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Muerte y transfiguración de los museos

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Academic year: 2020

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M ue rte y T ra nsfigura ción de los M u s e o s

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Po r Co rpus Barg a

Es curioso que por "museo ", si no se d ice más, entend am o s ho y el de pintura y escultura. lEste es el museo p ro p iamente di-cho ; los otros se esp ecifican, se d ice por ejemp lo ; museo d e his-toria natural, museo d e artillería. Habría que d ecir : museo d e as-tronomía, museo d e po esía, o d e traged ia, o d e música, o d e d anz a, Pero, co mo sabe todo el mundo, aunque el "m u seío n" g rieg o e ra el templo de las musas, ninguna d e ellas, po r lo m eno s d e las q u e los griego s co nsid eraban principales, tienen museo aho ra. Lo tie-nen, en cambio , y de un modo tan genuino , la pintura y l a escul-tura, cuy as musas g rieg as d esco no cemo s, no co ntaban entre las Nueve hermanas, no po d ían ser m ás que herm anastras, p arientas pobres, d e ser algo . Para los griego s, la pintura y la escultura no d ebían d e ser artes liberales co mo lo eran la astro no m ía y la his-toria, la traged ia y la co med ia, la música y la d anz a, la elo cuen-cia y las d iv ersas p o esías. La v erd ad es q ue "m u seo ", lo q ue ho y entendemos por tal, no tiene d e g rieg o m ás que el no mbre, es u n a de las co sas, d e los millo nes d e co sas, d eb id as al siglo q ue sería el más importante' de la histo ria d el ho mbre a no hab er existid o antes en c ad a civilizació n letrad a, el que inventó la escritura, y antes aún, en c ad a grupo humano , el que id eó l a ag ricultura, y d esp ués d e aquel a quien alud o , el nuestro y lo s q ue v end rán lue-go . Me refiero, claro está, al inmenso siglo XIX, un siglo d e cinco cuartos, d esd e la revo lució n francesa ( 1789) hasta la p rimera gue-rra mundial ( 1914) . Este siglo d e rev o lucio nes y g uegue-rras, p o r te-ner de todo, tuvo hasta uno d e los d o s p erío d o s m ás larg o s d e p az que ha co no cid o el co ntinente guerrero , Euro p a, lo s c u arenta y p ico d e año s que p reced en a la g uerra d e 1914, sensiblem ente i-g uales a los cuarenta y tanto s d e la llam ad a p az d e A ui-gusto , p az

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relativa pues durante ella hubo que abrir más de una vez el tem-plo de Jano , como durante la cuarentena p acífica con que termina el siglo XIX europeo hubo las guerras balcánicas y, desde luego, las co lo niales, sin romper la paz entre las grand es po tencias, bien que perturbándola y preparando nuevas guerras cad a vez ma-yo res. Las primeras guerras importantes de ese siglo, las napo-leó nicas, fueron unas guerras turísticas, lo que no d ebe hacer creer que no fuesen terribles. Lo terrible es la co nstante de las guerras. Su valo r no v aría en co ntra de lo que suele creerse, porque los ho mbres se matan a palo s o con la bo mba que sea. Pero, si no meno s terribles, las guerras napo leó nicas parecen haber sido me-no s aburrid as que las de nuestro tiempo. No so lamente los sabio s que llev aba exprofeso Napoleón en su Estado Mayor, los o ficiales que iban con la tropa —el artillero Paul-Luois Courier, traductor d e "Dafnis y, Clo e", el Adjunto a los Comisarios de Guerra Henri Bey le ( Ste nd hal) — d escubrían p aisajes, manuscritos, o bras de arte, y cuand o podían, arramblaban con ello, excepto con los pai-sajes, por algo muy significativo sería un error creer que no po-d ían transportarlos pues ento nces y a se transportaban los p aisajes, pero la voz francesa "d ep ay ser", literalmente "d esp aisar", quedar-se sin su país, no tiene equivalente exacto en castellano , ni er inglés. Los so ldado s napo leó nico s, turistas, descubridores de paí-ses olvidados, llevaban en la mo chila su país más que el bastó n de mariscal que, según Napoleón, llev aban todos. Importaron ob-jeto s y p ap eles; pero, en vez de importar, exportaron p aisajes. De-jaro n bo squecillo s, alamed as y jardines, por ejemplo, en España, de donde sacaro n los mejo res zurbaranes, los que están en el Lu-vre. Las guerras napo leó nicas contribuyeron al acaparamiento en los museo s d e las pinturas y esculturas que había en las igle-sias, las galerías, los palacio s. En el siglo XIX se llegó a creer que se p intaba y se esculpía p ara enriquecer los museos.

Los cuarenta año s excepcio nales de paz euro pea con que termina ese siglo permitieron que llegara a la saturación y el har-tazgo el culto d e tales acumulacio nes de riquezas artísticas. Todo el mundo, el mundillo artístico internacional, se hallaba fatigado d e tanto p asearse en ado ració n d e los "templos del arte", les había perdido el respeto, como el sacristán a las imágenes del culto re-ligio so . Los v iajes a Italia ( a p esar de que allí hay museos que

son p alacio s to d av ía) y a Grecia (sin embargozyxvutsrqponmljihgfedcbaXVUTSRQPONMLJIHGFEDCBA de que el Partenón continúa al aire libre) d ejaro n de ser peregrinacio nes sagrad as y

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cíe Renán: ¡Oh, no bleza! Oh, belleza sencilla y v erd ad era! d io sa cuyo culto significa razón y sabid uría . . . ", que aho ra emp iez a a ser rehabilitad a) y formaron parte del turismo m ás v ulg ar. Lo s tiempos eran propicios p ara que pro d ujeran todo su efecto los d es-cubrimientos arqueo ló gico s y prehistó rico s d e nuev o s tipos d e belleza. Las civilizaciones más antiguas y los p ueblo s primitivo s, como en otro tiempo el exotismo d e p ueblo s y civ ilizacio nes, reno

-x v ab a el gusto por el arte gastad o en la intensid ad d e las g rand es

ciudades modernas. Ha sido un hecho v erd ad eramente cap ital que las artes cultivadas aún en el siglo XIX por círculo s restringid o s, en ciudades pequeñas, hay an tenido que traslad ar sus am bientes creadores a las grand es ciud ad es. La extensió n d el p úblico d e iniciados, de los que estaban en el secreto d el po rvenir, dió lug ar al esnobismo y a la avidez. El co mercio d e las o bras d e arte se convirtió en una co mpra-venía, u n a esp eculació n d e b o lsa en la que se cotizaban los v alo res artístico s, co mo , en la bo lsa d e efecto s públicos, las accio nes d e ferro carriles. Se necesitaban v alo res nuevos. Co ncurría todo p ara que la inquietud d e lo s artistas ante el pro blema que el mundo mo derno p lanteaba material y mo ral-mente al arte, los- co nd ujera a ro mper co n el arte antiguo , el arrie de los museos. "H ay que quemar los museo s", le oí. gritar a Ma-rinetii .en una co ntro versia so bre arte q ue se celebró en París antes de la guerra de 1914. Y lo que más se celebró fué ese grito, aunque el propio Marinetíi dió otro mejo r. Co mo no s quitáramo s la p ala-bra los unos a los otros en la v ehem encia d e la d iscusió n, el pre-; sid.enje, un francés, al fin y al c ab o un cartesiano , quiso establecer método en las id eas exp uestas y un turno en los o rad o res que las expo nían; pero Marinetti se puso en pie. so bre su silla y gritó : "Si queremo s po nerno s .de acuerd o , no importa que c ad a cual d ig a lo que quiera, basta con que hablemo s todos al mismo tiemp o ". Co n lo que se llegó, en efecto, a un acuerd o p ues se armó tal burullo que se terminó la reunión. Luego, d urante la guerra, lo s museo s estuvieron algo expuesto s a ser quemad o s. No mucho . Bastó co n poner saco s de arena a las v entanas. En las g uerras p o sterio res no ha bastad o con eso, el riesgo ha sido mayo r, los museo s han te-nido que salir corriendo. Los ho rro res d e la guerra, que produ-jeron en Esp aña una o bra maestra; una serie d e ag u as fuertes d e Go ya, han hecho también que los esp año les sean p recurso res en preservar a' l as o bras de arte co ntra los riesgo s bélico s. Durante la primera guerra carlista del siglo p asad o , Larra escribió y a un artículo sugeriendo que se no mbrara una co misió n enc arg ad a d e

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pro teger las o bras de arte en las pro vincias donde se batallaba. Durante la última guerra españo la, los republicano s .realizaron la sugestió n hecha, un siglo antes, por Larra. Mientras la p ro p agand a d e sus enemigo s los senalaban como ico no clastas, los republica-no s constituyeron una Junta p ara proteger el tesoro artístico. El trabajo de esta Junta fué d eclarad o modelo por los peritos extran-jero s meno s amigo s de la República esp año la que tuvieron o ca-sión de verlo ; sirvió ad emás p ara hacer un recuento que d escubrió lo inaudito del tesoro artístico españo l. Con los tapices que se reunieron hubiera podido hacerse una caile de kilómetros. Otra rev elació n fué la riqueza esp año la en marfiles: se p ensaba en un espejismo , p arecía inverosímil que hubiera tantos en aquella in-terminable g alería de la cripta de San Francisco el Grande, d e Madrid, d o nd e.fueren reunidos cad a cual con el nombre de su co-lecció n o de su propietario.

Mas, so bre iodo, los republicano s esp año les inauguraron, lo que d espués había de ser corriente en Europa, .el éxodo de los museo s. Bajo el bo mbard eo a que estaba sometido Madrid y ante la pequeñez y humed ad de los refugios preparad o s de siempre en lo s só tano s del Banco de Esp aña, los cuad ro s principales del Mu-seo del Prad o tuvieron que ser traslad ad o s a Valencia. A l verlo s en una torre v alenciana, fuertemente protegidos por una cúpula d e betón armad o , perfectamente clasificad o s, empaquetad o s en c ajas recubiertas d e barniz ignífugo, un antiguo director del Museo Bri-tánico de Londres que había supuesto en el "Times" que las o bras del Prad o estaban en malas manos, reco no ció su error y pensand o en ja ento nces y a muy pró xima guerra euro pea, exclamó "A ho ra es cuand o sé lo que hay que hacer p ara salv ar los cuadro s de un museo ". El del Prado, por los azares de la guerra, hubo de conti-nuar su v iaje clandestino y se marchó de Valencia p ara refugiarse en Cataluña al pie de los Pirineos. Lo So cied ad d e Nacio nes que ento nces existía le ofreció, p ara mayo r seguridad, su p alacio de Ginebra. Fué acep tad o el ofrecimiento y la Pinaco teca mad rileña inauguró la co stumbre de que los museo s v iajen co mo las compa-ñías de teatro o las o rquestas. Entre los museo s existía el uso d el intercambio temporal de ciertas o bras, pero la salid a en con-junto de sus o bras maestras ha resultado una innovación que le to có hacer cabalmente a una de las pinaco tecas euro peas más reno mbrad as pero no más viistadas, puesto que Madrid no tiene tantos v iajero s co mo París, Londres o Ro ma. Razones po líticas im-pidieron que el Museo del Prado, una vez en Ginebra, se diera

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una vuelta por las principales cap itales euro p eas antes d e regre-sar a Madrid. Velázquez hubiera g anad o co n ello una ad miració n más viva, meno s d e entendidos, cual la que tiene Rembrand t, m ás distribuido por ios Museos. A p esar de los v elázquez d e Lo ndres, Viena y Bucarest, las o bras maestras v elaz queñas se hallan to d as en Madrid meno s una: la Venus del Espejo . Con la g uerra mun-dial, se generalizó el turismo de los museo s, quiero d ecir que si se cerraron, marcharo n y esco nd iero n — el Luvre en los castillo s d e Turena, el de Viena en unas minas d e sal— , cuand o pud iero n mostrarse, lo primero que hiciero n antes d e abrirse a lo s turistas fué convertirse en turistas ello s mismo s y en exp o sicio nes de

ac-tualidad, exhibiendo con intención mo d erna cierto s grupo s d e o-bras. Porque la vuelta d e los museo s d ebe entend erse en su no ble sentido : en la vuelta a los museo s tanto co mo en la v uelta que los museos se han dado . Las g alerías d e arte mo derno , al c ab o d e cuarenta año s d e estar llamand o la atenció n d el público , so n aho ra las que fatigan. Nc se cerraro n ni durante la guerra. La reap ari-ción de los museo s fué una no ved ad y pro dujo inquietud es que no se han extinguido, po rque no hay v uelta tranquilizad o ra a lo antiguo. No se vuelve a la pintura o a la escultura c o nsag rad as p ara resucitar beatamente las ad miracio nes antiguas, sino p ara mirarlas con o jo s modernos que pued en abo lirías o d escubrirlas de nuevo. No p ara encontrar- sino p ara buscar, p ara rebuscar. En los meses últimos se han celebrad o en Italia las siguientes expo -siciones reivind ¡cativas, rehabilitad o ras, d e pinto res tan p o co co-nocidos internacio nalmente co mo Pietro d e Co río na; Francesco Ma-fíei, de Vicenza; el Pontorno, d e Flo rencia; las Carraci, d e Bo lo nia, y el curioso Luca Cambiaso , pintor geno v és, a quien se co nsid era aho ra (Geo rg e Isarlo "Lo s ind epend ientes en la pintura antig u a" ) como -un vanguard ista del siglo XVI, precurso r, por sus estud io s de luz, reco nstruccio nes de la realid ad , d el Carav ag io y por lo ianto de Cézanne y hasta del cubismo . Pero en la nuev a investi-gació n d e la pintura antigua, más que las exp o sicio nes d e cuad ro s fácilmente transpo rtables y susceptibles de ser bien p uestas en e-vid encia, o p era la fotografía p ara rev elar el d etalle d esap ercibid o o, por no ser po sible verlo a simple vista, disimulado cuand o no encubierto . M anejand o fo to grafías c ad a cual p ued e crearse su museo, una visión perso nal, viva, lo co ntrario de la mo strenca y p ed ag ó g ica que hizo al museo, en general, inso po rtable.

Las d elicad ezas y exactitud es a que han llegad o la fotogra-fía y la repro ducció n superan el d ebate de si bien llev arse a los

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museos, que es donde mejo r pueden ser cuid ad as y estudiadas, las pinturas, esculturas y arquitecturas que sea posible, o si, por el contrario, d eben ser resp etad as o restituidas y situadas como es-taban en sus lugares de origen. Parecía un atentado sacar de la cap illa d e Santo Tomé de Toledo, el Entierro del conde Orgaz, pintado p ara aquella luz por el Greco . Y quien no querría ver la A urora y la Noche d e Miguel A ngel co lo cad as en alto como hubie-ran estad o en el monumento que pro yectó él y no cual se ven hoy, al alcance de la mano en una sacristía. Sin embargo , cabe siem-pre p ensar que una o bra sacad a de su sitio, sometida a otras ex-periencias pued e incluso revelar nuevos valo res. De aquí en ad e-lante no p arece que p ued a haber pro blema en esto. La o bra res-p etad a o restituida no d eja d e ser acercad a, d etallad a, co mbinad a, po r la fotografía, la reproducción y otros procedimientos. Obras lejanas, por ejemplo los alto s fresco s de la Capilla Sixtina, podrían ser mirad as, d etallad as, con sabio s sistemas de esp ejo s convenien-temente situados. Otras pinturas lejanas ni siquiera eran visibles. Stend hal sale d e San Francisco , d e Flo rencia, desbo rdante de en-tusiasmo , se esp era lo que v a a decir de los p rim itiv o s... y ni siquiera se enteró d e que había allí tales pinturas (ho y se ven g racias a la luz eléctrica); su entusiasmo fué debido al sepulcro d e Maquiav elo que no iiene de particular más que haber limitado el recinto do nde se celebró el banquete que se dieron los gusano s co n el cuerpo d e este florentino.

Lima, po see, g racias a la Universidad de San Marcos, una g alería d e repro duccio nes de pintura y v a a po seer un museo de o riginales d e pintura y escultura. El go bierno ha destinado a ello un amplio edificio céntrico. Se cuenta con museógrafos p ara su arreglo . Es d e esperar que en el nuevo museo estarán dignamente rep resentad as las o bras d e las civilizaciones preincaicas, actual-mente mal alo jad as y en un sitio alejad o .

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