ARTÍCULOS
El campo
se transforma
PABLO FONTAINE
Y COMUNIDAD DEL NOVICIADO SS.CC.
No pretenden estas lineas referirse al campo en general, sino a un rincón cercano a Santiago, donde vivo desde hace cuatro años. A través de algunos rasgos rápidos, que dejan mucho afuera, quiero pintar un pequeño cuadro de este campo y su gente, con ei afán y la esperanza de ver más claro en nuestra actividad pastora!.
E
ste cuadro incluye la descripción del dia, pues el dia de campo es importante. La ciudad sólo tie- ne semanas, así como sólo tiene casas y calles, más que tierra y cielo. El tiempo cam- pesino todavía está hecho de dias, de dias que nacen y mueren como canciones, días completos y hermosos que crecen y decrecen como pe- queñas vidas.Se inicia un día cualquiera con el canto de los gallos que se responden unos a otros cada vez de más lejos, con la- dridos de perros en todos los tonos y timbres posibles, y con el mugido de las vacas que ya inician su andar acom- pasado, siempre solemne y elegante.
Nuestro camino, el pavi- mentado, se va llenando de bocinas que anuncian el pan de la ciudad, del ruido de los grandes camiones y del rodar de tractores en todos los sen- tidos.
Cerca de las 8 pasan apura- dos, a pie o en bicicleta, los trabajadores asalariados. Son trabajadores pobres, que tie- nen sueldos muy bajos. Mu-
chos de ellos no llegan a sa- car E 500 al día. La prosperi- dad actual del campo no exis- te para quienes trabajan directamente la tierra. Natu- ralmente no pueden organizar- se ni hacer huelga. Quedan a merced de la buena o mala vo- luntad de los patrones.
Vienen después los parce- leros. aquellos que recibieron sus títulos de dominio sobre ese pedazo de tierra que antes fuera asentamiento y que an- teriormente ellos trabajaron en la condición de inquilinos.
Al verlos hoy día, libres en sus decisiones, corriendo sí los riesgos de éstas, cons- cientes de su dignidad, pa- triarcas de familias numero- sas y respetadas, cuesta pen- sar que sólo ayer eran inquili- nos dependientes en todo de sus patrones y sin ser dueños de nada, ni siquiera de las ca- sas que habitaban.
¿Qué piensan estos parce- leros de esa época del inquili- naje? ¿Qué recuerdo hay de los antiguos patrones? Lds más antiguos inquilinos, diga- mos los "bisabuelos" (porque estamos frente a 4 generacio- nes por lo menos) guardan
buen recuerdo y cariñoso res- peto a los patrones "viejos".
Juntan la figura del patrón omnipotente, sabio, rico, cor- dial, con todo el contexto de una época añorada, en que se vivia pobremente, sin mayores libertades ni pretensiones, pero en la cual se comía bien y con tranquilidad.
Ha quedado grabada la es- tampa del señor que regalaba una vaquilla para una fiesta, de la patrona que repartía ju- guetes a los niños, de una ida al médico de noche en el auto del patrón. Todo eso se agra- dece y no se olvida.
Era además una época más calma, en que no era pensable este mundo de tensiones y violencias de hoy. En que la juventud se parecía mucho a la generación anterior y repe- tía indefinidamente los mis- mos esquemas.
Como me decía una señora anciana: "Mi mamá cantaba muy bonito. Una hermana suya tocaba el arpa; otros en casa tocaban la guitarra. Bai- lábamos cueca con harto pa- ñuelo. En un gran horno se po- nían empanadas bien grandes y tomábamos harto ponche. Y los jóvenes eran más serios que hoy día. La vida era más bonita antes, era de otra laya".
Al oír lo que se cuenta de antes, uno tiene la impresión de que recién ayer hubo un mundo muy diferente, muy hermoso, más armónico, mun-
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Las horas de los hombres demoran en pasar en el campo
do "de otra laya", definitiva- mente desaparecido, que es inútil añorar. Tenía sus injusti- cias objetivas. Patrones con tierras muy extensas y poco explotadas. Situación de de- pendencia del inquilino que hacía de él un verdadero sier- vo, pero ese mundo tenia su grandeza.
El patrón de hoy es diferen- te. Hay sobre todo un tipo de empresario progresista, dis- tante de la gente, acelerado y con el ceño arrugado por las deudas. Este no tiene la me- nor intención de ser padre de familia para los trabajadores, sino de sacar la máxima renta a la tierra que compró o man- tuvo con sacrificio. Es el due- ño de fundo que viene de San- tiago, rápido, eficiente, siem- pre de pasada por el campo.
Por su parte, los parcele- ros, en su mayoría abuelos, tienen una imagen diferente del patrón antiguo. Ellos se criaron como inquilinos, vie- ron a sus padres envejecer trabajando, para enriquecer al rico. Ellos mismos fueron a la escuela a pie pelado, y con los pies desnudos trabajaron en los potreros en tristes invier- nos.
Ya hombres, dieron la bata- lla de la Reforma Agraria, y ahora disfrutan de sus cose- chas y de su libertad, a pesar de lo exigente que resulta lle- var una parcela de siete hectá- reas y vivir solamente de ella.
Los hijos de estos parcele- ros, digamos los "papas" ac- tuales, van llenando el sitio fa- miliar con sus casas de made- ra. No tuvieron que luchar para la Reforma, conocieron una infancia mejor. Pero aho- ra son bastante dependientes de sus padres y encuentran harta dificultad para lograr al- gún trabajo afuera.
Pero sigamos con nuestro día. El comienzo de la mañana ha sido intenso. A las bicicle- tas y tractores se han ido agregando los camiones car- gados de coliflores, los gran- des bencineros que van a San- tiago, las camionetas de los dueños de fundo, el paso de los escolares rígidamente pei- nados y las señoras que ini- cian el lavar, el barrer y el co- cinar de cada día.
El resto de la mañana trae una calma relativa en que cada uno está en lo suyo, en su trabajo, con un zumbido confuso de colmena mientras
el día avanza. La tarde trans- currirá monótona y soñolien- ta. Las horas de los hombres demoran en pasar en el cam- po. Más rápido irán las de las mujeres, que apenas tendrán un respiro para dar una mira- da a la comedia y luego habrá que ir a buscar a los niños, Pronto los gritos de éstos lle- nan el aire a la salida de la escuela.
Al atardecer, el campo se pone particularmente bello.
Regresan los hombres con su cansancio a cuestas. Van al sagrado momento del "teci- to". Nada puede hacerse en la tarde sin pasar antes por este ceremonial reparador: lavarse y tomar el té.
En la noche, sólo quedarán los jóvenes paseándose por el camino en busca de la amis- tad, del canto, del amor, de la bebida o del "vuelo". Más tar- de, perros y queltehues harán la guardia nocturna hasta que los gallos tomen nuevamente el relevo al próximo amane- cer.
Tierra, familia y Dios
¿Qué ocurre por dentro de este campesino cuyo contex- to va cambiando tan rápida- mente?
Desde la salida del sol has- ta que empieza a declinar (to- davía le llaman bellamente a este momento "la oración"), el hombre está inclinado so- bre esa oscura materia porosa que es la tierra, mágico paño que contiene en su seno la vida, la vida toda, la vegetal y la animal a la que alimenta, y en definitiva también la espiri- tual. De la mañana a la tarde, el campesino sostiene con la madre tierra un duro diálogo, un abrazo que golpea, fatiga y alegra.
Tanto golpea, que inevita- blemente la gente dice, cuan- do muere un anciano: "Tenía que morir don Herminio; fue hombre muy trabajado'". Lo di- cen suponiendo que el trabajo va matando, aunque don Her-
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minio haya vivido hasta los 80 años rebosante de salud pre- cisamente por haber trabaja- do asi. Trabajo que también es fuente de alegría. Nada más desamparado que el cam- pesino enfermo; se va consu- miendo de tristeza.
La tierra, señora dura y difí- cil, amarra al hombre, pero también lo seduce. Es un ser viviente que tiene algo de divi- no. Es respetada, odiada y amada por el campesino en- cadenado. A tal pundo que el inquilino. transformado en propietario, ha tardado en to- mar conciencia de que la tie- rra es suya. Esto explica que algunos hayan vendido su par- cela por nada. Para ellos, la tierra era como el aire. Sobra- ba por todas partes y era siempre ajena. De ella co- mían, como quien hace suyo sólo el aire que respira, pero no pretende guardarse una re- serva propia de este elemen- to.-Se les ha criticado la falta de cultura y de responsabili- dad, pero hay que comprender que, después de siglos de su- misión, se les ha exigido dar un salto casi excesivo, propio de hombres libres y adultos.
Era normal que algunos caye- ran en la empresa. Más bien hay que admirarse de los que han salido adelante.
En torno a la tierra gira la familia entera. Los hijos ten- drán que buscar porvenir en otros lugares, pero seguirán atados a ella, aunque sea por recuerdos infantiles o porque, aquí, con sus altos y bajos, la vida familiar es vivida alegre- mente. Se necesitan unos a otros. Son apegados a la casa, sobre todo a la madre, eje y lazo de unión entre to- dos, depósito de la sabiduría y transmisora de la fe.
A pesar de este apego, el diálogo familiar no es fácil. La comunicación entre padres e hijos es extremadamente so- bria o inexistente. El padre de familia conserva su autoridad indiscutible y despótica. Tie-
ne el varón dos polos impor- tantes en su vida, ambos exte- riores al hogar: el trabajo, es- fuerzo que es la fuente de to- dos sus merecimientos; y el fútbol, merecido premio de to- dos sus esfuerzos. Nada n¡ na- die puede poner obstáculos a estas dos actividades sagra- das. Sólo la enfermedad hace aflorar un día expresiones de un cariño familiar muchas ve- ces oculto.
La mujer está muy someti- da. Sus posibilidades de desa- rrollo cultural y de autonomía son mínimas. Si supiera capa- citarse y ganar su propio dine- ro, seria más libre y podría de- fenderse de la agresión masculina.
Las relaciones entre ami- gos y familias contienen el amor y la amistad, la conver- sación y la risa, el juego y la
al potrero y en la tarde estarán bailando onda disco y rock al son de equipos ensordecedo- res.
El aburrimiento es su am- biente más habitual. Sus aspi- raciones pocas y más bien ocultas. Sus padres son auto- ridades temidas, pero no ejemplos que ellos desearán seguir. Es increíble las pocas posibilidades que tienen ae reflexión, de lectura, de expre- sión o de amistad profunda.
Cuando alguno de ellos tiene la experiencia de participar en un grupo juvenil con un míni- mo nivel de diálogo o en algún curso de formación, siente que se le abren horizontes hasta ahora inimaginables para él.
Para jóvenes y viejos, Dios sigue siendo un presupuesto indiscutible. Dudar de su exis-
"Una mañana podrán estar llevando las vacas al potrero y
en la tarde estarán bailando onda disco y rock..."
fiesta. Pero todo ello coexiste con muchas susceptibilida- des, rivalidades y desconfian- zas. Con todo, la solidaridad entre vecinos brota y se forta- lece en las grandes desgra- cias y en todo lo que pueda movilizar el sentimiento.
¿Qué ocurre con los jóve- nes?
Llevan vida anfibia, entre urbana y rural. Callados, tími- dos, a veces con un dejo de tristeza y soledad, cada día se van desar ligando más de tra- diciones, modos de vida y de la tierra misma. Trabajan la tierra sin entusiasmo y miran interesados las modas, los cantantes y las costumbres de Santiago. Una mañana po- drán estar llevando las vacas
tencia parece una insensatez.
La enseñanza de la Iglesia es aceptada como Palabra de Dios. La oración brota simple y concreta. El que estemos en manos de Dios es causa de confianza, pero también de fa- talismo.
También aquí parecería que nos asomamos a las fina- les de un cierto mundo que ya no vuelve. Está el respeto y la creencia, están las tradicio- nes en torno a la Virgen y los santos, la demanda de sacra- mentos, porque "hay que te- nerlos todos", pero, ¿hasta cuándo?
Como hay diferencias gran- des de mentalidad entre los
"abuelos" y los "padres", las hay mayores entre éstos y sus
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hijos. Ya no es tan claro que misas, sacramentos y proce- siones entren en el programa obligado de todos. Ya está le- jos el tiempo en que el patrón ponía el coloso para ir a la misión, y el padre misionero llegaba, como desde otro mundo, con su mensaje a la vez hermoso y temible.
El desafio pastoral
La situación campesina en evolución hace difícil una res- puesta pastoral unívoca. Exis- te el peligro de continuar repi- tiendo los esquemas clásicos frente a una religiosidad tradi- cional, por una parte, auténti-
hombre silencioso, parco y desconfiado desde siglos?
¿Qué oración? ¿Qué símbo- los? ¿Qué actitudes en su ho- gar y en su barrio?
No tenemos muchas res- puestas para todo esto.
Pero tenemos algunas con- vicciones ciertas. Una de ellas es que la cultura campesina como tal puede ser evangeli- zada. Todos recordamos el fa- moso párrafo de Pablo VI en Evangelü Nuntiandi: Evange- lizar, no de una manera deco- rativa, como un barniz superfi- cial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mis- mas raíces, la cultura y las culturas del hombre... El reino
"Es deseable que venga una generación de jóvenes sacerdotes que no se contente con reproducir la imagen de los
actuales sacerdotes..."
ca, y, por otra, suficiente toda- via para mantener por un tiem- po nuestras capillas llenas, pero no para siempre.
También sería un peligro echar por la borda esos ele- mentos religiosos que están en lo más central de la cultura campesina. Es verdad que no podemos contentarnos con la sola fe ciega "en Dios y la Vir- gen" y la asistencia a fiestas masivas en las que el huaso se siente en lo suyo. Pero tam- poco podemos aplicar nues- tros criterios racionalistas de cultura urbana y clerical fren- te al pensar concreto y realis- ta del hombre de campo.
¿Cómo ayudarlo a avanzar en inteligencia y vivencia de su fe, sin sacarlo de su cultu- ra, ya por lo tanto, de sus vi- vencias más profundas? ¿Qué comprensión de la fe hay que pedirle? ¿Qué experiencia co- munitaria es posible en este
que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profunda- mente vinculados a una cultu- ra, y la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas".
Confiamos básicamente en que hay un fondo de fe, depo- sitado por la primera evangeli- zación, que es válido. Cree- mos, por ejemplo, que hay una oración auténtica, a veces frente a imágenes que de al- gún modo representan lo divi- no y con las cuales se conver- sa de todas las necesidades humanas.
También parece legítima y justificada la demanda de sa- cramentos, a pesar de estar mezclada con muchos ele- mentos no cristianos. Por lo mismo, reconocemos corno valioso, por teoría y práctica, el intento que hacemos conti- nuamente de evangelizar la
vida a partir de la petición de sacramentos (Bautismo, Co- munión, Confirmación espe- cialmente).
En este contexto y para esas tareas se da el "cura"
actual, en general muy ocupa- do, pero contento y querido por su gente, Cada sacerdote acentúa diversos aspectos de su quehacer, dando origen a distintos tipos dentro de este molde general. Unos insisten primariamente en la adminis- tración de sacramentos, otros ponen más énfasis en la cate- quesis previa; los hay que se distinguen por la envergadura y eficiencia de las obras de promoción humanas (talleres, escuelas, policlínlcos). Algu- nos dan mucha participación al laicado y religiosas, otros trabajan más solos.
Me interesa destacar aquí sobre todo la diversidad en dos de estos "tipos". Hay un sacerdote más funcionario, preocupado de cumplir la to- talidad de los deberes apostó- licos, hombre de velocidades y reuniones. Logra estar en to- dos los rincones de su exten- sa parroquia campesina y acumula misas, confesiones y cursos, pero por lo mismo se mantiene lejano y poco alcan- zable.
El otro tipo de sacerdote acentúa la amistad con su gente, visita las familias, se esfuerza por ser un vecino más y por entrar en las preo- cupaciones cotidianas de la vida. Tal vez "hace" menos, pero evangeliza más profun- damente.
En el momento que está vi- viendo el campo, con una ju- ventud bastante desorienta- da, que se va encaminando hacía su propia "seculariza- ción", las funciones sacerdo- tales descritas, necesarias y legítimas, tal vez no sean sufi- cientes para impregnar de Evangelio todos los aspectos de la realidad campesina. Tal vez se requiere, además de lo anterior, un tipo de sacerdote
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RELIGIÓN
Resulta exigente llevar una parcela y vivir solo de ella
y una pastoral de mayor com- promiso con ia cultura campe- sina.
Es deseable que venga una generación de jóvenes sacer- dotes que nd se contente con reproducir la imagen de los actuales sacerdotes, que no se contente con reemplazarlos, sino que vaya buscando for- mas de estar presente de otro modo en esa realidad campe- sina. Concretamente en el tra- bajo del campo, como ya se hace en experiencias muy li- mitadas.
Tal vez en el pasado, la fi- gura del sacerdote obrero se presentó como algo excluyen- te y casi agresivo. ¿Qué incon- veniente puede haber en que, dentro de un equipo de dos sacerdotes, uno recoja sobre todo la demanda propiamente religiosa y lleve adelante una pastoral más catequético-sa- cramental. mientras el otro procura una pastoral comple- mentaria, más misionera, como trabajador agrícola?
Tener un grupo importante de sacerdotes trabajadores del campo no es un lujo, aun- que se entreguen menos sa- cramentos y se haga menos
catequesis. Es una posibili- dad de entrar de lleno en el lenguaje cultural del campesi- no, de traspasar sus defen- sas, sobre todo, de estar cer- ca de toda aquella parte de la juventud que ya no irá a la Iglesia espontáneamente.
No es necesario que se tra- te de un trabajo de toda la vida. Hasta podrían darse pa- peles intercambiables en un mismo equipo pastoral. Lo im- portante es mantener abierta esta posibilidad del trabajo sacerdotal, lo cual no sé si tie- ne suficiente cabida en la ac- tual formación de los semina- rios.
Este planteamiento no es nuevo, pero tal vez sea oportu- no reavivarlo en este momen- to que vive el campo. Mi im- presión es que el hombre cam- pesino no va a entrar más nu- meroso en un compromiso activo de fe hasta que sienta que la Iglesia ha entrado en su mundo, que esencialmente es el mundo del trabajo. Sobre todo en el futuro, en la medida en que se vayan esfumando los contornos de una religiosi- dad tradicional, cuya perma- nencia no está en absoluto asegurada para siempre, y
también en la medida en que se hagan más agudos los con- flictos del campo hoy día puestos en sordina.
Al mismo tiempo sería im- portante conservar de esa reli- giosidad cierta dimensión contemplativa, cierto hablar y rezar concreto, y un ritmo más cercano de la tierra y sus siembras, para evitar que ha- gamos sin más, del laico cam- pesino, el hombre acelerado, múltiple y eficiente de la ciu- dad.
En buenas cuentas, impor- ta mucho que la Iglesia del campo, mientras se hace me- nos ritualista y más cultivada, se haga también más orante, más humilde, acogedora de la Palabra y de la Gracia.
Deseamos una Iglesia que no se disperse en "prácticas"
que están ligadas a un tiempo y a modos de vida que van pa- sando, sino que, atenta a las formas del mundo que nace, y solidaria con los oprimidos del campo, sea misionera y a la vez contemplativa, una Igle- sia como ta Virgen, atenta a la voz de Dios que habla en los tiempos y también en el inte- rior del corazón, (m)
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