• No se han encontrado resultados

Espacios tomados : representación de las niñas en Gabriela Mistral y María Flora Yáñez

N/A
N/A
Protected

Academic year: 2020

Share "Espacios tomados : representación de las niñas en Gabriela Mistral y María Flora Yáñez"

Copied!
296
0
0

Texto completo

(1)PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE FACULTAD DE LETRAS. “Espacios tomados: Representación de las niñas en Gabriela Mistral y María Flora Yáñez”. Tesis presentada como requisito parcial para obtener el grado de Doctora en Literatura. Alida Mayne-Nicholls Verdi. Profesora Guía: Magda Sepúlveda Profesor Informante Interno: Pablo Chiuminatto Profesora Informante Externa: Lorena Amaro. Diciembre de 2018.

(2) Mayne-Nicholls 2 Espacios tomados: Representación de las niñas en Gabriela Mistral y María Flora Yáñez Alida Mayne-Nicholls.

(3) Mayne-Nicholls 3 Resumen Esta tesis analiza las representaciones de infancia que realizan dos escritoras de la primera mitad del siglo XX en Chile: Gabriela Mistral y María Flora Yáñez. El centro de la investigación es revisar específicamente las construcciones de niñas y de los espacios ficcionales en que se las ubica en las rondas de Mistral —especialmente las publicadas en Ternura (1945)— y el libro autobiográfico Visiones de infancia (1947) de Yáñez. Para profundizar en esta tarea, se plantearon dos preguntas de investigación. La primera fue identificar las estrategias retóricas utilizadas por las autoras. Una vez determinado este punto, la pregunta que guio la interpretación fue cuál es el imaginario de infancia que Mistral y Yáñez construyen en sus obras. El análisis se inserta en el paradigma de la literatura comparada, por cuanto la base teórica traspasa los límites de la teoría literaria al incorporar las propuestas de lectura de los nuevos estudios de la infancia (childhood studies) para el análisis de las representaciones de las niñas, y de la geografía cultural para la revisión de los espacios configurados. Los resultados de la investigación se abordan en cuatro capítulos. Los dos primeros abordan los aspectos más teóricos: primero se revisa el contexto de producción de Mistral y Yáñez desde una perspectiva del estatus de las mujeres en las primeras décadas del siglo XX; y luego se discute el concepto de infancia como una construcción cultural y se exponen ciertos elementos a considerar en el análisis, como agencia, voz, inocencia y espacios. Los dos capítulos siguientes abordan el análisis literario propiamente tal. En primer lugar, se presenta la interpretación sobre las rondas de Mistral desde la idea de la niña agenciada en el espacio exterior. Luego se aborda el texto de Yáñez, con la premisa de la niña encerrada en el espacio íntimo. Finalmente se exponen las conclusiones de la investigación. Estas destacan, por un lado, el carácter político y revolucionario de las rondas mistralianas, al punto de traspasar los límites del modelo establecido y dar cuenta de una estética de la ronda; y, por otro, se releva la propuesta del género de las estampas y el desarrollo de una estética de la fragilidad de la obra de Yáñez..

(4) Mayne-Nicholls 4. A Antonio, Tony y Rosario, mi amada familia. A mi propia ronda de mujeres que me apoyó en este proceso de investigación y escritura..

(5) Mayne-Nicholls 5 Índice. Introducción:. Mis primeras aproximaciones para leer un imaginario de infancia. 7. Capítulo 1. Contexto y construcción de las mujeres en la primera mitad del siglo XX: Las experiencias de Mistral y Yáñez. 16. El ingreso de las mujeres al trabajo. 17. El trabajo y las mujeres de la élite. 21. Maternidad, un asunto de Estado. 25. Mujer soltera e independencia. 29. Posición política y construcción del discurso propio. 35. Capítulo 2. Infancia, una construcción desde el lenguaje. 46. La construcción de un relato. 46. Childhood studies: una aproximación desde lo multidisciplinario. 56. La voz de los que no pueden hablar. 60. Una perspectiva desde la capacidad de actuar. 68. La configuración de los espacios de infancia. 74. Literatura para niños y literatura de infancia. 89. Escrituras del yo. 95. Una lectura desde las niñas Capítulo 3. Gabriela Mistral: la niña agenciada en el espacio exterior. 101 116. Mistral en el espacio de la crítica. 116. Ternura: una reconstrucción desde 1924 a 1945. 125. Una ronda que crece. 135. De qué hablamos cuando hablamos de poesía infantil. 139. En el terreno de las rondas. 145. Gabriela Mistral y su concepción de la ronda. 151.

(6) Mayne-Nicholls 6 Las niñas y la dueña: primeros aprontes a la ronda de Mistral. 159. Hermoso delirio: agencia individual y colectiva en las rondas. 164. Ganarse en la ronda: ganar la propia voz. 181. Todo es ronda: apropiación del espacio exterior. 190. Agentes de cambio: la ronda sale desde Montegrande. 193. Capítulo 4. María Flora Yáñez: la niña encerrada en el espacio íntimo. 201. El espacio de María Flora Yáñez. 201. Recepción crítica de la escritura de María Flora Yáñez. 208. La escritura autobiográfica puesta en cuestión. 218. Estampas sobre el papel. 226. La estética de la fragilidad. 235. La casa como un espacio de encierro. 254. Conclusiones: Los imaginarios de infancia de Mistral y Yáñez y la conformación de un pensamiento mujeril Obras citadas. 269 280.

(7) Mayne-Nicholls 7 Introducción Mis primeras aproximaciones para leer un imaginario de infancia. Mañana abriremos sus rocas, La haremos viñedo y pomar; Mañana alzaremos sus pueblos ¡hoy solo queremos danzar! Gabriela Mistral, “Tierra chilena” (1945). Cuando mi hijo Tony nació vivíamos en un departamento de un dormitorio, así que mi esposo, Tony y yo compartimos esa misma habitación por un tiempo bastante largo, que se extendió por la demora en la entrega del departamento que habíamos comprado. Cuando nos mudamos, faltaban apenas dos meses para que Tony cumpliera tres años. Él solo había tenido la experiencia del espacio común. Recuerdo, como si hubiera ocurrido ayer, la primera vez que lo llevé a este nuevo hogar, con sus cuartos blancos y vacíos, y le mostré su habitación. Su primera acción fue entrar y cerrar la puerta, dejándome a mí del otro lado; todo un acto de apropiación del espacio. Mientras Tony crecía, yo investigaba acerca de la escritura de mujeres, asimilándola con la acción de amamantar, por considerarla una escritura que se inscribía en un dar y recibir (Mayne-Nicholls, “Jorge Teillier”). Cuando me enfrenté a la conformación de mi proyecto doctoral, mi foco estaba ya del lado de la infancia. Y ese fue uno de los motivos por los cuales se desarrolló esta investigación sobre representaciones de infancia. El recuerdo de mi hijo encerrándose en su habitación, entre otros hechos de apropiación del.

(8) Mayne-Nicholls 8 espacio, fijó mi interés en esta relación de la infancia con el escenario en que se desenvuelve. Y como el estudio de género ha sido una constante en mi trabajo —eso y la convicción de que se ha estudiado más las representaciones de niños que de niñas— marcó mi decisión de estudiar la representación de las niñas. En los últimos años, el estudio de la infancia en la literatura chilena se ha profundizado. Se han realizado investigaciones académicas, encuentros y simposios; de la misma manera se han publicado libros y estudios sobre el tema, y dossiers en revistas académicas1. Se han buscado, de esa forma, pautas, patrones, características, de la presencia de los niños en la literatura, ya sea centrándose en personajes niños que son narradores (como sucede con el texto Hablan los hijos de Andrea Jeftanovic) o en la presencia de la infancia en la poesía (como Qué será de los niños que fuimos. Imaginarios de la infancia en la poesía chilena, de Claudio Guerrero). Como base interpretativa de estas representaciones, se han convocado estudios acerca de la condición de la infancia y de los niños, que han remitido, por ejemplo, a las propuestas del francés Philippe Ariès con respecto a que el concepto de infancia que ha llegado hasta nuestros días surge recién durante la Ilustración, lo que redundó en la aseveración de que la infancia es un concepto construido culturalmente. También se ha leído la propuesta del estadounidense Ala Alryyes, en que ha revisado la historia de las. 1. En cuanto a las revistas menciono el especial “Infancia y literatura” de Revista Grifo (2011) y el dossier de Revista Aisthesis (2013), preparado por Lorena Amaro y Francisca Lange. También se han organizado las “Jornadas narrativas de infancia en el Cono Sur” (Instituto de Estética UC, octubre de 2013); el “Coloquio Conversaciones con Jaime Quezada: infancia y poesía” (Departamento de Literatura Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, octubre de 2013); el simposio “Aesthetics, pedagogies and literatures. New theoretical approaches to literary research” (UC, 7 de septiembre de 2018); y “Literatura, temas difíciles y espacios educacionales” (Centro de Justicia Educacional, 12 de septiembre de 2018). En Argentina, además, tienen lugar las Jornadas de Estudios sobre la Infancia, encuentro bienal de carácter multidisciplinario que se realiza desde 2008..

(9) Mayne-Nicholls 9 narrativas francesas e inglesas, lo que le ha permitido aseverar que la presencia del niño en estas literaturas constituye una metáfora para hablar de la nación. Yo recogeré tanto la idea de que la infancia es una construcción cultural, como aquella de que la figura de los niños es usada en términos metafóricos en la configuración de mi propio marco de investigación. Sin embargo, he buscado otras maneras de aproximarme a las representaciones de la infancia, por cuanto, me parece que esta suele ser estudiada no desde ella misma, es decir, no se piensa en las particularidades de ser niño o niña, sino que suele constituir una estrategia para estudiar otros aspectos, como la nación o la modernidad. Aunque mi investigación tiene que ver con la configuración de niños ficcionales, creo que al estudiarlos es posible comprender también cómo observamos a los niños de carne y hueso. En una sociedad en que no solemos ponernos en el lugar de los niños y niñas, estudiar sus representaciones puede servir para exponer cuáles son las creencias culturales e ideologías en torno a ellos. Frente a eso, lo que a mí me interesa abordar son los imaginarios de infancia, y para poner a la infancia en el centro de mi investigación, he optado por un estudio de literatura comparada. Por eso mi espacio de residencia teórica está en los llamados childhood studies —o nuevos estudios de la infancia—, en que se privilegia, por un lado, la situación presente de los niños, es decir, se concentran en lo que el niño es y no en lo que será; y, por otro, su agencia, es decir, la capacidad de actuar de forma independiente. Aunque dichos estudios se iniciaron en el ámbito de la psicología, y es allí donde se han introducido en Chile, se trata de un campo multidisciplinario, en que la literatura cobra relevancia, por cuanto, el estudio de los niños ficcionales permite adentrarnos en los imaginarios y concepciones acerca de la infancia que tienen tanto los autores como las culturas en las que estos se insertan..

(10) Mayne-Nicholls 10 Los nuevos estudios de la infancia, además, al recoger el postulado de que el concepto de infancia no es universal, sino que se construye culturalmente (Honeyman 2005), se han preocupado de no generalizar las experiencias de ser niño y niña. Si bien es cierto que podríamos hablar de una infancia colectiva, es decir, una creación de un imaginario representativo de una generación, en que se compartirían ciertos hitos, costumbres o referencias culturales 2; la infancia es una experiencia personal y particular (Guerrero, “La infancia” 2011), por lo cual no es posible hablar de “el niño”, como si fuera posible incluir en ese término tan definitivo la variedad de experiencias de la infancia: hechos, olores, sabores, sonidos, particulares de cada niño o niña. La investigadora Susan Honeyman, de hecho, advierte contra la tentación de estereotipar a niñas y niños bajo un concepto supuestamente general como “the child”, pues esto limitaría el foco del crítico al enfrentarse a las representaciones de infancia (2005). Es con base en el hecho de que no existe una infancia única bajo el rasgo de ser niño, que me he centrado específicamente en la representación de niñas, porque el género también es un factor que incide en que las experiencias de infancia sean diferentes. Esto es, incluso, más relevante cuando nos centramos en autoras de la primera mitad del siglo XX en Chile, época en que las mujeres todavía se preguntaban cómo salir del espacio privado al que se las había asignado de manera tradicional para tener una participación relevante en la esfera pública y letrada.. 2. Por ejemplo, para aquellos que fuimos niños y niñas en la época de la dictadura, algunas referencias comunes podrían ser el comienzo de la semana escolar formados en los patios de los colegios, después de haber tomado distancia, para cantar el himno nacional. Otras típicas referencias culturales son los juguetes o series de televisión; pero estas son asignadas externamente, es decir, no significa que todos los niños y niñas de una generación hayan visto las series ni jugado con los mismos juguetes, sino que sirven para definir un colectivo y no para hablar de las particularidades de sus integrantes..

(11) Mayne-Nicholls 11 La infancia no se construye en un limbo, menos en la literatura, y es por eso que me pareció pertinente no estudiar las representaciones de infancia en sí mismas, sino en relación con los espacios ficcionales en que se las ubica. Para abordar el tema del espacio he tomado algunos postulados de la geografía cultural, un campo de naturaleza interdisciplinaria que aborda las relaciones entre los espacios y los seres humanos, estudiando los patrones que se establecen, las interacciones y cómo se organiza el espacio. Y la razón de elegir este foco se encuentra en que la geografía cultural cree también que la infancia es una construcción cultural, la cual puede y es dirigida a través de los espacios que se les asignan a niños y niñas. Más específicamente, este campo se preocupa de estudiar cómo los espacios destinados a la infancia —que son creados por adultos— influyen en la forma de criar y educar y, en el fondo, establecen qué se busca de los niños y qué se espera de ellos como futuros adultos (Gagen 2004). La geografía cultural se ha hecho cargo, además de revisar las representaciones del espacio en la literatura, el arte y los medios de comunicación, por cuanto también develan las concepciones que existen acerca de la infancia y de los lugares que esta ocupa y cómo lo hacen. En la presente investigación los espacios —tal como las niñas que los ocupan— son creaciones de las autoras; y lo que busco aquí es establecer la relación entre estas niñas ficcionales y los espacios representados que ellas ocupan. Aunque la presente investigación no trata sobre niñas reales, sino sobre representaciones, estas son, de todos modos, particulares y no generalizadoras. Las representaciones de niñas que han plasmado en la poesía y la narrativa las autoras que abordo en esta investigación —Gabriela Mistral y María Flora Yáñez— no hablan de una sola manera de ser niña, no construyen un, por así llamarlo, ideal de niña. Tal como las niñas de carne y hueso, estas niñas conformadas por palabras, ritmos, formas, volumen,.

(12) Mayne-Nicholls 12 gestos, y que encontraremos en las siguientes páginas, se constituyen de forma singular, con características propias. Esto da cuenta de que los imaginarios de infancia, y más específicamente, los imaginarios de infancia de Mistral y Yáñez son distintos, particulares, personales; a pesar de que ambas autoras —aunque no pertenecen a la misma generación— son contemporáneas. En esa línea, contrastar esos imaginarios con su contexto puede dar luces acerca del espacio en que podríamos inscribir a estas autoras. Mi interés en las obras de Mistral y Yáñez se sustenta en la convicción de que las obras que aquí abordo —las rondas de Mistral y el libro Visiones de infancia de Yáñez— han sido subestimadas. Por un lado, las poesías con tema de infancia de Mistral suelen ser invisibilizadas dentro de su corpus poético, como si no estuvieran a la altura temática y estilística del resto de la obra de Mistral. Esto refleja cómo los temas de infancia en la literatura son vistos, en general, de forma superficial, por considerarse que su función no es tanto estética como didáctica. Pero si la propia Mistral proponía la elevación estética de las obras dirigidas a los niños, entonces creo que reposicionar sus rondas en el contexto de su corpus es una tarea que quiero emprender. De la misma manera, creo que el libro de Yáñez tiene una estética tan particular y tiene tanto que decir, potencialmente, respecto de las niñas y de las mujeres, que es necesario reubicarlo —y de paso reposicionar a Yáñez— en el campo literario chileno. El lugar de Mistral es indiscutible, pero considero necesario ir anotando el aporte de otras escritoras cuyos trabajos, por diversos motivos, han desaparecido de la esfera literaria. En este sentido, abrazo una perspectiva feminista de ir redescubriendo estas mujeres que fueron abriéndonos paso en el campo intelectual a quienes hoy trabajamos como críticas y académicas. La investigación está divida en cuatro capítulos. El primero aborda los contextos en que Gabriela Mistral y María Flora Yáñez crecieron y escribieron, como una manera de.

(13) Mayne-Nicholls 13 presentar las experiencias específicas y diferentes entre sí de estas dos autoras. Para esto me referiré a algunos temas relevantes en la construcción del estatus de las mujeres en la primera mitad del siglo XX en Chile: el ingreso de las mujeres al trabajo; el trabajo y las mujeres de élite; la maternidad como un asunto de Estado desde el cual se proyecta a las mujeres; la soltería y la independencia mujeril; y la posición política y la construcción del discurso propio, especialmente pensando en los pensamientos de Mistral y Yáñez en torno a la mujer. El segundo capítulo aborda los principales conceptos que usaré en el análisis de las representaciones, tanto de las niñas como de los espacios. Comenzaré delineando la idea de que la infancia es una construcción que siempre está dentro del lenguaje y, como tal, las representaciones de infancia tienen que ver con la construcción de un relato. Luego explicaré qué son los nuevos estudios de la infancia, y desde qué perspectiva estudian a los niños y niñas, de manera de ir componiendo algunos conceptos clave para este campo, como las ideas de inocencia, voz y agencia. Luego abordaré la configuración del espacio, cómo este también es una construcción cultural y cómo se puede vincular con las representaciones de infancia. Posteriormente abordaré la diferencia entre literatura para niños y literatura de infancia, en una propuesta cuyo enfoque son las representaciones literarias antes que los posibles lectores y su recepción. También me referiré a las escrituras del yo para dar algunas ideas con respecto a la autobiografía, centrándome en aquellas escritas por mujeres. Finalmente dejaré establecido que mi enfoque no solo tiene que ver con las niñas, sino que se inserta en la crítica feminista. El tercer capítulo se centra en la obra de Gabriela Mistral y está destinado a mostrar la configuración que hace la poeta de niñas agenciadas que ocupan espacios exteriores y agrestes. Para esto, me referiré a cómo la crítica ha leído los textos sobre infancia de.

(14) Mayne-Nicholls 14 Mistral, centrándome al principio en el libro Ternura de 1924 y cómo este fue reelaborado en su edición de 1945. Esto me llevará a una definición del corpus que abarca todas las rondas escritas por Mistral, y no solo las publicadas en Ternura. Para esto, me explayaré primero sobre qué se entiende por poesía infantil y cómo preferiré el término poesía de infancia o con tema de infancia. Luego me explayaré en torno al modelo de ronda que Mistral construye. El centro del análisis estará referido a cómo es la construcción de las niñas en las rondas mistralianas, teniendo presente el concepto de agencia y también la configuración de los espacios. El último capítulo está dedicado a Visiones de infancia de María Flora Yáñez, y se embarca en el análisis de la niña encerrada en el espacio íntimo del hogar familiar. Abordaré aquí la recepción crítica de la obra de Yáñez y también el cuestionamiento que se puede hacer al carácter autobiográfico de su libro, al analizar la evolución que este va experimentando en las sucesivas ediciones realizadas por la autora. Me centraré en la configuración de la niña que realiza desde lo que he llamado una estética de la fragilidad, y cómo esta se inserta en el modelo de escritura de Yáñez que son las estampas. Abordaré los conceptos de inocencia y de voz, caracterizando la infancia que Yáñez construye, para, finalmente referirme a los espacios que la escritora constituye y cómo la niña ficcional interactúa con esos espacios. El último apartado presentará las conclusiones de esta investigación, buscando entretejer las lecturas de infancia de ambas autoras. Asimismo, se propondrán algunas líneas para seguir fortaleciendo el análisis de las representaciones de las niñas en la literatura chilena. Esta investigación ha representado un viaje tanto personal como intelectual, en el que he ido analizando la obra de estas dos escritoras, Gabriela Mistral y María Flora Yáñez,.

(15) Mayne-Nicholls 15 y profundizando con cada nueva lectura, especialmente al darme la oportunidad de hacerlas dialogar a través del espacio de la página escrita. Pero también ha sido la oportunidad de ir construyendo un discurso propio acerca de las representaciones de infancia en la literatura, de buscar nuevas bibliografías y nuevas formas de observar la infancia literaria, como una manera de visibilizar el trabajo de estas dos escritoras y exponer el imaginario que ellas construyeron acerca de la forma de ser niñas en Chile. Tal vez conocer ese imaginario nos permita conocer más profundamente el pensamiento de estas escritoras, darle un lugar de estudio a las literaturas de infancia y observar críticamente la forma en que construimos la infancia real de las niñas en nuestro país. Los invito, entonces, a recorrer con su lectura este camino que inicié hace cuatro años..

(16) Mayne-Nicholls 16 Capítulo 1 Contexto y construcción de las mujeres en la primera mitad del siglo XX: Las experiencias de Mistral y Yáñez. Gabriela Mistral y María Flora Yáñez viven el cambio de siglo. Mistral nace en 1889 en Vicuña, entonces una pequeña localidad al interior de La Serena en la IV Región; Yáñez nace en 1898 en Santiago, la capital de Chile. Se ubican en distintos paisajes del país, pero también en diferentes espacios sociales y económicos. Las distintas realidades en las que se insertan dan cuenta de las diferencias que se pueden encontrar en Chile en la época finisecular y, luego, en la primera mitad del siglo XX. Siguiendo a Toril Moi, es relevante desde el punto de vista de la crítica feminista, describir las particularidades de las experiencias de las dos autoras, porque puede que ambas tengan como objetivo establecer sus figuras mujeriles en la esfera pública nacional, pero sus necesidades son diferentes y, por lo tanto, la forma de hacerles frente también lo es. En el presente capítulo me enfoco en la revisión del contexto general en que crecieron y comenzaron a desarrollar su obra, teniendo presente algunas ideas principales como el trabajo, la soltería y la maternidad, como una manera de configurar, además, cuál era la construcción de mujer que existía en la época, contrastándola con las experiencias de las dos escritoras. Es importante dejar explícita la diferencia de nueve años que existe entre ambas autoras, lo que, claramente, nos muestra que no pertenecían a la misma generación. Sin embargo, las expectativas y actitudes de la época frente a la mujer no muestran grandes diferencias..

(17) Mayne-Nicholls 17 El ingreso de las mujeres al trabajo El nacimiento de Mistral y Yáñez coincide no solo con el fin de siglo, sino con una situación económica frágil en el país, que dará paso a una crisis financiera entre los años 1890 y 1893 que “redujo los salarios durante más de diez años y obligó a más mujeres a trabajar” (Lavrin 80). Como explica Asunción Lavrin no fue un imperativo personal, sino la necesidad la que impulsó a las mujeres a trabajar —y también a los niños y niñas— debido a que el salario del hombre no era suficiente para cubrir los gastos familiares. En ese contexto no es de extrañar que la madre de Mistral trabajara como modista, y que la poeta, entonces Lucila Godoy, tuviera que emplearse desde joven, iniciando así su carrera como profesora3. Esto se ve exacerbado por el abandono del hogar del padre, Jerónimo Godoy, cuando Mistral tenía tres años, por lo cual todas las mujeres de la casa debían empezar a trabajar de forma temprana. Empecé a enseñar, como maestra rural, a la edad de 15 años, y tres años más tarde pasé a la enseñanza secundaria o de humanidades, donde, como profesora primaria y como directora de liceo después, he trabajado otros 15 años, recorriendo peldaño a peldaño todo el escalafón del magisterio (Vivir y escribir 23). En 1904 Lucila ya trabajaba: era ayudante en la Escuela de la Compañía Baja en La Serena. Según datos del Censo de 19074, el que además incluyó el primer estudio laboral realizado en la historia de Chile, más de 108 mil mujeres trabajaban. Anotemos, sin. 3. Como maestra trabajó en varias escuelas rurales y fue más tarde directora del Liceo de Niñas en Punta Arenas (1918) y del Liceo de Niñas de Temuco (1920). Entre 1922 y 1925 estuvo fuera de Chile, los dos primeros años en México. Cuando regresó a Chile en 1925, se jubiló después de una vida de trabajo como mujer independiente. Esto no implica que haya dejado efectivamente de trabajar, no solo por su labor poética. Además, se dedicó a hacer “periodismo intenso” (Vivir y escribir 134), el que, de hecho, fue una entrada monetaria importante; hacia 1930 escribía seis artículos mensuales y era corresponsal de El Mercurio de Chile y de otros importantes periódicos hispanoamericanos: La Nación de Buenos Aires, ABC de Madrid, El Tiempo de Bogotá y El Universal de Caracas (Vivir y escribir 2013). 4 En 1907 la población femenina en Chile era de 1.625.058 (C. Sepúlveda 2008)..

(18) Mayne-Nicholls 18 embargo, que el censo solo contempló tres provincias: Santiago, Valparaíso y Concepción; pero de esos datos podemos tomar que había 1.821 maestras y 1.335 maestros. Es la única ocupación en que se da una situación de igualdad entre hombres y mujeres; en la mayor parte de las ocupaciones (como las ligadas al comercio) las mujeres no constituían más del 20% de la fuerza laboral, si bien había oficios en que la presencia era absolutamente mujeril, como sucedía con las matronas y las modistas, o con alta presencia de mujeres, como ocurría con los sirvientes, en que representaban el 79% de la fuerza (Lavrin 2005). Podemos complementar estas cifras con las de 1913, en que se precisa que las mujeres representan el 22,1% de la fuerza laboral; sin embargo, casi la totalidad de dichas mujeres (97%) eran obreras (Lavrin 2005). De la masa de mujeres que habían entrado al mercado laboral en las primeras dos décadas del siglo XX, las maestras —entre las que se encontraba Lucila Godoy— constituían un porcentaje mínimo, pero su situación era bastante especial. No es casual que hubiera más profesoras que profesores; eso respondió a un proyecto de Estado comenzado en la década de 1870 (veinte años antes del nacimiento de Mistral) y destinado a la “feminización de la docencia” (Rivera 158). Esto no es signo, sin embargo, de una conquista feminista, sino, como explica Carla Rivera, de “la valoración positiva de las condiciones ‘naturales’ de la mujer para el ejercicio de la docencia” 5 (159). La misma Gabriela Mistral coincidía con una supuesta tendencia natural de las mujeres para ser profesoras, como expondría años más tarde:. 5. La misma Carla Rivera deja constancia, sin embargo, de que esta concepción sobre la naturaleza apropiada de la mujer para ser maestra era fuertemente combatida por los sectores conservadores chilenos, que insistían que la educación de niños y jóvenes debía quedar en manos de los hombres, por cuanto “dudaban de las condiciones intelectuales y morales de las mujeres” (159)..

(19) Mayne-Nicholls 19 La mujer no tiene colocación natural —y cuando digo natural, digo estética— sino cerca del niño o de la criatura sufriente … Sus profesiones naturales son las de maestra, médico o enfermera, directora de beneficencia, defensora de menores, creadora en la literatura de la fábula infantil, artesana de juguetes, etc. (“Una nueva organización” 55). Mistral reflexiona al respecto en 1927; su postura era la de una división genérica del trabajo; es decir, que las mujeres tuvieran ocupaciones afines a sus condiciones naturales, dejando a los hombres las tareas más pesadas físicamente 6. Hacia esa fecha la cifra de mujeres dedicadas a la educación había aumentado, según consta en el censo de 1930 eran 12.568 mujeres (Lavrin 2005). Sin embargo, no se trataba solo de fomentar que las mujeres se dedicaran a la enseñanza, sino que esto vino de la mano de una profesionalización ya fuera a través de las escuelas normales o de los estudios universitarios. Esta situación contrasta con la realidad que vivió Gabriela Mistral, quien intentó ingresar a la Normal de La Serena en 1905 para formalizar una carrera que había aprendido en la práctica y con mucho estudio personal; aprobó los exámenes, sin embargo, su escritura pública la dejó fuera de las aulas normalistas. La misma Mistral relató cómo se enteró de que no había sido admitida el mismo día en que debía comenzar sus clases; no le dieron ninguna explicación, a pesar de los reclamos de su madre: Solo años más tarde supe por qué yo había sido recibida primero y luego echada de la Normal, de boca de la propia Teresa Figueroa 7. Resulta que por aquel tiempo yo. 6. Podemos observar que Gabriela Mistral plantea una diferenciación genérica en base a supuestas cualidades naturales e intereses, que serían distintos para hombres y mujeres. Una idea afín subyace a su libro Lecturas para mujeres: “He observado en varios países que un mismo Libro de Lectura se destina a hombres y mujeres en la enseñanza primaria y en la industrial. Es extraño: son muy diferentes los asuntos que interesan a niños y niñas” (8). 7 Teresa Figueroa era la subdirectora de la Normal de La Serena y fue la encargada de informarle a Mistral que no había sido admitida (Vivir y escribir 31)..

(20) Mayne-Nicholls 20 leía libros que me prestaba un curioso hombre que yo conocía, don Bernardo Ossandón, un astrónomo que me había hecho leer a Flammarion, y yo había escrito un artículo en que decía que “la naturaleza era Dios”. A causa de aquella frase pagana, el capellán de la Normal dijo, en consejo de profesores, “Esta niña es naturalista” y pidió que yo no fuera admitida. Yo ni siquiera conocía el significado de aquella palabra (Vivir y escribir 31-32). Aunque realizó y aprobó los exámenes necesarios para trabajar como maestra, Mistral fue una autodidacta: “No hice nunca estudios regulares, sufriendo los exámenes como profesora de Normal, sin haber estudiado en ninguna Normal. Y tengo el título de la Universidad de Chile, en forma extraordinaria” (Vivir y escribir 23). La poeta comenzó a trabajar por necesidad y muy joven. Las mujeres de clase popular eran el grueso de la fuerza laboral femenina a finales del siglo XX, en general desempeñándose como obreras. Pero el cambio de siglo movería también a las clases medias y acomodadas a la esfera laboral. En el caso de Mistral, nacida en el seno de una familia de clase media de provincia, hija de profesor, las dificultades económicas forzaron su introducción al trabajo; su hermana Emelina también había trabajado como maestra desde joven. La situación de su familia no era extraordinaria: la inestabilidad económica del país se mantuvo en términos de “inflación ascendente y las diversas crisis económicas que ocurrieron entre 1915 y 1030 obligaron a muchas mujeres de clase media a buscar empleo fuera de casa” (Lavrin 122). No se trataba solamente de mujeres que debían apoyar a esposos que no podían sostener por sí solos a la familia, sino que muchas de ellas eran o bien jefas de familia o bien mujeres independientes, como en el caso de Gabriela Mistral. Cuando yo llegué a Santiago y me hablaban con demasiado aparato del feminismo como si estuvieran inventando en ese momento el trabajo de las mujeres, yo oí.

(21) Mayne-Nicholls 21 aquello sin ninguna novedad y me sonreía un poco respecto del problema femenino, y me venía de que yo me había criado viendo hacer ese trabajo a las mujeres, enseñándome a mí misma estas labores y me parecía el descubrimiento del trabajo femenino el descubrimiento del agua caliente… (Caminando se siembra 55). Era la experiencia de su hogar. Su madre, Petronila Alcayaga, era modista. Y tanto Mistral como su hermana Emelina se habían dedicado a la docencia. Así, que las mujeres trabajaran era tan común como levantarse cada mañana. Las palabras de Mistral no son solo anecdóticas, además se trasluce una crítica con respecto a la desconexión que había entre las feministas chilenas de clase alta —preocupadas de su propio desarrollo— y las mujeres de clase popular, que llevaban décadas dedicadas al trabajo fuera del hogar para poder ayudar en la manutención de sus familias.. El trabajo y las mujeres de la élite Mientras Gabriela Mistral trabajaba desde la adolescencia, María Flora Yáñez vivía otra situación. En su familia eran los hombres quienes trabajaban. Su padre, Eliodoro Yáñez, tenía la oficina de abogado en casa, mientras que la madre, Rosalía Bianchi, cumplía con el rol esperado de la época —ser madre y esposa—. Además, como otras esposas de la élite, la madre de Yáñez se encargaba de dirigir la casa y recibir a las visitas. En cuanto a las labores físicas que involucra una casa, estas no le correspondían a ella: Mi madre, gran ama de casa, se levantaba tarde y después, secundada por varias criadas, se ponía a la obra. Era preciso tener siempre un té suculento para recibir a sus hermanos y cuñadas que acudían a diario. Y era preciso también aperarse para los recibos nocturnos que estaban cada vez más concurridos y que atraían a un.

(22) Mayne-Nicholls 22 sinnúmero de importantes figuras políticas, sociales y literarias (Yáñez, Historia de mi vida 89). Las experiencias de las madres dan cuenta de cómo cambiaba el lugar de la mujer, dependiendo de la posición socioeconómica de la familia. Mientras Petronila Alcayaga trabaja cosiendo para ayudar a componer el sustento familiar; Rosalía Bianchi teje y borda en compañía de sus hijas más tranquilas no porque tenga que hacerlo para sobrevivir, sino porque era parte del paquete de ser una señora de sociedad. Sus hijas, en tanto, serían testigos y protagonistas de los cambios culturales que vinieron con el cambio de siglo, aunque también habrá diferencias provenientes de sus condiciones socioeconómicas y, también, de los intereses particulares de Mistral y Yáñez, y sus formas diferentes de alcanzarlos. El cambio de la situación de la mujer con el advenimiento del nuevo siglo pasó de ser una necesidad económica a convertirse en un objetivo en sí mismo: una mujer que trabaja adquiere un nuevo valor y se convierte en una persona independiente. No todos los grupos lo veían, sin embargo, desde esa perspectiva. Por ejemplo, los grupos anarquistas denunciaban que la mujer trabajadora suponía una competencia desleal para los hombres, ya que por ganar menos desplazaban a los hombres de ciertos trabajos; por el contrario, “socialistas, feministas y reformadores sociales comprendieron muy pronto la importancia política del trabajo femenino, y sostuvieron que la mujer que trabajaba y pagaba impuestos tenía pleno derecho al voto” (Lavrin 78). La participación femenina en la fuerza laboral removió varios aspectos de la sociedad chilena, como lo plantea el asunto de los derechos políticos de las mujeres que menciona Lavrin, una lucha que se extendería durante décadas. También planteó problemas directamente ligados al trabajo femenino, en particular lo referido a las distintas condiciones que se les imponían a las mujeres, en especial los.

(23) Mayne-Nicholls 23 menores sueldos; y removió un aspecto en que se basaba la sociedad chilena: que el lugar de la mujer era la casa. El que se limitara la actividad de la mujer a la esfera privada —una imagen que primaba en el siglo XIX en Chile— no solo indicaba qué podía hacer, sino —de manera más relevante— qué le estaba prohibido, y esto era intervenir en los asuntos sociales y políticos. Así, cumplir con las labores domésticas, cuidar de los hijos, del esposo o de los padres ya mayores, involucraba no intervenir en las decisiones públicas del país. El trabajo femenino removió esas estructuras, pero no les puso fin. Diamela Eltit plantea que, en cambio, la mujer debió “batallar contra la paradoja de tener que cumplir con un modelo que la perpetúa en la dependencia, a la vez que, en forma ascendente, se compromete en actividades que la califican como responsable social” (46). Mujeres de clase media y de la élite del país comenzaron a tener una participación pública, en que promovían, por ejemplo, la educación de la mujer y el voto femenino, al mismo tiempo que declaraban que no querían ocupar el lugar del hombre, sino convertirse en aliados. Es el caso de dos contemporáneas de Mistral y Yáñez: Amanda Labarca e Inés Echeverría (Iris). Labarca (1886-1975), ella misma de clase media, profesora y escritora se refiere a la condición de la mujer durante la primera mitad del siglo XX como “entre dos órbitas: la del hogar y la del mundo, la participación en cuyas múltiples actividades desconocieron nuestras abuelas” (158). Esta situación, sostenía Labarca, ponía a las mujeres en una encrucijada, porque debían seguir preocupadas del ámbito doméstico. De hecho, la preocupación por la maternidad será un tema clave durante esas primeras décadas del 1900. A diferencia de Mistral, Yáñez no tuvo la necesidad de trabajar desde joven para ayudar en casa. La independencia tampoco parecía estar dentro de las expectativas reales, a pesar de que lo escribía acerca de su época de soltería: “Nunca me resignaría a ser solo.

(24) Mayne-Nicholls 24 una buena dueña de casa. Era indispensable que se realizaran mis inquietudes artísticas” (Historia de mi vida 117). La palabra clave de esa declaración es “solo”, ya que da cuenta de que ser dueña de casa —como su madre— era parte de su futuro. De hecho, al poco tiempo de esas palabras, conoció a José Echeverría, un ingeniero algunos años mayor que ella; después de un breve cortejo, la pareja se casó cuando Yáñez tenía cerca de veinte años. Recuerda al respecto: Me propuso matrimonio diciendo: —“Tengo ya mi pasaje, necesito un descanso; mi trabajo y mil problemas de otro orden me han agotado. Habría dos alternativas: o me espera sólo un año o nos casamos dentro de tres meses”. Yo no titubeé: —“Me voy con usted aunque esto sea muy precipitado. No creo que mis padres se opongan” (Historia de mi vida 120). Hacia 1922, Yáñez había tenido ya cuatro hijos: de ellos, dos niñas murieron cuando tenían poco más de un año. Yáñez tenía veinticuatro años y su vida había estado ligada al actuar de los hombres de la familia: primero su padre y luego su esposo. Fue debido a los movimientos de los hombres, que Yáñez sale de Chile y vive, por ejemplo, en Francia. En esa misma época Mistral estaba viajando a México, invitada por José Vasconcelos, entonces ministro de Educación, para que ayudara en el proceso reformador del sistema educativo mexicano. Desde 1911 que Mistral se había alejado de casa, gracias a su trabajo como profesora primero, y luego como directora, desplazándose por distintas localidades —grandes y pequeñas— de Chile. Es cierto que ambas escritoras tienen casi diez años de diferencia, pero las distintas experiencias de vida que tienen responden a los diferentes círculos de los cuales provenían. Mistral hace de la pedagogía su carrera, de la misma manera que María Flora Yáñez pareciera encaminarse desde joven a ser un ama de casa profesional. Además, se presenta un aspecto ineludible, el hecho de que en la época el.

(25) Mayne-Nicholls 25 estatus de la mujer parecía provenir de su condición de convertirse en madre. Esto llevará a Yáñez a intentar ser madre desde su matrimonio, y llevará a las primeras lecturas sobre la poesía de Mistral que intentaban ver en su escritura un sentimiento de maternidad frustrada.. Maternidad, un asunto de Estado Estudiando las contradicciones culturales que ha involucrado la maternidad en Estados Unidos a partir del siglo XX, Sharon Hays sostiene que la crianza infantil se había convertido en sinónimo de maternidad (1998). Esa misma concepción puede encontrarse en el Chile de la época de Mistral y Yáñez. A pesar de que las mujeres habían ingresado al campo laboral y exigían sus derechos a estudiar en la universidad y votar, al cambio de siglo, ya fuera en el ámbito privado o en el público, “la mujer continuaba siendo madre, virtuosa y formadora” (Sanhueza 334). En la práctica, la crianza de los hijos seguía dependiendo de la madre, aunque esta hubiera ingresado al campo laboral. De hecho, las mujeres que abogaron por los derechos de las mujeres hacia la década de 1920 incluían el tema de la maternidad en sus posturas. Ana María Stuven llama a esto “feminismo de la maternidad” (“El asocianismo femenino” 110) y citaba entre sus representantes a Amanda Labarca, Gabriela Mistral, Elena Caffarena y Eloísa Díaz 8: “La díada madre-hijo fue un tema predilecto del feminismo” (Stuven, “El asocianismo femenino” 111). Esta postura se apoyaba en las altas tasas de mortalidad infantil de la época, lo que derivó en exigencias en relación con la salud como una forma de combatir esta realidad.. 8. Elena Caffarena (1903-2003), abogada y activista feminista, especialmente a través del Movimiento ProEmancipación de la Mujer Chilena, Memch, fundado en 1935, del cual fue secretaria general. Eloísa Díaz (1866-1950) fue la primera mujer en graduarse como médica en 1887..

(26) Mayne-Nicholls 26 El problema de la mortalidad infantil es clave en la consideración de la maternidad que se realiza en las primeras décadas del 1900. Las tasas no solo eran altas en Chile, sino en los países del Cono Sur, Argentina y Uruguay. En el caso específico de Chile, donde los mayores índices se registraban en Santiago, el asunto era gravísimo. En 1908 la tasa era de trescientos veinticinco muertes por mil nacidos, cifra que bajó un poco entre 1915 y 1930, a doscientos treinta y cuatro por mil, pero después de eso la cifra se mantuvo sin mejoras a lo largo de los años. No solo se trataba de los recién nacidos: en 1905 los niños menores de cinco años fallecidos representaban el 49,3% del total de muertes (Lavrin 2005). La familia de María Flora Yáñez da cuenta de que la mortalidad infantil no era un problema exclusivo de las clases más pobres, sino que atravesaba todos los estratos. La escritora relata en sus libros las muertes de dos hermanos (Visiones de infancia) y de dos hijas (Historia de mi vida). Yáñez se describe como devastada luego de haber perdido a sus dos hijas, “un ser de tinieblas” (Historia de mi vida 130) se llama a sí misma; y, de todas maneras, la maternidad se mantiene en el horizonte: “Ahora que no puedo ir a Europa, sólo siento un anhelo: tener otro hijo” (Historia de mi vida 134). Es decir, la precariedad de la salud infantil no representaba una merma en la identificación de las mujeres con el de ser madres. Por el contrario, lo que se trató de hacer fue mejorar las condiciones de salud para revertir la mortalidad infantil. Por eso, no es de extrañar que en un contexto así, presionado además por la alta migración campo-ciudad que se daba en Chile, el país hiciera eco del higienismo9, ciencia que estableció la higiene como la principal forma de mejor las condiciones de salud. El desarrollo del higienismo en el país (a partir de 1870) se vincula. 9. El higienismo se desarrolló en Europa a partir de 1790 e identificaba a la pobreza, la falta de higiene y las condiciones de vida insalubres de los trabajadores como los principales focos de la propagación de las enfermedades y la mortandad (“Ciencia de la higiene”)..

(27) Mayne-Nicholls 27 con esa construcción que identifica a los niños con el futuro de la nación, de tal modo que proteger a los niños representaba, en última instancia, proteger a Chile. La protección de la maternidad y de la infancia tocaba a quienes se autotitulaban higienistas, un grupo de médicos y sociólogos que veían en los programas de salud pública una forma de mejorar el perfil sanitario urbano y conseguir que sus países se acercaran a los modelos europeos y estadounidenses de progreso social (Lavrin 132). Esta premisa de mejorar la salubridad urbana redundó en la elaboración de políticas de protección, las que estaban enfocadas en las mujeres, porque eran madres, y a sus hijos, quienes se veían más afectados. Los higienistas buscaban enseñar a las mujeres “cómo cumplir mejor su papel de madres” (Lavrin 138), es decir, las mujeres, en cuanto madres, eran las responsables de la salud de los niños y niñas, debido a que a ellas se les había encargado, culturalmente, la crianza de los hijos. Los higienistas también se preocuparon de incorporar profesionalmente a las mujeres al ámbito de la salud. Esta promoción estaba en concordancia con una creencia extendida de la época: las mujeres debían ejercer oficios y profesiones ligadas a sus supuestas cualidades naturales que han vinculado a las mujeres con la noción de cuidadoras 10. La propia Mistral se incluía entre quienes defendían una división sexual de los oficios, según la cual era comprensible que las mujeres trabajaran ligadas a la salud, por ejemplo, como enfermeras y médicas; aunque la cifra de estas últimas todavía era baja: en 1907 solo había siete médicas11 (C. Sepúlveda 2008). De todas 10. En la actualidad, se sigue identificando a las mujeres en el papel de cuidadoras, especialmente en el ámbito familiar, ya sea de los hijos, los enfermos o los ancianos. En este sentido se advierte una “inequidad de género en el cuidado informal, donde es la mujer quien ejerce esta actividad invisible y exigente dentro del sistema del cuidado de la salud” (Vaquiero Rodríguez y Stiepovich Bertoni 10). 11 A través del Decreto Amunátegui de 1887, se aseguró el acceso de las mujeres a la universidad. Sin embargo, en la práctica no significó una presencia masiva de mujeres, por cuanto los planteles limitaban los.

(28) Mayne-Nicholls 28 maneras, el énfasis estaba puesto en que las madres tuvieran más conocimientos para cuidar a sus hijos. Estas perspectivas destapan el imaginario de la época en que las mujeres más que ser vistas como tales, eran vistas como madres: o ya eran madres o pronto se convertirían en una. Por eso: “[l]a capacitación de la mujer en la entrega de mejores cuidados salvaría las vidas de los hijos y entregaría a las madres un nuevo sentido de responsabilidad y orgullo en torno a su función” (Lavrin 139). Es así que nacen conceptos como el de la puericultura, esto es, el cuidado materno-infantil, clave en tanto que constituía no solo una disciplina para ser enseñada, sino también por su enfoque preventivo, esto es, impedir que el niño enfermara (Posada Díaz, Gómez Ramírez, y Ramírez Gómez 2005). La puericultura fue abordada tanto desde la medicina como desde el Estado. Los médicos realizaron en el Cono Sur congresos al respecto, en que fomentaban que el cuidado que la madre hiciera de sus hijos debía tener un carácter científico; por su parte, el Estado avaló dichas posturas estableciendo leyes y políticas que respaldaran dicho cuidado (Lavrin 2005). Esto implicó un verdadero culto a la maternidad, que ya era vista como la función única de las mujeres adultas y, al mismo tiempo, significó refrendar una visión tradicional acerca del papel de la mujer en la sociedad, esto es “que la identidad femenina se definía casi exclusivamente en su rol formador de la familia” (Stuven, “La mujer ayer y hoy” 4). Las mujeres no solo debían convertirse en madres, sino que se les encargaba políticamente el cuidado de sus hijos, porque de ello dependía la salud de sus propios hijos y el destino de la nación. Pero al momento de convertir a la madre en la responsable del desarrollo sano de niños y niñas, se exime de tal responsabilidad a los padres, nuevamente reforzando la división tradicional de géneros: la mujer en la vida doméstica y el hombre en el ámbito. cupos destinados a las mujeres. Por ejemplo, en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile solo el 10% de las plazas de cada promoción podía otorgarse a mujeres (C. Sepúlveda 2008)..

(29) Mayne-Nicholls 29 público, sustentando el hogar solo económicamente. Esto, además, supone una exigencia a las mujeres, por cuanto si sus hijos enferman (o mueren) resuena en ellas que eran las responsables. Las palabras de Yáñez con respecto al nacimiento de su primera hija parecieran estar en esa sintonía: Allí nació, el 23 de agosto, mi hijita Flora Luz, que era muy frágil y liviana de peso, debido a mis prolongadas dolencias. Mi madre que había dicho: —“El día más feliz de una mujer es aquel en que recibe a su primer hijo”. No sentí nada de eso (Historia de mi vida 128). Flora Luz murió cuando tenía un año y dos meses y, según dejan entrever la descripción de Yáñez, nació prematura. La escritora asume la responsabilidad de esa condición, por cuanto el papel de cuidadora es otorgado a la madre desde el momento de la concepción; y luego da cuenta de cómo esto afecta la afecta psicológicamente. No es de extrañar, teniendo presente que persiste la construcción de que se falló en el cuidado, pero también porque un nacimiento prematuro va en contra de una visión idealizada del parto, como si —por ser algo que ocurre de forma natural— no pudiera estar afecto a problemas. Eso por parte de las mujeres que se convertían en madres, las que permanecían solteras tenían que lidiar con sus propios estigmas.. Mujer soltera e independencia En 1892 Jerónimo Godoy dejó el hogar que había formado con Petronila Alcayaga, lo que transformó a la madre de Mistral en la jefa de hogar. No era una situación inusual: “en las últimas décadas del siglo XIX, el porcentaje de hogares con jefatura femenina (viudas incluidas) habría llegado al 40% en los alrededores de Santiago” (Salinas 170). Las mujeres quedaban a la cabeza de sus familias por diversas razones: bien porque eran madres.

(30) Mayne-Nicholls 30 solteras, bien porque eran viudas, bien porque sus parejas —fueran estos maridos o convivientes— habían abandonado el hogar, lo que se consideraba en la categoría de pareja ausente. Ese fue el contexto de infancia de Gabriela Mistral. Su madre debió quedar en teoría como la jefa de hogar, sin embargo, en la práctica fue la media hermana de la poeta, Emelina Molina, quien se hizo cargo de la familia. Emelina era hija de un matrimonio previo de Petronila Alcayaga 12 y tenía dieciséis años más que Gabriela. Como maestra en Montegrande, Emelina sustentó económicamente a la familia, pero su influencia y participación fue más allá, como recordaba Gabriela Mistral: Mi hermana materna, Emelina Molina, me dio enteramente la educación recibida en la infancia que en buenas cuentas es la única que tuve y que me fue transmitida, puede decirse, en las rodillas fraternas. Reemplazó a mi padre en sus obligaciones familiares, y yo le reconozco el bien definitivo de la asistencia material y moral (Vivir y escribir 154). Por algunas referencias documentales, se sabe que Emelina se casó y que posteriormente enviudó: otra mujer sola. El caso de Gabriela Mistral es distinto, por cuando vemos en ella una mujer que nunca se casó y que, luego de los primeros años al cuidado de su hermana, no dependió económicamente de la familia. Era una mujer soltera y la visión que había de ellas no era desprejuiciada, como lo indica ya de entrada el hecho de que la tasa de soltería de las mujeres sea llamada “tasa de celibato femenino”. Se trata específicamente de “la proporción de mujeres que murieron solteras a los cincuenta años o más” (Salinas 159), proporción que, en Chile, era alta: “las elevadas tasas de celibato. 12. Petronila Alcayaga era ya viuda de Rosendo Molina cuando conoció al padre de Mistral. Primero por viudez y luego por el abandono de Godoy, Petronila volvía a convertirse en una mujer sola con hijos en Chile, con todas las dificultades que aquello implicaba..

(31) Mayne-Nicholls 31 femenino se mantuvieron o se acrecentaron en todo el país hasta comienzos del siglo XX, ya que entre 1850 y 1900, aproximadamente el 30% de la población femenina no se casó” (Salinas 160). Lo primero que noto aquí es la relación teórica que se plantea entre celibato y soltería, basada principalmente en un discurso hegemónico que asociaba los conceptos de matrimonio y maternidad: “la práctica disoció ambas condiciones, de modo que, por un lado, no hubo correspondencia entre soltería y celibato y, por otro, fue bastante frecuente entre las mujeres adultas la condición de madre soltera” (Salinas 160). Al respecto, me parece que la construcción debería ser al revés: no es que celibato y soltería fueran separados en la práctica, sino que eran unidos en la teoría. Esto no se observa solo en el hecho de que la llamada tasa de celibato femenino incluyera a las madres solteras, sino en la creencia de que la ausencia de celibato redunda necesariamente en maternidad. Reconozco respecto de este tema una construcción basada en la imagen idealizada de las mujeres en Occidente, lo que observo incluso en el apellido “femenino” utilizado, por cuanto recoge la idea de que [parte de] lo femenino es ser célibe. Más allá de lo que significa hablar de celibato femenino en vez de mujeres solteras, la cifra nos muestra que, hacia 1900, casi un tercio de la población de mujeres adultas no se casó. Gabriela Mistral se sumó a ese grupo. Aunque hay datos acerca de la proporción de mujeres solteras en Chile, no hay información acerca de las razones de esta soltería: No sabemos si su soltería [de las mujeres] era el resultado de una decisión voluntaria, una elección de la familia o una necesidad impuesta por las circunstancias, pero lo más probable es que esa condición le haya venido obligada a la mujer como consecuencia de la necesidad de su grupo familiar de adaptarse a situaciones variadas (Salinas 164)..

(32) Mayne-Nicholls 32 En el caso de Gabriela Mistral podríamos decir que detrás de su soltería hay una decisión voluntaria, como también la hay detrás del hecho de no haberse convertido en madre. Eso es lo que da a entender Mistral a través de sus actos y de sus palabras. Con respecto al primer aspecto, considero cómo se independizó rápidamente —en vez de seguir viviendo con su madre— y se enfocó en una carrera que la llevó a viajar y establecerse en distintas partes del mundo. Esto se contrapone con lo sucedido con Yáñez, que vive también fuera del país, pero porque seguía ya fuera a su padre o a su marido. En cuanto al segundo aspecto, sobre los escritos de Mistral, ella escribió en 1919, cuando tenía treinta años: Y he aquí que nunca tendré un hijo sobre las rodillas. Las espigas se sienten en febrero, tiesas, duras del grano oscuro, que las hace grávidas y dichosas, y yo no caminaré nunca curvada de fruto por los caminos. No me heriré la carne para mostrar un hijo a la luz, como la fruta muestra su pulpa sonrosada (Vivir y escribir 60). Decidir no ser madre no es lo mismo, ciertamente, que una maternidad frustrada. De hecho, solo pensar en el concepto de maternidad frustrada introduce la visión de que el estatus de las mujeres dependería de si se convierten o no en madres, por cuanto, esa etiqueta no solo evidencia no haberse convertido en madre, sino que da cuenta de un sentimiento de fracaso por no haberlo sido. Esto se basa en la visión patriarcal de que las mujeres solo se sentirían plenas y realizadas siendo madres, o bien, que para ser una mujer es necesario tener hijos. Esta perspectiva proponía, entonces, un estereotipo doble sobre Mistral: estaría frustrada por no haber sido madre, por cuanto no podría ser totalmente mujer. Esto niega además la agencia de Mistral de decidir por sí misma qué quería realizar en su vida y qué no. Otro aspecto que surge de la lectura de la maternidad frustrada (que es rechazada entre otros por Grínor Rojo, 1997), es la preponderancia que tiene la maternidad.

(33) Mayne-Nicholls 33 biológica por sobre la maternidad vía adopción; porque, aunque Mistral no fue madre biológica, sí se hizo cargo de su sobrino Yin Yin 13, al que llamaba “mi niñito”. Este fue un tema desarrollado teóricamente por Mistral en sus escritos. Lo aborda, por ejemplo, en la introducción de Lecturas para mujeres, donde la poeta explicita su creencia en dos maternidades: una a la que llama material (la biológica) y otra a la que llama espiritual, que se daría “en las mujeres que no tenemos hijos” (8); ambas son valoradas desde la perspectiva mistraliana. El que se discutiera acerca de la no maternidad biológica de Mistral pone en relieve el peso que tenía la creencia de que el fin primero y último de una mujer era el de ser madre. Es más, la existencia de una mujer sin hijos suscitaba prejuicios y hacía necesario buscar explicaciones, porque la idea de una mujer soltera encontraba resistencia, incluso desde el punto de vista legal: “La soltería femenina, a diferencia de la viudez, no otorgaba el privilegio de la independencia jurídica y social, ya que para la sociedad ese ‘estado’ no existía como alternativa de realización de una mujer” (Salinas 163). Es decir, una mujer no elegía permanecer soltera, sino que se convertía en soltera a pesar de ella y por su culpa, esto es, por haber fracasado en el que era considerado objetivo primordial de las mujeres: casarse y ser madre. La percepción social sobre las solteras proyectaba una imagen de mujeres que vivían en una condición de completa soledad, la cual era definida por dos factores: la ausencia de un marido y la imposibilidad de identificarla como “mujer de” o “hija de” (Salinas 163).. 13. En 1926, Gabriela Mistral conoció a Carlos Godoy Vallejo, quien se presentó como su medio hermano por el lado paterno. Godoy le pidió que se hiciera cargo de su hijo Juan Miguel (Yin Yin)..

(34) Mayne-Nicholls 34 En la primera mitad del siglo XX el estatuto legal de las mujeres dependía de sus relaciones familiares: primero dependía del padre y dejaba su casa solo cuando se casaba y comenzaba a depender del esposo. De hecho, durante las primeras décadas del siglo XX, la ley contemplaba que una mujer necesitaba para trabajar el permiso escrito de su padre o de su esposo, si bien en la práctica el permiso no se solicitaba efectivamente (Lavrin 2005). Tiene sentido que en la práctica resultara inaplicable, porque representaba un impedimento insalvable para mujeres como Mistral, que debía trabajar, pero había sido abandonada por el padre y no tenía esposo. Sin embargo, el espíritu de la ley grafica la situación de las mujeres en Chile, al exponer que no eran reconocidas como personas independientes. Gabriela Mistral expuso algunas ideas sobre la soltería en un texto de 1953 titulado “Un viejo tema: comentarios sobre el informe de Kinsey14”: “Dejando atrás la cuestión del matrimonio y aludiendo a la vida de la mujer soltera, se observa en las muchachas de hoy una tácita voluntad o una decisión de ser, ante todo, felices” (123-124). Es decir, Gabriela Mistral observa la soltería de las mujeres como opción de independencia y no como fracaso, por cuanto el matrimonio no era la única opción para las mujeres adultas. Un poco más dice en el mismo artículo sobre la sexualidad mujeril, lo que resulta interesante al confrontar estas palabras con la creencia de que soltería de la mujer equivalía a celibato: El “amor libre” no tumba todavía la recia montaña de la moral sexual recibida del cristianismo. La novedad más visible que los viejos observamos en la juventud y que nos es grata, es la relación más frecuente, más sana y más espontánea que existe hoy entre mozos y mozas …” (“Un viejo tema” 124).. 14. El informe Kinsey fue el resultado de la investigación sobre comportamiento sexual humano realizada por el doctor Alfred Kinsey en Estados Unidos y que dio lugar a dos libros publicados en 1948 y 1953. Gabriela Mistral hace referencia al segundo libro, Sexual Behavior in the Human Female..

(35) Mayne-Nicholls 35 Un cambio en la forma de relacionarse entre hombres y mujeres es el que percibe Mistral en la década de 1950. Estas relaciones más sanas y espontáneas que la poeta describe contrastan con la idea que se tenía a comienzos de siglo: “si el marido falla, la mujer debe, a pesar de todo, tolerarlo, sufrir y callar con tal de mantener la vida conyugal y en consideración a los hijos” (Mistral, “Un viejo tema” 122). La poeta escribía basándose en su propia historia familiar: “siempre creí que mi madre debía haberse ahorrado los sufrimientos que le dio mi padre y haber salvado algo de felicidad para su vida” (Mistral, “Un viejo tema” 122). Cuando Jerónimo Godoy abandonó a su familia todavía no se ingresaba al siglo XX y difícilmente la mujer podía tomar decisiones sobre sí misma. No era un hecho que pudiera contrarrestarse fácilmente, después de todo, el sistema patriarcal chileno estaba impuesto por ley; es decir, las mujeres solteras eran discriminadas y para ser reconocidas necesitaban tener un hombre al lado. Esta situación fue cambiando paulatinamente a medida que el siglo XX avanzaba.. Posición política y construcción del discurso propio En una sociedad patriarcal como la chilena del 1900, la participación la ejercían los hombres pertenecientes a la élite, lo cual redundaba en la existencia de varios grupos marginados socialmente, dentro de los cuales la mujer era “la gran excluida, ella permanece bajo la protección patriarcal, del padre o del esposo, limitada tanto en sus derechos civiles como en su participación en la vida pública” (Stuven, “El asocianismo femenino” 107). El ingreso de las mujeres de todas las clases sociales al ámbito público y, especialmente, al mercado laboral, puso en jaque este estatus de dependencia de las mujeres y comenzaron a realizarse modificaciones que eran necesarias para equiparar las condiciones de la mujer en los distintos ámbitos públicos. En este sentido la década de 1920 fue clave en la.

(36) Mayne-Nicholls 36 participación de grupos de mujeres que buscaban la reivindicación del género en materias civiles y también políticas, entre las que se incluían el derecho a voto y una ley de divorcio. Sobre el primer asunto Gabriela Mistral decía: “El derecho femenino al voto me ha parecido siempre cosa naturalísima” (“El voto femenino” 66). El texto previo fue escrito por Mistral en 1928, recién seis años más tarde, en 193415, la mujer recibiría el derecho a sufragio. Aunque al comienzo las mujeres solo pueden participar en las elecciones municipales, ese hecho “marca el advenimiento de las mujeres en los partidos políticos” (Labarca “Trayectoria del movimiento”16 75). En tanto el sufragio universal femenino se promulgó recién en 1949 y la primera participación de las mujeres en una elección presidencial fue en 1952 cuando fue elegido Carlos Ibáñez del Campo 17. Fueron los movimientos feministas los que se interesaron, entre otros aspectos, en la participación política de la mujer. En el caso de Gabriela Mistral su postura es compleja de definir, por cuanto puede parecer que abrazaba posiciones contradictorias. Por ejemplo, por un lado, era una mujer trabajadora e independiente, y, por otro, defendía una división sexual de los trabajos. Tengo en cuenta, además, que dentro del feminismo se encuentran distintas vertientes y distintas luchas. Yo la considero feminista, aunque no trabajara junto. 15. El derecho a voto se ejerció por primera vez después de promulgado en las elecciones municipales de 1935, en las que hubo 98 mujeres candidatas. Resultaron electas 25: dieciséis del Partido Liberal, dieciséis del Partido Conservador, cinco del Partido Radical, dos del Partido Demócrata y una en calidad de independiente (“Sufragio femenino universal” s/p). 16 El texto “Trayectoria del movimiento feminista chileno” de Amanda Labarca está fechado en 1944, cinco años antes de la promulgación del sufragio universal. 17 Tanto Mistral como Yáñez identifican a Ibáñez del Campo como un enemigo. Mistral lo consideraba “el eterno sargento de los golpecitos de Estado americanos” (Pensando a Chile 399), como se lo hace saber a Eduardo Frei Montalva en una carta fechada en 1939. Además, durante la dictadura de Ibáñez (1927-1931), a Mistral se le quitó la jubilación que recibía desde 1925, y que era su principal sustento. Yáñez también es crítica de la dictadura de Ibáñez y con motivo de la caída de su caída escribe: “Imagínense cinco años de pesadilla, de salvajismos, borrados súbitamente; la tiranía más horrible que haya visto nuestro país tirada al suelo, un pueblo libre de nuevo para expresar sus sentimientos después de años de opresión” (Historia de mi vida 74). Como Mistral, Yáñez tiene razones personales para odiar a Ibáñez, ya que una de sus primeras acciones al llegar al poder en 1927 fue expropiar el diario La nación, propiedad de Eliodoro Yáñez..

(37) Mayne-Nicholls 37 a los grupos feministas locales, por cuanto consideraba que las mujeres son oprimidas en las sociedades patriarcales, lo cual ella aborda en sus textos y en su poesía. De la misma manera, trataba de desarmar las construcciones hegemónicas sobre la mujer, de nuevo a través de su trabajo y llevando esto a su propio cuerpo, como se puede ver en la forma en que se vestía o se peinaba. En ese sentido, destaco una fotografía de enero de 1938 en que Mistral aparece con Alfonsina Storni y Juana de Ibarbourou. “Las tres musas de América”, como las llamó la prensa en la época (Fischer), se encontraban en Montevideo, Uruguay, participando en un encuentro del Instituto Alfredo Vázquez Acevedo. Las tres poetas tenían más de 40 años: Mistral, la mayor, tenía 49; Storni tenía 46 e Ibarbourou, 45. Mistral es también la más alta, y destaca por su aspecto: viste un vestido negro u oscuro suelto con un chaquetón colorido encima, y lleva su pelo tomado. Las otras dos poetas también tienen el pelo tomado, pero ambas usan sombreros pequeños y vestidos y chaquetas a la moda; se observa también una pequeña cartera en las manos de Storni, y el maquillaje de Ibarbourou. Mistral sonríe, y Storni e Ibarbourou están muy serias. Mistral no se viste para ser una señora de sociedad, según las costumbres de la época, sino para instalarse como una mujer escritora. Los conceptos que Mistral construye —desde su poesía y prosa— sobre el estatus de las mujeres y la naturaleza, y la relación entre ambas, la emparentan con la corriente ecofeminista que se gestó a partir de la década de 1970. “Voy a hablarles sobre las relaciones de la mujer con la tierra y sobre la voluntad de conservación que une a ambas” (Mistral, “Conversando” 71), dice la poeta en sintonía con D’Eaubonne y su planteamiento de que las mujeres deberían liderar una revolución de carácter feminista y ecológica (Rey Torrijos 137). De hecho, Mistral se plantea en contra de la explotación de la tierra, lo que ella observaba como uno de los principales peligros que enfrentaba Latinoamérica en la.

Referencias

Documento similar

Entre nosotros anda un escritor de cosas de filología, paisano de Costa, que no deja de tener ingenio y garbo; pero cuyas obras tienen de todo menos de ciencia, y aun

Sanz (Universidad Carlos III-IUNE): "El papel de las fuentes de datos en los ranking nacionales de universidades".. Reuniones científicas 75 Los días 12 y 13 de noviembre

(Banco de España) Mancebo, Pascual (U. de Alicante) Marco, Mariluz (U. de València) Marhuenda, Francisco (U. de Alicante) Marhuenda, Joaquín (U. de Alicante) Marquerie,

1) La Dedicatoria a la dama culta, doña Escolástica Polyanthea de Calepino, señora de Trilingüe y Babilonia. 2) El Prólogo al lector de lenguaje culto: apenado por el avan- ce de

Se trata de realizar un breve recorrido histórico sobre las organizaciones universitarias de mujeres que trabajan con el problema de la discriminación dentro del mundo académico

d) que haya «identidad de órgano» (con identidad de Sala y Sección); e) que haya alteridad, es decir, que las sentencias aportadas sean de persona distinta a la recurrente, e) que

Ciaurriz quien, durante su primer arlo de estancia en Loyola 40 , catalogó sus fondos siguiendo la división previa a la que nos hemos referido; y si esta labor fue de

En la parte central de la línea, entre los planes de gobierno o dirección política, en el extremo izquierdo, y los planes reguladores del uso del suelo (urbanísticos y