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Jorge Martínez-Pinna - EL PUEBLO ETRUSCO

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HISTORIA

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A

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HISTORIA

°^MVNDO

ANTÎGVO

18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. gnegtf.

J. J. Sayas, Las ciudades de Jo-

nia y el Peloponeso en el perío­ do arcaico.

R . López M elero, E l estado es­

partano hasta la época clásica.

R . López M elero, L a fo rm a -

ción de la democracia atenien­ se, I. E l estado aristocrático.

R . L ópez M elero, La fo rm a ­

ción de la democracia atenien­ se, II. D e Solón a Clístenes.

D . Plácido, C ultura y religión

en la Grecia arcaica.

M . Picazo, Griegos y persas en

el Egeo.

D . Plácido, L a Pentecontecia.

Esta historia

,

obra de un equipo de cuarenta profesores de va­ rias universidades españolas

,

pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez

,

ser accesible a lectores de di­ versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­ tores antiguos

,

mapas, ilustraciones

,

cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor

,

de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por. el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.

1. A . C aballos-J. M . S erran o ,

S um er y A kka d .

2. J . U rru e la , Egipto: Epoca Ti-

nita e Im perio A ntiguo.

3. C . G . W ag n er, Babilonia. 4. J . U rru e la , Egipto durante el

Im perio Medio.

5. P. Sáez, Los hititas.

6. F. Presedo, Egipto durante el

Im perio N uevo.

7. J. A lvar, Los Pueblos del M ar y otros m ovim ientos de pueblos a fin es del I I milenio.

8. C . G . W ag n er, Asiría y su

imperio.

9. C . G . W ag n er, Los fenicios. 10. J . M . B lázquez, Los hebreos. 11. F. Presedo, Egipto: Tercer Pe-

nodo Interm edio y Epoca Sal­ ta.

12. F. Presedo, J. M . S erran o , La

religión egipcia.

13. J. A lv ar, Los persas.

14. J. C . Berm ejo, E l m undo del

Egeo en el I I milenio.

15. A . L o zan o , L a E dad Oscura. 16. J. C . B erm ejo, E l m ito griego

y sus interpretaciones.

17. A . L o zan o , L a colonización

25. J. F ern á n d e z N ie to , L a guerra

del Peloponeso.

26. J . F ern á n d e z N ie to , Grecia en

la prim era m itad del s. IV.

27. D . P lácid o , L a civilización

griega en la época clásica.

28. J. F ern á n d e z N ie to , V. A lo n ­ so, Las condiciones de las polis

en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos.

29. J. F ern á n d e z N ie to , E l m u n ­

do griego y F Hipa de Mace­ donia.

30. M . A . R a b a n a l, A lejandro

M agno y sus sucesores.

31. A . L o zan o , Las monarquías

helenísticas. I: E l Egipto de los Lágidas.

32. A . L o zan o , Las monarquías

helenísticas. I I: Los Seleúcidas.

33. A . L o zan o , Asia M enor he­

lenística.

34. M . A. R a b an al, Las m onar­

quías helenísticas. III: Grecia y Macedonia.

35. A . P iñ ero , L a civilización he­

lenística. R O M A 36. J. M a rtín e z -P in n a , E l pueblo etrusco. 37. J . M a rtín e z -P in n a , L a Rom a prim itiva. 38. S. M o n te ro , J. M a rtín e z -P in ­ na, E l dualismo patricio-ple­

beyo.

39. S. M o n te ro , J. M a rtín e z P in -n a , L a co-nquista de Italia y la

igualdad de los órdenes.

40. G . F atás, E l período de las pri-

meras guerras púnicas.

41. F. M arco, L a expansión de

R om a por el M editerráneo. De fin es de la segunda guerra Pú­ nica a los Gracos.

42. J. F. R o d ríg u ez N eila, Los

Gracos y el comienzo de las guerras civiles.

43. M .a L. S ánchez L eón, R evu el­

tas de esclavos en la crisis de la República.

44. C . G onzález R o m á n , L a R e ­

pública Tardía: cesarianos y pompeyanos.

45. J. M. R o ld án , Instituciones po­

líticas de la República romana.

46. S. M o n te ro , L a religión rom a­

na antigua.

47. J. M angas, Augusto. 48. J. M angas, F. J. L om as, Los

Julio-Claudios y la crisis del 68.

49. F. J. L om as, Los Flavios. 50. G . C hic, L a dinastía de los

Antoninos.

51. U . E spinosa, Los Severos. 52. J. F ern án d ez U b iñ a, E l Im p e­

rio Rom ano bajo la anarquía militar.

53. J. M u ñ iz Coello, Las finanzas

públicas del estado romano du­ rante el A lto Imperio.

54. J. M . B lázquez, Agricultura y

m inería rom anas durante el A lto Imperio.

55. J. M . B lázquez, Artesanado y

comercio durante el A lto I m ­ perio.

56. J. M an g as-R . C id, E l paganis­

mo durante el A lto Imperio.

57. J. M . S an tero , F. G aseó, E l

cristianismo prim itivo.

58. G . B ravo, Diocleciano y las re­

form as administrativas del I m ­ perio.

59. F. Bajo, Constantino y sus su­

cesores. La conversión del I m ­ perio.

60. R . Sanz, E l paganismo tardío

y Juliano el Apóstata.

61. R. Teja, La época de los Va-

lentinianos y de Teodosio.

62. D . Pérez Sánchez, Evolución

del Im perio Rom ano de O rien­ te hasta Justiniano.

63. G . B ravo, E l colonato bajoim-

perial.

64. G . B ravo, Revueltas internas y

penetradones bárbaras en el Im perio i

65. A. Jim én ez de G arn ica, La

desintegración del Im perio R o ­ mano de Occidente.

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HISTORIA

^MVNDO

A

ntîgvo

(4)

Director de la obra: Julio Mangas Manjarrés

(Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid)

Diseño y maqueta:

Pedro Arjona

«No está permitida la

reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de ios titulares del Copyright.»

© Ediciones Akal, S.A., 1989

Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España

Tels. 656 56 11 - 656 49 11 Depósito Legal: M. 38.563-89

ISBN: 84-7600 274-2 (Ob.ra completa) ISBN: 8 4 -7600-484-2 (Tomo X,XXVI) Impreso en GREFOL, S.A.

Pol. II - La Fuensanta Móstoles (Madrid) Printed in Spain

(5)

EL PUEBLO ETRUSCO

Jorge Martínez-Pinna

(6)

Indice

Págs.

I. Introducción ... 7

II. La cuestión de los orígenes del pueblo e t r u s c o ... 10

Las tesis de los historiadores m odernos ... 11

III. La prehistoria de Etruria ... 15

1) La Edad del Bronce ... 15

2) La transición del bronce al hierro ... 17

3) La Cultura Villanoviana ... 19

IV. El periodo orientalizante... 23

V. Las ciudades e t r u s c a s ... 28

,1) Etruria meridional ... 30

2) Etruria septentrional ... 34

3) Etruria interna ... 36

VI. Líneas de historia etrusca ... 38

1) La «expansión» etrusca ... 38

a) Los etruscos en C am p an ia ... 40

b) Etruscos en la llanura p a d a n a ... 42

c) La llam ada talasocracia etrusca ... 43

2) El período a r c a i c o ... 45

3) La decadencia de E t r u r i a ... 51

VIL Aspectos de la civilización etrusca ... 58

1) Instituciones políticas ... 58

2) Estructura social ... 60

3) Vida económica ... 64

C rono log ía... 69

(7)

El pueblo etrusco

1. Introducción

7

El pueblo etrusco era aquél que en la antigüedad habitaba la Etruria histó­ rica, es decir aquella región de la pe­ nínsula Itálica co m prendida entre los ríos Tiber y Arno y el m a r Tirreno. Este pueblo interpretó un papel histó­ rico de reconocida im portancia, ya que fue la primera nación itálica que m aterializó notables logros cultu ra­ les, como el fenómeno de la u rb a n i­ zación y la utilización de la escritura, siendo por ello tam bién la prim era en a b a n d o n a r la p en u m b ra de los tiem­ pos pro- y protohistóricos y en tra r en la historia. Todos estos avances fue­ ron en gran medida fruto de la b en e­ ficiosa influencia de los griegos, ins­ talados firmemente desde m ediados del siglo VIII a.C. en el sur de la pe­ nínsula: pero luego los etruscos se e n ­ cargaron a su vez de extenderlos por otras regiones, beneficiando con su estímulo a otros pueblos itálicos: Roma fue sin duda alguna el a lu m n o más aventajado del magisterio etrusco.

Sin em bargo el pueblo etrusco no

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se limitó exclusivamente a esta fun­ ción de receptor y a continuación trans­ misor de nuevos elementos cultura­ les, sino que también y en mayor grado era portador de una cultura propia, cuyas características no dejaron de sorprender en m uchos casos a griegos y a romanos. De esta m an era fue sur­ giendo poco a poco la d e n o m in ad a «cuestión etrusca», p ro p o rc io n a n d o a este pueblo una aureola de misterio que, alim entada por la imaginación de los hum anistas del R enacimiento y de los eruditos de la «etruscheria» de la Ilustración, todavía vive muy arraigada en la m entalidad p o p u l a r e incluso en algunos am bientes cultos. A unque esta idea no responda ni m u ­ cho menos a la realidad, ciertamente hay que reconocer que razones no le faltan, siendo la causa fundam ental el hecho de que el investigador no pueda aún ofrecer un cuadro

comple-Diferentes modelos de alfabetos etruscos

(según M. C ristofani).

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8 A ka l Historia d e l M undo Antiguo

to y e x h a u s tiv o de la c iv iliz a c ió n etrusca.

La razón de esta últim a situación hay que buscarla en las característi­ cas de la docum entación disponible. A partir del año 700 a.C. a p r o x im a d a ­ m e n t e , los e t r u s c o s c o n s i g u e n el conocim iento de la escritura, siendo precisam ente los calcidios de C um as, p rim ero s colonos griegos de Italia, quienes les p ro porcionaron el alfabe­ to modelo, el cual fue a d a p ta d o a las necesidades fonéticas etruscas, s u r­ giendo diversos tipos según las regio­ nes. Por ello las inscripciones etrus­ cas se leen sin apenas dificultades, puesto que la escritura utilizada en definitiva es griega. Sin em bargo, la lengua, es prácticam ente desconoci­ da, ya que no es indoeuropea y ta m ­ poco está em p aren tad a con ninguna otra de la antigüedad, de m an era que el único método válido p ara intentar pro fu n d iz ar en el conocim iento de la lengua etrusca se limita y agota en sus p r o p i o s te s tim o n io s . A d e m á s este hecho se com plica por las propias particularidades de las inscripciones etruscas a nuestra disposición, pues au n q u e no son escasas en núm ero, su contenido es extraordinariamente par­ co y m onótono, ya que salvo c o n ta ­ das excepciones, se limitan a las áreas funeraria y votiva, con un lenguaje circunscrito a fórm ulas repetidas y con un repertorio lexical ciertamente escaso, sin apenas posibilidades para penetrar en la estructura interna de la lengua. C om o dice el gran etruscólo- go M. Pallottino, «bajo estas co n d i­ ciones debemos confesar que a u n q u e existiese la posibilidad técnica de tra­ ducir íntegramente, p alab ra por p a la ­ bra, todos los textos disponibles, la consistencia del léxico etrusco y m u ­ chos aspectos de la m ism a estructura de la lengua p e r m a n e c e ría n igual­ mente desconocidos». Sin em bargo, a pesar de la exigüidad de las a p o rta­ ciones de la epigrafía etrusca, de que nos dificulte el acceso a im portantes aspectos de esta civilización, no debe­

mos despreciar el gran valor histórico que contienen tales documentos, sino más bien por el contrario apreciarlos en su justa medida, con la esperanza de que los hallazgos que c o n tin u a ­ m ente se producen p u e d a n p ro p o r­ c ionar nueva luz que permita av a n ­ zar sobre bases más seguras.

La m ayor c a la m ida d para el etrus- cólogo es quizás la pérdida práctica­ m ente completa de la literatura etrus­ ca. Al contrario de los autores griegos y latinos, cuya obra sobrevivió p or es­ tar escritas en lenguas conocidas, la literatura etrusca dejó de tener interés c u a n d o esta civilización tocó a su fin, en el m om ento en que la lengua etrus­ ca cayó en desuso y era conocida tan sólo por algunos eruditos. N o o b sta n ­ te, u n a parte m ínim a de la tradición literaria etrusca consiguió zafarse del olvido, aunque siempre en forma muy fragmentaria, a través de la obra de escritores latinos y griegos que tuvie­ ron acceso a la m ism a gracias sobre todo a los esfuerzos de traducción lle­ vados a cabo en el siglo I a.C., que perm itieron verter al latín im p o rta n ­ tes trata d o s etruscos, fu n d a m e n t a l ­ mente de carácter religioso.

Así pues, perdida la producción li­ teraria e imposible de utilizar en toda su am plitud la docu m en ta ció n epi­ gráfica, restan com o fuentes p rin cip a­ les para el estudio de la civilización etrusca los restos arqueológicos y los testimonios que sobre este pueblo nos dejaron los autores griegos y latinos. Pero estas fuentes tam poco están al m argen de una situación p roblem á ti­ ca. Las fuentes literarias pueden ca ta­ logarse en dos grupos: por u n lado te­ nem os los m encionados restos de la propia literatura etrusca, y por otro, aquellas noticias sobre los etruscos que incluían en sus obras los escrito­ res clásicos cu a n d o la situación lo re­ quería. U n o y otro son sin embargo extraordinariamente parciales, ya que el prim ero queda prácticam ente rele­ gado al ám bito de la religión, m ien ­ tras que el segundo o bien se limita

(9)

El pueblo etrusco 9

a menciones marginales a propósito de algún episodio de la historia de Rom a, o bien viene a ser u n a inter­ pretación ro m an a en la cual no están ausentes ciertos prejuicios tendencio­ sos sobre unos hechos etruscos cuyo significado se desconocía.

La arqueología aparece por tanto com o la fuente fundam ental p ara el etruscólogo. La arqueología etrusca es excepcionalm ente rica y nos p ro ­ porciona no sólo el testimonio m udo de la cultura material, sino que ad e ­ más h aciendo las preguntas idóneas a tales testigos, nos introduce asimis­ mo en el entra m ad o social, económ i­ co e ideológico del cual fueron p ro ­ ducto. No obstante hay que estar atento a las dificultades y limitaciones que tam bién presenta este tipo de docu­ m entación, pues sin la posibilidad de contraste con cualquier otro testimo­ nio, la arqueología tom ada p or sí sola puede ser maestra de errores. E n la ac tu a lid a d se asiste en mi o p in ió n a u n optim ism o excesivo sobre las en o rm e s posibilidades de i n fo rm a ­

c i ó n q u e o f r e c e la a r q u e o l o g í a , de m anera que los resultados obteni­ dos no llegan a ser finalm ente tan satisfactorios com o en p rincipio se preveían.

En resumen, puede decirse, que en el momento presente los estudios etrus- cológicos se caracterizan todavía por su extraordinaria movilidad. Cierta­ m ente se h a n conseguido ya resulta­ dos que casi pueden considerarse como definitivos, desterrando conceptos y opiniones erróneas y e n c a u z a n d o por buen cam ino el estudio sobre im por­ tantes aspectos de la historia etrusca. Sin embargo, esto no debe hacernos olvidar las enormes lagunas que to­ d av ía existen en n u e s tro s c o n o c i­ mientos, lagunas que en num erosas ocasiones afectan a p u n to s fu n d a ­ mentales de esta civilización, por ejem­ plo las instituciones políticas de sus ciudades o la estructura social, según tendremos ocasión de ver más ade­ lante, problem as p ara los cuales toda­ vía no se ha encontrado u n plan tea­ m iento totalmente acertado.

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Escena de caza. (TurnDa de la Caza y la

(10)

10 A ka l H istoria del M undo Antiguo

II. La cuestión de los orígenes del

pueblo etrusco

Precisamente uno de los problem as que más ha llam ado la atención so­ bre los etruscos ha sido el de sus orí­ genes, quizás la manifestación más sobresaliente de esa aureola de miste­ rio que rodea, ya desde la Antigüe­ dad, todo aquello re la cio n ad o con este pueblo. A un q u e está ya en gran m edida superada, veamos no o b s ta n ­ te brevemente los diferentes p la n te a ­ mientos que ha tenido esta cuestión.

El origen del pueblo etrusco, al igual que el de otros m uchos de la Antigüe­ dad, fue definido por vez prim era por los griegos, quienes siempre atribuían la fundación de una ciudad a un h é ­ roe y el origen de un pueblo a una mi­ gración conducida por u n mítico guía o archegétes, existiendo al respecto una vastísima literatura de la cual se hizo eco el historiador griego Polibio en el siglo II a.C. (Polibio, IX.2.1.). Los etrus­ cos no escaparon a esta generaliza­ ción y su origen fue situado en el Egeo: según H eródoto (1.94), h a b ié n ­ dose declarado una grave y larguísi­ m a carestía en Lidia, se decidió que parte de la población a b a n d o n a ría la región y conducida por Tirreno, hijo del rey lidio Atis, iría en busca de una nueva patria; al cabo del tiempo lle­ garon a establecerse en Italia, donde fundaron ciudades y adoptaron el nom ­

bre de tirrenos derivado del de su conductor. Por su parte, H elánico de Lesbos (en Dionisio, 1.28.3) dice que los tirrenos eran pelasgos, misterioso pueblo del Egeo, quienes tras m ucho vagar, llegaron a Italia y «coloniza­ ron el país llam ado ahora Tirrenia». F inalm ente Antíclides (en Estrabón, V.2.4) asegura que los pelasgos, des­ pués de colonizar Lemnos e Imbros, dos islas del Egeo, se u nieron a la ex­ pedición de Tirreno hacia Italia. Pero adem ás de encuadrarse en este c o n ­ texto a nivel general com o nación, tam bién algunas ciudades etruscas en p artic u la r elevaban su origen a un am biente similar, y así Caere se decía fun d a d a p o r los pelasgos y C ortona tenía en Dárdano su héroe fundador.

C om o puede observarse, el origen oriental de los etruscos era un lugar co m ú n en la literatura antigua, hasta tal punto que el poeta Virgilio, de a n ­ tepasados etruscos, utiliza indistinta­ m ente los térm in o s lidio y etrusco para designar al m ism o pueblo. La única excepción a esta regla general la encontram os en Dionisio de H a li­ carnaso, historiador de época de A u ­ gusto, quien tras discutir las o pinio­ nes anteriores, concluye a firm a ndo la autoctonía del pueblo etrusco, ya que ni su lengua ni sus costumbres e n ­

(11)

El pueblo etrusco 11

cuentran paralelos entre los lidios y pelasgos, y que su nom bre no es el de tirreno sino rasenna, como ellos m is­ mos se d e n o m in a b a n (Dionisio, 1.25- 30). A Dionisio hay que considerarle entonces como el creador de ia «cues­ tión etrusca».

Las tesis de los

historiadores m odernos

E n época m oderna el problem a ha resurgido prim ero a partir de los d a ­ tos de la tradición antigua, y a conti­ nuación replanteándose sobre nuevas bases gracias a los avances logrados

Origen de los Etruscos

En el reinado de Atis, hijo de Manes, se e x ­ pe rim entó en toda Lidia una gran carestía, que soportaron durante algún tiem po con m u ch o esfuerzo; pero vie nd o que no c e s a ­ ba la calam idad, buscaron rem edios y des­ c u b rie ro n varios entretenim ientos: en to n ­ ces se inventaron, los dados, las tabas, la pelota y todos los otros juegos m enos el ajedrez, pues la invención de este últim o no se la ap rop ian los lidios. C om o estos ju eg os los inventaron para entretener el ham bre, pasaban un día entero ju ga ndo , a fin de no pensar en com er, y al día s ig u ie n ­ te se alim entaban, viviendo de esta m anera hasta d ie c io c h o años. Pero co m o el mal no cedía, sino que se agravaba más y más, el rey de term inó divid ir en dos partes a todo el pu eb lo y echar suertes para saber cuál de ellas se quedaría en el país y cuál s a l­ dría fuera. El m ism o se puso al frente de los que se qu edaban y no m b ró jefe de los que debían em igrar a su hijo, que llevaba el no m bre de Tirseno. Estos últim os ba ja­ ron a Esm irna, con stru yero n allí sus naves y e m b a rc a n d o en ellas sus alhajas y m u e ­ bles transportables, navegaron en busca de sustento y m orada, hasta que pasando por varios países llegaron al de los um - bros, d o n d e fun daro n sus c iu d a d e s en las cua le s habitaron después. Allí los lidios a b an do naro n su antiguo no m bre y to m a ­ ron otro de riva do del que tenía su c o n d u c ­ tor, llam ándose en consecuencia tirsenos.

en los terrenos arqueológico y epigrá­ fico. Sobre esta cuestión se han e n u n ­ ciado num erosas teorías, que pueden sintetizarse en tres sistemas fu n d a ­ mentales que hacen hincapié respec­ tivamente en la procedencia oriental, en un origen septentrional y final­ m ente en la autoctonía.

La teoría que defiende un origen oriental de los etruscos es sin duda la que ha sido aceptada más universal­ mente. Los partidarios de la misma (A. Piganiol, R. Bloch) centran sus ar­ gumentos funda m e ntalm e nte en los siguientes puntos: coincidencia entre las n o ticias li te ra ria s y la cu ltu ra de espíritu oricntalizante que inundó

A ntíclides asegura que [los pelasgos] fu n ­ d a ro n los p rim e ro s e s ta b le c im ie n to s de Lem nos e Im bros y que in cluso algunos de ellos habían p a rticip ado ju nto a Tirseno, hijo de Atis, en la e xp e d ició n a Italia.

(Antíclides, en Estrabón, V.2.4)

Durante su reinado los pelasgos fueron ex­ pulsados de su país por los griegos, y ha­ bien do de ja do sus barcos en el río Spina, en el golfo Jónico, tom aron C rotona’, una ciu da d del interior; a partir de aquí, c o lo n i­ zaron el territorio llam ado ahora Tirrenia.

(Helánico de Lesbos, en Dionisio, 1.28.3)

«Por todo ello, creo que los pelasgos son un pu eblo diferente de los tirrenos. Tam­ po co creo que los tirrenos fuesen una c o ­ lonia de los lidios, pues no hablan la m is­ ma lengua y no puede alegarse que con­ serven algunas otras características de su m etrópoli. No adoran a los m ism os dioses que los lidios y no poseen sim ilares leyes o instituciones, sino que en m uchos as p e c ­ tos difieren más de los lidios que de los pe­ lasgos. Finalm ente, es m uy p ro b a b le que aquellos estén ce rc a de la verdad cua nd o de cla ran que este pu e b lo no em igró de ning una parte, co m o que era indígena en el país, pues es un pu eb lo m uy antiguo que no c o in c id e con ningún otro ni en su lengua ni en sus costum bres».

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12 Aka! Historia d e l M undo Antiguo

Etruria entre los siglos VIII y VI a.C.; algunos aspectos de la civilización etrusca, sobre todo en el cam po de la religión (revelación, prácticas adivi­ natorias), sólo pueden explicarse abo­ gando p or un origen oriental; relacio­ nes lingüísticas y onom ásticas entre el etrusco y algunas lenguas del á m b i­ to egeo-anatólico, especialmente con la inscripción hallada en la isla de Lemnos y escrita en lengua pre-griega; finalm ente, la identificación de los tirrenos o tyrsenoi con los Trs.w, uno de los llam ados «Pueblos del mar» m encionados en las inscripciones de K a rn ak que c o n m e m o r a b a n la vic­ to ria e g ip c ia s o b re estos p u e b lo s inVasores.

En segundo lugar está la teoría de­ nom inada septentrional, es decir aque­ lla que propugna u n a entrada de los etruscos en Italia por el norte, a través

de los Alpes. Esta teoría ya no tiene su origen en la antigüedad, al c ontra­ rio de las otras dos, sino que es un producto de las elucubraciones erudi­ tas del siglo XIX y justo es decir que pocos seguidores tuvo en su m o m e n ­ to y todavía menos en la actualidad. Esta teoría busca tam bién un punto de partida en la tradición literaria y cree encontrarlo en u n a aislada frase de Tito Livio (V.33.11), cu a n d o éste dice que los «pueblos alpinos, y en particular los retos, tienen el mismo origen [que los etruscos]». A partir de aquí, los partidarios de esta opinión acuden a los testimonios de otras dis­ ciplinas para encontrar apoyos que avalen su teoría, y así en el ca m p o ar­ queológico defienden la llam ada «re­ construcción pigoriniana» de la pre­ historia de Italia, propuesta por L. Pigorini y según la cual la cultura

Escena de banquete. (Tum ba de Triclinio.

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El pueblo etrusco 13

Reconstrucción del interior de una casa.

(Tum ba de los escudos. C erveteri)

villanoviana, es decir aquélla que pre­ viamente al orientalizante se desarro­ lló en Etruria, deriva de las terrama- ras, cu ltura de la edad del bronce establecida en el valle del Po y que tiene sus antecedentes en los palafitos de los lagos alpinos y en definitiva en la E uropa central. E n cuanto a las pruebas epigráficas y lingüísticas, abo­ gan por la pertenencia de los etruscos al grupo étnico-lingüístico d e n o m i ­ nado reto-tirrénico (P. Kretschmer), dem ostrado por las propias inscrip­ ciones etruscas y por las encontradas en Retia, nom bre antiguo de la región alpina, concluyendo en que el n o m ­ bre de esta región y del pueblo que la habitaba, retí, no son sino una deriva­ ción de rasenna.

F inalm ente la última teoría a c o n ­ siderar, la de la autoctonía, se dife­ rencia de las anteriores en que no plantea el problem a en términos de migración. Para los defensores de esta

opinión (E. Meyer, U. Antonielli, G. Devoto) los etruscos representan una reliquia de los tiempos prehistóricos del neolítico; su lengua es considera­ da como la expresión de un estrato lingüístico anterior al indoeuropeo y afín por tanto a las lenguas del Egeo prehelénico y de Asia M enor (estrato tirrénico, definido por F. Ribezzo); desde el punto de vista arqueológico, h a b r ía que identificarles al estrato más antiguo inhum ante, al cual se su­ perpuso el estrato itálico, indoeuro­ peo, incinerante. La nación etrusca nace finalmente al reafirmarse los ele­ mentos originarios bajo los impulsos culturales procedentes de Oriente.

Todas estas teorías intentan expli­ car satisfactoriamente el conjunto de los datos disponibles, bien sean de la tradición, epigráficos o arqueológi­ cos. Sin embargo, ninguna de ellas es perfecta y sus conclusiones pecan de parcialidad, dejando m uchos puntos

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sin explicación y a te n ta n d o contra hechos confirmados por varias vías. Así la teoría oriental carece de cual­ quier fundam ento arqueológico, pues la cultura orientalizante no es patri­ m onio exclusivo de Etruria y ni si­ quiera de Italia, ya que co n te m p o rá ­ neam ente se desarrolla tam bién en Grecia y en general en todo el M edi­ terráneo, sin que ello im plique nece­ sariam ente una invasión generaliza­ da procedente de Oriente. Asimismo los datos de la tradición son en o rm e ­ mente artificiales, respondiendo a pre­ s u p u e s t o s id e o ló g ic o s m á s q u e a hechos reales. Por otra parte la identi­ ficación de los tyrsenoi con los Trs.w de las inscripciones jeroglíficas egip­ cias es sum am ente dudosa, por no de­ cir imposible, com o ocurre en general con los otros étnicos m encionados en dichas inscripciones, salvo los Jqjxvs.xv y los Prst.w, identificados respectiva­ mente a aqueos y filisteos. Tan sólo las relaciones lingüísticas y o n o m á s ­ ticas con la inscripción de Lemnos y con am bientes lingüísticos de Asia M enor parecen ser un argum ento de cierto peso, au n q u e todavía existen grandes dificultades de interpretación.

La teoría septentrional es la más débil, pues ni la a rq u e o lo g ía , que en ningún m om ento prueba una pre­ sión del norte hacia el sur, ni la epi­ grafía p roporcionan argum entos se­ guros. C iertam ente la pre sencia de elementos etruscos en la región alpi­ na es un hecho constatado, pero no se refiere a la época de los orígenes sino a m om entos muy posteriores, c ua ndo como consecuencia de las invasiones celtas de finales del siglo V a.C , gru­ pos de etruscos establecidos en el va­ lle del Po huyeron hacia las m o n ta ­ ñas del norte. F inalm ente la o pinión que defiende la autoctonía de los etrus­ cos tam poco está exenta de dificulta­ des, c o m en z an d o por el propio texto de Dionisio de H alicarnaso: en efec­ to, según ha puesto en relieve D. Musti, Dionisio pretendía privar a los etrus­ cos del «título de nobleza» que auto­

m áticam ente les confería el ser des­ cendientes de un pueblo oriental de cultura elevada, h o n o r reservado a los latinos y a la propia Roma, y para ello nada mejor que hacerles autócto­ nos de Italia. En cuanto a los argu­ mentos epigráficos y arqueológicos, nada hay más falso no solam ente en el método empleado, sino tam bién y más evidente en los hechos constata­ dos. pues entre otras cosas los itálicos son inhumantes, no incinerantes como se pretende.

En la actualidad el problem a no se plantea en términos de invasión sino sobre todo de formación, según las propuestas avanzadas ya hace tiempo por M. Pallottino y F. Altheim y acep­ tadas hoy día por la m ayor parte de los etruscólogos: «El concepto an ti­ guo y m oderno de migración y de in ­ vasión debe replantearse en términos más próxim os a la realidad histórica: no es correcto h ab lar de "llegada” de los etruscos, ya que los etruscos com o pueblo son un producto de vicisitu­ des históricas desarrolladas en nues­ tra península», dice el especialista ita­ liano M. Torelli. En efecto, los datos a nuestra disposición indican una c o n ­ tinuidad muy clara entre la edad del bronce y la sucesiva del hierro, sin ninguna interrupción brusca que pue­ da d en u n c ia r la entrada masiva de un nuevo pueblo en Italia en las postri­ merías del segundo milenio, fecha en la cual se situaría la llegada de los li- dios según el relato de Heródoto y la de los Trs.w/tyrsenoi, y m ucho más di­ fícil. por no decir imposible, sería co­ locar tal invasión en el siglo VIII a.C.. coincidiendo con los com ienzos de la cultura orientalizante. La nación etrus­ ca nació y se formó en el territorio de la propia Etruria, y a u n q u e no puede rechazarse a priori la inclusión e in ­ fluencia de elementos alógenos, in d u ­ dablem ente hiende sus raíces en las culturas de la prehistoria italiana, y es aquí por donde debem os c o m e n ­ zar nuestro recorrido por la historia etrusca.

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El pueblo etrusco

III. La prehistoria de Etruria

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1) La Edad del B ronce

La m ayor parte del segundo milenio a.C. asiste al desarrollo en Italia de la edad del bronce. Prácticamente toda la península Itálica aparece unificada bajo la im pronta de la cultura apení- nica, así d e n o m in ad a por su m a n i­ fiesta relación geográfica con la cade­ na m ontañosa que de norte a sur atra­ viesa la península. La cultura apení- nica viene a corresponder grosso modo con la d e n o m in ad a cultura de las te- rramaras, facies de la Edad del Bronce característica de la región c o m p re n ­ dida entre el río Po y los Alpes.

Según las ya clásicas investigacio­ nes de S. Puglisi, la uniform idad cul­ tural impuesta por el apenínico deri­ va de la preferente vocación pastoril de sus gentes, quienes practicando las co stu m b res p ropias de la t ra n sh u - mancia, recorrían constantem ente la dorsal de los Apeninos buscando las áreas más a propósito para el pasto de sus rebaños: la situación de m u ­ chos establecim ientos h u m a n o s en zonas elevadas, el carácter estacional de algunos de ellos, así como deter­ m inados objetos de su cultura m ate­ rial, especialm ente las célebres «le­ cheras» (recipientes para hervir la leche con vistas a la inm ediata elaboración del queso), son elementos que confir­ man la especial dedicación de los ape- nínicos a u n a actividad económ ica

pastoril. Sin embargo, esto no implica necesariamente un a b a n d o n o de la economía agararia, cuya importancia queda de manifiesto tras el descubri­ miento de C.E. Ostenberg de un po- blamiento apenínico en Luni sul Mig- none, caracterizado p o r su relativa gra n extensión, su ca rác te r p e r m a ­ nente y la dedicación prcvalentemcn- te agrícola de sus habitantes.

En resumen, la cultura apenínica se caracteriza por una econom ía mix­ ta en la cual la agricultura desem pe­ ña su ya tradicional papel de fuente esencial para la alim entación, pero ac o m p a ñ a d a de un desarrollo nunca visto de las actividades pastoriles, bien sea en forma tra n s h u m a n te (ganade­ rías ovina y caprina) o bien estable (ganadería porcina). La vida econó­ mica se com plem enta con las activi­ dades artesanales, especialm ente la cerámica, puesto que la metalurgia no alcanzará cierta im portancia has­ ta la fase final de la Edad del Bronce. La cerámica es hecha a m ano, de im ­ pasto oscuro y decorada generalm en­ te con motivos geométricos; muchas de las formas utilizadas derivan de la anterior tradición calcolítica, sobre todo de la cultura de Rinaldone.

Un elemento de gran im portancia histórica relativo a esta época es el hallazgo de objetos micénicos en di­ versos lugares de Italia, datados sobre todo entre los siglos XIV y XII a.C.

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16 AkaI Historia d e l M undo Antiguo

Esta prim era presencia griega en las costas italianas responde a las m is­ mas causas que en el siglo VIII h a r á n , repetir la experiencia: la búsq u ed a y aprovisionam iento de aquellas m ate­ rias prim as, especialm ente metales, totalmente necesarias para la econo­ mía de los desarrollados palacios mi- cénicos. Sin embargo, no puede h a ­ blarse de u n a auténtica colonización, pues en la m ayor parte de los lugares d onde se ha encontrado cerámica mi- cénica los fragmentos son tan escasos en número, que tan sólo permiten su­ p oner una frecuencia que obedece a motivos comerciales. El único centro donde los hallazgos inducen a p ensar en un auténtico establecimiento mi- cénico se sitúa en la proxim idad de Tarento, en Scoglio del Tonno, que desem peñaría una función de víncu­ lo entre Grecia y aquellos puntos con­ cretos de Italia en los que se centraba el interés micénico, a saber las islas

Eolias, Cerdefta y Etruria. En esta úl­ tima región h an aparecido restos ce­ rámicos y metálicos de fabricación micénica en las localidades de Luni sul Mignone, San Giovenale, Monte Rovello y C ontigliano, situadas las tres prim eras en íntima vinculación con los montes de la Tolfa, u n a de las principales áreas metalíferas de Etru­ ria, lo que no deja lugar a dudas so­ bre cuál era el motivo de la presencia micénica.

Todos estos hallazgos de restos ar­ queológicos micénicos han sido pues­ tos en relación con aquellas leyendas que to m an d o com o protagonistas a héroes griegos de la era troyana, si­ t u a b a n sus a n d a n z a s en Italia, y en definitiva tam bién con lo ya visto so­ bre el origen del pueblo etrusco. El tema es ciertamente espinoso y no p a ­ rece que p or el m om ento p u e d a n es­ t a b l e c e r s e e q u i v a l e n c i a s s e g u r a s entre am bos datos, para concluir fi­

λ , . .· ' .1

Interior de la tum ba de la C am pana.

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El pueblo etrusco 17

nalm ente en la aceptación de la pre­ sencia de gentes egeas en Italia por es­ tas fechas. Sea lo que fuere, lo cierto es que el testimonio arqueológico mues­ tra m uy cla ra m e n te «caracteres de identidad y de desarrollo interno que convierten en secundaria la im p o r­ tancia de tales presuntas llegadas res­ pecto a aquélla de factores endógenos de transform ación» (M. Torelli).

2) La transición del bronce

al hierro

Esa sustancial unidad cultural ca rac­ terizada por el apenínico com ienza a romperse a partir del siglo XII a.C., cu a n d o se inicia el llam ado Bronce Final, período de transición entre la plena Edad del Bronce y la Edad del Hierro. Surgen entonces dos nuevas

facies culturales, una de tradición ape- nínica, que por ello recibe el nombre de cultura subapenínica, y otra más novedosa d e n o m in ad a protovillano- viana. Nuevos elem entos culturales llegados de Europa central y del área del Egeo invaden la península Itálica, sobre todo objetos metalúrgicos, a u n ­ que la principal innovación la consti­ tuye sin duda el cam bio en el rito de e n te r ra m ie n to con la in tro d u c c ió n de la incineración, ap a reciendo así amplias necrópolis similares a los cam­ pos de urnas de la Europa danubiana. Todos estos elementos son identifica­ dos p or u n a corriente de la investiga­ ción m oderna a la entrada en Italia de los prim eros pueblos in d o e u ro ­ peos, pero la reconstrucción del mapa lingüístico de la prehistoria italiana resulta por el m om ento sum am ente difícil.

Vista parcial de la necrópolis de Cerveteri.

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18 Aka! Historia del M undo Antiguo

En Etruria se docum enta entonces el protovillanoviano (siglos X1I-X a.C.), así llam ado por ser el antecesor de la cultura característica de esta región, el villanoviano. Las transformaciones que entonces experimenta Etruria son mayores que en el resto de la p e n ín ­ sula, iniciando así un despegue que hará de la región toscana la m ás de­ sarrollada de Italia. La distribución de la población se presenta bastante densa, con especial concentración en algunas zonas, como los montes de la Tolfa y el valle del Fiora. Los p o b la ­ dos o cupa n norm alm ente una altura o peque ña meseta en la confluencia de dos cursos de agua, favoreciendo de esta m anera las condiciones de­ fensivas; no obstante tam bién se d a n otras situaciones en zonas de llanura o a orillas de los lagos o del mar, va­ riedad que se explica en función de los diferentes recursos naturales, m a ­ nifestando así la capacidad para dis­ frutarlos en todos sus tipos. Los pobla­ dos están constituidos p or c a b añ as de t a m a ñ o variable, dispuestas sin n in ­ guna sistematización previa. Las ex­ cavaciones h a n puesto al descubierto ju n to a las ca b añ as destinadas a h a ­ bitación. otras más pequeñas dedica­ das a diferentes usos (hornos, a lm a ­ cenes) y en algunos lugares, com o Luni y Monte Rovcllo. grandes cons­ trucciones probables restos de una organización jerárquica. Sin e m b a r­ go, las condiciones de la estructura social son mal conocidas, dada la po­ breza de los datos disponibles. A tra­ vés de la información p roporcionada por las necrópolis, se puede observar que la sociedad se articulaba en las relaciones de parentela, sin apenas distinción de riqueza, y tan sólo en los m om entos finales del período (si­ glo X a.C.) pueden apreciarse algunos indicios de diferenciación social, pero siempre dentro de u n a estructura so­ cial bastante simple.

Sobre la vida económ ica ya esta­ mos m ejor informados. La econom ía prim aria estaba basada esencialm en­

te en la agricultura cerealística y en el pastoreo, consiguiendo un nivel rela­ tivamente avanzado en el desarrollo de las actividades de subsistencia. El interc am bio de productos alim en ti­ cios es prácticam ente im pensable y tan sólo podría darse un elemental tipo de colaboración en algunas p rác­ ticas muy concretas, com o la transhu- mancia. En cuanto al artesanado, la m ayor parte de las actividades relati­ vas al m ismo son de carácter dom es­ tico: la cerámica es hecha a m an o y no existen todavía formas generaliza­ das. U n a actividad que requiere espe­ cialización es la metalurgia, b asada en los yacimientos metalíferos locales y que experimenta en esta época un auge notable. Testimonio de ello lo encontramos en las tumbas y en áreas de habitación, pero donde alcanza su manifestación más palpable es en los d en o m in ad o s ripostigli. depósitos de objetos metálicos, situados fuera del hábitat y relacionados con la activi­ dad de los artesanos metalúrgicos. En un principio la producción de objetos m e t á l i c o s no está v i n c u l a d a a la d e m a n d a de las com unidades locales, sino a la m ovilidad de los artesanos, auténticos protagonistas de la circu­ lación de objetos y de nociones técni­ cas y tipológicas. En el siglo X se pro­ d uce u n a t r a n s f o r m a c i ó n de g ra n im portancia en el cam po de la m eta­ lurgia: la producción aum enta y al mismo tiempo se desarrollan los ca­ racteres tipológicos locales; la rela­ ción entre el artesano y la co m u n id ad cambia, perdiendo el prim ero su in ­ dependencia e integrándose en la co­ m unidad, la cual pasa a controlar la producción del metal. Esto últim o e n ­ cuentra su expresión en el desarrollo de una producción de objetos de presti­ gio y de lujo, destinados a subrayar las funciones sociales más im p o rta n ­ tes; también en el incremento de uten­ silios especializados, que invaden otras áreas económicas y la actividad gue­ rrera; finalmente otra m anifestación de lo m ismo la en c o n tram o s en la

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El puebio etrusco 19

aparición de un comercio a larga dis­ tancia, lo que implica una o rganiza­ da intervención de la com unidad.

En conclusión, el protovillanovia- no puede definirse como un período de rápida transform ación hacia for­ mas sociales y políticas más com ple­ jas. C om o características f u n d a m e n ­ tales hay que destacar el crecimiento dem ográfico, la m ejora en el nivel tecnológico de la producción m eta­ lúrgica, el inicio de las formas de di­ ferenciación social y el surgimiento de intercambios a larga distancia. Todo ello trae consigo finalm ente im p o r­ tantes novedades en las condiciones del establecimiento h u m ano, con el a b a n d o n o al final del período de las p equeñas aldeas y la concentración de la p o b lación en el lugar don d e posteriormente surgirán las ciudades.

3) La Cultura Villanoviana

Entre los siglos X y IX a.C. se asiste a la definitiva ruptura de la un id ad cul­ tural del bronce, emergiendo diversas culturas locales que prefiguran muy p r ó x im a m e n te la posterior re p a rti­ ción étnica de la Italia histórica. Cada región de la península Itálica aparece así caracterizada por una facies cultu­ ral propia, siendo la villanoviana aqué­ lla centrada en el territorio donde luego se desarrollará la cultura etrusca, sin que esto quiera significar una identi­ ficación entre cultura y ethnos. sino tan sólo afirmar que el área geográfi­ ca d o n d e se estableció el d o m in io etrusco ya estaba perfectamente defi­ nida y unificada culturalm ente en el siglo IX a.C.

Aun dentro de la sustancial h o m o ­ geneidad cultural que caracteriza al villanoviano, metodológicamente cabe distinguir diversas áreas en razón so­ bre todo a las diferentes posibilidades de explotación de los recursos n a tu ­ rales. lo cual no dejó de influir en úl­ tima instancia en las características de la cultura material. Así, puede de­

limitarse la siguiente topografía his­ tórica: Etruria meridional, que com ­ p rende la región cosiera meridional y el bajo curso del Tiber, a b a rca n d o los territorios de las futuras ciudades de Veyes. Caere, Tarquinia y Vulci; los factores de desarrollo de esta área se centran por una parte en la explota­ ción de los yacimientos metalíferos y por otra en las posibilidades de aper­ tura hacia el exterior, como se dem os­ trará a propósito de la presencia grie­ ga en Italia a partir del siglo VIII a.C. A continuación, hacia el norte, se en­ cuentra la Etruria septentrional, re­ gión situada entre los ríos Albegna y Arno y el m ar Tirreno, teniendo como centros principales Rusellae, Vetulo­ nia, Populonia y Volterra; en esta re­ gión se en c o n trab an los principales recursos metalíferos de Etruria, situa­ dos en los montes Amiata y Metallife- re y en la isla de Elba. C om o última región dentro del propio territorio etrus­ co tenemos la Etruria interna, defini­ da p or los valles del Tiber y del Chia- na y por los centros de Arezzo, Perugia, Chiusi y Volsinii; privada de recursos minerales y alejada de la costa, esta región se vio abocada a una vida más dedicada a la agricultura, pre sen tan ­ do por ello cierto retraso respecto a las anteriores áreas.

Sin embargo, la Cultura Villanovia­ na no se limitó al territorio de la E tru­ ria histórica, sino que d a n d o m ues­ tras de su gran vitalidad, en el siglo IX a.C. inicia lo que se ha dado en lla­ mar un proceso colonizador, que extien­ de esta facies cultural a otras regiones de Italia en las que previamente no se había producido el fenóm eno proto- villanoviano. Esta expansión ad quie­ re especial im portancia en dos direc­ ciones, una hacia el norte (Emilia) y otra hacia el sur (C am pania, distin­ guiéndose los núcleos de C a p u a y Sa­ lernitano), regiones en las que con posterioridad se asistirá igualm ente al desarrollo de la Cultura Etrusca. A dem ás ta m b ié n pu ed e observarse presencia villanoviana en otros p u n ­

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2 0 A ka l Historia d e l M undo Antiguo

tos de Italia, como en Fermo (M a r­ che) y en Sala Consilina (Lucania), que a diferencia de los anteriores no tendrán continuidad, desapareciendo en el siglo VIII bajo la presión de las culturas indígenas circundantes.

Los lugares donde se establece el poblam iento h u m a n o siguen los mis­ mos criterios que durante el protovi- llanoviano, es decir, lugares elevados entre dos cursos de agua. La zona de habitación se articula a partir de pe­ queños grupos de cabañas, distribui­ dos en razón a la producción p r i m a ­ ria, mientras que las necrópolis quedan al margen, relegadas a colinas escasa­ m ente productivas. Las tum bas son siempre de incineración, limitándose tipológicam ente a la de pozo y de fosa; en el norte aparecen unas pri­ meras sepulturas de cámara que a n u n ­ cian los grandes túmulos característi­ cos del período sucesivo, lo que hace suponer la existencia de una fuerte jerarquía social en el interior de la com unidad.

Es precisamente a través de la in ­ formación proporcionada por las ne­ crópolis com o podem os acercarnos a la com prensión de la estructura so­ cial de las aldeas villanovianas y de su evolución durante los siglos IX y VIII a.C. D urante la primera mitad del siglo IX los ajuares funerarios son escasos y en general uniformes; los vasos son los exclusivos del ritual fu­ nerario, es decir el osario, n o rm a l­ mente de forma bicónica cubierto con una escudilla, apareciendo en ocasio­ nes la u rna -ca baña característica de la Etruria meridional; la única distin­ ción apreciable es indicativa del sexo del· difunto, y así en las deposiciones masculinas la cubierta del osario puede tom ar la forma de yelmo y aparecen algunos objetos característicos como la navaja de afeitar, m ientras que las femeninas se distinguen por la pre­ sencia del huso de hilar y tipos espe­ ciales de fíbula. La segunda mitad de este m ismo siglo IX asiste a una cierta com plejidad en el p a n o r a m a funera­

rio, pero sin grandes diferencias entre los ajuares: los vasos son más a b u n ­ dantes y aparecen objetos con u n a es­ pecial carga ideológica; la diferencia­ ción sexual se hace más m arc ad a, enfatizan d o la función guerrera en los enterramientos m asculinos y los adornos personales en los femeninos. El siglo VIII se inaugura con un pro­ fundo cambio que irá ya en continuo avance: la figura del guerrero asum e u n a relevancia excepcional, e n c o n ­ trándose una manifestación g randio­ sa en la tum ba tarquiniense del Gue-

rriero\ las tum bas femeninas siguen

un desarrollo paralelo, algunas con gran manifestación de riqueza, hecho que viene a materializarse con la a p a ­ rición de la cerámica geométrica, pri­ mero de fabricación griega y luego tam bién de imitación local.

Todos estos datos vienen a infor­ m arnos de un hecho de gran im p o r­ tancia que com ienza a manifestarse en los inicios del siglo VIII: el naci­ miento de la aristocracia. En efecto, la docum entación arqueológica nos enseña que en este siglo se rom pe de­ finitivam ente la h o m o g e n e id a d so­ cial de los poblados villanovianos, tí­ m idam ente puesta en entredicho en las postrimerías del siglo X a.C. El es­ tudio de la necrópolis de Quattro Fon- tanili en Veyes, muestra cóm o a co­ mienzos del siglo VIII algunas tumbas se destacan por encim a de las dem ás en cuanto a la riqueza depositada en ellas, ofreciendo mayor ca ntida d de objetos y siempre de mejor calidad, entre los cuales se observa la presen­ cia de productos de importación egeos y orientales, contrastando con la m a ­ yoría de las deposiciones funerarias, cuyos ajuares parecen c o n tin u a r la tradición del siglo IX. La diferencia­ ción social no se manifiesta en térmi­ nos polarizados ricos-pobres, sino que se presenta como una realidad estra­ tificada, en la cual existe u n a articu­ lación de los niveles de riqueza y en consecuencia una compleja situación social. Este fenómeno obedece a va­

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El pueblo etrusco 2 1

rias causas. Por u na parte está la c o n ­ ce n tra c ió n de los excedentes de la producción agraria en unas pocas m a ­ nos, c u lm in an d o así un largo proceso iniciado en el protovillanoviano de privatización de la tierra y en el cual unas cuantas familias tienden a acu­ m u lar gran parte de la misma, sin que esto signifique la desaparición de pe­ queños y medianos campesinos. Tam­ bién hay que considerar un notable incremento demográfico a lo largo de todo el siglo VIII, debido no sólo al propio crecimiento natural de la p o ­ blación, sino tam bién a la llegada de nuevas gentes que presumiblemente se colocaron en una situación de su b o r­ d in a c ió n económ ica y social. Todo ello se ac o m p a ñ a de un movimiento dirigido hacia una progresiva divi­ sión y especialización en el trabajo, en virtud de la cual no solam ente la metalurgia, sino asim ism o activida­ des consideradas hasta ahora dom és­

ticas pasan a m anos de especialistas, com o ocurre con la cerám ica, que gracias a la influencia griega, mejora su nivel técnico y am plía su oferta con la imitación de modelos helénicos.

U n aspecto de enorm e interés para la historia de Etruria en el siglo VIII se centra en las relaciones con el exte­ rior, determinantes a su vez para su p ropio desarrollo interno. En todo este proceso juega un papel fu n d a­ mental la presencia de los griegos, que lanzados al redescubrimiento del Tirreno y en su afán de búsqueda de metales, llegan de nuevo a las costas de Etruria renovando así unas rela­ ciones que se h a b ía n visto interrum ­ pidas tras el h u n d im ie n to del m undo micénico. Los contactos greco-villano- vianos afectaron sobre todo al área c a m p a n a y a la Etruria meridional, que a su vez sirvió de intermediario para el resto de Etruria. En u n prim er m om ento, coincidiendo con la fase

Escena de banquete. (Tum ba de los

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2 2 A ka l Historia del M undo A ntiguo

precolonial griega, el contacto es in ­ termitente y escasos los restos deja­ dos; pero a partir de la fundación de Pithekoussai hacia 770 y sobre todo de la de C um as a m ediados del siglo VIII a.C., las relaciones se intensifica­ ron notablemente, estableciéndose con­ tactos regulares y continuos entre los griegos asentados en el sur de la pe­ nínsula y los centros villanovianos, con un resultado e x tra ordinaria m e n­ te beneficioso para estos últimos, ya que el impacto griego actuó de verda­ dero catalizador en el desarrollo de Etruria. Hay que tener en cuenta que entre las dos áreas no solam ente cir­ culaban productos, bien fuese como materias prim as o ya m a n u fa c tu ra ­ das, sino tam bién técnicas producti­ vas e incluso personas. Así, se puede situar en la segunda mitad del siglo VIII la introducción en Etruria de la viticultura y entre las técnicas artesa- nales, mejoras en el trabajo de los metales y en la producción cerámica, como el torno del alfarero y la técnica de depuración de arcilla. Los vasos griegos llegan fácilmente a Etruria, p asa n d o en su mayoría a engrosar el patrim onio de la aristocracia n acien­ te; a continuación estos vasos son imi­ tados por artesanos locales, quienes adem ás intentan ad a p ta r a las nuevas tendencias la tradición cerám ica a n ­ terior, proceso en el que tam poco es­ tán ausentes ceramistas griegos, esta­ blecidos en algunos centros etruscos y especializados sobre todo en la p ro­ ducción de grandes vasos para la cul­ tura del vino recién introducida.

Además de los contactos en el m un­ do griego, pueden detectarse tam bién intercambios en el interior del propio am biente villanoviano y con otras re­ giones de la península. Especial inte­ rés tienen las relaciones con Cerdeña, m an te n id a s fu n d a m e n ta lm e n te por la Ftruria septentrional y el área de Vulci, que no revisten un mero carác­ ter comercial sino tam bién un inter­ cam bio de personas, indicando así la gran proximidad de intereses de las dos

grandes áreas productoras de metales de esta parte del Mediterráneo. F in a l­ mente se detectan asim ismo en tum ­ bas etruscas objetos suntuarios de pro­ ducción oriental, que a unque en gran m edida pueden h ab e r sido tran sp o r­ tados por el interm ediario griego, no hay que desechar u n a intervención directa de navegantes fenicios, intere­ sados muy directamente p o r Cerdeña y cuya presencia en Etruria vendría igualmente determ inada por los m e­ tales, como lo muestra la presencia de ce rám ica fenicia en P opulonia. La presencia de objetos orientales indica u n a vez más la capacidad de d e m a n ­ da de los estratos superiores de la sociedad y anuncia la explosión de la cultura orientalizante iniciada en los años finales de este mismo siglo VIII a.C.

En resumen, la última etapa del pe­ ríodo villanoviano significa un c a m ­ bio muy profundo en la fisionomía de la cultura etrusca. A partir de estos momentos puede afirmarse que el pue­ blo etru sc o está ya p e r f e c ta m e n te definido, a u n q u e abierto a nuevas ex­ periencias que llegarán con el o rien­ talizante y que enriquecerán notable­ mente su patrim onio cultural. Por un lado, en el contexto interior, se c o m ­ p rueba el carácter pro to -u rb an o de los centros etruscos, con una con c en ­ tración de la población en aquellos puntos donde inm ediatam ente surgi­ rán las ciudades; asim ismo se obser­ va el nacim iento de la aristocracia y una com pleja estratificación social, y finalmente una estructura política lo suficientemente organizada como para hacer frente al reto comercial impuesto por los griegos. En segundo lugar hay que destacar la entrada de Etruria en las grandes corrientes del tráfico internacional y con ello la ap a ­ rición de las primeras manifestacio­ nes de la llamada «piratería» tirréni- ca, es decir el deseo por parte de los etruscos de hacer valer sus intereses en una zona en la cual com piten to­ das las fuerzas del Mediterráneo.

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El pueblo etrusco

IV. El período orientalizante

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C on el nom bre de orientalizante se entiende el arte y la cultura de las re­ giones mediterráneas caracterizadas po r una am plia apertura a las expe­ riencias figurativas del Oriente Próxi­ mo. El fenómeno no es hom ogéneo ni contem poráneo en todo el Medite­ rráneo. siendo aceptado prim ero en Grecia, dadas sus estrechísimas rela­ ciones con las culturas orientales, de donde pasó a continuación a Italia. En esta últim a la región etrusca, y más concretam ente el área m eridio­ nal marítima, donde los contactos con los griegos eran más intensos, fue la prim era en recibir el nuevo espíritu y donde arraigó con mayor fuerza, cons­ tituyendo la característica esencial del período com prendido entre las déca­ das finales del siglo VIII y las inicia­ les del VI a.C.

D urante este período se sucede en Etruria una acum ulación de pro d u c­ tos extranjeros, procedentes de tres corrientes fundamentales. En prim er lugar, de origen oriental aparecen en Etruria objetos de fabricación egip­ cia, asiría, urartia, fenicia y chipriota, que a u n q u e no muy a bunda nte s son por lo general de materiales preciosos y de muy bu en a calidad, por lo que se concentran exclusivamente en pocas tum bas con ajuares ricos. U na segun­ da corriente parte de la cuenca del Egeo. tran sp o rta n d o productos pro­ cedentes sobre todo de Corinto. del Atica y de la Jonia, y con una carga

asim ismo orientalizante, pues Grecia atraviesa en estos momentos por idén­ tica fase cultural. El destino fu n d a­ mental de tales im portaciones se cen­ tra igualmente en las aristocracias diri­ gentes. Finalm ente hay que conside­ rar la com ponente septentrional, p ro ­ cedente de la E uropa continental, y en la cual el área de Bologna juega una im portante función interm edia­ ria. Aquí nos encontram os de nuevo a la aristocracia como principal desti­ nata ria de los productos llegados por esta vía, sítulas de bronce y á m b a r esencialmente.

C o m o puede observarse el papel interpretado por la aristocracia en esta renovación cultural es fundamental. F.l fasto del orientalizante. la alta ca­ lidad de los productos de im p o rta­ ción y el exotismo de los mismos se ada pta ron perfectamente al estilo de vida y a la ideología de esa aristocra­ cia surgida en el villanoviano. Pero la actitud de esta últim a no se reduce exclusivamente a recibir tales objetos. ; sino que ad e m á s ad o p tó con faci­

lidad la carga ideológica que porta­ ban, así como otros m uchos elem en­ tos del más variado signo. Entre todos ellos se puede destacar com o caracte­ rístico de la clase superior por ejem­ plo el banquete, institución propia de la aristocracia griega ca n ta d a por H o ­ mero y que ahora fue ada p ta d a en idénticos am bientes etruscos, como un elemento más de su estilo de vida

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24 A ka l Historia d e l M undo Antiguo

característico y de distinción ante los otros estratos de la sociedad: es sinto­ mático al respecto el hecho de que gran parte de los vasos griegos que aparecen en las tum bas formen parte del ritual del sympósion, in troducien­ do así en Etruria formas cerámicas desconocidas en la tradición villano­ viana. También hay que destacar en el mismo sentido la introducción de la escritura, conocim iento llegado entre el bagaje griego transm itido a Etruria, com o ya se ha dicho; la utilización de este im portante vehículo ideolo- gico queda en un principio reserva­ do a la clase aristocrática, que lo c o n ­ sidera com o un bien de prestigio, no extendiéndose su uso a otros grupos sociales hasta el siglo VI: en efecto, las inscripciones etruscas del siglo VII son en su mayoría de posesión y de d onación y están inscritas sobre objetos suntuarios, esto es destinados a circular exclusivamente entre los nobles, quienes dan muestra del c o n ­ trol que ejercen sobre el cono c im ien ­ to de la escritura depositando en sus tum bas los instrumentos característi­ cos de esta técnica. Com o último ejem­ plo del indiscutible protagonism o de la aristocracia en el período orientali­ zante, hay que c o n sid erar la in tro ­ ducción del cultivo del olivo en E tru­ ria, que al igual que había ocurrido durante el villanoviano con la vid, su prim era utilización y disfrute es asi­ m ismo m onopolio de la aristocracia. La clase noble es en gran m edida ta m b ié n protagonista del pro fu n d o cam bio que experim enta el aspecto externo de los poblam ientos. Entre las novedades aportadas p or el orien ­ talizante se encuentran las transfor­ maciones en la arquitectura, tanto en la doméstica como en la funeraria. La prim era se define en la sustitución de la antigua c a b a ñ a del villanoviano p or la edificación con cimientos de piedra, paredes de ladrilló crudo y cu­ bierta de tejas, completándose en oca­ siones con decoraciones arquitectóni­ cas confeccionadas en terracota. La

aristocracia encuentra en esta nueva arquitectura un marco más ap ro p ia ­ do para una perfecta realización de su estilo de vida característico, a lca n ­ zan d o su manifestación cu lm inante con la c o n s tru c c ió n de los « p a l a ­ cios». Son grandes edificaciones co­ nocidas recientemente gracias a las excavaciones llevadas a cabo en Ac- quarossa, próxima a Viterbo, y en M ur­ ió, cerca de Siena (sobre este último complejo no está muy claro su ca rác­ ter palatino); am bas d atan de la se­ gun d a mitad del siglo Vil a.C. y c o n ­ sisten en u n a estructura construida en torno a un patio central, con a m ­ bientes destinados a los más diversos usos, entre ellos el del banquete, y de­ corados con motivos que exaltan e idealizan el m u n d o aristocrático: son a la vez centros políticos, religiosos, residenciales y económicos. La c o n ­ ciencia del noble com o h om bre supe­ rior se manifiesta tam bién en el m u n ­ do funerario, que con la llegada del o rien ta liza n te realza todos sus ele­ mentos. A partir de finales del siglo VIII a.C. la tum ba de cá m a ra se c o n ­ vierte en el sepulcro típico de la aris­ tocracia etrusca, a b a n d o n a n d o defi­ nitivamente las tum bas de fosa y de pozo que quedan relegadas a las cla­ ses inferiores. La c á m a ra funeraria suele situarse dentro de un túm ulo construido a propósito, au n q u e en al­ gunas regiones la cám ara se cava en la roca; el túm ulo tiene sus orígenes en el villanoviano, pero con la m onu- m entalidad que alcanza en estos m o ­ m entos viene a reflejar de u n a m a n e ­ ra clara el papel destacado del noble y de su familia en la escala social. Este hecho se increm enta con otras manifestaciones dentro asimismo del círculo funerario, com o la riqueza y com plejidad del ajuar que ac o m p a ñ a al difunto en la otra vida, la ostenta­ ción en los rituales funerarios (b a n ­ quete, juegos, danzas, etc.) y en defi­ nitiva con el propio nacim iento del arte figurativo m o n u m e n ta l (pintura, escultura), cuyas prim eras

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manifesta-El pueblo etrusco 25

ciones aparecen ligadas a las tumbas aristocráticas.

Estos nuevos escenarios donde se desarrolla el am biente de la aristocra­ cia —el «palacio» y el sepulcro— son indicativos asim ismo de la org a n iz a­ ción interna de la clase superior. Uno y otro reflejan la existencia de una es­ tructura parental, basada en la fami­ lia y en el esquem a superior de la

gens, que se perpetua a través del tiem­

po m ediante la utilización del gentili­ cio. A este respecto, los recientes estu­ dios onomásticos llevados a cabo sobre las inscripciones arcaicas m uestran resultados que, a unque lejos todavía de satisfacer todas las posturas a d o p ­ tadas por los investigadores, aportan datos muy valiosos sobre la organiza­ ción de la aristocracia. Al contrario de lo que sucedía en Grecia, en que el p atro n ím ico variaba de generación en generación en la sucesión familiar, en los am bientes itálicos el uso de este elemento se convirtió en gentili­

cio, es decir en nom bre transm isible a todos los miem bros de esa familia. La utilización de la fórmula onom ástica bimembre, es decir praenomen y no­

men (n o m b re individual y n om bre

familiar o gentilicio), comienza a ates­ tiguarse en la epigrafía con los mis­ mos orígenes de la escritura, pero es bastante escasa d u ra n te la primera mitad del siglo VII, para hacerse lue­ go más frecuente. La invención de este sistema onom ástico prueba pues el deseo de determ inadas familias de distinguirse del resto de la población, que sigue m a n ten ien d o un nom bre único, mediante su vinculación a un antepasado con el cual le unen lazos de sangre, d a n d o así prueba m a n i­ fiesta de su estirpe y de la antigüedad de su linaje. Estas familias aristocrá­ ticas no sólo se co m p o n ían de m iem ­ bros consanguíneos, sino que adem ás tam bién form aban parte otros grupos h u m a n o s pero sometidos a u n a situa­ ción de dependencia: son los siervos.

Escena de músicos. (Tum ba de

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