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Noam Chomsky - Ilusioninstas

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Noam Chomsky

Noam Chomsky

Ediciones

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Noam Chomsky 

Noam Chomsky 

Ilusionistas

Ilusionistas

Introducción, notas y traducción de Jorge Majfud Introducción, notas y traducción de Jorge Majfud

Colección Rara Colección Rara AvisAvis Ediciones Irreverentes Ediciones Irreverentes

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Todos los derechos reservados.

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor.

De la obra © Noam Chomsky, 2012

Del prólogo y la traducción © Jorge Majfud, 2012

Edición literaria: Jorge Majfud y Santiago García Tirado Ilustración de portada © Ángel Boligán

Foto de contraportada © Donna Covenney De la edición © Ediciones Irreverentes S.L. Septiembre de 2012

http://www.edicionesirreverentes.com ISBN: 978-84-15353-46-1

Depósito legal: M 29674-2012

Diseño de la colección: Absurda Fábula Imprime: Publidisa

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«Hay dos clases de pensamientos: los que nosotros mismos producimos por la reflexión y el acto de pensar y los que nos vienen a la mente por su propia voluntad». «Mi país es el Mundo y mi religión es hacer el bien». «El deber de un patriota es proteger a su país de los ataques de su propio gobierno».

 THOMAS PAINE (Intelectual inglés y revolucionario americano; uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos)

«El pueblo que está dispuesto a cambiar libertad por seguridad no merece ninguna de las dos». «La democracia son dos lobos y un cordero votando sobr e qué se va a comer. La libertad es un 

cordero bien armado, cuestionando cómo se vota».

BENJAMÍN FRANKLIN (Científico; uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos)

«Las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que los ejércitos. La  idea de gastar dinero para ser pagados por la posteridad, bajo el nombre de financiación, no es  más que una estafa a gran escala». «El dinero, no la moral, es el principio de las naciones fuertes»  «La ley más importante de todo nuestro código es la que promueve la difusión  del conocimiento entre el pueblo. No se puede idear otro fundamento seguro para conservar  la libertad y la felicidad. [...] El impuesto que se pague para la Educación no es más que la  milésima parte de lo que se tendrá que pagar a los reyes, a los sacerdotes y a los nobles que ascen-  derán al poder si dejamos al pueblo en ignorancia». «Si tuviese que elegir entre un gobierno sin periódicos y periódicos sin gobierno, no tengo dudas 

que elegiría esto último».

 THOMAS JEFFERSON (Filósofo y presidente de Estados Unidos; uno de los Padres Fundadores)

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PRÓLOGO

 JORGE MAJFUD

EL SERENO EQUILIBRIO DE UN CRÍTICO RADICAL Un atardecer de primavera de 2010, Noam Chomsky dio la conferen-cia titulada «I’m Kinda » en Princeton University. A diferencia del

res-to de Nueva Jersey, casi res-todo en Princeres-ton está rodeado de un aura mística, empezando por la casa y el vecindario de Albert Einstein y los bosques laberínticos de los parques hasta la biblioteca pública —con una frase de Jorge Luis Borges grabada en piedra a la entrada— y el pequeño y entrañable centro de la ciudad universitaria.

El antiguo salón de McCosh Hall, donde actualmente funciona el departamento de Inglés de la universidad, todavía conserva los pasillos oscuros, los antiguos asientos de madera y los pizarrones para tiza, lo que contrasta con los salones equipados con «pizarras inte-ligentes» y todo tipo de equipamientoshigh tech de otras universidades

menores que, con más frecuencia que excepciones, funcionan como distractores.

De pie, con voz pausada y casi murmurante, con una energía y  una claridad intelectual que ignoraban completamente sus ochenta y  un años, Chomsky leyó su conferencia de más de una hora antes de la tradicional sesión de preguntas y respuestas. Algunos lo escucha-ron con extrema atención y otros, probablemente estudiantes en su primer año, dedicaron una buena parte de ese tiempo a textear y leer

comentarios en Facebook.

Unos días después me envió el texto original para que lo tradu-jera y publicara en algunos medios del continente. Pero su extensión de treinta páginas lo hacía inadecuado para la prensa común. Lue-go un contratiempo relacionado con los derechos de autor de una

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editorial que planeaba publicar una versión del mismo texto en inglés demoró este proyecto. Finalmente, después de discutir varias  versiones del mismo texto, un día acordamos los términos de su publicación, con algunos cambios menores, al cual agregamos otras tres conferencias que completan lo que considero son, básicamen-te, las preocupaciones de Noam Chomsky de los últimos años, no muy diferentes en su base a las que lo han ocupado desde los años cincuenta: el sentido de la democracia y los obstáculos de los pode-res corporativos, las imposiciones y las reppode-resentaciones de la rea-lidad, las verdades oficiales y la manipulación de la historia, el trabajo colectivo y las diferentes expresiones de la libertad, la tiranía del dinero acumulado y el secuestro de las democracias, las diferentes formas de dictaduras y su sentido de un anarquismo progresivo —  todo a lo cual se ha agregado en los últimos tiempos una creciente preocupación por el problema ecológico y la probabilidad de un final anticipado de la humanidad que, paradójicamente, a pocos preocupa—.

* * *

 Tal vez está de más recordar que Noam Chomsky, profesor de Lin-güística del Massachusetts Institute of Technology desde 1955, es uno de los intelectuales vivos más activos, admirados y difamados1.

No solo ha revolucionado la Lingüística, fundamentalmente con su disertación doctoral defendida en 1955 en University of Pennsylva-nia —tesis que luego se convirtió en las famosas teorías de la Gramá-tica Universal y la GramáGramá-tica Generativa —, no solo es una referencia2

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1- Alguna vez Chomsky reconoció que su condición de «hombre blanco con privilegios» probablemente lo había sal-vado del destino de otros disidentes en décadas anteriores. También reconoció que, a pesar de todos los problemas que se han ido agregando en la historia contemporánea, muchos otros aspectos han evolucionado para mejor en nuestras socie-dades. Pero esos progresos, esos derechos y esas mayores libertades que puedan existir hoy en día —por básico debería ense-ñarse en las escuelas primarias, como suele decir él— son producto de una lucha frontal de resistencia colectiva; no por un desprendimiento benevolente de quienes administran el poder social.

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ineludible en cualquier discusión sobre esta disciplina y sobre filoso-fía en general —recordemos que la problemática del lenguaje ha sido central en el pensamiento de los últimos cien años, no sin fuertes implicaciones en las ciencias y en el mundo informático— sino que también se ha convertido en una referencia mundial en lo que se refiere a la problemática de las relaciones sociales, la filosofía políti-ca y, más específipolíti-camente, la polítipolíti-ca internacional.

Con cierta frecuencia y mezquindad intelectual se recurre a este hecho —a su aura definitivamente mítica en las ciencias lingüísti-cas— para justificar su fama en el campo del pensamiento político, en el más profundo sentido de la palabra. Como si se tratase de las opi-niones de un futbolista que es escuchado no por lo que dice sino por lo que juega. Chomsky no es un provocador que busca el espec-táculo como un escritor desconocido que se desnuda en una plaza para vender más libros. Es esa voz que quienes están en el poder, o quienes han sido seducidos por su discurso omnipresente, no quie-ren escuchar. Más que eso: no quiequie-ren que se escuche.

Claro, se puede argumentar que hay muchas otras injusticias y  otras dictaduras en el mundo y Chomsky no se dedica a desarticular-las con la misma vehemencia con que lo hace con los centros de poder radicados en Noroccidente. La respuesta es simple: en térmi-nos globales, esas dictaduras, esas injusticias —todas condenables, por supuesto—, no son las que dominan el mundo y, de hecho, son los temas preferidos y recurrentes de la gran prensa mundial. Lo cual no significa que cómodamente podamos descargar en Europa y en Estados Unidos todas las frustraciones de este mundo como, por ejemplo, hizo el presidente venezolano Hugo Chávez cuando afirmó que el terremoto que había devastado Haití en 2010 había sido pro-ducto de un experimento norteamericano.

El mismoThe New York Times ha dicho de Chomsky que «si lo

juz-gamos en términos de poder e influencia, sin duda es el intelectual más importante del mundo». Chomsky no solo desconfía de la calificación

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intelectual  —rechazo y desconfianza que es propia de la cultura

ame-ricana, pero por otras razones— sino que, cuando escucha esta cita aparentemente elogiosa, suele recordar que el mismo artículo se pre-guntaba cómo era posible que siendo uno de los intelectuales vivos más influyentes del mundo podría criticar de forma tan radical la política exterior de Estados Unidos3. «El día que no sea atacado o

mar-ginado por los grandes medios —reconoció varias veces— tendré que preguntarme si no estoy haciendo algo mal».

Menos subjetivo es el índice que elabora desde hace décadas el Institute for Scientific Information, según el cual Chomsky es el autor vivo más citado del mundo y solo superado por clásicos como Karl Marx, William Shakespeare, Platón o la Biblia.

 Aunque no pocos de sus atónitos detractores lo acusen de ser antiamericano —las reacciones epidérmicas de ser anti -algo, dondealgo

es un ideoléxico positivo, suelen estar incluidas en los repertorios de los censores del discurso social—, su crítica es una muestra de lo mejor del espíritu americano. Aquella élite de ilustrados que fundó Estados Unidos, que desde los años previos a la Revolución de 1776 hasta las primeras décadas estableció las bases institucionales e hizo explícito, en la Constitución y en las primeras leyes que todavía rigen los principios políticos y filosóficos de este país, está mucho más próxima al pensamiento de Chomsky que cualquiera de los autopro-clamados conservadores o neoconservadores de hoy. No sin las con-tradicciones propias de su tiempo —en casos graves, como cuando se refieren a los esclavos negros de entonces—, en su mayoría, los lla-mados Padres Fundadores desconfiaron del poder de los gobiernos y de las corporaciones y delinearon los fundamentos legales e insti-tucionales para asegurar el derecho a la crítica y a la rebelión y limi-tar los poderes políticos y corporativos de diversas formas. Es decir que hubo una época donde los políticos y los gobernadores de un gran

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país pertenecieron a la avanzada ilustrada de la historia, y entendie-ron que su trabajo solo consistía en la devolución del poder al pue-blo para que, a través de la educación y la cultura, alcanzasen su objetivo como individuos y como sociedad: la libertad, ese valor máximo que las estructuras jerárquicas, con violencia física o moral, le habían arrebatado a unos cuantos en beneficio de unos pocos.

No pocos citan a Chomsky por desprecio, como un ejemplo de un traidor a su tribu, a su etnia o a su país. Esta idea y estas acusacio-nes son comuacusacio-nes en muchos países y en diferentes culturas, pero es aún más paradójica en aquellas sociedades que se consideran demo-cráticas. En su raíz, la idea de que un crítico es un traidor a un país contiene todo el espíritu fascista, sea de izquierda o de derecha, según el cual los países tienen dueños ideológicos, religiosos, lin-güísticos, sectarios y tribales. Según estos «demócratas», si alguien no está de acuerdo con ellos debería abandonar el país o callarse para no caer en contradicción —ya que ese país les pertenece a ellos, naturalmente— dejando libre el poco espacio que los críticos y los disidentes tienen en la narrativa social. Luego, según esta mentalidad primitiva, todo el progreso de esa sociedad debe ser agradecido a quienes se benefician excesivamente de ella y no al mismo progreso de la historia que es siempre una obra colectiva con miles de años de formación. Si no fuera por los críticos —si fuera por los conserva-dores del status quo, de los patriotas enardecidos, de los moralistas y otros obsesionados con la sexualidad ajena, de los que, en definiti- va, se sienten con más derechos a la existencia civil y a la salvación divina que el resto de la humanidad—, después de cinco mil años de historia tendríamos muy pocos avances para contar, aparte de algu-nas pirámides nuevas.

Por ejemplo, casi todas las revoluciones más trascendentes en el pensamiento, en las ciencias, en las tecnologías y en las sociedades mismas tuvieron lugar antes de ese breve período que llamamos capi-  talismo. Los derechos individuales, la libertad como paradigma y la

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democracia misma que suelen ser identificados con el capitalismo, son anteriores e independientes de este sistema y han sobrevivido y pro-gresado muy a pesar de aquellos que se encuentran enquistados en las finanzas, los lobbies y los centros financieros, que en el mundo capi-talista es lo mismo que decir los «centros de poder»4. La misma idea

del libre mercado precede al capitalismo. Durante siglos, el libre mer-cado sirvió para expandir el conocimiento, la cultura y el entendi-miento entre diferentes culturas y hasta diferentes civilizaciones. Una buena parte de la revolución del Renacimiento europeo se debió al comercio con Medio Oriente y con la cultura islámica, por entonces mucho más avanzada en ciencias y humanidades que la subdesarro-llada Europa.

El capitalismo no es el peor de los sistemas que registra la histo-ria, ya que la introducción del dinero como valor móvil y abstracto, si bien por un lado trajo diversos males a la humanidad, por otro lado liberó a los individuos de las castas y los estamentos cerrados del feudalismo. No es el peor de los sistemas; es el más hipócrita, o al menos lo son sus voceros cuando levantan sus banderas y discursos repetitivos sobre la libertad , la democracia y la igualdad de los individuos

y de los pueblos. Paradójicamente, lo que el capitalismo tardío entien-de por «libre mercado» es solo la libertad entien-de las corporaciones, que es lo mismo que decir la libertad de los más fuertes. Aunque las sectas corporativas y financieras insistan en desparramar la narrativa del libre mercado, por sus prácticas fácilmente se deduce que en realidad son los primeros enemigos de un mercado verdaderamente libre, sobre todo por lo que tienen de neofeudalismo donde los poderosos

príncipes, duques y condes son aquellos individuos y aquellas fami-lias que heredaron gran parte de sus poderes; los vasallos no son otros que los trabajadores, como los endeudados son sus esclavos. De

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4- Si la democracia y el capitalismo fuesen complementarios o dos sistemas necesariamente interconectados, no exis-tiría el capitalismo en un país con un gobierno férreamente comunista, como lo es el de China hoy, uno de los capitalis-mos más exitosos en términos económicos y financieros de los últicapitalis-mos treinta años.

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un día para el otro, miles y millones de familias pierden sus casas como consecuencia de un movimiento financiero y no como conse-cuencia de un tsunami que pudiera haber destruido esas mismas casas que, en definitiva, quedan intactas, vacías y abandonadas. Con la diferencia de que en el feudalismo de la Edad Media los vasallos, el pueblo, eran los anónimos y la aristocracia los únicos que tenían nombres y apellidos, los hidalgos o hijos-de-algo. Ahora es al revés  —los anónimos son los dueños del poder concentrado en los bancos y resguardados por guardias oficiales e inmensos ejércitos cargados de gloria— pero el poder se sigue ejerciendo desde arriba.

Las libertades individuales y las democracias, que en algún gra-do real nos benefician a togra-dos, como tales seguirían siengra-do utopías o inspiraciones del demonio como alguna vez lo fueron y como está cla-ramente registrado por montañas de documentos que se han salva-do del fuego y del olvisalva-do estratégico.

Pero el olvido nunca descansa. Como lo repite un par de veces el mismo Chomsky en este libro «es normal que los vencedores arrojen la historia a la basura, como lo es que las víctimas insistan en rescatarla». Chomsky no es antiamericano; es uno de los mejores americanos después de aquellos lúcidos revolucionarios y gober-nantes ilustrados que fundaron los Estados Unidos a fines del siglo

XVIII y principios del siglo XIX . Como muchos otros americanos a

lo largo de la historia, se reconoce como anarquista y parece confir-mar un lema muchas veces despreciado que se podría resumir en la expresión piensa radical, actúa moderado, cuando en Understanding  Power (2002) resume su filosofía práctica, en la cual podemos

reco-nocer la actitud del científico acostumbrado a lidiar con otras com-plejidades:

«No creo que para promover un cambio social en serio haya que trazar un   plan sobre la sociedad del futuro. Por el contrario, creo que lo que debe guiar a 

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rían ser alcanzados de alguna forma […] Alguien puede llamar a esto reformis-  mo, en un sentido negativo. Sin embargo lo que finalmente hace que se alcancen  cambios revolucionarios son aquellas reformas que conducen a la realización  de ciertos principios que deben estar claros […] y para llegar a estos logros no hay  un solo camino. […] Creo que primero debemos tener la mente clara y en calma.  A decir verdad, tengo una actitud bastante conservadora sobre los cambios socia- 

les: desde el momento en que estamos enfrentados a un problema de extrema com-   plejidad que nadie puede entender completamente, creo que lo mejor es impulsar  ciertos cambios y verificar qué consecuencias tienen. Si realmente funcionan, entonces sí se pueden avanzar otros cambios en la dirección deseada. [En este cami-  no], cada autoridad y cada estructura autoritaria debe probar que realmente está   justificada, no a priori […] Sin embargo, a diferencia de la autoridad que  debemos ejercer con un niño, podemos ver que el ejercicio de la autoridad normal-  mente no está justificado en los intereses de quienes se encuentran por debajo de  dicha jerarquía, o de otras personas, o del medio ambiente, o del futuro mismo […] Por el contrario, esas estructuras jerárquicas normalmente se justifican   por el interés propio de quienes se encuentran en lo alto, por la necesidad man- 

tener el dominio y el poder sobre el resto».5

Defender los derechos de mi pueblo pasando por encima de los derechos de otros es nacionalismo criminal o glaucoma patriótico. Cuando un crítico incisivo como Chomsky defiende los derechos de un individuo o de un pueblo lejano, sea cual sea, denunciando las injusticias de los poderes que han secuestrado la identidad de su pro-pia nación, no solo está defendiendo la justicia de los otros sino la dig-nidad de los propios. No es traición de ningún tipo; es lealtad al género humano en general y a la moral más profunda del grupo al que pertenece, en particular.

Claro que no hay orden social perfecto ni poder monolítico.  Todo poder tiene su talón de Aquiles, sus fisuras. Por ejemplo, un

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5- Noam Chomsky, Peter R Mitchell, & John Schoeffel.Understanding Power: The Indispensable Chomsky. New York:

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poder imperial ha encontrado la forma de ejercer la violencia contra millones de personas pero no ha encontrado la forma de silenciar una voz como la de Chomsky, so pena de perder una de las califica-ciones más importantes, como es la de «libertad de expresión». En consecuencia, debe practicar otras formas sutiles de censura, como la difusión masiva de mentiras o de verdades a medias que caen en el desprestigio como «teorías conspiratorias». No deja de ser curioso que quienes suelen acusar a Noam Chomsky o a Eduardo Galeano de «maestros de las teorías conspiratorias» son aquellos mismos que han practicado o han apoyado probadas «prácticas conspiratorias».

La lectura de Chomsky, aun en el desacuerdo, es siempre un des-afío intelectual y un ejercicio moral tan importante como puede ser-lo el ejercicio físico para la salud del corazón. Soser-lo que más trascendente, ya que tal vez de un cambio de conciencia dependa el destino de toda la Humanidad.

* * *

En la traducción de estas cuatro conferencias he tratado de conser- var el estilo discursivo de Chomsky, no tanto en las estructuras sin-tácticas de sus frases sino en el ritmo y en la forma en que discurre su pensamiento. El genio rebelde de Noam Chomsky tiene la virtud de explicar lo más complejo de una forma simple pero aguda. Esta sim-plicidad de un pensamiento sofisticado como el suyo no debería per-derse en ninguna traducción. Tampoco las sutilezas de su frecuente ironía, que es una de esas características que suelen caer primero en algunas de sus traducciones.

Con su permiso, he introducido cambios menores, como la sub-titulación de la primera conferencia y ciertas omisiones en las otras para evitar repeticiones que son comunes en los conferencistas muy  activos. Al fin de cuentas, como decía Einstein, las ideas importantes nunca son muchas. También he reducido las notas a pie de página a

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un mínimo para no fastidiar demasiado al lector sin descuidar, por otro lado, que muchos detalles o datos que son comunes para un lector anglosajón no lo son para uno perteneciente al mundo hispánico.

Para finalizar, lo del principio: el autor de este libro no ha ocul-tado su entusiasmo por la elección del título que resume, en una sola palabra, un problema central en torno al cual giran sus últimas pre-ocupaciones: Ilusionistas.El lector podrá identificar muchos de estos

 vendedores de realidades —unos de carne y hueso, otros intangi-bles y solo visiintangi-bles por el análisis— que Noam Chomsky desenmas-cara sin tregua. Pero aún más importante: sin caer en el mero recurso político-religioso de confirmar o crear nuevos creyentes, este libro es un desafiante ejercicio intelectual. Creo que estas páginas reflejan de forma escrita el tono sereno y equilibrado del Chomsky oral, un hombre que dice sus verdades sin temor y sin rabia, sin las inseguri-dades que ocultan las apasionadas arengas de los fanáticos proselitis-tas de todo tipo. Esproselitis-tas páginas son una equilibrada y apasionada desarticulación de diversos mitos y narraciones sociales. Si el lector sale de ellas con un espíritu incendiario, probablemente no habrá comprendido el fondo del pensamiento chomskiano. Por el contra-rio, si es capaz de mantener una crítica radical más allá de las creen-cias, una actitud libre de las tradicionales cazas de brujas, de las explosiones del carácter propias de los preescolares, o de las verda-des convenientes de quienes están en el poder y de quienes lo sopor-tan como una fatalidad divina, si es capaz de buscar la verdad aunque sea dolorosa para construir una humanidad más justa y sustentable, entonces habrá dado un paso en la misma dirección que promueve el autor y las páginas de este libro.

 JORGE MAJFUD  Jacksonville, abril 2012

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INDA

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Reflexiones sobre la cultura del imperialismo

MEDIO ORIENTE

Esta es la tercera conferencia que he tenido el privilegio de dar en memoria de Edward Said, uno de los intelectuales más destacados e influyentes del último medio siglo.7 En los últimos años el mundo

tam-bién ha perdido a su íntimo amigo, Eqbal Ahmad8, y a un amigo

cer-cano de este, Howard Zinn9. Todos ellos, desde hace mucho tiempo,

han participado en las luchas fundamentales por la paz y la justicia, en palabra y acción; todos son irremplazables, inconmensurables pérdi-das, no solo para el círculo de aquellos afortunados que han tenido el privilegio de conocerlos. Los tres dedicaron gran parte de sus esfuer-zos y de sus talentos a varios objetivos comunes, entre ellos, la supe-ración del aislamiento, de los prejuicios, de las justificaciones moralistas y de las apologías que se encuentran entre las patologías del poder. Por el contrario, optaron por la defensa de los derechos de las  víctimas. También han contribuido con una mejor comprensión de la historia recibida, no solo de los que sufren sino también de aque-llos desconocidos, en cuyas pequeñas acciones radican los grandes momentos que entran en la historia, para parafrasear a Howard Zinn.

6- Conferencia en memoria de Edward Said leída en Princeton University el 8 de mayo de 2010.

7- Edward Wadie Said fue un profesor palestino-americano de Columbia University. Su libro Orientalism (1978)

marcó un hito en el pensamiento poscolonialista. Nacido en Jerusalén en 1935, fue profesor de Inglés y Literatura Com-parada, y activista social. Murió en Nueva York en 2003, a los 67 años.

8- Eqbal Ahmad (1933-1999) fue escritor y periodista paquistaní. Doctorado en Princeton University, fue profesor en diferentes universidades de Estados Unidos. Se retiró de la vida académica en Paquistán, donde murió en 1999. Recono-cido mundialmente como un activista antibélico.

9- Howard Zinn (1922-2010), uno de los historiadores más reconocidos del sigloXX, fue profesor en Boston

Univer-sity. Al igual que Noam Chomsky, Zinn era hijo de inmigrantes judíos de clase trabajadora. Participó como bombardero en la Segunda Guerra. Años después, mientras hacía la investigación para su doctorado, supo que había participado en el bom-bardeo que había matado alrededor de mil franceses. Zinn se convirtió en uno de los intelectuales antibélicos más acti-vos y consistentes durante el resto de su vida.

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En tres conferencias he tratado de abordar algunos de los temas a los que Edward y sus compañeros de lucha dedicaron gran parte de sus vidas y de sus obras. La primera fue en Beirut, en 2006, poco antes de la invasión israelí que destrozó, una vez más, gran parte de aquel país. Fue la quinta invasión en treinta años, todas con el deci-sivo apoyo de los Estados Unidos. La más brutal y destructiva fue en 1982, cuando Israel invadió y mató entre 15.000 y 20.000 personas. Cada acto de agresión ha tenido un pretexto; en este caso se trató de una historia inventada sobre el lanzamiento de misiles desde Galilea por parte de la OLP durante la tregua de 1981-1982, que la OLP respetó escrupulosamente a pesar de los ataques criminales de Israel en un esfuerzo evidente por obtener algún pretexto para la proyec-tada invasión. Como alguna vez se ha reconocido en Israel mismo, la invasión fue en realidad una guerra por la disputa de Cisjordania, con la intención de defenderse de las amenazas diplomáticas que habían iniciado los palestinos. La invasión «mató a casi el doble de per-sonas que el asedio de Sarajevo, en una vigésima parte del tiempo», según el corresponsal para Medio Oriente del diario de negocios líder en el mundo.10 Las reacciones a los ataques serbios y al ataque

israelí-americano, huelga decirlo, fueron muy diferentes, de acuerdo con la correlación casi perfecta entre el crimen y la intervención, lo de ellos y lo nuestro. La invasión de 2006 devastó los lugares que mi esposa y yo acabábamos de visitar, añadiendo para mí personal-mente un dolor especial a las escenas de destrucción, allí donde habíamos sido amablemente recibidos en un raro período de paz y  esperanza, y agregó un dolor especial a las muertes de todos aque-llos que habíamos conocido personalmente.

Quizás debería añadir un comentario sobre la expresión «Inva-sión israelí-estadounidense». Es precisa, y se refiere, en general, a los crímenes de Israel desde que la alianza con Estados Unidos fue

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nida en 1967 tal como la conocemos hoy en día. Israel puede ir tan lejos como se lo permita Estados Unidos. En cualquier caso, los Estados Unidos están participando directamente, incluso en los deli-tos que condena oficialmente, aunque con un guiño a su aliado. Con cierta frecuencia lo observamos hoy en día, como cuando el presiden-te Barack Obama repipresiden-te las frases oficiales sobre la expansión de los asentamientos. Mientras le dice a la prensa que su postura es puramen-te «simbólica», y que no va a considerar siquiera un tímido tirón de orejas al estilo de Bush padre, cuando se molestaba por las formas (no por los hechos) en que Israel desafiaba su llamado para detener esas mismas acciones ilegales. Desde hace más de cuarenta años, a lo lar-go y ancho del mundo, desde la Corte Internacional de Justicia has-ta las más alhas-tas autoridades de Israel (incluidos distinguidos y  renombrados juristas internacionales), han reconocido que el progra-ma de asentamientos viola los principios más elementales del Dere-cho Internacional. ¿Y de qué ha servido?

En la invasión de 2006, la postura de Obama fue clara y explíci-ta. Durante su campaña presidencial, dos años más tarde, apoyó una resolución del senado de 2006, insistiendo en que el ataque despia-dado contra el Líbano debía continuar, y rechazó un alto al fuego has-ta que Israel estuviese a salvo de la amenaza de los misiles de Hezbolá. No hubo, sin embargo, ninguno desde que Israel evacua-ra el Líbano seis años atrás, pero fueron lanzados como respuesta a la invasión y al bombardeo sobre la población civil de Líbano. Oba-ma aceptó sin reparos la justificación de Israel para la invasión: que había sido una respuesta motivada por la captura de soldados israe-líes en la frontera, un pretexto difícil de tomar en serio bajo cualquier circunstancia, sobre todo considerando la costumbre de Israel en los últimos treinta años de secuestrar y asesinar civiles tanto en Líba-no como en alta mar, con frecuencia manteniéndolos encarcelados durante décadas, unas veces como rehenes, otras en cárceles secre-tas. En evidente contraste, Obama no pronunció una sola palabra

Referencias

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