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HORA SANTA AÑO DE LA MISERICORDIA EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR

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HORA SANTA

AÑO DE LA MISERICORDIA

EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR O

EL MONUMENTO DEL JUEVES SANTO,

SIN EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO, SOLO LA RESERVA DEL SANTÍSIMO.

Canto: CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES 1.- Cantemos al Amor de los Amores

cantemos al Señor,

Dios está aquí, ¡venid adoradores, adoremos, a Cristo Redentor! Coro:

¡Gloria a Cristo Jesús,

cielos y tierra, bendecid al Señor honor y gloria a Ti, rey de la gloria amor por siempre a Ti, Dios del Amor! 3.- Unamos nuestra voz a los cantares del Coro Celestial,

Dios está aquí, al Dios de los Altares alabemos con gozo angelical.

V/. Bendito, alabado y adorado sea Jesús en el Santísimo del Altar. R/. Sea para siempre bendito y adorado (3).

SALMO 50: MISERICORDIA, DIOS MÍO Misericordia, Dios mío, por tu bondad,

por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito,

limpia mi pecado.

R/. Misericordia, Dios mío, hemos pecado. Pues yo reconozco mi culpa,

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contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

R/. Misericordia, Dios mío, hemos pecado. En la sentencia tendrás razón,

en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací,

pecador me concibió mi madre.

R/. Misericordia, Dios mío, hemos pecado. Te gusta un corazón sincero,

y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. R/. Misericordia, Dios mío, hemos pecado. Hazme oír el gozo y la alegría,

que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista,

borra en mí toda culpa.

R/. Misericordia, Dios mío, hemos pecado. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro,

no me quites tu santo espíritu.

R/. Misericordia, Dios mío, hemos pecado. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.

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Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío,

y cantará mi lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios,

y mi boca proclamará tu alabanza.

R/. Misericordia, Dios mío, hemos pecado. Los sacrificios no te satisfacen:

si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.

R/. Misericordia, Dios mío, hemos pecado. Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos,

sobre tu altar se inmolarán novillos.

R/. Misericordia, Dios mío, hemos pecado.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como eran en un principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

Silencio, meditación.

Canto: PERDONA A TU PUEBLO, SEÑOR. 1.- Perdona a tu pueblo, Señor,

Perdona a tu pueblo, Perdónale, Señor.

2.- No estés eternamente enojado, No estés eternamente enojado, Perdónale Señor.

3.- Por tus profundas llagas crueles, Por tus salivas y por tus hieles; Perdónale, Señor.

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4.- Por tus heridas de pies y manos, Por los azotes tan inhumanos; Perdónale, Señor.

5.- Por los tres calvos que te clavaron, y las espinas que te punzaron,

Perdónale, Señor.

6.- Por las tres horas de agonía, En que por madre diste a María; Perdónale, Señor.

7.- Por la abertura de tu costado, No estés eternamente enojado; Perdónale, Señor.

Oremos:

Perdona, Dios Padre, nuestra indiferencia, nuestra falta de amor. Perdona nuestra debilidad que se inclina al mal.

Perdona a tu pueblo que aún en esa pequeñez te ama. Padre nunca te canses de perdonar. Amén.

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO

CON OCASIÓN DEL JUBILEO DE LA MISERICORDIA. Señor Jesucristo,

tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.

Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.

Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena del buscar la felicidad solamente

en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.

Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana:

¡Si conocieras el don de Dios!

Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en

el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.

Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se

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encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios. Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a

los ciegos.

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los

siglos. Amén.

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

1. Hemos escuchado el Miserere, una de las oraciones más célebres del Salterio, el más intenso y repetido salmo penitencial, el canto del pecado y del perdón, la más profunda meditación sobre la culpa y la gracia. La Liturgia de las Horas nos lo hace repetir en las Laudes de cada viernes. Desde hace muchos siglos sube al cielo desde innumerables corazones de fieles judíos y cristianos como un suspiro de arrepentimiento y de esperanza dirigido a Dios misericordioso.

La tradición judía puso este salmo en labios de David, impulsado a la penitencia por las severas palabras del profeta Natán (cf. Sal 50,1-2; 2 S 11-12), que le reprochaba el adulterio cometido con Betsabé y el asesinato de su marido, Urías. Sin embargo, el salmo se enriquece en los siglos sucesivos con la oración de otros muchos pecadores, que recuperan los temas del «corazón nuevo» y del «Espíritu» de Dios infundido en el hombre redimido, según la enseñanza de los profetas Jeremías y Ezequiel (cf. Sal 50,12; Jr 31,31-34; Ez 11,19; 36,24-28).

2. Son dos los horizontes que traza el salmo 50. Está, ante todo, la región tenebrosa del pecado (cf. vv. 3-11), en donde está situado el hombre desde el inicio de su existencia: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (v. 7). Aunque esta declaración no se puede tomar como una formulación explícita de la doctrina del pecado original tal como ha sido delineada por la teología cristiana, no cabe duda que corresponde bien a ella, pues expresa la dimensión profunda de la debilidad moral innata del hombre. El salmo, en esta primera parte, aparece como un análisis del

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pecado, realizado ante Dios. Son tres los términos hebreos utilizados para definir esta triste realidad, que proviene de la libertad humana mal empleada.

3. El primer vocablo, hattá, significa literalmente «no dar en el blanco»: el pecado es una aberración que nos lleva lejos de Dios -meta fundamental de nuestras relaciones- y, por consiguiente, también del prójimo.

El segundo término hebreo es 'awôn, que remite a la imagen de «torcer», «doblar». Por tanto, el pecado es una desviación tortuosa del camino recto. Es la inversión, la distorsión, la deformación del bien y del mal, en el sentido que le da Isaías: «¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz y luz por oscuridad!» (Is 5,20). Precisamente por este motivo, en la Biblia la conversión se indica como un «regreso» (en hebreo shûb) al camino recto, llevando a cabo un cambio de rumbo.

La tercera palabra con que el salmista habla del pecado es peshá. Expresa la rebelión del súbdito con respecto al soberano, y por tanto un claro reto dirigido a Dios y a su proyecto para la historia humana.

4. Sin embargo, si el hombre confiesa su pecado, la justicia salvífica de Dios está dispuesta a purificarlo radicalmente. Así se pasa a la segunda región espiritual del Salmo, es decir, la región luminosa de la gracia (cf. vv. 12-19). En efecto, a través de la confesión de las culpas se le abre al orante el horizonte de luz en el que Dios se mueve. El Señor no actúa sólo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un «corazón» nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios.

Orígenes habla, al respecto, de una terapia divina, que el Señor realiza a través de su palabra y mediante la obra de curación de Cristo: «Como para el cuerpo Dios preparó los remedios de las hierbas terapéuticas sabiamente mezcladas, así también para el alma preparó medicinas con las palabras que infundió, esparciéndolas en las divinas Escrituras. (...) Dios dio también otra actividad médica, cuyo Médico principal es el Salvador, el cual dice de sí mismo: "No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos". Él era el médico por excelencia, capaz de curar cualquier

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debilidad, cualquier enfermedad» (Homilías sobre los Salmos, Florencia 1991, pp. 247-249).

5. La riqueza del salmo 50 merecería una explicación esmerada de todas sus partes. Es lo que haremos cuando aparezca en los diversos viernes de las Laudes. La mirada de conjunto, que ahora hemos dirigido a esta gran súplica bíblica, nos revela ya algunos componentes fundamentales de una espiritualidad que debe reflejarse en la existencia diaria de los fieles. Ante todo está un vivísimo sentido del pecado, percibido como una opción libre, marcada negativamente a nivel moral y teologal: «Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces» (v. 6).

Luego se aprecia en el salmo un sentido igualmente vivo de la posibilidad de conversión: el pecador, sinceramente arrepentido (cf. v. 5), se presenta en toda su miseria y desnudez ante Dios, suplicándole que no lo aparte de su presencia (cf. v. 13).

Por último, en el Miserere, encontramos una arraigada convicción del perdón divino que «borra, lava y limpia» al pecador (cf. vv. 3-4) y llega incluso a transformarlo en una nueva criatura que tiene espíritu, lengua, labios y corazón transfigurados (cf. vv. 1419). «Aunque nuestros pecados -afirmaba santa Faustina Kowalska- fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una sola cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón... El resto lo hará Dios. Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia acaba». (M. Winowska, El icono del Amor misericordioso. El mensaje de sor Faustina, Roma 1981, p. 271).

[Audiencia general del Miércoles 24 de octubre de 2001]

Oración I: Por tu inmensa compasión, borra, Señor, nuestras culpas y limpia nuestros pecados; que tu inmensa misericordia nos levante, pues nuestro pecado nos aplasta; no desprecies, Señor, nuestro corazón quebrantado y humillado, haz más bien brillar sobre nosotros el poder de tu Trinidad: que nos levante Dios Padre, que nos renueve Dios Hijo, que nos guarde Dios Espíritu Santo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Señor, Dios de bondad y de gracia, que, para perdonar el pecado del hombre, quisiste que tu Hijo, que no conocía el pecado, se hiciera él

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mismo pecado por nosotros, mira con amor nuestro corazón quebrantado y humillado y, por la penitencia de tu Iglesia, concede al mundo entero la alegría de tu salvación. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Meditación y silencio.

CORONILLA A LA DIVINA MISERICORDIA.

ORACIÓN INICIAL

"Expiraste, Jesús, pero la fuente de vida brotó inmensamente para las almas, y el océano de Misericordia se abrió para el mundo entero. Oh fuente de Vida, insondable Misericordia Divina, abarca el mundo entero y derrámate sobre nosotros". "Oh Sangre y Agua, que brotaste del Corazón de Jesús, como una Fuente de Misericordia para nosotros, en Ti confío". (Diario. 84)

Se inicia: Con la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos…. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Primero se reza una vez el Padre Nuestro, el Ave María y el Credo de los Apóstoles. PADRE NUESTRO

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

AVE MARÍA

Dios te salve María, llena eres de gracia el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra muerte. Amén

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EL CREDO DE LOS APÓSTOLES

Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, Todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

Se comienza con: Padre Eterno, (una vez), se reza:

"Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como expiación de nuestros pecados y los del mundo entero."

En las cuentas pequeñas del Ave María (diez veces), se reza:

"Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero." Al finalizar las cinco decenas de la coronilla se repite tres veces:

"Santo Dios, Santo Omnipotente, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero".

LETANÍAS A LA DIVINA MISERICORDIA

Señor, ten piedad de nosotros. ………Señor, ten piedad de nosotros. Cristo, ten piedad de nosotros………Cristo, ten piedad de nosotros. Señor, ten piedad de nosotros………Señor, ten piedad de nosotros. Cristo óyenos.………..Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos.………Cristo, escúchanos. Dios Padre Celestial, .……… Ten piedad de nosotros.

Dios Hijo, Redentor del mundo,………..Ten piedad de nosotros. Dios Espíritu Santo,……… Ten piedad de nosotros. Santísima Trinidad que eres un solo Dios,………….. Ten piedad de nosotros.

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Misericordia Divina, que brota del seno

del Padre:………Jesús, en ti Confío. Misericordia Divina, supremo atributo

de Dios:……….. “ “ Misericordia Divina, misterio incomprensible:……….. “ “ Misericordia Divina, fuente que brota

del misterio de la Santísima Trinidad……….“ " Misericordia Divina, insondable para todo

entendimiento humano o angélico………..“ “ Misericordia Divina, de donde brota

toda vida y felicidad………..” “ Misericordia Divina, más sublime que

los cielos……….. Misericordia Divina, fuente de milagros

y maravillas……….“ “ Misericordia Divina, que abarca todo

el universo... Misericordia Divina, que baja al mundo en la Persona

Del Verbo Encarnado………..“ “ Misericordia Divina, que manó de la herida

Abierta del Corazón de Jesús……….. Jesús, en ti Confío. Misericordia Divina, encerrada en el Corazón de Jesús

Para nosotros y especialmente para los pecadores………… “ “ Misericordia Divina, impenetrable en la institución

de la Sagrada Hostia………..Jesús, en ti Confío. Misericordia Divina, en la institución de la Santa Iglesia.. “ “ Misericordia Divina, en el sacramento del Santo Bautismo…..” “ Misericordia Divina, en nuestra justificación por Jesucristo… “ “ Misericordia Divina, que nos acompaña

durante toda la vida………. ” “ Misericordia Divina, que nos abraza

especialmente a la hora de la muerte………” “ Misericordia Divina, que nos otorga

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la vida inmortal………...“ “ Misericordia Divina, que nos acompaña en cada

momento de nuestra vida………“ “ Misericordia Divina, que nos protege

del fuego infernal……….. “ “ Misericordia Divina, en la conversión

de los pecadores empedernidos……… ” “ Misericordia Divina, asombro para los ángeles,

Incomprensible para los Santos………. “ “ Misericordia Divina, insondable en todos

los misterios de Dios………. “ “ Misericordia Divina, que nos rescata

de toda miseria…………... ……….. “ “ Misericordia Divina, fuente de nuestra

felicidad y deleite………. “ “ Misericordia Divina, que de la nada nos llamó

A la existencia………Jesús, en ti Confío. Misericordia Divina, que abarca todas

Las obras de sus manos……… “ “ Misericordia Divina, corona de todas

las obras de Dios………..

Misericordia Divina, en la que estamos todos sumergido…… “ “ Misericordia Divina, dulce consuelo para

los corazones angustiados……… Misericordia Divina, única esperanza

de las almas desesperadas………. “ “ Misericordia Divina, remanso de corazones, paz ante el temor…

Misericordia Divina, gozo y éxtasis de las almas santas……… “ “ Misericordia Divina, que infunde esperanza, pérdida ya toda esperanza"…… Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,……….Perdónanos, Señor. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo…………Escúchanos, Señor. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo….Ten piedad de nosotros.

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V/. Las Misericordias de Dios son más grandes que todas sus obras. R/. Por eso cantaré las Misericordias de Dios para siempre.

ORACION FINAL

"

O

h Dios Eterno, en quien la misericordia es infinita y el tesoro de compasión inagotable, vuelve a nosotros Tu mirada bondadosa y aumenta Tu misericordia en nosotros, para que en momentos difíciles no nos desesperemos ni nos desalentemos, sino que, con gran confianza, nos sometamos a Tu santa voluntad, que es el Amor y la Misericordia misma”. Amén. (Diario, 950).

Canto: TANTUM ERGO Tantum ergo Sacramentum

Veneremur cernui: Et antiquum documentum

Novo cedat ritui:

Praestet fides supplementum Sensuum defectui. Genitori, Genitoque

Laus et jubilatio, Salus, honor, virtus quoque

Sit et benedictio: Procedenti ab utroque

Compar sit laudatio. Amen.

Mientras tanto, arrodillado, el ministro inciensa el Santísimo Sacramento, si la exposición se hizo con la custodia.

V. Les diste pan del cielo. (T.P. Aleluya).

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Luego se pone en pie y dice: Oremos:

Oh Dios, que en este admirable sacramento nos dejaste el memorial de tú Pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados

misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos

constantemente el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R. Amén.

BENDICIÓN EUCARÍSTICA

Una vez que ha dicho la oración, el sacerdote o el diácono toma el paño de hombros, hace genuflexión, toma la custodia o el copón, y sin decir nada, traza con el Sacramento la señal de la cruz sobre el pueblo. (A continuación se pueden decir las alabanzas de desagravio).

ALABANZAS DE DESAGRAVIO Bendito sea Dios.

Bendito sea su santo Nombre.

Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Bendito sea el Nombre de Jesús.

Bendito sea su Sacratísimo Corazón. Bendita sea su Preciosísima Sangre.

Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.

Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima. Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.

Bendita sea su gloriosa Asunción.

Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre. Bendito sea San José, su castísimo esposo.

Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos. Se puede decir:

Señor Jesús, danos sacerdotes.

Señor Jesús, danos sacerdotes santos.

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LA RESERVA

Concluida la bendición, el mismo sacerdote que impartió la bendición u otro sacerdote o diácono, reserva el Sacramento en el tabernáculo, y hace genuflexión, en tanto que el pueblo si parece oportuno, puede hacer alguna aclamación. Finalmente el ministro se retira.

ALABADO SEA EL SANTÍSIMO Alabado sea el Santísimo

Sacramento del altar y la Virgen concebida sin pecado original Celebremos con fe viva

Este pan angelical y la Virgen concebida

sin pecado original. Es el Dios que da la vida,

y nació en un portal, de la Virgen concebida

sin pecado original Es el manjar regalado de este suelo terrenal es Jesús Sacramentado Dios eterno e inmortal.

Canto SALVE REGINA

Salve, Regina, mater misericordiae, vita dulcedo et spes nostra, salve. Ad te clamamus exsules filii Hevae. Ad te suspiramus, gementes et flentes in

hac lacrimarum valle. Eia, ergo, advocata nostra,

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Et Iesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium ostende. O clemens, O pía, o dulcis Virgo María. O bien otro canto a la Virgen María.

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AÑO JUBILAR DE LA MISERICORDIA SANTO ROSARIO DE LA MISERICORDIA

“Familia que reza unida, permanece unidad”. VERDADERA DEVOCIÓN MARIANA

En La Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él. En vista a Él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con los dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro, ciertamente, la auténtica devoción cristiana no ha dejado nunca de poner de relieve el vínculo indisoluble y la esencial referencia de la Virgen al Divino Salvador, sin embargo, nos parece particularmente conforme con la espiritualidad de nuestra época, plenamente centrada en Cristo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, que en las expresiones de culto a la Virgen María se ponga particular énfasis en el aspecto cristológico y se haga que refleje el mismo plan de Dios, que preestableció con un mismo decreto el origen de María y la encarnación de la misma Sabiduría. Esto contribuirá indudablemente a hacer más solida la devoción hacia la Santísima Virgen María y a que esta misma devoción sea un instrumento eficaz para llegar a la “unidad de la fe, el conocimiento del Hijo de Dios”.

De este modo el amor a la Iglesia se traducirá en amor a Jesucristo el Hijo de Dios y el amor por a su Santísima Madre como testamento que nos dejó en la cruz nuestro Señor Jesús: “Madre, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn. 19,26-27). Porque la una no puede subsistir sin la otra. (Tomada de la Exhortación Apostólica Marialis Cultus, del Papa Pablo VI).

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MARÍA, MADRE DE DIOS Y MADRE DE MISERICORDIA

Encomendamos a María, Madre de Dios y Madre de Misericordia, nuestras personas, los sufrimientos y las alegrías de nuestra existencia, la vida moral de los creyentes y de los hombres de buena voluntad, las investigaciones de los estudiosos de moral.

María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). El ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar la Misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: Su misericordia para nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104 [103], 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no pecar más. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu.

Esta es la consoladora certeza de la fe cristiana, a la cual ella debe su profunda humanidad y su extraordinaria sencillez. A veces, en las discusiones sobre los nuevos y complejos problemas morales, puede parecer como si la moral cristiana fuese en sí misma demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi imposible de practicarse. Esto es falso, porque -en términos de sencillez evangélica- ella consiste fundamentalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a El, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su Misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia.«Quien quiera vivir -nos recuerda san Agustín-, tiene en donde vivir, tiene de donde vivir. Que se acerque, que crea, que se deje incorporar para ser vivificado. No rehuya la compañía de los miembros». Con la luz del Espíritu, cualquier persona

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puede entenderlo, incluso la menos erudita, sobre todo quien sabe conservar un «corazón entero»(Sal 86 [85], 11). Por otra parte, esta sencillez evangélica no exime de afrontar la complejidad de la realidad, pero puede conducir a su comprensión más verdadera porque el seguimiento de Cristo clarificará progresivamente las características de la auténtica moralidad cristiana y dará, al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización. Vigilar para que el dinamismo del seguimiento de Cristo se desarrolle de modo orgánico, sin que sean falsificadas o soslayadas sus exigencias morales -con todas las consecuencias que ello comporta- es tarea del Magisterio de la Iglesia. Quien ama a Cristo observa sus mandamientos (cf. Jn 14, 15).

También María es Madre de Misericordia porque Jesús le confía su Iglesia y toda la humanidad. A los pies de la Cruz, cuando acepta a Juan como hijo; cuando, junto con Cristo, pide al Padre el perdón para aquellos que no saben lo que hacen (cf. Lc 23, 34), María, en perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y le capacita para abrazar a todo el género humano. De este modo, se nos entrega como Madre de todos y de cada uno de nosotros. Se convierte en la Madre que nos alcanza la Misericordia Divina.

María es signo luminoso y ejemplo preclaro de vida moral:«la vida de ella sola es enseñanza para todos», escribe san Ambrosio, que dirigiéndose en particular a las vírgenes, pero en un horizonte abierto a todos, afirma:«El primer deseo ardiente de aprender lo da la nobleza del maestro. Y ¿quién es más noble que la Madre de Dios o más espléndida que Aquélla que fue elegida por el mismo Esplendor?». Vive y realiza la propia libertad donándose a Dios y acogiendo en sí el don de Dios. Hasta el momento del nacimiento, custodia en su seno virginal al Hijo de Dios hecho hombre, lo nutre, lo hace crecer y lo acompaña en aquel gesto supremo de libertad que es el sacrificio total de la propia vida. Con el don de sí misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo. Acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cf. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cf. Lc 11, 28) y merece el título de «Sede de la Sabiduría». Esta Sabiduría es Jesucristo mismo, el Verbo eterno de Dios, que revela y cumple perfectamente la voluntad del Padre (cf. Heb 10, 5-10).

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María invita a todo ser humano a acoger esta Sabiduría. También nos dirige la orden dada a los sirvientes en Caná de Galilea durante el banquete de bodas: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5).

María condivide nuestra condición humana pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con amor de Madre. Precisamente por esto se pone de parte de la verdad y condivide el peso de la Iglesia en el recordar constantemente a todos las exigencias morales. Por el mismo motivo, no acepta que el hombre pecador sea engañado por quien pretende amarlo justificando su pecado, pues sabe que, de este modo, se vaciaría de contenido el sacrificio de Cristo, su Hijo. Ninguna absolución, incluso la ofrecida por complacientes doctrinas filosóficas o teológicas, puede hacer verdaderamente feliz al hombre: sólo la Cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden dar paz a su conciencia y salvación a su vida.

MISTERIOS DEL SANTO ROSARIO SE INICIA CON UN CANTO

SANTA MARÍA DEL CAMINO Mientras recorres la vida, Tu nunca solo estás, contigo por el camino, Santa María va.

VEN CON NOSOTROS A CAMINAR, SANTA MARÍA VEN. (2)

Aunque te digan algunos que nada puede cambiar, lucha por un mundo nuevo, lucha por la verdad.

VEN CON NOSOTROS A CAMINAR, SANTA MARÍA VEN. (2)

(20)

Si por el mundo los hombres sin conocerse van,

no niegues nunca tu mano al que contigo está.

VEN CON NOSOTROS A CAMINAR, SANTA MARÍA VEN. (2)

Aunque parezcan tus pasos inútil caminar,

Tu vas haciendo caminos otros los seguirán.

VEN CON NOSOTROS A CAMINAR, SANTA MARÍA VEN. (2)

ORACIÓN INICIAL PARA EL REZO DEL SANTO ROSARIO

María Madre de misericordia, cuida de todos nosotros para que no se haga inútil la cruz de Cristo, para que el hombre no pierda el camino del bien, no pierda la conciencia del pecado y crezca siempre la esperanza en Dios, «rico en misericordia» (Ef 2, 4), para que haga libremente las buenas obras que Él le asignó (cf. Ef 2, 10) y, de esta manera, toda su vida sea «un himno a su gloria»(Ef 1, 12).

MISTERIOS DE GOZO (Lunes y Sábados). 1.- La Anunciación del Hijo de Dios (Lc. 1,26-38).

2.- La Visitación de María a su prima Isabel (Lc. 1,39-45). 3.- El Nacimiento de Jesús en Belén (Lc. 2,1-19).

4.- La Presentación del Niño Jesús en el Templo (Lc. 2,22-35).

5.- La pérdida del Niño Jesús, y el hallazgo en el Templo (Lc. 2,42-52).

MISTERIOS DE LUZ (Jueves). 1.- El Bautismo de Jesús en el Río Jordán (Mc 1,9-10). 2.- La Autorevelación de Jesús, en las Bodas de Caná de Galilea (Jn. 2, 1-12).

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(Mc1,14-5).

4.- La Transfiguración del Señor Jesús en el Monte Tabor (Lc. 9,28-35).

5.- La Institución de la Eucaristía (1 Cor. 11,17-28).

MISTERIOS DE DOLOR (Martes y Viernes). 1.- La Oración de Jesús en el Huerto de los Olivos

(Mt. 26, 40-41).

2.- La Flagelación de nuestro Señor Jesús (Mc. 14,65). 3.- La Coronación de Espinas (Jn 19,1-2).

4.- Jesús carga la Cruz (Jn 19,17),

5.- La crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo (Lc. 23,33-46).

MISTERIOS DE GLORIA (Miércoles y Domingos). 1.- La Triunfante Resurrección de Jesús (Jn 20,11-18).

2.- La Ascensión Señor Jesús a los Cielos (Mc. 16,19). 3.- La venida del Espíritu Santo (Hch. 2,4).

4.- La Asunción de La Santísima Virgen María en cuerpo y alma a los cielos (Lc 1,47-48).

5.- La Coronación de la Virgen María como Reina y Madre de todo lo creado (Apocalipsis 12,1).

Finalizando cada misterio del Santo Rosario se diga esta Oración: Oh mi buen Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno y lleva a todas las almas cielo especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia.

María, Madre de misericordia, Ruega por nosotros. Oración final del rezo del Santo Rosario:

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO

CON OCASIÓN DEL JUBILEO DE LA MISERICORDIA. Señor Jesucristo,

tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.

Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.

Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena del buscar la felicidad solamente

(22)

en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.

Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana:

¡Si conocieras el don de Dios!

Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en

el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.

Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a

uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios. Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a

los ciegos.

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los

siglos. Amén.

ORACIÓN DEL ÁNGELUS

(Se reza fuera del tiempo de Pascua) V/. El Ángel del Señor anunció a María.

R/. Y concibió por obra del Espíritu Santo.

DIOS TE SALVE MARÍA…

V/. He aquí la esclava del Señor. R/. Hágase en mí, según tu palabra.

DIOS TE SALVE MARÍA…

V/. Y el Verbo se hizo carne. R/. Y habitó entre nosotros.

(23)

V/. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,

R/. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

OREMOS: Derrama Padre Santo, tu gracia en nuestros corazones, para que habiendo conocido por la voz del ángel, el misterio de la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, podamos por los méritos de su pasión y de su cruz, llegar a la gloria de su Resurrección.

Por Cristo nuestro Señor. Amén.

ORACIÓN REGINA COELI (REINA DEL CIELO) (Se reza en el tiempo de Pascua). V/. Alégrate, Reina del cielo. Aleluya.

R/. Porque el que mereciste llevar en tu seno. Aleluya.

V/. Ha Resucitado, según lo predijo. Aleluya. R/. Ruega por nosotros a Dios. Aleluya. V/. Gózate y alégrate, Virgen María. Aleluya.

R/. Porque ha Resucitado Dios verdaderamente. Aleluya.

OREMOS: Oh Dios, que por la Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos por su Madre, la Virgen María, alcanzar el gozo de la vida eterna.

Referencias

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