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JOSÉ ORTEGA Y GASSET ( )

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JOSÉ ORTEGA Y GASSET (1883-1955)

José Ortega y Gasset nace el 3 de mayo de 1883 en Madrid, en el seno de una familia de periodistas. Estudia Filosofía y Letras en la Universidad Central. En 1905 marcha a Alemania a continuar sus estudios y allí se familiariza con el pensamiento de los grandes neokantianos de la época.

Tras su vuelta, en 1911, se incorpora a la Universidad, donde trabajará durante veinticinco años intentando realizar lo que considera su tarea fundamental: liberar al pensamiento español de la esterilidad en la que se encuentra. También participa activamente en la vida política, y al estallar la guerra civil abandona el país.

Tras unos años en el exilio, vuelve definitivamente en 1945, aunque pasa largos períodos impartiendo cursos fuera de España. Muere en Madrid el 18 de octubre de 1955.

Entre sus obras filosóficas destacan: Historia como sistema (1914), Meditaciones del Quijote (1914), Verdad y perspectiva (1916), El tema de nuestro tiempo (1923), La rebelión de las masas (1930), En torno a Galileo (1933), Meditación sobre la técnica (1939), ¿Qué es filosofía?

(1958) y la idea de principio en Leibniz (1958).

Entre 1883 y 1955 el panorama político internacional está marcado por la irrupción de Estados Unidos como gran potencia, la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, el establecimiento del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania y la Segunda Guerra Mundial.

El panorama político español está afectado por la pérdida de las últimas colonias (Puerto Rico, Filipinas y Cuba) en 1898, y por la alternancia de la monarquía constitucional, la dictadura y la república hasta la guerra civil, a cuyo término se impuso la dictadura del general Franco.

España es, a finales del XIX, un país fundamentalmente agrícola. La vida rural está en manos de los caciques, un grupo formado por aristócratas, burgueses y políticos que imponen sus valores y privilegios tradicionales, y que junto a los grandes financieros y empresarios de las ciudades son el sector más influyente en la vida social y económica del país. La clase media, a la que pertenecen la mayor parte de los intelectuales, se encuentra aislada y dividida ideológicamente y la clase obrera y los campesinos viven en condiciones miserables de analfabetismo y pobreza.

Ortega se comprometió con los movimientos regeneracionistas que pretendían modernizar España, acercarla a Europa, promoviendo la mentalidad científica y los valores ilustrados, enfrentándose al pesimismo provocado por la pérdida de las colonias y a la mentalidad aislacionista que promovía el casticismo. En 1913 fundó con Manuel Azaña la Liga para la Educación Política, que contribuyó a impulsar el nivel cultural del país. En 1931 fundó junto a Gregorio Marañon y otros intelectuales la Agrupación al Servicio de la República. Fue elegido diputado, pero renunció tres años después por el escaso eco que sus propuestas tuvieron entre los gobernantes. Se exilió al inicio de la Guerra civil, y su desacuerdo con el régimen dictatorial del general Franco le mantuvo fuera de España hasta 1945, a partir de ahí su incidencia pública se limitó a impartir conferencias.

Ortega defendió siempre la necesidad de formar una élite intelectual que dirigiera a las masas y fomentara el optimismo burgués y la concepción vitalista de la cultura. Creía que el protagonismo que las masas iban tomando en el ámbito político y cultural ponía en peligro la buena marcha de la sociedad y convertía la cultura en un producto de consumo.

Desde el punto de vista científico, el primer tercio del siglo XX es la época del surgimiento de las nuevas teorías que iban a revolucionar el campo del pensamiento, no sólo científico, sino también filosófico y cultural. Las teorías físicas de Einstein (la teoría de la relatividad que tendrá una gran influencia en el pensamiento de Ortega), Plank y Heisenberg ponen en cuestión el

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paradigma newtoniano vigente desde el siglo XVII y abren la puerta al paradigma cuántico. Las llamadas "geometrías no euclídeas" de Riemann y Lobachevski, realizan una revisión de los postulados de Euclides, concretamente del V postulado, y elaboran una geometría basada en un espacio no tridimensional, sino curvo.

En el estudio de la mente, el psicoanálisis de Freud revoluciona los postulados tradicionales, sosteniendo que el comportamiento humano se explica a partir de los contenidos pulsionales del inconsciente. Esta idea tendrá una gran repercusión en el campo de la filosofía, del estudio de la cultura y del arte.

La revolución industrial había hecho posible el dominio de la naturaleza a través del desarrollo de la ciencia y la tecnología, pero la relación entre estos avances y la enorme capacidad destructiva desplegada en las dos guerras mundiales pone en entredicho que la ciencia sin más sea garantía de progreso. Ortega asume esta cuestión y defiende que el acercamiento de España a Europa debe hacerse desde la integración de los valores culturales de la tradición germánica en la vitalidad española.

El arte de la época está dominado por las vanguardias. Los movimientos artísticos vanguardistas (el dadaísmo, el surrealismo, el cubismo…), entienden el arte como innovación permanente, por lo que impulsaron cambios cada vez más acelerados en todos los campos de la creación, rompiendo con el concepto tradicional de belleza imperante en el arte burgués y ofreciendo una nueva idea tanto de aquél como de éste, al tiempo que desde la ciencia y la filosofía se cuestionaba la coherencia y la exclusividad del pensamiento racional. Sin embargo, estas vanguardias pronto se verán absorbidas por la industria burguesa del arte. Además, el siglo XX se inicia con la aparición de una nueva forma de expresión: el cine, cuyo nacimiento oficial tiene lugar en 1895.

En España, hasta el franquismo, que anuló la libertad de expresión provocando el exilio de intelectuales y artistas, la diversidad de pensamiento favoreció el florecimiento de la creación científica y cultural. Al esplendor que en el campo de la literatura representan los autores de la generación del 98 y del 27, se une la obra de ensayistas como Menéndez Pelayo y Gregorio Marañon, historiadores como Claudio Sánchez Albornoz, Américo Castro y Salvador de Madariaga, científicos como Ramón y Cajal, Severo Ochoa y Rey Pastor, y músicos como Albéniz, Falla y Casals.

En la obra de Ortega hay un permanente diálogo con la historia de la filosofía que conoce en profundidad. Su pensamiento se inspira en las corrientes más actuales de esta historia.

En Alemania se pone en contacto con el neokantismo, cuyas figuras más relevantes, Natorp y Cohen, proponen, como reacción a los excesos del idealismo alemán, una vuelta a Kant que sitúe la teoría del conocimiento en el núcleo de la actividad filosófica. De Cohen, en concreto, heredará la pasión por el método y la noción idealista de cultura. Además, muy pronto se convierte en seguidor de la emergente fenomenología, que busca una fundamentación del conocimiento que supere los errores del positivismo y acentúa el valor de la intuición directa e inmediata de la experiencia. Sin embargo, su vocación filosófica trasciende la epistemología y alcanza la metafísica con el descubrimiento de la realidad radical de la vida, estimulado por la filosofía de la vida y de la cultura de Simmel y Scheler.

Ortega había leído a Nietzsche con quien comparte la subordinación de la razón a la vida, el antagonismo entre élites y masa y una concepción perspectivista del conocimiento; pero no acepta el esteticismo irracionalista de Nietzsche que privilegia el papel del arte como vía de acceso a la realidad. Ortega, que sin renunciar a su condición de escritor, reclama la dignidad de filósofo, no acepta más método de conocimiento que el racional.

El raciovitalismo de Ortega se sitúa en la tradición del vitalismo, que de Dilthey a Bergson había destacado la imposibilidad de aplicar el mismo método al estudio de la naturaleza que al estudio de la vida humana. La razón vital no es la razón pura, abstracta.

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Como el pragmatismo, Ortega subordina el estudio de la ciencia, la técnica y la cultura al estudio general de la vida. En su análisis, mantiene un constante diálogo con Heidegger, que, como él, establece el carácter originario de la existencia, del ser en el mundo.

En sus últimas obras, en las que predomina el análisis de la sociedad, está presente el historicismo de Dhiltey, del que toma la tesis de que no somos naturaleza sino historia, el concepto de razón histórica y la categoría de proyecto. Su diagnóstico acerca de la decadencia de Occidente se acerca a la doctrina de Spengler. Por último, su posición política en defensa del papel directivo de las élites podemos remontarla a La República platónica, teniendo como fuentes de inspiración más próximas la moral de los señores de Nietzsche o la moral abierta de Bergson.

Ortega es el pensador español más importante del siglo XX. No tuvo suerte sin embargo con su legado. El exilio, el régimen franquista que lo condenó al ostracismo y las nuevas modas filosóficas (el marxismo y la filosofía analítica), a las que fue poco receptivo, contribuyeron a un temprano olvido de su pensamiento.

LA FILOSOFÍA DE ORTEGA Y GASSET

Conocimiento (y ontología)

La filosofía se define por su objeto y su método.

El objeto de la filosofía es todo cuanto hay. No sólo lo que existe en el sentido físico y anímico, sino todo lo que puede ser intencionado por la conciencia (todo a lo que se refiera), y no en su existencia privada, sino en su relación con las demás cosas; con el propósito de encontrar la raíz de todo lo que hay, la realidad radical. La filosofía es ante todo Metafísica.

El método de la filosofía es el abordaje radical de la realidad, ir al fondo de las cosas, “a las cosas mismas” comprometerse a no partir de supuesto alguno. Esta liberación de los “prejuicios”

exige su conocimiento, a partir de la confrontación con el pensamiento anterior.

La historia de la filosofía ha conocido, hasta ahora, dos posiciones metafísicas encontradas:

el realismo y el idealismo.

El realismo es la actitud natural de la conciencia. Defendido principalmente por los pensadores anteriores al Renacimiento, considera que la realidad radical son las cosas en sí, independientes de mi pensamiento.

Ortega piensa que el realismo no ha sabido dar su importancia al yo, no se ha dado cuenta de que no existe un mundo independiente del sujeto que lo conoce, no es posible admitir que el sujeto sea simplemente una parte más de la realidad..

El idealismo, posición principal de la filosofía a partir de Descartes, considera que la realidad radical es el sujeto pensante, el yo.

Ortega cree que si bien el mundo exterior no existe sin mi pensarlo, no puede, sin embargo, reducirse al pensamiento (el mundo exterior no es mi pensamiento).

En rigor, según Ortega, realismo e idealismo no han llegado a ser dos ideas diversas sobre la realidad, sino solo ideas distintas sobre la primacía de unas realidades sobre otras. Realidad para ambos quiere decir cosa, res, extensa o pensante. En el fondo se trata de ser en sí -porque hasta el yo de los idealistas se concibe como un “en mí”-.

Ortega introduce la distinción entre realidades radicadas y realidad radical. Tanto el yo como las cosas son realidades derivadas, radicadas en la vida o, mejor aún, en mi vida, que es la realidad radical. Todo cuanto hay sea anterior, superior o trascendente a mi vida, independiente de ella, incluso origen y fundamento de ella misma –así en el caso de Dios- tiene su realidad como tal radicada en mi vida, a la cual queda referida, en cuanto es encontrada en ella (Introducción a la Filosofía, VIII).

Coherente con el método propuesto para la filosofía, Ortega considera que la vida es lo que

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encontramos cuando suprimimos todas las teorías, todos los supuestos. Esta concepción de la realidad no es una abstracción, se trata de una simple constatación.

Además, al decir que la realidad radical no son las cosas, ni el yo, sino la vida, Ortega se aparta, al mismo tiempo, del realismo y del idealismo, y del fundamento que es común a uno y otro. Aquello que descubre como realidad radical no es una tercera cosa, sino algo que no es cosa, no es algo “dado”, plenamente constituido. Ortega propone una idea distinta de realidad, porque la vida no puede pensarse como una sustancia que cambia accidentalmente. En la vida la sustancia es precisamente el cambio. La vida no es una estática coexistencia del yo y las cosas a mí alrededor, sino un constante quehacer.

El reconocimiento de la vida como realidad radical, supone una reforma de la filosofía que alcanza a la cuestión del conocimiento. Lejos del esteticismo irracionalista de Nietzsche, que considera que la intuición, el sentimiento, en definitiva, los medios de que se sirve el arte, nos proporcionan un acceso privilegiado a la vida; el raciovitalismo de Ortega afirma que el conocimiento es de naturaleza racional, y la vida constituye su tema central.

El pensamiento surge de la vida y se ocupa de ella. Ortega invierte el punto de vista cartesiano al poner el centro de gravedad en lo prerreflexivo, convierte el principio pienso, luego existo en pienso porque vivo.

El pensamiento es una función vital, que posee una finalidad específica, alcanzar la verdad.

El intento de conjugar esta doble instancia del pensamiento lleva a Ortega más allá del escepticismo y del dogmatismo, las dos posiciones tradicionalmente opuestas en la consideración de la verdad, y que en la modernidad se asocian al relativismo (escepticismo) y al racionalismo (dogmatismo).

El relativismo, ateniéndose a la historia, renuncia a la verdad. El racionalismo, renunciando a la vida y a la historia, supone una verdad única, abstracta e invariable.

Ortega critica ambas posiciones. Al relativismo porque la vida pide verdad. Al racionalismo por escindir al hombre, poniendo en un lado todo lo vital, concreto e histórico y, en el otro, una razón "pura", capacitada para encontrar la verdad. Ambas posiciones son incapaces de dar cuenta de la doble instancia a la que está sometido el pensamiento.

La relatividad de la verdad, a la que empuja el carácter de función vital del pensamiento, y la verdad como valor absoluto, a la que empuja la necesidad del pensamiento de reflejar la realidad tal y como es, se conjugan en el perspectivismo de Ortega.

El sujeto humano que conoce no es un vehículo que deforme la realidad (escepticismo), ni un medio transparente que la deje sin tocar (racionalismo), es un medio que al conocer necesariamente criba, selecciona. Por grandes que sean los esfuerzos que realice, la verdad que el ser humano puede alcanzar nunca será una verdad plena, completa.

Ortega considera que el punto de vista individual es el único desde el que puede mirarse el mundo en su verdad. La realidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el Universo. Aquella y éste son correlativos, y como no se puede inventar la realidad, tampoco puede fingirse el punto de vista (Verdad y perspectiva).

A diferencia de Nietzsche, en el que parece latir todavía la contraposición realidad/perspectiva, haciendo de ésta última sinónimo de apariencia, Ortega convierte la perspectiva en una condición de lo real. Precisamente por ser real, y no ficticia, la realidad solo se muestra al ojo que la mira desde alguna parte. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo. (El tema de nuestro tiempo). Mi perspectiva difiere necesariamente de la ajena. Pero estas perspectivas múltiples no se excluyen, sino al contrario, se complementan. Ninguna agota la realidad, pero en cada una de ellas hay una

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parte de verdad. Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo -persona, pueblo, época- es un órgano insustituible para la conquista de la verdad (El tema de nuestro tiempo). Por ello, la historia, al articular las perspectivas heredadas, nos permite alcanzar una mayor perspectiva del objeto.

Solo los conocimientos abstractos, los conocimientos lógicos o matemáticos, que no se refieren a la realidad, y en los que el objeto es definido de manera precisa, no poseen una estructura de perspectiva. Como señala Ortega, el punto de vista ubicuo, absoluto… es un punto de vista ficticio y abstracto. No dudamos de su utilidad instrumental para ciertos menesteres del conocimiento; pero es preciso no olvidar que desde él no se ve lo real. El punto de vista abstracto sólo proporciona abstracciones (El tema de nuestro tiempo).

Ortega considera que la filosofía ha sido siempre utópica, ha simulado situarse en “ningún lugar”. Cada sistema pretendía valer para todos los tiempos y para todos los hombres. Pero la utopía es lo falso, lo inauténtico. El pensamiento de Ortega exige autenticidad, la filosofía debe desvelar la perspectiva vital de la que emana.

Hombre

Con su afirmación de la vida como realidad radical, la filosofía de Ortega deriva hacia una analítica de la existencia humana (al estilo del primer Heidegger y del existencialismo).

El hombre es un producto de la fatalidad y la libertad. La vida del hombre es imposición, fatalidad.

Al hombre se le impone el mundo, la circunstancia, el medio en el que ha de desenvolverse inevitablemente. Pero, también, la vida es libertad. El ser humano tiene que decidir continuamente cómo va a vivir esa vida que se encuentra siempre en una circunstancia determinada, incluso sus propias decisiones forjan las circunstancias en que se va desenvolviendo su propia vida.

La vida de cada hombre está constituida por lo que él hace y por lo que le pasa. Pero nada de lo que hace o le pasa sería su vida si no se diera cuenta de ello. La conciencia es un ingrediente esencial de la vida humana. El conocimiento no puede considerarse desde una perspectiva meramente teórica, es la única posibilidad que tiene el hombre de caminar sobre el resbaladizo suelo de su existencia.

La vida del hombre no está nunca previamente fijada, en todo instante el ser humano se ve forzado a elegir entre varias posibilidades. Para preferir una posibilidad a otra tengo que justificar por qué, tengo que dar razón. El ser humano no puede existir sin dar cuenta de lo hecho y lo vivido. La vida es necesariamente justificación y, por tanto, responsabilidad, es intrínsecamente moral. La moralidad de la vida no es algo que se le añade, sino una condición absoluta de la existencia humana.

El hombre es un ser que sostiene su propio ser. El ser del hombre es su propia vida, y ésta no es un hecho, sino una tarea, algo que tenemos que hacer utilizando nuestra razón y nuestra libertad. Todo lo que el hombre hace, le hace; cada persona se realiza a sí misma con las decisiones que toma.

La temporalidad es una parte constitutiva del ser del hombre. El hombre vive en un presente producto de su pasado y de un futuro proyectado. De acuerdo con la sentencia de Goethe llega a ser quien eres, la vida humana no es sino el afán de realizar un proyecto o programa de existencia, y, por ello, hay en la raíz misma de la vida un atributo temporal. La vida es lo que aún no es, es futurización. La vida es esa paradójica realidad que consiste en decidir el hombre lo que va a ser, en ser lo que aún no se es, en empezar por ser futuro.

El hombre no es naturaleza sino historia. El hombre se encuentra siempre a un nivel histórico determinado, es heredero de un pretérito y no un eterno “primer hombre”. Al hombre le ha pasado ser otras cosas que las que él individualmente ha sido; le ha pasado la historia entera.

La vida de cada hombre incluye la historia, en la medida en que ésta es un ingrediente de su circunstancia. Esto significa que solo se puede dar razón de algo humano apelando a la historia en

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su integridad; o, lo que es lo mismo, que la razón vital es razón histórica, por ser histórica la vida humana.

Se vive en un determinado momento con el que estamos comprometidos. La tarea de nuestro tiempo es siempre una misión que mira al futuro desde el pasado. El hombre tiene en sus manos hacerse de diversos modos. Lo que el hombre haga de sí mismo y sus proyectos para el futuro son en gran medida una función del pasado, de la herencia de ideas (manifiestas) y creencias (no explícitas).

Sociedad (política)

La vida social es connatural al hombre, que solo en sociedad puede realizarse individual y libremente. Para explicar la estructura y el dinamismo social Ortega hace uso de la idea de generación, frente a quienes acentúan el protagonismo del individuo o de la clase social.

En cada momento histórico coexisten tres generaciones, cada una de ellas comparte una forma de vida, definida por una determinada recepción del pasado y un fluir de su propia espontaneidad. En esta doble dimensión y en la coexistencia de varios grupos de hombres que tienen distintas ideas y creencias se funda el devenir de la historia.

Toda generación conlleva un cambio en la perspectiva que el hombre tiene sobre su mundo. En las épocas acumulativas, el cambio es sólo de matiz, hay una solidaridad generacional con la generación más vieja, que impone su forma de vida. Sin embargo, en las épocas eliminatorias y polémicas, los cánones impuestos por la generación más vieja son barridos, se cuestionan las convicciones más profundas, entrándose en un período de crisis. En estos períodos el hombre vive en la confusión, desorientado en el mundo, lo antiguo no le vale, lo nuevo aún no ha nacido.

En los períodos de crisis se impone la acción por la acción. Mientras el hombre está actuando, olvida que se halla sin convicciones seguras, son períodos de rebarbarización que se superan cuando una generación creadora instala al hombre en unas nuevas convicciones.

Cada generación está compuesta por una masa, formada por individuos no cualificados, y por una minoría selecta, la élite, formada por individuos especialmente cualificados, los mejores intelectual y moralmente. Ortega defiende que son las élites las que deben dirigir y gobernar a las masas (la rebelión de las masas nunca es deseable, pues conduce a la violencia y da acceso al poder a hombres no cualificados) y diagnostica su época como un período invertebrado, con este concepto alude a que las masas tienden a rebelarse, no quieren someterse a las orientaciones de las élites, lo que constituye la mayor amenaza que se cierne sobre Occidente.

En el caso de España a esta confusión entre quien manda y quien obedece se añade su desvinculación de Europa. La salida a esta situación será posible en una sociedad futura, culta y responsable, que sepa seleccionar a los mejores para su gobierno. Esta preeminencia de las élites en la dirección de los asuntos públicos, podemos remontarla a La República platónica, y tiene como fuentes de inspiración más próximas la moral de los señores de Nietzsche o la moral abierta de Bergson.

Referencias

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