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Textos - Lezlek Kolakowski

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Academic year: 2021

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TEXTOS

Leszek Kolakowski

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Índice

Prólogo...4

Mi correcto punto de vista acerca de todo...7

Reconsiderando la muerte de la utopía...24

La alienación de la razón...35

El Marx de Althusser...45

El desasosiego del siglo y la revuelta de los ignorantes...59

Yalta y Polonia...67

Entrevista (2005)...71

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Si no se puede evitar el mal, tampoco hay que dejar de llamarlo por su nombre.

Leszek Kolakowski

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Prólogo

La versión anterior de este archivo (CINCO TEXTOS) naturalmente padecía de errores. Los corrijo ahora y sumo dos textos más: una crítica de nuestro filósofo a la interpretación que Althusser da del marxismo y la trascripción de una conferencia ofrecida el 2001.

Es característico que los grandes pensadores, no importa sobre qué escriban, siempre digan cosas interesantes, incluso si el tema a tratar es Althusser... La tentativa de éste

para renovar la “pobre idea” marxista (que en el fondo es un confuso intento de

justificar su peor aspecto: el stalinismo), hace que el ataque de Kolakowski parezca digno de mejor causa. Al menos a mí me da la impresión de un martillo usado para romper un huevo.

En cuanto a la conferencia El desasosiego del siglo y la revuelta de los ignorantes, es básicamente una recapitulación de los temas que siempre le preocuparon. Entre otras cosas, habla de valores como la libertad y la seguridad, de por qué se contraponen y de la imposibilidad de su plena realización en forma simultánea. También se ocupa de las incesantes protestas contra los productos transgénicos, la globalización, etc. Según él, los manifestantes conocen poco o nada sobre estos asuntos y, puesto que sus aversiones tienen una motivación ideológica, son inmunes a cualquier tipo de argumentación o prueba. En el debate aborda el tema de los terroristas: si no se les puede persuadir, sólo resta matarlos.

Conservo prácticamente igual mi prologuito. Supongo que en él queda bastante claro mi punto de vista.

Leszek Kolakowski nació en Radom, Polonia, en 1927. Durante su adolescencia padeció la ocupación nazi, lo que naturalmente le indujo a simpatizar con el ejército ruso y la ideología que éste traía consigo. Luego de la derrota de los alemanes y de la implantación del comunismo en su país, estudió filosofía y ejerció la docencia universitaria. Si bien empezó su vida intelectual como marxista, él, como buen polaco, en el fondo nunca dejó de ser católico. Tras un viaje a la URSS en 1950 tomó conciencia de los defectos del régimen comunista. En 1956 escribió el célebre artículo

¿Qué es el socialismo? Publicado en una revista polaca, fue rápidamente censurado, lo

cual contribuyó a su difusión en Occidente. De manera casi poética dicho artículo denunciaba los errores y abusos en que habían incurrido los soviéticos. Así pues, el militante entusiasta se había transformado en un pensador heterodoxo que practicaba abiertamente la crítica al régimen comunista. Eran los tiempos del “deshielo” de Jruschov y al niño terrible del mundo académico polaco no se le persiguió ni censuró con la dureza acostumbrada, para alarma del Partido y de los guardianes de la doctrina oficial. Sin embargo, y pese a la fama que Kolakowski alcanzó en el exterior, durante el transcurso de la década del sesenta se le fue hostilizando cada vez más. En 1968 la voluntad por mantener su independencia y el recrudecimiento del stalinismo lo obligaron finalmente a abandonar su país. Ya en el exilio adoptó el liberalismo como doctrina y se convirtió en un lúcido y feroz detractor del comunismo. Se dio tiempo para criticar no sólo a los cabecillas de Moscú y a sus lugartenientes en los países sometidos, sino también a los títeres (ya fueran asalariados o tontos útiles) que fuera de

la cortina de hierro hacían lo imposible para “acelerar” la revolución socialista mundial.

Vivió lo suficiente como para ver la liberación de su patria, la desaparición de la URSS y la lenta (pero inexorable) putrefacción de sus detritus cubano y coreano. Falleció en Inglaterra el 2009.

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Kolakowski es de los autores que releo con constancia y sus opiniones, esté o no conforme con ellas, han pasado a formar parte del núcleo duro de mi mente. A veces queda claro que detrás de la argumentación, aunque racionalizada de manera impecable, está presente no sólo el sufrimiento que infligieron los comunistas al pueblo polaco y a la humanidad en general, sino la fe en Dios. Felizmente no se necesita ser un anticomunista declarado ni un sujeto profundamente religioso para advertir el valor sus ideas. No importa mucho lo que las motive, sino el efecto que producen en el lector.

Los textos que he seleccionado (que, hasta donde sé, aparecen por primera vez traducidos al castellano en la web) dan prueba de la amplitud de sus intereses, la profundidad de sus conocimientos y la fuerza con que defiende sus convicciones. Esto último lo hace, a diferencia de sus contrincantes, siempre apoyándose en los hechos y nunca cayendo en el cinismo, la tergiversación o la mentira manifiesta.

En el primer texto desnuda la inconsistencia e ingenuidad progre. Kolakowski hace hincapié en la doble moral que condena, o aprueba, acontecimientos similares dependiendo de la filiación política de quienes los protagonizan. Ataca, entre otras cosas, el radicalismo estudiantil poniendo de manifiesto que uno de los grandes mitos

de la izquierda, la “gesta” de Mayo del 68, aparte de la faramalla mediática no tuvo más

consecuencias que las de evidenciar la típica megalomanía juvenil y relajar las exigencias académicas... ello para felicidad de los estudiantes (más aplicados en tirar piedras que en atender clases). Además, deja notar su sorpresa —que comparte con otros exiliados del Este— cuando contempla el apasionado anhelo por el comunismo en gran parte de la juventud de Occidente. Desgraciadamente, para este texto escrito en 1973 parece que no hubiera pasado el tiempo; está tan conectado con la actualidad que incluso pareciera dirigido a las despistadas y vociferantes “muchedumbres” que, agitando sus banderitas rojas, muestran su indignación contra el malvado sistema que hizo posible el Estado del bienestar... Probablemente sea el ensayo más interesante y despiadado de Kolakowski; una muestra de que ante los hechos de nada valen los argumentos.

El segundo texto es un estudio acerca de las utopías. Señala de manera clara que un mundo en el que se pretende obligar a la gente a ser feliz es tan malo, o incluso peor, que un mundo en el que prima la infelicidad. Es necesario, según Kolakowski, encontrar

un equilibrio entre aquellos que pretenden haber encontrado la “verdadera” forma en

que este mundo debería estar organizado y aquellos que piensan que dicha forma es incognoscible. ¿Rehacer este imperfecto mundo o conformarse con él tal cual es?... Para él la cuestión es lograr que ninguna de estas visiones prevalezca sobre la otra.

En el tercer texto critica el neopositivismo. Considera que la actitud mental de sus militantes —el optimismo ilimitado respecto a la posibilidad de imponer un orden y establecer un control en todos los aspecto de la realidad, y la negativa a tomar en serio temas no susceptibles de verificación— trasluce un temor a enfrentarse con aquello que no puede explicarse científicamente. Con ironía se pregunta si el —según los neopositivistas— equivocado e inútil anhelo de los hombres por hallar “verdades

absolutas”, en un mundo donde la verdad tiene un carácter provisorio, no será producto

de una degeneración biológica... Es un texto un tanto difícil, y presupone una cierta familiaridad del lector con el asunto tratado. Lo incluyo en esta selección para mostrar que la artillería de este filósofo no sólo se dirigía contra el marxismo.

El sexto texto lo conforman un par de réplicas al historiador Theodore Draper. El tema del intercambio es si fue legítimo o no que los Aliados, al final de la Segunda Guerra Mundial, le dejaran a la URSS todo el Este de Europa como botín de guerra.

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En fin, ya los dejo con alguien cuyas ideas y el modo de argumentarlas procuran un auténtico placer intelectual.

Arequipa, diciembre del 2012.

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Mi correcto punto de vista acerca de todo

Réplica a la Carta Abierta a Leszek Kolakowski de Edward Thompson1 Estimado Edward Thompson:

No disfruto mucho con esta correspondencia pública debido a que su Carta se ocupa tanto (por decir lo menos) de actitudes personales como de ideas. No tengo ninguna cuenta personal que saldar con la ideología comunista o con el año 1956; eso fue saldado hace mucho. Pero si usted insiste,

Comencemos y llevemos encima este cadáver Cantando juntos.2

En una reseña de Raymond Williams sobre la última publicación del Socialist

Register, leí que su Carta es una de las mejores piezas de los escritos de izquierda de la

década pasada, lo cual implica directamente que todo, o casi todo, el resto fue peor. Él conoce mejor de esto y tomo su palabra. Yo debería estar orgulloso de haber provocado, de cierto modo, ese texto, incluso si resulto ser su objetivo. Por ello mi primera reacción es de agradecimiento.

Mi segunda reacción es de embarras de richesses3. Usted me perdonará si hago una selección de los temas en mi respuesta a sus cien páginas de la Carta Abierta (no muy bien segmentadas, como usted admitirá). Trataré de tomar los más polémicos. No creo que deba yo comentar las páginas autobiográficas, por interesantes que sean. Cuando usted dice, por ejemplo, que no va a España durante las vacaciones, que nunca asiste a una conferencia de los socialistas sin pagar una parte de los gastos de su propio bolsillo, que no participa en reuniones financiadas por la Fundación Ford, que se parece a los viejos cuáqueros que rechazan sacarse los sombreros ante las autoridades, etc., no pienso que sea adecuado contestarle con una lista de mis propias virtudes; esta lista probablemente sería menos impresionante. Tampoco voy a cambiar la historia de su despido del New Left Review por todas las historias de mis expulsiones de diferentes comités editoriales de diferentes diarios; tales historias serían bastante triviales.

Mi tercera reacción es de tristeza, lo cual me preocupa. Aunque yo sea incompetente en su campo de estudio, conozco su reputación como erudito e historiador y encontré lamentable ver en su Carta tantos clichés izquierdistas que sobreviven en el discurso y en lo impreso debido a tres artificios: primero, la negativa de analizar las palabras —y el empleo de híbridos verbales especialmente diseñados para enredar las cuestiones—; segundo, el empleo de patrones morales o sentimentales en algunos casos y de patrones políticos o históricos en otros casos similares; tercero, el rechazo a aceptar los hechos históricos como son. Trataré de decir con más precisión lo que pienso.

Su carta contiene algunos agravios personales y algunos argumentos sobre cuestiones generales. Comenzaré con un agravio personal menor. Es curioso, pero usted parece

1

Historiador marxista británico, nacido en 1924. Autor de obras como La formación de la clase

obrera en Inglaterra, Miseria de la teoría, Tradición, revuelta y conciencia de clase, etc.

Falleció en 1993. (N. del T.) 2

“Let us begin and carry up this corpse, / Singing together.” Versos iniciales del poema Los

funerales del gramático (A Grammarian’s Funeral) del poeta inglés Robert Browning. (N. del

T.) 3

Expresión francesa que designa ese incómodo estado cuando las ideas para rebatir el argumento de un contrincante se agolpan en la mente. (N. del T.)

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sentirse ofendido por no haber sido invitado a la Reading conference y declara que si lo hubieran invitado de todos modos se habría negado a acudir en base a serias razones morales. Por tanto, supongo que si lo hubieran invitado se habría sentido ofendido también, por lo que no había ninguna manera en que los organizadores evitaran agraviarlo. Ahora bien, la razón moral que usted alega es el hecho de que en la comisión organizadora encontró el nombre de Robert Cecil. Y lo que es siniestro en Robert Cecil es que una vez trabajó en el servicio diplomático británico. Por tanto, su integridad no le permite sentarse en la misma mesa con alguien que solía trabajar en la diplomacia británica. ¡Oh, bendita Inocencia! Usted y yo, ambos éramos activos miembros en nuestros respectivos partidos comunistas en los años 40 como en los años 50, lo que significa que, independientemente de nuestras nobles intenciones y de nuestra encantadora ignorancia (o rechazo a deshacerse de la ignorancia), apoyamos, con nuestros modestos medios, un régimen basado en masas de trabajadores esclavos y en la peor clase de terror policiaco de la historia humana. ¿No cree que hay muchas personas que rechazarían sentarse en la misma mesa con nosotros por esta razón? No, usted es

inocente, mientras que yo no he captado, como usted dice, “el sentido de la política de aquellos años” cuando tantos intelectuales de Occidente se convirtieron al stalinismo.

Su “sentido de la política de aquellos años” es obviamente más sutil y diferenciado

que el mío; deduzco esto de sus ocasionales comentarios sobre el stalinismo. Primeramente dice usted que una parte (una parte, no omito esto) de la responsabilidad de las mentiras stalinistas recae sobre las potencias occidentales. En segundo lugar usted

dice que “para un historiador, cincuenta años son muy poco tiempo para juzgar un nuevo sistema social, si tal sistema surge”. En tercer lugar conocemos, dice usted, “épocas cuando el comunismo ha mostrado un rostro más humano, entre 1917 y

principios de la década de 1920 y, nuevamente, desde la batalla de Stalingrado hasta 1946.”

Todo está bien con algunos presupuestos adicionales. Obviamente, en el mundo en que vivimos, los acontecimientos importantes en un país deben por lo general ser atribuidos en parte a lo que pasó en otros países. Usted seguramente no negará que una parte de la responsabilidad del nazismo alemán se le impute a la Unión Soviética. ¿Me pregunto cómo esto afecta su juicio sobre el nazismo alemán?

Su segundo comentario es verdaderamente revelador. ¿Qué son cincuenta años “para un historiador”? El mismo día que escribo esto he leído un libro de Anatol Marchenko,

relacionado a su experiencia en prisiones y campos de concentración soviéticos a principios de la década de 1960 (no 1930). El libro, en ruso, fue publicado en Francfort en 1973. El autor, un trabajador ruso, fue sorprendido tratando de cruzar la frontera soviética con Irán. Tuvo suerte de haberlo hecho en la época de Jruschov, cuando el pesar por los lamentables errores de J. V. Stalin era más agudo (sí, lamentables, enfrentémoslo, incluso si en parte corresponden a las potencias occidentales); gracias a ello él obtuvo sólo seis años de trabajos forzados en un campo de concentración.

Una de sus historias trata de tres prisioneros lituanos que trataron de escaparse del convoy en un bosque. Dos de ellos fueron rápidamente capturados, luego les pegaron varios tiros en las piernas, luego les ordenaron levantarse, lo cual no podían hacer, luego fueron pateados y pisoteados por los guardias, luego mordidos y desgarrados por perros policías (tal entretenimiento, herencia del capitalismo) y sólo entonces se les hirió de muerte con bayonetas. Todo esto acompañado de comentarios ingeniosos de los

oficiales, del tipo: “¡Ahora, Lituania libre, a pasos forzados logrará rápidamente su independencia!” Al tercer preso lo balearon y, en la creencia de que estaba muerto, lo

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no fue asesinado (¡desestalinizacion!), pero pasó varios días en una celda oscura con su herida abierta y sobrevivió luego de que su brazo fuera amputado.

Ésta es una de mil historias que usted puede leer en muchos libros ahora disponibles. Tales libros son leídos de mala gana por la culta élite izquierdista, porque son en gran parte irrelevantes, pues únicamente suministran pequeños detalles (y, después de todo, convenimos en que se cometieron algunos errores) y porque muchos de ellos no han sido traducidos (¿ha notado que si encuentra a un occidental que sabe el ruso hay al menos un 90% de probabilidades de estar ante un feroz reaccionario? Las personas progresistas no disfrutan del doloroso esfuerzo de aprender el ruso, pero pese a ello lo conocen mejor).

Por tanto, ¿qué son cincuenta años para un historiador? ¿Cincuenta años abarcan la vida del oscuro trabajador ruso Marchenko o la de un todavía más oscuro estudiante

lituano que no escribió un libro? No nos apresuremos con la valoración de “un nuevo sistema social”. Ciertamente yo podría preguntarle cuantos años necesitó usted para

juzgar los méritos de los nuevos regímenes militares en Chile o en Grecia, pero conozco su respuesta: no existe analogía, Chile y Grecia permanecen dentro del capitalismo (las

fábricas son de propiedad privada) mientras que en Rusia comenzó una nueva “sociedad alternativa” (las fábricas son propiedad del Estado y, por lo tanto, éste posee también la

tierra y todos sus habitantes). Como genuinos historiadores podemos esperar otro siglo y reservar nuestra ligeramente melancólica, pero cautelosamente optimista, sabiduría histórica.

No así, desde luego, con “aquella bestia”, con “aquella vieja bruja del capitalismo

consumista” (sus palabras). Adonde sea que miremos, nuestra sangre está en ebullición.

Aquí nos podemos permitir ser ardientes moralistas otra vez y podemos demostrar — como hace usted— que el sistema capitalista tiene una “lógica” propia que ninguna reforma puede suprimir. El servicio médico nacional, dice usted, está empobrecido por la existencia de la práctica privada, la igualdad en la educación se estropea porque la gente es formada para la industria privada, etc. Usted no dice que todas las reformas estén condenadas al fracaso, sólo explica que mientras las reformas no destruyan al capitalismo, el capitalismo no será destruido, lo cual seguramente es cierto. Y propone

“una transición revolucionaria pacífica hacia una lógica socialista alternativa”. Usted al

parecer cree que esto da absoluta claridad a lo que piensa; creo, por el contrario, que es absolutamente oscuro a no ser que, otra vez, usted imagine que cuando se conceda al Estado la propiedad total de las fábricas sólo quedaran pequeños problemas técnicos en el camino hacia su utopía. Pero eso es precisamente lo que debe ser demostrado y el

onus probandi4 le corresponde a los que sostienen que estos (insignificantes “para un

historiador”) cincuenta años de experiencia pueden ser desechados por los creadores del

nuevo patrón para la sociedad socialista. (En Rusia había “circunstancias excepcionales”, ¿no es cierto? Pero no hay nada excepcional en Europa occidental.)

Su modo de interpretar los modestos cincuenta años (ahora cincuenta y siete) de la nueva sociedad alternativa se revela también en sus ocasionales comentarios acerca del

“rostro más humano del comunismo” entre 1917 y principios de los años 20 y entre

Stalingrado y 1946. ¿Qué quiere decir usted con el “rostro humano” en el primer caso? ¿La tentativa de regular toda la economía por medio de la policía y el ejército, causando el hambre de masas con incontables víctimas?, ¿en los varios cientos de rebeliones campesinas, todas ahogadas en sangre (un total desastre económico, como Lenin admitiría más tarde, después de haber matado y encarcelado un número indefinido de

4

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mencheviques y S.R.5 por haber predicho lo que ocurriría)? ¿O piensa en la invasión armada de siete países no rusos que habían formado gobiernos independientes, algunos socialistas, otros no —Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Ucrania, Lituania, Letonia, Estonia... (¡Oh Dios!, en dónde viven todas estas curiosas tribus)—? ¿O piensa usted en la dispersión por los soldados del único Parlamento democráticamente elegido de la historia rusa, antes de que pudiera pronunciarse una sola palabra? ¿O en la supresión por la violencia de todos los partidos políticos, incluyendo algunos socialistas, la abolición de la prensa no bolchevique y, por encima de todo, el reemplazo de la ley por el poder absoluto del Partido y su policía en el asesinato, la tortura y el encarcelamiento de cualquiera que se deseara? ¿O en la masiva represión de la Iglesia? ¿O en el levantamiento de Kronstadt? ¿Y cómo fue la mayor parte del rostro humano entre 1942 y 1946? ¿Piensa usted en la deportación de ocho nacionalidades enteras (digamos siete, no ocho: una fue deportada poco antes de Stalingrado) de la Unión Soviética con unos cientos de miles de víctimas? ¿Piensa en el envió a campos de concentración de unos cientos de los miles de prisioneros de guerra soviéticos entregados por los Aliados? ¿Piensa usted en la supuesta colectivización de los países bálticos, si es que tiene una idea sobre la realidad de esa palabra?

Tengo tres explicaciones posibles acerca de su declaración. Primero, que simplemente ignora estos hechos; lo que encuentro increíble, considerando su profesión de

historiador. Segundo, que usted usa la expresión “rostro humano” en un sentido muy

thompsoniano que no comprendo. Tercero, que usted, como la mayor parte de los críticos y ortodoxos comunistas, cree que todo está bien en el sistema comunista en tanto los líderes del Partido no sean asesinados. Éste es, de hecho, el camino estándar por el que los comunistas se vuelven “críticos”: cuando comprenden que la nueva lógica alternativa socialista no exonera a los propios comunistas ni, particularmente, a los líderes del Partido. ¿Notó usted que las únicas víctimas que Jruschov menciona por su nombre en su discurso de 1956 (cuya importancia estoy lejos de subestimar) eran stalinistas pur sang como él, la mayor parte de ellos (como Postychev) verdugos de mérito, comprometidos en incontables crímenes antes de que ellos mismos se convirtieran en víctimas? ¿Notó usted, en las memorias o análisis críticos escritos por muchos ex-comunistas (no citaré nombres, me excuso), que el horror surgió en ellos de repente sólo cuándo vieron que los propios comunistas eran asesinados? Ellos siempre abogan por la inocencia de las víctimas diciendo “¡pero estas personas eran

comunistas!”. (Lo cual, por cierto, es un modo funesto de defensa, ya que se sugiere que

no hay nada de malo en matar no-comunistas, y esto implica que hay una autoridad para decidir quién es y quién no es comunista, y esta autoridad sólo puede ser el mismo gobernante que sostiene el arma; por consiguiente, los asesinados son por definición no-comunistas y todo está bien.)

Bueno, Thompson, realmente no le atribuyo esta manera de pensar. De todos modos no puedo dejar de notar su empleo de un doble estándar de evaluación. Y cuando digo

“doble estándar” no pienso en la indulgencia hacia la justificable inexperiencia de la “nueva sociedad” para enfrentarse con nuevos problemas. Pienso en el empleo de

distintas normas políticas o morales para situaciones similares, y encuentro esto injustificable. No debemos ser fervientes moralistas para algunos casos y para otros

5

Así se denominaba a los miembros del Partido Social Revolucionario, fundado en 1901. De tendencia socialdemócrata, tuvieron un papel descollante desde la caída del zarismo, en febrero de 1917, hasta la Revolución de Octubre de 1918, cuando una fracción de ellos se alió a los bolcheviques y el resto se unió a las fuerzas contrarrevolucionarias. (N. del T.)

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Realpolitikers6o filósofos de la historia mundial, según sean las circunstancias políticas. Éste es un punto que me gustaría aclarar si es que vamos a entendernos. Le citaré (de memoria) lo que en una conversación me dijo un revolucionario latinoamericano sobre la tortura en Brasil:

“—¿Qué hay de malo con la tortura? —pregunté.

”—¿Qué quiere decir? —dijo él—. ¿Sugiere que está bien? ¿Justifica usted la tortura? ”—Por el contrario —le dije—, simplemente le pregunto si piensa que la tortura es

una monstruosidad moralmente inadmisible.

”—Desde luego —contestó él.

”—¿Y lo es la tortura en Cuba? —pregunté.

”—Bien —respondió él—, eso es otra cosa. Cuba es un pequeño país bajo la amenaza

constante de los imperialistas americanos. Ellos tienen que usar todo medio de autodefensa, incluso los deplorables.

”—Ahora bien —le dije—, usted no puede seguir ambos caminos. Si cree, como yo lo

hago, que la tortura es abominable e inadmisible por razones morales, lo es entonces, por definición, en todas las circunstancias. Si, empero, hay circunstancias donde puede ser tolerada, entonces usted no puede condenar ningún régimen por el mismo hecho de aplicar la tortura, ya que asume que no hay nada esencialmente malo con la tortura. O condena la tortura en Cuba exactamente igual que lo hace con Brasil, o usted mismo se impide condenar a la policía brasileña por el hecho de torturar a la gente. Es más, no puede condenar la tortura por razones políticas, porque en la mayor parte de casos es absolutamente eficiente y los torturadores consiguen lo que quieren. Usted puede condenarla sólo por razones morales y luego, necesariamente, en todas partes de la misma manera, en la Cuba de Batista o en la de Castro, en Vietnam del Norte y en

Vietnam del Sur.”

Se trata de una cuestión banal pero importante que espero le quede clara. Simplemente rechazo unirme a las personas que muestran su corazón sangrante cuando oyen de alguna grande o pequeña (y correctamente condenable) injusticia en EE.UU. y, de pronto, se transforman en sabios historiosofistas o serenos racionalistas cuando se les habla de los peores horrores de la nueva sociedad alternativa.

Ésta es una, pero no la única, razón de la espontánea y casi universal desconfianza que la gente de Europa oriental alimenta hacia la Nueva Izquierda occidental. Por una extraña coincidencia la mayoría de esta gente desagradecida, una vez que viene o se instala en Europa occidental o en EE.UU., pasa por reaccionaria. Estos estrechos y egoístas empiristas extrapolan pocas pobres décadas de su pequeña experiencia personal (algo lógicamente inadmisible, como usted habrá notado) y encuentran en ella pretextos para poner en duda el radiante futuro socialista elaborado con las mejores razones marxista-leninistas por los ideólogos de la Nueva Izquierda para los países occidentales.

Llevaré el tema algo más lejos. Asumo que no nos diferenciamos en la aceptación de que los hechos son como son y que no conseguimos el conocimiento de las sociedades existentes por la deducción de una teoría general. (Otra vez, citaré mi conversación con

un maoísta de la India. Él dijo: “La revolución cultural en China era una lucha de clases de campesinos pobres contra kulaks.” Pregunté: “¿Cómo sabe usted eso?”, y él contestó: “Por la teoría marxista-leninista.” Comenté: “Sí, es lo que supuse.” Él no lo

entiende, pero usted lo hace.) Esto no es bastante, sin embargo, puesto que como usted sabe, cualquier ideología absolutamente vaga siempre es capaz de absorber (esto significa: para desechar) todos los hechos sin renunciar por ello a ninguno de sus

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Expresión alemana con que se designa a quien, en política internacional, prefiere guiarse por el desarrollo de los acontecimientos antes que por principios éticos o filosóficos. (N. del T.)

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ingredientes. Y el problema es que la mayoría de las personas no son dedicados ideólogos. Sus mentes superficiales trabajan de tal modo que se pensaría que nadie jamás ha visto el capitalismo o el socialismo sino tan sólo conjuntos de pequeños hechos que son incapaces de interpretar teóricamente. Simplemente notan que la gente de algunos países vive mejor que en otros, que en algunos países la producción, la distribución y los servicios son mucho más eficientes que en otros, que la gente de aquí disfruta de derechos civiles y humanos y libertad, y ellos no lo hacen allí. (Debería decir

“libertad”, entre comillas, como usted lo hace; comprendo que ésa es una regla absolutamente obligatoria de la ortografía izquierdista, usar la palabra “libertad” entrecomillada cuando se aplica a Europa occidental, que, ciertamente, es una “libertad”

suficiente como para matar de risa a alguien. Y nosotros, las personas sin sentido del humor, no nos reímos.)

No trato de hacerle creer que usted vive en el paraíso y nosotros en el infierno. En mi país, Polonia, no sufrimos el hambre, la gente no está siendo torturada en prisiones, no tenemos ningún campo de concentración (a diferencia de Rusia), en los dos últimos años hemos tenido sólo pocos prisioneros políticos (a diferencia de Rusia), y muchas personas van al extranjero con relativa facilidad (otra vez, a diferencia de Rusia).

De todos modos somos un país privado de soberanía, y no en el sentido en que el Sr. Foot y el Sr. Powell temen que Gran Bretaña pudiera perder su soberanía debido a la unión con el Mercado Común, sino en un sentido tristemente directo y patente: todos los sectores claves de nuestra vida, incluidos el ejército, la política exterior, el comercio exterior, las industrias importantes y la ideología, se encuentran bajo el control estricto de un imperio extranjero que ejerce su poder con gran meticulosidad (por ejemplo impidiendo que determinados libros sean publicados o que determinada información sea divulgada, para no hablar de asuntos más serios). De todos modos apreciamos enormemente nuestros márgenes de libertad cuando comparamos nuestra posición con la de los de países completamente liberados como Ucrania o Lituania que, en lo que respecta a su derecho a la autonomía, están en una situación mucho peor que las antiguas colonias del Imperio Británico. Y el asunto es que estos márgenes, a pesar de que son importantes (nosotros todavía podemos decir y publicar considerablemente más que los habitantes de otras partes en la zona del rublo, excepto Hungría), no están apoyados en absoluto por ninguna garantía legal y pueden ser (como solían ser) cancelados de la noche a la mañana por una decisión tomada por los gobernantes del Partido en Varsovia o en Moscú. Y es así porque simplemente nos deshicimos del fraudulento dispositivo burgués de la división de poderes y alcanzamos el sueño socialista de la unidad, lo que significa que el mismo aparato tiene todo el poder legislativo, ejecutivo y judicial además del poder de controlar todo medio de producción; la misma gente hace la ley, la interpreta y la hace cumplir; el rey, el Parlamento, el jefe del ejército, el juez, el fiscal, la policía y (la nueva invención socialista) el dueño de toda la riqueza nacional y único empleador en el mismo escritorio; ¿qué mejor unidad social puede imaginarse?

Usted está orgulloso de no ir a España por motivos políticos. Individuo sin principios como soy, he estado allí dos veces. Es desagradable decir que este régimen, por más opresivo y no-democrático que sea, da más libertad a sus ciudadanos que cualquier país socialista (excepto, quizás, Yugoslavia). No digo esto con Schadenfreude7, sino con vergüenza, teniendo presente el patetismo de la guerra civil. Los españoles tienen las fronteras abiertas (no importa que la razón sea, en este caso, treinta millones de turistas cada año) y ningún sistema totalitario puede trabajar con fronteras abiertas. Ellos tienen

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la censura después, y no antes, de cada publicación (mi propio libro fue publicado en España y luego confiscado, pero luego de que mil copias habían sido vendidas; a todos nos gustaría tener las mismas condiciones en Polonia) y usted encuentra en las librerías españolas a Marx, Trotsky, Freud, Marcuse, etc. Como nosotros, ellos no tienen elecciones ni partidos políticos legales, pero, a diferencia de nosotros, tienen muchas formas de organización que son independientes del Estado y del partido de gobierno. Ellos tienen un Estado soberano.

Probablemente dirá que hablo en vano porque usted claramente declaró que está muy lejos de ver su ideal en los Estados socialistas existentes y que piensa en términos de un socialismo democrático. Lo dijo, en verdad, y no lo acuso de ser a un admirador de la policía secreta socialista. De todos modos lo que trato de decir es muy relevante para su artículo por dos motivos. Primero, usted considera a los Estados socialistas existentes como (imperfectos, seguramente) inicios de un nuevo y mejor orden social, como formas de transición que van más allá del capitalismo y se dirigen hacia la utopía. No niego que sea una forma nueva, pero realmente niego que sea en algún modo superior a los países democráticos de Europa y lo desafío a demostrar lo contrario, es decir, a mostrar un punto en el cual el socialismo existente puede reclamar su superioridad, excepto las ventajas notorias que todos los sistemas despóticos tienen sobre los democráticos (menos problemas con la gente). El segundo, e igualmente importante, punto es que usted pretende saber lo que significa el socialismo democrático y en

realidad no lo sabe. Usted escribe: “Mi propia utopía, a doscientos años en el futuro, no

se parecería a ‘la época del descanso’ de Morris. Sería un mundo (como D. H. Lawrence

lo quería) donde los ‘valores del dinero’ ceden el paso ante los ‘valores de la vida’, o (como lo quería Blake) la guerra ‘corpórea’ cede el paso a la guerra ‘mental’. Con

fuentes de energía fácilmente disponibles, algunos hombres y mujeres podrían decidir vivir en comunidades unificadas, ubicadas, como los monasterios Cistercienses, en centros de gran belleza natural, donde las actividades agrícolas, industriales e intelectuales podrían combinarse. Otros podrían preferir la variedad y el ritmo de la vida urbana que descubre de nuevo algunas cualidades de la ciudad-Estado. Los otros preferirán una vida de aislamiento, y muchos pasarán la vida entre las tres. Los eruditos seguirían las discusiones de diferentes escuelas, en París, Yakarta o Bogotá.”

Ésta es una muy buena muestra de la escritura socialista. Equivale a decir que el mundo debería estar bien y no mal, y yo estoy completamente de su lado en esta cuestión. Comparto sin restricciones su análisis (y el de Marx, y el de Shakespeare, y el de muchos otros) en el sentido de que es muy lamentable que la mente de las personas esté ocupada en la búsqueda infinita del dinero, que las necesidades tengan un mágico poder de crecimiento infinito, y que el ánimo de lucro, en vez del valor de uso, gobierne la producción. Su superioridad sobre mí consiste en que usted sabe exactamente cómo deshacerse de todo eso, y yo no.

Que los problemas del verdadero y único comunismo existente sean dejados de lado

tan fácilmente por los ideólogos izquierdistas (“bien, eso fue hecho en circunstancias excepcionales, no seguiremos ese modelo, lo haremos mejor” etc.) es algo crucial para el pensamiento socialista, porque las experiencias de la “nueva sociedad alternativa”

han demostrado muy convincentemente que la única medicina universal que esta gente tiene para los males sociales —la propiedad estatal de los medios de producción— es no sólo absolutamente compatible con todos los desastres del mundo capitalista —con la explotación, el imperialismo, la contaminación, la miseria, el despilfarro económico, el odio nacional y la opresión nacional—, sino que les añade una serie de desastres de su propia cosecha: ineficiencia, carencia de incentivos económicos y, sobre todo, el rol sin restricciones de la omnipotente burocracia, una concentración de poder nunca antes

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conocida en la historia humana. ¿Sólo un golpe de mala suerte? No, usted no dice exactamente eso, simplemente prefiere ignorar el problema, y lo hace con razón, porque todas las tentativas de examinar esta experiencia nos llevan de vuelta no sólo a circunstancias históricas contingentes, sino a la idea misma del socialismo y al descubrimiento de exigencias incompatibles ocultas en esta idea (o al menos de exigencias cuya compatibilidad permanece sin demostrar). Queremos una sociedad con una gran autonomía de pequeñas comunidades, ¿no? Y queremos la planificación central en la economía. Tratemos de pensar ahora cómo ambas trabajan juntas. Queremos el progreso técnico y queremos la seguridad perfecta para la gente; veamos cómo ambos podrían ser combinados. Queremos la democracia industrial y queremos la dirección eficiente: ¿trabajan bien juntas? Desde luego que sí, en el cielo izquierdista todo es compatible y todo está resuelto, el cordero y el león duermen en la misma cama. Mirar los horrores del mundo y ver cómo podemos deshacernos fácilmente de ellos una vez que se haga una pacífica revolución hacia la nueva lógica socialista. ¿La guerra en Oriente Medio y las quejas palestinas? Esto, naturalmente, es el resultado del capitalismo; solamente déjennos hacer la revolución y la cuestión quedará resuelta. ¿Contaminación? Desde luego, no hay problema, solamente dejen al nuevo Estado proletario controlar las fábricas y ya no habrá contaminación. ¿Atascos del tráfico? Esto es porque los capitalistas no se preocupan por la comodidad humana, basta con que nos den el poder (de hecho, éste es un punto bastante bueno: en el socialismo tenemos pocos coches y en consecuencia menos atascos del tráfico). ¿La gente muere del hambre en la India? Desde luego, los imperialistas americanos se comen su alimento, pero una vez que hagamos la revolución, etc. ¿Irlanda del Norte? ¿Problemas demográficos en Méjico? ¿Odio racial? ¿Guerras tribales? ¿Inflación? ¿Criminalidad? ¿Corrupción? ¿Degradación de sistemas educativos? ¡Hay una respuesta sencilla para todo y, además, la misma respuesta para todo!

Esta no es una caricatura, en lo absoluto. Es un modelo estándar de lo pensado por los que han vencido las ilusiones miserables del reformismo y han inventado el beneficioso dispositivo para solucionar todos los problemas de la humanidad, y este dispositivo consiste en unas palabras que, cuando se repiten bastante a menudo, empieza a parecer que tuvieran un contenido: revolución, sociedad alternativa, etc. Y tenemos además un

número de palabras negativas para provocar el horror, por ejemplo “anticomunismo” o “liberal”. Usted también usa estas palabras, Edward, sin explicación alguna, aunque es

consciente de que el objetivo de estas palabras es el de mezclar muchas cosas diferentes y producir vagas asociaciones negativas. ¿Qué es, de hecho, el anticomunismo que usted no profesa? Seguramente conocemos a personas que creen que no hay ningún problema social serio en el mundo occidental excepto el peligro comunista, que todos los conflictos sociales aquí deben ser explicados por un complot comunista, que el mundo sería un paraíso si no interfirieran las siniestras fuerzas comunistas, y que las dictaduras militares más horribles merecen el apoyo sólo si suprimen movimientos comunistas. ¿Usted no es anticomunista en ese sentido? Tampoco yo. Pero le llamarán anticomunista si usted no cree que el actual sistema soviético (o chino) es la sociedad más perfecta que la mente humana haya inventado hasta ahora, o si escribe una obra puramente académica, sin mentiras, sobre la historia del comunismo. Y hay un gran

número de otras posibilidades en medio. La ventaja de la palabra “anticomunismo”, el

cuco en la jerga izquierdista, es precisamente la de poner a todos en el mismo saco y

nunca explicar el significado de la palabra. Lo mismo con la palabra “liberal”. ¿Quién es “liberal”? ¿Quizás un librecambista del siglo XIX que proclamó que el Estado

debería abstenerse de interferir en el “libre contrato” entre trabajadores y patrones y que las uniones de trabajadores eran contrarias al principio del libre contrato. ¿Sugiere usted

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que no es “liberal” en este sentido? Eso dice mucho a su favor. Pero, según un

revolucionario OED8 aún no escrito, usted es “liberal” si imagina que en general la

libertad es mejor que la esclavitud (no pienso en el profundo disfrute de la verdadera libertad de la gente de los países socialistas, sino en la miserable libertad formal inventada por la burguesía para engañar a las masas de trabajadores). Y la palabra

“liberal” tiene la fácil tarea de mezclar éstas y otras cosas. Y así, proclamamos en voz

alta que despreciamos las ilusiones liberales, pero nunca explicamos qué significa eso exactamente.

¿Debería yo seguir con este vocabulario progresista? Solamente una palabra más que,

subrayo, usted no usa en este sentido sano: la palabra “fascista” o “fascismo”. Éste es un

descubrimiento ingenioso, con una buena gama de aplicaciones. A veces el fascista es una persona con la que discrepo, pero, debido a mi ignorancia, soy incapaz de discutir con él, entonces mejor nos agarramos a patadas. Cuando recojo mis experiencias, noto que el fascista es una persona que sostiene una de las creencias siguientes (a modo de ejemplo): 1) que la gente debería lavarse en lugar de andar sucia; 2) que la libertad de prensa en América es preferible a la apropiación de toda la prensa por un partido gobernante; 3) que la gente no debería ser encarcelada por su opiniones, tanto si es comunista como si es anticomunista; 4) que criterios raciales, a favor de los blancos o a favor de los negros, no son aconsejables en la admisión a las universidades; 5) que la tortura es condenable, no importa quién la aplique. (A grandes rasgos, “fascista” era lo

mismo que “liberal”.) Fascista era, por definición, una persona que resultó haber estado

en la cárcel en un país comunista. Los refugiados de Checoslovaquia en 1968 a veces tropezaban en Alemania con izquierdistas muy progresistas y absolutamente

revolucionarios con carteles que decían “el fascismo no pasará”.

Y usted me culpa de hacer una caricatura de la Nueva Izquierda. Me pregunto cómo sería la caricatura. De todos modos su irritación (éste es uno de los pocos puntos donde su pluma da en el blanco) es comprensible. Usted cita una entrevista que di a la Radio alemana (y más tarde traduje del alemán al inglés y publiqué en Encounter) donde hice dos o tres afirmaciones generales que expresaban mi repugnancia hacia los movimientos de la Nueva Izquierda tal como los conocí en América y en Alemania y —éste es el asunto— sin especificar a cuáles movimientos me refería y dije en cambio vagamente

“algunas personas” etc. Esto significa que no excluí expresamente a la New Left Review

entre 1960 y 1963, cuando usted estaba asociado a ella o que hasta le incluí tácitamente en mi declaración. Ahí me atrapó. Expresamente no excluí a la New Left Review entre 1960 y 1963 y, lo admito, incluso no la tenía en mente cuando me dirigía al periodista alemán. Pensé que decir “algunos nuevos izquierdistas” etc. se parecía más bien al

refrán, por ejemplo, “algunos académicos británicos son borrachos”. ¿Cree usted que

muchos académicos se sentirían ofendidos por semejante (aunque no muy ingeniosa) declaración, y si es así, cuáles? Mi consuelo es que si resulto diciendo públicamente tales cosas sobre la Nueva Izquierda, mis amigos socialistas de ningún modo sienten que podrían estar incluidos, aun si no son expresamente excluidos.

Pero no puedo prolongar esto más. Por la presente declaro solemnemente que en una entrevista a la Radio alemana en 1971, cuando hablaba del oscurantismo izquierdista, yo no pensaba en la New Left Review entre 1960 y 1963, en la cual Edward Thompson estuvo involucrado. ¿Será suficiente?

*

8

Siglas del Oxford English Dictionary, que es considerado como el mejor diccionario de la lengua inglesa. (N. del T.)

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Tiene usted razón, Edward, en que nosotros, la gente de Europa oriental, tiene la tendencia a subestimar la gravedad de los problemas sociales en las sociedades democráticas, y se nos puede culpar de ello.

Pero no se nos puede culpar por no tomar en serio a la gente incapaz de recordar correctamente cualquier hecho de nuestra historia o de hablar cualquiera de los barbáricos dialectos que hablamos; en cambio, somos absolutamente capaces de mostrar cuán liberados estamos en el Este y quién tiene una solución rigurosamente científica para la enfermedad de la humanidad, y que esta solución consiste en repetir unas frases que nosotros pudimos oír durante treinta años en cada celebración del 1º de mayo y leer en cualquier folleto de propaganda del Partido. (Hablo de la actitud de los progresistas radicales; la actitud conservadora a los problemas del Este es diferente y puede ser

resumida brevemente: “Esto sería horrible si ocurriera en nuestro país, pero para esas tribus está bastante bien.”)

Cuando dejé Polonia a finales de 1968 (no había estado en ningún país occidental en los seis años anteriores), tenía una idea algo vaga de lo que el movimiento radical de estudiantes y los diferentes grupos o partidos izquierdistas podrían ser. Encontré patético y asqueroso lo vi y leí en casi todos (no todos, sin embargo) los casos. No me deshago en lágrimas por unas ventanas rotas en las manifestaciones; aquella vieja bruja, el capitalismo consumista, les sobrevivirá. Tampoco encuentro escandalosa la ignorancia bastante natural de los jóvenes. Lo que me impresionó fue una clase de degradación mental que nunca antes había visto en los movimientos izquierdistas.

Vi a jóvenes tratar de “refundar” universidades y liberarlas de la horrible, salvaje,

monstruosa opresión fascista. La lista de demandas, con variantes, era muy similar en todos los campus del mundo. “Estos cerdos fascistas del Establishment9 quieren que pasemos exámenes mientras hacemos la revolución; ¡dejen que nos graduemos sin

exámenes!”; bastante curioso, los guerreros antifascistas quisieron conseguir sus grados

y diplomas en campos tales como las matemáticas, la sociología o el derecho, y no en el llevar pancartas, la distribución de manifiestos o la destrucción de oficinas. Y a veces consiguieron lo que quisieron: obtuvieron sin exámenes sus grados de los cerdos fascistas del Establishment.

Muy a menudo había demandas para suprimir totalmente algunos objetivos de la

enseñanza por irrelevantes, por ejemplo los idiomas extranjeros (“estos fascistas quieren

que nosotros, revolucionarios internacionalistas, perdamos el tiempo en el estudio de

idiomas, ¿por qué? ¡Para impedirnos hacer la revolución mundial!”). En un lugar los

filósofos revolucionarios se declararon en huelga porque una lista de lecturas incluía a Platón, Descartes y otros burgueses idiotas, en vez de grandes filósofos relevantes como el Che Guevara y Mao. En otro, los matemáticos revolucionarios propusieron que la facultad debería organizar cursos sobre las tareas sociales de las matemáticas y (éste es el asunto) cada estudiante debería poder asistir a este curso tantas veces como quisiera y conseguir cada vez un crédito por ello, lo que significaba que podría conseguir el diploma en matemáticas exactamente por nada. Y en otro lugar, los nobles mártires de la revolución mundial exigieron ser examinados sólo por otros estudiantes que escogerían ellos mismos, y no por esos viejos pseudoeruditos reaccionarios. Los profesores deberían ser designados (por los estudiantes, desde luego) según sus opiniones políticas; los estudiantes serían admitidos por las mismas razones. En varios casos en EE.UU., la vanguardia de las masas oprimidas de trabajadores prendió fuego a

9

Término peyorativo que designa a la clase gobernante y a las instituciones en que cimienta su poder. (N. del T.)

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las bibliotecas universitarias (el pseudoconocimiento irrelevante del Establishment). De más está decir que se podía oír que no hay ninguna diferencia, ninguna diferencia en absoluto, entre la vida en un campus de California y un campo de concentración nazi. Y todos ellos eran marxistas, naturalmente, lo cual significa que conocían tres o cuatro frases escritas por Marx o Lenin, en particular la frase “los filósofos sólo han

interpretado el mundo de varios modos; la cuestión, sin embargo, debe ser cambiarlo”

(lo que Marx quiso decir con esta oración, algo obvio para ellos, es que no tiene sentido aprender).

Yo podría continuar esta lista por varias páginas, pero puede que con esto baste; el modelo es siempre el mismo: la gran revolución socialista consiste, ante todo, en dar privilegios, títulos y poder a nuestras opiniones políticas y en la destrucción de los viejos valores académicos reaccionarios como lo son el conocimiento y las capacidades

lógicas (“pero estos cerdos fascistas deberían darnos dinero, dinero, dinero”).

¿Y en cuanto a los trabajadores? Existen dos opiniones opuestas. Una (pseudomarcuseana) dice que esos bastardos fueron sobornados por la burguesía y no se puede esperar nada de ellos, ahora los estudiantes son los más oprimidos y la clase más revolucionaria de la sociedad. Otra (leninista) dice que los trabajadores tienen una falsa conciencia y que no comprenden su alienación, porque los capitalistas les dan malos periódicos para leer, pero nosotros, revolucionarios, almacenamos en nuestras cabezas la correcta conciencia del proletariado, sabemos lo que los trabajadores deberían pensar y que, de hecho, realmente piensan sin saberlo; por consiguiente merecemos asumir el poder (pero no en este estúpido juego electoral que, como ha sido demostrado científicamente, solamente sirve para engañar a la gente).

Usted con satisfacción la llama “la farsa revolucionaria”. Bien, lo es. Pero con decirlo

no basta. Ésta no es una farsa capaz de poner de cabeza a la sociedad, pero es capaz de destruir la universidad, y ésta es una acción importante que preocupa (algunas universidades alemanas ya parecen más bien escuelas del Partido).

Y déjeme volver a la cuestión más general que antes discutíamos en cartas privadas.

El movimiento que acabo de describir usted lo defiende diciendo “pero había una guerra en Vietnam”. Tanto mejor, de verdad, para ponerlo elegantemente. Y había muchas

otras cosas, sin duda. Las tradicionales universidades alemanas tenían algunos rasgos intolerables. Las universidades italianas y francesas tenían los suyos. Hay muchas cosas en cualquier sociedad y en cualquier universidad como para justificar la protesta. Y — éste es mi punto— usted no encontrará ningún movimiento político en el mundo que no tenga buenas y bien justificadas demandas. Si mira las acusaciones mutuas de los partidos que compiten por el poder siempre encontrará asuntos bien escogidos y bien razonados en sus demandas y ataques, y eso no se toma como una razón para apoyarlos a todos. Nadie es totalmente malo y usted tiene razón, naturalmente, cuando dice que no todos los partidos comunistas eran totalmente malos.

Si usted mira la propaganda nazi contra la república de Weimar, encontrará un gran número de asuntos bien justificados: ellos dijeron que el Tratado Versalles era una vergüenza, y lo era; que la democracia estaba corrompida, y lo estaba; ellos atacaron la aristocracia, la plutocracia, el poder de los banqueros y, casualmente, la pseudolibertad irrelevante para las verdaderas necesidades de las personas y la porción de periódicos

sucios judíos. Y ésta no era una buena razón para decir “bien, ellos no se comportan con

mucha decencia y algunos puntos de sus ideas resultan bastante necios, pero no se

equivocan en muchas cuestiones, así que déjennos darles el apoyo que requieren”.

Evidentemente muchas personas rechazaron decir algo como eso. Y de hecho, si los nazis no hubieran tenido muchos buenos puntos para atacar al régimen existente, ellos

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no habrían ganado, no hubiera habido un fenómeno como las filas del Rot front10 marchando con banderas desplegadas hacia las SA. Ésta es la razón por la que, cuando vi que los movimientos estudiantiles imitaban el mismo modelo de comportamiento y copiaban una parte de la misma ideología (a saber: todas las cuestiones acerca de la

libertad “formal”, las instituciones democráticas, la tolerancia y los valores

académicos), no pude sentirme muy impresionado por la frase: “pero había una guerra

en Vietnam”.

Usted dice que nosotros deberíamos ayudar a los ciegos a recuperar la vista. Acepto este consejo con una leve reserva: es difícil de aplicarse cuando hay que vérselas con gente que es omnisciente y que todo lo ve de todos los modos. No recuerdo haber rechazado alguna vez una discusión con personas que estaban listas para tenerla, el problema es que algunas no lo estaban, y esto debido precisamente a su omnisciencia, de la cual carezco. A decir verdad, yo era casi omnisciente (aunque no del todo) cuando tenía 20 años, pero, como usted sabe, la gente se pone estúpida cuando se pone más vieja, y por tanto, yo era mucho menos omnisciente cuando tenía 28 años y ahora lo soy todavía menos.

Tampoco soy capaz de la satisfacción de los que buscan la certeza perfecta y soluciones inmediatas globales para todas las calamidades del mundo y la miseria. De todos modos creo que para aproximarnos a otras personas, nosotros, hasta donde somos capaces de hacerlo, deberíamos seguir el método Jesuita, más bien que el Calvinista; esto significa que deberíamos presuponer que nadie está absoluta y desesperanzadamente corrompido, que cada uno, no importa lo pervertido y limitado que se encuentre, tiene algunos puntos buenos y algunas buenas intenciones que podemos asir. Admito que es más fácil decir esto que practicarlo, y no pienso que cualquiera de nosotros sea un perfecto maestro en este arte mayéutico.

*

Su propuesta de definirse a sí mismo (y a mí) por la lealtad hacia la “tradición

marxista” (a diferencia del sistema, el método, la herencia) me parece vaga y evasiva.

No estoy seguro del significado que le confiere a este accesorio a no ser que usted

simplemente encuentre importante ser llamado “marxista”; pero dice que no. Yo tampoco. No estoy interesado en absoluto en ser un “marxista” o en ser llamado así.

Seguramente hay pocas personas que trabajen en ciencias humanas que no admitirían su deuda con Marx, y no soy una de ellas. Fácilmente admito que sin Marx nuestro pensar sobre la historia sería diferente y en muchos sentidos peor de lo que es. Decir esto es bastante trivial. De todos modos pienso que muchos importantes principios de la doctrina de Marx son falsos, sin significado o verdaderos sólo en un sentido muy limitado. Pienso que la teoría del valor del trabajo es un dispositivo normativo sin ningún poder explicativo en absoluto; que ninguna de las bien conocidas fórmulas generales del materialismo histórico que se encuentran en los escritos de Marx es admisible y que esta doctrina es válida sólo en un sentido muy restringido; que su teoría de la conciencia de clase es falsa y que la mayor parte de sus predicciones demostraron ser erróneas (reconozco que ésta es una descripción general de lo que siento, no trato de justificar aquí mis conclusiones).

Sin embargo, si admito que sigo pensando las cuestiones históricas (ya no las filosóficas) en términos heredados en parte del legado marxista, ¿acepto por ello una

10

Frente Rojo. Organización paramilitar de Partido Comunista Alemán, creada en 1924. Se

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lealtad hacia la tradición marxista? Sólo en un sentido tan laxo que la misma

declaración sería igualmente verdadera cuando la substituyo por “marxista-cristiano”, “escéptico”, “empirista”. Sin pertenecer a ningún partido político o secta, a ninguna

Iglesia, a ninguna escuela filosófica, no niego mi deuda con el marxismo, el cristianismo, la filosofía escéptica, el pensamiento empirista y otras tradiciones (más abiertamente orientales y menos interesantes para usted) que tengo en mi formación.

Tampoco comparto el horror hacia el “eclecticismo” si lo contrario de eclecticismo es

el fanatismo filosófico o político (que es lo que por lo general está en las mentes de quienes nos aterrorizan con la etiqueta del eclecticismo). En un sentido tan laxo, admito pertenecer a la tradición marxista, entre otras. Pero usted parece querer decir más.

Parece hablar de la existencia de una “familia marxista” definida por la descendencia

espiritual de Marx y me invita a unirme a ella. ¿Piensa que toda la gente que de una u otra manera se llama marxista forma una familia (sin importar que ellos se han matado los unos a los otros durante medio siglo, y todavía lo hacen) opuesta como tal al resto del mundo? ¿Y que esta familia es para usted (y debería serlo para mí) un lugar de identificación? Si eso es lo que piensa, entonces ni siquiera puedo decir que rechazo unirme a esa familia; ella simplemente no existe en un mundo donde lo más probable es que el gran Apocalipsis sea provocado por la guerra entre dos imperios que reclaman ser las perfectas encarnaciones del marxismo.

*

Hay en su Carta varios puntos que yo debería abordar no debido a su importancia, sino a la desagradable manera demagógica con que habla de ellos. Abordaré dos. Usted cita un artículo mío que contiene una observación que pensé que era más bien un lugar común: no se ha permitido a las clases explotadas participar en el desarrollo de la cultura espiritual. Y luego usted se presenta como un portavoz de la insultada clase trabajadora y me explica, con indignación, que la clase trabajadora ha desarrollado el sentido de la solidaridad, la lealtad, etc. En otras palabras: dije esto más bien para deplorar que para exaltar el hecho de que el explotado sea privado de acceso a la educación, ¡y usted muestra disgusto por el hecho de que, en mi opinión, la clase obrera carece de moral! Esa no es una lectura incorrecta, sino una especie de absurdo

“Hineinlesen”11 que hace imposible cualquier discusión. Y luego, cuando estigmaticé como obscurantista la idea de una nueva ciencia o lógica socialista (otra vez, como yo lo veo, un lugar común), usted explica que el punto no es cambiar la lógica, sino que Marx quería cambiar las relaciones de propiedad. ¿Lo quería realmente? Bien, ¡qué puedo decir sino que usted me abrió los ojos! Y si piensa que la cuestión de una “nueva lógica” o “nueva ciencia” en oposición a la “lógica burguesa” y la “ciencia burguesa” no está en discusión, entonces está completamente equivocado. No se trata de una extravagancia, sino de un modelo corriente de pensamiento y conversación entre los marxista-leninista-stalinistas, y este modelo fue heredado intacto por las docenas de lenins, trotskys y robespierres que usted podría encontrar en cualquier campus americano o alemán.

El segundo punto es su comentario sobre una frase que pronuncié en la misma entrevista que usted citó; dije que “los hombres no tienen ningún medio más pleno de

autoidentificación que los símbolos religiosos” y que “la conciencia religiosa... es una parte irreemplazable de la cultura humana”. Aquí usted estalla. “¿Con qué derecho —

dice usted—, por el estudio de su tradición y sensibilidad, puede asumir eso como

11

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universal en el corazón de una antigua Isla Protestante, obstinadamente resistente a la

magia del simbolismo religioso...?” Lo siento por muchas razones. Primera: que yo

diera mi entrevista al periodista alemán en el corazón de la antigua Isla Protestante en vez de hacerlo en suelo alemán. Segunda: que no explicara —por asumirlo, erróneamente, como algo sabido— que “símbolo religioso” no es necesariamente, al contrario de lo que usted obviamente cree, una imagen, una escultura, un rosario, etc., sino lo que todo pueblo cree que le proporciona un modo de comunicación con lo Sobrenatural o que transporta su energía (Jesucristo mismo es un símbolo, no sólo un crucifijo). No inventé este uso de la palabra, pero, ya que no lo expliqué en mi entrevista, ofendí su iconoclasta tradición inglesa. ¿Esta explicación léxica apacigua en algo su conciencia Protestante lastimada por un supersticioso ultramontano? Y me acusa

—sacude todo— de no probar, en esa entrevista, mi creencia en la permanencia del

fenómeno religioso. Fui en verdad imprudente al no citar completamente, en esa entrevista, todos los libros y artículos que he escrito con el objeto de apoyar esta opinión. Usted no tenía ninguna razón en absoluto para leer estos libros (uno de ellos, de más de ochocientas densas páginas, en el que me ocupo sobre todo de los movimientos sectarios del siglo XVII, es tan aburrido que sería bastante inhumano pedirle que le dé una hojeada), por lo menos no tenía ninguna razón para hacerlo mientras no intentara criticar mis opiniones sobre el tema. Por lo tanto su indignado

“¿Con qué derecho... ?” pareciera ser más apropiado cuando se le aplica a usted.

Lamentablemente en su artículo abundan tales casos, cuando usted cambia de tema y trata de hacer creer que dije algo que usted piensa que yo debería haber dicho sobre la base de algunas creencias generales que me atribuye. Estoy seguro que hace esto inconscientemente, según una lógica peculiar de las creencias que siempre fue muy característica del pensamiento comunista dogmático, donde la diferencia entre aquellos razonamientos que son funciones de verdad y los que no lo son en absoluto desaparece; sin embargo, incluso si es verdad que A implica B, de esto no se sigue que si alguien cree A, él cree B. (El rechazo voluntario de esta muy sencilla distinción siempre permitió a la prensa comunista dar a los lectores información construida más o menos

de este modo: “El Presidente americano dijo que, pese a la protesta de toda la humanidad amante de la paz, él continuaría con la guerra genocida en Vietnam” o “Los

líderes chinos declaran que su jingoista12y antileninista política apunta a la destrucción

del campo socialista para ayudar a los imperialistas”.) Hay una coherencia en esta

grotesca lógica del País de las maravillas y más bien tengo aversión hacia los razonamientos que la repiten. Pero aún hay más. Ya que piensa en la sociedad en

categorías de “sistemas” globales —capitalismo o socialismo— usted cree que: 1) el

socialismo, por imperfecto que sea, es esencialmente una etapa más alta del desarrollo

de la humanidad y esta superioridad del “sistema” es válida independientemente de si

realmente puede ser mostrada en cualquier hecho particular relacionado con la vida humana; 2) que todos los hechos negativos que se pueden encontrar en el mundo no-socialista —el apartheid en Sudáfrica, la tortura en Brasil, el hambre en Nigeria o el inadecuado servicio médico en Gran Bretaña— deben ser imputados al “sistema”, mientras que los hechos similares que ocurren dentro del mundo socialista tienen que

ser achacados también al “sistema”, pero no al socialista, sino al mismo sistema

capitalista (la supervivencia de la vieja sociedad, el impacto de envolvimiento, etc.); 3) cualquiera que no crea en la superioridad del “sistema” socialista concebido de esa

forma está obligado a creer que el “capitalismo” es en principio admirable y a justificar

u ocultar sus monstruosidades, por ejemplo, justificar el apartheid en Sudáfrica, el

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hambre en Nigeria, etc. De ahí sus tentativas desesperadas de forzarme a decir algo que no dije. (Es verdad, ya que no me considera un caso completamente perdido, que usted trata de despertar mi conciencia y me explica, por ejemplo, que hay espías y micrófonos ocultos en los países occidentales. ¿Es cierto eso? ¿No bromea usted?)

De más está decir que este modo peculiar de razonamiento es absolutamente irrefutable, porque puede descuidar todos los hechos empíricos como irrelevantes (cualquier mal que ocurra dentro del “sistema capitalista” es por definición producto del

capitalismo; cualquier mal que ocurra en el “sistema socialista” es por la misma

definición producto del mismo capitalismo). Y el socialismo es definido dentro de este

“pensamiento de sistema” como la total o casi total apropiación por el Estado de los

medios de producción; usted obviamente no puede definir el socialismo en términos de la abolición de trabajo alquilado, ya que usted sabe que si el socialismo empírico se diferencia en esto del capitalismo, es sólo en la restauración del manifiesto trabajo de esclavo para los prisioneros, el trabajo semi-esclavo para los trabajadores (la prohibición de la libertad para que uno cambie de lugar de trabajo) y la medieval glebae

adscriptio13para los campesinos.

Así, dentro de esta construcción es coherente creer que con la abolición del título de propiedad privada serán erradicadas las raíces del mal, si no todo el mal real sobre la tierra. Pero estas tres declaraciones que mencioné no son nada más que la expresión de un compromiso ideológico, incapaces de ser validadas o refutadas empíricamente. Dice

usted que pensar en términos de “sistema” ofrece resultados excelentes. Estoy bastante

seguro de que no es sólo excelente, sino milagroso; con eso simplemente soluciona todos los problemas de la humanidad de un golpe. Es por ello que la gente que no ha alcanzado ese nivel de conocimiento científico (como yo) no sabe del sencillo dispositivo para la salvación del mundo, como lo conoce cualquier estudiante de segundo año en Berlín o en Nebraska, a saber: la revolución socialista mundial.

*

Obviamente no he agotado los temas de su Carta, que restaura la dignidad del desaparecido arte de la epistolografía. Pero creo que he mencionado los más polémicos. El golfo que nos separa en este momento inverosímilmente se ha acortado. Usted parece considerarse todavía como un comunista disidente o como una especie de revisionista. Yo no, y esto desde hace mucho tiempo. Usted parece definir su posición en términos de las discusiones de 1956 y yo no lo hago. Ése era un año importante y sus ilusiones también eran importantes. Pero ellas fueron aplastadas justo después de haber

aparecido. Probablemente comprende que quien sea etiquetado como “revisionista” en

las democracias populares está virtualmente muerto (posiblemente Yugoslavia sea una excepción), lo que significa que tanto los viejos como los jóvenes en esos países han

dejado de pensar en su situación en términos del “socialismo genuino”, “marxismo genuino”, etc. Ellos quieren (la mayoría de las veces de un modo pasivo) más

independencia nacional, más libertad política y social, mejores condiciones de vida — pero no porque haya algo expresamente socialista en estas reclamaciones—. La ideología estatal oficial está en una posición paradójica. Es absolutamente indispensable, puesto que es la única manera por la cual el aparato gobernante puede legitimar su poder; y no es creída por nadie, ni siquiera por los gobernantes o el gobernante (muy conscientes de la incredulidad de los demás y de la suya propia). Y en

13

Expresión en latín que significa “servidumbre de la gleba”. Se refiere al siervo que no tenía

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