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11º CONCURSO CAMINOS DE LA LIBERTAD PARA JÓVENES. Diez mil gatos en la pared. Seudónimo: Antonieta Rivas Mercado

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Academic year: 2021

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11º CONCURSO CAMINOS DE LA LIBERTAD PARA JÓVENES

Diez mil gatos en la pared

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En la sagrada verdad de un oscuro rincón

De Graciela Pogolotti

Me has conducido de la mano a la única agua que me refleja.

Por ti conozco aquella mañana eternamente memorable de nuestros dedos enlazados en el medio del tumulto.

Era yo simplemente una mujer con aquel

embrujo enfermizo colocando la jarra de limonada en la mesa y esperando que mi padre llegara con el color exacto de la libertad

para envenenar mi vida de libros.

Y moría en cada noche como flor de durazno perfumada de tristeza cerca de ti,

con esa palidez que cubre a los héroes que han vivido demasiado y que no tienen traidor que los asesine. Fui una sensible muchacha,

en mañanas de mayo que aguardaba la lluvia, pájaro de papel a la intemperie esperando sus alas hacia estos ojos,

destierro de mi carne, temblor de un poeta y su muerte.

Secretamente señalo el camino, después de otorgarme caricias que jamás he soñado. Camino arrastrando esta sombra

sin mirar a nadie, ni nadie que me mire.

Lejos, más allá de la libertad salpicada en mi rostro, llegarás tú como esa manera conocida de perdonar la enlutada memoria, a conducirme por donde desaparece la insólita eternidad de las palabras. Cierto que el tiempo es inacabable

cuando viene a mí el primer recuerdo, pero hoy lloro como mujer en la penumbra de un cinematógrafo donde todos

me ofrecen una rosa cuyos pétalos caen con fuerza de tormenta amorosa y dolida para este tierno animal que eres tú sagrada verdad en el oscuro rincón de mis ojos.

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Mapas del polvo

A Lina de Feria Una mujer puede ser… Más que la libertad. JUVENTINA SOLER PALOMINO

Te hago el relato de estas cosas ahora cuando somos hijos de la libertad,

cuando sobre un bloque de luz cabalga tu voz y las heridas del día son solamente la memoria un corcel de lumbre y amapola.

Ahora todo es lejano, el olor que nos conduce

a los viejos baúles, el sacerdote que fragua la cosecha y reparte la lluvia con el filo de la luna.

Ahora tal vez escuchas, tal vez sueñas, tal vez inventas entre piedras, entre leves sonidos, entre ocultas mejillas y racimos, el prolongado rito de un sueño o ala

que al pasar se lleve consigo el fuego y la pasión del otoño. Algo buscabas, algo,

pues siempre te llegaban noticias antiquísimas, frescas de otros lados del alma,

una eternidad que empezaste a adivinar con el luto de la tierra,

herida que te dejó una misma cicatriz en un sitio de tu infancia y tu cuerpo. Todo lo supimos desde el primer bautizo, desde el instante en que tus llagas derramaron su perfume de surco en nuestros sudarios. Pero algo murmurabas o dijiste mientras te ibas casi a oscuras, casi dulce, casi callejeando por alcanzar la fiebre del olvido.

Resultaría fácil abrir de golpe las puertas y sorprenderte allí

masticando segundos no vividos, la luz apenas, el camino con dulces caballos recogiendo sus pasos en palabras.

Lo demás es todavía más temible y risueño

que el secreto (tal vez la poesía y esto lo proclamo desvergonzadamente a pleno pulmón).

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en un puente, en un búcaro como la libertad que sabemos amar a orillas del azul que inventa y rompe sus espejos.

Has llegado, Lina, como quien dice, descubriendo

al inocente que intentaba redimir su desnudez, al que enciende de súbito en las noches su voz entre los pájaros, al que se empapa en un pobre aguacero sin domingo.

Has llegado como el mar que siempre nos rodea pero ahora el espantapájaros que dora las espigas y les pone su vírgula a los ojos de cada difunto

para que sigan despiertos como enigmas de un saludo. La ausencia que es la muerte, es la forma más secreta de la noche y tú puedes tocarla con asmática dulzura bajo la lluvia.

Has ido y regresado de tu propio vientre, Dios busca la culpa como podrida fruta y ya no pueden retenerte entre las manos,

en el oleaje que sube en el trueno que nos aniquila, ni en la espiga o en la glándula entretejida

que amansar el odio.

En los largos poemas que saben andar que se arrastran por dentro sin nunca, nunca alcanzar a ser voz, yo te hablo, Lina, como lo más húmedo y tierno de nuestra libertad.

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Monólogo de la diez y veinte

Para Andrés Conde

No soy de nadie, pero tampoco me pertenezco. A veces pronuncio palabras tan íntimas

como mi propio olvido, palabras envejecidas que deambulan entre cines y bares,

detrás de otros cuerpos y otros deseos. Mi vida es el propio olvido,

noches de soledad donde escribo un poema que en la mañana camina sobre las aguas del cuerpo mío.

He preguntado por mí en medio del tumulto donde es imposible evitar que me manden otra vez a la guerra.

Porque si mañana entristezco bajo las voces de los pájaros

me hago un nido del tamaño de mi deseo. Todo semeja un pedazo de cielo desgajado o quizás aquella época ilustre

cuando a mis pies tuve la poesía

en oscuros tiempos piadosamente olvidados entre un sueño y el madero rústico de Cristo.

Si pudiera desdibujar aunque sea un momento la libertad, regresar a los amigos que murieron,

cumplir la profecía inexorable de mezclar con profunda amargura todo cuerpo en las cenizas

que nunca escucharon las voces humanas. Si las cigarras regresaran a este

suelo habitado por la luna, tiempo pasado en verdad terrible, pálido y polvoriento.

He comprendido

esas miradas negras que resquebrajan los huesos para llevarme a un lugar ciego,

lejos, libre de aquellas cosas que parecen la vida. Hoy estoy aquí muerto,

muerto en mis propios recuerdos

tendido bajo la piel, olvidando a los visitantes de palabras perdidas

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Diez mil gatos en la pared

I

…algo perdimos como generación, algo que nos hicieron olvidar como esos gatos en la pared que sumaron diez mil de nuestras vidas….

ARCHIL SULARKURI

Entre los nocturnos muros de La Habana o el indomable silencio de la libertad dormida sobre esta tierra,

escuchamos ese vasto sonido de nosotros, ese incierto enigma de la ciudad

que de súbito apaga sus vidrios y se funden en un lodo de la memoria y los días para luego cosecharlos, donde suspiramos confusos de vivir, de sentirnos piel que ya no divide

la tierra, sangre que lame el ojo del mundo. De esto nada sabemos, lo saben nuestros sueños, el duro recuerdo, la terquedad lujuriosa

en un tiempo donde nos duele los huesos con el frío de la noche.

Así somos como diez mil gatos en la pared, hablando del deporte o la patria, del alza de los vegetales o el calor en la isla. Había libros, olores, muchachos queriendo hacer lo que no quieren y lo que no saben en nuestros cuerpos.

Nos pintábamos consignas y muñecos en la frente y luego nos sentaban en parejas a mirar el crepúsculo. Era La Habana de tanto y tanto teñido innecesario cielo, La Habana donde los cocodrilos dormían en sus

camas de bronce apenas cubiertos por sus trajes de días puntuales.

Y en aquel inexistente sitio de nuestra inexistente

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7 olvidados en su forma y nombre, retratos hundiéndose entre ríos de enlutados lunes; éramos por siempre aquel susurro todavía agonizante del mar.

Sin respirar, sin nada entre nuestras manos, solamente unos lechos vacíos y aquellos ladrones paridos por la aurora, bebíamos como todos los testigos con una dulce sonrisa frente a los vasos y botellas coronados por las espinas.

Y no hubo momento de cada día o de cada noche

en que no fuéramos el cadencioso sufrimiento de la poesía; hermanos de paja llorando por nuestro pecho izquierdo,

cuando la penumbra, cuando los barcos gimiendo nos llegaban como un perfume a nuestros ojos amarillos

de tanto y tanto mirar la culpa que no existe.

II

Bebíamos café mirando los obreros fundirse en el mar, la muerte y otros sueños.

Eran tiempos de cucharas y platos penando en el madero del comedor, tiempos en que se gastaron los amigos sin ni siquiera haberlos sido.

Y en otra orilla el luto, los cuerpos temblando sin saber, de las puertas selladas, aunque abiertas,

de los brazos sin sol cosidos a su sed y su hambre. Era el olor de los noventa, de los muchachos sin pupilas masticando segundos aún no vividos, de las historias deshaciendo el viejo sueño que alumbro nuestra generación.

Hoy podemos hablar o extender el silencio, recordar lo que pudimos ser mientras no fuimos por el filo de la luna cuando todos habíamos muertos con la solitaria cosecha de la espuma en los patios. Ahora tal vez cada hombre es el monarca de sí mismo, el primer bautizo desde siempre en un retrato,

la misma esquina donde termina y recomienza el mundo. Estar vivos o muertos eso ya no importa,

sentados torpemente cada uno de nosotros es el verdugo temible, la sal y el agua de nuestra sangre,

la fina moneda de rostros nítidos donde se inventa cada mañana los años, el misterio de un saludo aplastado por la lluvia.

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8 III

Dios no existe entre nosotros, era invisible grieta de estas cansadas nubes, el juego sin el azul de nadie, una Habana golpeada en el pecho de nuestros poemas. Y así será por siempre, árboles contra el cielo,

contra la tierra, palabras gastadas tiritando en el viejo esqueleto de la isla.

Tal como brilla el deseo en los desnudos hombros, cada día se funde y abriga en los sucesivos días y nuestros gestos se han dividido en luto, en nada, en la única voz arrojada al hambre de unos labios. Hemos inventado tantas veces una misma salida para buscar las cenizas que la muerte ha dejado

en sus cabellos o tal vez la única sinrazón más razonable de nuestra pena pendiente del ayer que se anuda

en la herencia de una corbata.

Arden vivos los fantasmas dentro de nosotros, ellos hombres duramente vacíos, comediantes llamando sin reposo a nuestras ventanas para acabar en el ceño de esta vasta ciudad penumbra de una orgía en primavera.

Ahora otra vez el relámpago que bautiza el agua y hacia el centro una lámpara sembrando la luz para el libro que sigue entreabierto con un soneto de Novás donde todos seremos el equilibrista o el huraño dispuesto al desdén de la locura en este soplo fúnebre de leves sonidos como diez mil gatos en la pared.

Estos serán los días de un pan amargo y solitario, de esas flores desconocidas y sin gracias

que todos vemos a la salida del barrio que muchos que muchos contemplan sin impórtales a nadie. Nuestros ojos no tienen miedo.

Hoy el país divide la luz, la siesta de un invisible hombre que aparta

la mirada y nos entrega sus manos vacías.

IV

Somos diez mil gatos en la pared

atrapados y lamiendo por el iracundo anhelo de la libertad.

Fundidos con el mar, la muerte, el sueño. Jamás podremos contar e ignorar el regreso de este viaje ya casi olvidado.

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Sobre las cenizas de la voz buscamos extender la libertad, tal vez nada cambie, pero el viejo sueño que alumbra esta tierra es nuestro sueño, aunque el indomable silencio de la nada nos aleje de una canción que broto

de las aguas y nos haga olvidar para siempre el reino extraño

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