• No se han encontrado resultados

La liberación de Don Quijote

N/A
N/A
Protected

Academic year: 2020

Share "La liberación de Don Quijote"

Copied!
6
0
0

Texto completo

(1)

Nunca fue suficiente la Filosofía, ni aun en los momentos de su máximo esplendor. Son necesarias las imágenes que orienten el intento de ser hombre. En cada cultura se han engendrado el mito, la tragedia y

ese género tan ambiguo llamado novela. Son formas de aparición de imágenes de la vida que más allá del tiempo regular domi-nan el pasado más remoto y el futuro inal-canzable. Dominan, definen y hasta

justifi-105

(1) Este artículo inédito de la filósofa responde al manuscrito número 303 que se encuentra en la bibliote-ca-archivo de la Fundación María Zambrano, sita en Vélez-Málaga (Palacio de Beniel). Ciertamente los textos zambranianos en torno a Cervantes, y concretamente sobre el Quijote, son numerosos, de ahí que la selección del presente sirva de homenaje a la autora y al Caballero de la Mancha en la celebración y en la proximidad de sendos centenarios: el del natalicio de la filósofa (2004) y el de la edición de la universal novela (2005).

En el pie final del texto figura escrito por la autora: «París, 22 de diciembre de 1947. Ave. Victor Hugo, 199». En el año 1946, Zambrano viaja sola de La Habana a París. Le comunican la grave enfermedad de su madre, doña Araceli. A la capital del Sena llega el 6 de diciembre. Su madre ya había sido enterrada. Además, su hermana, Ara-celi, que permanecía desde 1939 al lado de su madre, también se encontraba en delicada situación psicológica, provocada por torturas de los nazis durante la ocupación de París y extradición de su marido a España, donde sería fusilado. María no abandona a su hermana. Se establece en París hasta 1949, año en que las hermanas viajan a América. En París conoce a J. P. Sartre, S. De Beauvoir, A. Malraux, P. Picasso, etc. pero será con A. Camus, R. Char, J. Bergamín, O. Paz, A. Alonso, T. Osborne, con quienes establece profunda amistad y de quienes reciban ayuda económica las hermanas Zambrano, pues «ellas dos hacían una sola alma en pena», escribe en Delirio y Destino.

(*) De la revisión y notas del texto se encargó Rogelio Blanco, redactor jefe de la Revista de Educación.

LA LIBERACIÓN DE DON QUIJOTE 1

MARÍA ZAMBRANO (*)

RESUMEN. Durante el presente año se celebra el centenario del natalicio de María Zambrano. La pensadora, Premio Cervantes de Literatura, recurrió con frecuencia a las fuentes cervantinas para extraer profundas reflexiones. En este caso, contrastan-do los planteamientos unamunianos y orteguianos, contrastan-dos de sus maestros, sobre el Quijote, reitera una vez más la necesidad de aunar la reflexión y el ensueño, la fi-losofía y la poesía, como senda firme hacia la libertad. Es el camino quebrado ele-gido por el Caballero de la Mancha entre la cordura y la locura, ambas espejos de la realidad.

ABSTRACT. This year is the centennial of the birth of María Zambrano. This thinker, who was awarded the Cervantes Prize (Literature), often resorted to Cervantes as a source of deep reflections. In this case, contrasting what two of her teachers, Una-muno and Ortega, had to say about Don Quixote, she reinstates the need to bring together reflection and reveries, philosophy and poetry, as a steady path towards li-berty. That is the crooked path chosen by the Knight from La Mancha between sa-nity and wisdom, both of which are mirrors of reality.

(2)

can los haceres y padeceres que forman la historia de un pueblo.

No ofrece duda de que Don Quijote de la Mancha es entre todas las imágenes crea-das por la literatura española la que alcan-za este lugar definitivo y definitorio para la conciencia española. Lo corrobora el hecho de que sea igualmente la figura aceptada por la conciencia universal, pues un pueblo por definida que tenga su per-sonalidad y su trayectoria no deja de for-mar parte de la historia universaly es en función de ella como alcanza su rango efectivo.

Mas la figura del Caballero de la Man-cha no presenta solamente ante la historia universal –la verdadera– la encarnación del anhelo profundo de un pueblo. Por el contrario, para vislumbrar claramente ese valor o ese proyecto, es necesario despejar previamente un problema que parece afec-tar a los españoles pero que bien pronto se ve que afecta igualmente a la cultura de Occidente, es el problema de la ambigüe-dad. Y toda ambigüedad requiere una libe-ración.

Si se mira a la figura escueta de Don Quijote no parece ser nada ambiguo. Pero no podemos mirarla en soledad, siempre va acompañada de otro, de «un otro» viviendo en esa íntima soledad de todos los héroes. Si la acción que realiza está plena-mente elegida por él, al ejecutarla ha de contar con su escudero, con su servidor Sancho; es imposible separarlos. Y Sancho resulta ser no sólo un servidor fiel de Don Quijote, sino otra cosa al parecer contraria: un juez. La presencia de Sancho es en rea-lidad un espejo, el espejo de la conciencia que mira y mide al genial caballero. Y así, al mirarnos los españoles en el espejo que Cervantes nos tiende, nos encontramos con dos imágenes indisolublemente liga-das: la imagen de Don Quijote, verdadera imagen sagrada, cifra de nuestro más ínti-mo anhelo y la imagen de Sancho, espejo a su vez de Don Quijote; juego de juegos y de imágenes que en su exceso de claridad

producen la ambigüedad. ¿Con cuál de estas imágenes podemos identificarnos si nos dirigimos a la imagen primera en rango y originalidad del Caballero? Bien pronto aparece la otra imagen, la del hombre común que le sirve y sostiene, y sin el cual nada habría hecho. Pero todavía más: Cer-vantes que nunca se confiesa, que nunca habla en primera persona, no deja de estar presente en todas las ocasiones, y él tam-bién nos mira. Juego de espejos y de imá-genes dominadas por una mirada y una sonrisa. Y así nos venimos a sentir como en la vida: indecisos bajo la mirada omnipre-sente de un autor que manifestándose con la mayor claridad ha dejado intacto el mis-terio.

Y el misterio, que circula por todo el libro en el que se concentra la ambigüe-dad, es que Don Quijote esté loco y más que loco enajenado, encantado. No es uno solo simplemente, sino el individuo ejem-plar de una especie de locura que ha apa-recido y transitado por todas las locuras aunque no con esa claridad y determina-ción: la especie de la locura que clama por ser rescatada, liberada.

Un loco es siempre una criatura ambi-gua. Sabido es el respeto con que se rodea, aun en los ambientes netamente popula-res. Para las gentes sencillas un loco es un inocente, un ser inspirado por el que se abre a ratos la verdad, un ser sagrado en suma. Don Quijote quizá no sea un loco aparte, sino el loco tal como lo han visto y sentido la conciencia original de los hom-bres que pervive aún en el pueblo. Pero sea o no sea el origen de la concepción cer-vantina, Don Quijote es un loco sagrado, un inocente que clama por su liberación de los encantos del mundo.

(3)

obra de Cervantes es que el héroe que dedica el esfuerzo de su brazo a la inflexi-ble voluntad de liberación de todos lo que se encuentran en su camino, sea el más necesitado, galeotes y azotados, «las mozas de partido» –a quien él llama «doncellas». Todos vemos así que si Don Quijote es un clásico, un libro actual en esta hora de la conciencia, es simplemente porque como todos los clásicos verdaderos no nos plan-tean nuestro conflicto y al acudir a ellos no hacemos sino mirarnos a nosotros mismos.

No resulta extraño que frente a esta ambigüedad múltiple del libro de Cervan-tes, ambigüedad de planos que se cruzan en el foco central del misterio de su locura hayan surgido en la última época del pen-samiento español dos comentaristas de idéntica jerarquía, dos libros que nos han presentado a los españoles dos caminos o maneras de disolver la ambigüedad del Quijote, vale tanto de rescatarle de su locu-ra, de disipar los encantos que circundan y anulan al fin su clara voluntad y su inocen-te acción. Son en realidad dos «Guías» –género tan español– para salir del conflic-to que entraña el ser español. Pero si el con-flicto de ser español es el concon-flicto de la enajenación, del encanto del mundo ante la libertad, resulta ser el conflicto más auténti-camente universal, y actual, el conflicto de la Historia toda agudizado en el acto que estamos viviendo. No es extraño, cierta-mente, que cuando España ha realizado verdaderamente alguna hazaña no ha sido sólo para sí, sino antes y más allá de sí mis-ma para lo universal; si cabe una definición del español digamos que es auténticamente español el que como Don Quijote vive y padece para el logro de algo universal.

Los intentos de liberación de Don Qui-jote a que nos referimos han sido realiza-dos por los realiza-dos hombres de más alto pen-samiento de nuestra última época: Don Miguel de Unamuno y el filósofo Ortega y Gasset. El libro del primero fue escrito en conmemoración del centenario de la publi-cación de El Quijote, se titula La Vida de

Don Quijote y Sancho. El de Ortega, Medi-taciones del Quijote, marca el comienzo de un largo y ya maduro pensamiento filosófi-co que ha desembocado en una filosofía que ha caminado hacia una filosofía de la razón histórica.

Unamuno, en suVida de Don Quijote y Sancho, se lanza a rescatar a Don Quijote del ámbito de la novela cervantina con la pasión insatisfecha del autor que no ha hallado su personaje; el modo en que lo rescata es convirtiendo a Don Quijote en un personaje de tragedia. Con ello le salva de la ambigüedad. Sancho es simplemente el servidor incrédulo –«Creo, Señor, vence mi incredulidad!»– es no más que la natura-leza humana no ganada enteramente por la fe, la materia que resiste al incendio de la esperanza y la cordura que no se deja penetrar por la locura de la caridad. Y has-ta cambia el género de supervivencia de Don Quijote, que si bien recibió de Cer-vantes la inmortalidad, asciende arrebatado por la pasión de Unamuno a la «vida eter-na». Y con ello, la ambigüedad se desvane-ce por completo, pues ser inmortal es sim-plemente pervivir en la memoria de los hombres, traspasar los linderos de la muer-te pero a costa de la vida. Mas la «vida emuer-ter- eter-na» es por el contrario la absorción total de la muerte en la vida, la destrucción de la muerte; resultado coherente con la hazaña unamunesca de la liberación de Don Qui-jote, ya quela vida eterna se presenta a los hombres sólo en la religión que hizo de la libertad su revelación central, es decir, con el cristianismo. Unamuno rescata de la ambigüedad de la novela, del juego equí-voco de espejos a Don Quijote y le bautiza cristiano: su historia es una forma de la pasión trágica, del padecer de la libertad en la tierra, que acaba introduciendo al héroe en la vida eterna.

(4)

hacerlo le rescatemos de la circunstancia mundana en que su vida se desenvuelve, pero esta circunstancia, ¿cuál es? Ya se sabe; se sabe que el mundo para el héroe, y más que para ninguno para Don Quijote, está «encantado». Nos ordena no tener en cuenta el «encanto» y proseguir.

Lo que Ortega y Gasset intenta realizar en su libroMeditaciones del Quijote es tan contrario como cabe de la hazaña unamu-nesca. En primer lugar no se dirige a Don Quijote sino al libro todo y a través de él a Cervantes. Es a Cervantes a quien pretende descifrar. Y así es Ortega quien descubre la ambigüedad del Quijote, su ambivalencia, la perplejidad que la conciencia española siente ante el libro simpar. ¿Quién era Cer-vantes y qué nos quiso decir, se pregunta? Su interrogación va cargada de la máxima preocupación filosófica y amorosa por el destino de un pueblo tan singular, de una cultura tan esencialmente problemática. Lo español, viene a decir, es algo tan raro en el mundo como las pocas gotas de sangre helénica que queden en la actualidad. Como realización de lo español en su ínte-gra pureza sólo tenemos un edificio: El Escorial, y un libro: El Quijote. Y el libro –el monumento de palabras– es terriblemente ambiguo. A quien pretende liberar no es a Don Quijote, sino al destino de España aprisionado dentro de él, encantado con él y por él; y en consecuencia, lo que Ortega hace y nos propone no es un rescate del personaje sino un acercamiento a la mirada del autor, y más que a su mirada al lugar desde el cual esta mirada nace. La disolu-ción de la ambigüedad estará –se deduce de toda la obra filosófica de Ortega– en el conocimiento. Es el pensamiento filosófico quien resuelve la ambigüedad esencial de toda revelación mitológica, figurativa.

Porque toda revelación poética es ambigua, dirá años más tarde Ortega en los comienzos de su curso Tesis metafísica acerca de la razón vital. Y si la clara

inte-rrogación filosófica sobre el ser de las cosas surgió en Grecia, fue porque sus dio-ses conformados por la poesía eran ambi-guos. Tal proposición es la aclaración últi-ma de su libro sobre el Quijote. Ante la revelación poética del Quijote nos propo-ne disolver esta figura casi mitológica en la conciencia, aclarará en el ensueño de que es portadora, en el pensar filosófico, de descifrar el enigma para extraer un proyec-to de vida.

Y ahora vemos más precisamente en qué consiste la ambigüedad del espejo que Cervantes nos ofrece: Don Quijote el pro-tagonista, es el portador de un largo ensue-ño ancestral. El ha llegado a la categoría de héroe nada más que por obedecer –como han obedecido ciegamente los protagonis-tas de la tragedia– a una pesadilla ancestral de la que son la víctimaen sentido sagrado y humano. Toda tragedia es un sacrificio, un rito por el cual se aplaca a las fuerzas obscuras y ambiguas que permiten a costa de la pasión y muerte del héroe que se aclare un obscuro conflicto, que se haga visible uno de los tremendos nudos que for-man la trama de la existencia humana. El protagonista de la tragedia paga con toda su vida y a veces con toda su sangre por obtener para los demásuna gota de luz2.

Identificarnos con el protagonista de una tragedia, en este caso con Don Quijote liberado del ambiente ambiguo de la nove-la –como Unamuno nos propone– es con-tinuar una pasión, una «agonía» en el senti-do estricto del vocablo. Será revivir el momento de la esperanza y el del abando-no, el «Padre mío, ¿por qué me has aban-donado?», y lograr así un conocimiento que es libertad. El conocimiento que los hom-bres del Antiguo Testamento identificaron con la vida eterna, el que da satisfacción al ansia de ser en la eternidad. Nada tiene esto que ver con la Historia, con el destino histórico de un pueblo y su cultura. El rea-lizarlo implicaría el sacrificio total de

(5)

ña, su consunción histórica para ganar la eternidad. La imagen de una España eter-na, enteramente consumida por la tragedia. La idea de una España transhistórica apare-ce plena de belleza en el libro de Unamu-no y atraviesa cada vez más obsesivamente toda su obra posterior, tal es la consecuen-cia de extraer a Don Quijote del ámbito de la novela de Cervantes y rescatarle de su ambigüedad, transformándolo en persona-je de tragedia: el sacrificio total de la reali-dad histórica de España.

No es debido al azar, veamos ahora que Ortega, él, apegado a Cervantes, haya madurado su pensamiento filosófico en la Razón Histórica. Comienza proponiéndo-nos la aceptación del libro ejemplar en su integridad, advirtiéndonos de su ambigua condición novelesca. El conocimiento, la mirada filosófica habría de deshacer el encanto de Don Quijote. El resultado de esta actitud, de esta aceptación inicial de la novela y de su conversión en puro conoci-miento traerá como consecuencia la acep-tación total de la Historia y la decisión por tanto de encontrar en ella misma y no en su consunción, la realidad suprema, la reali-dad ininteligible que sea al propio tiempo realidad y razón, vida y conocimiento.

Pero en esta clara solución del pensa-miento de Ortega se esconde como en todas las valoraciones filosóficas en que se parte de la vida para no transcenderla, un angustioso problema, y más bien que pro-blema, una decisión, la más grave quizá de cuantas haya tomado sobre su conciencia el hombre occidental descendiente de la razón griega y de la fe cristiana.

Es la decisión de la total aceptación de la realidad inmediata de la Historia. Frente a esta aceptación surge la angustiosa pre-gunta ¿quién soy yo?, ¿cuál es mi realidad verdadera de persona viviente? La Filosofía comenzó en Grecia cuando frente a la aceptación de la realidad de las cosas sur-gió la pregunta sobre el ser verdadero escondido en ellas. En la situación actual, frente a la aceptación completa de la

reali-dad de la historia surge avasalladoramente la angustia por el ser del hombre mismo, del sujeto de la historia. Aceptando por entero la Historia ¿el hombre qué viene a ser?, ¿cabe acaso, resignarse ante ella y con-fiarle la realización de eso que constituye el fondo último de la vida del hombre: la esperanza? El espejo, la visión de lo huma-no que huma-nos ofrece la Historia huma-no es caso esencial, constitutivamente ambigua. Des-cubriendo la Razón en la Historia queda despejada su ambigüedad pero entonces se concentra amenazadoramente en el hombre, en el sujeto que al mismo tiempo es su autor y su víctima?

La Filosofía, cuantas veces lo ha hecho, ha nacido del anhelo de vivir fuera de la tragedia; ha querido ofrecer al hombre un modo de ser ajeno del sacrificio, liberándo-lo así de la ambigüedad de liberándo-los dioses. En su primer nacimiento en Grecia aparece este designio con toda claridad que para-dójicamente tiene su víctima en la figura de Sócrates, el filósofo antitrágico y figura de tragedia al mismo tiempo. Hija de la razón filosófica griega, la Filosofía medieval pro-sigue su racionalismo esencial aun bajo la fe cristiana. Y es Descartes quien al volver nuevamente al punto de partida donde se origina la Filosofía –la duda– muestra la más clara voluntad antitrágica. La concien-cia con su luz homogénea disolverá todos los nudos trágicos: existir es pensar. Las pasiones, los ensueños ancestrales, las pesadillas trágicas serán disueltas por la luz de la conciencia. Y como es sabido, el espí-ritu cartesiano conformará en gran parte toda la cultura de la Epoca Moderna.

(6)

La Filosofía actual, el Existencialismo en todas sus formas, el Personalismo, la Razón Histórica intentan recoger la totali-dad de la vida humana: vida y conciencia, y más allá aún contempla la existencia del hombre entre el ser y la nada. ¿Podrá ver-daderamente anular la Tragedia la concien-cia filosófica ensanchada hasta los últimos límites, anular las figuraciones poéticas, los mitos, los personajes ambiguos portadores de las más hondas e indescifrables espe-ranzas? En los tiempos que se abren vivire-mos –vivirán los que nos sigan– del cono-cimiento filosófico o de las figuraciones poéticas? O no se estará preparando acaso una unidad última entre Filosofía y Poesía, un mundo de conciencia y razón que sin disolver las imágenes de los héroes, logre desencantarlos?

No sabemos si será así, pero solamente en este caso, en la unidad de la Filosofía y Poesía, encontrará nuestro Don Quijote su liberación; la liberación al par de los encan-tos del mundo y de su locura. Y con él, todas las figuras nacidas de los enrevesados ensueños de la esperanza. Y la esperanza suprema bajo diversos nombres y signos ha sido siempre para los occidentales una sola, la que lleva el nombre de Libertad.

Referencias

Documento similar

(Banco de España) Mancebo, Pascual (U. de Alicante) Marco, Mariluz (U. de València) Marhuenda, Francisco (U. de Alicante) Marhuenda, Joaquín (U. de Alicante) Marquerie,

Tome el MacRm media libra de Manecca de puerca ,media Je Manmca de Bac media de A- yre Rolado ,media de Azeyre Violado, y re poMc'tn holla vi- driadaafuegommfo,paza que

o Si dispone en su establecimiento de alguna silla de ruedas Jazz S50 o 708D cuyo nº de serie figura en el anexo 1 de esta nota informativa, consulte la nota de aviso de la

d) que haya «identidad de órgano» (con identidad de Sala y Sección); e) que haya alteridad, es decir, que las sentencias aportadas sean de persona distinta a la recurrente, e) que

La siguiente y última ampliación en la Sala de Millones fue a finales de los años sesenta cuando Carlos III habilitó la sexta plaza para las ciudades con voto en Cortes de

Ciaurriz quien, durante su primer arlo de estancia en Loyola 40 , catalogó sus fondos siguiendo la división previa a la que nos hemos referido; y si esta labor fue de

Sólo que aquí, de una manera bien drástica, aunque a la vez coherente con lo más tuétano de sí mismo, la conversión de la poesía en objeto -reconocida ya sin telarañas

1) La Dedicatoria a la dama culta, doña Escolástica Polyanthea de Calepino, señora de Trilingüe y Babilonia. 2) El Prólogo al lector de lenguaje culto: apenado por el avan- ce de