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A través del mar y mirando a destiempo

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Academic year: 2020

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A través del mar y mirando a destiempo

Proyecto de grado

Silvia Villalba Martínez

Ilustraciones y

fotografías por Silvia Villalba Martínez

Diagramado por Natalie Pacheco Pérez

Mayo de 2016

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A través del mar

y mirando a destiempo

Por:

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El arte se plantea la pregunta por formas

para las que no hay forma de antemano.

Jean-Luc Nancy.

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A Juan Fernando, por su atenta escucha, por la tranquilidad transmitida en momentos de angustia

y la asertividad y sencillez en sus comentarios. Por el azar y la chocolatina, por ese encuentro.

A Julio, por llevarme a pintar los sábados en los conciertos de la Filarmónica, por la complicidad, por compartirme sus registros, su tiempo y mirada.

¡Qué viva el paseo!

A Gladys, por creer en mí desde que existo, por enseñarme el poder de la escucha y el silencio. El mar nos aguarda.

A Nicolás, por aquel equilibrio entre severidad y conmoción, por el Azar de Baltasar, el amor, los viajes que vienen y las películas que nos esperan.

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Agradecimientos

A Juan Fernando, por su atenta escucha, por la tranquilidad transmitida en momentos de angustia

y la asertividad y sencillez en sus comentarios. Por el azar y la chocolatina, por ese encuentro.

A Julio, por llevarme a pintar los sábados en los conciertos de la Filarmónica, por la complicidad, por compartirme sus registros, su tiempo y mirada.

¡Qué viva el paseo!

A Gladys, por creer en mí desde que existo, por enseñarme el poder de la escucha y el silencio. El mar nos aguarda.

A Nicolás, por aquel equilibrio entre severidad y conmoción, por el Azar de Baltasar, el amor, los viajes que vienen y las películas que nos esperan.

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Índice

Primera Parte

1 Viaje al mar (11) 2 El video (15)

Segunda parte

3 Oscuridad sonora (21) 4 Nautilus (27)

Diccionario (33)

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11

¿A dónde fuiste? Al mar.

¿Qué oíste? La respiración, el viento, el sonido de un bus y las algas en la noche.

¿Quién eres? La historia, su mirada.

Primera parte

1.

Viajar es desprenderse, distanciarse de lo cercano y volcarse en lo distinto, conocerse desde un nuevo lugar. Es transitar el aquí, con referencias del antes

y premoniciones del después. Irse de viaje es moverse y detenerse, escuchar y observar. El viaje es una acción contradictoria, continua, eterna y engañosa.

No todo viaje implica un tránsito físico o un movimiento de grandes distancias. Se puede viajar con lo que se ve y se oye. ¿Para qué viajamos? Al hacerlo, ¿nos desligamos

de lo conocido, o más bien lo reforzamos en el acto de viajar? Nos desplazamos para sentir otros vientos, respirar otros espacios, para huir o para volver. Hay viajes pequeños que no parecen viajes, pero que en la memoria los

interpretamos como tales, trayectos de ritmos pausados como mis domingos -días liminales o intermedios- parecidos a los viajes al mar.

Para viajar al mar, tuve que desplazarme, pues vivo en el interior, sobre un altiplano. Me aparto de la casa, de su temperatura. El olor del pasto yaragua, el pasto de tierra caliente, se cuela entre las rendijas del carro y me evoca la repetición de mis viajes. Es como si volvieran a aparecer y pudiera escuchar nuevamente las conversaciones. Al

regresar, todo se ve quieto, tal cual se había dejado, como si el tiempo allí se hubiera detenido. Viajar al mar es ir al pasado, cambiar de posición, mirar distinto, extrañarme de lo vivido. El tiempo de viaje se expande. Todo está en tránsito. Ya nada se siente igual, las duraciones se traslapan, la mirada se altera para siempre.

Revisando videos grabados por mí y por mi padre en distintos soportes y con propósitos disímiles, me di cuenta de dos cosas. La primera, que los viajes y en especial los viajes al mar constituían recuerdos constantes. Sentía que aquellas imágenes de experiencias pasadas necesitaban ser abordadas,

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evocadas nuevamente, reconstruidas. Desde que tengo conciencia, viajar a lugares con mar -fuese éste frío o cálido- se había convertido en un trayecto recurrente en mi corta vida. Lo segundo que encontré al mirar estos archivos fue que lo que más me atraía era un hueco o falla de

Era una zona movediza y difusa. Quería ser escuchada y observada repetidas veces como un rezo. Algo así como ese espacio misterioso del Stalker (1972) de Tarkovsky, construido visual y atmosféricamente por este artista, que en sus

obras llega a un punto de quiebre: visible, pero no por ello explícito1. En esta película, solamente el Stalker, el

buscador, llega a sentir de manera mística este lugar –de anómala temporalidad- que no tiene necesariamente

alejado de la ciudad, pero no por ello incomunicado de ésta. Los que viajan con el Stalker son hasta cierto punto turistas, curiosos, y al caminar y pernoctar en “la zona”, se

interrogan por lo que allí ocurre, lo intuyen o a veces lo esquivan, lo buscan y se asombran. Pero solo el Stalker ve y oye “eso”, estupefacto, con veneración y temor. Este no-lugar enigmático, esta falla sin referente como un hoyo negro en el espacio, donde se funde lo familiar con lo más abstracto y concreto que comúnmente llamamos, como si estuviera

hecha de otra materia, NATURALEZA: “materia”, inteligible y latente de tiempos pasados y presentes. Es una sustancia que está en un limbo, entre las palabras y las rocas, entre el lenguaje y los minerales2. Los “tiempos naturales” no son

desconectadas unidades de tiempo con respecto a nosotros, ni el viaje al mar un exclusivo encuentro con un tiempo no-humano, sino precisamente una reelaboración de un tiempo compartido.

Verme en el mar, oír las voces que solo reconozco al tener esos videos grabados en el pasado, todo esto constituye una experiencia única y extraña. Volver a estar en esas aguas desde el artilugio del video, en otra época y desde

mares, otras playas, construyo una etnografía de mis propios tiempos3. Chris Marker y Jonas Mekas, dos videoartistas cuya

1. Andréi Tarkovski. Stalker, 1979.

2. Robert Smithson. A Sedimentation of the Mind, 1968. Pág. 7. 3. Los cruces entre video-arte y etnografía (práctica usada desde el inicio de la antropología) son diversos. En mi caso tomaría el concepto amplio del término como manera de conocerse a sí mismo en la cercanía y el distanciamiento. Es una forma de aproximarse a lo humano, “dejar sorprenderse”, con lo que se ve o se oye.

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13 obra me habla desde hace un tiempo, y cuyos temas rondan

tanto los viajes del yo4 como la experiencias del tiempo vivido,

exploraron -cada uno a su manera-, y en este caso desde el cine, su pasado.

Por un lado, Jonas Mekas en Lost, Lost, Lost (1976), construye una narración sobre el viaje desde el momento en que llegó a Nueva York debido al doloroso exilio Lituano a mediados del siglo XX.5 A partir del encadenamiento y repetición

precisa de algunas piezas sonoras, hace de una atmósfera emotiva el eje transversal de su película. De allí que sea su voz la que nos acompaña de manera enfática, la que nos recuerda una y otra vez que es él quien nos quiere contar y

más me conmueve de su estilo fílmico es la transparencia en la relación con el tiempo transcurrido y recreado, no entendiendo transparencia como neutralidad o veracidad, sino como genuinas intuiciones de la experiencia temporal. “I know I’ am sentimental… I saw you, I was there with my camera…” dice Mekas en esta autoetnografía, interpelando su pasado nostálgico, pero no por ello hermético o incomprensible.

Por otro lado, Chris Marker 6, “un hombre que ha perdido

el olvido”, como lo llama Catherine Russell 7, crea otro

tipo de película donde la memoria singular se fragmenta, dejando entrever los objetos y rostros de otros. Traigo a colación especialmente Sans Soleil (1983), un largometraje cuya atmósfera se escapa al lenguaje meramente verbal, ya que se detiene -a pesar de un montaje rico en movimiento- en objetos y situaciones de muchos viajes que interesan al director. Sin embargo, por este sinnúmero de escenas esta obra de

continuum singular a partir del sonido, gracias a la voz en off de la mujer que comenta, narra y nos confunde a lo largo

lugar por fuera de la voz, mas no de la mirada del director. Estos dos artistas ponen sobre la mesa la sintonía o

disonancia entre los tiempos de la experiencia y los tiempos del cine. El pasado que explora Marker es el globalmente compartido, los rostros con los que nos encontramos durante el viaje. Mekas, en cambio, busca ese pasado singular, primigenio, íntimo.

4. Catherine Russell. Autoetnografía: Viajes del yo.. 1999. 5. Jonas Mekas. Lost, Lost, Lost , 1976.

6. Chris Marker. Sans Soleil,1983.

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15 ¿Por qué el video?

2.

Por tener esta doble posibilidad, la de ser experiencia y

este viaje. Este camino me permitió una manera singular y precisa de relacionarme con el tiempo, de buscar la mirada y presencia de los otros a partir de la propia. Me habría sido imposible referirme a los cruces entre el mar y mis propios viajes por fuera de una constante mirada retrospectiva a través de este medio. Si toda obra de arte es de alguna

que surge y muta. Tarkovski, en su libro Esculpir en el tiempo, y hablando del proceso para hacer una de las películas más

El Espejo

sobre la experiencia vivida y los recuerdos como materia prima de trabajo artístico:

vivida, uno se halla muy sorprendido por el carácter inconfundible de los acontecimientos en los que ha tenido que ver. La entonación de lo inconfundible y único domina todos los momentos de la vida. Única e inconfundible es también la vida que el artista intenta recoger y

verdad de la vida.8

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Tanto las imágenes irreversibles -con ese carácter inconfundible- pero transformables, como las atmósferas y texturas sonoras de las que partí parecían comunicar tiempos

el proceso, estos fueron re-creados, dando pie a otras dimensiones temporales. En este sentido, “la verdad” de estas imágenes está en esa revisión personal. Trabajé con dos tipos de materiales o soportes audiovisuales: video análógico (casetes de VHS) y video digital (DVD)9, y los distingo ya que tuve que operar

de manera diferente con cada uno. Es decir, “su forma física” o entorno temporal afectó la manera de tratarlos en el proceso creativo. Mientras que con los archivos digitales sentí desde el principio la licencia de cortar y fragmentar, quizás por haber sido grabados por mí, con los VHS de mi padre, el proceso fue diferente. Algo me impedía descomponerlos o siquiera verlos como cuerpo editable, transformable, maleable. Y ese “algo” puede tener que ver con el tiempo que resguardaban, con mi propia imagen en movimiento, o con cierta perplejidad frente a una

digitalizado, llevado a un “mismo” horizonte, lo “contenido” en estas imágenes más antiguas tenía una marca singular.

Y esa marca se relaciona con algo que lleva tácito este medio: la muerte, así aparentemente de cuenta de la vida, de su movimiento y su registro. Como la fotografía, el video

de la cosas. Y a sabiendas de la imposibilidad de volver a estar ahí, el espectador cree en su poder para llevarnos

sensación de viajar hacia atrás, recreando lo vivido y extrañando su sentido.

Ver un video es poner en contacto su materia con la ilusión de un tiempo que se crea desde la luz, la sombra, el sonido y el silencio, además de recordar o rememorar lo visto y tener la expectativa de lo que viene. De esta manera tanto en la observación como en el montaje, la relación con el olvido y el recuerdo es el origen mismo del video.

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audaces de toda mi vida pasada!10

Para nosotros los humanos, el paso y la repetición implica la creación de huellas -voluntarias o no-, una de ellas el video. Al construirlas, creemos estar dejando algo trascendente, perdurable. Cuando viajamos queremos capturar ese tiempo sagrado, lo documentamos o creemos traernos algo de él. Recogemos conchas, llevamos un poco de arena a nuestras casas, para luego nombrar ese tiempo, adjudicándole un periodo, fechando una piedra o hablamos del viaje. ¿Existe mi recuerdo porque existe el documento que lo evoca? Y los tiempos muertos, los no-grabados, ¿cómo me los imagino? ¿qué tipo de huella dejaron? ¿Acaso al mar le interesa dejar rastros? ¿Se siente acaso un ente temporal o va dejando huella espontánea e involuntariamente? ¿Quiere trascender o nosotros queremos que trascienda?

¿Por qué me busqué en el mar y en los videos que allí se grabaron? ¿Por qué en los videocasetes de mi padre

y creando registros, con el que fui al mar por primera

hasta qué punto me acompaña su “sombra”, su presencia no necesariamente corpórea, su imagen, o mejor, su mirada, su

tengo memoria, su obsesión por guardar imágenes y objetos me ha sorprendido, incluso asustado. Esa proliferación de fuentes, libros, papeles, maletas y carpetas que contienen fotografías y cassettes. Guardar y no dejar ir el pasado. ¿Para qué? ¿Por qué se empeñan en crear huellas los humanos?

acaso eternizar, dejar constancia de algo? Pretendemos conservar vivos ciertos momentos disecándolos, guardándolos? ¿Gastarlos o enaltecerlos?

¿Qué “sombra”, o fantasma me acompaña?

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La película de Javier Olivera, Sombra (2015)11, a partir de

la memoria familiar y con un propósito claro, muestra el peso y levedad de la contradictoria sombra de su padre, para aparentemente quitársela de encima, haciéndola – paradójicamente- más visible. El pretexto: la casa de

del pasado. Para mí, esta película se convierte en un referente muy particular, ya que el director es consciente

con el que trata, pero no por eso impide que las imágenes hablen por sí solas, que sean susceptibles de ser interpeladas por cualquier espectador, que la misma casa cayéndose, suene y hable. A través de una precisa edición de videos y fotografías del archivo familiar y de nuevas

el proceso y haciendo del pasado un nuevo tiempo a partir del cine. Así, la casa de Javier cae a pedazos y la sombra se va difuminando, llevándose consigo el halo heroico del padre para entrever al hombre y sus pequeñas latencias, sus actos más humanos.

En mi caso, no se trata sencillamente del viaje al pasado a través y sólo por medio de los ojos de mi padre, ya sea por la nostalgia que eso implica o la emoción que esas imágenes despiertan. La manera como veo hoy, el modo en que enfáticamente observo la ventana cuando viajo, es cercana, no exacta, pero similar a las formas en que he

en que experimento el tiempo es prima de la mirada de los seis años. Regresar al tiempo pasado a partir de los indicios fílmicos provoca la ilusión de llenar los huecos de tiempos no recordados, que fueron vividos y escuchados remotamente. Las miradas unen los tiempos, los hacen posibles. No existe EL TIEMPO como poder omnipresente que

cosas, el tiempo en las mentes, el tiempo en la vida que lo percibe, el destiempo de la mirada. Busco y transformo huellas, documentos visuales y sonoros de otros en algo distinto. Así, las miradas de mis padres se distancian lentamente, se vuelven personajes sin nombre, pero con huella, con voz de tiempo.

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21 ¿Quién eres? El mar.

¿Quién eras? La oscuridad sonora. ¿Qué viste? Musgo y variación. ¿Qué oíste? Murmullos.

Segunda parte

3.

Piensen en la astucia del mar: sus criaturas más temibles se deslizan bajo el agua, sin mostrarse casi nunca,

12

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22

De lo seco a lo húmedo, de lo alto a lo plano, llego al mar. ¿Cuántos viajes he hecho? Uno tras otro y las experiencias se sobreponen. Está el mar en su larga duración y están mis viajes al mar, entretejiendo ese tiempo extenso. Tanto su cantidad de agua, profundidad y sin número de recovecos es inabarcable por nuestra capacidad física de recorrerlo y nuestra imaginación se queda corta con todo lo que allí se mueve y palpita. Se dice incluso que la porción que menos conocemos de nuestro planeta es precisamente el mar,

ésta masa acuosa, temida y deseada, imaginada como aventura o descanso, como trabajo u ocio. El mar es muchas cosas a la vez. Mientras su danza monumental de relieves tiene lugar en las partes más alejadas de la costa, para

mí desde la arena, parece calma y murmullo de olas acariciando arrecifes.

¿Cómo nos relacionamos con aquello que tiene un origen

común, pero que por su morfología y biología nos es foráneo? ¿Será que los ciclos de las mareas, el movimiento de las placas o el nadar de los peces son experimentados por los humanos sólo a partir de su contexto y mirada histórica, desde su horizonte de expectativa? 13 Cuando he estado allí,

presente, frente a esa inmensidad que me sobrecoge, pienso en el tiempo marino y en el mío, que en ese instante, conviven. Intuyo que es esa conexión la que nos permite encontrarnos en el mundo. Insistentemente, tratamos de traducir los tiempos inconmensurables de otras formas de materia en la Tierra como cordilleras o fósiles vivientes a nuestra semántica del tiempo, a nuestro horizonte cognitivo.

Quizás por la fascinación y el sinnúmero de preguntas que me genera la presencia de las rocas sedimentarias, la humedad entre en piedras y la mirada de los peces fue que empezó este viaje. Robert Smithson, artista plástico cuya obra piensa y transforma estos espacios de mayor escala a la humana, dedica un aparte de su escrito Sedimentation of the Mind: Earth Projects a una transformación de la materia muy especial: el óxido. Así como el petróleo o el asfalto, éste se encuentra en una zona difusa, intermedia, ya que une nuestro “reciente” tiempo humano con uno geológico y distante. El acero, ícono de la industria moderna se oxida

13. Reinhart Koselleck. Sentido y repetición de la historia, 2013. 14. Robert Smithson. A Sedimentation of the Mind, 1968. Págs. 102 y 104. 15. Robert Smithson. A Sedimentation of the Mind, 1968. Págs. 110 y 111.

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23 y hace evidente su condición distinta, no domesticada, si

se quiere “natural” o ajena a la voluntad humana. Y esta

es en estos materiales que contienen varias épocas, donde se encuentra el abismo y a su vez la unión de las experiencias temporales. El óxido en el acero es como la lama verde que crece en las hendiduras de una llanta a la orilla del mar. Ese desecho industrial, hecho a partir de sedimentos orgánicos, se integra como una piedra antigua al paisaje del hoy. Según Smithson, el proceso artístico aborda esta doble dimensión de los sucesos: la mental y la matérica. La idea de la llanta, sus implicaciones para nosotros los humanos del presente que vemos en ella un uso cercano y reciente, y simultáneamente este resto orgánico que se nos escapa14.

When one scans the ruined sites of pre-history one sees a heap of wrecked maps that upsets our present art historical limits ... if art is art it must have limits. How can one contain this oceanic site.15

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24

De esta manera, el artista que trata con estas sensaciones de tiempo, ha de devenir biólogo o grillo, como diría Murray Schafer, sonidista y teórico del sonido16. El artista ha

de involucrarse con estos materiales, desde el límite que impone lo posible e imposible que permite el arte. Allí

con el mar.

El encuentro primigenio que tuve con él fue a través del tacto. Estar ahí, ensoñada por su ritmo como en un gran útero. Esa huella en mi memoria táctil y corporal, casi inconsciente, primaria, inmediata de tocar y ser tocada por el mar. Sentir la arena entre las manos, o los peces pequeños cosquilleando la piel. El ser humano busca el contacto con el agua marina, desde niño quiere mojarse con esta inmensidad. Después vino la sencilla observación ocular

reelaborando la forma de ver el mar de mi padre y verme allí. Ya no tengo la misma percepción del mar de la que tuve a los dos años. Allí otros tiempos me marcaban. Ahora lo veo en otro tiempo, en mi tiempo, cómo sigue ahí “inmutable”, y yo distinta. Experimento un tiempo íntimo y extendido, silencioso y rico en variaciones. No sólo pararse frente a él, sino querer ver más allá de la experiencia repetida que tengo desde niña. Hay algo que siempre se escapa. Siento que quiero devorarlo todo, entender cuándo llega y se desvanece una ola.

Pero además de lo que contiene o mueve el mar en su magnitud, fuerza y fondo, encontramos la continuidad de sonidos que alberga y reproduce, manto sonoro, movimiento eterno de la vida, lo que cambia y se desborda. Suena de múltiples formas, cuando toca la tierra o vibra en su interior y deja de ser ruido al chocar. Cuántas noches he estado escuchando el mar sin atreverme a entrar, atenta a su voz en ese instante donde no hay luz aparente. Y gracias a estas sensaciones me imagino esa época en la que las rocas se derritieron, amalgamando toda materia y energía y dándole paso al gran océano, a las primeras células, y en una

zona intermedia a los humanos, que verbalizan y evocan este viaje temporal.

¿De dónde viene el mar?

¿Será que las olas sí vienen o simplemente se mueven

pendularmente y yo les adjudico esa <condición itinerante>? Lo vemos quieto desde la distancia, pero adentro, allí donde no llegan sino los pescadores, los marineros, donde nada

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25 Moby Dick, la ballena blanca, en su tina abierta, allí

las olas no son simples caricias. Percibo que el

movimiento marítimo es análogo al concepto de repetición de la historia humana. Una y otra vez nos despertamos y repetimos, repetimos el lenguaje, repetimos el andar de las primeras personas sobre la Tierra, repetimos un sueño, repetimos un viaje. Revivimos el pasado desde el presente con nuevas preguntas. Las ballenas están desde hace rato, pero viven en mi tiempo, durante el viaje al mar, durante la lectura de Moby Dick, las invoco.

“No es que tengamos experiencias nuevas, sino que son siempre nuevos seres humanos

los que tienen viejas experiencias”.17

Ahí estoy yo tocando la arena en un pasado que comparto con ese tronco en la orilla. ¿Dónde está esa niña? Aquí y allá, en varios tiempos. La historia no es únicamente pasado, sino movimiento, sedimento, y en este caso, presente. Vuelvo a la mirada de esa niña y viajo a distintos niveles a un lugar no tangible. Solo en la memoria o en la ilusión de materia que permite el video veo esos indicios del pasado. Allí existe, y tuvo lugar, me mira y habla. Desde el presente yo respondo a ese tiempo “anterior” que no es un espacio cerrado en sí mismo, pero que guarda la contradicción de ser inaprensible y constituirnos a cada instante. Es imposible rebobinar, devolver el tiempo o ser completamente lo que se ha sido, pero es posible verlo, interpretarlo, como las olas que vemos coincidir con

nuestras letanías. Y disfrutamos visitar ese pasado, viajar hacia y en él. Somos en parte lo que otros han sido: las personas, los cachalotes, las hojas y piedras que nos han rodeado. Es cierto que no sentimos de igual forma que un pez, que un alga, pero me resisto a creer que la diferencia nos hace inconexos, que no puedo conocer su mundo y ellos el mío. Quiero atravesar esa frontera de tiempo y materia.

17. Rahel Varnhagen. Diario 15 de julio de 1821. En: Reinhart Koselleck. Sentido y repetición de la historia, 2013.

18. Reinhart Koselleck. Sentido y repetición de la historia, 2013. Pág. 68.

“El pasado es absolutamente pasado, es irrevocable – y al mismo tiempo no lo es-

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27 ¿Quién eres? Agua salada.

¿Qué viste? Un nautilus, una mujer y una ballena. ¿Qué hueles? Las rocas, la piel y las conchas.

4.

Sumergida en él, con todo el cuerpo invisible por la oscuridad de la noche, únicamente alumbrada por la luna, las estrellas y las cigarras, escucho la vibración del tiempo, donde mi respiración acelerada por la novedad y mi ritmo cardiaco se confunde con el paisaje sonoro del plancton. El sonido nos une, como si la vida fuera una sola y entre el primer Nautilus y yo, solo hubiese pasado un instante.20

“Nautilo, Nautilus pompilius: Molusco cefalópodo que no ha cambiado mucho en los últimos quinientos millones de años, por lo que se le considera un fósil viviente. Puede vivir hasta veinte años. Su concha está compuesta

por muchas cámaras (...) que el animal va agregando, y ocupa sólo la última...”.21

19. Herman Melville. Moby Dick, 1850. Pág. 324

21. Texto detrás de la Chocolatina Jet que llegó a mis manos por el azar en el año 2015.

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Cercanía, pues él se conecta con mi experiencia temporal, en la medida en que vive en el mar, espacio que mi cuerpo ha habitado por pequeños lapsos. Es raro imaginarlo por fuera de este medio acuoso, vive allí, hace y es parte del tiempo marítimo, lo que ha visto, lo que come. Allí nace, allí muere. Mi pelo y mis dedos son como las barbas del cetáceo, como las tenazas del Nautilus. El mar suena como mi estómago y las olas tal cual mi respiración mientras duermo.22

Yo tengo veinticinco años, he durado un poco más que el Nautilus promedio. También soy un fósil viviente que come y muere en un espacio. Quizás no deje mi caparazón, mi cuerpo físico como huella en el tiempo, pero sí dejo un rastro en imagen, otra forma de fósil. Esa imagen puede moverse o estar parcialmente quieta como un dibujo. Fue precisamente por medio de la ilusión de quietud que permite la contemplación que supe de la existencia del Nautilus. Necesitaba buscar su imagen más allá del rastro fosilizado que se ha convertido en una reliquia misteriosa de viajes al desierto o el mar: la amonita. Busqué su cuerpo visible y lo recreé a partir del dibujo. Veía el mar y mi pasado. Así como el Nautilus vive en el mar, yo lo hago en la tierra. En mi “origen” lejano, el mar fue mi espacio, donde vive el Nautilus, de donde vienen las Algas Azules y el plancton.

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29 “La sensación de volar ingrávido suspendido en el agua, la presión sobre

nuestros oídos y cómo podemos controlarla fácilmente, el silencio del océano, su luz azulada y difusa, el baile de las plantas y la luz al ritmo del

oleaje...”.23

Cuando estuve en uno de los pliegues de la isla, vi y escuché el plancton, me rodeó por un instante. Parece ser que solo sale –o se hace visible para nosotros- por la noche. Es

luz con el contacto de la piel humana. Suena como un murmullo, como si el mar bramara y te quisiera decir aquello que desconoces. Entonces es muy particular que en ese mismo mar donde suenan las olas desde tiempos inmemoriales, pasé yo en una lancha, de la isla al continente. Viajé contra la marea en la mañana. El mar era cobrizo, opaco, brillaba al salir el sol por entre las nubes. Sentía miedo, la lancha se movía muy rápido, chocando contra el agua, que se sentía dura como una roca. En el trayecto inicial casi nos estrellamos. El capitán Pachera no vio la lancha que venía en dirección contraria. De regreso al continente, sentía miedo de navegar, de la fuerza de la mareta, de sus corrientes, de los animales invisibles que me aguardaban. Entonces, mareada por ese miedo singular,

y no pensé en el tiempo del trayecto, me concentré en mi sonido interno que se fundía con el ruido del motor.

Hacía varios años había estado en un submarino y no sentí

tronco, lejos de la orilla, y no sentí miedo. Pero otras veces, apenas entrando en su reino, con la espuma a mis rodillas, sentí temor y fascinación. Pedía permiso para entrar, o por lo menos yo quería hacer ese rito silencioso.

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El viento aumentó hasta ser aullido, las olas entrechocaron sus escudos, el vendaval entero rugió, se dividió y crepitó a nuestro alrededor como un blanco incendio en la pradera que nos quemaba sin

consumirnos: ¡inmortales en las mismas fauces de la muerte!24

el mar. Quizás de manera ingenua, yo, que no soy marinera ni ballenera, ni buceadora, menos aún bióloga marina, sigo con esta pequeña obsesión; me pregunto estas cuestiones desde la orilla, desde una orilla que todo y nada lo puede: desde el arte. Pero al leer un fragmento como el anterior en Moby Dick, creo tener algo en común con aquel marinero de otro tiempo. Estar en un barco pesquero, pasar días allí, a la deriva, perdido, viendo agua y sangre, picando y limpiando peces, viviendo del mar y a veces en su contra.

La relación histórica que hemos tenido con el mar, con la fuerza de su oleaje o especímenes que allí viven desde hace

suaves, sutiles. Qué más placentero que estar acostado en la arena y sentir el mar tocando nuestra piel como una caricia. Pero por otro lado puede ser el mar a lo que más tememos. La muerte lo ronda, pero no solo la nuestra. Los peces nos temen. Y allí estamos nosotros, en el barco o en el agua, enfrentados a nuestro tiempo, a nuestra historia.

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31 otro viaje, y cuando este segundo viaje termina empieza el

tercero, y así sucesivamente, por siempre jamás. Así son de interminables, de intolerables los esfuerzos terrenos.25

24. Herman Melville. Moby Dick, 1850. Pág. 313. 25. Herman Melville. Moby Dick, 1850. Pág. 122.

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33 Entorno temporal: “Espacio” que engloba o cubre varias

expe-riencias. “Los entornos de tiempo … son siempre fuentes inagotables en el vasto abanico de lo posible”.26

Marca o indicio:27 “... ni desde ni hacia, en el punto fijo está la danza, ni deten-ción ni movimiento. Y no llaméis fijeza, donde se reúnen pasado y futuro. Excep-to por el punExcep-to fijo, no habría danza, y sólo está la danza.” 28 La marca es al punto, lo que el espacio es al entorno. La marca temporal me indica, me ubica y localiza.

Ritmo: Como en la música, el pulso, tempo o velocidad en la que transcurren las experiencias. Ilusión de continuidad. El ritmo es lo que teje el tiempo y permite su vivencia.

Variación: Sin transformación no hay tiempo. Cada viaje es tan distinto al otro, como lo es el presente del pasado.

¿Dónde se separan estos tiempos? En la duración de unos y en el olvido de otros.

Repetición: En la repetición de nuestras acciones encontramos la permanencia y la existencia. Tanto nosotros como las olas somos los mismos y distintos.

Larga duración:29 Continuidad y permanencia, y por lo tanto,

escaso cambio. Lo que permanece en una sociedad, en la materia o en una persona. El Mediterráneo se secó y volvió a mojarse, a llenarse de agua.30 Y luego, un largo tiempo después, estuve yo en ese mar. ¿Qué ha cambiado de ese “primer mar”?

Mar: Gran líquido o manto que moja todas las costas. Repositorio de barcos y vasija de plancton. Fluye, no ha parado de moverse. El mar todo lo une: Silvia, los

calamares, el Nautilus y el viaje. El mar une las miradas, a destiempo.

El tiempos del video: Estar al tiempo en varios lugares. El video me permite detenerme, prolongar, repetir o pasar rápidamente por una parte de la experiencia temporal, muestra y oculta tiempos existentes, verosímiles, o manipulados, pero siempre tiempos.

Diccionario personal del tiempo

26. Fernando Zalamea. Tiempo, continuidad y ámbitos de lo posible, 2001. Pág. 10.

27. Fernando Zalamea. Tiempo, continuidad y ámbitos de lo posible, 2001. Pág. 4 y 7.

28. Cuartetos de T.S Elitot (Poesías reunidas 1909-1962). En: Fernando Zalamea. Tiempo, continuidad y ámbitos de lo posible, 2001. Pág. 5. 29. Fernand Braudel. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 1949.

30. Carlos Duarte. Océano: el secreto del planeta tierra. Madrid: Catarata, 2010.

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35 Bogotá. (Primera edición, 1850), 2015.

(Original en alemán: Wozu noch Historie? Vom Sinn und Unsinn der Geschichte: Wiederholungsstrukturen in Sprache und

Geschichte -2010-), Buenos Aires: Hydra, 2013.

En busca del pasado perdido. Temporalidad, historia y memoria. México D.F: Siglo XXI Editores, 2013.

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Referencias

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