quienes no optan por la reasignación sexual, el Estado adopta los planteamientos patologizadores en su legislación, etc.
En este capítulo abordamos el análisis de cómo es construido discursivamente el proceso transexualizador empezando por los discursos de las instituciones internacionales que lo regulan y de los profesionales que lo llevan a cabo en el contexto español. Contraponemos estos discursos con los de las personas trans que pasan por a él y de los activistas que lo someten a crítica.
El trabajo de campo ha consistido en la entrevista a una psicóloga clínica y la compilación del libro Ser transexual (Gómez y Esteva de Antonio, 2006a), de los epígrafes referentes a la transexualidad de los catálogos de enfermedades mentales DSM-IV, de la Asociación de Psiquiatría Americana (APA, 2000), y ICD-10 de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1992); así como el protocolo para el tratamiento de personas trans Standards Of Care For Gender Identity Disorders (HBIGDA, 2001). Los discursos de las personas trans se estudiaron a través de entrevistas (8 a personas a título individual y 3 a activistas), de dos talleres de análisis (técnica basada en los grupos de discusión) y la recopilación de 600 mensajes de foros de Internet y de 121 documentos de asociaciones trans.
En base al análisis de las directrices internacionales y de los discursos de los profesionales, sostenemos que estos agentes elaboran un mismo discurso cuyas múltiples contradicciones no se deben a diferencias de criterio personales o de especialidades profesionales, sino a la compleja función que desempeña este discurso: legitimar la violencia de género en los cuerpos y subjetividades de las personas trans en una sociedad que se presenta como no sexista y no violenta.
1 Este texto se trata de una síntesis de un capítulo publicado íntegramente en el libro “La
voluntad y el deseo” (Coll-Planas, 2010), editado por Egales. A su vez, el texto es una versión de la tesis doctoral dirigida por la Dra. María Jesús Izquierdo.
Empezamos revisando cuáles son los principios éticos que según los profesionales y las directrices internacionales deben regir el tratamiento de las personas trans y que hemos agrupado en tres categorías: la no patologización, el reconocimiento de la agencia y dignidad del “paciente”, y el respeto a la diversidad. Respecto a estas tres categorías apuntamos, en sendos apartados, las contradicciones internas del discurso psi y las que se producen respecto a su puesta en práctica.
2. Patologizando que es gerundio
Tanto en la entrevista con la psicóloga clínica como en el libro Ser transexual se afirma que la transexualidad actualmente se encuentra “desmedicalizada”. Según los autores, se habría pasado de una medicalización encaminada a obligar a las personas transexuales a adquirir el género correspondiente a su sexo, a la actualidad, en que “el papel de la medicina se hace cada vez más dependiente de las necesidades de las personas con identidades de género [disociadas de su] sexo biológico que de las necesidades clasificatorias o de poder de las dinámicas de medicalización” (Gómez et al., 2006a: 90). De este razonamiento se sigue que el planteamiento que adoptan los profesionales que escriben el libro no es medicalizadora ni trata las personas trans como enfermas.
En este punto nos encontramos con dos grandes ambigüedades de este discurso: la concepción del trastorno y el origen psíquico o físico de la transexualidad. En primer lugar, en relación a la concepción del trastorno, veamos en más detalle cómo se presenta la versión hegemónica, que se define como desmedicalizada. Un elemento de diferenciación sería que ya no se habla de la transexualidad como ‘enfermedad mental’ sino como ‘trastorno’. Por un lado, consideramos que se trata de un mero cambio terminológico que no altera la connotación patologizante, pues trastorno es definido por el diccionario de la Real Academia de la Lengua como “perturbar el sentido, la conciencia o la conducta de alguien, acercándolos a la anormalidad”. Por el otro, a pesar de este cambio terminológico, a lo largo del libro se hacen referencias explícitas a la transexualidad como “una enfermedad susceptible a ser atendida por la medicina”, como “afección” o se sostiene que es importante hacer el diagnóstico diferencial para “descartar otras patologías”. Además, el DSM-IV clasifica abiertamente el trastorno de identidad de género como un ‘trastorno mental’. Sostenemos que esta ambigüedad sobre el carácter patológico de la transexualidad es producto de la tensión entre el compromiso con lo políticamente correcto, que no
permite hablar directamente de la transexualidad como enfermedad o patología, y su función de regular los cuerpos y géneros no normativos.
En relación al segundo aspecto, se produce una contradicción en la atribución de un origen a la transexualidad: la causalidad corporal y psíquica conviven contradictoriamente en el discurso patologizador. Por un lado, ubican el error a nivel de cuerpo, lo que supone entender la transexualidad como “estar encarcelado en un cuerpo que no le corresponde” o como “haber nacido en un cuerpo equivocado”. Esta percepción está presente en el discurso de muchas personas trans y también de muchos profesionales. Al situar el error en el cuerpo, la transexualidad deviene un tipo de intersexualidad: si en la segunda no se produce la correspondencia entre las dimensiones cromosómica y/o gonadal y/o genital, en el caso de la transexualidad, la falta de correspondencia se produciría entre la identidad de género y las demás dimensiones del sexo.
Por otro lado, se afirma que el “error” de la transexualidad se encuentra en el plano psíquico, lo que abre la puerta a considerar la transexualidad como un trastorno mental. En este caso, se considera que lo que está equivocado no es el cuerpo sino la mente, que no reconoce el género atribuido y rechaza el cuerpo. Sostener que el error tiene origen al mismo tiempo en el cuerpo y en la mente resulta contradictorio, pues si se trata de un fenómeno de origen biológico no debería clasificarse como un trastorno mental, y si tiene un origen puramente psíquico es difícilmente justificable recomendar una transformación física.
Cuando las personas trans hablan de su experiencia personal contradicen un enfoque del poder de arriba a abajo, pues habitualmente son ellas las que se dirigen a los profesionales de la salud mental en búsqueda de ayuda. De hecho, a menudo la patologización es previa a la intervención de los profesionales, lo que puede ayudarnos a resituar su grado de responsabilidad en el proceso de patologización. Las personas trans acuden a ellos tras interiorizar que su falta de correspondencia sexo/ género es anormal, patológica, algo que los profesionales generalmente refuerzan. La labor de los profesionales es efectiva, entonces, porque antes de entrar en la consulta la persona ya ha asimilado su posición anómala respecto el género normativo.
Sin embargo, no todas las personas que se dirigen a una unidad especializada consideran que padezcan un trastorno, algunas van porque es el circuito establecido para obtener el certificado que les dará derecho a cambiarse el nombre, hormonarse u operarse, o para buscar la legitimación de un profesional que facilite la aceptación del entorno sociofamiliar. Este es el caso de Marc (trans masculino), que fue a una unidad especializada porque “mi madre necesitaba saber si era transexual”.
La obligación de acudir a profesionales de la salud mental suele ser vista como una patologización, aunque también nos encontramos trans que no se sienten tratados como personas con un trastorno mental por parte de los profesionales. Así lo expresa por ejemplo, un chico trans: “en el Clínico, te lo dicen de buen rollo, porque en el Clínico lo dicen de una manera que como saben que no es así pero como la Generalidad de Cataluña, y los politiqueos de estas cosas dicen que directamente ha de poner que estás enfermo para poner cosas de estas, como para el DNI” (Taller 3, trans masculino). Esta es una reproducción del discurso oficial según el cual el diagnóstico es un puro formalismo.
En contraposición, el participante de un taller de análisis vivió su experiencia en la unidad especializada como un “chantaje”, ya que acceder al seguimiento psicológico era la única forma que tenía para conseguir su objetivo: hormonarse bajo control endocrinológico. El chico relata que a pesar de estar convencido de no tener ningún trastorno mental: “al final te acabas sintiendo enfermo, quieras que no, si dos veces al mes tienes que ir a un hospital a hablar con una psicóloga, por muy fuerte que seas, por mucho que quieras no creértelo, al final te afecta” (Taller 2, trans masculino).
Varias personas que han recibido o reciben tratamiento en una unidad especializada identifican el someterse a los tests psicológicos como una experiencia que les hace sentir tratados como enfermos. Esto se debe tanto al contenido de las preguntas (si han intentado suicidarse, si han querido matar a sus padres, etc.) como al planteamiento del proceso, que implica contestar centenares de preguntas estando encerrados solos en una pequeña habitación.
Además, en el proceso de diagnóstico se usa la escala de masculinidad-feminidad del Inventario Multifásico de Personalidad Minessota, ampliamente criticada por mantener una visión del género muy estereotipada (ver Garaizabal, 2006: 167). Un ejemplo de la imposición de los estereotipos de género lo encontramos en el caso relatado por una mujer trans cuyo trabajo requiere el uso disolventes y pinturas que le dejan las manos manchadas, alejándolas del estereotipo de unas cuidadas manos femeninas. Según la mujer, en la primera visita, la psicóloga sugirió que debería dejar este trabajo si realmente se sentía mujer. Dentro de esta misma lógica sexista, la entrevistada también sintió como la relación con su mujer era cuestionada ya que, des del punto de vista de la psiquiatra, sentirse mujer implica sentirse atraída por los hombres.
3. Autonomía sin condiciones para ejercerla
Abordamos a continuación las contradicciones relativas a la categoría de respeto a la autonomía, en la que hemos incluido los principios éticos que se refieren al trato del paciente como “un ciudadano adulto, autónomo, capaz de asumir sus propias decisiones” (Soriguer, 2006: 497) y cuya dignidad y capacidad de autorealización son reconocidas (Gómez y Esteva de Antonio, 2006b: 21). Estos principios entran en contradicción con su forma de concebir el sufrimiento y con la desigualdad de poder entre paciente y profesional.
En primer lugar, el discurso patologizador atribuye un papel al sufrimiento que choca con el principio de respeto a la dignidad de las personas trans. Por ejemplo, Godàs (2006: 378) recomienda que, en el momento de revelación de la transexualidad a sus familias, se expresen “las emociones, el malestar y el sufrimiento que provoca la disforia de género, y la incapacidad de poderlo controlar o evitar”. Se apuesta, pues, por una revelación basada en la explotación del sufrimiento y la negación de la agencia respecto a la identidad de género.
El tema del sufrimiento juega un papel clave en el discurso de estos profesionales, pues paliarlo es lo que justifica su actuación. Un elemento fundamental es si se considera que el sufrimiento es inherente a la transexualidad o fruto del rechazo social. En el discurso psi hegemónico encontramos una posición ambigua respecto a este tema. Soriguer y Valdés (2006: 529) entienden el sufrimiento como algo intrínseco a la transexualidad, al margen de factores sociales, y afirman que “el transexualismo más que una enfermedad debe ser considerado una condición biológica que al trastocar las certezas establecidas sobre el género, hace sufrir a las personas que la padecen”. Sin embargo, en otra parte del mismo libro se pone el acento en el rechazo social como la mayor fuente del sufrimiento de las personas trans (Gómez et al., 2006b: 67).
Entender el sufrimiento como consecuencia del rechazo social resulta contradictorio con la definición de trastorno en el DSM-IV, pues ésta excluye los conflictos procedentes de la tensión entre individuo y sociedad. Además, si consideramos que el sufrimiento de las personas trans no es inherente a su condición sino fruto del rechazo social, podemos leer el proceso de transexualización como la individualización y psicologización de la desviación del género normativo, en el sentido que se tratan como problemas psíquicos de individuos concretos lo que son fenómenos sociales. Si sostenemos que el rechazo del entorno provoca que las personas quieran modificar sus cuerpos; en un entorno menos transfóbico y sexista,
un hombre femenino y una mujer masculina podrán sentirse reconocidos y deseados, por lo que tendrán mejores condiciones para aceptar sus cuerpos.
En segundo lugar, a pesar de que los profesionales pretendan no estar imponiendo sus criterios sino acompañando al paciente en sus decisiones autónomas, en la práctica este esfuerzo colaborativo es difícil. Para empezar porque la relación es muy desigual, ya que quien tiene la potestad para dictaminar si la persona es transexual es el profesional, ya que argumentan que “la subjetividad de cada persona puede distorsionar la realidad de uno mismo” (Gómez et al., 2006c: 141). No se contempla, en cambio, que la subjetividad del profesional distorsione la realidad del paciente, como hemos visto que efectivamente sucede en relación a los estereotipos de género y el heterosexismo. En definitiva, los profesionales se presentan como guiados por criterios valorativamente neutros y objetivamente establecidos.
Sin embargo, los profesionales reconocen que su posición a menudo provoca “un cierto recelo o temor” en sus pacientes, que les ven “como un juez que decide sobre su futuro, en vez de cómo una persona cuya función es la de ayuda y colaboración en una toma de decisión de gran trascendencia en su vida” (Gómez et al., 2006c: 141-2). Esta desconfianza es vista como un obstáculo para que ambos se dispongan a “colaborar en un proceso de participación activa en el que se establecerán de común acuerdo metas, opciones y un plan de acción”. Consideramos que resulta contradictorio sostener este planteamiento sin cuestionar la lógica que determina las posiciones de terapeuta y paciente como extremadamente desiguales. Las personas trans generalmente relatan ser conscientes de que no pueden olvidar esta desigualdad de poder y afirman tenerla presente que en todo momento durante el trascurso de las citas con psicólogos y psiquiatras. Por ejemplo, Andrea, una chica muy joven y que está esperando para operarse, relata así la evolución de su percepción del papel de los profesionales:
Al principio la experiencia en la Unidad fue buena. Se agradece que te aclaren y que aclaren a tus padres. Ahora ya no tanto, porque parece que quieren controlar tu vida, como si fueras un enfermito que no sabe qué hacer.
P- ¿Qué tipo de dudas te respondían al principio?
Pues si lo que me pasaba era normal, que si había mucha gente igual, si realmente lo que me pasaba era eso, etc. Aunque eso al final te lo aclaras tú misma. A mi me ayudó muchísimo hablar con chicas trans por Mesenger porque veía que casi todo coincidía. Y cada sesión a la que iba, acudía con más seguridad sobre lo que era y sobre mi objetivo, que era conseguir el tratamiento hormonal. Al final las vi más como una barrera que como una ayuda, pues si ellas no decía que necesitaba el tratamiento hormonal no lo tendría de forma segura, controlada por un endocrino. (…) Sentía que tenía que convencerlas de algo que yo tenia seguro. Tenia que dar las "respuestas correctas" a sus preguntas para poder tener hormonas.
P- ¿Has tenido la sensación de que depende de su voluntad darte o no hormonas? Sí, y es indignante que mi felicidad dependa de otra persona, dependa de que esa persona tenga claro lo que yo soy. Incluso suena ridículo el decirlo (Ent. Andrea, trans femenina).
La chica afirma que para conseguir su objetivo tiende a exagerar y a mentir. Considera que el papel de los profesionales de la salud mental debería limitarse a ayudar a la persona a sobrellevar la presión social, no a decidir si el solicitante es “realmente” una persona transexual: “creo que el papel psicológico es el de apoyar y resolver dudas, nunca el de decidir sobre algo de ti: te sientes como manipulada y te hace sentir enferma”.
4. Diversidad limitada
El respeto a la diversidad y singularidad de los pacientes, por su lado, es contradicha en el mismo discurso psi por su apelación a las taxonomías que clasifican en departamentos estancos las experiencias individuales así como por la priorización de la operación de reasignación sexual, que limita la diversidad de opciones que pueden adoptar las personas trans. En definitiva, consideramos que los profesionales tratan de promover un ordenamiento de la diversidad: las desbordantes formas de identificarse y desear se reducen a un abanico de categorías claras y bien delimitadas; y ante el desorden que supondría la no correspondencia sexo/ género, se promueve la transformación corporal. Por razones de espacio, en esta ocasión nos centraremos exclusivamente en la presión que ejercen hacia la transformación corporal y a continuación vemos cómo se posicionan los activistas y las personas trans a título individual ante la obligatoriedad de transformación corporal.
Consideramos que los profesionales y las directrices internacionales incumplen el principio de respeto a la diversidad debido, principalmente, a que conciben la reasignación sexual como inherente a la transexualidad. En Standards Of Care se establece que el terapeuta debe ayudar al paciente a establecer metas realistas, a tener en cuenta las complicaciones que puede acarrear la intervención tanto a nivel social como de salud y a entender que ninguna operación puede “erradicar permanentemente todos los vestigios del sexo original de la persona”. A pesar de estos principios, tanto el mismo Standards Of Care como los discursos de los profesionales configuran la reasignación sexual como un elemento indisociable de la transexualidad. Esto se traduce en considerar que toda persona verdaderamente transexual se quiere operar los genitales. La psicóloga clínica entrevistada sólo
concibe que alguien no se quiera operar por ser trabajadora sexual2, por falta de
recursos, por miedo o porque la operación no está bien resuelta. Becerra (2006: 108) añade a la lista de motivos la falta de información, la ausencia de profesionales y dificultades de acceso al sistema público. En ningún caso se contempla que la persona se sienta mujer pero no desee castrarse o que alguien se sienta hombre y pueda disfrutar se su cuerpo sin necesidad de una reasignación sexual. Se esencializa, además, la relación entre transexualidad y reasignación sexual al afirmar, por ejemplo, que “la histerectomía y anexectomía es una intervención necesaria en el tratamiento del paciente transexual mujer a hombre”3 (Garrido, 2006: 288). Esta afirmación no
tiene en cuenta que para algunos hombres trans no es en absoluto necesario extirpar órganos sanos renunciando así a la capacidad de engendrar.
Además, no se cumple con el criterio de informar de forma realista. Entre los profesionales hay consenso en que la forma de paliar el sufrimiento de las personas trans es establecer la correspondencia sexo/ género mediante la transformación corporal. Así, se pretende que el sufrimiento que viven las personas transexuales desaparece con el tratamiento contribuyendo a sobredimensionar los efectos de la operación, negando que el sufrimiento pueda persistir o incluso aumentar al llevar a cabo la transformación corporal.
Además, se tienden a minimizar o directamente a obviar los efectos secundarios de la operación y la hormonación. Por ejemplo, la psicóloga clínica entrevistada afirma que “las vaginoplastias ya son perfectas, a los seis meses hay respuesta orgásmica”, que las operaciones están muy “controladas” y, al preguntarle por qué hay muchas personas trans que aseguran haber perdido capacidad de obtener placer sexual, la respuesta es que no es cierto. Por otro lado, al preguntar si hay casos en que, tras completar la operación la persona sienta rechazo o arrepentimiento de haberla llevado a cabo, la psicóloga clínica afirma que no se han encontrado ningún caso. Esta misma lógica de negación la encontramos al preguntar sobre los efectos secundarios del tratamiento hormonal.
Muchas de estas declaraciones se pueden poner en entredicho. En primer lugar, afirmar que las operaciones están muy controladas, implica no tener en cuenta el hecho que las personas transexuales que se quieren operar a menudo acuden a cirujanos privados que no les dan garantías o van a países en que puede haber buenos profesionales pero no hay un seguimiento postoperatorio ni garantías en caso
2 En el contexto del trabajo sexual las mujeres trans más solicitadas son aquellas que
conservan el pene y la capacidad eréctil.
3 La histerectomía es la extirpación del útero, mientras que la anexectomía es la extirpación de
de que la intervención salga mal. En segundo lugar, lo que la psicóloga clínica denomina “respuesta orgásmica perfecta” se traduce según los expertos Ibáñez, Giraldo y Cagigal (2006: 217) en “una capacidad funcional para llegar al orgasmo que varía entre un 80% y un 95%”. De todas formas, si atendemos a lo que afirman muchas transexuales operadas, no es sólo una cuestión de capacidad orgásmica, sino que se pierde en intensidad, en frecuencia y en control. En tercer lugar, es destacable que la psicóloga no haga mención alguna a las posibles complicaciones que se pueden derivar de la operación y de la hormonación. Si bien el tono general del libro Ser transexual sigue esta misma tendencia a ensalzar los beneficios de la operación, los capítulos referidos a las intervenciones de reasignación sexual recogen las complicaciones que puede haber. En relación a los efectos secundarios del tratamiento hormonal, a pesar de la taxativa afirmación de la psicóloga, en Standards Of Care, en Liñan y Esteva de Antonio (2006) y en Halperin y Esteva de Antonio (2006) se reconocen los efectos secundarios que puede provocar la toma de hormonas. En el trabajo de campo nos encontramos con varias personas que han sufrido efectos secundarios de la hormonación a pesar de estar controlada por un endocrino, siendo el caso más grave el de un trans masculino que estaba recibiendo un tratamiento con Testogel que le estaba abriendo una fisura que tenía en el corazón. Por otro lado, en nuestro trabajo de campo hemos encontrado casos de arrepentimiento por haberse operado. La negativa de reconocerlo por parte de la psicóloga se puede deber: a su desconocimiento (no todas las personas trans hacen seguimiento psicológico tras la intervención); a que las personas que se arrepienten no se lo comunican (de la misma manera que le esconden otros aspectos con el objetivo de encajar en los cánones del discurso hegemónico); a que la psicóloga opta por no mencionarlo para presentar una imagen no problemática del proceso; o, finalmente, a que no se dan las condiciones para que las personas intervenidas puedan expresar (ni siquiera sentir) arrepentimiento, frustración o incluso dolor.
En relación al dolor del postoperatorio, la psicóloga clínica lo concibe de la siguiente forma:
P- ¿Crees que la gente es consciente cuando se somete a la reasignación sexual de los riesgos que tiene, o tiene tan claro que quiere hacerlo que por más que le digas…?
-Ni dolor, ¿me entiendes? P- ¿En qué sentido lo dices? -No hay dolor físico.
P- ¿No hablan de ello o ni…?
-No, no. O sea, imagínate qué te hacen, imagínate qué tipo de intervención, ¿no? Y cuando dices ‘y bueno, ¿qué tal la recuperación, el dolor?’ ‘Nada, nada’. O sea, son tantas las ganas, la ilusión… que desaparece, no hay dolor, no hay, no hay. Dicen que el dolor es una emoción, pues… [se ríe]
P- Hay otra emoción que lo supera.
-Exactamente [se ríe] hay otra emoción que inhibe el dolor (Ent. psicóloga clínica).
Pensar que las personas sometidas a la operación de reasignación sexual no sienten dolor es dudoso en el caso de intervenciones de esta envergadura y cuyas curas pueden llegar a durar años. Más bien, nos inclinamos a pensar que en la situación actual muchas de las personas trans optan por no explicitar el dolor que les produce la operación como tampoco se permiten expresar la frustración ante las desmesuradas expectativas que rodean la operación.
La defensa de la operación y la hormonación que establecen los profesionales contradice el principio de informar de forma realista al paciente y de ayudarlo a tomar sus decisiones de forma imparcial y sin privilegiar ningún tratamiento. Coincidimos con Garaizabal (2006: 172) en que es necesario “colocar en un lugar más apropiado [la operación] y despojarla de los mitos que hoy la rodean”, con el objetivo de dejar de alimentar la idea de que la operación acabará con el sufrimiento e implicará volver a nacer.
A pesar de que los profesionales y las directrices declaran que cada paciente es único y debe seguir su propia trayectoria sin presiones, la mayoría de personas que entrevistamos o participaron en los talleres relatan haberse sentido presionadas por parte de psicólogos y psiquiatras en algún momento del tratamiento. Encontramos ejemplos de presión para que alguien empiece el test de la vida real: “la doctora hace poco a una de las chicas trans le dijo ‘si no te vistes de mujer no te hago la hormonación’” (Taller 3, trans masculino). El tratamiento hormonal también está sujeto a la voluntad del profesional, que puede entrar en colisión con la del paciente. Por ejemplo, muchos transgénero optan por hormonarse de forma intermitente para dañar menos su cuerpo, opción que choca con la posición de los profesionales, que renuncian a tratarlos evocándoles así a la autohormonación.
Una mujer trans que participó en un taller relató sentirse presionada para someterse a la operación de reasignación sexual:
Yo he ido mucho a psicólogos, y la relación bien, muy buena, pero siempre me ha dado la sensación de que tienen el machaque este de que tienes que operarte. Y yo ha habido momentos charlando con ellas que he tenido la sensación de que me estaban
presionando para que me operara. La decisión la he tomado yo, pero me sorprendía mucho que especialistas de la salud y dedicados a este tema tuvieran este punto de vista… Ni tan solo sé si lo hacían conscientemente o no, pero yo ha habido momentos que tenía la sensación que me estaba afectando y me estaban presionando, y esto me superaba… Y pensaba ‘yo tengo la edad que tengo, pero si esto lo hacen también a una chica de dieciséis años…’ (Taller, trans femenina).
Estos y otros ejemplos que hemos recopilado durante el trabajo de campo nos muestran que la recomendación de acompañar el paciente sin imponerle sus criterios y de permitir que tome sus propias decisiones, no se cumple siempre en la práctica.
5. Conclusiones: el equilibrio imposible
En palabras de una activista, la persona trans se encuentra ante un “equilibrio imposible en nuestra sociedad entre su integridad física y su sentido de identidad” (CTC, 2004). Lo que se debería fomentar, en consecuencia, es que puedan vivir su identidad de género sin renunciar a su integridad física.
El discurso hegemónico sobre la transexualidad, sostenido por profesionales y gran parte de los propios trans, no admite este “equilibrio imposible” y promueve renunciar a la integridad física con tal de, presuntamente, conseguir la identidad deseada y acabar así con el sufrimiento. De esta forma se obvian los costes de esta elección, las consecuencias negativas que puede acarrear y la frustración que entraña. Una aproximación realista al tratamiento transexualizador no puede renunciar a plantear este equilibrio imposible (seguramente sólo improbable) entre la identidad y la integridad física, ni prometer el final del sufrimiento y preconizar que la operación significa volver a nacer, sino que debe acompañar en la imposibilidad de coincidir con uno/a mismo/a, en el reconocimiento del dolor y en reconciliarse con su propia trayectoria vital. Además, implica reconocer que, en las actuales circunstancias sociales, no es posible que una persona con un cuerpo hembril que se sienta hombre o que una persona con un cuerpo machil que se sienta mujer encuentren un lugar en el espacio social en el que sentirse plenamente reconocidas.