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UELO Y CONFINAMIENTOAlfonso Miguel García Hernández1
Quienes me conocen saben de
mi postura ante el mundo y el otro. Ele-mentos que vamos a aplicar al proceso
adaptativo del duelo. Entiendo a los
se-res humanos como constructose-res de
sig-nificado que se expresan a través de lo
que narran los significados que tienen de
ellos, del mundo y de lo que acontece.
Por ello contamos historias desde
pe-queños y seguimos contándolas sin des-canso a lo largo de nuestra vida. Narrar,
por tanto, forma parte de nuestra
natura-leza y construye la realidad en la que
vivimos.
Debemos aclarar, desde un
plan-teamiento de humildad epistemológica,
que lo que creemos saber está anclado
en nuestras presuposiciones, no en la verdad en sí misma, y por ello debemos
respetar la multiplicidad de significados,
la diversidad de creencias y el hecho de
que nadie tiene la exclusiva de la verdad.
El mundo de los significados lo
podemos concebir, como premisa, como
una lucha en pos de creencias que abren
un mundo de posibilidades o, en sentido contrario, creencias que delimitan
nues-tro sentido de la vida y de lo que
aconte-ce y que nos pueden alejar de un
plan-teamiento constructivo de la vida, más
desadaptado. Nuestra salud mental
de-penderá de que seamos capaces de
ce-rrar adecuada y repetidamente este
ci-clo, el cual puede entenderse como un proceso continuo mediante el cual se
anticipa, evalúa y se da significado a la
experiencia que vivimos.
El mundo que intentamos enten-der permanece siempre en el horizonte
de nuestros pensamientos, tal y como
plantea George A. Kelly al esbozar el
“ciclo de la experiencia”, con el que indi-ca que nuestras percepciones están indi-
car-gadas de esperanzas, anticipaciones,
emociones, convicciones y filosofías. De
modo que la realidad estaría por tanto sujeta a variadas construcciones
perso-nales, algunas de las cuales pueden ser
no serlo tanto, y que están
condiciona-das por dimensiones biológicas, psicoló-gicas, sociales o culturales.
Jean Paul Sartre decía que
“es-tamos condenados a ser libres” y, por
ende, estamos obligados a escoger en la vida y esa elección nuestra marca
nues-tra vida. En realidad, elige nuesnues-tra vida,
“somos constructores de nuestra vida”,
de manera que nosotros hacemos nues-tros duelos. Nuestra vida se compone de
nuestras elecciones y no elegir es ya
to-mar una opción, un camino, que puede
estar hecho de cerrazón y bloquear nuestra vida o de todo lo contrario.
Que-rámoslo o no, tenemos que hacer
elec-ciones constantemente y eso marca
nuestro recorrido existencial, determina nuestras decisiones, quiénes somos y
cómo nos construimos.
La vida, al igual que los procesos
de duelo, la entendemos como un proce-so de construcción y reconstrucción
su-cesiva de significados en el que nosotros
imponemos un orden, incluso
incorpo-rando acontecimientos que aparente-mente están desconectados y fruto de
ello, organizamos nuestro mundo, para
hacerlo predecible y ordenado, mediante
la construcción de patrones fiables que nos permiten relacionarnos con el mundo
que nos rodea y con nuestro propio
mundo interior. Por ello, cuando fallece
un ser querido, el acontecimiento nos
coloca de pronto en una situación de
“transición”, entendida como la acción y efecto de pasar de un modo de ser o
es-tar a otro distinto. En este sentido, una
de las grandes teóricas de la enfermería
actual, Afaf Ibrahim Meleis, plantea que las circunstancias influyen en cómo una
persona se mueve hacia una transición,
facilitando o impidiendo el progreso que
le lleva a una transición saludable y que los factores personales, comunitarios o
sociales pueden facilitar o limitar los
pro-cesos y resultados de transiciones
salu-dables y nuestra experiencia.
En el proceso de duelo confluyen,
pues, aspectos propios del individuo, de
la sociedad y de la cultura en que se
vive. De ahí que el duelo sea considera-do un constructo subjetivo,
multidimen-sional, complejo y diverso que en la
ac-tualidad consideramos más como un
proceso que como un estado. Hoy lo ob-servo inmerso en esta situación
excep-cional de confinamiento en que me
en-cuentro, en la que nos encontramos
como individuos y sociedad en todo el planeta. Pero en unos procesos que se
desgranan hasta lo personal, de modo
que favorecen la comprensión no sólo
del doliente sino también de las diferen-tes formas de afrontamiento a la pérdida
del ser querido y por tanto de la
adapta-ción al duelo, sin perder de vista que el
influye en la adaptación, aunque si un
factor primordial por la estrecha relación que guarda la capacidad de
afrontamien-to de una persona y sus características
de personalidad entre otras como
vere-mos más adelante.
También el valor que damos a la
experiencia, se ve condicionado por el
hecho de que la persona sea o no
cons-ciente de lo que ha sucedido, por su coherencia y compromiso de ser
proacti-va en el proceso del duelo. Sin duda el
duelo está condicionado por el
conoci-miento de la situación que se vive, la gestión de los cambios dinámicos que se
dan a lo largo de dicho proceso, que son
continuos y están condicionados
accio-nes a lo largo del tiempo, mientras transi-ta por situaciones de inseguridad o
des-concierto, con o sin ansiedad, hasta que
se alcanza una estabilidad. Todo ello en
un contexto marcado por las particulari-dades del doliente que forma parte de un
espacio familiar y social determinado. Ya
Meleis destacaba los contextos
persona-les, pues estos condicionan una deter-minada transición como es la muerte y el
duelo, que a su vez están mediados por
los significados, las creencias y las
acti-tudes culturales, el estado socioeconó-mico, la preparación y el conocimiento.
Podemos experimentar varias
transiciones a la vez, con diversas
pérdi-das de las que no somos conscientes: la
pérdida de un ser querido, la pérdida de
la salud, el confinamiento en un espacio determinado, el vernos privados de
liber-tad, las pérdidas económicas y un sinfín
de pérdidas que pueden vivirse no
preci-samente como acontecimientos meno-res, pues suman incertidumbre a un
ca-mino ya de por sí marcado por un
sufri-miento que se experimenta no sólo
físi-camente, sino cognitiva y conductual-mente, y que conforma personas con
patrones de duelo diferentes.
Estos aspectos y otros tantos
ha-cen que nos orientemos a cuidar al otro, que sufre en su proceso personal de
duelo y que, como doliente, y en la
me-dida de sus posibilidades, saldrá
adelan-te. Sus patrones de respuestas y los in-dicadores de su proceso, así como el
resultado que obtendremos de sus
pau-tas personales, con la ayuda profesional
y social, le ayudarán a vivir de manera más saludable, o bien con dificultades,
entendiendo la situación de
vulnerabili-dad que propicia vivir un duelo y los
ries-gos que se abren cuando se le suman entornos no propicios o acciones
inade-cuadas.
Sin perder de vista el horizonte
de actuación, ni los fundamentos que sirven de base para ayudar a que los
demás vivan sus duelos como
adaptati-vos y que sus procesos o transiciones
útiles que les beneficien, vamos a
permi-tirnos dar unas pautas generales. Somos conscientes del riesgo que supone
esta-blecer acciones para diferentes
perso-nas, que viven pérdidas diversas y que
forman parte de un contexto social y fa-miliar distinto, a lo que se suma, ahora,
la prohibición de la libertad de
movimien-tos en este estado de confinamiento que
estamos experimentando.
El hecho de tener personas
con-finadas en un espacio, solos o
acompa-ñados, genera situaciones con muchas
preguntas por responder, que pueden ser vividas con incertidumbre, desde la
soledad o desde el acompañamiento,
relacionadas además con otros procesos
de su salud-enfermedad que viven tanto los dolientes como sus familiares y
ami-gos, o con una situación económica
par-ticular, preocupante en ocasiones, que
condiciona en gran medida el proceso de duelo vivido, pues aporta en no pocas
ocasiones un futuro incierto, además de
un largo etcétera. Considero que el
pro-ceso de duelo se desarrolla de una for-ma secuencial o simultánea con otros
procesos vitales superpuestos,
perfilán-dose como un duelo único, personal e
intransferible.
La situación que vivimos desde el
confinamiento ha modificado las
condi-ciones comunitarias al imponer, por la
situación de transitoriedad a
consecuen-cia de la pandemia causada por el
CO-VID19, una limitación de nuestros movi-mientos y del contacto social en los
so-portes físicos a los que nos
encontrába-mos acostumbrados en nuestra cultura.
Ello tiene bastante que ver y condiciona cómo transitamos por nuestros duelos,
pues las actitudes culturales se unen a
nuestra experiencia personal, que han
cambiado fruto de la situación sobreve-nida del confinamiento impuesto. Afecta,
por tanto, también, a los rituales
prescri-tos socialmente relacionados con los
fu-nerales y su celebración, al cortejo fúne-bre a la despedida del difunto, a las
visi-tas hospitalarias, al acompañamiento en
el sentido cultural de estar al lado del
otro, más físico, de contacto ahora prohibido o desaconsejado. Acciones
que cumplen una función de apoyo, de
ayuda a la expresión de la pena, a la
evocación de recuerdos, a la recapitula-ción, idealización o reconciliación con el
fallecido, que tal como refiere Worden se
ven modificadas.
Los rituales que llevábamos a cabo para beneficio de quienes
sobrevi-ven han sido modificados de manera
drástica, aunque hemos de reconocer
que para nuestra sociedad en los últimos decenios los rituales relacionados con la
muerte han ido perdiendo valor social,
pasando a ser bastante impersonales
que ello supone y su ineficacia. Como
seres humanos atribuimos al discurso de lo que contamos significados y los
cam-bios sociales y de comportamiento con
los vivos y los muertos nos va a exigir
renegociar muchos aspectos narrativos nuevos que sumen coherencia a la
tran-sición dolorosa que vivimos, enmarcada
en unas nuevas normas sociales que
condicionan nuestras expectativas. Por eso se han generado un sinfín de rituales
personales y familiarmente relevantes
jalonados de matices personales, que
propician un ambiente protector confor-mados por celebraciones
complementa-rias, rituales privados o públicos, a modo
de nuevos ritos de paso, para nuevas
situaciones que paradójicamente genera-rán un discurso meta-ritual que da
vali-dez a las interpretaciones sociales
actua-les, permitiéndonos reconocerlos como
válidos y exaltar la trascendencia de la vida para afrontar la transición vital de
perder.
Evolucionar y comprender el
pa-pel de los antiguos y nuevos rituales desde el punto de vista de la cultura local
y del discurso mediante el cual le
atri-buimos significados a los mismos, nos
coloca en la situación de tener que reali-zar el esfuerzo de renegociar una
auto-narrativa coherente que nos permita
adaptarnos a la transición dolorosa de
perder, que nos dé permiso para
expre-sar nuestros sentimientos y nuestras
creencias en torno a la pérdida, lo cual incluye el contacto con los recuerdos del
difunto en la forma y tiempo que se
ne-gocian los aspectos fundamentales
rela-cionados con la pérdida y sus implica-ciones, las formas de seguir vinculado al
difunto y la continuidad de la vida, todo
ello simbolizado en una ceremonia final
de reunión virtual o presencial con las personas más importantes de su red
fa-miliar y social. También ayuda la
realiza-ción de rituales tales como escribir una
carta al fallecido, que ayuda a redefinir el vínculo con el difunto y a expresar algo
que quizás quedó pendiente antes de su
muerte o un “ritual de entierro simbólico”,
que permite revisar los objetos que guardaba el fallecido y de ellos elegir
algunos que guardarán los asistentes. O
rituales de reuniones con personas
signi-ficativas que aportan un entorno social protector y dan sentido de esperanza en
el futuro. Todo ello, sin duda, redundará
en beneficio de la expresión emocional
por las pérdidas de los dolientes, en la modificación de sus conductas y en las
respuestas biológicas que van
apareja-das a la mismas, pues los dolientes
vi-ven la confluencia de todos estos facto-res y no sólo una causa lo explica todo.
Construir una nueva relación con
el difunto a través de ubicarlo en lugares
presencia en sus sueños, realizando y
visitando altares privados que hemos creado para ellos, sintiendo su presencia
y participando de un juego apropiado y
complejo de símbolos personales, que
renegociamos a lo largo del luto con no-sotros mismos y nuestros familiares
cer-canos nos coloca en un lugar favorable
para comprender mejor nuestro proceso
de duelo.
Por ello, y para quienes buscan
una breve guía relativa a lo que
debe-mos o no hacer con quienes viven un
proceso de duelo o han perdido a al-guien mientras están en confinamiento,
sugiero que a dichos dolientes y de
ma-nera gema-neral, debemos permitirles que
nos cuenten la realidad personal e indi-vidual de su pérdida y que mientras lo
hacen, da igual el medio digital o virtual
que elijan, seamos capaces de
acompa-ñarles en ese proceso personal, activo, en el que buscan respuestas,
implicacio-nes y accioimplicacio-nes sobrevenidas a
conse-cuencia de la pérdida y su duelo.
Escu-chándoles como expresan lo que han perdido y los significados que dan a ello.
En definitiva, su experiencia: cuando nos
acercan lo que sucedió y cómo la
pérdi-da ha transformado sus vipérdi-das y su mun-do ha cambiamun-do para siempre.
Entender la experiencia es
imtante en las vidas de los dolientes,
por-que significa ayudarlos a por-que
compren-dan, a que establezcan un compromiso
consigo mismo, a propiciar una actitud de cambio y a que sean conscientes de
que son ahora diferentes y que el tiempo
que se abre puede ser una oportunidad
B
IBLIOGRAFÍAEun-Ok Im (2018).Teoría de las transiciones en Mo-delos y teorías en enfermería. Martha Raile Alligood, M., Marriner Tomey, A. (Eds.) 9ª Edición. Elsevier, pp. 309-322.
García, A.M. (2019). Homo narrator. De cómo con-tamos historias a lo largo de la vida. Cultura de los Cuidados. Cultura de los Cuidados (Edición digital), 23 (55). (Edición digital), 23(55). Recuperado de
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García, A. M. (2012). La pérdida y el duelo. Una ex-periencia compartida. España. Editor Bubok Publis-hing S. L.
Worden, J. W. (1997). El tratamiento del duelo: ase-soramiento psicológico. Barcelona: Paidós.