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Qué quiere decir Machado cuando afirma que debemos desconfiar de nosotros mismos?

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Academic year: 2021

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TEMA : FILOSOFÍA, CIENCIA Y OTRAS FORMAS DE SABER. 1. LA UTILIDAD DE LA FILOSOFÍA.

Voy a comenzar con unas palabras de Juan, de Mairena (obra de Antonio Machado) a sus alumnos con las que quiero expresar algunas profundas convicciones acerca de mí mismo y de la educación: "Pláceme poneros un poco en guardia contra mí mismo. De buena fe os digo cuanto me parece que pueda ser más fecundo en vuestras almas, juzgando por aquello que, a mi parecer, fue más fecundo en la mía. Pero ésta es una norma expuesta a múltiples yerros. Si la empleo es por no haber encontrado otra mejor. Yo os pido un poco de amistad y ese mínimo de respeto que hace posible la convivencia entre personas durante algunas horas. Pero no me toméis demasiado en serio. Pensad que no siempre estoy yo seguro de lo que os digo, y que, aunque pretenda educaros, no creo que mi educación esté mucho más avanzada que la vuestra. No es fácil que pueda yo enseñaros a hablar, ni a escribir, ni a pensar correctamente, porque yo soy la incorrección misma, un alma siempre en borrador, llena de tachones, de vacilaciones y de arrepentimientos. Llevo conmigo un diablo - no el demonio de Sócrates-, sino un diablejo que me tacha a veces lo que escribo para escribir encima lo contrario; que a veces habla por mí y otras yo por él, cuando no hablamos los dos a la par, para decir en coro cosas distintas. ¡Un verdadero lío! Para los tiempos que vienen no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí sólo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos". (Biblioteca el Mundo, p. 39-40).

Os digo todo esto un poco en descargo de mi conciencia y arrepentido de haberos hablado de poesía alguna vez, aparentando, por exigencias de la oratoria, convicciones sólidas y profundas que no siempre tengo. Es el peligro inevitable de la elocuencia que pretende elevarse sobre el diálogo. Al orador, es decir, al hombre que habla, convirtiéndonos en simple auditorio, le exigimos, más o menos conscientemente, no sólo que sea él quien piensa lo que dice, sino que crea él en la verdad de lo que piensa, aunque luego nosotros lo pongamos en duda; que nos transmita una fe, una convicción, que la exhiba, al menos, y que nos contagie de ella en lo posible. De otro modo, la oratoria sería inútil, porque las razones no se transmiten, se engendran, por cooperación, en el diálogo. El orador necesita impresionar a su auditorio, y para ello refuerza con el tono, el gesto, y a veces la cosmética misma, todo cuanto dice, y a pesar suyo dogmatiza, enfatiza y pedantea en mayor o menor grado. Vicios son éstos anejos a la oratoria, de los cuales yo mismo, cuando os hablo en clase, no estoy exento" (ídem, p. 45-46) .

¿Qué quiere decir Machado cuando afirma que debemos desconfiar de nosotros mismos? No, que nos menospreciemos y desconfiemos de nuestras propias fuerzas y capacidad para alcanzar los objetivos que nos propongamos. El automenosprecio es el comienzo de la sumisión. Si, en cambio, que desconfiemos de estar en posesión de la auténtica verdad.

¿Qué significa que las razones no se transmiten sino que se engendran, por cooperación, en el diálogo?.

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El texto siguiente de Fernando Savater también nos habla de la utilidad de la filosofía.

" Así pues, en la época actual (...) ¿qué información podemos recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente ofrecido el propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la naturaleza, los técnicos (...) pero no hay información "filosófica". Muy bien, pero ¿es información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea?

Supongamos que recibimos una noticia cualquiera, ésta por ejemplo: un número equis de personas muere diariamente de hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, nos preguntamos: "¿en qué mundo vivimos?". No hay respuesta científica para esta pregunta, porque evidentemente no nos conformamos con respuestas como "vivimos en el planeta Tierra" (...) ni siquiera con que se nos diga que "vivimos en un mundo muy injusto" o "un mundo maldito por Dios a causa de los pecados del mundo" (¿por qué es injusto lo que pasa?, ¿en qué consiste la maldición divina y quién la certifica?, etc). En una palabra, no queremos más información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que tenemos, cómo debemos interpretarla y relacionarla con otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone todo ello en la consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos y debemos comportamos en la situación así establecida. Estas son precisamente las preguntas a las que atiende lo que vamos a llamar filosofía. Digamos que se dan tres niveles distintos de entendimiento: a) la información, que nos presenta los hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede; b) el conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia significativa y busca principios generales para ordenarla; c) la sabiduría, que vincula el conocimiento con opciones vitales o valores que podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor.

Creo que la ciencia se mueve entre el nivel a) y el b) de conocimiento, mientras que la filosofía, de acuerdo con lo que sabemos, opera entre el b) y el c). De modo que no hay información propiamente filosófica, pero sí puede haber conocimiento filosófico y nos gustarla llegar a que hubiese también sabiduría filosófica. ¿Es posible lograr tal cosa?. {Las preguntas de la vida. Ariel).

¿Dónde radica la utilidad de la filosofía según el texto anterior?

Además de lo señalado por Savater, la filosofía también puede servirnos para:

Liberarnos de los dogmatismos.

Esto lo hace mediante un análisis crítico de nuestras convicciones, prejuicios y creencias. Tal análisis introducirá en nosotros una sana y razonable duda {filosofar

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no debería ser salir de dudas, sino entrar en ellas) que nos abra a otras opiniones y puntos de vista.

De esta forma eliminamos prejuicios, ampliamos nuestros pensamientos y con ello la tolerancia, el respeto e interés por lo distinto.

Esto es lo que dice Bertrand Russlll a este respecto:

"El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a hacerse preciso, definido, obvio, los objetos habituales no le suscitan [problema alguno, y las posibilidades no familiares son desdeñosamente rechazadas. Desde el momento en que empezamos a filosofar, hallamos por el-contrario que aun los objetos más ordinarios conducen a problemas a los cuales solo podemos dar respuestas muy incompletas. La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos v nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, el disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han introducido jamás en la religión de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar.". (Los problemas de la filosofía). ¿Qué idea/as destacas del texto?

La filosofía también puede servirnos para ampliar nuestros intereses y horizontes. Esto implica salir de nuestro mundo e intereses privados para contemplar el mundo como una totalidad a la que pertenezco y me pertenece, implicándome en lo que en él acontece:

"El mundo privado es pequeño en medio de un mundo tan grande y poderoso que debe, tarde o temprano, arruinar nuestro mundo peculiar. Salvo si ensanchamos de tal modo nuestros intereses que incluyamos en ellos al mundo entero, permanecemos como una guarnición en una fortaleza sitiada, sabiendo que el enemigo nos impide escapar y que la rendición final es inevitable. Si nuestra vida ha de ser grande y libre debemos escapar de esta prisión" (Bertrand Russell, Los problemas de la filosofa.).

“¿De qué nos libera la liberación filosófica? Nos libera de la ignorancia y de los prejuicios, de las preocupaciones minúsculas, de los temores infundados, de los afanes vacíos, de las ataduras tribales, de las actitudes mentales que nos impiden alcanzar la plenitud posible de nuestra vida y la unión intelectual con el Universo. Con nuestras gafas sucias sólo podemos ver de cerca. Limpiarnos las gafas equivale a liberar nuestra visión.

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Después de la experiencia intelectual liberadora, después de la contemplación de la inmensidad cósmica, podemos volver a la vida cotidiana con la serenidad de quien baja de la cumbre, observar con displicencia las minúsculas querellas del campamento, introducir un poco de racionalidad en los menudos problemas de la aldea.

Russell pensaba que la contemplación del cosmos ayuda al filósofo a liberarse de preocupaciones estrechas y ataduras tribales: “La contemplación no solo amplía el alcance de nuestro pensamiento, sino también el de nuestras acciones y nuestros efectos: nos hace ciudadanos del Universo, y no solo de una ciudad amurallada en guerra con las demás. En esta ciudad del Universo consiste la verdadera libertad del humán (ser humano), y su liberación de la servidumbre de las esperanzas y los temores estrechos”. (Jesús Mosterín, La naturaleza humana, Gran Austral. p. 388).

La filosofía también puede ayudarnos a decidir los fines que debemos proponernos racionalmente. Reflexiona un momento sobre los fines y valores imperantes en la sociedad en que vives. Enumera unos cuantos:

"La filosofía es:

Más un modo de atender que de entender. Ser conscientes de que es más interesante lo que nos sorprende que lo que nos da la razón.

Hacer menos ruido y cultivar el silencio atento. Demorar las respuestas y evitar sobre todo las precipitaciones.

Tener flexibilidad mental y practicar esa gimnasia del espíritu consistente en escuchar.

Desconfiar de la seguridad ostentosa. No sentirse incómodo ante preguntas que uno no sabe responder, pero que tampoco puede rechazar.

Aprender a sacar fruto del propio desconcierto. Huir del enquistamiento en sus variadas formas: intelectual, moral o política.

Estar a gusto en ia inquietud, a la que Schopenhauer consideró como lo que mantiene en movimiento el perpetuo reloj de la filosofía. . .

Dejarse invadir por una incorregible curiosidad. Crecer en capacidad de admiración proporcionalmeute a la estrañeza de lo admirado. Saber que la antitesis más rotunda del filósofo es el; vencedor.

En suma: permanecer siempre vulnerable ante la realidad. Daniel Innerarity • La filosofía como una de las bellas artes. Ariel

¿Tiene sentido hacer filosofía hoy?

Lee el siguiente texto y responde a las preguntas que hay al final del mismo. Texto: Información, ciencia, sabiduría. El País, 22 de enero de 2004. Autor: Emilio Lamo de Espinosa.

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En 1934, en su poema La roca, el poeta T.S. Eliot escribía: “Invenciones sin fin, experimentos sin fin, nos hacen conocer el movimiento pero no la quietud, conocimiento de la palabra, pero no del silencio, de las palabras, pero no de la Palabra”. Y añadía:

“¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento?

¿Y dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?”.

Cuando ciertamente vivimos anegados en información, con conocimientos crecientes, pero con la misma sabiduría de hace tres mil años, si acaso, no sobra comentar esta profunda intuición.

Pues, ciertamente, información, conocimiento y sabiduría son tres modos o maneras de conocimiento, pero de muy distinto alcance y desarrollo. La información nos proporciona datos, bits, nos dice lo que es y cómo es lo que es, puede ser digitalizada, archivada y transmitida. Hoy la encontramos en la red de la Web mundial, donde basta acceder a un buen buscador, como Google, para obtener toda la información del mundo, la práctica totalidad de los libros clásicos y modernos, toda la música, todos los datos que deseemos. Ya casi nadie consulta una enciclopedia (por eso la regalan con los periódicos), pues es más rápido consultar Internet, inmensa memoria de la humanidad y gigantesco depósito de información acerca de todo. De modo que basta una barata conexión a Internet para tener acceso a bases gigantescas de información.

El conocimiento es otra cosa, es la ciencia, un saber que, a partir de muchos datos, y combinando inducción y deducción, me dice no lo que es, sino lo que puedo hacer. La ciencia es otro depósito, esta vez de teorías o modelos del mundo o, mejor, de partes del mundo, y me dice cómo hacer esto o lo otro. El conocimiento necesita información, por supuesto, pero lo importante hoy es que, al haberse democratizado el acceso a la información, ésta cada vez vale menos. Lo importante no es tener información; todo el mundo la tiene. Lo importante es discriminar la información relevante de la que no lo es, separar información y ruido. Y eso no es tarea de la información sino del conocimiento científico. A medida que el bit de información baja de precio, sube el valor del conocimiento.

Pero el conocimiento científico tiene también sus límites. Pues la ciencia es un saber instrumental que me muestra qué puedo hacer, pero de ningún modo qué debo hacer. Lo sabemos al menos desde la crisis del positivismo clásico a comienzos del pasado siglo, cuando ese gigantesco pensador que fue Wittgenstein, y aludiendo justamente al tema de los valores (a la “muerte de Dios”), dijo aquello de que “sobre lo que no es posible hablar, es mejor callarse”. Pues poco sensato podemos decir de los valores si los analizamos desde el discurso científico, de modo que, desde entonces, con el neopositivismo, la ciencia se ha construido eliminando los valores; la ciencia debe ser wertfrei , value- free. Y así es, pues de la buena vida, de lo que debemos hacer o no, del sentido último de nuestra existencia, sobre qué amar u odiar, qué es hermoso o repugnante, de eso poco sabe la ciencia.

De eso, ciertamente, se ha venido encargando la sabiduría.

Una forma de saber que, superior a la ciencia y, por supuesto, a la información, trata de enseñarme a vivir y me muestra, de entre todo lo mucho que puedo hacer, lo que merece ser hecho. De modo que, sin sabiduría, la no pasa de ser un archivo o panoplia de instrumentos que no sabría cómo utilizar. Información, conocimiento y sabiduría responden así a tres preguntas muy distintas; ¿qué hay?, ¿qué puedo hacer?, ¿qué debo hacer?.

¿Todo así de claro? Por supuesto que no, pues, como señalaba antes, los ritmos del desarrollo del conocer humano son muy distintos. En 1999 había 500 millones de páginas Web; en 2002 se calculaban ya 6.000 millones. Se estima que el volumen de páginas web de que disponemos y, por lo tanto, el volumen de información accesible mediante un simple enchufe a Internet se doblan cada tres meses a un ritmo frenético, y lo cierto es que nadamos en masas de información.

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El ritmo de desarrollo del conocimiento es más difícil de medir, pero diversas estimaciones rigurosas concluyen que el stock de ciencia válida se ha venido doblando aproximadamente cada 15 años, que es también el ritmo al que se doblan las revistas científicas especializadas y el branching (la ramificación) de especialidades científicas. Y, desde luego, nadie puede poner en duda que se trata de uno de los pocos ámbitos donde podemos hablar con rigor de progreso, pues es difícil dudar que hoy sabemos (o, para ser más precisos, conocemos) bastante más que hace 100 años, y entonces más que hace 200, etcétera. Razón por la que no pocos (yo entre ellos) creemos que, si hay una variable independiente que pueda explicar la historia, ésa es el progreso de los conocimientos. Y todo parece indicar que tras las dos primeras revoluciones científicas, la que pone fin al neolítico para iniciar la historia de los primeros imperios, y la revolución científica europea del siglo XVII, la actual revolución científico-técnica no ha hecho sino comenzar. Podríamos visualizarlo diciendo que ambos crecen en progresión geométrica, pero la información lo hace cada tres meses, y el conocimiento, cada 15 años.

Sin embargo, la sabiduría de que disponemos no es hoy mucho mayor que la que tenía Confucio, Sócrates, Buda o Jesús, no parece haber mejorado mucho en los últimos tres mil años y, lo que es peor, no sabemos bien cómo producirla. Tampoco diría que ha retrocedido, pero sí que es casi una constante que ha variado poco o nada en los últimos siglos. Razón por la cual la lectura de la Ética a Nicómaco, de Aristóteles; el De constantia sapientis, de Séneca, o el Sermón de la montaña, de Jesús de Nazaret, tienen hoy tanto valor como cuando fueron publicados, mientras que (como decía Whitehead) la ciencia progresa olvidando sus clásicos, y nadie que desee saber óptica lee hoy la de Newton. Pues si hubiéramos progresado en sabiduría como lo hemos hecho en conocimiento, esos viejísimos textos morales carecerían de valor, como carece de valor actual el Tratado elemental de química de Lavoisier.

Y hay más aún. Pues si bien es cierto que la ciencia carece de sabiduría, sin embargo se autodefine – y es aceptada casi siempre- como única forma de saber válido. Como ya señalaba Thorstein Veblen en 1906 en el primer texto de sociología de la ciencia, “el sentido común moderno sostiene que la respuesta del científico es la única auténtica y definitiva”. Puede ser, pero da la maldita casualidad que no responde, ni puede responder, a las preguntas más importantes. No otra cosa dirá Habermas mucho más tarde: “Cientifismo significa... la convicción de que no podemos ya comprender la ciencia como una forma de conocimiento posible, sino que más bien debemos identificar conocimiento y ciencia”.

Pero en esa medida, en la medida en que aceptamos, erróneamente que la ciencia es el único saber válido, ella misma se transforma en disolvente de todo otro saber alternativo posible, y, por lo tanto, en disolvente de todo saber de fines, en disolvente de la escasa sabiduría de que disponemos. Con el resultado paradójico de que cada vez sabemos más qué podemos hacer (cada vez podemos hacer más cosas), pero sabemos menos qué debemos hacer, pues incluso la poca sabiduría de que disponemos la menospreciamos. Ciertamente, invenciones sin fin, sin finalidad, sin objetivo. Así, por poner un ejemplo, sabemos que podemos clonar seres humanos; pero, ¿cuándo y por qué es razonable hacerlo?.

Vivimos, pues, anegados de información, con sólidos y eficaces conocimientos científicos, pero ayunos casi por completo de sabiduría. Sospecho que Eliot tenía toda la razón y nuestro problema es que no somos capaces de producir sabiduría, al menos al ritmo al que producimos conocimiento.

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¿Qué tarea crees que le corresponde a la filosofía

2. FILOSOFÍA, CIENCIA, RELIGIÓN, LITERATURA.

La filosofía no es ciencia:

- Porque su saber no se basa únicamente en la experimentación, sino que también se nutre de otras experiencias humanas (afectivas, intuitivas...)

- Porque la filosofía aspira a integrar los diversos saberes, mientras que la ciencia tiende a la división y superespecialización de los saberes.

- La filosofía es un saber normativo, mientras que la ciencia se limita a decirnos cómo se producen los procesos naturales y elude pronunciarse sobre cómo debemos comportarnos.

- La filosofía no proporciona respuestas definitivas a problemas concretos:

“Desde el momento en que es posible el conocimiento preciso de una materia, esta materia deja de ser considerada filosofía y se convierte en una ciencia separada: Lo que hoy es la astronomía antiguamente estaba incluida en la filosofía, lo mismo ocurre con la psicología. Desde este punto de vista la filosofía es una Anábasis (retirada) ante la presión de las ciencias particulares que le van restringiendo su terreno. Sólo se le reservan a la filosofía aquellos problemas no susceptibles de obtener una respuesta precisa: de tipo moral e incluso social; y aquellos otros cuya respuesta escapa a la capacidad intelectiva humana: ¿Alguien ha diseñado al Universo conforme a un plan, o todo es fruto del azar? ¿El bien y el mal son de alguna importancia para el Universo, o solamente para el hombre?. Estas preguntas no tienen respuesta cierta y sin embargo nos las hacemos, ¿por qué?. Por lo tanto, el valor de la filosofía no puede depender de un supuesto conocimiento seguro y preciso que nos proporciona”.

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La filosofía no es religión.

- Su saber no viene de Dios a través de la revelación, sino que es fruto de la experiencia humana de la realidad.

- La filosofía exige razones y no fe.

- El saber filosófico carece de dogmas y rituales litúrgicos. La filosofía no es literatura.

-La preocupación fundamental de la filosofía es dar una descripción verdadera de la realidad, mientras que en la literatura, con mucha frecuencia, predomina la intención estética.

-La filosofía ha de tener siempre como punto de referencia a la ciencia, para evitar que sus afirmaciones sean meras palabras vacías; mientras que la literatura puede prescindir de la ciencia.

Referencias

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