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Garcia Moreno Luis - La Construccion de Europa - Siglos v - VIII

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Μ CONSTRUCCIÓN

d e

EUROPA.

Siglos

V-VIII

(2)

LA CONSTRUCCIÓN

DE EUROPA

Siglos ν-νπι

Luis A. García Moreno

EDITORIAL

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Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales y el resarcimiento civil p revistos en las leyes, reproducir, reg istrar o transmitir esta publicación, íntegra o parcialmente por cualquier sistema de recuperación y por cual­ quier. medio, sea mecánico, electrónico, magnéti­ co, electroóptico, por fotocopia o por cualquier otro, sin la autorización p revia p or escrito de Editorial Síntesis, S. A.

© Luis A. García Moreno © EDITORIAL SÍNTESIS, S. A. Vallehermoso, 34. 28015 Madrid Teléfono 91 593 20 98 http ://www. síntesis. com ISBN: 84-7738-859-8 Depósito legal: M.7.771-2001 Impreso en España. Printed in Spain

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A Luis Suárez Fernández, que me enseñó a ser universitario.

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Indice

Prólogo... 13

1. Las invasiones y el fin del Imperio en Occidente ... 17

1.1. ¿Invasión o acomodación? ... 17

1.2. Los pueblos germanos en vísperas de las invasiones ... 20

1.2.1. La gran migración de los godos... 21

1.2.2. La etnogénesis vándala ... 22

1.2.3. Cambios sociopolíticos en los germanos orientales .... 23

1.2.4. Los germanos occidentales ... 24

1.2.5. La etnogénesis de los atamanes... 24

1.2.6. La etnogénesis de los germanos del mar del N orte... 25

1.2.7. La etnogénesis de los francos... 26

1.2.8. El avance de los germanos occidentales sobre el Imperio ... 27

1.3. Causas y condicionantes de las invasiones ... 28

1.3.1. Soberanía señorial, séquitos, monarquía militar y etno­ génesis ... 28

1.3.2. Religión y etnogénesis...

30-1.4. La historia militar de las invasiones: la destrucción del Imperio en Occidente... 31

1.4.1. La primera oleada: la gran invasión visigoda... 32

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1.4.3. Reacción imperial (416-454) e invasión de Africa por

los vándalos ... 35

1.4.4. La liquidación del poder imperial (454-476) ... 37

2. Los reinos rom ano-germ ánicos (siglos vi-vm) ... 41

2.1. La Europa merovingia ... 41

2.1.1. El origen de los merovingios... 41

2.1.2. Clodoveo... 43

2.1.3. Los hijos de Clodoveo y el reparto del reino... 45

2.1.4. La época de Gregorio de Tours... 46

2.1.5. Los “reyes holgazanes” y los mayordomos de pa­ lacio ... 47

2.1.6. La hegemonía de la casa de Heristal... 49

2.1.7. La periferia franca: turingios, alamanes, bávaros y sa­ jones ... 49

2.2. Las Españas visigodas ... 50

2.2.1. El intermedio ostrogodo y la intervención bizantina.... 50

2.2.2. La fundación del Reino de Toledo: Leovigildo y Recaredo ... 52

2.2.3. Poder real contra poder nobiliario (603-642) ... 54

2.2.4. La restauración de Chindasvinto y Recesvinto ... 55

2.2.'5. La monarquía protofeudal y la invasión islámica (653-719) ... 56

2.2.6. La periferia visigoda: bizantinos, suevos, astures, ruco-nes, cántabros y vascones... 58

2.3. El África vándala (429-534) ... 60

2.3.1. Las debilidades vándalas... 60

2.3.2. Genserico, el rey fundador... 61

2.3.3. Los sucesores de Genserico: brutalidad e impotencia . 62 2.3.4. La reconquista bizantina... 63

2.4. Ostrogodos y longobardos en Italia... 63

2.4.1. La etnogénesis ostrogoda de Teodorico el Amalo ... 64

2.4.2. El esplendor ostrogodo: Teodorico el Grande ... 65

2.4.3. La decadencia de los Amalos ... 66

2.4.4. La reconquista bizantina: la guerra gótica... 67

2.4.5. La oscura etnogénesis longobarda... 68

2.4.6. Alboino y la invasión longobarda de Italia... 69

2.4.7. Los duques y el asentamiento longobardo... .71

2.4.8. La restauración de la Monarquía longobarda: la casa de Teodolinda (584-712)... 72

2.4.9. El Reino longobardo de Italia: Liutprando y el eclipse bizantino ... 74

(8)

2.4.10. La intervención franca: los Estados pontificios y el fin

del Reino longobardo ... 75

2.5. Las Islas Británicas celto-romanas y anglosajonas ... 76

2.5.1. De la Britania romana a la anglosajona... 76

2.5.2. Los señores de la guerra sajones ... 78

2.5.3. Entre Kent y Nortumbria. La cristianización... 79

2.5.4. La hegemonía de Mercia ... ... 80

2.5.5. Irlanda: un país celta y cristiano ... 81

2.5.6. Los orígenes de Escocia: pictos y escotos ... 82

3. Monarquía y nobleza: las estructuras sociopolíticas y administrativas ... 85

3.1. El rey y la realeza... 85

3.1.1. La nueva Monarquía: síntesis romano-germana... 86

3.1.2. Bizancio y los reyes ... 87

3.1.3. Cristianismo y realeza: la unción re a l... 88

3.1.4. Un problema mal resuelto: la sucesión real ... 89

3.2. Las estructuras de gobierno ... 90

3.2.1. La administración central: el palatium ...,... 91

3.2.2. El gobierno del territorio: curias, condes y duques... 93

3.3. La aristocracia frente a la realeza. El protofeudalismo ... 97

3.3.1. La sociedad germánica, ¿aristocrática o nobiliaria? .... 97

3.3.2. Supervivencia de la antigua nobleza provincial y mu­ nicipal romana ... 98

3.3.3. La lucha por la tierra y los hombres ... 99

3.3.4. El prefeudalismo ancestral anglosajón... 101

3.3.5. El protofeudalismo itálico: tradición germánica y evo­ lución bizantina... 102

3.3.6. El protofeudalismo plural galofranco ... 102

3.3.7. El pr otofeudalismo institucional visigodo... 104

4. Las estructuras socioeconómicas del Occidente romano-germano (siglos v-vii) ... ... 107

4.1. Introducción historiográfica ... 107

4.1.1. Esclavos y colonos: un moderno debate historioqráfi-c o ... ... 107

4.1.2. La ciudad y el comercio: de la economía natural al sis­ tema de comercio mundial... ·... 110

4.2. Las bases demográficas ... ... 111

4.2.1. Una larga crisis demográfica... 112

4.2.2. El aporte demográfico de los invasores ... 113

(9)

4.2.4. Las nuevas calamidades: guerras, hambrunas, plagas

y peste ... 122

4.2.5. Diversidad regional e inicios de recuperación demo­ gráfica ... ... 125

4.3. Las estructuras campesinas ... 127

4.3.1. El paisaje rural de tradición romana y el germánico .... 127

4.3.2. El paisaje rural mediterráneo ... 128

4.3.3. El paisaje rural septentrional y continental ... 132

4.3.4. Las técnicas de cultivo y los rendimientos agrícolas.... 133

4.3.5. La pequeña propiedad campesina... 135

4.3.6. La gran propiedad laica y la eclesiástica. El sistema de la “hospitalidad’1 ... ... 137

4.3.7. La estructura de la gran propiedad: reserva y tenen­ cias campesinas ... 139

4.3.8. La explotación de la reserva. La esclavitud... 139

4.3.9. Las tenencias. La formación del campesinado depen­ diente ... 141

4.3.10. Las resistencias y revueltas campesinas... 145

4.4. La ciudad y el comercio ... 146

4.4.1. La ciudad: continuidad y metamorfosis... 146

4.4.2. La ciudad y la ordenación del territorio ... 147

4.4.3. La estructura física urbana ... 147

4.4.4. Los edificios públicos. La cristianización del ocio y los servicios ... 148

4.4.5. Supervivencia y transformación de los curiales. Los orígenes del patriciado urbano... 150

4.4.6. La plebe urbana. Los comerciantes orientales ... 152

4.4.7. La especificidad británica ... 153

4.4.8. El comercio mediterráneo: continuidad y contracción . 153 4.4.9. Los orígenes de un nuevo circuito comercial: el mar del Norte... 155

5. El Occidente de los siglos v-vm: una civilización cristiana .. 157

5.1. El Cristianismo y los bárbaros... 157

5.1.1. Las invasiones y la Providencia divina ... 157

5.1.2. Los nuevos bárbaros: herejes y paganos ... 160

5.1.3. La conversión de los germanos al Cristianismo ... 161

5.1.4. El arrianismo gótico ... 161

5.2. El lenguaje cristiano de las relaciones de poder y dominación 164 5.2.1. La clericalización de las aristocracias provinciales ro­ manas ... 164

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5.2.3. El culto a los santos. Una nueva ideología ... 166

5.2.4. Las peregrinaciones ... 167

5.2.5. La liturgia y la cristianización del tiem po... 169

5.2.6. No más dualidad campo/ciudad ... 170

5.2.7. El Cristianismo y la vida privada. La posición de la m ujer...'... 172

5.3. El nuevo Occidente cristiano: monjes, papas y misioneros ... 174

5.3.1. Los orígenes del monaquismo en Occidente... 174

5.3.2. El monaquismo irlandés... 176

5.3.3. La obra de Columbano el Joven... 177

5.3.4. El monaquismo hispanovisigodo. Fructuoso de Braga .. 179

5.3.5. Los orígenes del monaquismo benedictino ... 180

5.3.6. El Papado: de patriarca de Occidente a soberano te­ rrenal... 181

5.3.7. Las nuevas misiones cristianas... 184

5.4. Transmisión y objetivos de la cultura cristiana... 186

5.4.1. La continuidad de la retórica ... 186

5.4.2. La nueva enseñanza eclesiástica... 186

5.4.3. La latinidad de los siglos v y vi: Africa e Italia... 187

5.4.4. La latinidad del siglo vn: el esplendor visigodo y la sorpresa irlandesa ... 189

5.4.5. Los orígenes de la literatura en lengua germánica ... 191

5.4.6. Civilización escrita latina, sociedad analfabeta y habla vulgar... 192

5.4.7. La plástica al servicio de la ideología cristiana ... 193

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Prólogo

Se propone este libro ofrecer una visión general de la historia del Occi­

dente europeo desde el siglo V a las primeras décadas del VIII. Antigüedad

Tardía para unos, Temprana Edad Media para otros. En la antigua historio­ grafía más lo segundo, mientras que en la de los últimos decenios lo prime­ ro, sin dudarlo. Dejaremos la discusión para los que se aferran a una siem­ pre convencional periodización para así creer que tienen una pequeña parcela de propiedad privada. Lo que no cabe duda es que en estos siglos tuvo lugar la primera construcción de Europa occidental.

La fundación de Europa occidental en un horizonte mítico. Sin duda. Es bien sabido que todos los nacionalismos, y antes que ellos las identidades étnicas, siempre más importantes, suelen tener un mito-motor. Y que éste por lo general se basa en el mito o realidad migratoria de una etnia y en el subsiguiente matrimonio indisoluble de aquélla con una determinada tierra. Ingleses, sajones, escoceses, franceses, alemanes, bávaros, bretones, lom­ bardos, etc. Todos estos nombres, que han dado lugar a identidades étnicas, e incluso nacionales, fundamentales para que Europa sea como lo es toda­ vía hoy, fueron el producto de etnogénesis y procesos migratorios que tuvie­ ron lugar en estos siglos. Y fue en esos siglos cuando las etnias que por pri­ mera vez los portaron se ubicaron en un concreto territorio que consideraron como su patria, ya para siempre amada e inamovible.

Españoles e italianos, ¿otra cosa? En el caso hispano resulta evidente que el mito-motor esencial de la identidad étnica y luego nacionalismo hispano ha sido la idea de la Reconquista. ¿De qué?, del Reino godo de esos siglos.

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Un reino cuyos ideólogos por vez primera utilizaron la palabra España -así, como suena- para referirse a la patria querida e irrenunciable de los godos. Y también el concepto de Italia, como Reino de Italia, fue algo que se formu­ ló por vez primera en estos siglos, por los ideólogos de Teodorico el Gran­ de primero, y por los de los últimos reyes longobardos por último. Es más, alguno de los elementos políticos, que durante más tiempo fueron obstácu­ lo para la unidad italiana, surgió en aquellos siglos: los Estados pontificios. En fin, también para los hodiernos formuladores del irredentismo nacional vasco estos siglos serían epocales y decisivos por la supuesta irrefrenable lucha y rebeldía vascas frente a los imperialismos gótico y merovíngio.

Mitos y realidades políticos. No sólo eso. Por desgracia la historia euro­ pea ha estado llena de hipervaloración de la propia identidad étnico-nacio- nal y menosprecio de la del vecino. Y para ello qué mejor que utilizar una serie de tópicos canallescos. Pues bien, también en esta época se formula­ ron por vez primera algunos de ellos. Hace ya cuarenta años Hans Messmer mostró cómo los verdaderos orígenes de la leyenda negra antiespañola se remontaban a la leyenda negra antigótica que por primera vez formuló en toda su crudeza Gregorio de Tours a finales del siglo vi. Y cuántos tópicos antifranceses descubrirá quien lea la famosa diatriba escrita por el toledano Julián a finales del siglo vil.

Historia de las mentalidades. Sin duda. Y para la europea estos siglos fueron fundamentales, pues supuso la plena entronización del Cristianismo como ideología totalizadora de todos los ámbitos posibles de la vida públi­ ca y privada. La posición y el papel de la mujer y el matrimonio, los pre­ juicios sobre la sexualidad y el cuerpo, los ideales de vida santificada, la torre de la iglesia y los cementerios urbanos como lugares centrales en los núcleos habitados, las sedes episcopales como base para la ordenación territorial, los monasterios como centros de oración y reproducción cultu­ ral e ideológica, además de económica, etc. Todas estas cosas que expli­ can un buen trozo de la feliz y atormentada vida de los europeos occiden­ tales de los siglos venideros se formularon y establecieron por vez primera entonces. La cristianización de la ciencia y del pensamiento, que no lo con­ trario, también tuvo lugar en estos siglos. Y ello fue decisivo en el campo de la cultura, pues decidió qué del legado literario clásico debía copiarse y trasmitirse y qué importaba poco que se perdiera. Más aún, la predica­ ción cristiana impuso valorar cada vez más el habla sencilla y vulgar como medio de comunicación incluso escrita. La ruptura de la unidad lingüística de la antigua Romania se decidió así también.

La construcción de Europa occidental, por tanto, en tantas cosas que afectan al pensar y comportarse de los individuos y de los colectivos huma­ nos. Pero todavía hay en nuestros recintos universitarios, y ¿culturales tam­ bién?, los nostálgicos de cuando era moneda de ley decir que la infraes­

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tructura socioeconómica era lo decisivo en la Historia. Cuando menos la superestructura ideológica, que los más sabios reconocían importante, a últimas habría venido determinada por aquélla. Una determinación que sería lo más o único importante para el historiador. Y ello era muy difícil, por complejo, de estudiar; el propio Marx había muerto sin acabar la famo­ sa sexta parte.

Pues bien, también en lo social y en lo económico estos siglos fueron importantes para la inmediata historia europea posterior. Hace medio siglo sin duda que la respuesta a esto sería muy fácil: fin de la esclavitud clásica, constitución de una clase de campesinos dependientes y surgimiento del sis­ tema señorial en las relaciones de propiedad y producción. Las cosas hoy se han complicado. Que si supervivencia, y hasta nueva edad de oro, de la esclavitud, que si sistema comercial mundial, etc. Pero no adelantemos cosas. El lector las encontrará tratadas a su debido tiempo en su capítulo debido. Entre tanto digamos que una de las posturas más inteligentes que sobre esta problemática se ha desarrollado en estos últimos años, la del inglés post- marxista C. Wickham, muestra también el carácter epocal de estos siglos en la historia del Occidente mediterráneo en el terreno socioeconómico. Por un lado la afirmación de un alivio indudable de las cargas que pesaban sobre la mayoría de los campesinos. Por el otro el de la importancia del sistema impositivo bajoimperial para comprender el gran comercio mediterráneo, y el radical cambio que entonces se produjo, en dos tiempos principalmente. Ideas estas últimas que, con las excavaciones en Cartago y en algún lugar más como punta de lanza del debate historiográfico, vuelven a matizar las geniales intuiciones que H. Pirenne propuso en los años treinta sobre el momento y las causas de la crisis del comercio mediterráneo y de la pluri- secular separación de sus dos orillas.

Si el comienzo de nuestra narración esta muy claro -surgimiento de la "monarquía militar" del Balto Alarico, con el pistoletazo de salida para las grandes invasiones-, el del fin está menos nítidamente trazado. Lo hemos ido buscando para cada territorio europeo en unos momentos variables, entre

finales del siglo VU y mediados del VIH, con el fin de conseguir para los mis­

mos completar más un período de su historia política, la más evidente y ape­ gada al tiempo corto de la coyuntura. Para bastantes las invasiones islámicas nos marcan un límite preciso, y sin duda muy importante. Y no es éste el úni­ co saludo a H. Pirenne. Por él, y por los esforzados arqueólogos de Cartago, también nos ha parecido oportuno dedicar páginas a la historia de los ván­ dalos en África y de África con los vándalos. No sólo por ellos. La historia de Europa occidental sin la latinidad cristiana tardoantigüa es incomprensible. Y África fúe tal vez el más importante hogar de la misipa. Y no sólo por Agus­ tín de Tagaste, sin duda un adelantado en tantas cosas: Sin embargo las últi­ mas comunidades cristianas norteafricanas difícilmente pueden rastrearse

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más allá los siglos IX-X, y más como una reliquia que como otra cosa. Mucho antes lo beréber y lo árabe islámico eran los factores históricamente decisi­ vos, y lo han continuado siendo hasta nuestros días.

Los siglos de la fundación de Europa por tanto, sin dudarlo. Para termi­ nar quisiera recordar ahora que en el verano de 1942, en unas fechas dolo- rosas para su patria y para él, el historiador alemán Hans Dannenbauer desa­ rrolló un curso sobre esta época con este mismo título: die EntstehungEuropas. Dannenbauer fue un importante miembro de la llamada "nueva doctrina" en el estudio de las antigüedades germánicas y de los orígenes del feudalismo, para con la que se siente deudor el que estas páginas escribe. La fundación de una Europa, sin duda dividida durante siglos por prejuicios y orgullos étni­ cos y naciónalistas, cuyas semillas se pusieron entonces; y para los que como ideología también sirvió en exceso el Cristianismo, que entonces comenzó a ser intrumentalizado como tal decididamente. Unos años antes, en 1935, cuando la tormenta que anunciara mi admirado Thomas Mann ya se veía sobre la pacífica Alemania, el mismo Dannenbauer tuvo el coraje de escri­ bir un incisivo ensayo en el que afirmaba que indogermanos, germanos y alemanes eran cosas diferentes y de tiempos distintos, que los alemanes de entonces eran el producto de una larga evolución histórica en la que la mez­ cla había sido esencial, pues terminaba diciendo, haciéndose eco de una cla­ ras palabras de Jakob Burckhardt, que "un pueblo auténticamente rico es rico por lo que ha acogido de otros muchos y lo ha vuelto a elaborar".

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Las invasiones

y el fin del Imperio en Occidente

1.1. ¿Invasión o acomodación?

Habiéndolo oído de terceras el historiador Orosio nos ha transmitido lo que parece pudo ser un proyecto político utópico del rey visigodo Ataúlfo en el momento de contraer matrimonio en Narbona, en enero del 414, con la bella y decidida princesa romana Gala Placidia, hermana del emperador Honorio: convertir el Imperio de los romanos en una nueva Gotia en la que sus visigodos colaborasen como fieles guardianes de sus fronteras y del orden interno. La prematura muerte del hijo de tal matrimonio, Teodosio, habría desvanecido por completo un sueño del que el mismo nombre del recién nacido, igual que el de su abuelo, el último gran emperador, consti­ tuía su mejor propaganda. En todo caso no cabe duda de que la transfor­ mación de la Romania en una Gotia excedía las solas capacidades militares de la Monarquía visigoda de los Baltos. Sin embargo el mismo surgimiento de dicha idea en Ataúlfo y el grupo de nobles senadores galorromanos que le acompañaban en Narbona exige plantear una pregunta histórica de lar­ go alcance: ¿qué objetivos guiaron a la mayoría de los reyes y dinastas ger­

manos de las grandes invasiones del siglo. V sobre territorios del Imperio

romano? ¿Se trataba de realizar una violenta sustitución de los provinciales invadidos por los germanos conquistadores, o por el contrario de un pro­ ceso de mutua colaboración entre invasores e invadidos en la mayoría de los casos, en los que los primeros aportarían sobre todo su capacidad mili­ tar y sus identidades étnicas para llenar de sentido y de legitimidad unas

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autonomías regionales cada vez más patentes y diferenciadas en el Imperio romano, siguiendo unas pautas ya ensayadas en la centuria precedente en los territorios fronterizos?

Una reflexión histórica de largo alcance no dejaría de dar la razón, con escasas excepciones, a esta segunda hipótesis. Y en este sentido algo de ver­ dad habría tenido el viejo juicio de Fustel de Coulanges al cuestionar, más o menos retóricamente, la misma realidad de tales invasiones; no obstante que, personalmente con ello al francés le sangrase todavía la herida de la derro­ ta de su patria en Sedán.

Las grandes invasiones que se abatieron sobre el Imperio romano a par­ tir de finales del siglo IV representan un problema histórico multifacético, difícil de reducir a unas mismas causas y resultados. La muy rica historio­ grafía moderna que se ha dedicado a ellas ha obedecido a una doble línea analítica. Aunque desgraciadamente no siempre se ha realizado la necesa­ ria conexión entre ambas. Estas serían, por una parte, el estudio del desa­ rrollo militar de las invasiones; por otra, el de las consecuencias de éstas sobre la población romana. Lo primero constituye ciertamente el aspecto mejor reflejado en nuestras fuentes y el más llamativo para los modernos. Sin embargo, es el segundo el que más puede interesar a una historiogra­ fía como la actual, más atenta a los fenómenos de “tiempo largo” que a lo puramente factual.

Debamos posiblemente al gran medievalista francés Marc Bloc la defi­ nitiva ruptura de dicha dualidad de tendencias investigadoras y valorativas, así como el primer intento de articulación dialéctica de ambas; y ello a pesar de que no podamos hoy día considerarnos igualmente cómodos con la tota­ lidad de sus conclusiones, que exigirían cuando menos una mucho mayor matización, tanto en lo regional como en la excesiva oposición estructural otorgada por el malogrado historiador a los invasores y a los invadidos. Es así que toda investigación regional sobre el fenómeno de las invasiones exi­ ge un complejo cuestionario, que en lo esencial podemos reducir a lo siguien­ te: grado de desarrollo sociopolítico de los pueblos invasores; conexiones de los grupos dirigentes de los invasores con las autoridades imperiales y con sus congéneres provinciales; objetivos perseguidos por tales dirigentes invasores o por sus conglomerados populares, en la medida en que coinci­ dan o diverjan entre sí o con los de los diversos sectores sociales de las pro­ vincias romanas invadidas; y relaciones diversas entre el gobierno y poder imperial central y los grupos dirigentes provinciales, o entre ios humildes provinciales y los dos anteriores.

Sin duda será de esta manera como se podrá explicar que en menos de dos generaciones lo que parecía un Estado y sociedad fuertes y unidos, tras haber vencido todos los intentos de penetración de los diversos pueblos bár­ baros en sus fronteras occidentales, diera paso a una multiplicidad de reinos

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cuyos nombres eran los étnicos de aquéllos y sus monarcas también tenían la misma procedencia.

Cuando en enero del 395 falleció el emperador Teodosio (379-395) pocos provinciales del Occidente podían pensar que de hecho iban a dejar de pertenecer al Imperio poco más de medio siglo después. El Imperio Romano había pasado por invasiones externas y guerras civiles terribles en el pasado y de todas se había recuperado. Hacía escaso tiempo que Teo­ dosio había logrado nuevamente unificar bajo un solo cetro ambas mitades del Imperio, y el triunfo de la nueva religión de Estado, el Cristianismo nice- no, parecía apoyar desde los Cielos a un Imperium Romanum Christianum y a una dinastía que venía ejerciendo el poder desde hacía más de treinta años. Desde el punto de vista de los grupos dirigentes de Occidente la dinas­ tía de Teodosio parecía colmar las aspiraciones de los más. Pues se basa­ ba en un complejo conglomerado de alianzas familiares y políticas con los grupos senatoriales más poderosos de las Españas, las Galias e Italia. El gobierno de Teodosio había sabido encauzar los afanes dé protagonismo político de bastantes de los más ricos e influyentes senadores romanos y de las provincias occidentales, que de nuevo se aprestaban a ocupar puestos de gobierno en las provincias pero también en la administración central. Además, la dinastía había sabido lograr acuerdos con la poderosa aristo­ cracia militar, en la que se enrolaban nobles germanos que acudían al ser­ vicio del Imperio al frente de soldados bárbaros unidos por lazos de fideli­ dad hacia ellos. Al morir Teodosio confió el gobierno de Occidente y la protección de su joven heredero Honorio (393-423) al general Estilicón, hijo de un noble oficial vándalo que había contraído matrimonio con Serena, sobrina del propio Teodosio.

Sin embargo cuando en el 455 murió asesinado Valentiniano III (424-455), nieto del gran Teodosio, una buena parte de los descendientes de aquellos nobles occidentales, que tanto habían confiado en los destinos del Imperio, parecieron ya desconfiar del mismo. Máxime cuando en el curso de dos decenios pudieron darse cuenta de que el gobierno imperial, recluido en Ravena, era cada vez más presa de los exclusivos intereses e intrigas de un pequeño grupo de altos oficiales del ejército itálico. Además muchos de éstos eran de origen bárbaro y cada vez confiaban más en las fuerzas de sus séqui­ tos armados de soldados del mismo origen y en los pactos y alianzas fami­ liares que pudieran tener con otros jefes bárbaros instalados en suelo impe­ rial con sus propios pueblos, que desarrollaban cada vez una política más autónoma.

Necesitados de mantener una posición de predominio social y econó­ mico en sus regiones de origen, reducidos sus patrimonios fundiarios a dimensiones provinciales, y ambicionando un protagonismo político, pro­ pio de su linaje y de su cultura, estos representantes de las aristocracias

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tar-dorromanas occidentales habrían acabado por aceptar las ventajas de admi­ tir la legitimidad del gobierno de dichos reyes bárbaros, ya muy romani­ zados, asentados en sus provincias. Al fin y al cabo éstos, al frente de sus soldados, podían ofrecerles bastante mayor seguridad que el ejército de los emperadores de Ravena. Además el avituallamiento de dichas tropas resultaba bastante menos gravoso que el de las imperiales, por basarse en buena medida en séquitos armados dependientes de la nobleza bárbara y alimentados con cargo al patrimonio fundiario provincial que ésta ya hacía tiempo que se había apropiado. Menos gravoso para los aristócratas pro­ vinciales pero también para los grupos de humildes que se agrupaban jerár­ quicamente en torno a dichos aristócratas, y que en definitiva eran los que habían venido soportando el máximo peso de la dura fiscalidad tardorro­ mana. Unas monarquías bárbaras en definitiva que, como más débiles y descentralizadas que el viejo poder imperial, estaban también más dis­ puestas a compartir el poder con dichas aristocracias provinciales, máxi­ me cuando en el seno mismo de sus gentes tales monarcas desde siempre habían visto su poder muy limitado por una nobleza apoyada en sus séqui­ tos armados.

Pero para llegar a esta situación, a esta auténtica acomodación, a esta metamorfosis del Occidente romano en romano-germano, no se había segui­ do una línea recta; por el contrario, el camino había sido duro, zigzaguean­ te, con ensayos de otras soluciones, y con momentos en que parecía que todo podía volver a ser como antes. Esta será en lo fundamental la historia

del siglo V, que en algunas regiones pudo incluso prolongarse hasta bien

entrado el VI como consecuencia, entre otras cosas, de la llamada Recon­

quista de Justiniano.

1.2. Los pueblos germanos en vísperas de las invasiones

Tradicionalmente se suelen dividir a los diversos pueblos germánicos en tres grandes grupos, en atención a su lengua: germanos del norte, del oeste y de este. Ahora bien, esta división tradicional, y quese suele utilizar por su comodidad y fácil comprensión, no parece que se corresponda a una real diversidad étnica o cultural, comprobable en la cultura material detectada por la Arqueología. Incluso desde un punto de vista lingüístico se han propuesto otras clasificaciones alternativas, como la de E. Schwarz, en: gotoescandinavos, germanos continentales y germanos del mar del Nor­ te. Y desde la Arqueología se han llegado a diferenciar nada menos que nueve grupos culturales diferentes. Así los germanos occidentales se testi­ moniarían en las culturas del Elba, del mar del Norte y del Rin-Weser, con el gran nombre étnico de los suevos, frisones, longobardos, anglos y var

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nos entre otros, y los diversos grupos que darían luego lugar a las varias ligas francas y alamanas, respectivamente.

1.2.1. La gran migración de los godos

Entre los germanos orientales sin duda el primer gran elemento pertur­ bador habría sido la gran migración goda, que trajo consigo un basto pro­ ceso de etnogénesis y de corrimiento hacia el sur y el este de las fronteras germanas. En el primer siglo de nuestra Era se habría producido la prime­ ra etnogénesis goda en el territorio comprendido entre el Oder medio y el Vístula, surgiendo así los gutones de los autores grecorromanos del Alto Imperio. En torno a un núcleo aristocrático godo se pudo llegar a organizar una potente confederación tribal, en la que de una forma más o menos subor­ dinada formaron parte burgundios del Vístula inferior, vándalos, sobre todo los orientales o hasdingos, y hasta un pueblo protoeslavo conocido como los vendos. Pero sin duda el momento decisivo en la etnogénesis gótica, y en la configuración de la Germania oriental de vísperas de las grandes invasio­ nes, se produjo con la nueva y vastísima migración que condujo a importan­ tes grupos de gutones desde su hogar báltico hasta las orillas del Mar Negro. Causa para la emigración goda pudo ser la llegada al bajo Vístula de un gru­ po étnico escandinavo emparentado con ellos: los gépidos. La emigración goda, comenzada a mediados del siglo II, sería un proceso lento y por eta­ pas, en el que no todos sus participantes llegaron a la meta, sirviendo así ésta para marcar un amplísimo espacio cultural gótico desde las orillas del Bálti­ co a las del mar Negro. En ese espacio cultural gótico se integrarían y cir­ cularían no sólo grupos étnicos germanos -vándalos, hérulos, yutos, taifales etc-, sino también otros sármato-iranios. Sin duda que esta experiencia migra­ toria explica la posterior facilidad de las monarquías godas para aglutinar en torno suyo a fragmentos poliétnicos muy diversos.

La estancia de los godos en las llanuras entre el Don y el bajo Danubio tendría particular importancia en la final etnogénesis gótica. Pues allí se cimentaría una profunda sarmatización del elemento germano godo, así como iranización. Dichas influencias debieron tener gran importancia en la adquisición por los godos de ciertos elementos típicos de los pueblos jine­ tes de las estepas, tales como la importancia de la caballería pesada y del arco, el típico kaftán y gorro iranio, y el gran carro del nómada. De sárma­ tas y alanos aprenderían también las maneras de entrar en contacto, vio­ lento y pacífico al mismo tiempo, con las muy helenizadas ciudades de la costa póntica; lo que se trasladaría posteriormente a sus relaciones con el Imperio romano. De tal forma que, aunque no sea ya sostenible la tesis de la total sarmatización gótica en el sentido propuesto por G. Vernadsky, lo

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cierto es que hubo una intensa conexión y cooperación entre las aristocra­ cias goda, sármata y alana.

A partir del 238, y hasta los duros castigos infligidos por los emperado­ res Claudio el Gótico (268-270) y Aureliano (270-275), un potente reino godo unificado trataría de romper las fronteras del Imperio romano, tanto en los Balcanes como mediante sangrientas incursiones por todo el ámbito del Egeo, hasta muy el interior de Asia Menor. Las derrotas infligidas finalmente por las armas romanas serían causa decisiva en la división del pueblo godo en dos, lo que tendría grandes consecuencias en la posterior historia goda. Los gru­ pos godos asentados al este del Dniéster pasaron a denominarse greutun- gos u ostrogodos, permaneciendo gobernados bajo una estructura monár­ quica, que la tradición posterior hizo monopolizar por el clan de los Ámalos, según ella herederos de la anterior realeza gótica unificada. Por su parte los grupos góticos situados entre el Dniéster y el Danubio bajo el apelativo de tervingios o vesios (visigodos) adoptarían formas de gobierno más abiertas y autónomas, rechazando la realeza, bajo el caudillaje de poderosas familias aristocráticas, entre las que la tradición y la historia visigoda posterior des­ tacarían a los Baltos. Merece la pena señalar también que, por su misma situa­ ción geográfica y estructura sociopolítica, el grupo tervingio-vésico tenía un carácter poliétnico mucho más amplio que sus hermanos orientales, dife­ renciándose en su seno otras etnias menores aliadas, como era el caso de los taifales. Sería a consecuencia de esta misma posición geográfica cómo los tervingios estarían sometidos a una influencia cultural romana a todo lo

largo del siglo IV, constituyendo un importante reservorio de buenos solda­

dos para los ejércitos romanos. Sería a consecuencia de esta influencia cómo les llegaría la religión cristiana (vid. 161).

1.2.2. La etnogénesis vándala

La gran migración gótica y la nueva presión septentrional que supuso la llegada de los gépidos al bajo Vístula causaron también otras alteraciones étnicas en la Germania oriental situada en torno a la vieja ruta del ámbar de la edad del Bronce. Dichos cambios fueron protagonizados en lo fundamen­ tal por la expansión de las etnias vándalas en dirección sudoriental bajo la pri­ mera presión gótica. Los vándalos silingos, presionados por los burgundios

de Pomerania, se habían instalado en el siglo III sólidamente en la Alta Silesia,

sobre las dos orillas del Oder y en tomo al actual Breslau. Por su parte los has- dingos, más presionados por los godos desde finales del siglo habían avan­ zado hasta más allá de la Pequeña Polonia y Galitzia, asentándose firmemen­ te en la cuenca del Tisza en su confluencia con el Mures, aunque sin perder sus contactos con sus anteriores asentamientos más al norte. Su progresión

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meridional habría terminado por volverles a hacer chocar con los godos en Transilvania, renovando una vieja alianza con grupos de gépidos llegados también hasta allí, ya en tiempos de Constantino el Grande (306-337). Derro­

tados por romanos y godos los hasdingos a mediados del siglo IV se habían

replegado sobre sus bases del Tisza,.reanudando sus antiguos lazos con sus parientes silingos, pudiendo formar con ellos un núcleo de confederación tri­

bal base de la posterior gran invasión vándala de principios del siglo V.

1.2.3. Cambios sociopolíticos en los germanos orientales

Pero todos estos movimientos migratorios de godos y vándalos, princi­ palmente, y sus concomitantes procesos de etnogénesis y de formación de más vastas y centralizadas unidades políticas, no habían tenido lugar más que en el marco de unas transformaciones sociopolíticas entre los germanos orientales de enorme trascendencia. Ya Tácito destacaba en su Germania

cómo los germanos orientales de principios del siglo II contaban con regí­

menes monárquicos más poderosos y centralizados que sus hermanos occi­ dentales. Los grandes procesos migratorios y de asentamiento (Landnahme) que hemos recordado anteriormente provocarían la aparición de poderosas "monarquías militares" (vid 86) y aristocracias, cuya riqueza y poder se basa­ rían en el control de amplios séquitos de gentes armadas y dependientes de las mismas, cuyo mantenimiento posibilitaba y exigía la realización de accio­ nes bélicas y de saqueo casi continuas. Lo que a su vez era causa de un muy considerable aumento de las relaciones entre las aristocracias de unos gru­ pos étnicos con las de otros y con el mismo Imperio romano, cada vez más dispuesto en sus fronteras danubianas a aceptar a dinastas germanos con sus séquitos armados. La existencia de tales monarquías y nobleza militarizadas posibilitaba la concentración de importantes riquezas mobiliarias, constitui­ das en su mayor parte por bienes de lujo importados de Roma. Al tiempo que tales riquezas tenían una clara función de prestigio para sus propieta­ rios. Todo ello se refleja arqueológicamente en la aparición y difusión en todo el ámbito de la Germania oriental de las llamadas tumbas principescas (Fürs-

tengraber), caracterizadas por su rico y militarizado ajuar. Dichos enterra­

mientos habían hecho su aparición entre el 50 y el 150 en Pomerania, para extenderse luego por todo el ámbito cultural gótico. Mientras que la fronte­ ra con la Germania occidental, más o menos marcada por el curso del Oder- Neisse, sólo sería superada por dicho tipo de tumbas ya en el siglo ni, avan­ zando hacia Sajonia-Turingia por la ruta del Elba-Saale y desde Halle en dirección sudoeste. Mientras que las etnias germanas del Rin sólo asumirían

estas costumbres funerarias en el siglo IV por la llamada liga de los alama-

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1.2.4. Los germanos occidentales

Estos últimos indicios arqueológicos nos ponen en contacto con el mun­ do de la Germania occidental, testimoniando ya su mayor conservadurismo y retraso evolutivo en lo sociopolítico; escalonado de menos a más según se alejaban de sus hermanos orientales y se acercaban al potente sistema defensivo del Imperio romano en el Rin. Unos germanos occidentales a los que el establecimiento de dicha frontera no había hecho más que detener momentáneamente su progresión y desviarla más hacia el este y el interior de la Alemania central, prestando así el máximo protagonismo a los ger­ manos del Elba y de la confederación sueva, por desgracia los peor cono­ cidos por las fuentes grecorromanas. Por lo demás los germanos del mar del Norte habían visto muy pronto reanudarse las tradicionales migraciones hacia sus costas de germanos septentrionales, obligados a emigrar nueva­ mente por un empeoramiento climático, que a partir de mediados del siglo

III se habría concretado en nuevos avances del mar en las costas frisona,

holandesa y flamenca, con una consiguiente disminución de tierras y pra­ deras, y la inevitable crisis de superpoblamiento. Mientras que por Orien­

te a partir del siglo II sufrirían la presión de los más dinámicos y evolucio­

nados germanos orientales. Y frente a todo ello se situaban los obstáculos difícilmente salvables de los sistemas defensivos romanos establecidos en el Rin y el Danubio. La consecuencia de todo ello, al tiempo que solución a tales problemas, no podía ser más que una: una evolución sociopolítica y económica que condujese a la formación de potentes ligas o etnogénesis en tomo a nuevas monarquías y aristocracias militarizadas basadas en sus clien­ telas armadas. Instrumentos que permitían y exigían realizar expediciones de pillaje en el interior de Germania o en el Imperio romano, que paliasen las debilidades de su economía y los superávit demográficos; o el ponerse al servicio del ejército romano en grupos liderados por representantes de esa nueva nobleza guerrera; o, llegado el caso, ante una mayor presión extema y la debilidad creciente del Imperio, intentar el asalto definitivo sobre el Rin y el Danubio.

1.2.5. La etnogénesis de los alamanes

De los tres grandes grupos de germanos occidentales a comienzos de le Era cristiana -germanos del mar del Norte, transrenanos y del Elba- el últi­ mo era sin duda el más importante. La constitución de las fronteras imperia­ les en el Rin y en el Danubio había impedido la continuidad de su tradición de expansión hacia el sur y el oeste. Mientras la propia Roma había forzado el establecimiento de dos de sus etnias más importantes -los cuados y los

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marcomanos- en Bohemia y Moravia, respectivamente. La tercera gran etnia, tal vez la más populosa, los semnones, en un primer momento habría trata­ do de extenderse hacia el sudeste, en dirección hacia el Oder-Neisse y Sile­ sia, donde pudo mezclarse hasta cierto punto con grupos de germanos orien­ tales, vándalos y burgundios. Sin embargo los comienzos de la gran expansión

de los germanos orientales habría impedido en el siglo II esta vía de expan­

sión de los germanos del Elba. Desde principios del siglo III grupos frag­

mentados de semnones reiniciarían una nueva y discontinua expansión hacia el sudoeste.

Serían estas bandas en busca de botín, y en menor medida tierras, las que darían lugar a la formación de la que llegaría a ser poderosa liga de los alamanes, cuyo mismo nombre -"todos los hombres juntos"- indica la frag­ mentación étnica de sus orígenes. Esta se habría formado así a principios del siglo m entre los suevos semnones, y otros grupos étnicos menores, del Elba- Saale; a partir de donde se extenderían hacia el Meno y el Wetterau y Bris-

govia, donde se encontraban firmemente asentados en el siglo IV, habiendo

inundado los antiguos Campos decumates de los romanos. Liga políticamente fragmentada, compuesta de unidades menores bajo la jefatura de dinastas militarizados que disponían de séquitos armados. De esta forma la liga ala- mánica sería el resultado de la aparición entre los antiguos germanos del Elba de unas instituciones sociopolíticas bien ensayadas con anterioridad por los germanos orientales, con los que habrían tenido más de un estrecho con­ tacto durante los dos primeros siglos de la Era. Más al sur las otras dos gran­ des estirpes suevas de cuados y marcomanos habrían sufrido una profunda

vandalización cultural en los siglos ni y IV, reflejada socialmente en una cre­

ciente importancia y riqueza de sus aristocracias, arqueológicamente testi­ moniadas por la aparición de las llamadas "tumbas principescas”, a las que antes nos referimos. Significativamente éstas también habrían hecho su apa­ rición al tiempo del surgimiento de la liga alamánica, extendiéndose hacia el sudoeste al mismo tiempo que se expansionaba la liga.

1.2.6. La etnogénesis de los germanos del mar del Norte

Por su parte los germanos del mar del Norte no habían dejado de reci­ bir nuevos emigrantes nórdicos. Procedentes seguramente de Jutlandia los longobardos se habrían asentado a principios de la Era al sur de las bocas del Elba, en los llanos de Lüneburg; donde permanecerían hasta su gran

emigración meridional a comienzos del siglo V. Al norte de los longobardos

se encontraban una serie de etnias menores agrupadas en torno a la confe­ deración religiosa de la diosa Nerthus. Procedentes originalmente tal vez

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el Mecklemburgo, y los anglos, que habrían emigrado hasta el Elba medio

a comienzos del siglo V; mientras unos emigraban por mar a la Gran Breta­

ña otros contribuirían a la gran etnogénesis de los turingios. Mientras los viejos y prestigiosos hermunduros pudieron mantener su identidad étnica y servir de núcleo para la etnogénesis de los jutungos en el siglo m, sus veci­ nos los caucos de época de Augusto habrían sucumbido a unos nuevos emi­

grantes nórdicos, los sajones, hacia finales del siglo Π. En la centuria siguien­

te los sajones habrían avanzado por toda la costa entre el Elba y el Ems, agrupando en torno suyo a los restos de etnias de los antiguos ingveones e istveones.

1.2.7. La etnogénesis de los francos

Pudieron ser las acciones de saqueo y pillaje iniciadas por la liga sajo­ na hacia el interior lo que sirviera de motivo para la formación de la tardía, y a la larga más importante, agrupación de los germanos occidentales: la liga de los francos. El nombre genérico de éstos -"los hombres libres”- expresa también a las claras que su etnogénesis se produjo a partir de gru­ pos étnicos fragmentados. Aunque los orígenes de la liga franca sean oscu­ ros parece lo más probable que ésta se formase en la región del bajo Rin,

habiéndose separado de la liga sajona sólo a finales del siglo III, buscando

la alianza de otros grupos transrenanos más meridionales para así hacerse con el monopolio de las correrías piráticas por las costas atlánticas. Así habría nacido entonces la hostilidad histórica entre sajones y francos, que sólo terminaría con la total derrota de los primeros en tiempos de Carlo- magno. Los varios nombres étnicos de la liga franca -camavos, catuarios, bructeros, salios, usipetes, tencteros, tubantes y ampsivarios- indican cómo ésta se constituye en un cajón de sastre de las etnias transrenanas, a las que la política romana había impedido cualquier progresión, manteniéndolas fragmentadas y al margen de las principales transformaciones sociopolíti- cas que con anterioridad habían afectado a la Germania del interior. Más retardatarios así que otros grupos germánicos los francos permanecerían más tiempo fieles a viejas costumbres hacía tiempo abandonadas por el resto de los germanos, corno la incineración de los cadáveres y el predo­ minio absoluto de la infantería en la batalla. Esto último también se rela­ cionaría con un menor desarrollo de una aristocracia guerrera, basada en sus séquitos de dependientes armados. Unas y otros se desarrollarían tar­

díamente, ya muy entrado el siglo IV, como demuestran las “tumbas prin­

cipescas” francas; y serían de inmediato monopolizadas por unas pocas familias, surgidas en los diversos cantones en los que se subdividía el terri­ torio franco. El surgimiento de una realeza nacional común de tipo militar

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sería un fenómeno muy tardío, ya bien entrado el siglo v, y no lograría impo­ nerse totalmente hasta Clodoveo (481-511), ya en suelo provincial romano

(vid. infra, 43).

1.2.8. El avance de los germanos occidentales sobre el Imperio

Menos potentes que las grandes monarquías militares de las etnias- naciones de los germanos orientales, estas ligas occidentales no dejarían de cumplir sin embargo con su cometido histórico. Surgidas, aunque más tardíamente, de unos cambios sociopolíticos semejantes a los sucedidos en la Germania oriental, dichas ligas tenían muy poco que ver con las vie­ jas confederaciones de tipo religioso. Las ligas se constituyeron a base de grupos y bandas guerreras, étnicamente fragmentadas y de escasa auto- identidad, con una clara finalidad guerrera: para realizar periódicas accio­ nes de pillaje por mar y tierra sobre sus vecinos y, sobre todo, sobre las tierras del Imperio romano tan pronto como surgiese una ocasión propicia. Ésta se presentó con la gran crisis del poder militar y político del Imperio

romano que supuso el tiempo de la Anarquía Militar en el siglo III. Enton­

ces tendrían lugar los grandes ataques de los alamanes sobre la frontera renana de la provincia romana de la Germania Superior: en el 233-234, 259- 260, y entre el 260 y el 280. Momentos en que bandas guerreras alamáni- cas pudieron llevar sus saqueos hasta el norte de Italia y, tal vez, la penín­ sula Ibérica. Mientras que la liga franca, además de sus acciones piráticas por mar, que les llevarían hasta el Mediterráneo, lograrían romper la fron­ tera de la llamada Germania interior entre el 253-260 y 270-275. Aunque en todas estas ocasiones se trataría de acciones de saqueo sin interés en una ocupación permanente de tierra, no cabe duda de que servirían para planear operaciones migratorias de mayor envergadura en un próximo futuro. A los grupos de alamanes y francos que quedaron desparramados en el territorio cisrenano devastado o que, hechos prisioneros, fueron esta­ blecidos en colonias de campesinos-soldados ('laeti) en las Galias, y reali­ zaron así una regermanización de las tierras limítrofes del Imperio, se suma­ ba el prestigio y la riqueza acumulados por determinados jefes militares victoriosos. Todo lo cual redundaría en la formación de unas auténticas Ala- mania y Francia territorializadas y con plena conciencia de identidad étni­ ca al otro lado de la frontera romana del Rin, con la vista ya puesta en una futura expansión por un territorio romano que ya no les era tan ajeno cul­ tural y étnicamente, tan pronto como se produjera una desguarnización de la frontera imperial, un hecho que sucedió en el 406. Pero antes ya se habían producido intentos en el 358-361 y 388 por parte de los francos, y en 352- 358 y 366 por la de los alamanes. Mientras se multiplicaban las alianzas

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entre los emperadores romanos y los grandes generales imperiales con dinastas germanos, que se ponían al servicio del Imperio con sus séquitos y bandas de guerreros.

1.3. Causas y condicionantes de las invasiones

Un primer problema que plantea todo estudio de las invasiones bárba­

ras de fines del siglo IV y de la siguiente centuria es el de determinar sus cau­

sas. Antes que nada conviene advertir que éstas no constituyen un hecho his­ tórico aislado y de subita aparición. Como acabamos de ver desde finales

del siglo II a. C. ya se habían producido los primeros intentos migratorios

germánicos hacia tierras mediterráneas. Sólo la conquista romana de las Galias y la constitución del limes, o frontera del Rin y el Danubio, las habrían contenido durante un largo periodo. Pero de nuevo, a finales del siglo π y en

el III d. C., se produjo una gran oleada invasora. Tras un nuevo intervalo -pro­

ducto de la reconstrucción de las defensas imperiales por los emperadores ilirios- se produciría un nuevo y definitivo asalto a partir del último tercio del siglo IV.

Se han aducido motivos climáticos, demográficos y sociológicos, y has­ ta presiones de pueblos de las estepas euroasiáticas (hunos, principal­ mente). Sin duda todos estos factores tuvieron su influencia. Pero sobre todo parece que deben tenerse en cuenta los importantes cambios que se produjeron en el seno de las sociedades germanas en los primeros siglos de la Era cristiana. Estos se habrían concretado en un proceso evolutivo conducente a un progreso social y económico, con la constitución de estruc­ turas sociales y económicas muy jerarquizadas. Proceso en el que el con­ tacto con el mundo romano no habría dejado de tener importancia. Una evolución que arqueológicamente ha dejado su huella en la aparición y difusión este-oeste de las llamadas "tumbas principescas", como indica­ mos en su momento.

1.3.1. Soberanía señorial, séquitos, monarquía militar y etnogénesis

Para el tiempo previo a las grandes invasiones de fines del siglo IV

habría que poner como base de todo poder social y político en las diver­ sas agrupaciones populares germánicas lo que se conoce como "sobera­ nía señorial" (Hausherrschaft). Es decir, en un momento determinado se había concentrado en manos de unos pocos un dominio territorial sobre el que se ejercía una plena soberanía (Munt). Esta última alcanzaba a todos

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los que habitaban y trabajaban en esa unidad territorial, que también lo era económica, y que podía abarcar a una aldea entera. Entre dichos habi­ tantes se encontraban gentes de condición no-libre, esclavos siempre asen­ tados con su familia en una tierra, pero sobre todo un extenso grupo de semilibres según las concepciones jurídicas romanas. Estos últimos se encontraban unidos al "señor de la casa" (Hausherr) mediante un estrecho lazo de obediencia, lo que les obligaba a formar parte de su mesnada cuan­ do aquél decidía realizar alguna expedición militar contra terceros. Cer­ cana en su funcionalidad militar, aunque en el resto algo muy distinto, a esta forma de dependencia se la conocía bajo el nombre alemán de Gefol-

g e (séquito). Por medio de ella hombres de condición libre, con frecuen­

cia jóvenes extranjeros en busca de aventuras y fortuna, se unían a un señor con un lazo de fidelidad y mutua ayuda, que no de obediencia, pero con­ servando en todo su libertad personal.

No cabe duda que estos séquitos, de exclusiva significación militar, juga­ ron un gran papel entre los pueblos germanos de la época, acelerando el proceso de jerarquización sociopolítica y consolidando una auténtica noble­ za guerrera. Sin embargo no debe olvidarse la estrecha unión entre dicha institución y la de la "soberanía señorial" antes mencionada. De forma que siempre continuarían existiendo los otros séquitos compuestos de aldeanos y gentes no-libres. De modo que en algunos pueblos pudo producirse una confusión entre ambos séquitos, denunciando los nombres utilizados para sus miembros -gardingi entre los visigodos, gasindi entre los longobardos- un primitivo origen doméstico o incluso servil de los mismos.

No cabe duda de que en tiempos como los de las grandes invasiones tales séquitos de funcionalidad militar supusieron algo esencial. Muchas de las rea­ lezas germánicas de la época tuvieron su origen en tales séquitos. En esos casos se trató de la elección como "rey del pueblo en armas" (Heerkónig) del jefe de uno de tales séquitos. Ante las expectativas de grandes ganancias de botín o de tierras pudieron entrar a formar parte de los "séquitos” más potentes gentes de condición social elevada, jefes a su vez de otros séqui­ tos, estableciéndose de esta forma una verdadera jerarquía dentro de éstos. Como consecuencia de una invasión exitosa y del inmediato asentamiento (Landnahme) en tierras del Imperio dichas "monarquías militares" no pudie­ ron por menos que consolidarse.

También conviene tener en cuenta, a la hora de explicar las causas y desarrollo de las grandes invasiones, los mecanismos de formación de las unidades populares que participaron en las mismas y que aparecen men­ cionadas en las fuentes romanas de la época. Proceso conocido en la erudi­ ción en lengua alemana como Stammesbildung ("formación de las estirpes" o "etnogénesis"). Sin duda siempre ha sorprendido la facilidad con que apa­ recen en el escenario histórico grandes agrupaciones populares con unos

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nombres y una definición étnica muy determinada en apariencia, que sin embargo pueden desaparecer al poco sin dejar la menor huella ante el pri­ mer gran descalabro militar sufrido. La explicación de dicha aparente para­ doja la ofreció R. Wenskus. Según su teoría casi todos los pueblos germáni­ cos de la época de las invasiones comportaban como elemento aglutinante un linaje real en torno al cual se adhería un núcleo reducido de otros linajes, portador del nombre y las tradiciones nacionales de la estirpe. Mientras este núcleo se mantuviera más o menos intacto la agrupación popular subsisti­ ría, pues podría ir aglutinando y dando cohesión a elementos populares hete­ rogéneos en un proceso de etnogénesis continua. Dicha teoría resuelve ade­ más otra de las paradojas de los relatos antiguos sobre las invasiones: la exigüidad de las llamadas "patrias" o lugares de origen de las varias estir­ pes germanas -con frecuencia ubicadas todas en Scandia (sur de Escandi- navia), auténtica "vagina de pueblos”- y la gran importancia que éstas pudie­ ron alcanzar en el apogeo de su carrera histórica.

1.3.2. Religión y etnogénesis

Evidentemente la religión jugaba también un papel muy importante en la formación y preservación de esas identidades étnicas producidas a partir de unos determinados linajes. A este respecto no se puede olvidar que el paganismo germánico tradicional estaba profundamente relacionado con el predominio social y político de las familias aristocráticas. El culto a los dio­ ses Anses relacionaba con la divinidad los supuestos ancestros de dichas familias; y por intermedio principal de las diversas genealogías de los hijos de Mannus esos cultos tradicionales explicaban y fortalecían las diversas iden­ tidades étnicas con el protagonismo esencial de los jefes de las grandes estir­ pes aristocráticas.

Para el desarrollo y propaganda de tales cultos étnicos resultaba funda­ mental una especial literatura oral, como eran los famosos carmina antiqua recordados por Tácito. En esencia éstos contenían unas teogonias que en sus estratos más recientes se tramutaban en auténticas genealogías étnicas y, finalmente, dinásticas. La productividad de estas expresiones literarias tra­ dicionales para tales fines de predominio social y político, y de identidad étni­ ca, en fechas muy tardías, incluso ya en un momento de avanzada cristiani­ zación, queda demostrada con los solos ejemplos de la conocida genealogía Amala de Teodorico transmitida por Jordanes y el origo Langobardorum trans­ mitido, junto a la lista real longobarda, en el Edicto de Rotario, ya del siglo vn avanzado. En esta perspectiva era absolutamente normal que la cristianiza­ ción de un grupo étnico o linaje, o la sustitución de una doctrina cristiana, como el Arrianismo o la Ortodoxia católica, por otra, fueran asuntos de enor­

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me importancia política y de vital incidencia para el futuro de esa etnia o lina­ je (vid. infra, 162 y ss.)

1.4. La historia militar de las invasiones: la destrucción del Imperio en Occidente

En lo que podríamos llamar historia militar de las grandes invasiones se distinguen varias oleadas o etapas. La primera de ellas sería la protagoniza­ da en lo fundamental por pueblos germanos de los llamados ósticos (del este) -godos, vándalos, burgundios-; aunque con frecuencia se les unirían en su migración fracciones más o menos numerosas de nómadas sarmáticos o irá- nios (alanos) de las llanuras del sur de Rusia y/o del Danubio central y orien­ tal. Esta primera oleada se caracterizó por la amplitud de los movimientos migratorios, desde las orillas del mar Negro a la península Ibérica y el nor­ te de Africa, y por haber dado lugar a la aparición de los primeros reinos bárbaros en suelo imperial.

. La segunda oleada fue mucho menos aparatosa, pero sus resultados se­ rían bastante más duraderos. La primera afectó a grupos de inmigrantes bár­ baros minoritarios en comparación con los provinciales invadidos, lo que les condenaba a diluirse a corto o medio plazo. Y, con la excepción de los visi­ godos, ninguna de las fundaciones estatales a las que dio lugar pudo pasar

la barrera de mediados del siglo VI. Por el contrario, la segunda oleada por

lo general significó la penetración continuada y en masas bastante cerradas de grupos germanos en las Galias, Baviera y Gran Bretaña, llegándose a pro­ ducir hasta una germanización lingüística de territorios otrora dominados por el latín y el celta, como fueron la Galia renana y la Gran Bretaña. Fue prota­ gonizada en lo fundamental por germanos occidentales, cuyas etnogénesis, como hemos visto (vid. supra, 25 y ss.), eran bastante recientes, en caso de existir, siendo en una mayoría de casos el resultado de agrupamientos de fragmentos de diversas estirpes anteriores: francos, alamanes, bávaros, anglos y sajones.

Una tercera oleada habría tenido como resultado principal el estableci­ miento de los longobardos en Italia y el dominio de las estepas y llanuras de Europa central y oriental por los ávaros. Estos no eran germanos sino un pue­ blo posiblemente de origen mongol, encontrándose por completo ecuestri- zado y seminómada. En buena medida esta tercera oleada participaría de las características señaladas como propias de la primera, aunque la diferente

situación existente en la Europa de la segunda mitad del siglo VI produciría

resultados diferentes; sin duda más duraderos, como sería el caso del esta­ blecimiento longobardo en la Italia septentrional. Además durante esta épo­ ca en toda la fachada atlántica europea continuarían las incursiones de los

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germanos ribereños del mar del Norte. Éstas serían protagonizadas sobre todo por grupos de la llamada liga sajona y por otras unidades étnicas meno­ res, como anglos y hérulos, terminando por germanizar toda la antigua Gran Bretaña celtorromana.

1.4.1. La primera oleada: la gran invasión visigoda

La primera gran oleada se centra en torno a dos grandes hitos: la bata­ lla de Adrianópolis (378) y el paso del Rin (406). Ambas fueron protagoni­ zadas en lo esencial por germanos orientales -visigodos, ostrogodos, bur- gundios y vándalos-, más diversos grupos occidentales agrupados bajo la prestigiosa denominación de suevos, y los iranios alanos. Sin duda para com­ prender las causas de esta gran invasión hay que conocer lo que estaba ocu­ rriendo por detrás del mundo germánico, en las grandes y abiertas llanuras y estepas centroeuropeas y euroasiáticas.

Tras tura larga emigración desde territorios ribereños del Báltico los pue­ blos góticos hacia el 230 se encontraban asentados al norte del mar Negro. Además de los elementos populares agregados durante su larga migración en su nueva sede asumieron importantes contingentes de nómadas iranios (sármatas), adoptando ciertas tradiciones de éstos, en especial los godos situados más al este, o greutungos (vid. supra, 21). Éstos habían constituido un reino relativamente centralizado y extenso, mientras que en zonas bos­ cosas más occidentales habitaban los godos tervingios, con una menor cen­

tralización política. A lo largo del siglo IV ambos grupos, en especial los ter­

vingios, sufrieron la influencia de Roma, penetrando el Cristianismo en su variante arriana. Esto último les dotó de una mayor conciencia étnica, gra­ cias también a la creación por el obispo misionero Ulfila de un alfabeto para traducir la Biblia al gótico (vid. infra, 161). Pero toda esta situación se des­ moronó cuando el poderoso Reino de los greutungos, regido por el linaje de los Amalos, fue derrotado en el 375 por unos recién llegados a las este­ pas pónticas, los jinetes hunos. Tras la derrota y muerte trágica del rey godo Ermanerico, un pánico indescriptible se apoderó de ambos grupos godos. Mientras que una porción muy importante, compuesta especialmente de ter­ vingios, pidió y obtuvo del Imperio asilo en Tracia, otros se asentaron en la región de los Cárpatos y en Moldavia, bajo el protectorado de los hunos. Sería entonces cuando ambos grupos góticos iniciasen un nuevo proceso de etnogénesis que llevaría al grueso de los tervingios a transformarse en los históricos visigodos, y a lo principal de los greutungos bajo predominio huno a convertirse en los ostrogodos.

Sin embargo al poco de su entrada en el Imperio el emperador Valente (364-378) trató de aniquilar a los grupos godos, ante el peligro que repre­

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sentaba para la vecina Constantinopla la continua rebelión de unos godos explotados por traficantes y funcionarios romanos. Pero resultó derrotado y muerto en la batalla de Adrianópolis (9 de agosto de 378), donde se perdió una buena parte del ejército de maniobras romano-oriental. El nuevo empe­ rador oriental Teodosio el Grande (379-395) consiguió apaciguarlos, bene­ ficiándose de las luchas internas entre diversos nobles y linajes godos, esta­ blecerlos en la evacuada provincia de Mesia y utilizarlos como tropas federadas para la reconstrucción del ejército imperial.

La muerte del emperador Teodosio, que gozaba de un gran prestigio entre los jefes godos, y las desavenencias entre el gobierno de Constanti­ nopla y el de Roma, dirigido por Estilicón, serían utilizadas por el Balto Ala- rico para crear una "monarquía militar" visigoda en su persona. A partir de entonces Alarico y sus godos iniciaron una ambigua política que combina­ ba los saqueos en las provincias romanas con los ofrecimientos de sus ser­ vicios como tropas federadas a cambio de subsidios alimenticios, con el objetivo final de conseguir un alto cargo militar imperial para el rey godo y un territorio donde asentar a su pueblo en condiciones de cierta autonomía. Política primero seguida con el gobierno de Constantinopla y a partir del 401 con el de Ravena. De esta forma a partir del 401 Alarico presionaría a este último, jugando, y siendo utilizado también, con la oposición entre Estilicón y otros círculos cortesanos romanos. Tras la caída y asesinato de Estili­ cón (|408) Alarico se vio obligado a una política más agresiva, que culmi­ nó con el golpe de efecto que supuso el saco de Roma en el 410. Desapa­ recido al poco Alarico su política sería seguida por su cuñado y sucesor Ataúlfo (410-415). Tras el fracaso de éste de entroncar con la familia impe­ rial, con su matrimonio con la princesa Gala Placidia, y de hacerse una posi­ ción fuerte en el sur de las Galias, los 'visigodos serían finalmente estabili­ zados en virtud del pacto de alianza (foedus) firmado entre el rey godo Valia (415-418) y el general romano Constancio, nuevo hombre fuerte del gobier­ no occidental, en el 416.

En virtud de ese pacto los visigodos se comprometían a servir como tro­ pas federadas al Imperio occidental; y como primera prueba de ello en el 417 habrían logrado ya aniquilar a una buena parte de los grupos bárbaros que habían invadido la península Ibérica en el 409 (vid. infra, 34). A cambio, en lugar de obtener los tradicionales subsidios alimenticios el Imperio per­ mitía a los godos su asentamiento en la Aquitania II, en el sudoeste de las Galias, entregándoles a tal efecto dos tercios de una serie de fincas -posi­ blemente tanto de sus rentas dominicales como de los impuestos a pagar al Estado por esa porción- que serían repartidas entre los diversos agrupa- mientos nobiliarios godos y el del rey con sus séquitos. Aunque quedaba la antigua administración civil provincial romana sin embargo el rey godo reci­ bía amplias atribuciones que de hecho implicaron el establecimiento de un

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embrión de Estado visigodo en territorio imperial, con una corte y un núcleo de administración central de molde imperial en la ciudad de Tolosa. Había nacido lo que se conoce en la moderna historiografía como Reino visigodo de Tolosa.

1.4.2. La ruptura de la frontera del Rin

La presión creada por la estampida goda sobre los pueblos bárbaros situados más hacia Occidente y las dificultades militares creadas al gobier­ no de Ravena por las andanzas de Alarico en Italia terminaron por romper la tradicional frontera del Rin. Este hecho sería protagonizado por una inva­ sión compuesta de elementos populares muy dispersos. Los orígenes de la misma estarían en dos vastos conglomerados formados en el Danubio medio. Uno de ellos, constituido esencialmente por ostrogodos huidos del dominio de los hunos, bajo el mando de Radagaiso, invadió violentamente la Italia septentrional en el 405, para ser por completo masacrado por Estilicón en la batalla de Fiésole al verano siguiente. El otro sería más heterogéneo, pues bajo la jefatura del alano Respendial y del vándalo hasdingo Godegiselo incluía a vándalos silingos y hasdingos, marcomanos, cuados, gépidos, sár- matas y alanos; a los que se unirían en su migración a lo largo de la fronte­ ra danubiana colonos germanos allí establecidos por el Imperio y campe­ sinos romanos. Todos juntos lograron atravesar las defensas del Rin a la altura de Estrasburgo en la Navidad del 406. Tras ello los bárbaros, dividi­ dos en varios grupos y en un proceso interno de etnogénesis con la forma­ ción de una cuarta, tras las alana y vándalas, “monarquía militar” bajo el étnico de sueva, saquearían con extremada violencia las Galias, primero la septentrional en la ruta hacia Boulongne, para posteriormente dirigirse hacia el sur a lo largo de la costa atlántica. En septiembre del 409 la parte princi­ pal de los bárbaros invasores franqueba los Pirineos occidentales y pene­ traba en las Españas romanas.

La desviación de su primera ruta de invasión hacia el norte de las Galias se habría debido a un importante hecho sucedido del lado romano. En el 406 triunfaba en la Gran Bretaña la sublevación del general romano Constantino III. Pasado con su ejército a las Galias el usurpador logró ser fácilmente reco­ nocido por los restos del ejército de las Galias, que vieron en él al defensor de su país ante los invasores bárbaros. El nuevo emperador trató de con­ trolar lo más rápidamente posible los puntos vitales de las Galias, pasando de inmediato a la península Ibérica, donde logró derrotar a las tropas y nobles leales a la dinastía de Teodosio, representada entonces por el emperador Honorio (395-423). Sería precisamente la lucha que a partir del 409 se desa­ rrollaría en las Galias entre el usurpador y las tropas leales a Honorio, reor­

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ganizadas por el patricio Constancio, lo que facilitaría la invasión hispana del 409. Pues los invasores pudieron penetrar casi como aliados de la rebelión contra Constantino III surgida en el seno de su propio ejército destacado en la península, recibiendo en pago de sus servicios el derecho a la exigencia de subsidios a los provinciales: los vándalos hasdingos y los suevos la Gale- cia, los silingos la Bética, y los alanos la Lusitania y la Cartaginense.

1.4.3. Reacción imperial (416-454) e invasión de África por los vándalos

La recuperación de las fuerzas legitimistas en la Galia, con la derrota final de los usurpadores (Constantino III y sus hijos en el 411 y el posterior Jovino en 413), bajo el mando del poderoso generalísimo Constancio aca­ baría posibilitando la solución del problema visigodo con la firma del fo e ­

dus del 416. Y como consecuencia del mismo el gobierno imperial se pro­

puso seguidamente restablecer la situación en las provincias hispánicas, utilizando para ello la fuerza militar aliada de los visigodos de Valia. A lo lar­ go del 416-417 Valia conseguiría destruir las monarquías militares de ala­ nos y vándalos silingos, cuyos restos populares acudirían a engrosar las filas de los vándalos hasdingos. Si éstos y la débil monarquía sueva no fue­ ron destruidos se debería más a que Constancio optó por hacer venir a Valia a las Galias, donde se fundaría en el 418 el Reino de Tolosa, posiblemente interesado en culminar la limpieza de las provincias hispánicas con tropas mayoritariamente romanas, impidiendo también así un excesivo reforza­ miento del rey godo.

De esta forma hacia el 420 el gobierno imperial parecía haber restable­ cido la situación en todo Occidente. Los restos de los invasores de finales del

IV y principios del V estaban aniquilados, en vías de serlo o se esperaba su

final integración como soldados aliados del Imperio. Además los destinos de la dinastía teodosiana parecían asegurados, no obstante la falta de descen­ dencia de Honorio, con el matrimonio del poderoso general Constancio con la princesa Gala Placidia y su asociación al trono. Pero la muerte prematura de Constancio (421) y la de Honorio (423) desbaratarían la situación. La elec­ ción como emperador del infante Valentiniano III (425-454), hijo de Cons­ tancio y Gala Placidia, no sirvió más que para convertir al gobierno de Occi­ dente en presa de ambiciones e intrigas, en la que jugó un papel muy importante la bella Gala Placidia. Sería en esta situación, y aprovechándose de tales disputas, como los visigodos de Tolosa bajo la inteligente dirección del rey Teodorico I (418-451) tratarían de extender su dominio hacia la estra­ tégica Provenza, mientras en las Espafias los suevos consolidaban su poder en el noroeste y los vándalos saqueaban a su placer las provincias meridio­

Referencias

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