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ESTUDIOS BÍBLICOS ELA: PROMESAS Y PROEZAS DE DIOS (JOSUÉ)

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ESTUDIOS BÍBLICOS ELA:

PROMESAS Y PROEZAS DE DIOS

(JOSUÉ)

ALBERTO PLATT

A menos que se indique lo contrario, todas las citas están tomadas de la versión Reina-Valera 1960.

© 1999

Ediciones Las Américas, A.C.

Prohibida la reproducción parcial o total ISBN 968–6529–76–4

CONTENIDO

1. Elección de Josué Josué 1:1–2a 2. Comisión de Josué

Josué 1:2b–18 3. ¡Otra vez espías!

Josué 2:1–24

4. Obstáculo y bendición Josué 3:1–4:24

5. Preparativos finales Josué 5:1–12

6. ¡Victoria! ¡Derrota! ¡Victoria!

Josué 5:13–8:35

7. Consecuencias de no consultar a Dios Josué 9:1–10:43

8. La conquista Josué 11:1–12:24

9. Posesión de la tierra prometida Josué 13:1–33; 15:1–19:51 10. Caleb: el que seguía a Dios

Josué 14:1–15

11. Ciudades y porciones especiales Josué 20:1–21:45

12. El otro altar Josué 22:1–34

(2)

13. El fin de la jornada Josué 23:1–24:33

PROMESAS Y PROEZAS DE DIOS

JOSUÉ

Introducción 1:1–2:24

Entrada en la tierra

prometida 3 :1–5:15

Conquista de la tierra

prometida 6:

1–12:24

División de la tierra

prometida 13:1 –22:34

Conclusión 2 3:1–24:33

Reconocimiento del nuevo líder 1:1–18 Comisión de Josué 1:1–9 Josué es

animado 1:10 –18

Reconocimiento de la nueva tierra 2:1–24 Reevaluación de la

situación 2:1 Rahab 2:2–21 Retorno de los espías 2:22–

24

El milagro del cruce del Jordán en seco 3:1–17 El memorial del

milagro 4:1 –24

Reinstalación del memorial del pacto con Abraham 5 :1–10

El maná termina 5:1 1–12

El Capitán supremo 5:

13–15

Campaña del centro 6:1–

9:27 Victoria en Jericó 6:1–27

¡Derrota! El pecado de Acán 7:1–26

¡Victoria! En Hai 8:1–35

¡Derrota! Alianza con los

gabaonitas 9:

1–27

Campaña del sur 10:1–43 Guerra contra la alianza de reyes 10:1–14 Control completo del sur 10:15–

43

Campaña del norte 11:1–

15

Resumen de la conquista 11:

16–12:24

Antes de cruzar el

Jordán 13:1–

33

Instrucciones 1 3:1–7

División al oriente del

Jordán 13:8–33 Petición y

herencia de Caleb 14:1–15 Porción de las tribus 15:1–

19:51

Judá 15:1–63 Efraín 16:1–10 Manasés 17:1–

18 Las otras tribus 18:1–

19:51

Ciudades de refugio 20:1–9 Ciudades de los levitas 21:1–

45

Retorno de las tribus al este del Jordán 22:1–

34

Primer mensaje de

despedida 23:

1–16

Repaso de la bondad de Dios 23:1–10 Amonestación contra la desobediencia y apostasía 23:1 1–16

Segundo mensaje 24:1 –28

Repaso del trato de Dios 24:1–

15

Israel reconoce la bondad

divina 24:16–

18

Diálogo de Josué con

Israel 24:19–

28

Muerte de Josué 24:29–

33

1

Elección de Josué

Josué 1:1–2a

(3)

“¡Mi siervo Moisés ha muerto!” dijo el Señor en Josué 1:2. A pesar de esa nota funesta y sombría con que principia, el tono del libro de Josué no se caracteriza por ese triste recordatorio.

Esta obra lleva el nombre de su probable autor, que es el héroe que domina sus páginas de principio a fin. Ese apelativo hebreo quiere decir “Jehová salva”, mismo que

corresponde a “Jesús” en el Nuevo Testamento.

En el canon de los judíos (los libros oficialmente aceptados por ellos) Josué es el primero que aparece en la sección de los profetas, sin duda debido al carácter y ministerio de ese gran líder. Su contenido es una joya histórica que traza la crónica de un pueblo que estaba tratando de obtener la tierra que su Dios le había prometido. Por supuesto que el libro no es sólo producto de un historiador humano, sino que el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21) también intervino, y como viene de Dios, la historia es verídica. En ella, el lector puede estudiar los éxitos y fracasos del pueblo de Israel, y conocer la razón de ellos.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

No cabe duda que la muerte de Moisés tuvo un impacto adverso en el pueblo de Israel.

Humanamente hablando, aquel gran hombre fue el que hizo que el pueblo llegara hasta ese punto de su historia y estuviera en el umbral de la tierra prometida.

¡Moisés fue único! Aparte de él, en la Biblia no dice que otro líder hablara cara a cara con Jehová (Éxodo 33:11; Deuteronomio 34:10. Bajo su liderazgo, el pueblo fue liberado de la esclavitud de Egipto. Personalmente, él recibió la ley de Dios en el monte Sinaí, así como las instrucciones para construir el tabernáculo y los reglamentos para regular el sacerdocio (Éxodo 20–40). Además, Dios le comunicó ciertos detalles relacionados con la conquista que se avecinaba (Josué 1:2–3). No obstante, Moisés murió antes de llegar a la tierra.

Sin duda, esto debe haber preocupado sobremánera al pueblo de Israel. Tal vez se preguntaban unos a otros: “y ahora, ¿qué?” o: “ahora, ¿quién?”.

Por otra parte, la muerte del gran Moisés no fue un accidente inesperado para Dios, ni un suceso que haya frustrado sus planes. ¡De ninguna manera! Como parte de su plan eterno, esa consecuencia fatal quedó sellada aquel día en que Moisés golpeó la roca en Cades y Dios tuvo que decirle a él y a su hermano Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:12).

Gracias a él, el pueblo había quedado libre de la esclavitud de Egipto, y poseía la gran revelación del carácter de Dios entregada en Sinaí. Además, ya había terminado su larga peregrinación por el desierto durante la cual experimentó la mano poderosa y milagrosa de su Dios manifestándose en todo el camino. Finalmente, se encontraba ya frente a la tierra prometida.

Otro factor positivo e importantísimo (aunque no totalmente reconocido por el pueblo de Israel) era la situación internacional prevalente en aquel entonces. De acuerdo con el plan y control de Dios, ninguna de las naciones que habían tenido prominencia hasta aquella fecha, ni de las que posteriormente la tuvieron, estaba en condiciones de resistir el avance del pueblo de Israel. Aquel fue un tiempo único e ideal en la historia, lo cual no debe sorprendernos, ya que fue arreglado por el Dios que tiene el control de todo el mundo (Proverbios 8:15; 21:1; Romanos 13:1).

FECHA

(4)

Los acontecimientos descritos en el libro abarcan un período de más o menos 25 años, que fue el tiempo comprendido entre la muerte de Moisés y la de Josué, mismos que se llevaron a cabo alrededor de 1400 a.C.

AUTOR

Aunque no se sabe con certeza, se acepta que la mayoría del libro fue escrito por Josué (vea Josué 1:1; 3:7; 4:1, 2; etc.), porque es obvio que el autor fue testigo ocular de los sucesos que narra (Josué 5:1; 7:7; 8:5, 6 etc.). Naturalmente que la porción relacionada con la muerte de Josué (24:29–33) fue escrita por otro autor.

TEMA E IMPORTANCIA DEL LIBRO

Como ya se ha dicho, el de Josué es un libro histórico que narra todo lo que tuvo que suceder para que el pueblo de Israel se apropiara de lo que Dios le había prometido. Según 1 Corintios 10:11 y 2 Timoteo 3:16, el estudiante bíblico está obligado a aprender todo lo que Dios ha dicho en las Escrituras, no puede hacer a un lado el Antiguo Testamento. Pero tiene que ejercer bastante cuidado, y apegarse a los principios correctos de interpretación bíblica (hermenéutica).

Por ejemplo, es difícil afirmar que el cruce del río Jordán en seco representara la entrada de un creyente al cielo. ¿Por qué? Porque después de cruzar el Jordán, los hijos de Israel tuvieron que pelear, batallar, conquistar y hasta destruir a los idólatras. No tiene absolutamente ningún parecido con la entrada al cielo del creyente, ni es el propósito de ese pasaje enseñar semejante lección. Es obvio que los hijos de Israel tenían derecho a la tierra, pero el libro de Josué dice que aun después de haber recibido el título de propiedad,

tuvieron que librar una gran lucha para poder disfrutar de esa bendición. El libro de Josué ejemplifica lo que dijo el apóstol Pablo en su carta a los efesios relativo a la recomendación de vestirse con toda la armadura de Dios antes de iniciar el combate espiritual (Efesios 6:11).

BOSQUEJO DEL LIBRO

I. Introducción 1:1–2:24

A. Reconocimiento del nuevo líder 1:1–18 1. Comisión de Josué 1:1–9

2. Josué es animado 1:10–18

B. Reconocimiento de la nueva tierra 2:1–24 1. Reevaluación de la situación 2:1

2. Rahab 2:2–21

3. Regreso de los espías 2:22–24

II. Entrada en la tierra prometida 3:1–5:15 A. El milagro del cruce del Jordán en seco 3:1–17 B. El memorial del milagro 4:1–24

C. Reinstalación del memorial del pacto con Abraham 5:1–10 D. El maná termina 5:11–12

E. El Capitán supremo 5:13–15

III. Conquista de la tierra prometida 6:1–12:24

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A. Compaña del centro 6:1–9:27 1. ¡Victoria! Jericó 6:1–27

2. ¡Derrota! El pecado de Acán 7:1–26 3. ¡Victoria! Hai 8:1–35

4. ¡Derrota! Alianza con los gabaonitas 9:1–27 B. Compaña del sur 10:1–43

1. Contra la confederación de reyes 10:1–14 2. Control completo del sur 10:15–43 C. Campaña del norte 11:1–15

D. Resumen de la conquista 11:16–12:24 IV. División de la tierra prometida 13:1–22:34

A. Antes de cruzar el Jordán 13:1–33 1. Instrucciones 13:1–7

2. División al oriente del Jordán 13:8–33 B. Petición y herencia de Caleb 14:1–15 C. Territorio de Judá 15:1–63

D. Territorio de Efraín 16:1–10 E. Territorio de Manasés 17:1–18

F. Territorios de las demás tribus 18:1–19:51 G. Ciudades de refugio 20:1–9

H. Ciudades de los levitas 21:1–45

I. Regreso de las tribus al oriente del Jordán 22:1–34 V. Conclusión 23:1–24:33

A. Primer mensaje de despedida 23:1–16 1. Repaso de la bondad de Dios 23:1–10

2. Amonestaciones contra la desobediencia y apostasía 23:11–16 B. Segundo mensaje de despedida 24:1–28

1. Repaso de la forma en que Dios les había tratado 24:1–15 2. El pueblo reconoce la bondad de Dios 24:16–18

3. Diálogo entre Josué y el pueblo 24:19–28 C. Muerte de Josué 24:29–33

JOSUÉ, EL LÍDER

Los primeros dos versículos del libro comentan la triste realidad de la muerte de

Moisés. Esa enorme pérdida debe haber dejado al pueblo deprimido y preocupado. Durante cuarenta años, ese gran hombre de Dios había sido su líder y guía, pero lo que es más importante, era su contacto con Dios, el que fungía como comunicador e intercesor. Y ahora, había muerto el transmisor de los decretos del Omnipotente. Es posible que algunos

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pensaran que el plan divino y su promesa morirían con él. Sin duda, la pregunta: “¿Quién nos llevará a la tierra prometida?” estaba en la mente y en los labios de cada peregrino.

Pero los que han estudiado la Bibliá y conocen al Dios que la inspiró, tienen que responder a ese lamento lúgubre del pueblo, que la obra del Señor no se debilita por la muerte de alguno de sus siervos, sin importar cuán prominente sea. Además, él nunca se queda sin un instrumento, sin una persona preparada y dispuesta.

Pero surge otra pregunta: “¿Cómo prepara Dios a los que le sirven?” O, como en el caso que nos ocupa, “¿de dónde y de qué escuela de preparación venía Josué, que obviamente había sido designado por Dios para emprender una tarea tan importante?” (1:2b)

DIOS SÓLO USA PERSONAS PREPARADAS Y ÉL SE DEDICA A PREPARARLAS.

Preparación de Josué

Antes de entrar de lleno a considerar el texto del libro de Josué, tenemos que detenernos para considerar la forma en que Dios lo preparó para que respondiera a las exigencias del liderato. Desde hacía mucho tiempo, Dios había empezado a formar el carácter y creencias de Josué. Lo hizo a través de una serie de escuelas, pero esas “aulas” no fueron como las de una escuela común, y sus lecciones no provenían de los libros. Jehová preparó una serie de sucesos y circunstancias (escuelas) que a lo largo de su vida fueron formando el carácter del siervo que Dios quería que guiara a su pueblo.

La escuela egipcia

Josué fue hijo de Nun (1:1), y de acuerdo con las listas genealógicas del Antiguo Testamento (1 Crónicas 7:27), probablemente su primogénito. Considerando que su edad era de 110 años cuando murió (24:29), menos los 40 años de peregrinación en el desierto y los 25 años que duraron los acontecimientos narrados en su libro, Josué tenía

aproximadamente 45 años de edad cuando los hijos de Israel salieron de la esclavitud. Es obvio que ese líder nació en Egipto.

Si Josué fue uno de los primogénitos nacidos durante la esclavitud de Israel, ese hecho hace recordar al estudiante bíblico la última plaga. Aun antes de que se mencionara el nombre de Josué en la Biblia, Dios ya lo había sometido a una lección dura e importante.

El Señor había dicho que la única manera de evitar morir a manos del ángel de la muerte era untar correctamente la sangre del sacrificio en el portal de la casa. De otra manera, el primogénito de ese hogar moriría. Obviamente, su padre cumplió fielmente con el requisito de colocar la sangre, porque Josué no perdió la vida en aquella fatídica noche.

¿Cuál fue la lección importante que Josué nunca olvidó, y sin lo cual nadie puede servir a Dios? Que sencilla, pero majestuosamente, ¡Dios siempre cumple lo que dice! Él había dicho que aquella noche moriría el primogénito de los hogares donde la sangre no estuviera colocada conforme a las instrucciones divinas, y efectivamente, así sucedió (Éxodo 12:29).

¡PENSEMOS!

Dios ha hablado al hombre a través de la Biblia. En ella, ha dicho que hay un cielo y un infierno, y que hay vida y muerte. Además, que “el alma que pecare, esa morirá”

(Ezequiel 18:4, 20); que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”

(Hebreos 9:27); que “el que no naciere de nuevo, no puede

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ver el reino de Dios” (Juan 3:3); y que “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Lo que Dios dice se cumplirá al pie de la letra. Nadie puede servir al Altísimo si no reconoce esa importantísima verdad y aprende esa enseñanza. En otras palabras, si no asiste a esa

“escuela”, y domina bien la materia que se enseña allí, es imposible servir a Dios.

La escuela amalecita

La primera mención bíblica que se hace de Josué se encuentra en Éxodo 17. En esa instancia, los hijos de Israel, recién salidos de la esclavitud de Egipto, se enfrentaron con los que llegaron a ser sus acérrimos enemigos, los amalecitas.

Hubo necesidad de librar una batalla y por eso tuvieron que nombrar a alguien para que se encargara del ejército israelita. Moisés nombró a Josué. No se debe pensar que Josué era experimentado en asuntos militares. Los egipcios nunca hubieran permitido que un esclavo adquiriera semejante conocimiento; sin embargo, se le asignó el puesto de capitán.

Recordemos que bajo la dirección de Josué, la batalla iba bien y luego iba mal, todo según lo que Moisés estuviera haciendo en el monte. Él había dicho que estaría “sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano” (Éxodo 17:9). Mientras que él mantenía la vara en alto, todo marchaba bien, pero cuando bajaba el brazo con la vara, los israelitas perdían.

Esto quiere decir que al fin y al cabo, el éxito de la batalla no dependía del talento, experiencia o conocimiento de Josué, sino de la vara de Dios. Debemos agregar que tampoco dependía de la postura de oración que Moisés adoptaba. No quiere decir que el líder del pueblo imploraba con los brazos extendidos al cielo, como hace un pordiosero, tal vez con lágrimas en los ojos, rogando a Dios que hiciera lo posible por librar a su pueblo.

¡No! Lo que hizo fue elevar sobre el campo de batalla el símbolo de autoridad de Dios. Así indicaba que reconocía que la obra (en este caso, la batalla) era de Dios.

Lo anterior nos hace pensar en lo que Dios dijo a Zorobabel:

“NO CON EJÉRCITO, NI CON FUERZA, SINO CON MI ESPÍRITU, HA DICHO JEHOVÁ DE LOS EJÉRCITOS”

(ZACARÍAS 4:6).

¡Qué enseñanza! Sin el pleno reconocimiento de que la obra es de Dios y no del hombre, nadie puede servir a Dios, por muy talentoso o listo que sea. Por fuerza, Josué tenía que aprender ese lección. Es más, esa sección contiene la primera referencia a Josué por nombre y la primera referencia directa a algo escrito que después llegaría a formar parte del Antiguo Testamento. Jehová instruyó a Moisés de la siguiente manera: “Escribe esto para memoria en un libro, y dí a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo” (Éxodo 17:14).

Lo anterior indica que ese escrito ayudaría a Josué a no olvidar esa lección,

probablemente porque Dios conoce la tendencia tornadiza del corazón humano. El líder debía recordar que ninguna victoria estaba garantizada, a menos que contara con la autoridad y poder de Dios y siempre siguiera su plan.

(8)

¡PENSEMOS!

La obra no es de una sola persona, ni de un grupo pequeño, ni del pastor, ni de los ancianos, ni de una misión u otra organización. La obra es del Señor. Sólo cuando lo reconocemos, tenemos la posibilidad de servir a Dios.

DIOS QUIERE QUE DEPENDAMOS DE ÉL, NO QUE SEAMOS INDEPENDIENTES.

La escuela ubicada al pie de la montaña

En Éxodo 24 encontramos a Josué en otra de las aulas de Dios. Moisés subió a la cumbre del monte Sinaí para encontrarse con Jehová mientras algunos ancianos del pueblo regresaban con la congregación. Aunque Josué no acompañó a Moisés a la cumbre,

tampoco regresó con los demás ancianos (véase Éxodo 32:15–17). Parece que durante los cuarenta días en que Moisés disfrutó de la presencia de Jehová, Josué se quedó a solas al pie de la montaña.

En el lugar donde se quedó no había nada de gloria ni de compañerismo con Dios;

permaneció en una vigilia solitaria. Su única tarea durante ese tiempo fue ¡aguardar! Pero,

¿qué? No hay indicaciones de que Dios le hubiera comunicado exactamente qué podía esperar. Parece que tampoco le dijo cuánto tiempo tendría que quedarse en ese lugar. Josué no tenía información en cuanto al porvenir, sencillamente tenía que esperar.

¡Qué difícil! Puede ser que algunas culturas acepten demoras parecidas con toda ecuanimidad, pero no la mía. Y en lo personal, no me gusta esperar, o pararme en una fila kilométrica que lleva horas de dilación, y menos, no tener la más remota idea de cuándo se va a mover.

¡Ah, pero un momento! conforme al plan de Dios, en el caso de Josué había una razón para que esperara, y también su espera tuvo un fin. Lo que Josué tenía que hacer al pie de aquella montaña era esperar que el plan de Dios se cumpliese, sin preguntar, sin vacilar. En el momento propicio y de acuerdo a la sabiduría divina, podría marcharse.

¡PENSEMOS!

¡Qué escuelas! En esa ocasión, Josué recibió una lección bien difícil, pero que fue de gran importancia por que más adelante, le serviría muy bien al futuro líder de los hijos de Israel. Siempre le toca al hijo de Dios esperar el tiempo que Dios indique. Es como en el caso del pueblo de Israel que anduvo por el desierto después de salir de Egipto. Iniciaba la marcha cuando la columna de nube o la columna de fuego se movía, pero ¡no antes!

La escuela de interpretación correcta

Otra lección importantísima que preparó a Josué para servir a Dios se llevó a cabo cuando bajó de la montaña junto con Moisés. Según Éxodo 32:15–17, Josué, que no estuvo en la cumbre, sí acompañó a Moisés desde donde había estado esperando hasta abajo. En

(9)

eso, los dos hombres escucharon un fuerte sonido. Ambos reaccionaron, pero sus conclusiones fueron muy diferentes.

En primer lugar, debemos notar en Éxodo 32:17–18 que los dos oyeron el mismo ruido.

Sin embargo, al oírlo, Josué lo comparó con lo que había experimentado. El resultado fue que según él, sonaba como el ruido de la batalla con los amalecitas. O sea, que con base en su experiencia verídica pero limitada, interpretó que el sonido era como de guerra.

Por su lado, Moisés, lo interpretó de otra manera; lo identificó con algo que Dios le había dicho en la cumbre: “Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han dicho:

Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éxodo 32:7–8). Moisés contaba con la ventaja de poder interpretar lo que oía a la luz de lo que Dios le había dicho y no solamente con base en su experiencia.

El hombre, aun con toda su erudición, conocimiento y experiencia, no tiene suficiente de ninguna de esas tres cualidades como para poder interpretar la vida correctamente. Para entender sus circunstancias y lo que está a su alrededor, tiene que contemplarlo todo por medio de lo que Dios ha dicho. Solamente viendo la situación por medio de la lente de Dios puede uno interpretar bien los detalles de lo que nos rodea. Sólo por medio del filtro de lo que él ha dicho se puede interpretar el desorden que nos rodea. Es imposible que el hombre acumule suficiente sabiduría, experiencia o conocimiento, para entender lo que tiene alrededor, si no toma en cuenta a Dios. La lección que Josué aprendió en esa ocasión también le sirvió en su carrera de líder de los hijos de Israel.

En resumen, el siervo de Dios tiene que pasar por esas “escuelas”, y aprender muy bien sus lecciones básicas

1.

DIOS SIEMPRE CUMPLE SU PALABRA

2.

LA OBRA ES DE DIOS Y ÉL QUIERE QUE DEPENDAMOS DE ÉL

3.

UNO PROSPERA ESPERANDO QUE DIOS INDIQUE EL

TIEMPO CORRECTO

4.

TODO DEBE INTERPRETARSE A LA LUZ DE LO QUE

DIOS HA DICHO

De otra manera, nadie puede servir a Dios. Por esa razón, Josué tuvo éxito como líder.

2

Comisión de Josué

Josué 1:2b–18

“Mi siervo Moisés ha muerto; ahora pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel” (Josué 1:2). A grandes rasgos, esa es la comisión auténtica y soberana que Dios encargó a Josué.

ANTECEDENTES

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En Números 27:15–23 y Deuteronomio 31:1–8, Dios había dicho a Moisés quién sería su sucesor. Además, ya vimos que Dios había preparado al individuo a quien comisionaría.

EL CARÁCTER DE LA COMISIÓN DEMUESTRA EL CARÁCTER DE DIOS 1:2B–5

Elección soberana

Hay algunos elementos sobresalientes en la encomienda dada a Josué. En primer lugar, en ninguna de las referencias de Números, Deuteronomio, o Josué, hallamos a Dios

haciendo una invitación, expresando un anhelo, pidiendo un consejo o solicitando la colaboración de Josué. Tampoco pidió al pueblo que sugiriera el nombre de una persona popular o capaz de ocupar el puesto. No hubo boletas de elección ni votación. Dios no buscó a un voluntario, sino que la selección del que guiaría al pueblo quedó en manos del soberano, infinitamente sabio, Dios de Israel.

Es interesante la reacción de Josué, o, más bien, la forma en que no reaccionó. No se observa renuencia o desgano en él; jamás sugirió que otro lo haría mejor. Todavía vivían los dos hijos del gran Moisés (Gersón y Eliezer), uno de los cuales, según ciertos criterios, hubiera merecido ser tomado en cuenta, pero no se hace referencia a ellos.

Si Josué hubiera podido elegir al líder religioso, tal vez habría sugerido a Finees, el sacerdote, pero no lo hizo. También estaba Caleb, su antiguo colega, el que lo acompañó a espiar la tierra prometida y que al igual que Josué, animó al pueblo a conquistarla; pero tampoco surgió el nombre de ese gran héroe de la fe. Josué no trató de evadir la

responsabilidad tan formidable que estaba recibiendo, sino que la aceptó.

La continuidad, un elemento adicional

A pesar de la muerte del gran líder, el plan de Dios no cambió en lo más mínimo. Esa particularidad se nota en Josué 1:3–4 donde dice: “Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie. Desde el desierto y el Líbano hasta el gran río Éufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran mar donde se pone el sol, será vuestro territorio”.

Es decir, el pacto con Abraham seguía vigente; Israel seguía siendo el pueblo escogido, la tierra prometida todavía era parte de la promesa. El sabio plan de Dios incluyó a Moisés, pero no dependía exclusivamente de él. Él había sido el libertador y forjador de la gran proeza del éxodo y el líder divinamente nombrado durante la peregrinación para que entregara el puesto de conquistador a otro protagonista.

La presencia divina

En Josué 1:5 se introduce otro elemento: “…como estuve con Moisés, estaré contigo;

no te dejaré, ni te desampararé”. Una cosa es recibir una tarea difícil, pero otra muy

diferente es aceptar semejante responsabilidad junto con la promesa que asegura el éxito de la empresa. La presencia divina actuando sobre Moisés hizo que ese siervo fuera guía, animador, proveedor, y aun juez, del pueblo. Es evidente que la frase “como estuve con Moisés” impactó poderosamente a Josué, porque había sido testigo del efecto que la

presencia y poder de Jehová ejerció en todo el trayecto de Egipto hasta la ribera oriental del Jordán.

Según la promesa de Jehová; él nunca abandonaría a Josué. Es difícil pasar por alto la importancia de esa promesa. Debemos recordar que por haber sido uno de los espías, Josué sabía perfectamente bien lo que le esperaba: gigantes (Números 13:31–33), ciudades como

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Jericó que eran fortalezas formidables, idolatría horrenda, así como la religión degradante de los pueblos listados por Moisés en Deuteronomio 7:1–5.

Pero por sobre todas las cosas, ¡qué consuelo debe haber sentido al saber que tenía la garantía de la presencia de Dios! Los gigantes no se hicieron más pequeños, ni las murallas más bajas, ni la idolatría menos malvada. Sin embargo, teniendo garantizada la presencia de Dios, Josué podía enfrentar las dificultades con confianza.

¡PENSEMOS!

¿Recuerda las “escuelas” de Josué que se mencionaron en el primer capítulo? Una de las lecciones que tuvo que aprender fue la relativa a la batalla con los amalecitas de Éxodo 17. Allí, el líder se dio cuenta que la victoria no dependía de él, aunque Moisés lo había nombrado capitán del ejército, sino que dependía totalmente de Dios. ¡Qué bueno sería que aprendiéramos esto! porque como Josué, podríamos considerar las dificultades no desde el punto de vista humano, que sólo contempla el tamaño de “los

gigantes” que se oponen, la altura de las murallas que hay que superar, o la opresión de las religiones y filosofías

apoyadas por el maligno. La garantía de la presencia de Dios no cambia la medida del problema, sino que ¡provee al creyente la capacidad de vencer!

LA CONVICCIÓN DE LA COMISIÓN DADA POR DIOS Y LA PROMESA DE SU PRESENCIA,

NO HACEN QUE EL LÍDER SEA AJENO A LAS DIFICULTADES, INSENSIBLE A

LAS DEFICIENCIAS, INVULNERABLE A LA MOFA, SINO, !INVENCIBLE!

A continuación, en los versículos 6, 7 y 9 de Josué 1, aparecen algunas exhortaciones dirigidas al nuevo líder. De hecho, son más que exhortaciones, ya que según el diccionario, exhortación significa algo que excita o alienta con palabras. No cabe duda que Jehová vio la necesidad de alentar al recién nombrado jefe. Josué sabía perfectamente bien lo que le esperaba; gigantes, feroces soldados, ciudades fortificadas y gente fanáticamente idólatra, causas más que suficientes para desanimarse. Además, Josué estaba muy consciente de lo formidable que era la tarea, porque conocía el carácter contumaz del pueblo de Israel.

Por otro lado, éstas fueron más que exhortaciones, porque no sólo eran expresión de un anhelo o sugerencias de parte de Jehová sino sus requisitos. Un comportamiento de parte de Josué que no reconociese esas demandas como tales, se hubiera considerado desobediente.

DIOS ES ALGO MÁS QUE UN CONSEJERO:

¡ES EL COMANDANTE SUPREMO!

¡PENSEMOS!

(12)

La obediencia es un concepto clave en ambos

Testamentos y el meollo del mensaje divino tanto bajo la ley dada a través de Moisés, como bajo la época de la gracia y la verdad que fue inaugurada por Cristo Jesús (Juan 1:17). El profeta Samuel tuvo que reprender al rey Saúl recordándole que “…obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”. Y añadió: “Por cuanto desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey” (1 Samuel 15:22b y 23b).

Nuestro Señor Jesucristo repitió el mismo concepto tres veces en un solo capítulo del evangelio de Juan: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (14:15); “el que me ama, mi palabra guardará” (14:23); “el que no me ama, no guarda mis palabras” (14:24). Se podría decir que Santiago presenta el resumen de la idea bíblica en 1:22: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”. La Biblia no solamente nos aconseja, ¡nos obliga!

EL CARÁCTER DE LA COMISIÓN DEMUESTRA LA RESPONSABILIDAD HUMANA 1:6–9

Lo que demanda Jehová

Los versículos de Josué 1:6, 7, 9 principian todos de la misma manera, haciendo hincapié en el esfuerzo y la valentía.

De inmediato, vienen a la mente del intérprete algunas preguntas: ¿A qué se refiere la palabra “esforzar” y cómo podía hacer esto Josué? ¿Por qué se repite en tres ocasiones prácticamente lo mismo?

“¡Esfuérzate!”

En cuanto a la primera pregunta, la cultura actual se hubiera enfocado únicamente en lo físico. Con su obsesión por el ejercicio y el atletismo, hubiera sugerido a Josué que

levantara pesas, o que corriera varios kilómetros al día, o bien, que tomara vitaminas para aumentar su fortaleza. Pero es improbable que Dios tuviera en mente esas ideas. Él no escogió a Josué por su musculatura, ni hay indicaciones en toda la Biblia de que un siervo de Dios tuviera que ser físicamente fuerte.

La etimología de la palabra que Dios escogió subraya lo físico; la traducción

“esfuérzate” que aparece en Josué 1:6, 7, 9 es muy buena. Debemos notar que la raíz de la palabra hebrea significa fuerza en los brazos y en las manos para colgarse de, o apoyarse en. Naturalmente, surge la pregunta: ¿en qué tenía que aferrarse a algo fuerte, duradero y totalmente confiable, es decir, a lo que Dios había dicho. Sólo así podría ser competente.

¡PENSEMOS!

Moisés fue un gran hombre y líder, un verdadero héroe.

Las mismas Escrituras lo colman de encomios. Sin embargo, el impacto de la palabra “esfuérzate” no sugiere que Josué tenía que ser el imitador de Moisés. Por supuesto que no es

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malo seguir el ejemplo de un hombre piadoso, noble y capaz, un modelo por el cual dirigir la vida. Sin embargo, el peligro de conformarse totalmente al ejemplo de un héroe es no reconocer que puede tener “los pies de barro”. En caso de que Josué imitara el ejemplo de Moisés, existía la posibilidad de que cometiera los mismos errores que él, como golpear la roca en vez de obedecer a Dios (Números 20:7–13), y después sufrir las mismas consecuencias funestas.

EN “LA ESCUELA” DE ÉXODO 17, DIOS ENSEÑÓ A JOSUÉ QUE TENÍA QUE

DEPENDER SÓLO DE ÉL.

“¡Sé valiente!”

Este segundo término empleado en los tres versículos (1:6, 7, 9) también ha sido traducido correctamente, pero la palabra de la que se deriva el vocablo hebreo es muy interesante. Por lo que se ha podido determinar, en la antigüedad esa palabra se refería a la fuerza de las piernas. Ésta, junto con la palabra que usaron los que tradujeron el libro de Josué al griego (la Septuaginta) y que también usó el apóstol Pablo en 1 Corintios 16:13 cuando dijo: “portaos varonilmente”, apuntan a una expresión moderna. Cuando uno experimenta un gran miedo, generalmente se manifiesta porque tiemblan las piernas, o a veces las rodillas. Aquí en Josué, Dios está demandando un comportamiento sin titubeos, sin miedo; tenía que comportarse en forma varonil.

¿Por qué tres veces?

En primer lugar, podemos estar seguros que el deseo de Jehová no era sólo llenar la página con palabras. En los libros bíblicos conocidos como poéticos, Dios se comunicó con su pueblo por medio de la poesía hebrea, en la cual sí se permitía la repetición de ideas usando el paralelismo, la forma de expresión literaria y cultural del hebreo. Sin embargo, el libro de Josué es un libro histórico, no poético.

No cabe duda que la razón de la repetición es que el nuevo líder necesitaba que se le animara continuamente. A lo mejor Josué, reconociendo sus limitaciones y la formidable tarea que le esperaba, se sentía débil, temeroso, y tal vez con cierta propensión al desánimo.

Aun en la actualidad se reconoce que la repetición es parte fundamental del aprendizaje, y Dios quiso que Josué captara bien, desde el principio, las lecciones necesarias para ser un buen líder.

En segundo lugar, cada uno de los tres textos enfoca un aspecto diferente de la tarea.

Josué 1:6 se refiere al líder y su comisión: guiar al pueblo en la conquista de la tierra prometida, mientras que el versículo 7 se centra en el líder personalmente. Al igual que muchas otras porciones bíblicas, el individuo que sirve a Dios tiene que ser hacedor de la Palabra y no debe desviarse de ella ni a diestra ni a siniestra. Además, la palabra de Dios tiene que ocupar el lugar preeminente en su mente (la meditación) y sus dichos (“nunca se apartará de tu boca”, Josué 1:8). El éxito depende de esas condiciones. La repetición final de 1:9 es el resumen de lo anterior y añade la garantía de que Josué podía contar con la presencia de Dios.

EL CARÁCTER DE LA COMISIÓN DADA AL PUEBLO

1:10–18

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Los preparativos

¡Al fin! La tierra de la promesa estaba a la vista, y el pueblo estaba en el umbral de ella;

incluso, podía ver una parte al otro lado del Jordán. A Josué le tocó anunciar un programa y la necesidad de preparar comida.

También tuvo que recordar a los rubenitas, los gaditas y la media tribu de Manasés, la promesa que habían hecho a Moisés, cuyos detalles se encuentran en Números 32. Esa tribu había encontrado un terreno muy adecuado en el lado oriental del río Jordán:

“Los hijos de Rubén y los hijos de Gad tenían una muy inmensa muchedumbre de ganado; y vieron la tierra de Jazer y de Galaad, y les pareció el país lugar de ganado.”

(Números 32:1). Asimismo, se comprometieron a ayudar a sus hermanos en la conquista de las tierras que estaban al otro lado del Jordán, y fue ese compromiso el que Josué les hizo recordar.

El comentario que ellos hicieron es interesante, porque en el proceso de reconocer su deber, dijeron: “Nosotros haremos todas las cosas que nos has mandado, e iremos

adondequiera que nos mandes. De la manera que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te obedeceremos a ti” (Josué 1:16, 17).

El hecho de que un pueblo tan testarudo como el de Israel, que había sido rebelde con Moisés en el desierto, dijera: “de la manera que obedecimos a Moisés… así te

obedeceremos a ti”, debe haber sido de mucho consuelo para Josué. De acuerdo con Josué 22, efectivamente así lo hicieron y cumplieron con su promesa.

Repaso de las lecciones importantes del primer capítulo de Josué

1. Dios entiende que debido a las exigencias y responsabilidades que enfrenta, el ser humano siente miedo, debilidad, y desánimo.

2. Estando en circunstancias parecidas, Dios habló a Josué. Hoy día hace lo mismo con nosotros a través de la Biblia.

3. Dios siempre ha exigido obediencia para que el hombre disfrute de sus bendiciones.

4. Dios ha prometido su presencia perpetua con cada uno de sus siervos.

3

¡Otra vez espías!

Josué 2:1–24

“Andad, reconoced la tierra, y a Jericó” Josué 2:1b. Esa no fue ni la primera ni la última vez que el pueblo de Israel tuvo que hacer un reconocimiento de la tierra de promisión. Los libros de Números y Deuteronomio hablan de los doce investigadores que salieron de Cades, y Josué 7:2 comenta los preparativos que hicieron para atacar la ciudad de Hai después de enviar otros espías.

Sin embargo, cuando se habla de espías, la mente del estudiante bíblico siempre regresa a los doce enviados desde Cades. Por una u otra razón, para bien o para mal, ese capítulo de la historia de Israel es el que siempre surge y casi siempre con resultados negativos. Para dar perspectiva al presente estudio de Josué 2, hagamos un pequeño repaso y análisis del primer episodio.

LOS DOCE ESPÍAS DE CADES

El contexto

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El pueblo de aquel entonces gozaba de una situación muy privilegiada, pues contaba con una promesa segura: “Mira, Jehová tu Dios te ha entregado la tierra” (Deuteronomio 1:21a). El momento era propicio. “Sube y toma posesión de ella, como Jehová el Dios de tus padres te ha dicho” (Deuteronomio 1:21b). Además, debían mantener el ánimo muy en alto, por lo que añadió: “No temas ni desmayes” (Deuteronomio 1:21c).

Motivo para enviar espías

En Números 13, que hace la presentación cronológica del evento, el autor dice que fue idea de Dios enviar a los espías: “Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel” (Números 13:1, 2a).

Por otra parte, cuando la pluma de Moisés incluyó en Deuteronomio un repaso final de algunos eventos históricos y religiosos, añadió otros detalles relacionados con los espías:

“Y vinisteis a mí todos vosotros, y dijisteis: Enviemos varones delante de nosotros que nos reconozcan la tierra, y a su regreso nos traigan razón del camino por donde hemos de subir, y de las ciudades adonde hemos de llegar” (Deuteronomio 1:22). Es de sumo interés observar que según el siguiente versículo, Moisés estuvo de acuerdo con el plan: “Y el dicho me pareció bien” (Deuteronomio 1:23a).

Considerando lo que ambos pasajes presentan, es obvio que la idea de enviar a los espías no nació de la incredulidad rebelde del pueblo; aunque tal vez sí surgió de una fe no muy firme. Sin embargo, debido a su bondad, Dios permitió que su pueblo buscara la mejor opción y Moisés la aprobó.

El problema no consistía tanto en enviar a los espías, sino en la incredulidad de la mayoría de ellos y el informe desalentador que trajeron. Aquellos diez no tomaron en cuenta a Dios, su promesa, o su poder para hacerlos alcanzar sus propósitos. Tampoco recordaron el ejemplo de ese poder que se manifestó en todo el trayecto del éxodo. Sólo consideraron el tamaño formidable de los obstáculos.

Por unanimidad, los hijos de Israel rechazaron la exhortación de los dos espías fieles y se dejaron influir por el pánico incrédulo de los otros diez. Por eso dijeron: “Nuestros hermanos han atemorizado nuestro corazón” (Deuteronomio 1:28b). Tanto fue así, que Moisés, conmovido, tuvo que dar un diagnóstico de ellos, que resultó en un mal augurio:

“no creísteis a Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 1:32). El resultado de esa incredulidad se reflejó en cuarenta años de peregrinación y en la muerte de miles de personas.

LOS ESPÍAS DE SITIM Y RAHAB DE JERICÓ 2:1–24

Los espías y su tarea 2:1

En cuanto a geografía, la distancia entre Cades y Sitim era relativamente corta, aproximadamente de 170 kilómetros. Israel estaba acampado a escasos 11 días de marcha para llegar a la tierra. Infortunadamente, su ruta los llevó por Cades. El viaje les tomó 40 años y murieron miles de personas, todo por haber aceptado la falsa interpretación de la situación que ofrecieron los diez espías. En otras palabras, aceptaron el punto de vista de ellos en vez de confiar en Dios, lo cual es ¡incredulidad!

Cuarenta años después, en vísperas de iniciar una campaña conquistadora, la nueva generación estaba situada a pocos kilómetros de una importantísima ciudad cananea y a menor distancia de la ribera del río fronterizo, el Jordán. En esa situación, fue Josué quien ordenó que dos espías reconocieran específicamente la ciudad fortificada de Jericó.

No sabemos cómo fue que los doce espías de Números 13 y Deuteronomio 1 lograron trasladarse de arriba a abajo en territorio hostil pasando aparentemente desapercibidos. En Josué 2, la situación fue más peligrosa. La tarea de los dos investigadores se centraba en

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una ciudad enemiga, bien fortificada, y lo que es peor, cuyos habitantes estaban aterrados por la cercanía de quienes eran reconocidos como los invasores victoriosos del otro lado del río (Josué 2:10). Quiere decir que probablemente la población entera padecía, no sólo de miedo, sino de una psicosis masiva.

¡PENSEMOS!

El texto no da muchos detalles, pero podemos especular que Josué escogió muy bien a los espías. No eligió a los que tenían temor de las defensas de Jericó, sino a los que tenían su fe firmemente depositada en Dios y su promesa. El

propósito era recoger datos, o más bien, tomar medidas para apreciar la grandeza de lá proeza divina que se avecinaba.

EL QUE EN VERDAD SIRVE A DIOS, CONTEMPLA LAS DIFICULTADES A TRAVÉS

DE LO QUE DIOS DICE, NO AL CONTRARIO.

Carecemos de detalles acerca del viaje que realizaron los espías, aunque sin duda, aun el cruce del río fue una aventura, porque en esa época del año el Jordán solía “desbordarse por todas sus orillas” (Josué 3:15).

Lo que sí se sabe es que entraron en la ciudad y se “escondieron” en un lugar público, frecuentado por habitantes y visitantes por igual, probablemente pensando que su mejor protección era mezclarse con la gente. Sin embargo, según el texto (Josué 2:2), fueron descubiertos y se informó al rey que eran “hombres de los hijos de Israel”. No se sabe qué factores los evidenciaron. ¿Sería su ropa, su forma hablar, su fisonomía (la nariz o los ojos), o su estatura? Se supone que se disfrazaron, pero obviamente eso no fue suficiente, en especial porque el pueblo de Jericó era presa de las sospechas y del pánico.

Los espías y Rahab

El lugar público donde los espías pensaban esconderse y mezclarse con quienes lo frecuentaban, era un mesón o posada situada sobre el muro (Josué 2:15b). La mesonera era Rahab, sólo que las Escrituras no la llaman por ese nombre, sino que la definen como

“ramera”. No se cree que haya sido de las prostitutas religiosas, de las cuales había bastantes en Canaán, sino sencillamente que aquella mujer, al menos en algún tiempo pasado de su vida, se había dedicado a esa inmoral y degradante actividad.

La mujer se identifica como “ramera” en Josué y también en el Nuevo Testamento (Hebreos 11:31; Santiago 2:25). Su reputación pasada le ganó ese apelativo, el cual la siguió a través de todas las páginas bíblicas. No obstante, no hay ninguna indicación de que los espías se hayan enzarzado en algún acto inmoral con ella.

Debemos recordar que la mujer venía de un trasfondo completamente pagano, de una cultura que Jehová estaba por destruir debido a su iniquidad. Anteriormente, Dios había dicho a Abraham que la maldad de los habitantes de la tierra de promisión todavía no había llegado a su colmo (Génesis 15:16). Obviamente, en tiempos de Josué esa maldad llegó al tope, y la paciencia de Dios se había agotado.

Esto se puede apreciar porque Dios mandó a su pueblo a que echase fuera de la tierra al pueblo pagano, destruyéndolo y acabando con su cultura y religión abominables

(Deuteronomio 7:1–6).

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A pesar de su trasfondo idólatra y del pésimo ambiente moral de Jericó, Rahab demostró un fascinante conocimiento de algunos detalles teológicos y hasta una fe que la hubiera podido colocar a la par de Josué y Caleb cuando salieron de Cades cuarenta años antes. Esto no quiere decir que sea aceptable la mentira que usó Rahab para engañar a los mensajeros del rey y facilitar así el escape de los espías.

Dios no justifica la mentira ni aprueba en la actualidad esa clase de comportamiento (porque ¡tampoco aprobó el engaño de Jacob!). Además, sabemos que pudo proteger a los espías de otra manera, pero de todos modos, Dios decidió usar a Rahab. En su plan eterno, infinita misericordia y sublime gracia, Dios se dignó usar un instrumento imperfecto. A Rahab le faltaba el desarrollo moral y madurez espiritual que con seguridad vinieron después, pero Dios honró su fe creciente y su elemental aceptación de él y su plan.

¡PENSEMOS!

No debe causar gran sorpresa que Dios haya usado a una persona espiritualmente falible. El hombre común y corriente, incluso el que ha sido salvo por la gracia de Dios, también es un instrumento incompleto, no muy apto para servir a Dios. Sin embargo, a través de la Biblia podemos observar que al Señor le ha placido usar instrumentos humanos, frágiles, débiles, de barro, pero dispuestos a creer en él como Rahab. ¡Qué milagro que Dios use a personas como nosotros! Podríamos decir como el apóstol Pablo:

“Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el

ministerio” (1 Timoteo 1:12). Y en otra parte dijo: “A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio” (Efesios 3:8).

La teología de Rahab 2:9–13

Ningún individuo se ha acercado a Dios a menos que el Espíritu Santo le atraiga a él.

No cabe duda que lo que Rahab contó a los espías en estos versículos fue producto del Espíritu Santo obrando en ella. Su credo constaba de cuatro puntos básicos, que reflejaban su conocimiento y convicción:

1. “Sé que Jehová tiene un plan”. Ella dijo: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra”

(Josué 2:9a). Sin duda, esa fue una gran confesión por venir de labios de una mujer que vivía rodeada y, en muchos sentidos, sumergida en una cultura totalmente pagana. Es interesante que ni los mismos israelitas dieron tanta evidencia de su fe cuarenta años antes en Cades, aunque muy poco tiempo antes habían prometido cumplir con todo lo que Dios dijo cuando estaban frente al monte. ¡Qué milagrosa confesión de aquella mujer de Jericó!

Proclamó que ¡Dios es soberano!

2. Sé que Jehová tiene poder para realizar su plan. “Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo… y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos” (Josué 2:10). El hombre moderno, erudito, escéptico y humanista, niega que Dios intervenga en los asuntos del hombre. Pretende explicar los fenómenos sólo con base en su razón y en las fuerzas

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naturales. Rahab reconoció que Jehová estaba detrás del milagro, y que de hecho tiene el poder para llevar a cabo sus planes. Proclamó que ¡Dios es omnipotente!

3. Sé que Jehová está presente. “Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (Josué 2:11). En una cultura que creía que había dioses de los montes y de los valles, de los ríos y del mar, esa mujer estuvo dispuesta a admitir la singularidad de Jehová. A lo mejor no supo cómo decirlo bien, pero proclamó al Dios trascendente e inmanente. Declaró que ¡Dios es omnipresente!

4. Sé que Jehová es la autoridad máxima. “Os ruego pues, ahora, que me juréis por Jehová” (Josué 2:12). Jehová, ante quien ella quería que juraran los espías, no era sólo un dios del río o del bosque, sino el que ostenta la máxima autoridad.

¡QUÉ CREDO! ¡QUÉ MARA VILLOSO ES VER LA GRACIA DE DIOS EN ACCIÓN!

¡PENSEMOS!

Sería oportuno que al repasar los puntos del “credo” de Rahab examináramos el nuestro, pero mejor todavía que analizáramos si nuestro credo afecta nuestra vida, y si estamos dispuestos a arriesgarla por proclamarlo como hizo Rahab. Ella creía que Dios tiene el control de todas las cosas y el poder absoluto para llevar a cabo sus designios. Dios no está limitado y es la autoridad máxima de la vida.

El capítulo termina diciendo que los espías prometieron a Rahab darle protección por haberlos ayudado. Los detalles finales incluyen el escape por la ventana de la casa de la mujer (porque la casa estaba situada sobre el muro), la provisión de una señal especial que identificaría la casa de Rahab cuando entraran los conquistadores, y el informe positivo por parte de los espías a Josué y el pueblo.

Es interesante comentar acerca de la mencionada señal, que consistió en colgar un cordón rojo en la ventana por la que escaparon los israelitas. Se dice que no era raro que en un hogar de aquellos tiempos y región colgara un cordón de esa naturaleza, porque era costumbre que el pigmento rojo se vendiera y distribuyera mediante un pedazo de lazo impregnado en esa tintura. Esa impregnación se lograba hirviendo el lazo en agua con colorante. Entonces, el cliente compraba un pedacito del cordón y lo metía en agua hirviendo junto con la ropa que se quería teñir.

Pero es más interesante todavía que el Nuevo Testamento, cuando hace referencia a Rahab, no mencione el cordón rojo. Esto se debe a que el factor sobresaliente fue la fe de la mujer, cuyo nombre se incluye en la lista de los héroes de la fe que aparece en Hebreos 11.

¡Qué milagro tan maravilloso!

LA FE VERDADERA CONFÍA EN DIOS.

CONTEMPLA LOS PROBLEMAS Y PROCLAMA VICTORIOSA:

“¡DIOS HARÁ!” Y “¡NUESTRO DIOS CUMPLIRÁ!”

LA FE VERDADERA CONFÍA EN DIOS.

4

(19)

Obstáculo y bendición

Josué 3:1–4:24

“Josué se levantó de mañana, y él y todos los hijos de Israel partieron de Sitim y vinieron hasta el Jordán, y reposaron allí antes de pasarlo” (Josué 3:1).

¡Qué día! Emocionado y conmovido por la meta que avistaba en el horizonte inmediato, la fuerza de la pasión y fervor de Josué debe haberse transmitido a todos, desde el más joven hasta el más viejo. “¡Allí está el río y al otro lado, la tierra que Jehová nos ha prometido!” Estaba por finalizar el viaje que había empezado unos 650 años antes, con el llamamiento hecho a Abraham. Entre el pueblo y su herencia sólo había un río. Ah, pero

¡qué río! Conviene detenernos para repasar la geografía de él.

EL RÍO JORDÁN: CARACTERÍSTICAS GENERALES Josué 3:1

Su nombre

Viene de un término que quiere decir “descender” o “fluir”. Era y es el río más largo, importante, y en realidad el único cuerpo de agua de esa zona que merece llamarse “río”.

Nace a unos 70 metros sobre el nivel del mar, en un lago que se encuentra al norte del lago de Genesaret (Galilea). Sin embargo, poco después de pasar ese lago, el Jordán desciende abruptamente cerca de 213 metros por debajo del nivel del mar. De allí, desciende todavía más hasta desembocar en el mar Muerto, cuya ribera está a unos 393 metros bajo el nivel de mar. ¡Con qué razón el nombre de ese río significa “el que desciende”!

Formación geológica

El valle del Jordán es parte de un interesante fenómeno geológico. Está en una depresión (grieta) que corre desde Asia Menor hasta el corazón del África. El Jordán desciende desde su nacimiento, que está a 70 metros sobre nivel del mar hasta su

desembocadura a 393 metros debajo del nivel del mar. Casi en todo su camino fluye por un cauce relativamente angosto, profundo y sinuoso (llamado “el zor”). Dentro de éste se encuentra todavía otro cauce o lecho menos profundo y mucho más ancho (llamado, “el ghor”). En el sur, “el zor” tiene como 30 metros de ancho, mientras que el lecho más amplio, “el ghor”, mide un kilómetro de anchura.

Largo, profundidad y anchura

La distancia desde la parte más meridional del mar de Galilea hasta la parte más

septentrional del mar Muerto consta de sólo 113 kilómetros. No obstante, debido a su curso serpenteante, el río recorre una distancia de 393 kilómetros. Naturalmente, en tan largo trayecto, las condiciones cambian bastante. Fluctúa entre 27 a 39 metros de ancho y de un metro a tres de profundidad. Es obvio que semejante profundidad y anchura hacen que se formen vados en diferentes lugares, cuando menos en algunas épocas del año. Durante la temporada de lluvias, el río se convierte en un torrente que abandona su relativa pereza y sale de su cauce serpenteante, desbordándose y hasta llenando partes del lecho más ancho,

“el ghor”. El volumen de agua se hace más peligroso por la. velocidad que adquiere la corriente debido a su brusca caída cuesta abajo en dirección al mar Muerto.

SITUACIÓN DEL PUEBLO FRENTE AL JORDÁN

Josué 3:2–5

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La pequeña lección de geografía se debe por lo menos a tres importantes razones: La primera, que el río Jordán se menciona con frecuencia en gran parte de la historia bíblica y conviene que el estudiante sepa sus características. En segundo lugar, los hijos de Israel llegaron al Jordán precisamente en la temporada en que el Jordán se hallaba desbordado en

“todas sus orillas” (Josué 3:15b). Finalmente, al salir de Sitim (Josué 3:1–2), el pueblo se quedó tres días en la ribera porque por el estado en que se encontraba, el río constituía un enorme obstáculo para la realización de sus sueños.

¿Puede imaginarse la frustración de esa gente? Josué los había llevado hasta el borde de un río que prácticamente se había convertido en una barrera infranqueable, un obstáculo insuperable. Históricamente, los habitantes de esa tierra habían confiado en él para su protección.

El líder del pueblo de Dios les ordenó pasar tres días contemplando el problema; tres largos días para que pudieran observar la profundidad del agua, la corriente, el lodo y la basura que acarreaba. En fin, quería que reconocieran la envergadura de la tarea que

enfrentaban. El agua era demasiado profunda como para vadear el río. No había puentes, ni balsas y mucho menos se podía cruzar a nado.

En una situación semejante 40 años antes, frente al Mar Rojo, sus antepasados habían llorado y se habían quejado contra Moisés y, por ende, contra Dios. Esa generación demostró la incredulidad que a su tiempo haría que muchos murieran en el camiono. Sin embargo, era de esperarse que la nueva generación hubiera aprendido su lección. No se dice nada acerca de que se quejaran al estar frente al Jordán.

¡PENSEMOS!

Conviene estudiar la historia y aprender de ella. Los israelitas que sobrevivieron a la peregrinación contaban con varias pruebas relacionadas con lo ocurrido durante el éxodo de Egipto. Entre ellas, tenían la ley recibida en Sinaí, evidencias del pecado de sus antepasados y sus

consecuencias funestas, y los años que pasaron vagando por el desierto. También habían escuchado el testimonio de quienes habían pasado por esas experiencias. Algunos fueron testigos oculares de las consecuencias que acarrea el pecado al ver morir a sus padres en el desierto. Pero, la evidencia más fuerte que tenían, la fuente más confiable, la autorizada, era la que estaba en los escritos de Moisés, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento. El Espíritu Santo había guiado a ese líder hasta en la selección de palabras protegiéndolo del error (2 Pedro 1:21), de modo que aquella generación tenía a su disposición (por medio de los sacerdotes) una historia verídica de la que podía

aprender.

No emitieron ni un gemido cuando Josué dio una solución “espiritual” al problema material. Para vencer lo que parecía una barrera infranqueable, Josué les ofreció el arca del pacto: “He aquí, el arca del pacto del Señor de toda la tierra pasará delante de vosotros en medio del Jordán” (3:11). Precisamente aquí, los incrédulos de la generación anterior se

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hubíeran reído. Casi podemos oírlos decir entre risas: “¿Qué? ¿Un mueble? ¿Un símbolo religioso? ¡Qué locura!” Sin embargo, no se escuchó semejante protesta de parte de aquella generación.

EL ARCA DEL SEÑOR SIMBOLIZABA LA PRESENCIA DE JEHOVÁ ENTRE SU PUEBLO

Obviamente, esos israelitas entendieron mejor la importancia del símbolo y estuvieron dispuestos a creer en el Dios que estaba detrás del símbolo. Nunca ha habido nada

imposible para Dios. Ni el obstáculo más grande, ni el río más ancho son obstáculos para él. Más bien, son un reto para mostrar su misericordia.

Antes de dejar esta parte del capítulo 3 de Josué, hay dos observaciones acerca de 3:4–

5. El pueblo tenía que mantenerse a cierta distancia del arca. El pasaje señala la razón: “A fin de que sepáis el camino por donde habéis de ir” (3:4a). Jehová quería que todo el pueblo viera el arca en todo momento y supiera que él mismo era quien abriría el camino.

¡PENSEMOS!

Pero hay otra razón para que el pueblo se mantuviera a distancia del arca. No se encuentra en el texto inmediato, sino en las instrucciones generales en cuanto a ese objeto sagrado y su colocación en el lugar santisimo del

tabernáculo. La santidad de Dios no permitía que una persona común se acercara al area. Únicamente el sumo sacerdote podía hacerlo una vez al año, cuando llevaba la sangre de la expiación en la mano. Al pueblo no se le permitió olvidar la posición altísima de su Dios, factor que inspira el temor y la reverencia que le agradan.

La segunda observación se relaciona con la exhortación de Josué del v. 5: “Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros”. La santificación a la que hace referencia tiene que ver con la entrega completa de la gente a Dios, a su causa y a su voluntad. El Señor ya había dicho que iba a obrar a favor de su pueblo, venciendo lo aparentemente imposible con su presencia y poder. ¡Claro que sería un milagro! El otro lado de la moneda era que el pueblo tenía que consagrarse, abandonarse totalmente a él y a su voluntad. ¡El pueblo tenía que identificarse como su pueblo, y hacerlo de corazón!

LAS BENDICIONES DE DIOS LAS DISFRUTAN LOS QUE SE IDENTIFICAN CON ÉL.

PROEZA DE DIOS EN EL JORDÁN Josué 3:7–17

¡Y se realizó el milagro! “Las aguas que venían de arriba se detuvieron en un montón bien lejos de la ciudad de Adam, que está al lado de Saretán, y las que descendían al mar de Arabá, al mar Salado, se acabaron y fueron divididas; y el pueblo pasó en dirección de Jericó” (3:16). Efectivamente Dios hizo con su presencia y su poder lo que parecía imposible al hombre. Dio una solución “espiritual” al problema material.

Sin embargo, no sucedió el milagro hasta después de que repasaron algunos detalles del plan de Dios (Josué 3:9–10) que sin duda sirvieron para animarlos. El cruce del río sólo fue

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el principio de lo que iba a ser una gran campaña. Parece que el propósito de 3:9–10 era aclarar que en la misma forma milagrosa en que cruzarían el río así también conquistarían la tierra.

DIOS NO HACE LAS COSAS A MEDIAS, VIGILA TODOS LOS DETALLES PARA

LLEVAR A CABO SU PLAN.

Se puede incluir un comentario final acerca del capítulo 3 de Josué. En 3:7, Jehová confirmó el liderazgo de Josué. No cabe duda que Dios empleó los sucesos del milagroso cruce del Jordán para confirmar el llamamiento del hombre que había escogido para guiar al pueblo, porque tenía una relación muy especial con Jehová. Al darse cuenta el pueblo de esto, su admiración y respeto por Josué aumentaron bastante. Así como Dios había

autorizado y facultado a Moisés, así hizo con Josué, lo cual ilustra muy bien el factor de continuidad. Dios obra por medio de quienes él escoge, prepara y comisiona.

LAS VEINTICUATRO PIEDRAS DEL RÍO JORDÁN Josué 4:1–24

El Creador del universo dotó al ser humano de memoria, que es la capacidad de recordar. El cerebro humano es mejor que el computador más grande y más avanzado que existe. Tiene una facultad fenomenal para buscar en la memoria y encontrar los datos y detalles pasados, así como los nombres junto con la imagen mental de la cara de las personas. Con todo y reconocer la maravillosa memoria del hombre, muchas veces es menester usar los llamados recursos mnemotécnicos, o sea, algo que facilite recordar las cosas. Precisamente esto es lo que encontramos en el capítulo 4 de Josué.

La primera docena de piedras y su propósito 4:1–8

Siguiendo la dirección de Jehová, Josué mandó a un miembro de cada una de las doce tribus para que sacara una piedra del lecho del Jordán por donde pasaron los hijos de Israel.

Esas piedras fueron llevadas al lugar en donde la gente iba a pasar la noche y allí amontonadas, formaron un monumento.

Aunque otras partes del Antiguo Testamento dicen que construían altares para el sacrificio más o menos iguales, estas piedras no tenían ese propósito, sino que fueron “para que… sea señal entre vosotros; y cuando vuestros hijos preguntaren a sus padres mañana, diciendo: ¿Qué significan estas piedras? les responderéis: Que las aguas del Jordán fueron dividias delante del arca del pacto de Jehová; cuando ella pasó el Jordán, las aguas del Jordán se dividieron; y estas piedras servirán de monumento conmemorativo a los hijos de Israel para siempre” (Josué 4:6–7).

¡PENSEMOS!

Mirando hacia atrás, los creyentes podemos repasar todo lo que Dios ha hecho a nuestro favor. Dicho ejercicio no sólo nos llena de gratitud por las bendiciones pasadas, sino que nos anima a enfrentar lo que está delante. Precisamente eso es lo que Dios tenía en mente en Josué 4 para los hijos de Israel. Las generaciones futuras contemplarían el

monumento y recibirían la explicación: “Milagrosamente Dios nos hizo pasar el río”. Frente a un problema de

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proporciones gigantescas, Dios les ayudó a vencer. Lo mismo sucedió frente a Jericó, Hai, los gigantes, la cultura pagana y todos los demás problemas igualmente aterradores. Dios les daría la victoria. Ellos podían decir: “¡Si Dios lo hizo en el pasado, Dios lo hará!” Para eso era aquel monumento.

El creyente actual también tiene algún “monumento”

que le sirve de recordatorio. Si uno conoce a Cristo como su Salvador, ya ha puesto una de esas piedras monumentales.

La salvación del alma es la obra máxima de Dios a favor de uno. Al recordar ese “monumento” de la gracia divina,

¿cómo puede ser que no confiemos a ese Dios tan bondadoso todo lo demás? (Romanos 8:31).

La segunda docena de piedras y su propósito 4:9–18

“Josué también levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde estuvieron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto; y han estado allí hasta hoy” (4:9).

Este segundo monumento, con piedras tomadas del lecho del Jordán, fue colocado en medio del río; en el mismo lugar donde obtuvieron la victoria. Por la manera en que termina el versículo, quizá se trataba de piedras grandes, porque las aguas no pudieron removerlas: “y han estado allí hasta hoy” (v. 9b). Por supuesto, que “hoy” se refiere al tiempo en que Josué escribió el libro.

El propósito del segundo montículo era igual al primero, sólo que se especifica el lugar en que se llevó a cabo el milagro, en el lecho del río. Ese monumento era para manifestar que “Aquí obró Dios a nuestro favor. ¿Cómo no seguiría haciéndolo? Puesto que había épocas en que el agua no estaba tan profunda, es probable que ese monumento también estuviera visible por mucho tiempo.

Un propósito más amplio 4:19–24

Como se ha notado, los monumentos servían de recordatorio especialmente a los hijos de Israel. Sin embargo, la última sección del capítulo 4 indica que hubo otro propósito mucho más amplio: “para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días” (4:24).

El propósito de Dios siempre ha sido que su nombre sea glorificado. Como todas su obras tenían y tienen ese objetivo, no debe extrañarnos que Josué 4:24 haga referencia a un testimonio visible para el mundo entero.

Aquí hay dos ideas que debemos considerar. Primero, el propósito principal de Dios es que su nombre sea glorificado. El Dios creador hizo al hombre con ese fin, es decir, para que le glorifique. Cabe decir aquí que lo que glorifica a Dios es estar de acuerdo con él y demostrar conformidad con sus palabras. Se equivoca la persona que piensa que la meta principal de Dios es la felicidad o bienestar del hombre.

Por supuesto que en Cristo encontramos grandísimas bendiciones y aun la felicidad, pero la salvación del hombre no es el fin principal que Dios busca, sino que su nombre sea glorificado. Entonces, el propósito del creyente también debe ser procurar la “alabanza de su gloria” (Efesios 1:12–14).

La segunda idea que brota de Josué 4:24 es que Dios quiere que su nombre y por ende, su gloria, sean conocidos en todo el mundo. Así empezó en el huerto con los primeros padres, pero desde la entrada del pecado y debido a la exagerada multiplicación de la

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