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Jesús de Nazaret y La Familia - F. Javier de La Torre

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Jesús de Nazaret

y la familia

Familias rotas, familias heridas, familias frágiles

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A Belén, mujer, madre, abogada.

«Te quiero porque tus manos trabajan por la justicia».

Al papa Francisco, obispo de Roma, humilde pastor que con sus gestos me recuerda al Nazareno.

«Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual». (Evangelii gaudium, 11)

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E

Introducción

l cardenal Walter Kasper pronunció los días 20 y 21 de febrero un discurso ante el colegio cardenalicio en el que señaló la necesidad de un cambio de paradigma, de un cambio de perspectiva, en los temas del matrimonio y de la familia en la Iglesia. Ese cambio de paradigma que se «debe» realizar implica tener en cuenta también la perspectiva del que sufre: «Necesitamos un cambio de paradigma, y debemos –como ha hecho el buen samaritano– considerar la situación también desde la perspectiva de quien sufre y pide ayuda»[1]

. Jorge Oesterheld, responsable de la oficina de prensa de la Conferencia Episcopal Argentina, ha señalado que estas palabras del Cardenal coinciden con una de las características del pontificado de Francisco: plantear siempre los temas desde el Evangelio, desde la Buena Noticia de Jesús. El Papa está convencido de que las palabras del Señor son el mejor camino para mirar la realidad y descubrir los nuevos «paradigmas»[2]

. «El Evangelio es el mensaje más hermoso que tiene este mundo»

(Evangelii gaudium, 277).

Este libro intenta humildemente, con temor y temblor, ayudar a encontrar esa nueva mirada del matrimonio y de la familia desde el dolor y el sufrimiento y desde el Evangelio que, ante todo y sobre todo, descentran y lanzan a transitar por tierras desconocidas y extrañas.

Los cambios de paradigma no son fáciles, no son fácilmente aceptados, son lentamente asumidos y crean ciertas incertidumbres en todos. La historia de la ciencia, del pensamiento y de la teología está llena de ejemplos[3]

.

Quizá, para «encontrar» este nuevo paradigma, dos temas deben ser pensados más a fondo. No son los únicos pero sí son los que este libro humildemente quiere plantear.

El primero es que en los evangelios no aparece nunca un encuentro de Jesús con una familia numerosa, ni un encuentro de Jesús con un padre, una madre y dos o más hijos. En los sinópticos no aparece ningún encuentro de Jesús con una familia convencional, ningún encuentro a solas con un matrimonio[4]

.

No pretendo con esta primera afirmación ofrecer una visión completa, sino que no se olvide una dimensión central que tendemos inevitablemente a olvidar, a cambiar o a malinterpretar. Esta afirmación, que podemos comprobar fácilmente en los evangelios sinópticos, nace de una profunda verdad, a la que está profundamente vinculada y que late en el fondo: el Jesús que del 28 al 30 d.C. pasó haciendo el bien por los caminos de Galilea, se acercó en sus encuentros, sobre todo y especialmente, a las familias rotas, heridas y frágiles.

Jesús impactó profundamente en las gentes más sencillas y pobres de Galilea. Muchas personas cargan, le llevan, le presentan, «le ponen en medio» y le acercan a sus familiares enfermos. Algunos padres incluso gritan por sus hijos enfermos (Lc 9,38). Otras personas le suplican que vaya a sus casas a curar a un familiar. A Jesús se acercan las familias rotas, heridas y frágiles de los pueblos vecinos, de los pueblos que están

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cerca de los lugares por los que va caminando con sus discípulos. La mayoría de los que se acercan a Jesús son pobres y desgraciados. Unos se sienten enfermos y desgraciados y buscan su salvación (ciegos, leprosos y endemoniados). Otros le traen a sus enfermos. También muchas mujeres salen «solas» con valentía de sus casas para verle, son curadas por él y le siguen. El evangelista Lucas (Lc 8,2-3) afirma con claridad: «Le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes». Finalmente muchos de los llamados pecadores, alejados y señalados por la ley, se le acercan[5]

.

A Jesús le sostienen en su misión también familias, con toda probabilidad, de enfermos curados por Jesús o amigos o vecinos que desean agradecer su visita al pueblo. ¡Las gentes sencillas son tan agradecidas! Son personas, familias y grupos que le apoyan, sostienen y acompañan. En Betania se hospeda en casa de Lázaro, Marta y María. En casa de Mateo o de Zaqueo, durante la comida, enseña. Un amigo en Jerusalén les prepara la mesa para celebrar la Pascua (Lc 22,7-13; Mt 26,17-19; Mc 14,12-16). Los discípulos, al entrar en las aldeas, se dirigen a estas familias cercanas (Lc 9,52), o ellas mismas son las que se aproximan a Jesús cuando escuchan por las calles que ha llegado a la aldea. Además algunas familias de los discípulos están muy cerca de Jesús y los suyos. Pedro probablemente vivía con su mujer en casa de sus suegros. Santiago y Juan, que posiblemente tenían un nivel social elevado –pues su padre tenía barca propia y jornaleros–, siguen a Jesús con su madre Salomé. A Santiago el Menor y José parece que los acompaña también su madre María (Mc 15,40; 6,3).

Pero muchos de los que le siguen abandonan su familia y se quedan sin familia. Algunos que le siguen son, posiblemente, hombres y mujeres ya sin familia, marginados. Muchos se despiden de sus familias un tiempo para seguirle en su vida itinerante, escuchar su mensaje, admirar sus curaciones, asombrarse de sus comidas con todos, estar cerca de él. Algunos tienen problemas con sus familias por vivir de un modo tan extraño como el que vive ese profeta de Nazaret que ni tiene domicilio fijo, ni está casado.

No podemos olvidar el corazón del evangelio de la familia. Ese corazón puede ser difícil de encontrar, pero sin duda no andará lejos de lo que Jesús, el Hijo de Dios, vivió e hizo en los años 28 al 30 de nuestra era y de lo que nos revelan del Nazareno los evangelios sinópticos.

Hemos tenido una teología de la familia muy centrada en la familia de Nazaret y en el modelo de los primeros capítulos del Génesis. Todo parecía estar en los «orígenes». Sobre esa base se asentó nuestro pasado hasta casi finales del siglo XX. Siendo muy importantes estas referencias, creemos que el cambio de paradigma pasa por reconocer que el corazón del evangelio de Jesús es más amplio y que el corazón del evangelio de la familia es Jesucristo en todas sus dimensiones, toda su profundidad y toda su amplitud[6]

. Es necesaria esa mirada de totalidad e integridad del Evangelio de la que habla el papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (237). El Cristo que seguimos

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los cristianos es el Cristo que vivió en Nazaret, pero también el profeta que caminó por Galilea, por Samaría y por Jerusalén. Es necesario recuperar el «horizonte del Reino», una mirada también hacia «delante». Por eso, de ningún modo podemos hablar de familia cristiana sin una clara referencia a una imagen lo más completa e integral de Jesucristo. Es lo que la Pontificia Comisión Bíblica nos recuerda cuando señala que un criterio fundamental para la reflexión moral es la «conformidad con el ejemplo de Jesús» y la centralidad de las bienaventuranzas como nueva ley[7]

.

El segundo tema que tenemos que repensar para construir un nuevo paradigma sobre la familia está relacionado íntimamente con lo que los sinópticos parecen susurrarnos de modo increíble: Jesús de Nazaret debió de sufrir mucho por su familia. No solo vivió fuera de su familia –al menos durante su vida pública– (Mc 3,20s.), sino que sus familiares no le siguieron e incluso le tomaron por loco y parece que se avergonzaron de él en Nazaret. La experiencia humana también nos dice cómo la familia es lo que hace sufrir a muchas personas. En la familia, como bien nos enseña la Biblia con gran realismo, hay muchas tensiones que nos rompen por dentro: entre hermanos, con la familia de la mujer o el marido, con la suegra, con el cuñado, con el padre, con la madre. No son tópicos, sino realidades que hacen sufrir a muchos, que provocan continuas discusiones en las parejas y no pocas veces también rupturas. La familia no es siempre una bendición, sino una fuente de conflictos. Y muchos de esos conflictos tienen que ver con valores morales, con valores evangélicos: no se trata por igual a unos y a otros, se insulta, se margina, se menosprecia, se oculta la verdad, se obsesiona uno con el tener o con las apariencias, se manipula, no se deja crecer, se sufre violencia, se abusa, se maltrata, se explota. Hay muchas situaciones críticas «internas» a la familia que son poco evangélicas[8]

.

A estas situaciones llega también el Evangelio y tiene que decir una palabra de alivio y salvación. Mi experiencia como laico, casado con un hijo, perteneciente desde hace más de veinte años a una comunidad cristiana, con muchos amigos y parejas con las que comparto la vida, es que las familias son en muchas personas una de las principales fuentes de sufrimiento.

Las familias pueden hacer sufrir mucho. Triste es que unos padres no conozcan después de los años a sus hijos, se aferren a los años de la infancia y se nieguen a crecer y mirar el mundo un poco con ellos. Triste es pensar que amar es estar siempre juntos y que la distancia y el irse rompen los vínculos. Tristes las familias que no dejan irse y crean dependencias insanas que paralizan el crecimiento. Tristes las familias profundamente injustas en sus relaciones. Tristes las familias embarcadas en comparaciones y discriminaciones que marcan las relaciones padres-hijos con el más y el menos, señalando con fuego para siempre la identidad. Tristes las familias en las que anida secretamente la violencia, el abuso, el maltrato o la explotación. Tristes las familias que no se rompen para crear nuevas familias. Tristes las familias que no dejan que sus hijos pongan por encima de ellas el amor de la pareja, un amor mayor, un nuevo amor que amplía el corazón y llena la vida de nueva alegría. Tristes las familias que rompen sus vínculos de cuidado con los más frágiles y enfermos, que no quieren cuidar más

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tiempo y que se encierran en el trabajo y el bienestar. Tristes las familias, los padres que no se dejan cuidar, que no reconocen sus heridas, que quieren sirvientes y no hijos, que quieren hipotecar y esclavizar la vida de otros en vez de reconocer su fragilidad y los cambios de los tiempos. ¿Acaso el Evangelio no tiene nada que decir a tantos sufrimientos en la familia y por la familia?

La familia, por supuesto, y no hace falta insistir en ello, es fuente de felicidad y crecimiento para la mayoría de los seres humanos. Las personas somos «seres familiares» y la familia es una institución presente en todas las culturas, que con diversas formas y acentos, irradia una luz inmensa en la vida y el corazón de las personas y las comunidades.

Pero lo que la comunidad cristiana tiene que hacer es acompañar en la fragilidad las diferentes situaciones de dolor y sufrimiento por las que pasan las familias[9]

. En múltiples trabajos se ensalzan «los valores familiares» cayendo, en algunas ocasiones, en un cierto «familismo piadoso e ideal» que no tiene en cuenta, muchas veces, los datos esenciales de la Escritura y la realidad social. Por este motivo, analizaremos en este libro la familia desde el Nuevo Testamento, corazón de lo que debe ser la familia cristiana, fuente y alma de su referencia a Cristo, y lo relacionaremos con algunas de las situaciones de dolor y sufrimiento que viven nuestros contemporáneos.

La experiencia «problemática y difícil» de Jesús de Nazaret con su familia y su cercanía a las familias rotas y heridas creo que deben ser profundizadas y rescatadas para ir construyendo un nuevo paradigma. Estos dos hechos incontestables deben ser integrados en la actual teología de la familia. No son los únicos elementos, pero no pueden ser descartados en su mensaje de fondo. La invitación de Jesús a un seguimiento y un estilo de vida comprometido escandalizó a muchos y provocó un rechazo de su pueblo natal y de sus parientes que no debe olvidarse. Por otro lado, Jesús es consciente de cómo la familia no siempre transmite valores evangélicos y puede estar apegada profundamente al dinero, al poder y al honor.

El conocimiento de la mayoría de los fieles cristianos se reduce en la enseñanza bíblica sobre la familia a la familia de Nazaret, la historia de la creación, al cuarto mandamiento y el sermón de la montaña[10]

. Nuestra preocupación es que no hay en los fieles ni tampoco en muchos agentes de pastoral familiar una reflexión seria bíblica sobre la familia cristiana desde la experiencia de Cristo. No toda familia es cristiana. La experiencia de Jesús llama a encarnar los valores del Reino en la familia. La familia cristiana es aquella que intenta situar los valores del Evangelio en el centro. Por eso, lo prioritario es intentar elaborar una pastoral familiar lo más fiel al corazón del Evangelio.

Ojalá esta «mirada a Jesús» impregne los programas pastorales que difunden la enseñanza eclesial sobre la familia en las clases de los colegios y catequesis, en los cursos para los padres y jornadas educativas, en los diferentes grupos de confirmación y grupos universitarios, en los cursos para la preparación del matrimonio y en las comunidades cristianas de matrimonios, en los centros de orientación familiar y en los institutos de familia, en las clases de doctrina social de la Iglesia y en los másteres sobre temas de familia, en los cursos de acompañamiento familiar, etc. A todos ellos está dirigido el libro,

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con el deseo de que su trabajo parta de una «mirada más honda de Jesús».

Una pastoral familiar con fuertes raíces en el Evangelio, a nuestro juicio, implica tomar en cuenta que Jesús de Nazaret tuvo el coraje de hacernos descubrir un Dios mayor y mejor que el que nuestra pobre experiencia tenía. Dios, el espíritu de Dios, está donde a veces el ser humano es incapaz de verlo[11]

. Jesús se acercó a los que vulneran la ley, a los pecadores, a los extranjeros, a los pobres, a los paganos, derribando así muchas fronteras de su tiempo sociales, religiosas, políticas, nacionales. Halvor Moxnes habla de un Jesús que entra en un espacio «raro», de un estar fuera de lugar, en un no-lugar, de un habitar en la frontera[12]

. Dios está también «fuera» del templo, fuera de Israel, fuera del pueblo judío, fuera de los que cumplen la ley, fuera de los que son bendecidos por la vida con salud y riquezas. Jesús afirmó con claridad: «No necesitan de médico los que están fuertes, sino los que están enfermos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores» (Mc 2,17).

Jesús nos enseñó que el paraíso de Dios está lleno de familias rotas y poco ideales. También de buenos ladrones y de prostitutas, que anteceden a muchos en el paraíso. Jesús tenía una mirada profunda y sabía escrutar los corazones. Detrás de las familias rotas, frágiles y vulnerables hay una realidad que es desafiante y que a veces cuesta mirar y asumir, una profunda experiencia humana, una experiencia humana bastante extendida. Lo importante muchas veces no es el estado o la forma de vida sino, a través de ese medio, vivir o intentar vivir los valores del Reino, los valores del Evangelio, los valores del Nazareno.

Este entendemos es el nuevo paradigma aportado por el concilio Vaticano II. Con la «universal vocación de todos los cristianos a la santidad en la Iglesia» del capítulo 5 de la constitución dogmática Lumen gentium del concilio Vaticano II, la Iglesia rompía con muchos siglos de tradición, en los que se distinguía claramente entre dos modos de vivir el cristianismo, el de los consejos y el de los preceptos. En el esquema clásico el ideal de perfección era representado por aquellos que seguían los consejos de pobreza, obediencia y castidad, mientras que la moral de los preceptos era concebida como un mínimo común para todos los cristianos. Así, con este cambio en el Concilio, se recuperaba de nuevo «el Evangelio completo» para todos los cristianos sin fisuras, divisiones ni grados. Los valores evangélicos son para todos, también para los casados y para las familias, y la exigencia de perfección y radicalidad es para todos, también para los casados y las familias. El Evangelio es para todos en todos sus aspectos.

La segunda parte de la constitución pastoral Gaudium et spes presenta un auténtico «tratado de valores» de la vida familiar, cultural, económica, social y política. Desde estos valores, se empezó a desarrollar en el posconcilio un pensamiento católico sobre la familia que ha tenido importantes expresiones en el Magisterio de estos últimos años[13]

y que es necesario tener siempre muy en cuenta. Sin embargo, también se han elaborado múltiples trabajos que ensalzan «los valores familiares» cayendo, en algunas ocasiones, en un cierto «familismo piadoso y acrítico» que no tiene en cuenta, muchas veces, ni los datos esenciales de la Escritura ni los del Magisterio y de la Tradición. Por este motivo, para evitar algunos de los extremos del pasado (moral de consejos y moral de preceptos)

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y para prevenir algunas posibles desviaciones del presente (familismo acrítico), y siguiendo el consejo del Concilio de que a la hora de hacer teología hemos de partir de la Escritura, que es alma de la reflexión teológica, analizaremos en este trabajo el tema familiar desde una perspectiva bíblica, para no levantar demasiado rápido el vuelo con especulaciones piadosas muy condicionadas culturalmente.

Nuestro trabajo pretende profundizar humildemente en lo que serían las bases para una «nueva» teología sobre la familia en el mundo actual partiendo de los datos bíblicos y conscientes de la necesidad de tal teología, pues hasta ahora la mayoría de los estudios teológicos sobre este tema se han reducido al matrimonio, y con un cierto predominio de la perspectiva canónica[14]

. Esa «novedad», como afirma el papa Francisco, está profundamente unida siempre a una vuelta al Evangelio: «Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (Evangelii gaudium, 11).

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1.

Jesús y la familia

1. Jesús y la familia en los sinópticos. Diversos textos

Tiene razón José-Román Flecha cuando afirma que es de temer que las familias, como los individuos, tengan que escuchar alguna vez el lamento de Jesús: «Dichoso aquel que no se escandalice de mí» (Mt 11,6). Las familias pueden «volverse a Jesús buscando un reino de comodidades o liberaciones inmediatas, de fáciles mesianismos o de puestos importantes en la feria de la vida. El Evangelio no ofrece nada de eso, aun a riesgo de «escandalizar» a los que «esperaban» de Jesús la restauración de sus ilusiones o del mundo acariciado en el que no se sentían amenazados (cf Lc 24,21). El Evangelio no es un sedante para las familias doloridas por la pérdida de su tranquilidad. Muchas veces será un aguijón que pincha y desazona[15]

.

El Evangelio está lleno de contrastes y paradojas que hacen difícil una lectura simple y unilateral. Esta riqueza de matices nos obliga a una mirada más profunda y menos superficial. Este carácter paradójico también se encuentra en la mirada de Jesús a la familia. Comenzaremos, por ello, describiendo los aspectos más duros, más desafiantes y más escandalosos de Jesús para terminar con los más «amables» y «cordiales», conscientes que todos ellos conforman el evangelio de Jesús sobre la familia. Tratamos así de ir poniendo, sin dejar nada al lado, las principales piedras del mosaico de la mirada del Nazareno a la familia, de ir tejiendo los hilos del tapiz, empezando por los colores más oscuros para terminar con los tonos más luminosos. No es tiempo ni de grandes

Summas ni de catedrales góticas. Es tiempo de tapices (stromata), de pequeños detalles

fabricados artesanalmente y llenos de contrastes[16]

.

Lo primero que hay que preguntarse, aunque cueste, es lo siguiente: ¿estaba Jesús de

Nazaret en contra de la familia? ¿Hay que mirar con recelo a la familia desde lo

cristiano? ¿Hay que elegir entre la familia o la comunidad cristiana?

Un conocido exegeta norteamericano, J. D. Crossan, afirma que Jesús «estaba en contra de la familia patriarcal»[17]

. G. Theissen, en su conocido libro sobre el cristianismo primitivo[18]

, afirma que los carismáticos ambulantes de la primera generación cristiana poseían un ethos claramente antifamiliar[19]

. S. Guijarro afirma que «una buena parte de las tradiciones procedentes de Jesús revelan una actitud a-familiar, e incluso anti-familiar»[20]

. A. de Mingo no duda en afirmar que «la moral familiar de Jesús fue más crítica que conservadora. No encontramos palabras suyas en los evangelios que avalen sin más la familia tradicional»[21]

.

Lo que es evidente es que Jesús no hace de la familia un absoluto. Jesús habla en diversas ocasiones de abandonar la familia. La familia no es siempre lo primero. El

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familia (Mc 3,20: «Vuelve a casa»). El Nazareno relativiza los lazos familiares por el discipulado[22]

. «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí» (Mt 10,37)[23]

. En este marco hay que comprender muchos de los pasajes del seguimiento. La causa del abandono no es otra que el seguimiento de Jesús. El abandono, la ruptura, el dejar la familia están vinculados al seguimiento de una persona.

Varios pasajes hacen que nos preguntemos esta cuestión. Jesús exige abandonar la familia a los que le siguen (Mt 8,22; 19,27), casados o no. Jesús promete que quien abandone su familia recibirá el céntuplo (Mt 19,27-29; Mc 10,28-30; Lc 18,28-30)[24]

. La referencia a la recompensa pone de manifiesto lo difícil que era para los discípulos la ruptura con las familias, de ahí la necesidad de motivar la decisión con una recompensa, con una compensación presente y eterna.

Lo primero que hacen los primeros discípulos es abandonar a su padre (Mt 4,20.22; Mc 1,20; Lc 5,11)[25]

. Algunos de ellos, como Pedro, están casados, lo cual no parece ser impedimento para ser llamado por Jesús. Marcos refleja cómo Pedro y Andrés dejan su oficio. Una obligación del padre era enseñar el oficio a los hijos y esto estaba relacionado con la obligación de cuidar a los padres en la vejez. Por eso, el abandono del oficio implicaba en el fondo desatender la obligación de cuidado del padre anciano. Santiago y Juan no solo abandonan las redes y la barca, sino a su padre Zebedeo, poniendo en peligro la continuidad de la familia, pues eran sus dos únicos hijos varones.

El seguimiento de Jesús plantea en ocasiones «exigencias» duras respecto a la familia. Las exigencias en el seguimiento con respecto a la familia son claras: «Deja que

los muertos entierren a los muertos» (Mt 8,21-22; Lc 9,59-60)[26]

. Jesús pide a uno de sus seguidores que no cumpla con una de las más importantes obligaciones de un hijo en la antigüedad, como es la de enterrar al padre. Probablemente el dicho también se refiera a la obligación de alimentar y cuidar al padre anciano, lo que hace más dramática y verosímil la respuesta de Jesús. Esto era un acto de impiedad y deshonor para la familia, tenía consecuencias económicas y afectaba a la continuidad familiar y de la casa. Según P. Bonnard, «quizá ninguna sentencia de Jesús fue tan difícil de aceptar para sus oyentes inmediatos y para los judíos conversos de la Iglesia mateana»[27]

. Para Jesús es más importante y más urgente seguirle a él que cumplir las obligaciones familiares, aunque supongan una deshonra y pongan en peligro la continuidad de la casa. Los primeros «muertos» son aquellos que no han encontrado la vida del reino en Jesús. En esa misma dirección, Jesús también afirma en otro momento: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios» (Lc 9,61-62)[28]

.

En la predicación de Jesús encontramos pasajes de «contraposición» con la familia. En ciertas ocasiones los valores del Evangelio y del Reino chocan con los

valores de ciertas familias.

Jesús habla en algunas ocasiones de contraposición de la relación con él y con la familia[29]

. «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo

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mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27; Mt 10,37-38). En la cultura judaica de Jesús, necesitamos tenerlo en cuenta, amar y odiar no son actitudes psicológicas ni sentimientos personales, sino actitudes que hacen referencia sobre todo a la adhesión y fidelidad o a la ruptura y a la infidelidad al grupo (familia)[30]

. Esta actitud, sin embargo, parece clara, pues en otro momento dice Jesús: «¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos: tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra» (Lc 12,51-53.16-17; Mc 13,12-13[31]

; Mt 10,21-22)[32]

. Estos dichos sobre las divisiones internas reflejan probablemente las situaciones previas a la ruptura que también se darían en los discípulos con sus familias[33]

.

Jesús llega a decir en Mt 10,36 que «los enemigos del hombre son los de su propia casa-familia»[34]

. El seguimiento radical de Jesús puede plantear conflictos graves en las relaciones familiares ordinarias. No hay, por lo que podemos ver, una idealización «romántica» de la familia en Jesús.

La causa del abandono de los padres es el seguimiento de Jesús. En el fondo solo se habla de una ruptura de los hijos hacia los padres. No aparece la ruptura en un sentido inverso. No aparece un padre abandonando la casa y el hogar, la mujer y los hijos. De ahí que a los hijos parecen ir destinadas preferentemente las palabras de Jesús. Por eso, la ruptura se da en un sentido sobre todo ascendente: el hijo con el padre.

Jesús no vivió siempre con su familia una experiencia gozosa. Esto debió de ser una experiencia muy dura para Jesús. La familia de Jesús pensaba que estaba loco y

rechazaba su actividad (Mc 3,21)[35]

. Quieren llevárselo a casa porque piensan que no está en sus cabales. Por eso no parece que, según Marcos o Mateo, la familia de Jesús, incluida su madre con cierta probabilidad, llegaran a convertirse en discípulos (por lo menos hasta el final de su vida)[36]

. En el evangelio de Juan se afirma: «Porque ni aun sus hermanos creían en él» (Jn 7,5).

Además, los paisanos de Jesús no le comprenden y le rechazan. Se escandalizan de su enseñanza y de los milagros que realiza: «Solo en su tierra, entre sus parientes y en su

casa, desprecian a un profeta» (Mc 6,4). Jesús señala la falta de fe que encuentra en su

ambiente (Mc 6,6; Mt 13,58). No debemos olvidar este aspecto de falta de aceptación y reconocimiento por parte de su familia, paisanos y ambiente natal. Los que estaban cerca no le conocen, no le reconocen, no le aceptan. Ante ellos «carece de prestigio» (Mc 6,4).

Jesús habla de una «nueva familia» no basada en los lazos de sangre. «El que

cumple la voluntad de Dios, ese es hermano mío y hermana y madre» (Mt 12,46-50; Mc 3,31-35; Lc 8,19-21). E igualmente corrige el grito de la mujer al decir: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!», por el: «¡Dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen!» (Lc 11,27-28). También dice: «No llaméis a nadie padre en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo» (Mt 23,9). Como señala R. Schnackenburg, en el seguimiento de Jesús «la comunidad ocupa el puesto de la

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comunión del parentesco natural, una idea importante para la primitiva Iglesia (Mc 10, 29s. par.), que tenía siempre, como norma y medida, la vida común “familiar”»[37]

.

Jesús «antepone» la relación de seguimiento por fe a la de parentesco basada en la

sangre En la parábola del banquete algunos se «excusan» porque se acaban de casar (Lc 14,21; Mt 22,2-3). Jesús dice que se debe invitar a una comida o cena primero a los pobres, lisiados, cojos y ciegos (Lc 14,12-14). Estos «últimos» deben ser los «primeros» que hay que invitar: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos»[38]

. Jesús, así, en el pasaje no solo habla de unas actitudes ante la mesa (preeminencia, honor, puestos, preocupaciones familiares y laborales, etc.), sino de cómo serán los «primeros» en el gran banquete final con Dios, el auténtico y verdadero anfitrión[39]

. Son aquellos que, además de los pobres, sepan abrir su mesa no solo a sus familiares y amigos, sino a los más desfavorecidos.

Jesús aparece en sus primeros años de vida profundamente «inserto» en el núcleo familiar, en la familia de Nazaret. Los relatos de la infancia de Jesús de Lucas y Mateo

evidencian que el primer desarrollo de Jesús se realiza en una familia. Jesús tiene unos padres que cuidan de él. Jesús aparece unido a sus parientes con naturalidad en las bodas de Caná: «Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos, pero no se quedaron allí muchos días» (Jn 2,12). Jesús es identificado como miembro de su familia: ¿no es este el hijo del carpintero? (Mt 13,55-56); ¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? (Jn 6,42). Jesús nace, crece y pasa la mayor parte de su vida en un contexto familiar («vino a Nazaret y continuó sujeto a ellos»: Lc 2,51). Por eso el Dios-humano asume personalmente la familia. Además, sus padres prácticamente no salen de ese ambiente familiar. Esto significa que ambos realizan su salvación, el plan de Dios sobre ellos, en su vida familiar ordinaria, vulgar, aldeana. En esa humilde familia también parece muy probable que José muriera muy pronto (aunque no tan pronto como para no poderle enseñar un oficio) y que Jesús se tuviera que enfrentar a la muerte de su padre. La razón es que en los evangelios siempre se nombra a José en relación con las historias de la infancia. Por lo tanto, María debió de ser acogida con su hijo en el seno de la parentela, que posiblemente estuvo profundamente arraigada en la fe judía a la luz de los nombres de los cuatro hermanos del Señor (Mc 6,3 y Mt 13,55), que son todos nombres de patriarcas o héroes de la sublevación de los macabeos, lo que viene a subrayar el carácter tradicional de la familia (Santiago/Jabob, José/Joset, Judá/Judas y Simón)[40]

. La familia, como la mayoría de los habitantes de Nazaret, se atenía a una práctica simple y conservadora de la ley mosaica, quizá cercana a ámbitos fariseos, centrada en la peregrinación al templo (cuando fuera posible), las reuniones en la sinagoga, el respeto al sábado, la participación en las principales fiestas y ceremonias y la observancia de las leyes de la pureza que marcaban la vida de esa comunidad aldeana de unos cuantos cientos de habitantes.

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Jesús utiliza el modelo familiar para explicar el comportamiento del discípulo y del Reino[41]

. Usa el modelo ejemplar del padre que quiere tanto a sus hijos que pone a

disposición de ellos todo lo que tiene (Lc 15,31-32) y el modelo del hijo que hace siempre lo que ve hacer a su padre (Jn 5,19-20). Para Jesús de Nazaret, Dios es como el Padre que está siempre dispuesto a escuchar a sus hijos (Mt 7,9; Lc 11,11-13), como el Padre que recibe y perdona al hijo que se va de la casa y tira la fortuna (Lc 15,20-32 – parábola del hijo pródigo–)[42]

. Dios es padre de todos (Mt 5,16.45.48; 6,1.4.6.8.9, etc.) y todos los hombres son hermanos (Mt 23,8-9). Su nuevo modelo es una nueva familia de hermanos cuyo único padre es Dios.

Jesús utiliza las situaciones familiares en tono positivo para explicar su mensaje.

Jesús habla del padre que envía a sus hijos al trabajo (Mt 21,28-31), del padre que envía a su hijo único a cobrar la renta de una finca (Mt 21,33-37) o del padre que descansa con sus hijos (Lc 11,7). Jesús habla de fiestas de bodas, mujeres encinta, dolores de parto (Mt 22,2-3; Lc 14,16-24; Mc 2,19; Mt 24,19; Mc 13,17; Lc 21,23). Jesús elogia a los buenos hijos que son conscientes de sus deberes familiares (Mc 10,19; Mt 19,19; Lc 18,20) y de los hermanos que se preocupan por la suerte de sus hermanos (Lc 16,27). Jesús habla de los dos hijos que reaccionan de forma distinta ante el mandato paterno (Mt 21,28-31).

Jesús utiliza un «lenguaje familiar» para hablar de Dios. Jesús habla de un modelo

ejemplar de padre que pone a disposición de sus hijos todo lo que tiene (Lc 15,31-32), de un Padre que perdona al hijo que se va de la casa y tira la fortuna (Lc 15,20-32), de un Dios que es padre de todos (Mt 5,16.45.48) y que hace que todos los hombres sean hermanos (Mt 23,8-9). Para hablar hondamente de Dios, Jesús recurre a la familia como icono, como ya hicieron los profetas. Para hablar profundamente a Dios, su palabra querida en la intimidad es Abba.

Jesús «acoge» con cariño muchas situaciones familiares dramáticas, sobre todo de dolor, sufrimiento y muerte. Jesús se acerca con misericordia a muchas familias rotas y destrozadas. Jesús acoge a padres preocupados por sus hijos enfermos: muchacho

epiléptico (Mc 9,17-24), la mujer cananea (Mc 7,25-30), la hija «única» de Jairo que «se estaba muriendo» (Mc 5,22ss.; Lc 8,40-56)[43]

, el funcionario real (Jn 4,46-53). Jesús consuela a padres que lloran a sus hijos muertos: a la viuda de Naín (Lc 7,11-15). Jesús acoge a dos hermanos, Marta y María, que lloran a su hermano fallecido (Jn 11,1ss). Jesús escucha a los padres que hablan de su hijo ciego de nacimiento (Jn 9,18-23), acoge la enfermedad de la suegra de Simón Pedro (Mc 1,30-31), atiende a la madre de los Zebedeo intercediendo por sus hijos.

Jesús toca, «acoge y bendice» a los niños. «Le acercaban niños para que los tocara,

pero los discípulos les regañaban. Al verlo Jesús, les dijo indignado: “Dejad que se me acerquen los niños, no se lo impidáis, porque a los que son como ellos pertenece el reino de Dios. Os lo aseguro: quien no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Y abrazaba a los niños y los bendecía imponiéndoles las manos» (Mc 10,13-16). Este relato expone la actitud de Jesús ante los niños y circuló constantemente en las primeras comunidades. Sin detalles temporales y locales, el relato conserva las circunstancias

(15)

originales de estas palabras y hechos de Jesús[44]

. Esto concuerda con un dicho de Jesús en el que agradece a su Padre celestial que haya escondido la sabiduría a los sabios y entendidos y se la haya revelado a los pequeños. Jesús así altera e invierte la valoración social, el orden social que los trata como inferiores y «levanta» y dignifica a los niños[45]

.

Jesús acoge, cuida, cura y llama a muchas mujeres. Jesús sorprende por estar

rodeado en los evangelios de muchas mujeres. Unas son amigas, como María de Magdala o Marta y María de Betania. Otras son enfermas, como la hemorroísa, prostitutas despreciadas, madres o esposas de discípulos, paganas como la siro-fenicia, samaritanas, viudas indefensas, esposas repudiadas o madres a las que Jesús ha curado algún hijo. Muchas son mujeres solas y rotas por la vida. Muchas le acompañan con coraje y confianza hasta el final y algunas son las que reciben el primer anuncio de la Resurrección. Sorprende siempre en los evangelios la naturalidad con que Jesús se acerca a las mujeres, dialoga con ellas, se deja tocar por ellas, se sienta a comer o beber con ellas, las defiende de un repudio fácil o de una ley inmisericorde que las quiere lapidar. Jesús valora la mujer en su contexto social y cultural, más allá de los estrictos códigos de pureza y de la función de dar hijos al marido. Ante la exclamación de una mujer que le dice: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!», Jesús la corrige y dice: «Dichosas más bien las que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».

La predicación de Jesús se mueve en un ambiente familiar. Parece claro que Jesús y sus discípulos son acogidos y recibidos por familias. En los evangelios aparecen la

familia de Pedro (Mc 1,28-31), su padre y su suegra. Jesús se siente amigo de la familia de Marta, María y Lázaro. En Jerusalén una familia les ofrece una sala espaciosa para celebrar la Pascua (Mc 14,12-16). Se muestra cercano a su propia familia en las bodas de Caná. Además, Jesús envía a los discípulos a las casas y las familias. El anuncio del Reino se dirige no a los individuos, sino a las familias (Mc 6,10).

Algunos de los seguidores más cercanos de Jesús no abandonan a sus familias para seguirle. Después de haber dejado las redes, Pedro va con él a su casa (Mc 1,29),

también Leví (Mc 2,15) y tal vez Santiago y Juan (luego aparece su madre). Posiblemente no todos los discípulos habían abandonado su modo de vida, o al menos no del todo. La renuncia a la familia no era siempre una exigencia del discipulado.

Jesús es consciente de los problemas de las familias de su tiempo. Jesús en sus

parábolas habla de familias de campesinos y artesanos y de personas que no tenían ni casa ni familia ni apoyos familiares: esclavos, enfermos, mendigos, ladrones, bandidos, viudas empobrecidas, huérfanos y desheredados. Jesús es consciente de cómo los constantes relevos de poder, las dificultades económicas, los elevados impuestos para pagar los grandes proyectos de construcciones, la falta de trabajo, las catástrofes naturales (terremotos, plagas de langosta, etc.) afectan a las familias y al deterioro de los lazos familiares, mientras otras familias nadan en la riqueza y en la insolidaridad. Jesús es realista y no vive en otro mundo. Jesús es consciente de ciertas situaciones negativas: hermanos que no se llevan bien entre sí (Lc 15,28), hijos que se desentienden de sus padres y no les ayudan (Mc 7,10-13; Mt 15,3-6).

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matrimonio y divorcio (Mc 10,2-12; Mt 5,31-32; 19,3-9; Lc 16,18), adulterio (Mt 5,27-28.31-32 y par.; Jn 8,1-11), relaciones entre hermanos (Mt 5,21-24; 18,15-16), herencia (Lc 12,13), entierro del padre (Mt 8,21-22; Lc 9,59-60), despedida de la familia (Lc 9,61), exención de los hijos de los impuestos (Mt 17,25-26), celibato (Mt 19,10-12), convivencia no conyugal (Jn 4,17-18), etc. Sobre todo llama la atención la interiorización y el cuidado de la fidelidad en el matrimonio, su rechazo del divorcio por la situación en que quedaba la mujer una vez repudiada y la ausencia de una insistencia en lo procreativo.

(17)

El mosaico de los dichos y hechos de Jesús sobre la familia se podría representar en el recuadro anterior que creo merece ser pensado con detenimiento.

Observamos ciertos «hechos y dichos» de Jesús duros con la familia y que hablan de abandono, exigencia, contraposición. Por otro lado, en su «predicación hay un lenguaje» positivo sobre la familia que le ayuda a hablar de Dios, del Reino, de su mensaje y del comportamiento del discípulo. También es importante resaltar la «actitud» de Jesús de acogida de familias rotas, de los niños y de muchas mujeres y, como contraste, la «falta de acogida de su propia familia» y paisanos. Finalmente no hay que olvidar que Jesús es «consciente de ciertos problemas concretos y cómo toma partido» por algunos de ellos con claridad.

Para resolver estos contrastes y diversidad de textos, es necesario que consideremos cinco perspectivas y contextos desde los que iluminar estos textos.

2. Contextualizción de la ética familiar de Jesús de Nazaret. Diversos contextos

Para realizar una comprensión de este contraste de actitudes es necesario que tengamos en cuenta diferentes perspectivas. La riqueza de matices que ofrecen los sinópticos nos lleva, para lograr una comprensión mejor, a conocer el contexto en que se elaboraron estos textos. Una mirada a los diversos contextos nos proporcionará una mayor hondura. Necesitamos encontrar un criterio que proporcione armonía a esos textos que nos ponen en guardia y vigilancia ante los peligros que pueden venir de la familia y las afirmaciones del Nazareno que mandan cumplir las obligaciones familiares y rezuman una mirada positiva a la familia.

(18)

2.1. Contexto patriarcal de la familia mediterránea del siglo I

El contexto familiar dominante donde se elaboran estos textos es el de una cultura patriarcal donde el padre es sacerdote, señor, maestro y amo[46]

. Describiremos este modelo de familia de modo sistemá-tico[47]

.

a) El padre

Tenía extraordinario poder y autoridad, pero en la vida real no era tan severo y distante, sino que había una comunicación íntima. Había respeto pero no temor en general[48]

. Puede repudiar en cualquier momento a la mujer: una mala comida o un vestido que le disgustara (era un derecho unilateral al divorcio).

El padre decidía con quién y cuándo se casaban sus hijos. Podía incluso vender como esclava a su hija (antes de los 12 años y medio).

La conversión del padre a una fe conllevaba la de toda la familia (Jn 4,53; He 10,2; 16,15).

Se pensaba que los pecados de los padres pasaban de alguna manera a los hijos (Jn 9,2-3).

La centralidad del pater familias aparece en muchos «códigos domésticos» de la antigüedad griega y romana[49]

y es el fundamento de la organización social de los pueblos del Mediterráneo oriental.

b) El modelo familiar. Sangre, propiedad y honor común

La familia se configuraba como un grupo patrilineal de descendencia que dependía de un antepasado común. Para los judíos la familia estaba integrada por los hijos varones descendientes de un mismo antepasado y de las familias dependientes de ellos. Normalmente residían en común (Jue 18,11; Neh 11,4-8), se le transmitían los bienes de producción (herencia y matrimonio) y el oficio por sucesión[50]

.

La familia suponía una propiedad común en la que los parientes tienen derecho a reclamar la propiedad del que se ve obligado a vender o del que muere sin herederos (Núm 27,8-11) para que la propiedad no salga de los límites familiares.

La familia también poseía un honor común, de ahí la obligación de proteger y vengar el honor de los parientes, el honor familiar, puesto que el deshonor de un miembro afectaba a toda la familia[51]

.

Y aunque el modelo de familia extensa en torno al pater familias era minoritario (en torno al 1%), constituía el ideal de familia para todas las familias, de ahí la profunda influencia en las costumbres de las gentes del pueblo.

c) La mujer

(19)

abandonaba su familia-casa y entraba en una nueva para desempeñar la función de

esposa y madre bajo la autoridad de su marido o la del padre de este y bajo la supervisión muchas veces de la madre del marido, a menudo viuda, insegura ante el posible desplazamiento de la lealtad de su hijo hacia su mujer. Y siempre con la amenaza de ser repudiada por casi cualquier motivo.

La madre, por lo tanto, alcanzaba una posición engendrando hijos, y por lo tanto la

supervivencia y el éxito de sus hijos era de la mayor importancia. María, por ejemplo, pasa a un segundo plano mientras cobra importancia su hijo adulto[52]

. La mujer aparece normalmente en un segundo plano[53]

.

La mujer sigue siendo básicamente esposa y madre. La vivencia maternal se presenta como un paradigma fundamental tanto en los evangelios como en las cartas paulinas, así como en textos como Jn 14,21. En 1Tim 2,15 se afirma que la mujer se salvará por la maternidad y otras virtudes femeninas.

d) Los esclavos

Se casaban de facto pero carecían de protección legal y sus cónyuges podían ser separados a voluntad por los propietarios de los esclavos. Los hijos de estos matrimonios podían ser vendidos a cualquier edad y ser separados de sus padres. Los esclavos urbanos tenían más posibilidades de alcanzar su libertad hacia la mitad de su vida, pero esa libertad no se transfería a sus hijos, que podían seguir siendo esclavos. El nivel socioeconómico de los esclavos era muy diverso. Había algunos que trabajaban la tierra, otros educaban a los hijos, otros se ocupaban de tareas domésticas y contables, otros eran intendentes, algunos eran educados para aprender un oficio y después alquilarlos como trabajadores cualificados, otros incluso podían ahorrar y tener sus propiedades[54]

.

e) Los hijos

Existía un índice de mortalidad alto y graves deficiencias en higiene, sanidad y alimentación.

Se usan peligrosos métodos de anticoncepción y se abandonan los bebés no queridos, especialmente las hijas (pesada carga para las familias pobres). Los niños abandonados se recogían como esclavos; si demostraban después su nacimiento libre podían quedar en libertad.

Se permitía vender a los hijos como esclavos (limitada o ilimitadamente). Esto permitió a los nacidos en familias empobrecidas escapar de la muerte por hambre pasando a una existencia de esclavos en la que, al menos, podían sobrevivir.

La alfabetización de los niños en ciudades estaba extendida.

El proceso pedagógico era desagradable y con mucha disciplina. Normalmente un esclavo de una familia acomodada era el que se encargaba de que el niño fuera a la escuela y estudiara sus lecciones.

(20)

edad.

Las niñas de las clases ricas eran casadas después de la pubertad.

La dote de las hijas era para el matrimonio (recuperable en parte en caso de divorcio).

Los padres transmitían normalmente propiedades a los hijos.

Las hijas no eran herederas potenciales de la posición y autoridad del padre, aunque a veces las hijas podían heredar sus propiedades.

Los hijos menores de padres divorciados se consideran propiedad del padre.

Las hijas tenían el peligro potencial de avergonzar a la familia porque no llegaran vírgenes al matrimonio, no agradaran a sus maridos o no se les encontrara un buen partido (Si 42,9-14).

f) Padres e hijos varones

Esta relación «era en la antigüedad la más estrecha y duradera, porque en ella se fundamentaba la continuidad de la familia»[55]

. En esta relación encontramos dos tipos de obligaciones:

— Obligaciones del padre con respecto al hijo

El padre durante toda su vida ejercía su autoridad sobre el hijo. Imposición del nombre y aceptación como miembro de la familia.

Todo acto del hijo requería consentimiento del padre: boda, transacciones económicas, aceptación de cargos oficiales.

Podía el padre vender legalmente a su hijo o condenarlo a muerte. Obligación de alimentarle, protegerle y proporcionarle un oficio.

Obligación de educarle e instruirle. Aquí entraba el relato de las gestas y el ejemplo de los antepasados ilustres, de los que se recibía el honor y que servían para modelar el carácter de los que en el futuro tendrían que dirigir la casa.

Obligación de imponer severos castigos para mantener el orden de la casa y para que el hijo aprendiera cómo se debe ejercer la autoridad.

Obligación de transmitir la tradición religiosa explicando, por ejemplo en la tradición judaica, los principales acontecimientos de la historia religiosa (éxodo, conquista, entrega de la ley, etc).

Obligación de enseñarle la función parental de poner en marcha a la familia y ser responsable de ella[56]

.

— Obligaciones del hijo con el padre

Honrar y obedecer al padre mientras viva, cuidarle en su vejez, darle sepultura y celebrar los ritos funerarios al morir.

Honrar al padre era una obligación fundamental en Israel, recogida en el Decálogo (Éx 20,12; Dt 5,16) y en los libros sapienciales (Prov 1,8; 4,1; 23,22; 19,26; 20,20; 30,17; Si 3,3-16; Sal 126,3-5), que se concretaba en mandatos como la escucha atenta, la obediencia a sus indicaciones, no maltratarle ni maldecirle ni burlarse de él,

(21)

apoyarle en la vejez, ayudarle en sus necesidades. El desprecio al padre suponía una maldición y alejaba del hijo la bendición, le convertía en un blasfemo si lo desamparaba y merecía la muerte si le desobedecía (Dt 27,16; 21,18-21; Si 3,8-9.16). Además existía (todavía en tiempos de Jesús) la ley sobre el hijo rebelde (Dt 21,18-21).

Dar sepultura según los ritos establecidos al padre muerto (Gén 25,9-11; 35,29). A través de los ritos funerarios el padre pasaba a ser un antepasado familiar. En el entierro, el heredero se presentaba y se le reconocía como nuevo pater familias para mantener la continuidad de la casa.

El nuevo pater familias era el encargado de venerar los restos de los antepasados mediante la ceremonia en el día del entierro, los días posteriores a él y las conmemoraciones anuales.

Así el hijo heredaba las propiedades, el honor y el culto del padre. Por eso lo fundamental era la continuidad de la casa y no los individuos. El pater familias era un representante, un eslabón en la cadena de la sucesión de la casa y del honor de los antepasados[57]

.

2.2. Contexto económico y político

En la Palestina del siglo I se produce un proceso de acumulación de tierra por parte de las élites, que buscaban la posesión de tierra no solo por razones económicas, sino sociales, pues la cantidad de tierras era una muestra del nivel social que se tenía. La inestabilidad política de Galilea, que durante menos de un siglo fue gobernada por los asmoneos, romanos y herodianos, hizo que los relevos de poder fueran acompañados de trágicos enfrentamientos que repercutían en la economía de los campesinos.

Los campesinos, ante las dificultades económicas, se veían obligados a pedir préstamos a cambio de poner sus tierras como garantía de devolución y, puesto que normalmente no podían pagarlas, terminaban perdiéndolas, convirtiéndose bien en aparceros de sus propias tierras, bien en trabajadores a sueldo. Otras veces incluso sus tierras eran arrebatadas por medio de engaños, coacciones y amenazas ya practicados desde siglos (1Re 21,1-16: historia de Nabot). Los nuevos gobernantes se sentían con derecho a apropiarse de parte de las tierras y exigían tributos por el uso de las demás. La presión fiscal sobre los campesinos, por ejemplo, en la época de Herodes el Grande fue muy intensa, debido a que se embarcó en un gran proyecto de construcciones.

También se produjo un proceso de mercantilización de la economía que trajo consigo un aumento de la producción intensiva para cubrir las necesidades de un mercado mayor. Esto provocó que el objetivo de la producción no fuera solo la satisfacción de las necesidades familiares, sino incrementar la producción del mercado. Esto conllevó a que la familia dejase de ser la unidad básica de producción para transformarse en instrumento de producción controlado por los grandes terratenientes.

Si además añadimos las catástrofes naturales de la época (en Palestina se produjeron dos temporadas de hambre, siete terremotos, plagas de langosta, vientos destructivos,

(22)

etc.), podemos comprender cómo las posesiones de los terratenientes aumentaron mientras disminuyeron las de los pequeños propietarios. Así, las parábolas de Jesús en que describe latifundios cultivados por aparceros (Mc 12,1-8) o jornaleros (Mt 20,1-15) parecen reflejar la situación de una época en que las élites locales acumulaban tierras y la mayoría de los campesinos vivía en los márgenes de la subsistencia[58]

.

La consecuencia de esta nueva economía es que los campesinos vieron sus tierras reducidas, su capacidad de mutuo apoyo mermada, se vieron muchos obligados a dispersarse, pues la propiedad no era suficiente para alimentar a todos y la herencia de las tierras solo caía en uno de los hijos, obligando a los demás a trabajar como arrendatarios o jornaleros en las tierras de otros. Este proceso de desintegración fue gradual y provocó que el poder del cabeza de familia se debilitara, que los lazos y apoyos entre los parientes casi ni existieran y que muchas familias vivieran en los márgenes de la subsistencia.

Para algunos, como D. Fiensy[59]

, los seguidores de Jesús antes de su muerte pueden definirse como un movimiento, en gran parte, de campesinos, un movimiento intrajudío de renovación de carácter popular. Los líderes en estos movimientos, que fueron diversos en la época de Jesús, normalmente tuvieron un acceso a una educación superior y un conocimiento de la forma de vida de las élites que les proporcionaban ciertas habilidades para tener una gran capacidad de convocatoria entre las gentes más sencillas. Comprenden la vida de los campesinos a la vez que son capaces de plantear su situación dramática y sus metas en un ámbito urbano a gobernantes y patronos. Los líderes «saben moverse» y «ser intermediarios» entre las élites y los campesinos. Jesús no era un campesino, sino un artesano (Mc 6,3) y posiblemente estaba acostumbrado también a moverse entre las élites. Jesús se dirige a campesinos, pero sus enseñanzas revelan una mentalidad que no es solo la propia de los campesinos[60]

. Esta vinculación de Jesús con las masas de campesinos empobrecidos hace que haya que matizar su ethos anti-familiar, debido a que la familia era la base de identidad de los campesinos. La familia era, ante todo, la institución que más estaba sufriendo y padeciendo la situación socioeconómica y política. No parece que Jesús tuviera la intención de erosionar aún más la familia tradicional de la mayoría de los campesinos pobres de su tierra, entre los que parecía vivir y a los que parecía ir destinada su predicación.

Hay que tener en cuenta que Jesús vive en un mundo donde no hay servicios sociales generales que satisfagan las necesidades básicas de la gente más sencilla. Sin el apoyo de la familia y el vecindario, de los compañeros y amigos, uno difícilmente podía sobrevivir a los avatares y contingencias de la vida. La relación con la familia, el grupo, el clan, la aldea o la polis era la relación básica. Si además añadimos que la mayoría tenía muy limitadas las comunicaciones y que pocos tenían acceso a la lectura, podemos comprender que la mayoría de las relaciones y encuentros de las personas más humildes –pobres y campesinos– eran cara a cara y en círculos muy limitados, como el de la familia[61]

. La familia era, para los más pobres y sencillos, casi lo único que tenían en un mundo en cambio.

(23)

2.3. Contexto social y diversidad de modelos familiares

Los dos puntos anteriores parecen llevarnos a una conclusión: el modelo patriarcal y extenso de familia era un modelo ideal que disfrutaba una minoría (1% aproximadamente), mientras que la mayoría de la población vivía en los márgenes de la miseria con otros modelos de familia que la «gran tradición» parece que ha olvidado.

Tanto Flavio Josefo (cercano a la mentalidad de las élites) como Jesús de Nazaret en sus parábolas (que habla desde el punto de vista del pueblo llano), que conocían bien Galilea, nos retratan predominantemente unas familias extensas unidas por fuertes lazos de solidaridad y apoyo. Jesús nos habla constantemente de dueños de la casa con siervos, porteros que cuidan y vigilan las tierras (Mc 12,1-12; 13,34; Mt 4,43-44; 24,45-51), reyes que perdonan una deuda inmensa (Mt 18,23-24), reyes con múltiples siervos que invitan a las bodas (Mt 22,1-10), señores de la casa que reparten talentos, ricos en relación con sus administradores infieles o con los pobres como Lázaro (Lc 16,1-8.19-31). Estas parábolas hablan de las familias altas de gobernantes, terratenientes y ricos con casas espaciosas para celebrar banquetes y fiestas, con un gran número de sirvientes, como administradores, porteros, inversores, jornaleros, siervos. Estas familias normalmente vivían en la ciudad y, por ello, aparecen muchas veces ausentes de sus tierras, pues la gestión de las mismas la hacían a través de sirvientes y esclavos.

Por eso debemos intentar describir la sociedad desde otra perspectiva para poder descubrir una mayor pluralidad que la que nos muestran los textos. Los datos arqueológicos son el instrumento adecuado, pues nos hablan de diferentes tipos de casa que corresponden a diversos estratos sociales y que correlacionan con diferentes tipos de familia. Según los estudios arqueológicos, había cinco tipos fundamentales de casas: la casa sencilla, la casa de patio común, la villa, las granjas y la taberna o casa con tienda[62]

. Como consecuencia de la diversidad de casas y de la relación económica entre gobernantes y agricultores-campesinos, podemos inferir que en la Galilea del siglo I había tres grandes grupos sociales[63]

:

Gobernante supremo, gobernantes, altos funcionarios, élite sacerdotal y grandes mercaderes constituían la clase alta. El gobernante supremo y los diferentes gobernantes representaban el 1% de la población y controlaban más de la mitad de la producción total[64]

. En Palestina era la familia de Herodes y las familias de la alta clase sacerdotal. Los otros (un 10% como mucho de la población) están al servicio de estos y reciben una parte del excedente extraído a los campesinos. Suelen vivir en la ciudad.

Los campesinos y artesanos generan la mayor parte del producto de estas sociedades agrarias. Representan un 75% de la población (un 5% artesanos, 70% campesinos). La mayoría viven en el campo[65]

.

Los marginados representan un 15% de la población. Eran los excluidos, despreciables y prescindibles de la sociedad.

Debido a la escasa movilidad social y a la profunda separación entre clases, podemos deducir, desde los diferentes tipos de casa y de grupos sociales, cuatro tipos de familia

(24)

caracterizados por el tipo de casa en el que viven, número de miembros de la unidad familiar, capacidad de ayuda hacia los parientes, cantidad de tierra que poseen y grupo social al que pertenecen[66]

.

Familias extensas: padre, madre, hijos solteros, hijos casados, otros familiares, esclavos, sirvientes. Tenían gran capacidad de ayuda, puesto que disponían de recursos y solían tener un buen número de tierras, que era tanto una fuente de ingresos como de prestigio social. Podían vivir en casas sencillas de gran tamaño, casas con patio común, villas. En las villas recibían a los clientes, invitaban a los amigos y almacenaban los productos. Eran unas setenta familias: la familia de Herodes, los grandes, los jefes militares, los principales de Galilea.

Familias múltiples. Formadas por dos o más familias nucleares emparentadas entre sí que vivían en viviendas independientes pero compartían otras dependencias como el patio común, los establos y el silo. Se distingue bien el espacio que ocupa cada familia y los que son compartidos. La relación y la ayuda mutua son grandes. Suelen habitar en ciudades de tipo medio (Cafarnaún, Betsaida) y tienen un nivel económico medio. Suelen ser familias de funcionarios (recaudadores de impuestos, soldados, bajo clero, etc.), comerciantes, agricultores y pescadores que tienen un cierto negocio próspero. No llegan al 10% de la población. Cinco discípulos al menos de Jesús pertenecen a este grupo: Pedro y Andrés, con casa en Cafarnaún; Santiago y Juan, que dejan a su padre que posee una barca y contrataba jornaleros (Mc 1,18-20) y Leví, que era recaudador de impuestos en Cafarnaún (Mc 2,14).

Familias nucleares que vivían en casa de una sola habitación, normalmente de adobe, con una planta baja para dar cobijo a los animales y una planta elevada para las personas. Tenía la familia nuclear entre 4 y 6 miembros. Eran casas pequeñas, insanas, donde la falta de higiene, las enfermedades, la malnutrición y la falta de recursos hacía que el número de miembros fuera pequeño. El apoyo mutuo era mínimo, pues cada familia se encontraba en el límite de la subsistencia. Representan el 75% de la población.

Los esclavos, enfermos, mendigos, ladrones, bandidos, viudas empobrecidas, huérfanos y desheredados, que componían la clase más baja, no tenían ni casa ni familia estable ni podían contar con apoyos familiares. Constituían en torno al 15-20% de la población.

Con este esquema evitaremos una imagen simplificada de la familia, una imagen elitista o idealizada y una concepción de la familia al margen de los problemas socio-económicos.

2.4. Contexto apocalíptico

Muchas de las fórmulas de ruptura y tensión con la familia deben entenderse en el antiguo Oriente como expresiones que indican el trastorno total de una situación determinada, de una sociedad que se viene abajo. Las palabras de enfrentamiento entre los miembros de la familia, por ejemplo, están tomadas de Miq 7,6 en el contexto de un

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anuncio de catástrofes y próximas invasiones (Miq 7,1-7).

No hace falta desarrollar que Jesús aparece en un contexto donde se espera ansiosamente la venida del Mesías y donde florecen una gran variedad de movimientos apocalípticos con diversas características y grados. Solo hay que recordar el movimiento del Bautista, los esenios, los zelotas, etc. Esta tensión apocalíptica es fácil de entender en un pueblo donde casi el 90% de la población estaba en los límites de la subsistencia (hoy lo está el 65% de la población mundial). También los movimientos diversos de campesinos de masas aguardaban la inminente intervención de Dios en la historia como rey y patrón del pueblo.

Nos movemos, no hay que olvidarlo, en el marco histórico de un judaísmo donde la cultura grecorromana –incorporada a principios del siglo III a.C.– no consiguió nunca debilitar la cultura judía, de un judaísmo tan plural donde muchos grupos judeopalestinos tenían miradas muy diferentes al judaísmo oficial, que aceptaba tranquilamente la subordinación del Estado judío al Imperio romano. La helenización fue intensa en las ciudades, pero tuvo poco impacto en las zonas rurales. La distancia cultural entre la forma de vida urbana y rural se añade a la distancia económica entre la élite gobernante y el campesinado. Jesús predica lejos de ese contexto urbano de habla griega y cosmopolita y se dirige especialmente a estos marginados y distanciados «cultural, social, lingüística y económicamente», estos que viven en un mundo aparte.

Las comidas de Jesús con pobres, enfermos y pecadores, que tanto impactaban a la gente sencilla, son un preanuncio del banquete escatológico, un anticipo del banquete del final de los tiempos, donde los pecadores son perdonados, los marginados reconocidos y tratados con respeto y los enfermos cuidados y curados.

Las experiencias duras de la vida ponen delante de la gente sencilla el grave problema de la moralidad y la felicidad, cuestionan todo concepto de retribución y le abren a una retribución-justicia más allá del presente[67]

. Este hecho afectó de modo mucho más hondo y agudo en esta época que en épocas anteriores. Por eso, nos movemos en un contexto donde son muchos los que buscan ansiosamente cuáles son los criterios que deciden la condena o la salvación final de las personas. Los pobres, los campesinos y los enfermos, más allá de la dura realidad del presente, tienen una mirada de futuro, apocalíptica, de esperanza.

2.5. Contexto biográfico

Es bastante evidente que en la predicación de Jesús sobre la familia debió de influir su propia experiencia familiar. La polémica que reflejan ciertos textos de Jesús con su familia (Mc 3, 20-21.31-35 y par.) no puede ser una creación posterior. La tendencia de la tradición fue a suavizar su dureza (Mt 12,46ss. omite la dura afirmación de Mc 3,21)

[68]

. También puede que influyeran los orígenes de su nacimiento, que a la luz de sus vecinos, pudieron ser misteriosos[69]

.

Como hemos dicho, lo que parece muy probable es que José muriera muy pronto (aunque puede que no tan pronto como para no poderle enseñar el oficio de carpintero o

(26)

albañil –tektôn–)[70]

. La razón es que en los evangelios siempre se nombra a José en relación con las historias de la infancia. Por lo tanto, María debió de ser acogida con su hijo en el seno de la parentela, que posiblemente estuvo profundamente arraigada en la fe judía a la luz de los nombres de los cuatro hermanos del Señor, que son todos nombres de patriarcas (Santiago, José, Judá y Simón)[71]

. Esa muerte del padre y ese traslado a vivir en el marco de una familia más amplia debieron de influir enormemente en Jesús.

Este contexto biográfico es evidente y tiene una enorme relevancia teológica. Los evangelios son una puesta por escrito de una biografía. Este poner por escrito, aunque estaba al servicio de la proclamación oral, supone sobre todo la valoración de la persona de quien se narran los hechos y se comunican los dichos. La forma literaria evangelio tiene la clara implicación teológica de centrarse en la persona de Jesús, recuperar su vida, su historia y su humanidad. Los evangelios son una integración en la segunda generación cristiana, por un lado, de la cultura grecorromana, de la que se toma la forma literaria de la biografía y, por otro lado, de la cultura judeo-bíblica, que lee la historia teológicamente a la luz de la fe[72]

. El objetivo de los evangelios, como el nuestro ahora, es recuperar la historia de Jesús debido al paso del tiempo y a la muerte de los testigos de primera hora. Ante el peligro de perder su memoria y hundirse en el olvido, los evangelios quieren vincularnos con el Jesús terreno desde la fe en el Resucitado, quieren centrarse en su persona y en su ministerio. La vida real e histórica del profeta de Nazaret, sus dichos y hechos, desde la infancia a la cruz, en los caminos y en las casas, tiene mucho que decirnos.

Estos cinco contextos son un marco adecuado para comprender los dichos y hechos de Jesús que recogen los sinópticos sobre la familia. Esquemáticamente lo podemos representar así:

3. Sentido y significado de las frases de Jesús de Nazaret. Diversas interpretaciones

Una vez vistos los textos y los contextos, hay que intentar alcanzar un sentido. Las interpretaciones, sobre todo de las palabras más duras de Jesús sobre la familia, han sido diversas.

Algunos interpretan estos dichos como una estrategia. G. Theissen entiende las palabras de ruptura familiar como dirigidas solo a los carismáticos itinerantes y no tanto a los seguidores sedentarios que permanecían en sus casas apoyando a los

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