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Església Evangèlica de Vilassar de Mar Doctrina bíblica 21: La adopción

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1.) ¿Qué es la Adopción? La palabra “adopción” no aparece muchas veces en la Biblia, pero cuando sí aparece, es muy importante. Por ejemplo, en Ef 1:5, aparece como un resumen de todas las bendiciones de nuestra salvación. Además, la idea de una nueva relación familiar con Dios como parte de nuestra salvación está presente en muchos textos donde no aparece la palabra “adopción.” Debido a su importancia, dedicaremos una lección al tema. Primero, hemos de definir la adopción. Como la práctica actual en nuestras sociedades occidentales tiene paralelos con la idea de Pablo (el único autor bíblico que utiliza el término), no nos será difícil entender que

representa.

a. Cuando una familia adopta un niño, ¿qué es lo que ocurre? Un niño que era huérfano se convierte en miembro de una familia.

i. El niño, que ahora es hijo, ha cambiado. Pero no ha cambiado en cuanto a su carácter, ni su personalidad. Ha cambiado de estado—ha pasado de ser huérfano a ser hijo (o de ser hijo de una familia a ser hijo de otra). Hay un cambio de estado, de apellido, de pertenencia. Pertenece ahora a una familia nueva.

ii. El niño adoptado ahora recibe y se beneficia de todos los privilegios de ser hijo de su nueva familia. Disfruta de la provisión, el cuidado, la protección, el cariño e incluso la disciplina de la familia adoptadora. El niño adoptado se tiene que tratar como un hijo natural.

b. El término “adopción” en la Biblia se refiere a algo semejante. Una persona adoptada por Dios era huérfano (o mejor dijo, hijo de otra “familia,” como

veremos), pero ahora pertenece a una familia nueva—la de Dios. i. La persona adoptada ha cambiado—no en cuanto a su carácter, ni su

personalidad. Ha cambiado de estado. Ha pasado de ser extranjero a ser miembro de la familia (Ef 3:19; 1 P 4:17).

ii. La persona adoptada también disfruta de todos los privilegios de ser hijo de la familia adoptiva. La provisión, el cuidado, la protección, el cariño e incluso la disciplina. Hablaremos de estos beneficios más en breve.

c. La adopción del creyente se puede definir como el acto en el cual Dios añade los que están justificados a su familia, recibiéndolos como hijos. Iremos

desempaquetando esta definición en esta lección.

2.) La adopción y la justificación. La definición que acabamos de mencionar incluye una referencia a la justificación (Dios acepta a los justificados en su familia). La justificación y la adopción son bendiciones paralelas. Una comparación entre ellas nos ayudará a entender la adopción mejor.

a. Lo que tienen en común.

i. Ambas son bendiciones que Dios nos aplica individualmente. Cuando en la asignatura Teología Sistemática I hablamos de la obra de Cristo, hablamos de la historia salutis, la historia de las obras que Dios ha hecho para salvar a su pueblo. Pero cuando hablamos de temas como la justificación y la adopción, estamos hablando más bien de la ordo salutis, lo cual consiste en lo que hace Dios para aplicar esta obra pública e histórica de Cristo a nosotros

personalmente. O sea que, una cosa es la obra histórica de Cristo en su vida y su muerte, cosa que Dios hizo una sola vez por toda la iglesia. Otra cosa es nuestra experiencia personal de salvación, y la manera en que Dios aplica esta obra a cada uno de nosotros individualmente. Tanto la justificación como la adopción son bendiciones que Dios nos aplica individualmente.

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1. Algunas de las bendiciones personales de la salvación que todos experimentamos como individuos son internas. Se tratan de cambios de nuestra naturaleza, nuestro carácter. Me refiero a obras de renovación que Dios lleva acabo en nosotros como la regeneración, la santificación y la glorificación.

2. Pero otros aspectos de la aplicación individual de la salvación son externos—que no se tratan de cambios transformativos, sino de cambios de estado. La justificación es precisamente esto: es una declaración hecha por Dios sobre nosotros en la cual él dice que somos perdonados y justos. Nos ve y nos acepta como si hubiéramos obedecido perfectamente, gracias a la obra de Cristo a nuestro favor (no por lo que somos nosotros, no por habernos transformado antes—Rom 4:5). La justificación, como hemos estudiado, no se trata de ninguna

transformación interna. Pues la adopción tampoco. La adopción, como la justificación, se trata de un cambio de estado, no un cambio interno (aunque, como veremos cuando hablemos de la santificación, tiene que influir mucho en los cambios internos, igual que la justificación: formar parte de la familia de Dios te tiene que cambiar). Se puede decir que Dios adopta a los impíos.

a. Añadimos en esta conexión que la adopción es un hecho puntual, igual que la justificación, y es una vez para siempre.

iii. Ambos se disfrutan por medio de la fe. ¿Por qué adopta Dios? Igual que la justificación, no se trata de conseguir ni merecer ni lograr la adopción. No nos esforzamos en la obediencia para llegar a ser adoptados. Ni tampoco

obedecemos para mantener nuestro estado en la familia. Más bien recibimos la adopción por la fe (Gal 3:26; Jn 1:12-13—“mas a cuantos lo recibieron”). La recibimos, no la logramos.

1. En conexión con el punto previo, podemos decir que Dios no nos justifica porque somos transformados, sino que nos transforma porque nos ha justificado. Lo mismo con la adopción.

b. Pero hay una diferencia muy significativa entre estas bendiciones. Ambas exaltan un atributo de Dios diferente. La justificación nos ubica en el tribunal delante del Juez, mientras que la adopción nos ubica en la sala de estar delante de nuestro Padre.

i. Creo que este punto es interesante por muchos motivos. Uno de ellos es que forma parte de la respuesta a una critica que viene desde la teología católica romana. Al defender su doctrina contra la Reforma protestante, algunos católicos han dicho que los protestantes siempre estamos hablando de Dios como un juez. Nos critican diciendo que hablamos mucho del pecado, del infierno, de la justificación, y de declaraciones legales. Dicen que todo esto suena muy frío, pinta a un Dios muy estricto, y que acabamos asustando a la gente para convertirles. En cambio ellos (supuestamente) creen en un Dios de amor y misericordia, un Dios que no quiere desanimar a la gente siempre acusándoles de su pecado. Ellos dicen que están con Dios en la “sala de estar” (metáfora suya) mientras nosotros, los protestantes, estamos siempre en el tribunal.

1. Pero nosotros tenemos en nuestro sistema de doctrina una “sala de estar” también. Es en parte por esto que la doctrina de la adopción es tan importante. Nosotros llamamos a Dios no solamente “Señor” sino

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a. Puede ser cierto que algunos protestantes tengan una énfasis desmesurada en el tema del infierno en su predicación evangelística. No obstante, en realidad se ve el amor y la misericordia de Dios claramente en la justificación según la doctrina protestante bien entendida (Dios nos declara justos sin haber logrado la justicia nosotros—¡esto es la gracia!). Por lo contrario, es el sistema

católico—como cualquier otro que enseña que la salvación depende de la colaboración del ser humano—que infunde terror y no exalta la gracia de Dios. Puede que esté en la sala de estar hoy, pero igual mañana no estaré.

b. Somos más que justificados—somos también adoptados. Disfrutamos de una relación no solamente de favor con Dios, sino de favor familiar. La adopción nos habla del trato personal y cariñoso de Dios con nosotros.

2. Podemos decir que en la justificación somos declarados justos, en la adopción somos declarados incluidos. Ambas bendiciones se tratan de cambios de estado, no de naturaleza, pero a la vez enfatizan atributos divinos diferentes y aspectos diferentes de nuestra salvación.

3.) La Paternidad de Dios. Algunos quizás cuestionarían la validez de la doctrina de adopción. ¿No es Dios el Padre de todo ser humano? ¿No somos sus “hijos” por el hecho de ser creados por él? (Hechos 17:25-29; Santiago 1:17). Sí y no. . . .

a. En un sentido limitado podemos decir que todo ser humano es “hijo” de Dios. Pablo dice en su sermón en el Areópago que todos somos “descendientes” o “linaje” de Dios. Creo que podemos decir en un sentido matizado que Dios es el “Padre de todos.” Es Padre de todos en cuanto a la creación y la providencia. Es decir, es Dios que ha creado y sostiene las vidas de cada ser humano cada día. b. Pero la Biblia habla de Dios de esta manera muy poco, y nunca dice

explícitamente que es “Padre de todos.” Más bien las Escrituras reservan el termino “Padre” para hablar de la relación entre Dios y los creyentes.

i. Por ejemplo, en Rom 8:15; Matt 6:9 (comparar Jn 1:12-13), vemos que el termino “Padre” se reserva para los que están justificados y redimidos. La palabra “Padre” en estos pasajes habla de una relación especial e intima con Dios, reservada para los que creen en el nombre de Jesús (ve Jn 8:42). ii. Los hijos de Dios son también “hijos de la promesa” e “hijos de Abraham”

(Rom 9:7-8). Ni los judíos eran todos hijos de Dios por nacer. Si así fue el caso con los incrédulos dentro del pueblo escogido del AT, ¡cuánto más con los no judíos que no creen!

c. Dicho de otra manera, ¡la membresía en la familia de Dios es limitada! Se limita a aquellos que reciben a Cristo, los que creen en su nombre. Son ellos—y únicamente ellos—que tienen el derecho de ser llamados “hijos de Dios.”

i. Es una bendición que forma parte de la salvación. Y es por eso que se llama “adopción.” La adopción presupone que antes no hubo ninguna relación de familia. Dios nos adopta porque antes éramos extranjeros: hijos de

desobediencia (Ef 2:2), hijos de ira (Ef 2:3), hijos incluso del diablo (Jn 8:42-44). Así que, no formamos parte de la familia de Dios simplemente por nacer (gracia común), sino por ser redimidos (gracia especial).

d. Así que, los que son hijos de Dios son los que tienen fe en su hijo. Hemos de guardar esta verdad contra el peligro del universalismo. El universalismo es la doctrina que dice que todo el mundo se salva. Los que sostienen esta idea por supuesto creen que Dios es Padre de todos en el sentido pleno. Tengo que admitir

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que es una doctrina tentadora. Por una parte me gustaría pensar que todo el mundo se salva, incluso mis amigos que no creen en Cristo. Pero la Biblia no nos permite pensar de esta manera. Más bien nos recuerda de la necesidad de confiar en Jesús (incluso en Rom 5, pasaje citado a menudo para apoyar alguna doctrina

universalista [ve el versículo 17]).

i. No debemos olvidar de esta necesidad de tener fe para ser hijo de Dios. Olvidar esta realidad nos perjudicaría en la obra evangelística (¿por qué predicar el evangelio si todos se salvarán igualmente?), y nos tentaría a pensar que no es tan importante que sigamos creyendo nosotros mismos.

4.) La filiación del Hombre. Para entender mas lo que significa ser adoptado como hijo de Dios, vamos a considerar brevemente cuales son nuestros privilegios y

responsabilidades como hijos, como miembros de la familia de Dios. ¿Qué implica ser “hijo de Dios”?

a. Vertical: Poder llamar a Dios “Padre” (Mt 6:9).

i. Comunión. Adán fue hijo de Dios (Luc 3:23, 38). Como hijo de Dios, tuvo unos cuantos privilegios, sobre todo la comunión intima que tenía con él. Nosotros como hijos adoptivos también disfrutamos de amistad con Dios. Se nos ha dado más que la entrada al cielo—también gozamos del poder disfrutar de su persona. Si disfrutamos estando en la presencia de un buen amigo, cuanto más podemos disfrutar de estar en la presencia de nuestro Padre.

1. Hace falta decir que lo tenemos mejor que Adán. Adán tenía comunión con Dios, pero vivía con la posibilidad de perderla. Nosotros no—habiendo sido reconciliados con Dios, ya no hay condenación. Estamos confirmados en nuestra filiación.

2. Esta comunión es algo especial. Los ángeles disfrutan del favor de Dios, pero no son sus hijos. Es algo especial pertenecer a la familia. ii. Protección, provisión, disciplina. ¿Qué hace un buen padre para sus hijos?

Los protege, provee para sus necesidades, e incluso cuando hace falta los disciplina. Dios también lo hace (Mt 6:31-32; Heb 12:6).

1. Dios no escoge la metáfora familiar al azar. De hecho, creo que debemos afirmar que Dios creyó la familia en parte para poder utilizar sus relaciones para explicarnos como él se relaciona con nosotros. Habiendo visto a padres, habiendo tenido padres, y habiendo sido padres algunos de nosotros, podemos entender perfectamente que es lo que Dios nos quiere decir con la metáfora. Sabemos lo que haría un buen padre—es lo que Dios hará para nosotros (Mt 7:9-11).

iii. La herencia. Es un privilegio familia ser heredero. Somos herederos dentro de la familia de Dios—concretamente de las promesas de la vida eterna (Rom 8:15; Heb 9:15; 1 P 1:4).

1. Israel también fue adoptada (Ex 4:22 con Rom 9:4), y tuvo una herencia (Ex 32:13). Dios adoptó a Israel como su pueblo, y puso su nombre y su sello sobre ellos. Dijo “seré vuestro Dios, seréis mi pueblo.” Les puso una herencia que era la tierra prometida. Pero nuestra adopción y herencia son mayores. Nuestra herencia es eterna, no se puede perder (Heb 4; 1 P 1:3-5). Estamos hablando no de un descanso terrenal y temporal, sino del descanso eterno.

iv. Testimonio y guía del Espíritu Santo.

1. Pablo nos explica que tenemos el “Espíritu de adopción” quien da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Rom 8:15-16; Gal

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4:6-7). Es una referencia al Espíritu Santo, quien testifica a los hijos de Dios acerca de su seguridad, y nos capacita a clamar a Dios como “Padre.”

a. ¿Qué diferencia hay entre ser esclavo y ser hijo (Gal 4:6-7)? El esclavo vive con miedo de su amo, y tiene que agradecerle para mantener su favor (obras); mientras el hijo vive en confianza, asegurado de la aceptación de su padre—obedeciéndole por amor y por placer, no por miedo de perder su favor.

2. El Espíritu también nos guía (Rom 8:14). Esto no significa que no hará falta ya estudiar y meditar en las Escrituras—el Espíritu nos guía por medio de la Palabra (Juan 14:26). Es la Palabra que da vida, no el Espíritu trabajando solo (Rom 10:17, Stg 1:18; 1 P 1:23). Cuando Pablo habla de la guía del Espíritu está en conexión con la Palabra, y se refiere en esepcial al deseo que el Espíritu pone en los hijos de Dios para vivir conforme a los caminos de Dios en obediencia.

v. Ser imitadores (Ef 5:1). Es un privilegio ser identificado con el Dios vivo, pero también es una responsabilidad. Los niños llevan los apellidos de sus padres. Y sabemos todos que muchas veces se juzgan a los padres según el comportamiento de sus hijos. La vida del hijo de Dios es una oportunidad de glorificar a Dios, de dejar ver su poder obrando en él o ella, y de decir al mundo que la obediencia y al fidelidad a Dios es mejor que los placeres del pecado (Mt 5:16; Fil 2:15).

1. No obedecemos para llegar a ser hijos, sino para vivir de manera coherente con nuestra nueva filiación (1 Pedro 1:14-ss). No cambiamos para llegar a entrar en la familia, sino que haber entrado en la familia nos tiene que cambiar.

b. Horizontal: Tener una familia.

i. No es por nada que la relación entre creyentes se contempla también en términos familiares en el NT. Somos todos hermanos y hermanas, y la iglesia es una familia. Por supuesto que esto tiene un montón de aplicaciones en cuanto el amor y la ayuda mutua (las cuales miraremos de tratar bajo el tema de la eclesiología).

ii. Mencionaré una sola cosa aquí: en Gal 3:26-29 Pablo no quería decir que en Cristo desaparecen las distinciones entre la gente. No quería decir que los judíos dejaban de ser judíos, o que los esclavos dejaban de ser esclavos, o que los hombres dejaban de ser hombres. La adopción no elimina las distinciones sociales de esta vida. Pero sí establece la dignidad de cada creyente de manera que el racismo, por ejemplo, no tiene ningún lugar en la iglesia. El

menosprecio de un creyente hacia otro por su ubicación social o cultural está totalmente fuera de lugar. Somos todos hijos en la familia de la fe (Gal 6:10). 5.) Conclusión. La adopción representa un cambio de identidad. Si eres uno de los

justificados, también has sido adoptado. ¡Tu apellido ha cambiado! Eras hijo de desobediencia y de ira (Ef 2:2-3), ahora eres hijo de Dios. Has sido incluido en la familia de Dios con todos sus privilegios y responsabilidades. Esto no significa que la vida terrenal va a ser fácil. ¡Todo lo contrario (Rom 8:17)! Lo que sí significa es que tenemos todos los recursos necesarios para vivir la vida cristiana. Ya no somos

huérfanos inseguros sin rumbo—sabemos hacia donde vamos y esperamos este destino con ganas (Rom 8:23). Tenemos un Padre amoroso que nos cuidará. Tampoco somos esclavos—luchamos contra el pecado no partiendo del temor sino de la libertad y seguridad y en el poder del Espíritu de la adopción.

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