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Ni Tan Solo Una Hora Larry Lea

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Academic year: 2021

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LARRY LEA 'Ni tan sólo una Hora?

Indice Prefacio 7 SECClON I

LA PREPARACION 1. ¡No se llama INRI! 2. Un cambio radical 17

3. Lea las letras rojas y ore pidiendo poder 4. El llamado más elevado

5. Una progresión divina 6. Señor, enséñanos a orar 7. ¿Ni tan sólo una hora? SECCION 11

PROMESAS: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. "

8. Apropiándonos de los nombres de Dios 9. Apropiándonos de las promesas de Dios SECCION 111

PRIORIDADES: "Venga tu reino. Hágase tu voluntad. " 10. El reino de Dios en usted y su familia

11. El reino de Dios en su iglesia y su país SECCION IV

PROVISION: "El pan nuestro de cada dla, dánoslo hoy. " 12. Viviendo en la voluntad de Dios

13. Respondiendo a los requisitos de Dios SECCION V

LAS PERSONAS: "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. "

14. Llevándonos bien con la gente SECCION VI

PODER: "No nos metas en tentaci6n, mas líbranos del mal. " 15. Colocándonos la armadura de Dios

16. Construyendo un cerco de protección SECCION VII

ALABANZA: "Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. "

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SECCION VIII

REQUISITOS PREVIOS, MODELOS, PARTICIPACION 18. Poniendo lo primero, primero

19. Modelos para seguir 20. Por amor a diez Guía de oración

Prefacio

En la fría y oscura noche en que Jesús fue traicionado, sus discípulos no lograron velar una hora con él en oración. En el

huerto de Getsemaní, mientras Jesús oraba en tal agonía de eSI?íritu que su sudor se volvía gotas de sangre, sus disápulos, ajenos

totalmente a los acontecimientos eternos que se estaban por

producir, donnían. Jesús, con el espíritu dolorido y acongojado, los despertó y les preguntó: "¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?" (Mateo 26:40).

Reflejada en aquella trágica escena, podemos contemplar la

situación difícil de la iglesia en nuestros días. Jesús, nuestro sumo sacerdote, está intercediendo por nosotros en oración; sus disápulos duermen, y Satanás está ganando una batalla tras otra, por

abandono. Sería imposible calcular los fracasos, las reputaciones arruinadas, las derrotas, los hogares deshechos y muchas otras tragedias que podrían haberse evitado si los creyentes hubiesen orado. Sería imposible medir la destrucción que podría haberse evitado y el juicio que se hubiera eludido, si tan sólo el pueblo de Dios se hubiese tomado tiempo para orar. Yo soy culpable, y usted también lo es.

Pero no he escrito este libro para que se sienta cargado de

culpa. Lo he escrito porque sé 10 que significa sentirse perseguido por el llamado a la oración, y porque sé lo que significa permitir que las interrupciones, la fatiga y las presiones, ahoguen ese llamado. Dios me persiguió durante seis años con el llamado a la oración, antes de que finalmente le obedecerá y velará con él una hora diaria, respondiendo a su ruego. Pero cuando lo hice, mi vida y mi ministerio se transformaron radicalmente.

Quiero hacerle una promesa: Cuando usted ora una hora por día, ocurre algo sobrenatural. No ocurre de la noche a la mañana, sino que lenta, casi imperceptiblemente, el deseo de orar se implanta firmemente en el terreno de su ser, por medio del Espíritu de Dios.

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Este deseo supera las malas hierbas de la apatía y la negligencia, y va madurando hacia una disciplina de la oración. Luego un día, usted descubre que la oración ya no es simplemente una obligación o una rutina; en lugar de ello, la disciplina de la oración ha dado el fruto del deleite. Descubre que añora que llegue el momento de su encuentro diario con Dios.

La obra sobrenatural de la oración continúa, y comienza a tomar y reformar cada esfera de su vida. Usted advierte que su corazón ya no está ajeno a las promesas y a la presencia de Dios. Descubre cómo determinar, mantener y emplear en la oración las prioridades de Dios en su vida; aprende cómo apropiarse de la provisión de Dios para sus necesidades. La vida entra en una nueva dimensión a medida que usted empieza a experimentar mayor gozo y plenitud en sus relaciones con otras personas. A medida que empieza a caminar, ya no en la carne sino en el

Espíritu, descubre cómo avanzar en el poder de Dios y mantenerse en el plano de la victoria· que Jesús ya conquistó para usted.

¿Cómo lo sé? Lo sé porque eso es lo que pasó conmigo cuando obedecí el llamado a la oración. Lo sé porque eso es lo que pasó con los creyentes después de la ascensión de Jesucristo. Piense en ello: ¿Qué fue lo que transformó a los aletargados discípulos, a los creyentes desanimados y vacilantes seguidores que se nos muestran en los últimos capítulos de los evangelios, en el ejército decidido, motivado y unificado del libro de Los Hechos? ¿Qué hizo de ellos un ejército espiritual poderoso, capaz de transformar las dificultades en oportunidades, capaz de tomar decisiones claras y agudas

en lugar de debatirse en reflexiones confusas y brumosas; un ejército que al cabo de una generación había transformado el mundo en el nombre de Jesús? Fue la oraci6n. La oración que liberaba el poder de Dios y utilizaba sus infinitos recursos. ¿Qué es lo que va a transformar a los discípulos inactivos, y a los creyentes dubitativos, y a los seguidores vacilantes de nuestros días, en un ejército poderoso y combatiente, cuyo himno sea la liberación, y que lleve sanidad en sus manos? Es la oración. Es la oración la que arrebata de las garras ambiciosas de Satanás las victorias que Jesús ya obtuvo para nosotros. La oración que resuena a las puertas del infierno.

Si usted no está orando una hora diaria de manera sistemática, pero quisiera hacerlo, aprópiese de los secretos sobre la oración que el Espíritu Santo me enseñó a mí mientras estaba de rodillas, y

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empiece a practicarlos. A medida que aprenda a orar en la forma que Jesús nos enseñó a hacerlo, su vida de oración dejará de ser una experiencia frustrante de éxito incierto; en cambio, velar una hora con el Señor en oración, llegará a ser algo fácil y natural. ¿Por qué no inclina ahora mismo la cabeza y ora? "Jesús, pon en mi corazón el deseo de orar. Ayúdame a adoptar un horario regular de oración diaria. Cambia mi vida de oración para que en lugar de una obligación sea un deleite. Haz de mí un vigoroso soldado en tu ejérdto de oración.11

¿Pronunció la oración? ¿La hizo sinceramente? Entonces,

soldado, es mejor que saque el uniforme de entre las naftalinas, saque brillo a los botones de bronce y lustre las botas, porque el ejército de Dios se está poniendo en marcha

SECCION 1

LA PREPARACION CAPITULO UNO ¡No se llama INRI!

Tenía diecisiete años en 1968, cuando las pesadas puertas del

pabellón psiquiátrico del hospital Mother Frances, en Tyler, Texas, se cerraban con llave detrás de mi. Por entonces tenía un auto convertible y una hermosa novia; tenía una beca como jugador de golf a nivel nacional; vivía en una enorme casa en la que el

segundo piso me pertenecía por completo: tenía dos dormitorios, dos baños y un escritorio. Tenía de todo. Pero perdí totalmente el juicio en ese ambiente, porque tenía de todo en lo externo, pero nada en lo interno.

Semanas antes, había buscado ayuda de mi padre, que había hecho una fortuna con el petróleo. -¡Ayúdame, papá! -le había suplicado.

Pero mi padre era un alcohólico que no conocía a Jesús; su corazón estaba tan vacío como el mío. Todo lo que hizo fue

mirarme un instante sin poder creer, y luego exclamar exasperado: -Larry, cualquier muchacho que tiene todo lo que tienes tú, y se deprime, es porque está metido en las drogas.

Mi madre, que sí era creyente, acudió en mi defensa. -Mi hijo no se metería en las drogas -replicó ofendida por la acusación de mi padre-. Debe tener un tumor cerebral, o algo por el estilo. Durante ese período de terrible depresión, fui un domingo a

la iglesia, buscando ayuda. Estaba tan desesperado por ayuda, que al final del culto caminé hacia el frente, mientras todos mis

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compañeros me observaban desde la última fila. Le dije al pastor: -Señor, ¿tiene algo para mí? Estoy perdiendo el juicio, y no sé cuál es la causa.

¿Saben lo que hizo el pastor? Simplemente me palmeó el

hombro, y me susurró confortándome: -Ya te sentirás mejor, hijo. Eres un buen muchacho. Ven, llena esta ficha.

Todo lo que mi padre podía ofrecerme era dinero, y todo 10 que la iglesia tenía para mí era una ficha para llenar. No sabía dónde más recurrir, de manera que cuando mi madre insistió en que debía haber alguna anomalía física, me rendí y fui al médico. Después de exhaustivos exámenes que comprobaron que no había razones físicas que explicaran mis profundos problemas emocionales, me admitieron en un hospital psiquiátrico, y entonces comenzó

la ronda de pruebas psicológicas.

Poco después, el médico entró a la habitación y me dijo en

tono comprensivo: "Estás deprimido, ¿verdad? Esto te ayudará." Y me dio cuatro tranquilizantes, y entonces pude comprobar que cada cuatro horas alguien venía y me entregaba cuatro pequeñas pastillas. Y eso fue el final. Las últimas lucecitas de realidad se apagaron, y me invadió la neblina. Los médicos 10 llamaban crisis nerviosa, pero en realidad se trataba de una "crisis moral". Yo era un pecador que no había entendido que Cristo había muerto por el pecado. No sabía que la vida pudiera tener un propósito.

Durante las seis semanas que pasé en el hospital, ni siquiera vi el sol. Parte del tiempo 10 pasaba en un estado de sopor

provocado por las píldoras, con los ojos en blanco. Cuando volvía en mí, se me ocurría que la mujer de color que limpiaba el piso era mi madre y que el paciente de la otra cama era el médico. Allí estaba, heredero de una fortuna, pero había perdido la razón. Con temor, mis desconsolados padres solicitaron mi admisión en el hospital psiquiátrico estatal.

Pero antes que me transfirieran, un día pasé distraídamente de

mi habitación a la sala central, donde observé un crucifijo. Sintiendo curiosidad, 10 quité de la pared y logré concentrar mis ojos y mi mente en él lo suficiente como para leer la inscripción en latín: INRI. Sintiéndome muy confundido, anduve divagando por los pasillos de ese hospital católico, recolectando crucifijos y tratando de interpretar esas enigmáticas letras. Por supuesto, cuando las monjas me vieron con los crucifijos apretados contra el pecho, corrieron a recuperarlos. Con las monjas persiguiéndome a toda

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prisa, empecé a correr, y mis rezongos aturdidos se fueron amplificando hasta transformarse en un alarido: "¡No se llama INRI. ..No se llama INRI! ¡SU nombre es Jesús!"

Varios días más tarde, en mi habitación, pareó recobrar el

sentido. Caí de rodillas y empecé a clamar: "¡Jesús! ¡Jesús! ¡Misericordioso

Jesús!" No era una oración muy religiosa que digamos.

Simplemente invocaba a Dios una y otra vez, suplicando, llorando, sollozando mientras 10 nombraba.

De pronto sentí una voz interior que le hablaba a mi espíritu.

Me dijo: "Ahora eres mi hijo. Llevarás mi mensaje a esta generación. Serás mi portavoz y mi siervo." Luego la voz me dijo que

podía levantarme e irme a casa.

Yo ya estaba bien, pero no podía marcharme porque estaba bajo llave. El médico llegó al día siguiente y me dijo en tono de rutina: -¿Cómo te va, Larry?

-Estoy mejor -le contesté.

Perplejo, el doctor vaciló un instante y luego me preguntó en tono práctico: -¿Por qué piensas que estás mejor ahora? De la misma manera le respondí: -Porque ayer hablé con Dios.

El doctor enarcó las cejas y murmuró escéptico: -Sí, claro. Pero como no podía negar la paz que había reemplazado mi confusión interior, pronto me dio de alta.

Ese hospital psiquiátrico fue un extraño lugar para iniciar mi camino con el Señor, pero cuando clamé, Jesús entró por las

puertas cerradas y las ventanas enrejadas a mi corazón y me llamó para servir a mi generación. Como un ternero recién nacido, parado sobre débiles y cojeantes patas, salí del hospital y entré nuevamente a la vida. Pero esta vez ya no caminaba solo. Desde ese momento, Dios nunca dejó de cuidarme.

¿Por qué cree que estoy dispuesto a abrir las polvorientas

páginas de mi vida y compartir este relato con usted? Porque ese drama ya es cosa del pasado, está olvidado, y en su lugar hay una paz permanente y un propósito divino. Y creo que usted es parte de ese propósito. Dios nos ha acercado para que pueda compartir parte de la gracia que él me ha concedido.

No sé en qué punto mi experiencia se cruzará con la suya, o en qué punto la Palabra del. Señor se hará oír en usted, pero 10 hará, y la verdad 10 hará libre. Hábitos arraigados que le impiden

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recibir la plenitud de Dios, maneras anticuadas de considerarse a sí mismo y a los otros, tradiciones muertas que 10 dominan a pesar de que hace tiempo que la verdad las ha superado, todo se verá desafiado por el Espíritu de Dios, que hace nuevas todas las cosas. Por 10 tanto, 10 invito a compartir su gracia y aprender,

mediante la amigable y suave instrucción del Espíritu Santo, 10 que yo he aprendido a través de las dolorosas pero hermosas experiencias de mi vida.

¿y usted? ¿Es su situación tan desesperada como 10 era la mía? ¿Está en una situación en la que no puede hallar una salida, y tampoco queda una puerta abierta por detrás? Quizás no. Quizás sólo está en un estado de inercia espiritual. Ya nada le parece novedoso. Hace años que se convirtió, y ya piensa que "10 sabe todo". Dios ya no dice nada nuevo, murmura con escepticismo. Bien, permítame darle un consejo: Deje de pensar en su

problema, o de simplemente esperar que pase. Ore por su problema. Su situación puede o no ser desesperante, pero sólo cuando

usted esté 10 suficientemente desesperado como para caer de rodillas, confesar su necesidad a Dios e invocar su nombre, entonces él traerá paz a su persona y a sus problemas. Ese es el primer paso que debe dar. Hágalo ahora mismo, amigo. Hágalo. Y cuando 10 invoque, recuerde: ¡SU nombre es Jesús!

CAPITULO DOS Un cambio radical

Han pasado casi dos décadas desde ese día en el hospital

psiquiátrico cuando entré llorando a la presencia de Cristo y su paz inundó mi ser. Ahora sé qué fue lo que me sanó. Por primera vez en mi vida, percibí que Dios me veía tal como era, me conocía, me necesitaba, y que tenía un propósito para mi vida, y que yo lo necesitaba a él.

Estas mismas necesidades son esenciales para todo ser

humano, incluyéndolo a usted. Usted necesita que alguien lo vea; necesita que alguien lo necesite; y necesita un propósito al cual consagrar su vida. No es suficiente entregar su vida a otro ser humano. Volcarse a una profesión y a los bienes no saciará la sed de su corazón. Siempre pendería de la ventana de su alma un letrero con la palabra “vacío”.

Cuando descubrí a Jesús, la vida pareció empezar a latir con un sentido, con un significado. No podía guardarme esa verdad

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para mí mismo. Tenía que compartir lo que había descubierto. Pero existía un problema. Los pastores no me dejaban predicar en sus iglesias porque creían que mi evangelio era producto de un

desequilibrio mental, de modo que predicaba en la heladería o en cualquier sitio donde alguien quisiera escucharme. Por fin me dieron una oportunidad, cuando me permitieron predicar por una vez, en la Primera Iglesia Bautista de Kilgore, mi ciudad natal. Ese domingo había un hippie escuchando mi predicación.

Sabía por su mirada extraviada que su cerebro ya estaba dañado por las drogas, o bien se había drogado allí mismo. En determinado momento me di cuenta que el hippie era Jerry Howell, el

tecladista de un conjunto local de rock. El conjunto tenía la canción número uno de la lista de éxitos en esos días. Los muchachos de la ciudad idolatraban a Jerry, pero sus padres pensaban que era la peor de las plagas.

Al final del culto, Jerry se acercó y me dijo como al pasar: -Realmente me sentí identificado con 10 que dijiste.

-Jerry, ¿se puede saber qué haces en la iglesia? -le pregunté mientras estrechaba la mano que me tendía.

Suspiró. -Sabes, mi padre murió hace seis meses, y le prometí en el lecho de muerte que vendría de la Universidad de Texas todos los fines de semana, para llevar a mi hermano menor a la iglesia. Sólo estoy cumpliendo la promesa que le hice a mi padre. Jerry hizo una pausa y bajó la voz. -Lo que dijiste es lo único que he oído en estos seis meses que ha tenido sentido para mí. Más tarde no podía sacarme a Jerry de la cabeza. Advertía que estaba pidiendo ayuda, de modo que 10 llamé y le pedí que fuera a la iglesia conmigo. -Jerry -empecé vacilante-, eh ...te habla Larry Lea.

Silencio total del otro lado de la línea.

-Este...Jerry, estoy encargado de los jóvenes en una iglesia de New London. (No le dije que era la única iglesia en el pueblito.) Jerry -seguí más confiado-, ¿por qué no vienes a tocar el órgano? Puedes tocar "Maravillosa gracia", ¿verdad? Yo cantaré mientras tú tocas, y la iglesia estará llena de jóvenes.

-¿Yo? -me respondió-. ¿Quieres que yo toque el órgano en una iglesia?

Yo no estaba al tanto de que durante cuatro años Jerry se había drogado, día tras día. Después supe que cuando sonó el teléfono, Jerry había estado en el jardín contando las briznas de césped y

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tratando de mantener la cabeza en equilibrio.

-Sí, Jerry, necesito tu ayuda -le aseguré-. Tienes mucho

talento, y Dios puede usarte. El te ama, y tiene un plan para tu vida. Yo te recogeré en el auto esta noche. ¡Hasta te conseguiré una cita! -le dije esperando ver cómo reaccionaba.

-¡Una cita! -exclamó-. ¿Con una chica de la iglesia? A las siete de la tarde pasé a recoger a Jerry para ir a la

reunión. Estaba vestido con un vaquero desteñido y una camisa de algodón. Tenía largos cabellos rubios hasta la cintura, pero la coronilla calva. Frente a su casa estaba su vieja camioneta, de esas que tienen cortinas en las ventanas, con un complejo sistema de estéreo a pleno volumen y la música de Jimi Hendrix y Led Zeppelin. y allí estaba yo, con mi cabello bien recortado, mi

cassette del himno "El Padrenuestro", y la Biblia de familia sobre el tablero de instrumentos. Cuando Jerry subió a mi auto, sus ojos se fijaron en la Biblia, luego en mí, de nuevo en la Biblia, y luego directo al frente. Sí que estaba callado. Pasamos a recoger a las chicas, pero Jerry casi no dijo una palabra.

Cuando entramos a la iglesia, le señalé la plataforma, y le dije: -Jerry, allí está el órgano. Tú sabes qué hacer.

¡Jerry tocó "Maravillosa gracia" como nunca se tocó antes ni se volverá a tocar! Yo canté y prediqué, y tuvimos una buena reunión.

Eran alrededor de las once y media de la noche cuando

llegamos a su casa, después de dejar a las chicas. Jerry habló prácticamente por primera vez en toda la noche. -Larry, ¿hay algo de cierto en Jesús? -preguntó con sinceridad.

Casi no supe cómo contestarle, porque Jerry estaba confundido, en medio de una crisis nerviosa, sumido en drogas, pero

musité una oración pidiendo ayuda. Durante la primera parte de nuestra conversación esa noche, Jerry hizo muchas preguntas a las que yo no tenía respuestas. A veces respondía honestamente: "No lo sé, Jerry." Pero Dios me dio palabras, y continué compartiendo a Jesús.

Cuando dejamos de hablar, eran las tres y media de la

mañana. Jerry miró fijamente hacia adelante, suspiró hondo y dijo: -y bien, ¿cómo puedo recibir a Jesús?

y yo (sintiéndome creyente maduro y gran ganador de almas), le dije: -Lo que haces es abrir tu Biblia en Mateo 5, 6 Y7 (que era la única parte de la Biblia que yo conocía), luego te arrodillas y

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empiezas a clamar: ¡Jesús, Jesús, Jesús!, y cuando sientes que te conmueve, entonces ya 10 has recibido.

y bien, Jerry Howell entró a su casa e hizo exactamente eso, 20 / ¿Ni tan sólo una hora?

pero antes de que llegara a arrodillarse, Dios ya 10 había salvado, liberado de cuatro años de ser esclavo de las drogas, y 10 había llamado a ser un predicador. Cuando concluyó, Jerry marchó a la casa de su mejor amigo, Max, el baterista del conjunto. Eran las seis de la mañana de un día feriado y Max estaba en el fondo de su

casa dando de comer a los conejos. (La verdad es que eran gente extraña.) Cuando Jerry apareció por la esquina de la casa, Max le echó una mirada y le dijo: -Jerry, ¿qué te ha pasado?

Jerry sonrió y le explicó: -Conocí a ese tipo raro que se llama Larry Lea, y pasamos la noche hablando de Jesús.

-Hombre, ¿y cómo puedo yo también saber algo de Jesús? Jerry apuntó directo. -Tomas tu Biblia, lees Mateo S, 6 Y7, luego te pones de rodillas y....

A las siete y media sonó el teléfono en mi casa. Era Jerry.

"¡Larry, lo recibí! ¡Lo recibí! Y vine a decírselo a Max, y él también lo recibió. Pero ya sabes cómo es de raro. ¡Sería mejor que vinieras y te cercioraras!"

Ese no fue el único llamado que hizo Jerry ese día. El peluquero no había abierto porque era feriado, pero Jerry lo llamó a su casa. -Señor Buck -le dijo vacilante-, soy Jerry Howell. ¿Me cortaría el pelo?

El peluquero no vaciló. Como un relámpago, le contestó: -Por supuesto, muchacho. Te espero en seguida-y no pudiendo resistir agregó-: Hace mucho tiempo que estoy esperando cortarte el cabello.

Seis semanas más tarde, un Jerry Howell bien afeitado y con

el cabello bien cortado partió hacia un seminario bíblico junto con el "tipo raro·· que se llamaba Larry Lea. Un día Jerry anunció: "Larry, Dios me ha llamado a predicar, y debo ir a atender una reunión de avivamiento." Y eso fue exactamente lo que hizo. Seis meses después de su propia conversión, Jerry había llevado mil personas a los pies de Jesucristo.

Jerry es hoy pastor de la Iglesia sobre la Roca, en Kilgore,

Texas, la misma ciudad donde en otro tiempo lo consideraban la escoria de la tierra. ¿Qué fue lo que produjo ese cambio tan radical? Pues bien, Jesús se acercó y le dijo: "Yo te veo, Jerry

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Howell, escondiéndote detrás de tus murallas, y yo te necesito para una tarea especial. Tengo algo por lo cual puedes consagrar tu vida. Todo lo que necesito es oírte decir que me necesitas." Ahora, quiero hacerle una importante pregunta. ¿Qué hay

respecto de usted, querido lector? ¿Necesita un cambio radical en su corazón? ¿En su casa? ¿En sus relaciones? ¿Está cansado de las dudas y la incredulidad? Jesús lo ve allí mismo donde está. Ello necesita para algo especial que sólo usted puede hacer. Yusted lo necesita a él.

Jesús cambió a Larry Lea, un muchacho de diecisiete años

internado en un hospital psiquiátrico. Jesús cambió a un hippie de Texas llamado Jerry Howell. Y puede cambiarlo a usted también. Ni siquiera necesita leer Mateo 5, 6 Y7. Simplemente póngase de rodillas e invoque a Jesús. (Y no se preocupe, ¡se dará cuenta cuando ocurra!)

CAPITULO TRES Lea las letras rojas y ore pidiendo poder

Jerry Howell y yo, dos nuevos convertidos deseosos de crecer, éramos compañeros de cuarto en el Seminario Bautista de DalIas. Además de asistir a clase, lo que llevó todo nuestro tiempo durante tres años, fue "leer las letras rojas y orar pidiendo poder".

Devorábamos las palabras de Jesús, que estaban impresas en letras rojas en nuestras Biblias de tapa negra. Jerry y yo nos sentíamos cautivados por los milagros de Cristo, su compasión y poder para ayudar a los necesitados. Anhelábamos lo que él tenía. Deseábamos hacer lo que él había hecho. Estábamos sedientos y hambrientos de Jesús.

Una noche, dejé el dormitorio y salí a dar una caminata. Era una noche clara, serena, y el reflejo de las luces en el lago que había en el valle al pie del seminario, proporcionaba una vista apacible. Deambulé por la falda de la ladera, hablando con Dios. Después de un tiempo, me detuve y volví la vista hacia las

estrellas; pero el deseo que consumía mi corazón llegaba mucho más lejos que esas motas de luz que tintineaban. "Oh, Dios",

supliqué, el rostro empapado en lágrimas, "quiero tener todo 10 que tienes para mi. Por favor, Padre, si hay poder en tu evangelio,

dámelo. Dámelo, Señor."

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de esta índole. Inmediatamente me di cuenta de que mis

asombrados oídos escuchaban que mis labios hablaban un idioma que nunca había aprendido. Asombrado, me puse la mano sobre los labios, y pensé: "Oh, Dios, nosotros no creemos en estas cosas." ¿Está en contra de sus doctrinas teológicas? No se aflija; estaba también en contra de las mías. No entendía lo que había ocurrido, pero se parecía mucho a lo que los discípulos habían experimentado en el Libro de los Hechos.

No permití que volviera a ocurrir durante un tiempo. Pero una noche visité el hogar de un pastor, que oró por mí. Y allí mismo, mi nuevo lenguaje de oración se hizo oír otra vez. Esta vez

simplemente lo dejé fluir. Sabía que era el Espíritu Santo, y que había llenado e inundado mi ser en respuesta a una oración honesta y urgente. Dios también le dio a Jerry el bautismo del Espíritu Santo. Aunque tratábamos de que no 10 notaran, y no hicimos mucha bulla respecto a nuestras experiencias, la noticia acerca de los dos muchachos que oraban en lenguas extrañas pronto corrió entre los 400 seminaristas que vivían en los dormitorios del seminario. Las reacciones fueron diversas: fría indiferencia, cálido interés, abierta hostilidad y toda la gama entre estos extremos.

Cuando nos arrodillábamos de noche junto a nuestra cama para orar, podíamos oír que se entreabrían las puertas a lo largo del pasillo. Podíamos oír las pisadas cautelosas, que se detenían abruptamente frente a nuestra puerta. Una noche Jerry se puso suavemente de pie, se deslizó a hurtadillas y abrió de un golpe la puerta. Apretados frente a nuestro umbral, nos dimos con varios colegas perplejos y sorprendidos.

Todos nos reímos, y los muchachos supieron que aunque Jerry y yo, en la intimidad de nuestra habitación, a veces orábamos con otros "lenguajes de oración", no por eso nos colgábamos de las lámparas o nos arrastrábamos por las alfombras. Simplemente estábamos experimentando la alabanza y la intercesión en una nueva y poderosa dimensión. Y los muchachos que estaban

interesados, pronto descubrieron que estábamos dispuestos a hablar acerca de nuestra experiencia de plenitud, si querían tomarse el riesgo de hacerlo.

Por un tiempo, pareció que Jerry y yo íbamos a poder

llevamos bien con la mayoría de esos otros estudiantes. Pero uno de mis profesores en el seminario supo acerca de mi bautismo en

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el Espíritu Santo y trató de hacerme entrar en razón. -Hijo -me dijo-, está bien si quieres hablar en lenguas en tus devociones privadas; pero no vayas por ahí difundiendo tu experiencia y diciéndoles a otras personas cómo recibirla.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y le respondí suavemente: -No puedo hacer eso, señor.

La mandíbula se le puso rígida, y las palabras cuidadosas y

precisas que pronunció me cortaron el corazón como con una daga. -En ese caso, Larry, no hay lugar para ti en el ministerio.

Ese profesor no era la única persona preocupada acerca de mi bautismo en el Espíritu Santo. Cuando mi padre supo de mi nueva experiencia, me advirtió: "Larry, vas a terminar bajo una carpa con un puñado de gente lunática que arroja espuma por la boca." Por un tiempo parecía que podía tener razón.

Pero 1972 fue un gran año para mí: me gradué en el seminario; me casé con mi esposa, Melva Jo; y Howard Conatser, pastor de la iglesia de Beverly Hills, en DalIas, me sorprendió con una generosa invitación a desempeñarme como encargado de los jóvenes.

Aunque agradecí su ofrecimiento, yo realmente no quería

trabajar con jóvenes. Mi anhelo era llegar a ser un evangelista como James Robison, y así se 10 dije al pastor Conatser. No se molestó en absoluto. "Ponte a orar, Larry", me dijo confiadamente con su

áspera voz de bajo. De manera que oré, y para mi sorpresa, el Señor me orientó a aceptar su ofrecimiento.

Por esa época yo no era de los que andaba con rodeos si se podía decir algo de frente. Cuando supe que el grupo juvenil se mantenía con un programa permanente de fiestas sociales, me presenté ante cincuenta pares de ojos que me miraban con recelo, y anuncié: -Vamos a terminar con todo eso. Vamos a leer las

letras rojas y vamos a orar pidiendo poder.

iLa respuesta fue tremenda! ¡En una sola jornada el grupo pasó de 50 a 14! ¡Un crecimiento espectacular!

y para rematarlo, una chica se me acercó con una mueca en la cara y fuego en los ojos, y me amenazó: -Oiga, si usted no quiere hacer lo que nosotros queremos hacer, lo vamos a echar de la misma forma que echamos a cuatro directores juveniles antes de usted.

Contuve la respiración, ordené a todas mis visceras que

dejaran de temblar, oré pidiendo que la muchacha no advirtiera el temblor en mi voz, y le ofrecí una opción. -Hermana -le dije

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mirándola fijamente a los ojos-, tú no puedes echarme de aquí, porque tú no me has traído. Estoy aquí porque Dios me ha dicho que viniera, y no me voy a ir. Será mucho más fácil que ustedes cambien de iglesia de que yo me mude de aquí.

Fue el final de esa conversación y el comienzo de una nueva etapa para muchos jóvenes.

Ese grupo de catorce jóvenes comenzó a reunirse los martes, miércoles, jueves, y domingos por la noche. Hada el final del verano, habíamos pasado de 14 a 140. Al finalizar el segundo año, teníamos mil adolescentes en nuestros servicios juveniles, y muchos más que se adherían a los conciertos cristianos que auspiciábamos. Dios honró mi obediencia a su llamado, y el celo con que

testificaban estos jóvenes. (Muchos de ellos son ahora miembros de la Iglesia sobre la Roca.)

Pero me sucedió una de las cosas más peligrosas que pueden sucederle a un pastor. Alcancé el éxito como predicador sin haber afianzado mi propia vida de oración. No me entiendan mal; a veces oraba con fervor, hada plegarias sinceras, pero mi vida de oración era esporádica e inconsecuente.

Por fuera todo parecía grandioso. Predicaba a multitudes de jóvenes por mes. Teníamos un servido de conciertos que

congregaba a miles de adolescentes todas las semanas, y que era televisado en una red nacional. Pero algo ocurría dentro de mí. Mi propia predicación me acusaba. Una y otra vez, después de

predicar ante la congregación, me encontraba solo en una habitación al fondo de la iglesia, llorando delante de Dios, arrepentido por mi falta de regularidad en la oración.

Son los días más desdichados que puedo recordar. Pero Dios se preparaba para darme una oportunidad de obedecer otro llamado: ¡El más elevado de todos!

CAPITULO CUATRO

El llamado más elevado

Después que murió Howard Conatser en 1978, recibí la invitación de ser pastor de su iglesia, la cual tenía tres mil

miembros. Era un ofrecimiento muy tentador para un pastor de veintiocho años encargado de jóvenes, pero de inmediato Dios me hizo saber que esa invitación no era para mí. Un hombre de la comisión se me acercó con una propuesta que expresaba algo así: -Hijo, vamos a triplicarte el sueldo, incluirte en programas de

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televisión, y hacerte rico y famoso. Lo único que tienes que hacer es dar mensajes que hagan que la gente venga al altar, jugar bien tus cartas, y nosotros te aseguraremos el éxito.

Esta era otra de esas conversaciones intimas, cara a cara, a las que ya me estaba empezando a acostumbrar, de modo que ergui los hombros y le contesté directamente: -Mire, dejé de jugar a las cartas cuando me convertí.

Bueno, esa respuesta me aseguró el regreso a Kilgore. Aunque me estaba por graduar del seminario, y mi esposa y yo teníamos tres hijos pequeños por entonces, me trasladé al mismo dormitorio que habla ocupado siendo adolescente, cuando cursaba la

enseñanza media. Mi futuro parecía haberse desmoronado de golpe. Dios sabe cómo motivarnos a la oración, ¿verdad? Fue por entonces que conocí a Bob Willhite, pastor de la

Primera Asamblea de la Iglesia de Dios en Kilgore, Texas, quien me invitó a dirigir unas reuniones de avivamiento en su iglesia. Algo de ese caballero de maneras suaves y cabello gris captó mi interés. Supe de inmediato que ese hombre sería mi pastor, y se lo dije.

Durante siete semanas dirigí las reuniones de avivamiento, como me había pedido, y vimos cómo se salvaban quinientos

adolescentes. Fuimos testigos de la conversión de una clase completa de estudiantes de una escuela secundaria. Pero lo más

extraordinario que ocurrió durante ese avivamiento fue un cambio muy singular en mi vida, ya que pasé a interesarme más por la oración que por ninguna otra cosa. Ocurrió como sigue.

Una noche dije: -Pastor Willhite, entiendo que usted es un hombre de oración.

-Correcto -respondi6-, siempre oro. He estado levantándome temprano a orar durante más de treinta años.

Se me aceleró el pulso y me dije a mí mismo: "Oh, Jesús, aquí hay uno de verdad." Disimulando mi entusiasmo, le pregunté: -Mientras se lleva a cabo este avivamiento, ¿me permitiría ir a orar con usted de mañana?

-Por supuesto -contest6-. Pasaré a recogerte a las 5:00. Debo confesar que cuando llegaron las 4:15 de la mañana y

sonó ese estridente despertador, yo no sentía una pizca de unción para orar. Ningún ángel se paró a mi lado para ordenarme: "Ven a orar, hijo mío. Vayamos juntos hacia el sitio de oración." Lo único que quería hacer era taparme bien con la frazada hasta la cabeza;

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pero logré llegar hasta la ducha, y estar vestido y despejado cuando el pastor llegó a mi casa.

Mientras íbamos hacia la iglesia esa mañana antes del

amanecer, no me imaginaba lo que Dios estaba por hacer en mi vida, pero estaba absolutamente seguro de que respondía al más vital de los llamamientos, el llamamiento a la oración.

Ese llamado nos va a perseguir a cada uno de nosotros hasta que lo obedezcamos. Me había perseguido a mí durante seis años. Pero cuando lo obedecí, esa elección marcó el punto crítico en la historia de mi ministerio. Desde ese día en adelante, seguí

levantándome temprano todos los días para orar. Por cierto, yo buscaba la mano de Dios, rogándole: "Señor, haz esto o aquello por mi." Pero cada vez más, buscaba también el rostro de Dios, sediento de su amistad y comunión, hambriento de que su carácter santo, amoroso, compasivo, se fuera desarrollando dentro de mí.

Me sentía como una criatura que no distingue su mano

derecha de su mano izquierda. Sabía que había muchísimo para aprender acerca de la oración y la comunión con mi Padre. El clamor de mi corazón era: "Enséñame a orar, Padre. Enséñame a orar." Una mañana durante ese período de dos años en que viajaba como evangelista, mientras estaba en oración, el Espíritu Santo empezó a revelarme verdades acerca del Padrenuestro, que quiero compartir con usted en los próximos capítulos.

Yo estaba en el Canadá dirigiendo un encuentro de

avivamiento para jóvenes, cuando el Señor me dijo claramente: ·Ve a Rockwall para establecer allí mi pueblo." Rockwall, una población que no pasaba de los 11.000, está enclavada en un acantilado que mira hacia el Lago Ray Hubbard, a unos treinta y cinco kilómetros hacia el este de DalIas. Es un pueblo pequeño, en el condado más pequeño de Texas. Si Dios me hubiera ordenado: "Despéñate de la faz de la tierra", no me hubiera sorprendido más que esta otra orden. En realidad, en ese momento las dos órdenes hubieran podido entenderse como si fueran sinónimas.

Pero me mudé con mi familia a Rockwall y empecé a aplicar

los principios que Dios me había enseñado acerca del crecimiento de la iglesia. Iniciamos la Iglesia sobre la Roca en 1980, con trece personas. Muy pronto la casa donde nos reuníamos nos resultó chica, y nos trasladamos a la Pista de Patinaje de Rockwall, donde tuvimos 200 personas el primer domingo. Pronto ese lugar se nos hizo pequeño, de modo que la iglesia empezó a realizar sus cultos

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en el auditorio de la escuela secundaria de Rockwall. Creciendo a ese ritmo, sabíamos que necesitábamos con urgencia un local propio, de modo que empezamos a ahorrar todo lo más posible. Un día, P. J. Titus, nativo de la India, amigo de largo tiempo, y un ministro muy consagrado, entró a mi oficina presentándome una necesidad urgente. El Señor había puesto en su corazón la carga de iniciar un seminario bíblico en la India, y necesitaría 20.000 dólares para el proyecto.

Mis pensamientos se fueron de inmediato a los 20.000 dólares que había en la cuenta de ahorro de la iglesia para nuestro nuevo local, y empezó una lucha dentro de mi. Sabiendo que tenía algo crítico por lo cual orar, le pregunté a Titus si podía volver al día siguiente para conocer mi decisión.

Mientras buscábamos la voluntad del Señor, el Espíritu Santo me impulsó a sembrar hasta la última semilla, en lugar de ahorrarla. Pero no estaba preparado para la reacción de Titus. Cuando al día siguiente regresó a mi oficina y le entregué un

cheque por 20.000 dólares, rompió a llorar, y los sollozos sacudían su pequeña figura.

Cuando estuvo en condiciones de hablar, me dijo por qué ese cheque significaba tanto para él. "Le dije al Señor que si me daban los 20.000 dólares para empezar el seminario bíblico, dejaría los Estados Unidos donde he vivido estos últimos años, regresaría a la India y pasaría el resto de mi vida sirviendo a mi pueblo."

Titus está haciendo exactamente eso. Tuvimos el valor de

sembrar nuestra preciosa semilla en lugar de comerla o acumularla para nosotros mismos, y en respuesta, el Señor le ha dado a la Iglesia sobre la Roca uno de los dos principales seminarios bíblicos en la India, donde Titus está capacitando a hombres y mujeres para alcanzar a su nación para Dios. Pero mientras él salía de mi oficina con todos nuestros ahorros, yo no sabía qué iba a resultar de eso. Todavía teníamos los servicios en un auditorio alquilado, y ahora volvíamos a cero en nuestras finanzas. Yo sabía que Dios proveerla, pero no estaba preparado para redbir su provisión por medio del instrumento que él había escogido usar.

Un domingo, después del culto, un genuino vaquero se acercó y me dijo lentamente: "O has venido directamente del cielo, o

directamente del infierno. No me gustan los predicadores, pero me caes bien. Dios me dijo que vas a ser mi pastor." Luego me llevó hasta su camión, y me arrojó en las manos una vieja bota de

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trabajo. Advirtiendo mi perplejidad, me explicó: "He sido creyente por muchos años, pero por andar en rodeos durante los últimos ai\os, no he tenido una iglesia permanente. Por eso iba poniendo mis diezmos en esta vieja bota. Ahora Dios me dice que debo dártelos."

Había más de 1.000 dólares en esa bota. Cuando miré dentro de ella, el Señor me hizo saber inmediatamente que él iba a usar ese incidente para su gloria.

Llevé la bota al próximo culto, y compartí con la congregación lo que había sucedido. Espontáneamente, la gente comenzó a acercarse y a depositar dinero en la bota, para la construcción del edificio que tanto necesitábamos. Domingo tras domingo se

mantuvo ese milagro. Terminamos el edificio sin pedir dinero prestado, y nos trasladamos sin deberle nada a nadie.

Como la multitud superó la capacidad del nuevo auditorio desde el· primer domingo, tuvimos que celebrar dos servicios dominicales, luego tres, cuatro, cinco, para dar lugar a todos. También tuvimos que agregar martes y jueves por la noche para complementar los servidos del día miércoles, que no daban abasto. Nuestros archivos indican que la iglesia creció de trece

miembros a 11.000, con un equipo pastoral de 32 personas y más de 460 células en hogares. Para albergar esta extraordinaria

cosecha, ha sido necesario construir un edifico capaz de dar cabida a 11.000 personas.

y como si esto no fuera suficiente para estremecer el corazón de un pastor de 36 años de edad, en la primavera de 1986, Oral Roberts me invitó a incorporarme como vicepresidente de la Universidad Oral Roberts, y a servir allí como decano de la

división de asuntos espirituales y teológicos. Cuando le manifesté que no dejaría mi iglesia, ese experto ministro de 68 años se inclin6 hacia mí y me dijo: "No quiero que dejes tu iglesia. Quiero que traigas el espíritu y la vida que fluye de tu iglesia aquí, a la Universidad Oral Roberts."

Los ancianos o diáconos me han liberado de las tareas

administrativas y de asesoramiento, que pueden consumir el tiempo de un pastor, y tengo disponible mi tiempo para orar y predicar en nuestra iglesia. También conduzco un programa

nacional de avivamiento en la oración, según Dios me ha indicado hacer, y trabajo capacitando líderes espirituales por medio de la Universidad Oral Roberts.

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¿Se ha detenido alguna vez a pensar en la magnitud de una simple pero decisiva elección hecha años atrás? Yo pienso a menudo en esa elección que hice, y le doy gradas a Dios porque respondí al llamamiento que es aún más extraordinario que mi llamado a predicar: El llamado a la oración.

No todo creyente quizás sea llamado a predicar, pero todo creyente es llamado a orar. Orar es nuestra obligación. Orar es nuestro privilegio. Orar, como el aire, el agua y la comida, son necesarios para nuestra supervivencia y crecimiento. Pero hay muchos creyentes que consideran que la oración es una actividad optativa.

Come ten Boom, la amada autora de muchos libros cristianos, a veces planteaba esta pregunta a los creyentes: "¿Qué es la oración para usted: una rueda de auxilio o la rueda motriz, el tim6n que 10 conduce?" Medite en esta pregunta en la intimidad de su coraz6n, y recuerde que hay un llamado más elevado, que es el llamado a la oraci6n. ¿Ha respondido a ese llamado?

CAPITULO CINCO Una progresión divina

Antiguamente la gente escuchaba la voz de Dios, yeso era

bueno. Pero también es esencial que escuchemos hoy su voz. "Si oyereis hoy su voz..." (Hebreos 3:7, cursivas añadidas). El Espíritu Santo está hablando hoy a la iglesia. Dios está convocando a su iglesia a orar, y sería mejor que prestáramos atenci6n, porque la clave de todo lo que va a acontecer de ahora en adelante es lo siguiente: "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu" (Zacarías 4:6).

Es importante que entendamos que el deseo de orar no es algo que podamos producir en nuestra propia carne; es más bien un deseo que el Espíritu Santo hace nacer en nosotros. Si él ya ha implantado ese deseo en su corazón, deténgase ahora mismo y agradezca a Dios por ello. Si no, pídale que lo haga. Y luego pida a Dios que le ayude a transformar ese deseo divino en una

disciplina diaria. A medida que la disciplina de oración se desarrolle dentro de usted, esa misma disciplina "acelerará la

marcha". La oraci6n dejará de ser una obligación o una rutina. ¡Será un deleite supremo!

Dios anhela ver su corazón transformado en una casa de

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por medio de usted. Por lo tanto, cuando empiece a orar, dentro de usted irá ocurriendo un progreso dado por Dios. Permítame

explicarle 10 que quiero decir.

Era un día normal de negocios, como todos los días, hasta que Jesús entró en el templo de Jerusalén. A su tristeza se le unió la ira santa. Después de fabricarse un látigo con unas cuerdas, Jesús se encaminó intencionalmente hacia los cambistas y mercaderes de bueyes, ovejas, palomas, y desalojó del templo, tanto a ellos como a su mercadería "mugiente y balante". Antes que los sorprendidos espectadores pudieran reaccionar, Jesús ya estaba de regreso, esta vez para trastornar las mesas y sillas de los cambistas y vendedores de palomas. Todavía estaban rodando las monedas, cuando Jesús dijo con una voz de trueno: "Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones."

Sabiendo que sólo los culpables tenían motivos para temerle, los ciegos y los cojos atestaron el templo, y Jesús los sanó allí en medio de las risas y los alegres aleluyas de los niños. Cuando los principales entre los sacerdotes y los escribas demandaron airados que Jesús hiciera callar a los niños, él se opuso con calma: "¿Nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?" (Ver Mateo 21:12-16.)

Tome un momento para observar la hermosa progresión que hay en estos versículos. Primero, Jesús limpió el templo para que fuera una casa de pureza (v. 12). Luego declaró: será llamada casa de oración (v. 13). Luego el templo fue transformado en una casa de poder, donde los ciegos y los cojos recibieron sanidad de parte de Jesús (v. 14). Y finalmente, el templo llegó a ser casa de alabanza perfeccionada (v. 16).

¿No deberíamos ver este mismo desarrollo en la iglesia y en

la vida individual en nuestros días? Para hacer eco de las palabras del apóstol Pablo: "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" (1 Corintios 3:16). Usted y yo somos parte de la iglesia que es la morada de Dios, por medio de su Espíritu (Efesios 2:20-22). Pero lamentablemente, nuestros templos a menudo están contaminados por la ambición, la manipulación, los pecados del egoísmo.

Es una burla que un creyente hable de una forma y viva de

otra. Dios no va a bendecir una iglesia impura. Su iglesia no será casa de poder y de oración perfeccionada mientras no permita que el Espíritu Santo purifique su alma santurrona y la transforme en

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casa de oración.

Escuche la solemne advertencia que Dios hace a su iglesia: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto..." (Hebreos 3:7, 8). Estos versículos indican que puesto que los hijos de Israel

oyeron pero no obedecieron, se les impidió cumplir la misión de tomar posesión de la tierra de Canaán.

Dios había prometido esa tierra a los hijos de Israel. Pero,

cuando diez de los doce hombres enviados por Moisés a espiar· la tierra regresaron temerosos y desalentados porque la tierra parecía imposible de conquistar, toda una generación murió en el desierto. Aunque dos de los espías, Josué y Caleb, afirmaron confiadamente: "Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más

podremos nosotros que ellos" (Números 13:30), cuando llegó el momento de votar, los diez contaron más que los dos.

Dios no actúa según nuestros itinerarios. Estaba listo para guiar a su pueblo a cruzar el río Jordán, pero el pueblo estaba atrapado en sus mezquinas rutinas. Un líder con ambiciones personales declaró con suficiencia: "¿Lo han notado? Moisés ha perdido la unción divina." Una esposa insatisfecha regañaba a su preocupado marido: "¡Tienes que conseguir más maná para

nuestros niños!" Un bien intencionado anciano advertía: "Josué y Caleb se están deslizando por una tangente de 'superfé'. ¿Cómo puede ser que anden por ahí proclamando que podemos vencer, cuando todos sabemos que el enemigo es superior a nosotros?" Temían a los gigantes en vez de a Dios. Prestaban más

atención a los problemas que a las promesas. Veían ciudades amuralladas en lugar de ver la voluntad de Dios. Ypor no captar 10 que el Espíritu les decía, deambularon cuarenta años por el desierto. Murieron allí, dejando sus huesos en el desierto. La situación no es diferente hoy. Estamos aquí para

adueñarnos de la tierra, amigo mío, pero en lugar de eso estamos ocupados remodelando la casa, mirando fútbol, tratando de pagar la hipoteca y preocupándonos por nuestros asuntos. Mientras tanto, el Espíritu de intercesión nos llama a orar, y nosotros no le

prestamos atención.

La iglesia contemporánea se ha alejado mucho del cristianismo bíblico. La mediocridad ha invadido el Cuerpo de Cristo, y

nosotros pensamos que es normal. Dios está acelerando todo en estos últimos días, pero el 99% de nosotros nos vamos retrasando

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y quedando atrás. Añoramos ver el poder de Dios, pero para que el poder de Dios se pueda revelar, nosotros debemos desarrollar la disciplina de oración.

No sé si alguna vez habrán susurrado una oración como ésta, pero yo lo he hecho: "Dios, quiero que quites todo lo que haya en mi vida que no se identifique con Jesús. No quiero que haya en mí nada que no glorifique y engrandezca a Jesucristo como Señor." Para que esa oración se convierta en una realidad, las cosas que pueden ser sacudidas deben ser sacudidas "para que queden las inconmovibles" (Hebreos 12:27). Y seguro que hay mucho para sacudir.

Si usted pudiera hablar conmigo ahora mismo, me confesaría quizás: "Larry, durante estos últimos años Dios ha sacudido muchas cosas en mi vida." Algunos pueden decir lo mismo respecto de las iglesias ~ las que han estado con~riendo. ~a

habido mucho que sacudIr, que remover, que cambIar. ¿Por que? A fin de que podamos dar el paso siguiente en esta progresión dada por Dios.

Si hoy oye su voz llamándolo a la oración, no endurezca su

corazón. Pídale al Espíritu Santo que no le dé descanso hasta que su vida de oración pase de ser un anhelo, a ser una disciplina diaria y un deleite sagrado. Deje que Jesús desaloje y trastorne las cosas de su vida que están impidiendo que su templo sea casa de oración. Los bueyes malolientes, las ovejas que balan, las palomas y sus arrullos, y las monedas sin lustre, no podrán reemplazar jamás la presencia de Dios, santa y plena.

Enfréntese con los hechos. Si usted no empieza a orar, no

podrá gozar en el futuro de una comunión más íntima de la que goza ahora mismo. Siempre tenemos que pasar por la agonía de la elección antes de la promesa del cambio. ¿Qué va a resultar: la rutina de siempre, o está usted listo para dar el siguiente paso con Dios?

Jesús lo está esperando para orar: "Señor, haz de mi templo una casa de pureza, de oración, de poder, y de alabanza perfeccionada, para tu gloria." El está listo para empezar esa progresión en su templo ya mismo. ¿Está usted listo?

CAPITULO SEIS

Señor, enséñanos a orar

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puso a hojear la vieja Biblia que había sido una de las más

constante compañías de su padre. Sus ojos cayeron sobre las notas escritas a mano en el margen: "Jesús no nos enseñó a predicar; no nos enseñó a cantar. Nos enseñó a orar."

Su padre estaba en 10 cierto. La oración era una prioridad para Jesús. Respecto del comienzo del ministerio de Cristo, el evangelio de Marcos nos dice: "Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba" (Marcos 1:35). Hacia la mitad de su ministerio, después de la alimentación milagrosa de los cinco mil, Mateo 14:23 dice que Jesús fue solo a un lugar en el monte, a orar. Y hacia el final de su ministerio

terrenal, Lucas nos dice que Jesús salió, como era su costumbre, a orar (Lucas 22:39-41).

Jesús hacía de la oración un hábito, y enseñó a otros a orar tanto por sus palabras como por su ejemplo. En los evangelios descubrimos que la tarea más ardua de Jesús fue la oración; y luego, rebosando unción y compasión, salía de esos sitios de intercesión para recibir los frutos de las batallas ya ganadas en oración, grandes milagros, revelaciones profundas, sanidades

maravillosas y poderosas liberaciones. Puesto que la oración era un hábito establecido en su vida, no resulta sorprendente que, aún cuando enfrentaba las burlas y escarnios de quienes se le mofaban al pie de la cruz, las primeras palabras que pronunció mientras pendía allí fueron una oración (Lucas 23:34).

Jesús enfrentó la muerte de la misma forma que enfrentó la vida: sin temor. Mientras agonizaba, encomendó su espíritu al

Padre y dijo: "Consumado es" Juan 19:30), pero no debemos pensar que la muerte de Cristo señaló el fin de su ministerio de oración. El autor de la carta a los Hebreos nos dice que el ministerio

que Jesús cumple actualmente en los cielos es la intercesión: "Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos"

(Hebreos 7:25). El ministerio constante de Jesús en los cielos es la oración. Yo estoy en su lista de oración, lo mismo que usted.

Jesús nunca haría nada que careciera de valor, que fuese árido o aburrido, y tampoco le pediría a usted que lo haga. Ahora mismo, él le hace el más excelso de los llamamientos. Le está repitiendo a usted lo que les dijo a sus discípulos en el Huerto de Getsemaní: "¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la

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verdad está dispuesto, pero la carne es débil" (Mateo 26:40, 41). Jesús quiere que usted aprenda a pasar tiempo con él, a velar con él una hora en oración.

Creo que sé cómo se siente al leer estas líneas. Yo le dije tantas veces que sí a Jesús. Tenía el deseo, pero me faltaba la disciplina. Recuerdo una noche en la que prediqué en un encuentro

juvenil en una pista de bowling. Había tres mil adolescentes en el auditorio esa noche, y cuando pronuncié la invitación a aceptar a Cristo, vimos a quinientos de ellos acercarse para ser salvos. Nunca lo olvidaré. Mientras estaba frente a ese mar de rostros sinceros, y les indicaba: "Arreglen sus cuentas con Dios", algo dentro de mi me preguntó: "¿Cuándo vas a arreglar tus cuentas con Dios?" Cuando bajaba de la plataforma, algunos pensaron que me dirigía a hablar con los nuevos convertidos, pero en realidad me estaba dirigiendo a la habitación del fondo para postrar mi rostro delante del Señor. Me sentía frustrado sobre el tema de la oración. Ahora que lo

pienso, creo que se trataba de una frustración santa. El Espíritu de Dios simplemente no dejaría que me sintiera conforme con ninguna otra cosa que no fuera el ministerio de la oración.

No quiero dejar una impresión errónea. Allí en Beverly Hills,

acostumbrábamos a orar. A veces orábamos durante toda la noche. Orábamos para tener una gran cosecha. jEn cuatro años, la iglesia creció de cuatrocientos miembros a mucho más de tres mil! Pero Dios me pedía que tomara la disciplina de levantarme cada día temprano, que orara hasta llegar al lugar de la victoria, y que

caminara en la autoridad y la unción de Dios. Necesitaba orar día a día, no una carrera frenética para "ponerme al día" en la oración antes de un acontecimiento especial. .

En esa época en que trabajaba entre los jóvenes, me invitaron a un encuentro de avivamiento juvenil en otra ciudad. Desde mi conversión, siempre había deseado ser un evangelista; me sentí muy complacido por esa invitación. Todas las denominaciones menos una estaban colaborando en esa ciudad, de manera que cada una de las reuniones se iba a celebrar en una iglesia distinta.

El avivamiento no comenzó del todo bien. La primera noche, fuimos a la Iglesia de Dios. Afuera hacía frío, y adentro también. Prediqué lo mejor que pude, hice la invitación, pero nadie se adelantó a recibir a Jesús.

La noche siguiente fuimos a la Asamblea de Dios. Tuvimos un buen servicio de alabanza y adoración, pero la predicación y el

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llamado fueron como el de la noche anterior. Sentía como si todo el mundo se preguntara: "¿ Cuándo vas a hacer algo? ¿Cuándo va a ocurrir algo?" Eso mismo era lo que yo estaba pensando.

La tercera noche fuimos a la iglesia metodista. Me aseguré de llegar un poco más temprano para estar a solas con Dios.

Justamente cuando buscaba un sitio para orar, entraron por la puerta trasera dos monjas católicas con una guitarra. Vinieron derecho a donde yo estaba y me preguntaron: "Hermano, ¿podría templarnos la guitarra?"

Perplejo por el extraño pedido, simplemente me quedé

mirándolas y les dije: "Bueno...yo...este...sí, cómo no." (¿Cómo se les puede decir que no a dos monjas católicas?) De modo que

entramos en una habitación lateral y les templé la guitarra. Advirtiendo mi estado de nervios a medida que se me

escapaba el tiempo de preparación previa, una de las monjas puso la mano en el brazo y me dijo reconfortándome: "No se aflija, hermano Lea. Nosotros hemos estado orando hoy por usted durante ocho horas." Casi no podía creer lo que me había dicho, pero por lo pronto me sentí agradecido, y hasta aliviado. Me impuso las manos y empezó a hablar en lenguas. Luego la otra empezó a cantar en lenguas. ¡En pocos segundos más, yo no sabía si estaba en la tierra o en el cielo, pero sí sabía que estaba en compañía de dos mujeres que realmente conodan a Dios!

Cuando terminaron, una de ellas me dijo: "¿Significa algo para usted la frase: 'Consumado es', hermano?"

Un escalofrío me recorrió el cuerpo, porque ése era mi versículo para esa noche.

El servicio comenzó, y prediqué desde uno de esos púlpitos laterales suspendidos, al estilo metodista. Al finalizar el sermón hice la invitación, ¡Y se adelantaron cien jóvenes!

Pues bien, la noche siguiente tenía que predicar en la iglesia católica. Llegué temprano y suspiré aliviado cuando vi a las dos monjas entrar por la puerta del fondo con su guitarra. Esta vez me dirigí derecho a donde estaban y les pregunté: "¿Podría templarles la guitarra?" La noche anterior no había tenido deseos de hacerlo, pero esta vez sí.

Cumplimos la sencilla ceremonia de templar la guitarra, y luego fui derecho al grano. Sin pestañear, les dije: "Quiero que repitamos 10 de anoche." De modo que me pusieron las manos sobre la cabeza, y otra vez sucedió. Luego, la monja que todavía no

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había pronunciado una palabra en inglés delante de mí, me dijo en forma casual: "Hermano Lea, ¿recuerda la mujer que tenía flujo de sangre y se acercó para tocar el borde del manto de Jesús?" (Ya se imaginan, ¡ése era el versículo sobre el que iba a predicar esa noche!)

Prediqué, y otras cien personas hallaron a Dios esa noche.

Hacia el fin de la semana, quinientas personas se habían entregado al Señor en esa pequeña ciudad.

Pues bien, mientras viajaba de regreso a casa, trataba de

imaginar cómo iba a anunciar al equipo 10 que Dios había hecho por mi intermedio, de la manera más humilde posible. "¿Cómo anduvo el avivamiento?" "No tan mal. Se salvaron unas quinientas personas. Fue una semana bastante buena."

Yo siempre había querido ser evangelista. Ahora sabía que era un evangelista, y me sentía muy bien. Saboreaba el número de personas que se había salvado, pensando cómo lo podía informar sin orgullo, cuando el Espíritu Santo interrumpió abruptamente mis reflexiones. "Hijo", me dijo, "pongamos una cosa en claro. Tú no tuviste nada que ver con ese avivamiento."

Abrí la boca, ¡pero la cerré de inmediato!

~a voz dentro de mí continuó: "Lo que ocurrió fue

sencillamente que alguien oró y pagó el precio del triunfo." Esas palabras siguieron repiqueteando en mis oídos durante años. "¡Orar para pagar el precio! Alguien pagó el precio." En el año 1978 falleció el pastor Conatser y me invitaron a

tomar su lugar en Beverly Hills. Para ese entonces mi frustración santa había llegado a un clímax. Lo que más me importaba era el llamamiento a la oración. Debía responder a ese llamado, que era mas excelso que el llamado a predicar. Fue cuando llevé mi

pequeña familia de regreso a Kilgore. Mi desesperado deseo de orar se transformó entonces en una disciplina sagrada.

Fue durante esos días, cuando buscaba sabiduría de la misma forma que una persona busca dinero que ha perdido o un tesoro escondido, que el Señor me empezó a revelar cosas nuevas, cosas secretas acerca de la oración que nunca había conocido antes. A medida que clamaba en su presencia, él derramaba sus revelaciones en mi espíritu. Cuando me ordenó que fuera a Rockwall a fundar su iglesia allí, ya me había liberado de la teología que enseña que "cuanto más grande mejor". Fui a Rockwall con una cosa en la

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sabía .que estaba apuntando a la raíz central de aquello que había florecido dando lugar al derramamiento del poder de Dios durante el primer siglo. Sólo sabía que debía orar y enseñar a otros a orar. Nuestra iglesia tenía alrededor de un año en 1981 cuando fui a Nueva Orleans, para escuchar a Paul Yonggi Cho, el pastor de la Iglesia Evangelio Completo en Yoido, Seúl, Corea, la iglesia más grande del mundo. El Señor me ayudó a encontrarme con él, y nos reunimos en una habitación posterior de la iglesia que auspiciaba el seminario. Cuando mis ojos se encontraron con los suyos sentí que estaba mirando directamente a su alma.

Sabía que disponíamos apenas de un minuto, de modo que mi tiro debía ser certero. Le dije algo así: "Dr. Cho, ¿cómo logró desarrollar una iglesia tan grande?"

Sonrió, y sin vacilar, me respondió: "Oro y obedezco." Y luego se rió.

Yo me reí junto con él, pero dentro de mí estaba repitiendo sus palabras. Esa es la clave -murmuré-. Eso es. Ora y obedece, Larry. Nunca olvidaré sus palabras. Como sabe, hay muchas personas que quieren obedecer, pero no oran. Y hay algunas personas que oran, pero no tienen el valor de obedecer. Pero la oración y la obediencia deben ir juntas si queremos recibir el poder y la unción del Espíritu de Dios.

Estoy convencido de que los discípulos no eran muy distintos de usted y de mí. Igual que nosotros, tuvieron que golpearse la cabeza contra más de un muro, antes de venir hasta Jesús y pedirle: "Señor, enséñanos a orar."

Lo mismo ocurrió conmigo. Traté de orar por mi cuenta, pero

sabía que faltaba algo. Seguía c1amándole a Dios: "Señor, enséñame a orar. Enséñame a orar." Y un día, apenas había pronunciado estas palabras, empezaron las lecciones.

CAPITULO SIETE ¿Ni tan sólo una hora?

Cuando le pedí al Señor que me enseñara a velar con él una hora en oración, recordé que Jesús les había enseñado a sus

discípulos: "Vosotros, pues, oraréis así" (Mateo 6:9). Abrí mi Biblia en el pasaje que hemos llegado a conocer como "Padrenuestro" y medité en estas 71 palabras:

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Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, asi

también en la tierra. El pan nuestro de cada dia, dánoslo hoy. Y perd6nanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas

líbranos del mal; porque tuyo es el reino, yel poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén (Mateo 6:9-13).

Me sentí perplejo y así 10 expresé. "Señor, esto lo puedo decir en veintidós segundos, y cantando 10 puedo hacer en un minuto y medio. ¿Cómo puede ser que esto me ayude a velar contigo

durante una hora?" y el Espíritu de Dios me respondió: "Lee l-e-n-t-a-m-e-n-t-e."

Como un chico obediente, comencé a recitar las conocidas

palabras, haciendo una pausa después de cada breve frase: "Padre nuestro ... que estás en los cielos...Santificado sea tu nombre..." Apenas habían salido estas palabras de mi boca, el Espíritu de Dios empezó a dejar caer en mi corazón una serie de revelaciones y visiones que me plantaron de una vez para siempre la disciplina de la oración, y convirtieron mi tiempo de oración en un deleite total. Espero que no le moleste a nadie que diga aquí que tuve una

visión. Casi puedo ver cómo levantan las cejas. ¿Sabe qué es lo que está fallando en los creyentes de hoy en día? Hemos estudiado tanto tiempo la falsificación, que ya no reconocemos la versión original. ¡Es una vergüenza que un muchacho que asistió a la iglesia de una u otra forma durante diecisiete años, haya ido a parar a una sala psiquiátrica antes de descubrir que Dios habla! Si tan sólo hubiese conocido a alguien como aquellas dos

hermanas católicas que he mencionado. Una de ellas se me acercó hace un tiempo y me preguntó con una sonrisa: "¿Sabes cómo sé las cosas que sé?"

Le devolví la sonrisa y pregunté: "¿Cómo?"

Ella me respondió con tono natural: "¡Lo sé a través de mi 'conocedor'!"

Si usted es un creyente, usted también tiene un "conocedor". Es el testimonio del Espíritu Santo.

Después de que hice la pregunta: "Señor, ¿cómo puedo velar contigo una hora?", el Señor me hizo una promesa. "Cuando

aprendas a velar conmigo una hora", prometió, "algo sobrenatural ocurrirá en tu vida." Y luego me mostró que lo que llamamos "Padrenuestro", es en realidad un bosquejo de oración.

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comunicando núcleos de verdades. Formaban una lista de temas, y para cada tema ofrecían un bosquejo. En su oración modelo,

Jesús enumeró los temas y dijo: "Ustedes orarán así" (Mateo 6:9-13). Hemos aprendido de memoria, citado y cantado el Padrenuestro, pero no hemos considerado esta oración como un conjunto de seis temas para seguir en oración bajo la guía del Espíritu Santo.

Mi amigo Brad Young ha escrito un libro acerca del trasfondo hebreo en el Padrenuestro. Dice que hay algunos escritos antiguos que dejaron los primeros cristianos, que contienen oraciones

basadas en el Padrenuestro, y que requieren alrededor de una hora para ser pronunciadas.

También hizo una interesantísima observación basada en

Hechos 1:14. Usted recordará que los discípulos, junto con María, la madre de Jesús, los hermanos de Jesús, y otros creyentes, se reunieron en el Aposento Alto después de la ascensión del Señor, en obediencia a su orden de que esperaran el Espíritu Santo. La Escritura registra: "Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego." Young señala que el griego no dice "en oración";

literalmente, este versículo expresa lo siguiente: "Todos éstos perseveraban unánimes en 'la oración' y ruego." Dice Young que la literatura antigua a menudo se refiere al Padrenuestro como "La Oración".

Hoy, una nueva generación de discípulos está descubriendo los principios, el propósito y el poder que se ocultan detrás de las

conocidas palabras del Padrenuestro. Yen la medida que redescubrimos el poder y la necesidad de la oración, nuestra vida de oración va pasando de un deseo, a una disciplina, y de allí a un deleite.

A medida que usted se discipline y tome este bosquejo de

oración para entrar a la presencia de Dios, la oración comenzará a fluir en su vida, como fluía en la vida de Jesús y de los primeros creyentes. Pero debo advertirle: Esta no es una verdad de débil intensidad; es una poderosa revelación de profundísima intensidad que puede iluminar su templo con la gloria de Dios y transformar su casa de oración en una casa de poder y de alabanza perfeccionada. Si usted está preparado, sólo tiene que conectarse.

SECCION 11 PROMESAS:

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santificado sea tu nombre. " CAPITULO OCHO

Apropiándonos de los nombres de Dios

"Disciplina" es una palabra detestable para muchos de nosotros. La mayoría de las personas, cuando piensa en la

disciplina de oración, adoptan una expresión solemne y resuelta, aprietan los dientes y prometen: "¡Lo haré aunque me mate!l' Es la misma cara que puso mi pequeño hijo, John Aaron, cuando le dije que comiera la espinaca. "Papito", me dijo con el tono más natural de hombre a hombre que pudo usar. "No me gusta, pero puedo comerla." ¿Cuántas veces le ha dicho usted lo mismo a Dios: "Padre, no me gusta orar, pero puedo hacerlo"? La oración no necesita ser una obligación. ¡Puede ser un deleite!

¿Ha observado alguna vez que el Padrenuestro empieza y termina con una alabanza? Debemos entrar por sus atrios con alabanza, dice el Salmo 100:4. Jesús sabía eso cuando nos enseñó: "Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos,

santificado sea tu nombre..," (Lucas 11:2),

Por fe decimos "Padre", y por amor decimos "nuestro", El Dios omnisciente, omnipotente Creador que habita la eternidad, nos in- vita a los creyentes a que lo llamemos Padre.

La palabra "santificar" no es una palabra corriente, pero significa "Hacer a uno santo. Dedicar a Dios W1a cosa". Es la expresión de un intenso deseo de que el nombre de Dios sea reconocido, puesto aparte y adorado.

No solemos detenernos a reflexionar que el nombre del Señor puede ser santificado o profanado por nuestra conducta. Pero los documentos antiguos muestran que, puesto que la muerte de un creyente por martirio con frecuencia induóa a otros a glorificar a Dios, la expresión hebrea "santificar el nombre", frecuentemente se entendía como sacrificar la vida por la propia fe. Qué verdad tan poderosa. Santificamos a Dios por el ejemplo de nuestra vida justa, tanto como lo hacemos por las palabras con que lo alabamos y adoramos (Mateo 5:16).

Cuando aprendemos a seguir el bosquejo de la oración de

Cristo, y separamos el nombre de Dios, y lo alabamos y adoramos, nuestra oración dejará de ser un deseo frustrado o una disciplina rigurosa, y llegará a ser un santo placer.

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La disciplina de la que estoy hablando lo llevará a la santa

presencia de Dios, y lo hará caminar según las prioridades de su reino. Lo ayudará a orar para recibir lo que necesita y a llevarse bien con sus semejantes en todo momento. Lo ayudará a enfrentar al diablo y a dejarlo sentado de un golpe. Lo ayudará a ser la

cabeza y no la cola, a estar arriba y no abajo. ¡Lo ayudará a andar de victoria en victoria todos los días de su vida!

Pero para santificar el nombre de nuestro Padre, debemos

entender que la naturaleza y la voluntad de Dios para sus hijos se nos revela en sus nombres. Los nombres de nuestro Padre revelan lo que él ha prometido ser en nosotros y lo que ha prometido hacer para nosotros y por medio de nosotros.

Bendiciones que nos ha traído la sangre de Jesús

A medida que Dios me iba revelando su bosquejo de oración, me dio una clara visión acerca de lo que él nos ha provisto. Vi a Jesús levantando una gran vasija y caminando hacia lo que me pareda un enorme altar de piedra, detrás del cual brillaba una gran luz. Mientras contemplaba, el Señor derramó el contenido de la vasija sobre el altar, y advertí que el líquido vivo y burbujeante que caía sobre el altar era su propia sangre.

La palabra de Dios inundó mi mente.

Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación (1 Pedro 1:18,19).

Repentinamente, todo armonizó:

Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y naddo bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Ypor cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! (Gálatas 4:4-6).

Contemplé esa sangre y exclamé: "¡Padre, Padre!", porque en mi espíritu entró un cálido y maravilloso testimonio de que, cuando recibí el perdón de Cristo, fui adoptado en la familia de Dios y aceptado como hijo y heredero. Dios era mi Padre por

mérito de la sangre de Jesús. Luego me pareció como si esa sangre viva sobre el altar me hablara acerca de las promesas del pacto que había conquistado para mí.

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