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A aquellas que sueñan con lo posible. Y lo consiguen.

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Academic year: 2022

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INTRODUCCIÓN

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A aquellas que sueñan con lo posible.

Y lo consiguen.

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PRIMERAS PALABRAS

«Si toda la literatura es una decla- ración de amor, los diarios son una desesperada declaración de amor».

Andrés Trapiello1

M

anuela Ballester amó por encima de todo. Pero no nos enga- ñemos, amar no es fácil. Y menos lo es aún cuando el mismo amor tiene varios destinos. La familia y la pintura fueron para Manuela Ballester sus más entusiastas devociones. A ella, a la disciplina pic- tórica, consagró la artista gran parte de su vida y, sin embargo, su obra espera todavía un merecido reconocimiento. Una producción labrada con tenaci- dad y esmero, que no estuvo exenta de dificultades. Ruy Renau recordaba que a pesar de todo su madre nunca renunció a pintar2. Por suerte, ya no es necesario que nos lo cuenten. Manuela Ballester, a lo largo de sus años en el exilio mexicano, se encargó, meticulosamente, casi con una disciplina sovié- tica, de registrar en sus diarios personales tanto su amor por la pintura y la familia como los obstáculos que entrañaba compaginar ambas dedicaciones.

Y es que podríamos decir que, en esencia, los diarios de Manuela Ba- llester reflexionan sobre la posibilidad de desempeñar, siendo mujer, el arte como profesión y, al mismo tiempo, tener hijos y formar un hogar3. Las pá- ginas en blanco del día a día dan la oportunidad de plasmar sin tapujos estas inquietudes. El cuaderno se convierte en un leal amigo con el que a modo de confesión «el diarista puede desembarazarse de sus emociones sin molestar a nadie, discretamente. […]. Se tiene un diario porque se ama la escritura, […] porque se necesita un refugio»4. Precisamente Manuela Ballester, que

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al parecer había albergado siempre un interés por recoger en papel sus pen- samientos al final de cada día, comenzó a escribir sus anotaciones de forma más o menos sistemática cuando, perdida la guerra civil española, inició su camino hacia el exilio. La incertidumbre de comenzar una nueva vida en un país desconocido para ella la incitó a anotar sus más íntimas elucubraciones.

Nos encontramos, por tanto, ante un diario íntimo, a pecho descubierto.

La escritura, a veces deslavazada, sirve a la artista para poner en palabras cada una de sus preocupaciones, de muy diversa índole. Igual tomaba nota de lo que había pintado o de una discusión familiar que de los gastos del hogar, de sus viajes y de lo que veía en ellos. Aunque no sólo. También de los acon- tecimientos políticos internacionales, de las reuniones de la intelectualidad de la diáspora republicana, de las personas que pasaban por su casa y de las cartas que enviaba. El resultado es un conglomerado de todo aquello que ha constituido el género del diario, visto a través del tamiz del estado de ánimo y los sentimientos5. Ofrecen un otro testimonio, lúcidamente enriquecedor, personal y subjetivo, de un periodo histórico muchas veces contado6 y de una familia cuyo apellido paterno, el de Renau –con quien la pintora contrajo matrimonio–, eclipsó por largo tiempo otras posibles narraciones familiares.

Pero la estructura del contenido de los diarios de Manuela Ballester no es excepcional. Ya otras escritoras de la época, como Zenobia Camprubí, constru- yeron su diario íntimo en torno a estas cuestiones: la economía, la correspon- dencia, los amigos, las compras o incluso los conciertos de la radio7. Nuestra pintora también prestó atención a la música que escuchaba y a los libros que adquiría y leía. Además, las pequeñas cuartillas rayadas supusieron para la ar- tista un modo de organización, una línea recta y directriz. Como Camprubí, anotaba lo realizado y las cosas aún por hacer, planteándose en muchas oca- siones exigentes horarios autoimpuestos que debían convertir a una jornada cualquiera en una sensación de satisfacción y éxito al final del día. Era para ella otra forma de disciplina. Y esta alcanzaba todos los niveles de su vida. El método constituía su antídoto contra el fracaso, profesional o personal.

Preocupaciones similares ocuparon parte del pensamiento de Rosa Cha- cel8. Las incógnitas sobre el desarrollo de su trayectoria, complicada sin la motivación y el empuje que la hicieran posible, asaltaron las notas de la

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escritora de igual modo que llenaron las páginas de los diarios de la artista, quien anotaba sus dudas en torno a sus formas de hacer en la pintura:

Jueves 14 septiembre. 1939 Ayer volví pronto. No compré libros ni me entretuve viendo escaparates. Llegué a casa y me puse a pintar. Trabajé todo el día intensamente. Estoy satisfecha, pero no de los resultados. Me sucede que o bien extiendo mi atención en muchas cosas o bien me limito a una sola, encerrándome en ella y no viendo más allá.

Por eso estoy haciendo ahora una pintura limitada, estrecha. Quiero conseguir algo diferente, aunque artificial, más jugoso y transparente, más vivo. Dudo ahora ante ampliar el aerógrafo o pintar calurosa y meticulosamente como los renacentistas. Tengo prejuicios aún de forma. Sin embargo, esta vez quiero ver si soy capaz de pintar con mis manos de esa manera. La próxima vez ya veré.

El cuestionamiento de la propia obra –y también de la profesión– es una constante en Manuela Ballester: «Ayer le dije a Renau que es menester que él sea el representante de la pintura española del siglo XX. Él y yo»9. El es- tilo, la técnica, los horarios de trabajo e inclusive los temas se entremezclan con otras inquietudes que contribuyen a una rutina en ocasiones inestable.

El repaso de la crítica política y el persistente anhelo de Valencia y España completan estas impresiones, testigos de una larga esperanza frustrada:

26 de febrero de 1948. Jueves, en México Querido amigo Carreño:

[…] El bosquejo que en tu carta haces sobre el aspecto pictórico […] de nuestra Valencia […], a pesar del señor Mateu y a pesar de que te faltan floreros de buen gusto, etc., etc., me trae un aire tan apacible, tranquilo y amable –¡amable, fíjate!–, tan amable como puede ser un vaso de agua cristalina en un mediodía caluroso y polvoriento, sobre todo polvoriento, [cuando] te encuentras medio muerto de sed.

Creo que comprendes que el vaso de agua lo veo ahí y el día caluroso y polvoriento es esto (en el clima artístico y en otros) y la que está medio muerta de sed soy yo. Tengo sed de tranquilidad, de saber qué hacer. Sed de tener un horizonte y ver el camino claro hasta él.

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No quiero echar del todo la culpa de mi actual desquiciamiento al […] aire que circula por estas latitudes. Son también los problemas domésticos en que actualmente estoy metida, cinco críos a quienes atender (dicho sea de paso, son lo que por ahora más me interesa).

La lucha diaria por el pan, lucha que, aunque cae de lleno sobre las espaldas de Pepe, trato de ayudarle a sobrellevar lo que puedo.

[…]. Las perspectivas de la vida, en general, y de la nuestra en particular, cada vez más confusas y ¡qué sé yo! Me pregunto si será que ya voy teniendo edad y con la edad el cansancio.

[…]

Con respecto a mi sed de tranquilidad me dice Pepe que de eso ya no vol- veré a encontrar más.

Y yo sueño. Valencia, el mar. Lo que conozco y quiero y que siempre fue tranquilo y amable.

Y a esto viene también que lo que fue ya no es y que me prepare a encontrar cambiadas hasta las piedras.

En fechas cercanas, aunque en un contexto distinto, Delhy Tejero tam- bién traía a la memoria la tierra patria durante sus frecuentes viajes10. De algún modo, atisbamos ciertas características comunes, compartidas, en los diarios de estas mujeres españolas, quienes practicaron un género literario históricamente poco apreciado. No es nuestra intención abordar aquí estas complejas cuestiones que otros han tratado en profundidad11, pero sí nos gustaría subrayar la contribución de los diarios de la pintora Manuela Balles- ter a la tradición diarística española y, en concreto, a la producción escrita por mujeres. Las lecturas son múltiples, como también esperamos que sean las in- terpretaciones y los estudios que, desde una necesaria mirada interdisciplinar, puedan desgranarse a raíz de los relatos que ofrece esta edición.

Catorce años, ni uno más ni uno menos, han sido guardados casi en se- creto en las páginas anotadas diariamente por Manuela Ballester. Una larga etapa imposible de encerrar en una única libreta, en un solo diario. De ma- nera que la artista atesoró durante este tiempo cinco cuidadosos cuadernos.

Dos de ellos pertenecen al tipo five year diary, encuadernados en piel y con letras doradas. Uno está engalanado con una greca de motivos vegetales

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sobre piel de color verde. Conserva un decorado broche con una cerradura, a la que debió corresponder una llave diminuta. Tiene, además, un título, Mile Stones, así escrito, en inglés y con palabras separadas, y que anuncia los hitos vitales –y, por supuesto, las cotidianeidades– que habían de ser preser- vados en sus hojas12. En su interior, el nombre de su propietaria no aparece en la acostumbrada página del reverso de la tapa en la que se inscribe «This Book Belongs to…». A esta cuartilla le sigue otra en la que se lee un poema13, bajo el mismo título que el diario y que hace referencia a las divertidas y esperadas experiencias de las jóvenes americanas de clase alta. Esto contrasta con las propias anotaciones de Manuela Ballester, una mujer adulta, artista, exiliada y madre que recogió su vida, perseverante y tenaz, entre 1944 y 1948.

Las páginas siguientes aparecen estampadas cada una con el día correspon- diente, January 1, y con cinco pequeños espacios segmentados que comien- zan por 19…, a la espera de que su autora los completara [Fig. 1].

El otro diario, rojo y algo más austero, posee, como el verde, un cierre seguro. En su interior se incluye el conocido poema –y letra del himno esta- dounidense–, The Star-Spangled Banner, de Francis Scott Key. Sus hojas man- tienen la misma estructura que el otro y sirvió a la artista para dar continuidad a sus pensamientos, una vez que el diario verde quedó agotado. Y aunque el libro rojo estaba destinado a guardar los recuerdos de cinco años, Ballester no se mostró tan rigurosa en sus minutos de recogimiento al final del día como lo había sido tiempo atrás. Estos registros, desde 1949 hasta 1953, son ahora vo- látiles, escuetos. A menudo las páginas de este volumen aparecen plagadas de espacios en blancos. A veces, anotaba lo ocurrido en el día de dos años distin- tos, el 25 de noviembre de 1949 y de 1951, que ella solía completar con el día de la semana: viernes, domingo. Otras, los nombres de los días surgen anotados en secciones sin vida, donde la artista parece haber tenido en algún instante la intención de escribir, pero sin éxito en cualquier caso [Fig. 2].

Quizás estas ausencias tengan una explicación. Y es que los otros tres diarios sirvieron a Manuela Ballester para ampliar minuciosamente aquellos pensamientos que excedían los límites de los reducidos apartados anuales que los five year diaries permitían. De modo que las libretas se solapan con los extensos diarios. Las dos primeras, de simples hojas rayadas, abarcan,

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una desde 1942 hasta 1945, y la otra los tres siguientes años. La tercera, que se extiende entre 1951 y 1953, está escrita en lo que parece un libro de cuentas y en su primera página reza «1951. Cuernavaca, México». Sobre esta doble actividad diarística daba cuenta la pintora:

15 de mayo de 1944. Lunes, Mixcoac Ahora que tengo un libro diario de categoría (que me regaló Renau) tomo todas las noches nota de los acontecimientos diarios, más o menos tontos. Allí [en el diario verde] no dispongo más que de 4 ó 5 líneas para cada día, no tengo más remedio que apuntar escuetamente los hechos, sin comentarios. Es posible que por la razón de tener que todos los días tomar nota allí de algo me apetezca hacer- lo aquí también, pero con comentarios (dudo de mi constancia).

Además, en estos modestos cuadernos han quedado reflejados numerosos listados, cuya misión organizativa entusiasmaba a nuestra artista. Listas de ropa para viajar, enumeraciones de gastos y cuentas, nóminas de cobros, índices de libros y música… Junto a las copias de las cartas, que incluía bajo el día correspondiente en las improvisadas libretas a modo de diarios. Todo quedaba registrado por Manuela Ballester.

Pero no siempre hubo libros bien compuestos y estructurados. La incerti- dumbre de los incipientes momentos se traduce en sus primeras anotaciones, capturadas en hojas sueltas y desordenadas desde 1939 a 1941:

México. Martes 6 de junio 1939 Renau se ha burlado un poco de mí al ver que comienzo un nuevo diario.

Me ha dicho, y tiene razón, que siempre estoy comenzando. He puesto fin a muy pocas cosas de las que he emprendido.

Pero hoy no trato de comenzar nada nuevo, sino que mi intención al abrir estas hojas es la de continuar tomando estas notas sobre un cuaderno más apro- piado en donde poder copiar también lo que tengo en hojas sueltas, desperdi- gadas y sin orden. […].

La partida hacia el exilio, experiencia precaria y agotadora donde las haya, inaugura los diarios de quien se propusiera cosechar sus vicisitudes personales, aunque no siempre supiera cómo hacerlo:

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Sobre el veendam. [Lunes] 15 mayo 1939 […] He tenido siempre la manía de una manera quizás artificial de escribir mi diario. He tenido también siempre una gran pereza de comenzar y he comen- zado muchas veces sin perseverar ninguna de ellas. He tomado nota de muchas fechas «históricas» para nosotros, he querido tomar, para «justificar» el princi- pio, algún acontecimiento importante en nuestra vida, pero todo ha parado sin comenzarse. A pesar de mi manía por la transcendencia, he dejado intranscen- dente muchas cosas que merecían anotarse. En este momento, sin embargo, no lo siento. Aunque sí que pesa mucho en mí la sensación del tiempo perdido. He perdido muchas oportunidades que podían llevarme o ayudarme, a construir- me, a definirme, a ser, en una palabra.

Con todo, la escritura del diario significó para Manuela Ballester una forma de desahogo, de expresar sus esperanzas, inquietudes y malestares.

Luego no se trata de una adolescente tomando nota de sus fantasías y deseos, como predijera el poema Mile Stones, sino de una mujer madura que tiene que crear otra vida en un país al que no pertenecía, pero al que aprendió a corresponder. Y, sin embargo, las circunstancias de la escritura de la artista guardan alguna relación con la tradicional práctica juvenil. Como sucediera en el siglo XIX francés, los diarios de nuestra pintora, al menos con seguri- dad uno de ellos, fueron obsequio de su marido, quien la alentó a consignar algo de lo ocurrido a lo largo de la jornada:

12 de mayo de 1944. Viernes Hoy me ha regalado Renau este diario. Es un regalo del día de las madres con dos días de retraso. Me obligó, desde hoy, a tomar nota diariamente de algún acontecimiento. […].

Ballester se encontraba a punto de cumplir treinta y seis años cuando recibió aquel regalo. Un regalo, por otra parte, destinado históricamente a jovencitas cuyas ideas y aspiraciones se pensaba que estaban áun por forjar- se y para las que las páginas en blanco de los diarios podían suponer una ayuda, siendo estas en ocasiones compartidas con familiares y amigas. En el caso de Manuela Ballester, aunque la posibilidad de un tutelaje nos parece

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inverosímil, desconocemos si, como en la sociedad aristocrática y burgue- sa de la Francia decimonónica, estas páginas pudieron ser leídas por otros en aquellos momentos14. De hecho, la artista entre las hojas sueltas de los primeros años anotó en una de ellas: «Aquí faltan páginas. No sé si estarán en algún otro cuaderno o me las habrá robado Renau, como tantas cartas y otras cosas».

No era un diario secreto, aunque a él se confiaran los pensamientos y experiencias más íntimas y privadas. Tampoco parece haber sido creado para su publicación. Lo que no quiere decir que la autora no escribiera para nadie. A veces se dirige a un vosotros un tanto misterioso, como cuando reprocha a la cosmética el haber conquistado los rostros sinceros y puros de las indígenas: «Yo os condeno y maldigo (bueno y qué, diréis vosotros).

Adelante»15. En otra entrada la artista parece también dirigirse a un posible lector: «Como podemos suponer cumplo hoy 44 años»16. Sea como fuere como poco Manuela Ballester escribía para ella misma. Para recordar al cabo de los años aquella que fue, «para ese yo diferente que se mirará en el diario con la misma perplejidad que miramos esas viejas fotografías en las que apenas nos reconocemos o en las que, aun reconociéndonos, nos encon- tramos ya muy lejanas sombras en el tiempo»17. Esta es la Manuela Ballester del exilio republicano español, aquella que pintó, que formó una familia numerosa y que convidó y hospedó, a veces a regañadientes, a quien se aso- mó a la puerta de su casa –allá donde estuviera en México–, abierta de par en par. Tantas fueron las personas que no recuerda todos sus nombres. La extenuación causada por las constantes visitas queda patente en las cuartillas de Ballester en las que con frecuencia añadió los apellidos de quienes tenía quejas. No por ello destruyó sus diarios.

Podemos definir los cuadernos de Ballester como íntimos y privados, incluso, indiscretos. Son la escritura de la insignificancia18. De la minucia de cumplir un horario, de cuidar a los niños, de supervisar sus deberes, de inculcarles el dibujo y la música, de enseñar a las criadas las tareas del hogar pero también la lectura y la escritura, de las discusiones matrimoniales, de las cartas enviadas, de los cobros realizados, de las letras dibujadas, de los cuadros pintados. Una intimidad constituida por la vida de la autora, por

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esa autobiografía que nos cuenta día a día y que se sitúa, de manera liminal, entre lo privado y lo público19. Lejos de adentrarnos aquí en esta compleja cuestión, la de la intimidad20, podemos decir que no sólo es un espacio, sino también una posición a través de la cual el sujeto se construye poco a poco, en este caso bajo la cláusula del calendario. La artista se pregunta sobre sí misma en relación a todos los aspectos de su existencia: política, maternal, profesional, artística.

Sobre el veendam. [Lunes] 15 mayo 1939 […] Verdaderamente me encuentro extraña y me siento exacerbada por todo lo que de misterioso ha habido siempre en mi carácter. Siento como un regusto sádico por hundirme, mejor dicho, por enredarme en mis mismas cosas; por hacer valer este caos, esto que tengo de anormal, de «antimarxista», por llamar- le de alguna manera (como tú [Renau] lo llamas).

Se trata de ser, ¡quiero ser!, pero… ¿cómo ser? ¿Qué razones pueden obli- garme a ser de una o de otra manera? ¿Se trata solamente de ser; de ser absolu- tamente como sea? ¿Se trata de ser de cierta manera? […]

En otros momentos Ballester también reflexiona sobre su carácter –que supuestamente por ser mujer debiera ser dulce y cariñoso– y sobre este para con los demás. Estos interrogantes, correspondientes en su mayoría a la pri- mera etapa del exilio, a ese estado de crisis del que la artista es consciente pero que no sabe cómo asumir, se intercalan con profundos sentimientos sobre el pasado y el futuro:

México. 2 junio 1939. Jueves […] Quisiera yo misma vivir «en vilo», ardiendo continuamente y despierta siempre, hasta que cobremos y venguemos todo lo que hay que cobrar y vengar, sin embargo, esta pasión, este deseo mío, no tiene aún expresión, no se refle- ja en mi voluntad material y en este momento ignoro si será bastante fuerte para animar, electrizar su acción. Esta es mi lucha, como siempre. Encontrar un acuerdo entre mi pasión interior tan potente y mi voluntad, mi acción tan acartonada. Desgraciadamente es mayor la conciencia que tengo de esta reali- dad que mi voluntad por cambiarla. Por eso todo se me queda siempre dentro.

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Así, lo íntimo lleva a lo público, y de la personalidad de Manuela Balles- ter saltamos a los acontecimientos políticos –y bélicos– del siglo XX, narra- dos entre las cotidianeidades de la rutina diaria:

8 de julio de 1950. Sábado, en Cuernavaca Pablito se ha levantado con fiebre. Yo a pesar de haberme acostado anoche tarde, he despertado temprano. Los coreanos del norte continúan avanzando, entre- tanto el mundo vendido al dólar se adhiere a las medidas yanquis, presiento que esto es el principio del fin. Por la noche he estado en casa de los Labiaga de baile.

Lo íntimo y lo público podrían parecer en estos ejemplos distantes. Todo lo contrario. Mientras que las apreciaciones sobre su personalidad podría- mos vincularlas al diario íntimo, por introspectivo, los comentarios sobre la política hacen también alusión a este «yo» que la artista narra y que podría corresponder más a un dietario de no ser por la apostilla: «presiento que esto es el principio del fin». Manuela Ballester retrata –género en el que por cierto fue una maestra– a un «yo» preocupado por las ideologías políticas casi al mismo nivel que las preocupaciones más triviales.

Cual voyeur asistimos, curiosos, al relato de una vida que fascinará a unos y decepcionará a otros. Como hemos dicho ya, lo intrascendente se mezcla con lo trascendente, lo privado con lo público, lo personal con lo político21, la vida de Ballester con la vida de Renau. En sus diarios la artista da cuenta de lo interminable de sus días, de su esfuerzo y sus problemas. Nos muestra a una mujer fuerte –a pesar de que a veces ella misma confiese que no tanto como le habría gustado– abriéndose camino entre el cansancio doméstico y el tedio anímico que, en ocasiones, la frenaban en el desarrollo de su trayectoria artística. Aun así, creó. Realizó una producción inmensa, parte de ella marcada por la subsistencia y el anonimato, ardua de rastrear y, en consecuencia, de poner en valor.

Insistamos algo más en este punto anteriormente enunciado, en el con- flicto de compaginar la figura de madre y artista. De ellas, de las artistas, poco se ha ocupado la historia, aunque afortunadamente son muchas las personas que desde hace décadas intentan extraer de los márgenes a estas

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habitantes olvidadas. Ser artista era –las Guerrilla Girls dirían que aún sigue siendo– una profesión de riesgo, una carrera de obstáculos. Los diarios de Manuela Ballester constituyen un ejemplo de estas dificultades. La materni- dad, como el calendario, representa un continuum en sus cuadernos diarís- ticos. Las faltas anotadas, las molestias del embarazo y los partos sirvieron a la autora para cuestionarse sobre el sacrificio y la demanda de esta expe- riencia. Con todo, fue una madre preocupada por sus hijos, desempeñando notablemente el papel del «ángel del hogar», tan prodigado entre las mujeres españolas, aunque sin dejar de lado sus ambiciones artísticas. Gran parte de ellas guardó relación con aspectos heredados de la tradición y educación femenina de su país natal. Y es que Ballester también amaba la costura. No en vano su madre era modista. Así, la artista entre arreglos de niños, pintar cuadros y pensar sobre política, dedicaba largos ratos del día a comprar te- las, a crear los figurines que luego cosía, a remendar prendas y a proyectar monografías sobre el traje español o mexicano.

No hemos puntualizado hasta ahora que Manuela Ballester nació en la capital del Turia. De ahí que la artista manejara fluidamente el valenciano, lengua que solía utilizar, al menos, con sus familiares. Pero no nos olvide- mos, el compromiso de Ballester con la causa republicana era sólido, tanto como una roca, inamovible. Y lo seguiría siendo a lo largo de los años, debi- do a ese amor por España que se le escapaba por los cuatro costados:

7 de junio de 1944. Miércoles […]. El lunes por la noche y hoy durante todo el día estaba más optimista. Fue la primera impresión de alegría por lo tan esperado. Pero en este momento, más serenamente y cuando ya se oyen las palabras lucha, bajas, movilización, etc., etc., se ve que es difícil y costoso y que aún la victoria está empapada de muerte, sangre y dolor. Me avergüenzo de encontrarme aquí abrigada y tranquila cuan- do pienso en los de allá, los que están y los que no están. Y pienso en España, en mi España. España, si a ti te hubieren salvado los que ahora piensan salvarse, cuánto menos dolor habría ahora sobre la humanidad entera.

Me trae malas intenciones el ver cómo ahora que les duele, los que antes los negaban, afirman ahora ciertos hechos que proclamaba mi España a viva voz empapada en sangre, rabia e impotencia.

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Y yo ahora no hago nada. Pero ¿qué puedo hacer?… No veo claro qué es lo que yo podría hacer eficazmente por la liberación de mi España, por la huma- nidad. […].

Probablemente por eso, como muchos de sus colegas refugiados, nunca perdió la esperanza de volver a aquella patria dejada atrás y especialmente de poner de nuevo los pies sobre las empedradas calles de Valencia. Una ciudad que tenía siempre en el pensamiento:

15 de junio de 1944. Lunes […] Yo he leído un rato algunos fragmentos de la Valencia de Azorín. De este libro me satisface más el ambiente general, el gusto de Valencia, que ciertos detalles de cosas y personas que él valora y que yo desde hace mucho tiempo tengo descalificados. Pero, en fin, no quiero juzgar definitivamente, pues reco- nozco mi desconocimiento de muchos de esos elementos. […]. Pero en general el libro me gusta, se me hace amable y hace vibrar las fibras de mis más recóndi- tos sentimientos. Expresa una Valencia, mi Valencia, que llevo yo en mi sangre.

Me siento yo representada en las mujeres que describe y siento que mi espíritu está formado por las mismas sensaciones que ahí expresa. Y leyendo quiero ser más valenciana, más exacta, más intensamente valenciana.

Presiento que yo en mi totalidad, o sea con los míos, lo que amo y poseo, he de significar algo para mi patria Valencia… Quiero que aun en una ínfima parte, por mí, se ame a Valencia. […].

Por este motivo la artista acostumbraba a mantener vivas las tradiciones, la gastronomía y la lengua de su tierra natal. De este modo, encontramos recurrentes referencias al rossejat y a otros manjares como el aigua civà y la horchata de chufas. Estos gestos, que tenían como objetivo el no olvidar, el sentirse como en casa, se extendieron más allá de los confines domésticos y se mantuvieron en la Casa Regional Valenciana, con sus fallas y todo. No sabe- mos exactamente entonces por qué la artista escribió los primeros siete años de sus diarios en castellano –a excepción de alguna carta que envió entonces a su madre–, quizás porque soñaba con regresar a España. La justificación, una o varias, podría dar lugar a ríos de tinta y todas ellas podrían acogerse al

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beneficio de la duda. Lo que sí es cierto es que en 1946, Manuela Ballester co- menzó a tomar la mayoría de sus anotaciones en valenciano22, expresadas con una ortografía y gramática –a veces incluso mostrando su fonética–23 oscilan- tes que, junto a la caligrafía manuscrita, retan hasta al más experimentado.

Cuando empezó a escribir las páginas en valenciano, la Segunda Gue- rra Mundial había llegado a su fin. Fue un duro golpe para los republicanos españoles, que, en pocas palabras, confiaban en que los aliados y las gestio- nes internacionales posteriores terminaran o como mínimo condenaran al régimen del dictador español. Pero no fue del todo así y volver no era fácil.

Puede que en este revés, que sin embargo no le robaría por completo la espe- ranza, Manuela Ballester decidiera vivir lo más valencianamente posible. Ya sabemos, en un intento de traer la montaña a Mahoma. Con todo, debemos señalar que este valencianismo fue conjugado con la cultura de aquel país que acogió a numerosos exiliados, de manera que los tamales y el atole se servían con frecuencia en la sala del hogar. También la artista admiraba los paisajes que México le ofrecía, aunque con un inevitable recuerdo del Levante español:

(No ha sido escrita) Mazatlán [15 de enero de 1946]

[…] Quisiera ser capaz de enviaros en estas líneas un poco de este ambiente. La [sic] que os habrá de gustar tanto como a mí.

Esta es la ciudad ideal para el que quiera vivir lejos del «mundanal ruido».

[…].

Hay también barrios bajos, barrios pobres, calles altas y sinuosas sobre los cerros con casas señoriales en ruinas sobre acantilados que dan vértigo y siem- pre todo solitario y en silencio, aunque siempre lleno todo del ruido del mar, del cual ya me había olvidado. […].

El sol se esconde en el mar, frente a nuestro balcón. Desde él hemos visto las más maravillosas y diferentes puestas de sol. Es un espectáculo que no dejo per- der hasta ahora ningún día. No es extraña mi obsesión por esto, es ahora casi la primera vez que he visto […] el juego directo del sol con el mar (de nuestro Medi- terráneo lo he visto salir tan pocas veces). Y surgen de él colores fantásticos y una ciudad iluminada por el sol a ras del horizonte, es también algo nuevo para mí.

Creo que sólo una o dos veces he visto así a mi Valencia […] al amanecer. […].

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Manuela Ballester escribió allí donde estuviera, incluso en los andamios, que para ella era el único lugar de alivio, donde nadie iba a buscarla24. Ya lo hemos comentado, tomó notas sobre su profesión, sobre las sofocantes tareas del hogar… Justamente la casa se convierte en un lugar desde el que reflexionar y desde el que anotar los acontecimientos del final del día. Al abrir los cuadernos encontramos una información variopinta que habla en primera persona de nombres y referencias y que guardan, en ese sentido, al- gunas similitudes con los documentos de un archivo25, aunque no debemos perder de vista que las escrituras del «yo» no son simplemente no-ficción.

Sus diarios, que han permanecido custodiados en los límites de lo domés- tico durante generaciones, nos ofrecen un relato individual de los procesos políticos y de las preocupaciones personales, de lo divino y lo humano, arti- culado en torno a la intendencia del hogar y los huecos libres que esta dejaba a la artista para su uso propio.

No nos extenderemos más. No seguiremos revelando en estas líneas las notas de esta artista que, durante el exilio mexicano, decidió dejar por escri- to, sin probablemente ser consciente de adónde llegarían, los sucesos de toda una vida. Sí. A pesar de que estas páginas constan solo de catorce años, la intensidad y acumulación de los eventos son tan relevantes como para atri- buirles dicha expresión. Sobrevivir al exilio, iniciar una nueva etapa, formar una familia numerosa, continuar la profesión artística, abrirse camino en un nuevo ámbito cultural o preocuparse por el avance del capitalismo son algunos de los asuntos que rondaban la cabeza de la artista valenciana. Pero lo mejor es que lean. Que lean y extraigan sus propias conclusiones. Solo haremos una última advertencia: sumergirnos en las páginas de estos diarios es ponerse en la piel de Manuela Ballester. Recrear su vida. Experimentar el exilio casi en primera persona. Es, en definitiva, habitar los días de una artista luchadora y tenaz, cuya vida fue excepcional.

Filadelfia, mayo de 2020

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MANUELA BALLESTER, ARTISTA LUCHADORA Y TENAZ

Los primeros años

C

orría el año 1928 cuando la afamada revista Blanco y Negro convo- có un concurso de carteles al que concurrieron renombradas figuras de la ilustración en España. Entre ellas se encontraba la pintora valencia- na Manuela Ballester. Su propuesta, moderna donde las hubiera, fascinó al jurado, que sin titubeos recomendó la compra de la obra. Este tímido y joven éxito auguraba una carrera artística prometedora que pronto se vería truncada por la guerra civil española y por la inminente salida hacia el exilio mexicano. Pero no adelantemos acontecimientos. Volveremos a este con- curso más adelante, puesto que es mencionado con frecuencia en la vida de Ballester, una artista que desde hace años viene suscitando un amplio interés. Con todo, a pesar de los esfuerzos realizados en los últimos tiem- pos para revalorizar su figura, la trayectoria de Ballester ha pasado muchas veces inadvertida y camuflada bajo la sombra del que fuera su marido, Josep Renau. De ahí, la necesidad de que estas páginas otorguen el lugar que Manuela Ballester merece a través de esta breve biografía, centrada especial- mente en la etapa del exilio en México por corresponder los diarios a este periodo. No sólo fue una de las integrantes de la llamada «generación valen- ciana de los treinta»1, sino también una comprometida artista en tiempos de guerra y una incansable pintora durante sus exilios mexicano y alemán.

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Veinte años antes de aquel concurso, el 17 de noviembre de 19082, na- cía en Valencia Manuela Ballester. Llegó al mundo como segunda hija del matrimonio formado por Antonio Ballester Aparicio (1884-1930), escultor y profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos –además de un con- cienciado católico que enviaba a sus hijos a escuchar misa–, y Rosa Vilaseca Oliver (1882-1976)3, modista y atea4. La pareja formó una familia numerosa, compuesta por Teresa (1907) –la hermana mayor, que permanecería en Es- paña tras la Guerra Civil–, la propia Manuela (1908) –a quienes sus fami- liares y amigos llamaban cariñosamente Manolita–, Antonio (1910) –Tonico, pintor y escultor, exiliado en 1946 en México–, Estanislao (1912) –Laíto, que falleció en un accidente durante la guerra–5, Rosa (1919) y Josefina (1925), sus hermanas menores –llamadas familiarmente Rosita y Fina– que la acompa- ñarían a México y que se dedicarían también al quehacer artístico, desta- cando más tarde en el grabado6.

No obstante, el espíritu librepensador de Antonio Ballester permitió que las niñas de la familia se formaran en la Institución para la Enseñanza de la Mujer de Valencia7, centro de educación femenina creado al calor de los ideales krausistas en 1888 –vigente hasta la guerra civil española– y que tenía por objetivos instruir y educar a la mujer en la cultura y la profesionaliza- ción8. Al mismo tiempo, desde niña Manuela Ballester visitó con frecuencia el taller de imaginería de su padre, situado en la calle Salvador de Valencia, por donde desfilaron un sinfín de artistas9. En aquel lugar la novel pinto- ra aprendió las principales destrezas artísticas, interesándose especialmente por el dibujo. De ahí, según afirma Francisco Agramunt, que su padre la matriculara en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde él impartía clases10. El 31 de agosto de 1923 Manuela Ballester presentó una hoja de ingreso para acceder a la Escuela, así como la solicitud de matrícula en las asignaturas de Paisaje, Perspectiva y Dibujo del antiguo11. Fue alumna de Ferrer Calatayud, Isidoro Garnelo, Francisco Paredes, Gonzalo Salvá, Ricardo Verde y de su padre12. Tras largos años de formación, de los que la- mentablemente no se conservan ni las papeletas de matrícula ni el expedien- te de estudios, se especializó en pintura y concretamente en el retrato, como denota el cuadro dedicado a sus hermanas pequeñas en Valencia en 1929 o

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el retrato de Rosa, también en la ciudad del Turia, en 1933. En dicho género ganó en la Escuela de Bellas Artes, en 1928, un premio de seiscientas pesetas, con las que su padre la animó a ver España y viajar a Madrid para visitar el Museo del Prado, donde contempló, entre otros, a Velázquez13. A pesar de que fue una de las primeras mujeres que por entonces ingresó en la Escuela de San Carlos, su estancia allí, según relataba la artista años después, no fue particularmente distinta de la de sus compañeros: «Éramos cuatro o cinco.

Los profesores eran buenos con nosotras, pero los bedeles se metían con no- sotras. Yo siempre he sido dueña de mí. Mi madre era modista y se ganaba la vida. Yo no sentía el problema, ese complejo ante los hombres. Cada uno tiene su función»14. En San Carlos coincidió con muchos de los artistas que protagonizarían la escena vanguardista valenciana y, posteriormente, tam- bién la española, como fueron Francisco Carreño, Francisco Badía o Rafael Pérez Contel, entre otros, además de conocer a los que serían su marido, Josep Renau, y su cuñado, Juan Renau, amigos todos ellos de su hermano Tonico, quien también cursaba estudios en el mismo centro.

Terminada su formación, Manuela Ballester se aventuró a ocupar su espacio en la esfera pública y, poco a poco, fue presentando sus trabajos a certámenes y exposiciones. Su presencia se hizo palpable en un primer momento gracias a su dedicación a las artes gráficas, medio por el que los artistas generalmente se hacían un hueco en el panorama cultural nacional. De este modo, colaboró con el taller de fotograbado Estanislao Vilaseca15 y en 1928 fue partícipe del citado concurso de carteles celebrado por la revista Blanco y Negro. Aunque los galardonados fueron Antonio Vercher y Salvador Bartolozzi, el jurado sugirió la compra de una de las obras de la artista valenciana, el cual fue utilizado como portada de la citada publicación para el número 2005 del 20 de octubre de 192916. En ella queda manifiesta la influencia del art decó, al tiempo que también puede apreciarse, según algunas investigadoras, el uso pionero del aerógrafo17. Ese mismo año su mérito artístico comenzó a ser reconocido, pues recibió el tercer accésit en el Concurso de Carteles de su Obra Maternal, celebrado por la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros de Madrid18.

Años más tarde, parece ser que Manuela Ballester logró el segundo premio en el concurso de carteles del Patronato Nacional de Turismo de 193519.

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La colaboración de Ballester en revistas y editoriales sería una constante en su carrera. La joven artista realizó la portada de Estudios. Revista ecléctica, correspondiente al número 112 de diciembre de 1932 –de la que hay quien piensa que originalmente sería un encargo para Renau que finalmente acabó realizando Ballester–20, llevó a cabo los fotomontajes Una madre en defensa de sus hijos –que acompañó de un artículo– y Las instituciones armadas cui- dan de que no sea perturbada la tranquilidad de las «gentes de orden» para los números 8 y 16 de la revista Orto. Revista de documentación social en octubre de 1932 y septiembre de 1933 respectivamente21, y creó algunas cabeceras para cuentos en la revista gráfica Crónica bajo la firma de «MB»22. Asimismo, hacia la mitad de los años treinta, probablemente debido a la influencia de su madre, a la educación recibida en España y a sus propios intereses23, Ma- nuela Ballester creó figurines de moda para portadas del suplemento mensual gratuito Labores y Modas, perteneciente a la publicación Novela con premio.

Revista del hogar, editada en Valencia24 y para la que quizás le ayudara su hermana Rosa Ballester25. En el ámbito editorial realizó ilustraciones para varios libros, a saber, La novela d’una novela de Francesc Almela i Vives, pu- blicada en Valencia por Nostra Novela en 1930; el cuento infantil El castillo de la verdad de Herminia Zur Mühlen –que incluye los cuentos «La bandera»,

«La valla» y «Los tres amigos»– aparecido en la madrileña editorial Cenit un año después; 10 novelistas americanos (compilación y prefacio de J. G. Gorkin) de la Editorial Zeus (1932); La perla que naixque en lo fang de Lleó Agulló Puchau, texto aparecido en Lo Rat Penat en Valencia en 193426, y Seisdedos.

Tragedia campesina. Cuatro cuadros en poesía (1934) de Pascual Pla y Beltrán, publicado por la UEAP en Valencia en una corta tirada de 140 ejemplares y para el que la artista realizó un retrato de su autor. Uno de sus mayores logros en el ámbito editorial se produjo en 1930, al ganar el concurso convocado por la editorial Cenit para realizar la portada de la novela Babbitt de Sinclair Lewis. La prensa afirmó: «Babbitt, una gran portada de Manuela Ballester, primer premio del concurso convocado por Cenit para esta obra»27. Al mis- mo tiempo, La semana gráfica destacó la importancia de tal galardón en la carrera de la artista: «La señorita Manolita Ballester, joven pintora valenciana, da el primer paso firme en su carrera artística». Y continuaba diciendo:

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No se agota la raza, esta nuestra raza valenciana de artistas, sino que, al contra- rio, cada día define y afianza más su estirpe. Ayer Renau, casi un niño, triun- fador en Madrid con su exposición de dibujos admirables, y hoy esta dulce y bella Manolita Ballester, aventajada discípula de la Academia de Bellas Artes, cuyo nombre suena en el mundo del arte por vez primera pregonado por los clarines del éxito. Esta joven artista acaba de alcanzar el primer premio en el concurso de portadas abierto por la editorial Zenit [sic] para elegir la destina- da a la novela Babbitt, de Sinclair Levis [sic]. Acudieron al citado concurso los más renombrados dibujantes españoles, que han sido en esta ocasión vencidos en franca lid por el arte de Manolita Ballester. La importancia del concurso la señala el hecho de que el segundo premio ha sido otorgado a Penagos. Nuestra enhorabuena a la joven artista por este primer triunfo que de manera tan clara define su personalidad28.

Ballester participó también en uno de los eventos más relevantes para el ámbito artístico valenciano. El deseo de experimentar y adherirse a las nue- vas corrientes estéticas y a los nuevos movimientos había llegado a la capital levantina, donde la Sala Blava se convertiría en punto de encuentro de estas inquietudes. En ella, creada en 1929, se fundó más tarde el movimiento Acció d’Art y allí se dio cita la generación más joven de artistas valencianos de aquellos años. A sus fundadores –José Sabina, Antonio Vercher, Genaro Lahuerta, Francisco Carreño, Josep Renau, Tonico Ballester o Pérez Contel, entre otros– se unieron artistas como Manuela Ballester, Juan Renau o Ma- ría Luisa Palop. En el manifiesto artístico que redactaron sus integrantes, expresaron:

Nosotros, la gente de la generación nueva que ya es consciente, vivimos en un medio ambiente que nos envuelve y deja huella en todas nuestras actividades intelectuales y buscamos tan sólo una fraternidad en el ambiente, que para todos es el mismo. Queremos que el arte nos enseñe la fisonomía moral de una época, de un individuo, de un momento, más que la apariencia material, que nada nos interesa, ni nunca ni a nadie interesó ni emocionó más allá de la sen- sibilidad epidérmica de los sentidos29.

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Aunque Manuela Ballester se sintió atraída por estas tendencias más in- novadoras, la artista valenciana no dejó de admirar la pintura de su paisano Joaquín Sorolla. Su gusto por el luminismo ha llevado a algunos investiga- dores a afirmar que Ballester participó en la Exposición de arte de Levante de 192930. La muestra, auspiciada por el Patronato Nacional de Turismo, de carácter permanente e instalada en el Palacio de la Corporación Municipal, llamó la atención por «el concurso de la mujer, representado por la hija del gran maestro Sorolla, María, que muestra su temperamento pujante». Junto a ella tuvieron presencia otras artistas, como María Labrandero, «escultora de claro renombre, y las pintoras Luisa Botet, María Luisa Palop, Conchita [sic] Berenguer y Concha Sánchez de Morán»31. Ante tal expectación, cabría pensar que si Manuela Ballester hubiera mostrado sus obras en dicho foro, su nombre habría quedado también reflejado en la prensa. Sea como fuere, Josep Renau, cuyo padre había participado en la citada muestra, reaccionó publi- cando en la prensa su texto «A raíz de la Exposición de Arte de Levante», un manifiesto que abogaba por el arte actual comprometido con la sociedad32.

Un año después de la fundación de la Sala Blava se celebró la Exposició de pin- tura, escultura i dibuix, al calor de la Agrupación Valencianista Republicana33 con obras de Josep Renau, Manuela Ballester, Carreño, Pérez Contel, Tonico Ballester y Francisco Badía. Igualmente, Ballester intervino, junto a casi cin- co decenas de artistas, en la Exposición de arte novecentista, patrocinada por el Ateneo Mercantil de Valencia y organizada por la Sociedad de Artistas Ibéri- cos (SAI), celebrada entre el 14 de febrero y el 6 de marzo de 193234.

En cuanto a su vida personal, Manuela Ballester inició, hacia 1930, su relación con el que fuera uno de sus compañeros de estudios en la Escuela de San Carlos, Josep Renau. La artista rememora en sus diarios este comienzo:

«Hoy, 10 de enero, hace años que Renau me habló de amor por primera vez, no recuerdo si fue el año 1929 o 1930» (p. 225). Por entonces, el joven cartelis- ta, que también comenzaba a triunfar en Madrid y en Valencia, dedicó a la artista dos libros de poemas ilustrados: Estrellamar e Intento de amanecer 35.

Renau se sintió atraído por la prometedora pintora, de la que su futuro cu- ñado, Juan Renau, diría más tarde cuando recordaba la fiesta de moros y cristianos durante su niñez en la capital levantina:

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Pepito está dispuesto a divertirse en serio. Ya tiene relaciones con Manuela Ballester, una chica pintora discípula de mi padre, espigada y rubia, de andares arrogantes y clara inteligencia. Mi hermano nos pasa la consigna: «Mientras estemos en el pueblo no tengo novia, ¿entendido?». En Fontanares hay varias muchachas que valen la pena y, la verdad…36

Una relación que devendría en matrimonio poco tiempo después, el 29 de septiembre de 1932, y al que seguiría el nacimiento de su primer hijo, Ruy, el mismo día que Renau cumplía 27 primaveras, el 17 de mayo de 1934. Ese año, Manuela Ballester pintó un retrato al óleo titulado José Renau en el que incluyó la inscripción: «pintado por su mujer, Valencia, 1934»37. Respecto a su boda el propio Renau recordó en una ocasión el motivo de su casamiento:

Me obligaron a casarme. Los camaradas me obligaron al matrimonio. Enton- ces el Partido salía a la luz –parcialmente, claro– y me dijeron: «Renau, noso- tros lo comprendemos, pero creemos que debes casarte. Tú eres una figura pública en Valencia y todo el mundo conoce que eres una jerarquía en el Par- tido. Tienes que casarte. Sólo por dar ejemplo de orden y disciplina de vida».

Yo vivía con mi mujer, que había sido una católica ferviente, hasta que puso el fervor en el comunismo. […]38.

Instalados en una pequeña casa de la calle Flora, la creación de una fami- lia, de la que Ruy era tan sólo el comienzo, supuso un importante cambio en la vida de la artista valenciana39. Pero esto no impidió que continuara desarrollándose profesionalmente y que cumpliera con su compromiso polí- tico adquirido. Ya en 1931 Renau se había afiliado al Partido Comunista de España (PCE), convencido de la necesidad de aunar arte y vida y de crear un arte para el pueblo. No tardaría tampoco en hacerlo Manuela Balles- ter, quien comulgó con los mismos ideales, los cuales le habían llevado a participar en las mencionadas revistas, Estudios y Orto, ambas de carácter anarquista. Asimismo, Ballester formó parte de la Unión de Escritores y Artistas Proletarios40, fundada por Renau en 1932 y vinculada a la francesa

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Association des Écrivains et Artistes Révolutionaires41, y de la Alianza de Intelectuales por la Defensa de la Cultura, de la que la revista Nueva Cultura se convertiría en 1937 en su órgano de difusión42. Como veremos más ade- lante, y según expresa Ballester en las páginas de los diarios aquí editados, el sentir comunista –y republicano– perduraría durante su posterior exilio en México, manifestado en sus constantes preocupaciones por la paulatina conquista internacional del capitalismo.

Tiempos bélicos

E

l estallido de la guerra civil española cercenó los progresos que la España de comienzos del siglo XX había ido desarrollando en su propósito de lograr un país acorde a los tiempos que le tocaba vivir. La ansiada y lograda moder- nidad, científica e intelectual, se vio también afectada por el levantamiento de 1936, obligando a muchos y muchas a tomar parte en el conflicto bélico y, posteriormente, abocándolos al exilio. El matrimonio Renau-Ballester no fue ajeno a esta situación. Muy al contrario, se implicó por completo en las labores de defensa de la cultura, siendo Josep Renau nombrado director general de Bellas Artes y director de Propaganda Gráfica del Comisaria- do General del Estado Mayor Central43. Por su parte, Manuela Ballester intervino en diferentes labores de apoyo al Frente Popular44. Además de las actividades que se detallan a continuación, la artista valenciana participó, según Francisco Agramunt, «en asambleas y pronunció mítines en defensa de la causa republicana». A ello habría que añadir:

[…], una intensa labor como dibujante […] en la Sección de Prensa y Propa- ganda del Comisariado General del Ejército de Tierra […] [y] colaboró con su marido José Renau […] en las tareas organizativas del Pabellón Español en la Exposición Internacional de París de 193745 y en la selección de los artistas españoles que participaron en él. También participó activamente en la organi- zación del Segundo Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura que se celebró en junio de ese mismo año en el Ayuntamiento de Valencia46.

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La primera de las labores que llevó a cabo Manuela Ballester a favor de la República fue la realización del cartel ¡Votad al Frente Popular!: Para de- volver a sus familias a los 30.000 presos… Por entonces el cartelismo ofrecía la posibilidad de difundir ampliamente y de mostrar con imágenes la situación política del momento, del ejército republicano y del pueblo español. Se con- virtió además en un ámbito en que los artistas como José Bardasano, Ramón Puyol, Josep Renau, Arturo Ballester o García Escribà, entre otros47, podían contribuir y experimentar. Así, se inspiraron en momentos históricos previos, como la revolución soviética, y se dejaron influir por la publicidad comercial europea identificada aún con el art decó. Algunos siguieron la estética de los carteles nazis, otros optaron por los recursos propiamente pictóricos y los más modernos incorporaron las innovaciones actuales, como hicieran Josep Renau y Manuela Ballester a través del fotomontaje, investigado previamente en el contexto europeo por John Heartfield o George Grosz.

Sin embargo, no fueron muchas las artistas que destacaron en la realiza- ción de carteles durante el conflicto armado. Algunas de las que participa- rían de esta actividad fueron Juana Francisca Rubio –que realizó relevantes carteles tanto en solitario como en colaboración con su marido, el pintor José Bardasano–48 y Alma Tapia, quien creó en 1938 el afiche Alistaos en las milicias aragonesas 49. Pero, como decíamos, en tiempos prebélicos, en febre- ro de 1936, Manuela Ballester llevó a cabo el mencionado cartel para pro- mover el voto a favor del Frente Popular en las elecciones del citado año50.

En él la valenciana representó a una mujer que, con su hijo en brazos51, se deshacía de los sectores reaccionarios de la sociedad –la nobleza y la iglesia, dibujados en colores negros– que juzgan injustamente y pisotean a las clases medias y vulnerables, para acercarse al Frente Popular –conformado en rojo por las secciones de la izquierda– y entregar su voto al mismo. El comentado cartel fue reproducido también en la revista Nueva Cultura número 10 bis de febrero de 1936, junto a un texto que decía:

¡No quieren que se escape! Al olor de las elecciones han salido de sus gua- ridas a cazar el voto. Don dinero manda y no Dios. La vieja beata, saco de superstición imbuida por el cura, toma sañuda parte en la tarea. El cura,

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bien pagado, dice «¡Si votas al Frente Popular irás al infierno!». Pero la mujer ha visto claro que el infierno es lo que ellos tratan de ocultar bajo sus botas:

hambre, miseria, cárceles, horca, hogares destruidos, masacres… ¡No y mil veces no!, dice ella. Mi Voto para el Frente Popular que traerá la tranquilidad para los míos52.

Ballester también colaboró en esta misma revista, que creó y dirigió su marido. La publicación, titulada Nueva Cultura. Información, crítica y orientación intelectual, tenía por objetivo «la creación de un frente de lucha ideológica contra el fascismo»53. El propio Josep Renau, en las líneas que posteriormente escribiera para la edición facsímil de la revista, explicó el origen del título: «es la expresión literal de toda una cadena de decepciones juveniles, y el mismo hecho de que apareciera en Valencia, mi tierra natal, constituyó el último eslabón de esa cadena»54. En ese mismo texto, el artis- ta detalló el surgimiento de la publicación, nacida al calor de un pequeño grupo de comunistas valencianos que desde el año 1926 venían compar- tiendo ideas, lecturas y opiniones, y entre los que se encontraban Francisco Carreño y Manuela Ballester. La creación del primer número, según cuenta Renau, fue toda una proeza, ya que «la tuve que confeccionar prácticamente solo», decía el artista. Y continuaba:

Apenas si logré sacarle, casi con fórceps, a Ángel Gaos, el Índice de la prensa española, que figura en las páginas 1-2. Por lo demás, el lector mismo compro- bará que de las ocho páginas de que consta el número, la mitad se compone de trabajos tomados de revistas extranjeras, alguno de los cuales yo mismo traduje.

El único miembro del grupo que me sostuvo, y no del todo, fue Manuela Ballester, ya mi compañera, cuya crítica sin ambajes [sic] me ayudó mucho a mejorar la editorial de este incipiente y desolado primer número que, con todo, se agotó con rapidez inesperada55.

Renau no especifica a qué se refiere cuando dice «no del todo», pero sin duda Ballester fue un apoyo esencial en la creación y pervivencia de la revis- ta. De hecho, ella misma se incluye al recordar en sus diarios la trayectoria de Renau, señalando el esfuerzo que supusieron «el trabajo político y Nueva

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Cultura que tanto dinero, inquietud y disgustos nos costó, aunque también alguna satisfacción» (p. 302). La artista contribuyó a esta publicación con escritos, dibujos y fotomontajes. En primer lugar, redactó los textos titulados

«Crítica de libros: César M. Arconada, Reparto de tierras» (n. 3, marzo de 1935, pp. 4-5), «Mujeres intelectuales» (n. 5, junio-julio de 1935, p. 15)56, «Crí- tica de libros: Pla y Beltrán, Voz de la tierra» (n. 6, agosto-septiembre de 1935, p. 15), y para los ejemplares Nueva Cultura para el Campo escribió «El trabajo de la mujer en el campo» (n. 1, 1936, p. 4), «Por qué y para qué constituir en los pueblos comités de mujeres antifascistas» (n. 2, 31 de diciembre de 1936, p.

2) y «Derecho a la tierra» (n. 3, 31 de enero de 1937, p. 6). En segundo lugar, Ballester realizó dibujos para los números 3 y 11. Así, retrató a la escritora revolucionaria china Din-Lin (n. 3, marzo de 1935, p. 14), que en mayo de 1933 había sido detenida, secuestrada, torturada y asesinada por el régimen nacionalista chino. Poco después representó a Aida Lafuente (n. 11, marzo- abril de 1936, p. 19), militante comunista asturiana que sacrificó su vida en la revolución de octubre de 1934. El dibujo, que sirve de acompañamiento a la «Elegía a Aida Lafuente» del poeta –y también comunista– Pascual Pla y Beltrán, representa el rostro de la mártir revolucionaria junto a su fusil en el momento que es abatida. Por último, la artista valenciana también llevó a cabo fotomontajes para Nueva Cultura. Los del número 9 cabalgan entre la fantasía y el realismo y ponen en imágenes la historia, perteneciente a la tradición oral rusa y traducida por Renau, de «El viejo inspector de la vida», que cuenta los orígenes del socialismo a modo de parábola. Las imágenes escenifican diferentes momentos de la historia. Por un lado, el largo cami- no de Tuta Temdachov hasta la casa de Betal Kalmykov –para contarle las carencias y errores que ha visto en las aldeas– y, por otro, la conversación te- lefónica en casa de Kalmykov entre este y Stalin en presencia del viejo Tuta.

También creó un fotomontaje para el texto «Por qué y para qué constituir en los pueblos comités de mujeres antifascistas» que ella misma escribió para Nueva Cultura para el Campo (n. 2, 31 de diciembre de 1936, p. 2).

En este marco político y bélico, Ballester había entrado a formar parte de la filial en Valencia de la Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA), creada en 1933, inspirada por el PCE y de carácter multipartidista57. A ella

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pertenecían relevantes mujeres intelectuales y del mundo de la política, a saber, Dolores Ibárruri, Victoria Kent, Emilia Elías, Encarnación Fuyola, Matilde Cantos o Aurora Arroyo. Los principales objetivos de la AMA con- sistían en organizar a las mujeres contra el fascismo –por ser, además de opresor, patriarcal–; proporcionar facilidades profesionales y técnicas a tra- vés de talleres, escuelas y el aprendizaje de oficios, y prestar apoyo incondi- cional al gobierno republicano y su ejército, incluso con labores asistenciales.

La identificación de la AMA con la izquierda política llevó a la agrupación a hacer de la URSS un modelo a seguir, tal y como expusieron en su discurso pronunciado el 11 de octubre de 1937 en Madrid58.

Esta devoción por las prácticas y formas soviéticas quedó manifestada no sólo en aquel discurso, sino también en otras publicaciones del momento.

La filial de la AMA en Valencia creó su propio órgano de expresión bajo las directrices de Manuela Ballester, convencida de la necesidad de inculcar en las mujeres un compromiso de lucha y de apoyo al bando republicano. De este modo, nació la revista Pasionaria. Revista de las mujeres antifascistas de Valencia, en la que colaboraron las artistas Elisa Piqueras y Amparo Muñoz Montoro59. La revista Crónica, en su número 382, relataba el comienzo de esta nueva publicación y la calificaba de «bella obra cultural». Asimismo, recogía palabras de su directora, en las que expresaba:

Nuestra Revista responde a las necesidades vitales más hondas de la mujer española en los momentos en que nuestra patria se reconstruye afanosamente en medio de los horrores de una cruentísima guerra civil. Nada hemos querido eliminar de sus páginas, en tanto tenga relación con el trabajo, la lucha, las angustias y las esperanzas de la mujer en esta hora. Aspiramos a que todos los problemas que nos incumben queden planteados en la revista con toda clari- dad, para orientación de las mujeres y para la justa solución de los mismos60.

El 3 de octubre de 1936 salía a la luz el primer número de la publicación, donde se hacía constar el homenaje que la revista dedicaba a la líder femenina del PCE, Dolores Ibárruri la Pasionaria 61. Tan sólo veinte días más tarde, aparecía el segundo número, redactado y administrado en la calle Cadirers 13

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de Valencia, antes de que la capital del gobierno republicano fuera trasladada allí, cambiando su sede a partir del número 8 al 38 de la calle Paz62. Estuvo dirigida a las mujeres, a quienes se alentaba a ser partícipe de la lucha:

¡Es menester que la campesina trabaje consciente de que su esfuerzo contribuye a ganar la guerra!

¡Es menester que la obrera trabaje consciente de que su trabajo sirve para más pronto aplastar al enemigo!

¡Es menester que la mujer de su casa, calle y aguante todos los inconvenien- tes del momento, en consideración al sacrificio que la guerra exige de todos!63 Consignas como «¡Es preferible ser viudas de héroes que esposas de mi- serables!» motivaban a las mujeres a cooperar con la causa republicana y a animar a sus maridos e hijos a luchar a favor del Frente Popular. Con esta misma intención se incluyó la «Canción de la madre proletaria», con letra de Pla y Beltrán e ilustrada por quien posteriormente se convertiría en la cuñada de Ballester, la artista valenciana Elisa Piqueras Lozano, casada con Juan Renau. Igualmente, la revista, que también tenía como ejemplo a las mujeres de las URSS, ponía en valor las acciones y métodos llevados a cabo por estas, aplaudiendo los envíos que la potencia rusa hacía a España, la conciencia de practicar deporte para tener un cuerpo sano y así servir a la humanidad, o las actividades de «nuestras hermanas de la URSS»64. La revista funcionaba también como un medio de conocimiento sobre consejos prácticos y útiles durante el conflicto bélico, agrupados en la sección «El rincón de las madres», donde se explicaba, por ejemplo «Cómo hacer un mono práctico», cómo conservar pescado y carne, y cómo realizar un menú en tiempos de guerra.

Finalmente, animaba a las mujeres a participar en la publicación:

Compañeras: vuestra ayuda para nuestro periódico es muy necesaria. Debéis esforzaros por propagar y difundir nuestra revista. El beneficio económico es fundamental en todo, más aún en el caso de nuestro periódico, que no tiene más medio de sostenimiento que el producto de su venta. Pero no es esta solo la ayuda que necesitamos. Queremos vuestra colaboración, queremos que vues- tros problemas y aspiraciones se reflejen en las páginas de Pasionaria. Debéis

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hacerlo porque interesa a todas y lo necesita la causa que defendemos. ¡Que cada pueblo envíe su colaboración! Lo mejor que puede publicar nuestro perió- dico, es lo que vosotras hacéis y pensáis en estos momentos trágicos de guerra civil por la victoria antifascista65.

Sin embargo, parece ser que la revista no fue realizada únicamente por Manuela Ballester, quien además de ejercer la función de directora llevó a cabo algunos dibujos para la publicación66. Según recuerda su hermana Rosa, ella y su amiga Paz Azzati también participaron en su creación:

[Era] una revista semanal que publicaban las mujeres antifascistas en Valencia.

Y como justamente Manuela, que era mi hermana, mi… y Pilar Solera (creo, o Carmen Solera, no recuerdo bien), la estaban haciendo, tuvieron que hacer otro trabajo; entonces nos pusieron a nosotras a que la formáramos y que la hici… y a… aprendimos con ellas, ¿ves? Eran las mujeres antifascistas67.

La revista tuvo una amplia difusión, especialmente dentro de los círculos de izquierdas y del PCE. Y es que Manuela Ballester estuvo muy implicada en las labores que la sección femenina del Partido llevaba a cabo en Valencia.

Por ello, no es de extrañar que la artista se involucrara en la Escuela Feme- nina Lina Ódena68, creada a comienzos de 1937 –poco tiempo antes de que Ballester diera a luz a su segunda hija, Julia (o Julieta, como solían llamarla) el 23 de marzo de ese mismo año–, con el objetivo de ofrecer instrucción básica a aquellas mujeres que lo necesitaran, independientemente de su ideo- logía. Así, no sólo se contribuía a la alfabetización del sector femenino, sino que también se ayudaba a las tareas de retaguardia, tan necesarias para el desarrollo de la guerra y el triunfo de la causa republicana. La Escuela Fe- menina Lina Ódena, según la revista gráfica Crónica, impartía las materias de Lectura, Escritura, Aritmética, Geografía, Gramática, Dibujo y Corte y confección69. Presumiblemente Ballester habría ejercido como docente –de Dibujo– en esta escuela, pues fue retratada en el acto inaugural por Cróni- ca 70. En otra de las fotografías que nutren este pequeño reportaje se muestra a una de las alumnas de la Escuela Femenina Lina Ódena leyendo uno de

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los ejemplares de la revista Pasionaria, el mismo ejemplar que apareciera también en el artículo de Crónica dedicado a la aparición de la nueva revis- ta71, y que se asemeja al fotomontaje que Manuela Ballester había creado previamente para Nueva Cultura para el campo 72.

Igualmente, durante el tiempo que el gobierno republicano estuvo asenta- do en Valencia, Manuela Ballester colaboró con la Junta Central del Tesoro Artístico73. Este organismo publicó una serie de folletos en los que explicaba las gestiones que dicha Junta y el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes estaba llevando a cabo para la salvaguarda del patrimonio artístico español. Ballester firmó como MB los pequeños grabados que decoraban las portadas de varios de los citados folletos, en concreto los titulados Les jardins de Brihuega, Testimonios de técnicos extranjeros –y su traducción al francés– y Propaganda cultural 74.

En 1938, Ballester y Renau colaboraron en uno de los números de la revis- ta Ejército del Ebro de la que Arturo Serrano Plaja era miembro redactor75.

Se trata del ejemplar del 7 de noviembre de ese año que recuerda la batalla de Madrid acaecida dos años antes y que homenajea a aquellos que hicieron posible su defensa, alabando especialmente a los brigadistas. Mientras que Renau realizó la portada de la revista, en la que una fotografía de Madrid conforma el número siete a cuyo pie se dispone la cabeza de un soldado internacional, Manuela Ballester elaboró la contraportada, donde se mues- tra un dibujo de la Puerta de Alcalá de Madrid junto a la representación de varios brigadistas, de los que uno de ellos porta una rama triunfante de laureles76. La imagen está acompañada de una frase conmemorativa escrita por Ballester: «En el aniversario de la defensa de Madrid debemos honrar también a los hermanos internacionales». Aunque solo aparecen firmadas por los artistas dichas aportaciones, el estilo y la factura de algunas de las imágenes interiores y de las letras de los encabezados llevan a pensar que también pudieran haber contribuido en el diseño de las páginas internas de dicho número.

Ese mismo año Manuela Ballester se presentó al concurso convocado por el Ministerio de Defensa Nacional, en el que fue premiada en la modalidad de Medalla al Valor y logró un accésit en la sección de Medalla a la Libertad,

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mientras que su cuñada Elisa Piqueras consiguió otro accésit en la Medalla de la Segunda Guerra de la Independencia77. También presumiblemente Manuela Ballester habría participado como ilustradora del periódico Ver- dad. Diario del Partido Comunista, dirigido durante un tiempo por Max Aub y Josep Renau78.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos que los republicanos –entre ellos Josep Renau y Manuela Ballester– y los voluntarios internacionales hicieron por ganar la guerra, el 1 de abril de 1939 el dictador Francisco Franco firmaba el parte que ponía fin a la larga contienda. Se iniciaba así una dictadura que habría de durar casi 40 años y que supuso el retroceso y paralización del desa- rrollo de la modernidad española. La guerra dividió al país, como también lo hizo la posguerra. Los que se quedaron tuvieron que hacer frente a una nueva España sumida en la miseria y la precariedad, mientras que los que se fueron debieron comenzar una nueva vida, no sin complicaciones, con la incertidum- bre y la esperanza de poder regresar algún día a la tierra que los vio nacer.

México, patria de exilio

A

sí las cosas, la familia Renau-Ballester puso rumbo a las Américas. Desde Barcelona, donde se encontraba el matrimonio a partir de noviembre de 1937, iniciaron a finales de enero de 1939 el arduo camino hacia el exilio.

Manuela Ballester recordó los primeros momentos en los que su cuñado Alejandro Renau le informaba de la peligrosa y delicada situación: «Un día pasó a vernos y nos dijo: “Xe, Manolita, això s’està posant malament i tindrem que marchar del país!”»79. Poco después, Alejandro Renau logró requisar un camión para trasladar a toda la familia. Rosa Ballester recordaba que Alejandro Renau le dijo a su hermano Josep: «Vengo a buscarte porque sé que tú, si no te busco, si no te vengo a buscar, no sales»80. El 25 de enero81 en el estudio de Josep Renau y Manuela Ballester en el barcelonés barrio de Bonanova se subieron al vehículo Manuela Ballester con sus dos hijos pequeños, Ruy y Julieta, Rosa y Josefina Ballester y Rosa Vilaseca, junto a la compañera de Juan Renau, Elisa Piqueras, cargados de libros y material

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