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REALISMO Y NATURALISMO. CARACTERÍSTICAS GENERALES, PRINCIPALES AUTORES Y OBRAS.

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REALISMO Y NATURALISMO.

CARACTERÍSTICAS GENERALES, PRINCIPALES AUTORES Y OBRAS.

1. INTRODUCCIÓN

A mediados del siglo XIX, una nueva corriente cultural y literaria se abre paso entre el agotamiento del Romanticismo. El Realismo reacciona contra los excesos románticos y su abuso de la subjetividad y de la imaginación, y sustituye la exaltación de la libertad individual por el propósito de explicar y analizar la realidad social, es decir, se propuso representar la realidad lo más fielmente posible y con el máximo grado de verosimilitud. Está relacionado con los conflictos sociales entre una burguesía dominante y una clase obrera que lucha por sus derechos mediante la formación de sindicatos, y con una serie de teorías filosóficas y sociológicas que van a cambiar la mentalidad y las estructuras de la sociedad. El Realismo nació en Francia con Balzac y Stendhal, que hacia 1830 publican sus primeras novelas realistas; poco a poco, se extendió y triunfó por toda Europa. Su manifestación literaria más destacada es la novela, que logra en Europa una edad de oro. En España, el inicio del movimiento realista coincidió con acontecimientos históricos centrales. Surgió hacia 1870, después de “La Gloriosa”, y tuvo su apogeo en la década de 1880. En la aparición de este movimiento influyeron géneros del romanticismo como la novela histórica y, sobre todo, los artículos de costumbres, junto con las obras y las reflexiones estéticas de novelistas extranjeros como Balzac, Flaubert, Dickens, Tolstoi, etc.

El NATURALISMO nació impulsado por Émile Zola, quien en su libro La novela experimental, influido por los grandes avances científicos, propuso aplicar el método científico a la literatura: se trataba de describir y analizar al ser humano, que está determinado por el medio, por el momento histórico y por la herencia biológica. Los temas más habituales de esta corriente son la miseria humana, la corrupción, el alcoholismo, las enfermedades mentales y hereditarias y, en general, la marginación en todas sus vertientes. Los ambientes suelen ser sórdidos, tristes, negativos; en definitiva, la novela recoge los aspectos más desagradables de la sociedad. Estos autores siguen la documentación y la observación proclamada por el Realismo, pero la llevan al extremo y con el máximo rigor. En España, se tomaron ciertas técnicas naturalistas, pero no la concepción determinista del ser humano, ya que se considera que coarta la libertad del individuo.

2. CARACTERÍSTICAS DE LA NOVELA REALISTA

Lo que la poesía, como expresión de los sentimientos, tuvo de sublimación para el romántico, la NOVELA, como género más adecuado para observar, representar y explicar la realidad social, lo tuvo de investigación y análisis para el escritor realista.

2.1.CARACTERÍSTICAS

□ Observación de la realidad como materia casi científica para extraer de ella la documentación precisa.

□ Descripción minuciosa, exhaustiva y detallada tanto de ambientes como de personajes para dar verosimilitud a la historia.

□ Desarrollar asuntos y temas que están presentes en el entorno contemporáneo, en especial, de la clase media (por ejemplo: el conflicto entre individuo y sociedad).

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□ La narración tiende a ser objetiva, normalmente en tercera persona, en la que el narrador, omnisciente, controla hasta el último detalle de la materia que va a relatar: conoce hasta el último rincón del alma de sus personajes, lo sabe todo sobre sus acciones, organiza el tiempo y los hechos a su antojo, interviene frecuentemente en el relato emitiendo juicios o avanzando hechos que sucederán más tarde

□ Junto con la narración tradicional y el estilo indirecto, destacan el diálogo (papel central en la caracterización de los personajes), el estilo indirecto libre y el monólogo interior (que sirve para expresar la interioridad).

□ Lenguaje: se constituyó en un recurso fundamental para la caracterización de ambientes (términos dialectales santanderinos, galleguismos, asturianismos, andalucismos) y, sobre todo, para la caracterización de personajes, que se distinguen y se muestran a través de sus usos lingüísticos, según su procedencia geográfica, su nivel sociocultural y la situación comunicativa. Por lo general, aparece un lenguaje sencillo, natural, que no ofrece dificultades al lector, alejado de exageraciones. Sin embargo, el estilo utilizado por el narrador es culto, más cuidado y literario.

3. PRINCIPALES AUTORES Y OBRAS JUAN VALERA

Fue un liberal partidario del progreso. Defensor a ultranza de “el arte por el arte”, Valera presenta en sus novelas (Pepita Jiménez, Juanita la Larga) el estilo de la obra bien hecha, un interés especial por el relato psicológico, la tolerancia liberal y una consciente eliminación de los ambientes sórdidos típicos del Realismo y, sobre todo, del Naturalismo. Presenta, por tanto, un realismo idealista.

□ BENITO PÉREZ GALDÓS

Es, sin duda, la gran figura del Realismo español. La amplitud y densidad de su obra novelística no tiene parangón en nuestra historia literaria; es, además, un testimonio monumental tolerante y crítico de la vida y los conflictos de su tiempo. En su obra narrativa conviene hacer dos apartados:

a) Los Episodios Nacionales, son un conjunto de 46 novelas históricas, agrupadas en cinco series, que recorren, a través de hechos históricos y personajes novelescos, la historia de España durante el siglo XIX, desde la batalla de Trafalgar hasta la Restauración.

b) Las novelas, que se estructuran en tres épocas distintas:

b.1.) Novelas de la primera época (década de 1870): caracterizadas por su carácter de obras de tesis, en las que Galdós combate el fanatismo y el caciquismo de los pueblos, y presenta a los liberales como héroes. Doña Perfecta

b.2.) Novelas contemporáneas (década de 1880): entre ellas se encuentran los grandes títulos del escritor: Fortunata y Jacinta, Miau. Son las novelas de Madrid, objetivas, desde las que el autor repasa la vida de las gentes de muy diferente estado y condición, con sus conflictos, contrastes y sentimientos.

b.3.) Novelas espirituales y simbólicas: se centran en el interior de los personajes, en los valores morales y los ideales. Destaca Misericordia.

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□ LEOPOLDO ALAS “CLARÍN”

Desde una postura progresista y liberal defendió una literatura combativa, de denuncia de la corrupción política, el caciquismo y la superstición. Destacan sus dos novelas: La Regenta, Su único hijo. La Regenta es una de las grandes novelas de todos los tiempos. En apariencia es la historia de un adulterio, el de Ana Ozores. Sin embargo, la verdadera protagonista es la ciudad de Vetusta, con sus fanatismos, miserias morales y su ambiente asfixiante, que presiona a la protagonista y acaba destrozándola. La influencia de la iglesia, la envidia, el poder, la ambición y la mediocridad social son algunos de los temas que trata. Utiliza las renovaciones narrativas del momento, como el flash back o el estilo indirecto libre

La crítica no es unánime a la hora de establecer la existencia o no de escritores naturalistas en España. Más que de autores naturalistas en sentido estricto, se suele aceptar que hay autores en los que algunos principios naturalistas calaron más hondo:

□ EMILIA PARDO BAZÁN

Aristócrata y sorprendente ejemplo de mujer intelectual de su época, se atrevió a defender públicamente un movimiento tan denostado por sus ideas irreligiosas como el Naturalismo. De hecho, en 1883 publica una serie de artículos sobre el tema, bajo el título de La cuestión

palpitante. Sus obras más importantes son: La tribuna, sobre una huelga obrera promovida por

una mujer, Los pazos de Ulloa, la novela más importante de Emilia Pardo Bazán. Esta obra está ambientada en una de las zonas rurales más atrasadas de Galicia y se centra en el choque de unos personajes sensibles, educados en la ciudad, con otros personajes, representativos del ambiente degradado y brutal que reina en una aldea; cuenta el enfrentamiento entre un cacique feudal y las nuevas clases sociales en Galicia.

□ VICENTE BLASCO IBÁÑEZ

En sus novelas se presenta el enfrentamiento entre las clases sociales y la presión del medio sobre los personajes (comerciantes, pescadores, huertanos y terratenientes de Valencia). Entre sus obras destacan: La barraca, Cañas y barro. En estas narraciones se observan rasgos naturalistas en el determinismo social y biológico que condiciona el destino de los personajes, en los escenarios y en las acciones sórdidas y brutales.

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TEXTOS DEL REALISMO Y NATURALISMO

Los siguientes textos pertenecen a autores y obras realistas vistas en clase: Fortunata y

Jacinta de Galdós, Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán, Pepita Jiménez de Valera y

La Regenta de Clarín. Intenta identificar cada uno de ellos y señala y justifica las

características realistas que observas.

La luna plateaba las copas de los árboles y se reflejaba en la corriente de los arroyos, que parecían de un líquido luminoso y transparente, donde se formaban iris y cambiantes como en el ópalo. Entre la espesura de la arboleda cantaban los ruiseñores. Las hierbas y flores vertían más generoso perfume. Por las orillas de las acequias, entre la hierba menuda y las flores silvestres, relucían como diamantes o carbunclos los gusanillos de luz en multitud innumerable. No hay por allí luciérnagas aladas ni cocuyos, pero estos gusanillos de luz abundan y dan un esplendor bellísimo.

Muchos árboles frutales, en flor todavía; muchas acacias y rosales sin cuento embalsamaban el ambiente, impregnándolo de suave fragancia. Don Luis se sintió dominado, seducido, vencido por aquella voluptuosa naturaleza, y dudó de sí. Era menester, no obstante, cumplir la palabra dada y acudir a la cita.

Pepita Jiménez, Juan Valera ________________

Y Juanito pensó: «Tú sales para que te vea el pie. Buena bota»… Pensando esto, advirtió que la muchacha sacaba del mantón una mano con mitón encarnado y que se la llevaba a la boca. La confianza se desbordaba del pecho del joven Santa Cruz, y no pudo menos de decir: 


– ¿Qué come usted, criatura? 


– ¿No lo ve usted? –replicó mostrándoselo–. Un huevo. 
 – ¡Un huevo crudo! 


Con mucho donaire, la muchacha se llevó a la boca por segunda vez el huevo roto y se atizó otro sorbo. 
 –No sé cómo puede usted comer esas babas crudas –dijo Santa Cruz, no hallando mejor modo de trabar conversación. 


–Mejor que guisadas. ¿Quiere usted? –replicó ella ofreciendo al Delfín lo que en el cascarón quedaba. 


Por entre los dedos de la chica se escurrían aquellas babas gelatinosas y transparentes. Tuvo tentaciones Juanito de aceptar la oferta; pero no: le repugnaban los huevos crudos. 


–No, gracias. 


Ella entonces se lo acabó de sorber, y arrojó el cascarón, que fue a estrellarse contra la pared del tramo inferior. Estaba limpiándose los dedos con el pañuelo, y Juanito discurriendo por dónde pegaría la hebra, cuando sonó abajo una voz terrible que dijo: 


– ¡Fortunaaá! 


Entonces la chica se inclinó en el pasamanos y soltó un yiá voy con chillido tan penetrante que Juanito creyó se le desgarraba el tímpano. El yiá principalmente sonó como la vibración agudísima de una hoja de acero al deslizarse sobre otra. Y al soltar aquel sonido, digno canto de tal ave, la moza se arrojó con tanta presteza por las escaleras abajo, que parecía rodar por ellas.

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Ana corrió con mucho cuidado las colgaduras granate, como si alguien pudiera verla desde el tocador. Dejó caer con negligencia su bata azul con encajes crema, y apareció blanca toda, como se la figuraba don Saturno poco antes de dormirse, pero mucho más hermosa que Bermúdez podía representársela. Después de abandonar todas las prendas que no habían de acompañarla en el lecho, quedó sobre la piel de tigre, hundiendo los pies desnudos, pequeños y rollizos en la espesura de las manchas pardas. Un brazo desnudo se apoyaba en la cabeza algo inclinada, y el otro pendía a lo largo del cuerpo, siguiendo la curva graciosa de la robusta cadera. Parecía una impúdica modelo olvidada de sí misma en una postura académica impuesta por el artista. Jamás el Arcipreste, ni confesor alguno había prohibido a la Regenta esta voluptuosidad de distender a sus solas los entumecidos miembros y sentir el contacto del aire fresco por todo el cuerpo a la hora de acostarse. Nunca había creído ella que tal abandono fuese materia de confesión.

Abrió el lecho. Sin mover los pies, dejóse caer de bruces sobre aquella blandura suave con

los brazos tendidos. Apoyaba la mejilla en la sábana y tenía los ojos muy abiertos. La deleitaba aquel placer del tacto que corría desde la cintura a las sienes.

-«¡Confesión general!» -estaba pensando-. Eso es la historia de toda la vida. Una lágrima asomó a sus ojos, que eran garzos, y corrió hasta mojar la sábana.

Se acordó de que no había conocido a su madre. Tal vez de esta desgracia nacían sus mayores pecados.

«Ni madre ni hijos».

Esta costumbre de acariciar la sábana con la mejilla la había conservado desde la niñez. Una mujer seca, delgada, fría, ceremoniosa, la obligaba a acostarse todas las noches antes de tener sueño. Apagaba la luz y se iba. Anita lloraba sobre la almohada, después saltaba del lecho; pero no se atrevía a andar en la obscuridad y pegada a la cama seguía llorando, tendida así, de bruces, como ahora, acariciando con el rostro la sábana que mojaba con lágrimas también. Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar; no había más suavidad para la pobre niña. Entonces debía de tener, según sus vagos recuerdos, cuatro años. Veintitrés habían pasado, y aquel dolor aún la enternecía. Después, casi siempre, había tenido grandes contrariedades en la vida, pero ya despreciaba su memoria; una porción de necios se habían conjurado contra ella; todo aquello le repugnaba recordarlo; pero su pena de niña, la injusticia de acostarla sin sueño, sin cuentos, sin caricias, sin luz, la sublevaba todavía y le inspiraba una dulcísima lástima de sí misma. Como aquel a quien, antes de descansar en su lecho el tiempo que necesita, obligan a levantarse, siente sensación extraña que podría llamarse nostalgia de blandura y del calor de su sueño, así, con parecida sensación, había Ana sentido toda su vida nostalgia del regazo de su madre. Nunca habían oprimido su cabeza de niña contra un seno blando y caliente; y ella, la chiquilla, buscaba algo parecido donde quiera. Recordaba vagamente un perro negro de lanas, noble y hermoso; debía de ser un terranova. -¿Qué habría sido de él?-. El perro se tendía al sol, con la cabeza entre las patas, y ella se acostaba a su lado y apoyaba la mejilla sobre el lomo rizado, ocultando casi todo el rostro en la lana suave y caliente. En los prados se arrojaba de espaldas o de bruces sobre los montones de yerba segada. Como nadie la consolaba al dormirse llorando, acababa por buscar consuelo en sí misma, contándose cuentos llenos de luz y de caricias. Era el caso que ella tenía una mamá que le daba todo lo que quería, que la apretaba contra su pecho y que la dormía cantando cerca de su oído:

Sábado, sábado, morena, cayó el pajarillo en trena con grillos y con cadenaaa... Y esto otro:

Estaba la pájara pinta

a la sombra de un verde limón...

Estos cantares los oía en una plaza grande a las mujeres del pueblo que arrullaban a sus hijuelos... Y así se dormía ella también, figurándose que era la almohada el seno de su madre soñada y que realmente oía aquellas canciones que sonaban dentro de su cerebro. Poco a poco se había acostumbrado a esto, a no tener más placeres puros y tiernos que los de su imaginación”.

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-Los Pazos de Ulloa están allí -murmuró extendiendo la mano para señalar a un punto en el horizonte.- Si la bestia anda bien, el camino que queda pronto se pasa... Ahora tiene que seguir hasta aquel pinar ¿ve? y luego le cumple torcer a mano izquierda, y luego le cumple bajar a mano derecha por un atajito, hasta el crucero... En el crucero ya no tiene pérdida, porque se ven los Pazos, una construcción muy grandísima...

-Pero... ¿cómo cuánto faltará? -preguntó con inquietud el clérigo. Meneó el peón la tostada cabeza.

-Un bocadito, un bocadito...

Y sin más explicaciones, emprendió otra vez su desmayada faena, manejando el azadón lo mismo que si pesase cuatro arrobas.

Se resignó el viajero a continuar ignorando las leguas de que se compone un bocadito, y taloneó al rocín. El pinar no estaba muy distante, y por el centro de su sombría masa serpeaba una trocha angostísima, en la cual se colaron montura y jinete. El sendero, sepultado en las oscuras profundidades del pinar, era casi impracticable; pero el jaco, que no desmentía las aptitudes especiales de la raza caballar gallega para andar por mal piso, avanzaba con suma precaución, cabizbajo, tanteando con el casco, para sortear cautelosamente las zanjas producidas por la llanta de los carros, los pedruscos, los troncos de pino cortados y atravesados donde hacían menos falta. Adelantaban poco a poco, y ya salían de las estrecheces a senda más desahogada, abierta entre pinos nuevos y montes poblados de aliaga, sin haber tropezado con una sola heredad labradía, un plantío de coles que revelase la vida humana. De pronto los cascos del caballo cesaron de resonar y se hundieron en blanda alfombra: era una camada de estiércol vegetal, tendida, según costumbre del país, ante la casucha de un labrador. A la puerta una mujer daba de mamar a una criatura. El jinete se detuvo.

-Señora, ¿sabe si voy bien para la casa del marqués de Ulloa? -Va bien, va...

-¿Y... falta mucho?

Enarcamiento de cejas, mirada entre apática y curiosa, respuesta ambigua en dialecto: -La carrerita de un can...

“¡Estamos frescos!”, pensó el viajero, que si no acertaba a calcular lo que anda un can en una carrera, barruntaba que debe ser bastante para un caballo. En fin, llegando al crucero vería los Pazos de Ulloa... todo se le volvía buscar el atajo, a la derecha... Ni señales. La vereda, ensanchándose, se internaba por tierra montañosa, salpicada de manchones de robledal y algún que otro castaño todavía cargado de fruta: a derecha e izquierda, matorrales de brezo crecían desparramados y oscuros. Experimentaba el jinete indefinible malestar, disculpable en quien, nacido y criado en un pueblo tranquilo y soñoliento, se halla por vez primera frente a frente con la ruda y majestuosa soledad de la naturaleza, y recuerda historias de viajeros robados, de gentes asesinadas en sitios desiertos. –“¡Qué país de lobos!” -dijo para sí, tétricamente impresionado.

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