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La historia de Cuba está plagada de intensos

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Huracanes,

cambio climático

y reducción del riesgo

José Rubiera

Meteorólogo. Centro Nacional de Pronósticos, Instituto de Meteorología.

L

a historia de Cuba está plagada de intensos huracanes que han ocasionado grandes pérdidas humanas y daños materiales. El huracán de 1527, el primero recordado por sus impactos, provocó gran destrucción en la villa de Trinidad y hundió parte de la flota de Pánfilo de Narváez. En La Habana, la llamada Tormenta de San Rafael, del 24 de octubre de 1692, es la primera de la que se tienen noticias. Luego hubo varios huracanes que azotaron la capital: el del 15 de octubre de 1768 derribó setenta varas de la gruesa muralla que la bordeaba; los de 1792 y 1810, produjeron grandes daños, e incluso durante ese último el mar sobrepasó ocho varas las astas de las banderas que ondeaban en sus fortalezas.

A tales huracanes siguió uno de gran intensidad en 1844 y, después el de 1846, conocido como Tormenta de San Francisco de Borjas, el más intenso que haya afectado La Habana, con vientos huracanados que se sintieron hasta en las proximidades de los actuales límites de las provincias orientales. Este fortísimo sistema clasifica dentro de los contados casos de ciclones categoría cinco (vientos superiores a 250 km/h) en la escala Saffir-Simpson, que han fustigado el territorio cubano. A su paso por la urbe, se registró un valor mínimo de presión atmosférica de 916 hectopascales, hasta hoy la más baja registrada en Cuba durante eventos de esa naturaleza.

Sin embargo, las mayores catástrofes en la historia de la Isla fueron ocasionadas por huracanes del siglo xx. El del 9 de noviembre de 1932 en Santa Cruz del Sur, Camagüey, categoría cinco, que traía asociada una marea de tormenta de casi siete metros de altura, hizo desaparecer la ciudad y casi todos sus habitantes, y

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arrojó una cifra de 3 033 muertes. El Flora, del 4 al 7 de octubre de 1963, no llegó a ser de gran intensidad por sus vientos, pero produjo lluvias torrenciales durante 72 horas en la región oriental, donde se encuentran las mayores montañas y los ríos más caudalosos de Cuba. Los 1 800 mm de precipitación ocasionaron grandes inundaciones, con el triste saldo de 1 150 fallecidos. Otros huracanes de gran importancia fueron los de 1926 y 1944, en La Habana y el occidente de Cuba; el de 1933, en la costa norte central; el que destruyó a Cienfuegos, en 1935; el de 1948, en la zona occidental hasta Matanzas; y el de 1952 en las provincias centrales.

Desde finales de los años 60 del siglo pasado y hasta 1995, solo se recuerda el Kate, de poca intensidad. En el resto de la cuenca del Atlántico también se registró una merma en la actividad ciclónica. Sin embargo, desde mediados de los 90 y hasta la actualidad, se han registrado en el área más huracanes de gran intensidad que en cualquier otro período conocido. ¿Guarda esto relación con el cambio climático?

Variabilidad en al Atlántico Norte

Estudios realizados han demostrado que los períodos de intensa y poca actividad ciclónica se alternan en la cuenca del Atlántico Norte desde hace muchos años. Detectados desde el siglo xix, suelen durar de dos a tres décadas, aunque este lapso puede variar.

En Cuba se ha observado esta variabilidad en el número de ciclones tropicales que afectan anualmente el país, con totales que van desde cero hasta seis (1909), y en el de huracanes, desde cero hasta cuatro (1886 y 1909). Además de la oscilación interanual, existen ciclos activos e inactivos, de altas y bajas frecuencias, que se alternan. Entre ellos, sobresalen los años 20 y la etapa de 1973 a 1994 como los dos períodos principales de poca actividad. A pesar de la disminución observada en ese último lapso, ocurrieron ciclones tropicales desastrosos, como el Frederic (1979), el Alberto (1982) y el Kate (1985), por las torrenciales lluvias de los dos primeros y la extensa área que abarcó el último.

Entre 1909 y 1952 (cuarenta y cuatro años) doce de los catorce huracanes intensos ocurridos en el siglo xx azotaron la Isla, lo que guarda cierta similitud con el brote acaecido entre 1844 y 1888 (cuarenta y cinco años), cuando la afectaron ocho de los once más fuertes del siglo xix.

Estamos viviendo ahora un nuevo período de gran actividad ciclónica. Desde 1995, han afectado el país nueve huracanes, cinco de ellos de alta intensidad (categorías tres, cuatro o cinco). Es interesante destacar

que esos eventos intensos tuvieron lugar entre 2001 y 2012.

De ahí que los períodos de poca y gran actividad ciclónica no puedan estar relacionados con el cambio climático. Los estudios realizados por el doctor William M. Gray señalan que su causa radica en la circulación termohalina; es decir, la de aguas con alto contenido de calor y salinidad, provenientes del océano mundial, que se alternan cada cierto tiempo en el Atlántico Norte.1

Las amplias fluctuaciones en la frecuencia e intensidad de los ciclones tropicales complican la detección de las tendencias reales a largo plazo, aunque también la impiden importantes limitaciones en cuanto a la disponibilidad y calidad de los datos históricos globales. Por ello, a nivel del planeta, persiste la incertidumbre de si los pasados cambios en la actividad ciclónica han sobrepasado la variabilidad debida a causas naturales.

No obstante, el actual período de gran actividad ciclónica presenta, en el Atlántico, un rasgo distintivo: la cantidad de huracanes de gran intensidad y la rapidez con que se produce su intensificación. Resulta casi evidente que hoy está incidiendo otro factor.

Cambio climático y los huracanes del Atlántico

Que varíen o no las características de los ciclones tropicales, y en qué medida lo hacen, ha sido objeto de numerosas investigaciones, con resultados a veces contradictorios.

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) crearon conjuntamente el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) en 1988, en particular para evaluar exhaustiva, objetiva y transparentemente toda la información científica, técnica y socioeconómica pertinente, como una aportación para entender las bases de los riesgos asociados al cambio climático provocado por las actividades humanas, los posibles impactos y las opciones de adaptación y mitigación de este. A partir de 1990, el IPCC ha elaborado varios informes especiales, metodologías, documentos técnicos y otros que, desde entonces, son referencia oficial para las instancias normativas y los científicos.

En 2007, los últimos estimados del informe del IPCC apuntan a un aumento importante de las temperaturas extremas para finales del siglo xxi. Señala además la probabilidad de que durante esta centuria se eleven en muchas zonas la frecuencia de precipitaciones intensas o la proporción de lluvias totales derivadas de ellas, y de que crezca la velocidad máxima media del viento de los ciclones tropicales, a pesar de que dicho aumento no se produzca en todas las cuencas oceánicas y de que la

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frecuencia mundial de los ciclones tropicales disminuya o no presente cambios importantes.2

Otros estudios realizados por James B. Elsner et al.3

en los Estados Unidos, con datos globales obtenidos mediante satélites, concluyeron que los huracanes del Atlántico se están haciendo más fuertes, como promedio, cada treinta años, lo que está relacionado con el aumento de la temperatura en sus aguas. Sin embargo, esto no ha resultado obvio en otras cuencas oceánicas tropicales, debido a la no confiabilidad o falta de completamiento de las observaciones.

Por otra parte, para Thomas R. Knutson et al.4 es

prematuro concluir que las actividades humanas ya están produciendo una modificación detectable en la actividad de los huracanes en el Atlántico, pero señalan que el calentamiento de origen antropogénico probablemente ocasionará que a escala global aumente la intensidad promedio de los huracanes de 2 a 11% para finales del siglo xxi, de acuerdo con la proyección de los modelos para un escenario IPCC A1B. Esto incrementaría el porcentaje de potencial destructivo por huracán, asumiendo que no haya una reducción en su tamaño.

Afirma de igual modo que en algunas cuencas oceánicas hay mucha probabilidad de que crezca el número de huracanes muy intensos, superior al incremento promedio ya señalado. Este aumento en la intensidad se estipula a pesar de que puede haber un decremento o poco cambio en la cantidad global de ciclones tropicales. Asimismo, a finales de esta centuria, el calentamiento global daría acumulados de precipitación sustancialmente mayores que los de los actuales huracanes, con una proyección, de acuerdo con los modelos, de 20% más de lluvia promediada en cien kilómetros del centro del huracán.

Alerta temprana y protección de la población

En el siglo xxi los huracanes serán más intensos; es decir, se incrementarán los tres elementos más peligrosos de estos eventos: los vientos, la marea de tormenta provocada en las zonas costeras donde hay cada vez más residentes así como infraestructura económica, y la lluvia. En consecuencia, crecerán de manera significativa el riesgo y la vulnerabilidad.

Ante tal escenario, se impone adoptar una estrategia de adaptación ante este tipo de situación meteorológica, para disminuir las posibles pérdidas humanas y materiales, con el empleo adecuado y efectivo de medidas de prevención.

La prevención contra huracanes en Cuba

El seguimiento y pronóstico de la trayectoria y de la intensidad futura de un ciclón tropical constituye una tarea operativa ardua, compleja, de gran responsabilidad, por las decisiones que hay que tomar en un tiempo relativamente breve, a veces con pocos datos, pero que tienen un impacto directo en la población y la economía. Es, además, un trabajo en equipo, en el que cada paso cuenta. Para llegar a tener el pronóstico y emitir un aviso, hay que realizar diferentes tareas, entre ellas: obtención de los datos de las estaciones meteorológicas y los sistemas de observación, incluidos el satélite y el radar; trabajo de los sistemas de comunicaciones, nacionales e internacionales, que trasladan el flujo de información hacia y desde el Centro Nacional de Pronósticos del Instituto de Meteorología (CNPIM); procesamiento de datos en las estaciones de trabajo y las computadoras; empleo de modelos de pronóstico, tanto nacionales como de otros países; análisis de la información disponible, para obtener primero un diagnóstico y después realizar el pronóstico de la trayectoria y la intensidad, en el cual, además de los modelos numéricos-guía, se emplea el factor más importante: el ser humano, el meteorólogo con sus conocimientos y experiencia, que muchas veces resulta más eficiente que los mejores modelos numéricos.

Después, se hace el análisis y pronóstico de los impactos de los fenómenos peligrosos que puede ocasionar el evento en determinadas áreas y se redacta el Aviso de ciclón tropical.

Entonces se emprenden las coordinaciones pertinentes entre la dirección del CNPIM, el gobierno y el Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil (EMN-DC). Este último propone al Consejo de Defensa Nacional establecer las fases y medidas que entiende necesarias. Por último, los meteorólogos trasmiten a la población el aviso y la mantiene actualizada sobre el meteoro a través de la televisión y la radio nacionales.

Estudios sobre peligro y vulnerabilidad, realizados a lo largo y ancho del país,

permiten a los decisores conocer las zonas que pueden ser más afectadas,

así como el modo en que puede ocurrir. El énfasis está en la prevención. La

respuesta ante el evento es similar a la que se ha tenido durante la preparación

cuando no existe amenaza alguna.

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Igualmente, los especialistas de la DC dan a conocer sus orientaciones.

Es de gran valor la interacción de los pronosticadores con el sistema nacional de la DC porque las indicaciones y acciones de este órgano permiten, en nombre del Estado, disminuir las pérdidas humanas y materiales. El CNPIM provee la base científica para que se ejecuten las acciones de protección en todo el país; pero el sistema cubano es mucho más amplio, ya que por ley en cada escuela, centro laboral, empresa, es el director, administrador o gerente el responsable de las tareas orientadas por la DC. Lo mismo ocurre en cada nivel de gobierno. Por eso puede decirse que el sistema comprende a todos los ciudadanos.

Un factor significativo es la educación de la población y su alto grado de escolaridad. En el sistema de enseñanza —primaria, secundaria o universitaria— se imparten lecciones de defensa civil y se aprenden los basamentos de la meteorología, además de que hay círculos de interés, concursos municipales, provinciales y nacionales que alientan el conocimiento de estas materias. Los meteorólogos participan muy activamente en la educación y concientización, mediante conferencias en centros de trabajo y estudio, o en programas de radio y televisión —como el espacio Universidad para todos, emitido por los canales educativos—, en los cuales se han ofrecido cursos sobre huracanes, meteorología y climatología, y cambio climático.

Estudios sobre peligro y vulnerabilidad, realizados a lo largo y ancho del país, permiten a los decisores conocer las zonas que pueden ser más afectadas, así como el modo en que puede ocurrir. El énfasis está en la prevención. La respuesta ante el evento es similar a la que se ha tenido durante la preparación cuando no existe amenaza alguna, lo que contribuye a que todo se haga mejor.

Un elemento importante es la información al público, el cual debe recibir datos sobre el huracán y orientaciones comprensibles por todos, sencillos, sin tecnicismos. Brinda confiabilidad al mensaje el hecho de que lo trasmitan conocidos especialistas pronosticadores en múltiples espacios informativos de radio y televisión, y hagan uso de imágenes tomadas por satélites y radares, y de gráficos sencillos que muestran el cono de probabilidad de la trayectoria futura del huracán.

El Centro de Pronósticos cubano emite avisos sobre ciclones tropicales de cualquier clasificación y categoría que se encuentren en el área del océano Atlántico, el mar Caribe y el golfo de México. Las informaciones se difunden con una mayor frecuencia en la medida en que el meteoro se aproxima al país. Cuando este se sitúa al este del meridiano 55º W o al norte del paralelo 30º N, se planifican partes cada veinticuatro horas, a las seis

de la tarde; si el evento ha penetrado, o se ha generado dentro de los límites antes mencionados, los avisos se emiten cada doce horas (6:00 pm y 6:00 am); si el ciclón representa algún peligro para Cuba en las setenta y dos horas siguientes, los avisos se publican cada seis horas (6:00 pm, 12:00 pm, 6:00 am y 12:00 m). Cuando está muy próximo o ya azotando el territorio nacional, pueden ofrecerse cada tres horas, con actualizaciones de la posición y vientos más frecuentes.

Además, siempre que haya indicios de un peligro potencial en plazos más o menos largos, de tres a cinco días, el CNPIM emite avisos de Alerta Temprana, que resultan de gran utilidad pues notifican la situación a las autoridades y decisores, con suficiente antelación. Con informaciones desprovistas de sensacionalismo, se despierta la percepción de un posible peligro y de la necesidad de mantenerse vigilantes, pero sin ocasionar el menor pánico. En períodos inferiores a setenta y dos, las alertas vienen contenidas en los avisos de ciclón tropical.

Ante la amenaza de un ciclón tropical o cualquier otro fenómeno meteorológico de gran envergadura, equipos de las cadenas nacionales de radio y televisión se trasladan a la sede del Centro de Pronósticos y desde allí se dan a conocer los avisos y otras informaciones actualizadas, de manera continua, mientras exista algún peligro para cualquier zona del país. Así se brinda una información oficial, única y confiable, a la que el pueblo le presta gran atención.

La prensa escrita, debido a su mediatez, no tiene la posibilidad de divulgar estos avisos actualizados; no obstante, los datos complementarios contenidos en los artículos que publica son de gran utilidad para que se conozcan más detalles de la situación meteorológica general y de la amenaza del ciclón tropical en particular. Además, todos los medios de comunicación promueven el esfuerzo desplegado para proteger a la población y la economía mediante las orientaciones emitidas por el EMN-DC y los Consejos de Defensa provinciales.

Dichas orientaciones se adoptan teniendo en cuenta que debe terminarse la evacuación de las personas antes de que comiencen las lluvias intensas, que pueden dejar incomunicados los caminos, y a soplar los vientos con intensidad de tormenta tropical, no los de huracán. La DC también toma en consideración las características particulares del ciclón tropical (sea una depresión tropical, tormenta tropical o huracán): la intensidad de los vientos máximos y áreas de lluvias intensas que lo acompañan, la situación de las áreas costeras amenazadas por inundaciones o por la marejada ciclónica, las características específicas del territorio en peligro (costa, llano, montañas, ríos, etc.), así como el estado de los embalses y del manto freático.

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Hay que destacar que Cuba, al fomentar una cultura de prevención, busca reducir la vulnerabilidad y sufrir menos daños. En ello desempeña un papel fundamental, como se ha dicho, la educación y la preparación. La Directiva No. 1 del vicepresidente del Consejo de Defensa Nacional, emitida en 2006 y actualizada en 2010, constituye un instrumento fundamental para estos fines.

Gracias al carácter integral del sistema de protección que ha implantado, Cuba es el país con menor número de muertes por ciclones tropicales en toda el área del Atlántico, el Caribe y el golfo de México, e incluso aventaja en ese indicador a naciones altamente desarrolladas. Durante los dieciocho años transcurridos en el actual período de gran actividad ciclónica, veinte ciclones con intensidad de tormenta tropical o huracán han azotado la Isla, para un promedio de 1,11 anual, mientras que antes era de uno cada dos años. De esa veintena, ocho fueron de gran intensidad, para una frecuencia anual récord de 0,444 —la anterior era de uno cada doce años, con una frecuencia anual de 0,083. Sin embargo, solo cincuenta y dos personas perdieron la vida (82,7% de esa cifra en huracanes de gran intensidad). En doce ciclones, incluidos siete muy potentes, no se produjeron muertes.

Evidentemente, la experiencia cubana en la reducción de riesgos ante estos fenómenos meteorológicos se puede calificar de muy exitosa.

Notas

1. Véase William M. Gray, «Forecast of Global Circulation

Characteristics in the next 25-30 Years», 21st NOAA Climate

Workshop, Huntsville, AL, 1996.

2. Gestión de los riesgos de fenómenos meteorológicos extremos y

desastres para mejorar la adaptación al cambio climático, Informe

especial del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), 2012.

3. James B. Elsner et al., «The Increasing Intensity of the Strongest Tropical Hurricanes», Nature, v. 455, n. 4, Londres, septiembre de 2008.

4. Thomas R. Knutson et al., Dynamical Downscaling Proyections of

Late 21rst. Century Atlantic Hurricane Activity CMIP3 and CMIP5

Model-based Scenarios, Geophysical Fluid Dynamics Laboratory/

NOAA, Nueva Jersey, 18 de marzo de 2013.

Referencias

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