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Comprender y defender (o atacar) en la historia

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Academic year: 2020

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Comprender y defender (o atacar) en la Historia

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E l problem a que aquí se trata p u ed e ser planteado, d e breve m ane­ ra, en la interrogación siguiente: ¿es posible h acer historia, objetivam en­ te válida, defendiendo (o atacando) lo q u e predom inantem ente h a d e escudriñarse en actitud crítica?.

M irando y rem irando el suceder de los acontecim ientos, las andan ­ zas, venturas y desventuras de los hom bres q u e m erecen el recuerdo de la posteridad, de inm ediato una pasión forastera, diferente a las otras, apodérase del sujeto que observa con em pecinada atención la existen­ cia de sus congéneres; E m erge rediviva una suerte d e vida, al parecer totalm ente desaparecida y q u e m oraba en la región d e lo olvidado, pa­ ra seducirnos ,o para enardecernos. D iríase entonces q u e el hom bre del p resen te retrocede al pasado, h ácese su agente ycom parte aquellos d es­ tinos arcaicos. E s oom o si espiritualm ente no existiesen distancias tem po­ rales entre esa vida q u e se levanta y ese hom bre q u e la observa, adop­ tando una tan inédita posición. Y así colocado, p arece com o si debiera banderizarse con las diferentes situaciones p asad as y con las m odalida­ des de esos hom bres, sin perm itírsele otras actitudes, so p en a d e invec­ tivas trem endas. Y y a hipotéticam ente parcializado, si alguien defen ­ d iese o atacase lo q u e es objeto d e su adhesión o de su repulsa, sólo cabría la loa o la im precación. L o dem ás sería superfino e indigno d e ser tom ado en consideración o, en el m ejor d e los casos, desdeñosam ente indiferente. H asta aquí, las repercusiones aním icas de u n hom bre en actitud cotidiana, en la característica actitud del pre-historiar.

— II —

P ero ¿q u é hacer cuando no sea bastante el revivir ingenuo y m era­ m ente sicológico d el acontecer histórico? ¿cuándo u n intenso afán d e co-

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nocer exije su sitial en nuestro espíritu? ¿cuándo m ás allá d e u n epi­ dérm ico revivir lo histórico, se esté frente al im perativo inherente a to­ do auténtico historiar: urgar cognoscitivam ente en la entraña m ism a d e aquella vida pasada, que en un prim er m om ento conm ovíam os d e m ane­ ra sencilla?.

E ste es y a u n problem a distinto, bajo cuyo im pulso el sujeto logra rem ontar aquella ingenua repercusión epidérm ica, tan cara al sicologis- m o histórico, y enfrentarse con las dificultades q u e plantea el conoci­ m iento histórico. E s, por excelencia, el gran problem a d el historiador. Y aquí la faena se torna difícil, porque no se trata d e q u e la tendencia cognoscitiva estrangule la intuición irracional d e ese vivir histórico, si­ no q u e ésta encuentre su com plem ento en aquélla, y sea posible con­ tem plar la que acaeció y no lo que se d esea q u e hubiera acaecido. V eam os u n caso d e la historia del P erú.

C uando José G abriel T úpac A m aru se levanta, apresando al corre­ gidor A rriaga el cuatro de noviem bre d e 1780, q u ien defienda o ataque su m ovim iento ¿podrá llegar a descubrir lo esencial d e aquel aconteci­ m iento histórico y d e aquella vigorosa individualidad? Q uizá podríase acom pañarla en su vacilante derrotero,1, sentir algo d e su esperanza o d e su angustia, y n ad a m ás.

¿Q ué es necesario efectuar si se d esea no q u ed ar anegado en el flu­ jo viviente de lo acaecido? ¿si se q u iere provocar u n reflujo y hacer historia?. E s necesario penetrar en u n terreno nuevo, donde la vida his­ tórica ni dom ine ni esté disecada, sino sim plem ente p u esta a distancia tal q u e adquiera u n a norm al perspectiva para su enjuiciam iento crítico. P orque se defiende o se ataca lo que está indisolublem ente unido al ob­ servador cotidiano, aquello donde la ausencia de separación im pide d es­ cribir, com prender e interpretar en actitud contem plativa. E s necesario vivir con lo histórico com o m om ento previo para conocerlo, es decir, para ensalzarlo en su aspecto positivo y para censurarlo en su aspecto negativo. E ste es un axiom a de todo historiador en actitud científica. C uando se vive el acaecer histórico, existe un avasallador señorío del defender o del atacar; cuando se trata d e conocer la vida hum ana, d e historiar, es necesario el com prender para explicar la finalidad d e lo acae­ cido.

— III —

M ediante el com prender adquieren los acontecim ientos u n sentido; m ediante el defender (o el atacar) desem bocan, por el contrario, al extra­ ño territorio del sin-sentido. E ste d eb e ser esquivado, aquél d eb e ser

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recalcado. C uando esto no sucede, aparece el falso conocim iento his­ tórico, disquisición epidérm ica, galim atías adornado con las galas d e la gram ática y d e u n a aparente coherencia lógica, en función del no-antro­ pológico principio d e cau salid ad ., A quí aparece, con gran claridad, la típica oposición genérica entre el grupo d e las ciencias antropológicas y el d e las ciencias naturales. M ientras en éstas lo q u e tiene principal im portancia es la explicación causal, en aquéllas lo q u e tiene prim erísi- m a im portancia es la explicación teleológica. Y no es que la causali­ d ad d eb e ser elim inada en absoluto del conocim iento histórico, sino q u e d eb e estar dism inuida, subordinada, cab e decir, d eb e abandonar su rango d e

principio

y convertirse en m ero recurso m etodológico e ir a la zaga del principio teleológico, q u e tiene vigencia om ním oda en el te­ rreno d e la historia y perm ite tratar el m aterial antropológico según CBAs u s

particulares e intransferibles caracteres.

— IV —

C uando el principio teleológico no guía la indagación histórica, los resultados obtenidos carecen de validez. P orque com o

principio

(según se h a dicho con anterioridad) la causalidad vale solo para la ciencias naturales; m ientras com o dispositivo m etodológico al servicio de las cien­ cias antropológicas, ayuda a la seriación cronológica de los acontecim ien­ tos y de las partes q u e lo conform an, es decir, a la realización d e lo ne­ cesario e insuficiente a todo norm al historiar. D e donde se infiere, q u e u b icar los acontecim ientos en el tiem po y en el espacio es tarea p re­ paratoria p ara una m ás. íntim a penentración q u e conduzca a com prender lo acaecido y, por ende, a descubrir su recóndita finalidad. N arrar no es h acer historia sino historiografía, cum plir con el im prescindible tra­ m o inicial. La¡ historia es la resultante d e la historiografía o parte narra­ tiva, y d e la historiología o parte interpretativa. P udiéndose parafrasear, q u e toda historiografía sin una historiología es ciega y toda historiología sin u n a historiografía es vacía. L a auténtica historia vive d e la perm anen ­ te e indiscutible correlación de am bas. P or eso, cuando se describe, por ejem plo, la rebelión del cacique T úpac A m aru y se p o n e en u n a es­ crupulosa ubicación cronológica los diversos m om entos q u e la confor­ m an, al térm ino d e tan sacrificada tarea ¿no q u ed a aun en el espíritu u n a latente pero avasalladora insatisfacción? ¿podríase narrar solam ente y poner de lado la interpretación correspondiente?.

D e m anera apodíctica, la narración clásica aparece com o una acción característicam ente trunca. E s la contestación de quienes entienden his-

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toriográfía igual historia, de quienes tom an la parte por el todo. D es­ cribir conduce a interpretar. A sim ism o, interpretar supone la m ostración previa de lo acaecido, so p en a d e caer en arbitrarias divagaciones. A ho­ ra bien, p u ed e argum entarse q u e el atraso eurístico-historiográíico lleva en países com o el nuestro, a u n a p ru d en te restricción de las interpretacio­ nes. P ero, restringir no es elim inar; sólo significa q u e los resultados in­ terpretativos son provisionales, m odificándose seg ú n lo exija la p resen­ cia d e m ateriales novísim os o d e revisiones fundam entales en el m ate­ rial ya trabajado. D e este m odo, en el ejem plo citado d e la rebelión del cacique T úpac A m aru, dada su descripción (historiografía) p ásase a su in­ terpretación (historiologia), pasos previos q u e perm iten ingresar en su respectivo conocim iento histórico y estar capacitados p ara u n a revisión crítica.

P or . otra parte, la experiencia en señ a cóm o el historiador únicam en­ te siente u n a espiritual satisfacción específica cuando interpreta (aunque sólo sea en form a provisional), p u es considera este m om ento com o tér­ m ino y coronam iento de su tarea, elim inando la trágica insatisfacción d e contem plar el aspecto externo del acontecim iento e ignorar su sentido. T al situación espiritual es m ás que una m era repercusión sicológica; m ás b ien aparece en estrecha vinculación con u n a exigencia teorética, vigen ­ te tanto para las ciencias antropológicas cuanto para las no-antropológi­ cas. A dem ás, es aquí donde lo dicho anteriorm ente d eb e recalcarse: la com plem entaria revisión de las diversas interpretaciones acerca d e u n acontecim iento (por ejem plo, el d e'T ú p ac A m aru) m ediante el reenfoque crítico de sus m ás antagónicas interpretaciones.

S i en lugar d e la actitud de com prender se adoptase la d e defender (o atacar) no se llegaría a desentrañar la finalidad yacente en los acon­ tecim ientos, abriéndose, en realidad, una sim ple válvula d e escape a os­ curos im pulsos, no canalizados, característicos de una actitud q u e perte­ n ece a la ingenua etapa del pre-historiar.

V —

¿S e habrá avanzado lo suficiente en la planteada oposición entre com prender y defender (o atacar) en la historia?. A unque el defender (o atacar) m oran en u n com ún territorio, con relación al com prender existen sendas conexiones. E n consecuencia, ap arece com o distintos, por una parte, el com prender-defender y,- por otra, el com prender-atacar.

C uando se trata d e com prender partiendo d e u n acontecim iento q u e se defiende, la dirección intencional em ana d e un espíritu en, actitud po-

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sitiva, d e una persona que sim patiza con posibles rectificaciones, es de­ cir, se está m ás acá de la terq u ed ad y en una fácil actividad espiritual. L a superación del estadio del defender y su ingreso a territorios del com ­ p ren d er cae bajo el signo positivo d e valor. E n cam bio, cuando se tra­ ta de superar el estadio d el atacar y penetrar en ¿a esfera del com pren ­ der, la progresión cae bajo el signo negativo d e valor; tam bién se es­ tá m ás acá d e la terquedad, pero en u n a actividad d e difícil cum plim ien­ to. A sí frente al episodio de la entrega del cacique T úpac A m aru en m anos de las autoridades españolas, al pasar por el pueblo d e L angui, la reacción inm ediata es condenar de m anera absoluta aquella desdicha­ d a acción. S in em bargo, a p esar d e La repulsión vigorosa que el he­ cho suscita, el

historiador

efectúa el esfuerzo d e com prender, asim ism o, d ich a acción y . desentrañar su sentido. Si esto últim o no fuera posible al historiador, sería necesario n eg ar la posibilidad del enfoque cognos­ citivo de las acciones negativas acaecidas en todo tiem po y su valora­ ción correspondiente. P ero, que esto es posible está probado por el he­ cho de que dicha valoración d e lo negativo en la historia h a sido, es y seguirá siendo realizado. C om o se ve, del defender y d el atacar dan ­ se p u es sendos saltos hacia el nuevo ycom ún terreno d e lo com prensión histórica.

■ P or últim o, m ás allá del trabajo histórico en sentido estricto, cer­ niéndose en horizontes de m ayor altura, una integral visión d e lo antro ­ pológico, una culturología, cum ple su necesario papel regulativo para la auténtica com prensión histórica. Y así, la H istoria (ciencia cuyos obje­ tos son los

acontecimientos) por

su inefable pretensión d e integralidad y d e interpretar cada acontecim iento en función de estructuras m ás am ­ plias, logra extender una m ayor claridad y una necesaria valoración de sus propios objetos (en función del com prender) superando la etapa in­ g en u a del defender (o atacar), q u e cuando predom ina invalida m uchos esfuerzos m eritorios.

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