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“Antigüedades guanchinescas”. Comercio y coleccionismo de restos arqueológicos canarios

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December 2016, e017 eISSN 2253-797X doi: http://dx.doi.org/10.3989/chdj.2016.017

“Antigüedades guanchinescas”. Comercio y coleccionismo

de restos arqueológicos canarios

Carmen Ortiz García

Instituto de Historia, CSIC, Madrid e-mail: carmen.ortiz@cchs.csic.es ORCID iD: http://orcid.org/0000-0002-8978-0650

Submitted: 21 March 2016. Accepted: 12 July 2016

RESUMEN: Se propone un examen de largo recorrido de la historia del coleccionismo de cultura material y restos bioantropológicos de los antiguos pobladores de las Islas Canarias a partir del siglo XVIII. Este tráfico estuvo muy determinado por la presencia de momificación en sus ritos mortuorios y por la controversia académica sobre su ori-gen étnico. Se analizan en el texto los diferentes aori-gentes e intereses involucrados en el conocimiento y circulación internacional de objetos pertenecientes a los llamados “guanches”. Finalmente, se aborda la situación actual respecto a este tráfico y los últimos casos de traslado de momias y restos humanos de antiguos canarios conservados en distin-tos museos y colecciones.

PALABRAS CLAVE: antropología; arqueología; momias; guanches; restitución de restos humanos; museos; colec-cionismo.

Citation / Cómo citar este artículo: Ortiz García, Carmen (2016) “‘Antigüedades guanchinescas’. Comercio y coleccio-nismo de restos arqueológicos canarios”. Culture & History Digital Journal, 5 (2): e017. doi: http://dx.doi.org/10.3989/ chdj.2016.017.

ABSTRACT:“Guanchinescan Antiquities”. Commerce and collecting of archeological remains from the Canary Islands.- The aim of this paper is a long-term examination of the history of the collecting of material culture and bio-anthropological remains from the Canary Islands ancient settlers since the 18th century onward. This traffic of objects was determined to a great extent by the presence of mummification in their funerary rites and by the aca-demic controversy surrounding their ethnic origins. In relation to these facts, the text analyzes the different agents and the different interests involved in the knowledge and the international circulation of these objects formerly be-longing to the so-called “guanches.” Finally, the current situation of this traffic and the latest cases of moving of mummies and other human remains from ancient Canary Islanders that are preserved in museums or collections will be addressed.

KEYWORDS: anthropology; archeology; mummies; guanches; restitution of human remains; museums; collecting.

Copyright: © 2016 CSIC. This is an open-access article distributed under the terms of the Creative Commons Attribution License (CC BY) Spain 3.0.

INTRODUCCIÓN

La historia de las islas Canarias se sitúa en los márge-nes entre Europa y África y se explica en buena medida por su situación atlántica en medio de la ruta que dio lu-gar a la expansión capitalista y colonial de la primera glo-balización en la Edad Moderna. Estas circunstancias

hi-cieron que el archipiélago fuera sobre todo atractivo por su naturaleza y sus características espaciales. Junto a la naturaleza geológica de las islas, su imprecisa localiza-ción en las fuentes clásicas y la ubicalocaliza-ción en sus coorde-nadas de reinos míticos, como la Atlántida, o la relación de las Canarias con la historia antigua de los dos conti-nentes cercanos, Europa y África, constituyeron el objeto

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de una notable nómina de escritos y fueron el centro de continuas controversias acerca de su conformación natu-ral, su historia cultural y los orígenes y caracteres de las poblaciones anteriores a la conquista por los europeos. En definitiva, y como ha escrito el historiador de la arqueolo-gía Alain Schnapp (2010: 18-19), puede afirmarse que: “Las Islas Canarias funcionan como un laboratorio en el que las diferentes formas del colonialismo anticuario se experimentan y se formulan”.

El mito de los guanches —nombre por el que se ha conocido, generalizada y erróneamente, a sus antiguos habitantes (Farrujia 2010: 67-77) y que en realidad debe-ría, si acaso, aplicarse únicamente a los indígenas de la isla de Tenerife— empieza a fraguarse en las primeras crónicas y relatos de la conquista de las islas por los euro-peos (Estévez, 2013), que proporcionarán ya explicacio-nes sobre el origen y las características raciales y cultura-les de los antiguos canarios como “bárbaros europeos” (Bartra, 1996). Así, en La Conquista de Tenerife de A. de Viana (1604), por ejemplo, aparece la imagen idealizada de los habitantes de las Canarias como “Nobles salvajes” y “Héroes atlánticos”; representación que se consolidará en la época ilustrada, cuando el buen salvaje se convertirá en el “buen guanche” de la mano de autores como Bory de Saint-Vincent, quien describía así a los habitantes pre-hispánicos de las islas:

El antiguo pueblo de Canarias tenía un carácter sencillo, bondadoso, serio y confiado. Los guanches se entrega-ban a la amistad, eran esclavos de su palabra e incapaces de sospechar que se les quería engañar (Bory de Saint-Vincent, 2005: 55).

Olvidando que en las distintas islas las poblaciones te-nían características étnicas diferenciadas, en esta conside-ración idealizadora y mistificadora intervendrán algunos elementos, como el aspecto físico, alejado por igual de los rasgos distintivos de los grupos negros pobladores del cercano continente africano, y de los caracteres de los in-dígenas americanos, con los que la colonización del Nue-vo Continente sugería compararlos1. La construcción de

una imagen social idílica en la cual las comunidades vi-vían en armonía, gracias a una economía sustentable y con una organización política con jefaturas que habían demostrado su heroísmo en las luchas de resistencia fren-te a los conquistadores, se apoyaba tanto en leyendas y versiones tradicionales sobre unos orígenes míticos, como en otros elementos más reales. Así, por ejemplo, la dificultad de un origen continental para las poblaciones prehispánicas canarias, que no parecían conocer la nave-gación, o la aparición de signos de escritura rupestre difí-ciles de interpretar, dado que sus antiguas lenguas fueron extinguidas, junto a la posibilidad de una continuidad de estas poblaciones en la actualidad, sobreviviendo resi-dualmente tras el genocidio de la conquista europea.

Al “misterio” de los orígenes y la posible pervivencia de los guanches se unió otro atractivo: el hecho de que en muchos lugares aparecieran enterramientos arqueológi-cos con numerosos restos humanos bien conservados que

atestiguaban la presencia de la momificación como ritual mortuorio. En un momento en que la cultura y la historia del antiguo Egipto se constituyeron en una auténtica moda para los viajeros y las elites cultas de los países europeos, estos usos funerarios de los antiguos canarios contribuían a otra de las teorías sobre su origen, que los emparentaba con los antiguos egipcios (Álvarez y Morfi-ni, 2014; Atoche, Ramírez y Rodríguez, 2008; Brothwell, Sandison y Gray, 1969). De esta manera, el exotismo de las momias guanches y su expolio patrimonial llegaron a constituir otro de los atractivos de las islas para los natu-ralistas. Y así, junto a la ascensión al Teide y la visita al drago milenario, la búsqueda de la momia guanche por los escarpados barrancos, guiados en la aventura por un descendiente de la antigua raza, los llamados “enriscado-res” (Grau-Bassas, 1980a: 14), constituye otro de los tó-picos de los relatos de viajes, incluso cuando son debidos a investigadores reputados, como el explorador y traduc-tor Richard F. Burton (1999: 86-87) o el médico y antro-pólogo Paolo Mantegazza (2004: 95-111). La rápida ex-tinción de las poblaciones indígenas tras la conquista, la ausencia de historia escrita entre ellas y la falta de cual-quier tipo de “monumentalidad” en su cultura, conver-tían a la arqueología —que empezó en el siglo XIX a conformar una nueva disciplina científica en torno al co-nocimiento del pasado remoto de la humanidad— en una codiciada rama del coleccionismo para los naturalistas y eruditos. En este sentido, la obtención de cráneos (y de otros tipos de restos humanos en contexto arqueológico) no solo será codiciada por los prehistoriadores y arqueó-logos y servirá para proporcionar un método, la craneo-metría y una disciplina auxiliar, la craneología, a la na-ciente antropología física, sino que también tendrá alguna otra noble función para el recuerdo y la concien-cia política:

Entre aquellos cráneos encontré uno lleno de heridas, y entre ellas una de arcabuz que debía ser del 400 […]. La raza europea, civilizando, derriba y destroza, y en el mar de sangre derramado por nuestros padres es agradable y consolador salvar algún retazo de tantas memorias per-didas (Mantegazza, 2004: 100).

EL DESCUBRIMIENTO DE LOS GUANCHES MUERTOS

Aunque ya en el siglo XV comienza a haber informa-ción, a partir del siglo XVIII el tráfico de restos humanos procedentes de yacimientos arqueológicos canarios llegó a tener un carácter internacional y algunos naturalistas ra-dicados en las islas funcionaron como proveedores de las colecciones y museos europeos demandantes de cráneos y momias “atractivas”. A su vez, la cultura material de los antiguos canarios y sus propios restos físicos fueron reco-lectados por algunos próceres y eruditos isleños, y, de he-cho, la creación de colecciones y gabinetes de historia natural y “antigüedades guanchinescas” fue uno de los acicates proporcionados por estas casas de comerciantes y burgueses cultos para el incipiente turismo europeo

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de-cimonónico en Canarias. Por ejemplo, en el capítulo II del libro de Bory de Saint-Vincent se reproduce un graba-do, “Diverses choses à l’usage des anciens Guanches” con varias piezas arqueológicas procedente de la “colec-ción Cologan” (Mederos y Escribano, 2007: 20). Bory había sido en 1800, como lo fueron antes Humboldt y La-billardière (Bory, 2005: 14-15), huésped de Bernardo Có-logan Fallon, miembro de una vieja familia de ascenden-cia irlandesa, establecida en Tenerife desde 1684.

Ya en el momento de la conquista se producen las primeras noticias sobre la existencia de lo que se conoce como mirlado2; es decir un proceso de

embalsamamien-to de los cadáveres que se aplicaba preferentemente a las personas notables, menceyes y nobles de ambos se-xos de los distintos territorios isleños, pero fundamen-talmente en Tenerife y Gran Canaria, que generalmente no incluía la extracción de vísceras, sino una serie de ungimientos y tratamientos con plantas y minerales, y la desecación posterior del cuerpo (Arco, 1976; Rodríguez Martín y González Antón, 1994). Existía una palabra guanche para denominar a estas momias, xaxo, que apa-rece recogida en los escritos de los principales cronis-tas3. Estos xaxos eran posteriormente envueltos en

suda-rios de tejido vegetal o piel trabajada4, más o menos

elaborados según la importancia del individuo, y depo-sitados, de pie o tumbados sobre lajas de piedra o arma-zones de madera, junto con algún ajuar u ofrenda, en cuevas sepulcrales5, generalmente de difícil acceso y

ce-rradas con piedras, que podían llegar a contener varios cientos de difuntos, que eran conocidas por los antiguos pobladores y en las cuales podrían haberse llevado a cabo rituales fúnebres y de reconocimiento de los ances-tros en la época protohistórica.

El primero que describe el proceso del mirlado es el navegante portugués Diogo Gomes de Sintra en un texto fechado en torno a 1482-1485, que no fue muy conocido, como tampoco lo fue la breve descripción de las islas pu-blicada en 1583 por Thomas Nichols6, un representante

comercial inglés que relata cómo él mismo vio una de es-tas cuevas sepulcrales con “trescientos cadáveres juntos” (Méndez, 2014: 125).

Obviamente, los textos de los cronistas más reputa-dos, como la Historia de la conquista de las sieteislas de Canaria de Juan de Abreu Galindo (1590-1602), son las fuentes más directas acerca de las formas de vida y orga-nización de las poblaciones indígenas, pero como ya co-mienza en el relato de Nichols, lo más interesante en mu-chos autores es la referencia a la observación directa de los propios xaxos y cuevas.

De hecho, algunas de las fuentes foráneas no se limi-tan a reproducir los mismos elementos de las historias clásicas y son interesantes, y diferentes, precisamente porque su descripción puede partir de la observación di-recta de lo que narran. Es el caso de un texto que será muy influyente y repetido7, debido a Thomas Sprats, un

canónigo inglés que en su libro History of the Royal So-ciety of London (1667) cuenta algunas anécdotas acaeci-das en Tenerife, y recoge un relato, fechado en torno a 1658, de un supuesto galés, Evan Pieugh o Piew, radicado

como médico y comerciante en Tenerife durante veinte años, que describe una excursión para ver las cuevas de los aborígenes y sus cuerpos sepultados, guiado por los propios campesinos que le mostraban agradecimiento por sus servicios médicos al enseñarle sus “secretos” ances-trales y explicarle la técnica del mirlado:

El tres de septiembre de hace unos doce años, hizo un viaje desde Güímar (una ciudad habitada en su mayor parte por descendientes de los guanches), en compañía de algunos de ellos, para ver sus cuevas y los cuerpos enterrados en ellas […] La mayoría de ellos se encuen-tran completos, los ojos cerrados, el pelo en la cabeza, orejas, nariz, dientes, labios, barba, todo perfecto, sólo descolorido y un poco apergaminado, así como las par-tes pudendas de ambos sexos. Vio unos trescientos o cuatrocientos en varias cuevas; unos estaban de pie y otros estaban en lechos de madera […] Estos cuerpos son muy ligeros, como si estuvieran compuestos de paja; y en algunos miembros rotos observó los huesos y tendones; y también muy claramente algunas venas y arterias (en Méndez, 2014: 143).

Este informe de Sprats, con visos de realismo, fue re-petido en otros libros posteriores de autores franceses e ingleses, incluso hasta el siglo XIX y por un autor tan rele-vante como Sabin Berthelot (1978: 95-96). Algunos erro-res de estas fuentes se reproducen a lo largo del tiempo, como ocurre con la antigüedad de dos mil años atribuida a las momias guanches, que se origina en dos escritores de viajes ingleses Samuel Purchas y Edmund Scory, aunque lo más importante es que ambos afirman haber visto los xaxos con sus propios ojos; Scory en Tenerife y Purchas dice que vio dos de esta momias en Londres; dato que re-coge después Viera (Viera y Clavijo, 2016: 372).

Menos difundidos fueron otros textos, cuyos autores, sin embargo, tuvieron un contacto muy directo con los hallazgos de cuerpos momificados de los antiguos guan-ches. Es el caso del Regidor del Cabildo de Gran Canaria, Pedro Agustín del Castillo Ruiz de Vergara, que atestigua la existencia de momificación en esta isla a raíz del des-cubrimiento de tres sepulcros que hizo en 1704 al acondi-cionar una batería militar en el Cerro de Santa Catalina (Méndez, 2014: 170).

Un autor fundamental, tanto por la calidad y la in-fluencia de su obra Noticias de la Historia general de las Islas Canarias (1772) en los autores ilustrados españoles y extranjeros, como porque en lo que se refiere al mirla-do su exhaustiva descripción combina la información procedente de las fuentes anteriores con la propia obser-vación de hallazgos sobre el terreno, es José de Viera y Clavijo, que proporciona información novedosa, como la aparición en 1758 de una momia en la isla de La Palma (Viera y Clavijo, 2016: 376), donde no se tenía constan-cia de la existenconstan-cia de embalsamamiento, que no obstan-te fue destruida al extraerla de su sitio. También, la reco-gida de cuentas de collar en enterramientos de Güímar en 1767 (Viera y Clavijo, 2016: 375-376) y el descubri-miento, en el barranco de Herques en Tenerife de una cueva funeraria con más de mil momias (una noticia que

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no dejará de tener eco hasta la actualidad) y la constata-ción de que una momia canaria había sido ya exportada a Inglaterra:

En Octubre de 1772, el Señor Young Comandante de un Vergantin Inglés, sacó de Tenerife la Momia de una Guancha, que colocó en el Museo Británico. Con este motivo se habló de ella en los papeles públicos como de una gran maravilla […] Dixose también que le compró; pero en Tenerife no se hace trafico de estos cuerpos, y solo daría alguna gratificación a los paisanos, que acaso entrarían con sobrado riesgo en la caverna sepulcral (en Méndez, 2014: 179-180).

Al tiempo que se escriben estas Noticias, se acaba de descubrir un panteón excelente, cuyo apreciable monu-mento derrama mucha luz sobre esta parte de nuestra historia antigua. La cueva, aunque de una entrada suma-mente difícil, es en lo interior alta, capaz y acompañada de algunos nichos abiertos en la peña. Está en un cerro muy escarpado del barranco de Herque, entre Arico y Güímar, en el país de Abona, y tan llena de momias, que no se contaron menos de mil. A la verdad, yo no había admirado tanto hasta entonces aquel artificio con que estos Isleños inmortalizaban sus cuerpos; y me sentía penetrado de placer, creyendo tener entre mis manos al-gunos de aquellos hombres afortunados, que cuando menos, podían haber vivido en los tiempos en que Ser-torio, o Juba se interesaban en el conocimiento de nues-tras Islas (Viera y Clavijo, 2016: 374)8.

En una obra muy poco anterior a la de Viera y conoci-da por este, The History of the Discovery and Conquest of the Canary Islands translated from a Spanish Manus-cript… (1764), debida a un comerciante escocés, George Glas, que en realidad es una traducción del trabajo de Abreu Galindo, aparece otra alusión al tráfico de xaxos con destino a Inglaterra:

No hace muchos años, dos de estos cuerpos embalsama-dos fueron sacaembalsama-dos de una cueva; estaban enteros y tan ligeros como el corcho, pero completamente frescos y sin ningún mal olor. Sus cabellos, dientes y vestidos es-taban enteros y frescos. Y hace dos años aproximada-mente contraté a algunos de los naturales de Tenerife a que entraran en una de estas cuevas (que era casi inacce-sible) para ver si podían encontrar a algunos de estos cadáveres; me trajeron algunos huesos, y trozos de ves-tidos de piel de cabra, etc., y una calavera con pelo, que era negro y lacio; los vestidos estaban completamente enteros y conservaban todavía el pelo (en Méndez, 2014: 173).

Es muy significativa la coincidencia de las descrip-ciones escritas con lo que se representa en un grabado de Charles Nicholas Cochin (1715-1790), con el título de “Cave Sépulcrale des Guanches” (Fig. 1), que se incluye como ilustración en el libro del Abbé Prévost, Histoire Générale des voyages ou Nouvelle collection de toutes les relations de voyages par mer et par terre (1746)9, y

que después aparece en varios repertorios. Por otro lado, la leyenda sobre una supuesta “Cueva de las mil mo-mias” en la que se habrían concentrado los cadáveres de

los reyes guanches y que permanecería inexplorada hasta la actualidad, identificada con la cueva sepulcral de Her-ques, sigue alimentando aún hoy en día la imaginación de la gente (Tejera y otros, 2010: 85-95). Así lo demues-tra la noticia aparecida el 23 de agosto de 2014 en el dia-rio ABC en su edición de Canarias, que daba cuenta de que una mujer publicaba en su cuenta de internet el ha-llazgo, en un lugar indeterminado de Adeje, en el sur de Tenerife, de una cueva sepulcral con numerosos cadáve-res y múltiples utensilios guanches y a la que, a pesar de la enorme cantidad de seguidores que acumulaba la des-cubridora, la guardia civil y las autoridades no le daban mayor crédito10. El tirón popular de la historia y la épica

legendaria de los últimos guanches frente a la invasión de los castellanos y la extinción cultural y étnica que su resistencia llevó aparejada se muestra igualmente en el éxito obtenido por un libro escrito en colaboración por Antonio Tejera, David Galloway, Daniel García y Juan Francisco Delgado (2010), precisamente titulado La cue-va de las mil momias, y que lleva en la portada el graba-do aludigraba-do más arriba. El libro une una primera parte con documentación histórica y arqueológica sobre las cos-tumbres sepulcrales antiguas canarias con una trama no-velesca en su segunda parte protagonizada por un miste-rioso personaje del siglo XVIII.

Figura 1. Cave Sépulcrale des Guanches. Charles Nicholas Cochin. Colección particular.

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EL TRÁFICO MODERNO DE ANTIGÜEDADES CANARIAS

Hubiera o no comercio con los restos de los antiguos canarios, lo cierto es que en el último tercio del siglo XVIII comienza a haber un enorme interés de parte de algunas instituciones y eruditos por hacerse con alguno de estos xaxos. Así, en unos Apuntes de 1764 del regidor perpetuo y procurador mayor de Tenerife, José Antonio de Anchieta y Alarcón, se dice:

Guanches. Ayer Miércoles dis y Siete de octe. de mill setesientos Sesenta y quatro años, estando en casa del Corregr. D. Augn. del Castillo y allí Dn Gabriel Roman Se Ablo Sobre guanches y que en las cuebas de [en blanco] en Un Risco muy alto estaba una cueba en La que abiendo ido con otros de guimar D. Luis Roman en-traron en una Cueba muy grande la que llenaron de ha-chos de tea o de fuego mas de dosientos para ber bien Lo que estava dentro y hallaron muchos Cuerpos de guanches que allí debia de Ser el lugar del entierro, y que estava alrededor a los lados de la cueba muchos como andamios, a modo de tiendas de palos de savina y en aquellos andamios estavan los cuerpos de los guan-ches tendidos mirlados […] Uno de estos cuerpos. el mas perficionado que ni aun la punta de la naris le falta-va Lo mandaron en un caxon bien ajustado Con lana a D. franco machado Regr hijo de D. Albaro yanes ma-chado y cuñado de diho Dn. Gabriel que esta en la corte para que se bea Como ay Cuerpos Conserbados al cabo de tantos años11.

En los Apuntes de Anchieta se alude al que pudiera ser el primer coleccionista isleño de momias, el teniente co-ronel Gabriel Román, quien parece ser el dueño de una momia bien conservada, parecida a la que se envió a “Es-paña”:

[…] sacó de un caxon Un Cuerpo de un Guanche mirla-do tomirla-do el aun entero, que ni Una Uña le falta, Con tomirla-do su cabello negro Como que lo tenía Corto y Su montera de Pellex […] la postura que digo de tener la palma de la mano Sobre el enpeyne que no se pueden apartar sin desguesarle del hombro, sino fuera que Se le ben los miembros genitales tan descubiertos paresiera que le

abian puesto las manos asi pr Ser mujer pero no es asi aunque dicen que unos tienen las manos asi y otros ten-didos los brasos al quadril y la mano Abierta y vuelta al quadril y que asi fue el que fue a espana a Machado Como digo = dixome el Corregidor y Lo dijo Dn Juan el sacn. Mayor de la Consepn. Y a Don tomas de Sarate y a dn franco. Uque que el que fue a España tenia el miem-bro viril del cumplido de mas de media quarta y aun el grueso de Un dedo pulgar de los mas gruesos y los com-pañones aun Colgado y como secos allí dentro = este que esta y me mostro Dn Gabriel Roman Se le muestran por detrás pr entre las nalgas aun tan grandes Colgando mayor que una nues grande, Sin aberseles Consumido ni encoxido […]12.

José de Viera y Clavijo refiere que “Entre los objetos curiosos que hay en la Real Biblioteca de Madrid, está el precioso cadáver de uno de los Guanches, que se sacaron de la caverna sepulcral del barranco de Herque, en Tene-rife. Algunos han ido también a adornar los gabinetes de los Reynos del Norte” (Viera y Clavijo, 2016: 376).

Según estas informaciones, es muy posible que tan-to la momia que se ha exhibido desde principios del si-glo XX en el Museo Antropológico de Madrid y que a finales de 2015 fue trasladada al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, como la que está actualmente en la Universidad de Cambridge (estudiada por Brothwell, Sandison y Gray en 1969), que puede decirse que son los mejor conservados de todos los restos momificados guanches, procedieran de la apertura de la cueva sepul-cral de Herques en los años de 1763-1764, y correspon-derían por tanto a los primeros ejemplares expoliados y salidos de Tenerife. En su libro titulado History of the Origin of Medicine, el médico y filántropo británico John Coakley Lettsom, escribe:

About ten years ago, one of these mummies was procu-red by Lord Sandwich, and by him presented to the Uni-versity of Cambridge, of which he is Chancellor. About five years since I procured two of these mummies enclo-sed in the skins of goats neatly sewed together; one of these curious subjects I preferred to the British Mu-seum, and the other is now in my possession. The cus-tom of embalming in this island has not been practised

Figura 2. Momia de Herques. Imagen del Museo Nacional de Antropología. Madrid. Foto de Arantxa Boyero Lirón. Actualmente en el Museo Arqueológico Nacional.

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for near two centuries, and yet these mummies continue in the highest preservation, and the muscles are not much shrunk (Lettsom, 1778: 81).

El ejemplar del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de Cambridge llegó en octubre de 1772 de la mano del capitán Young, en el balandro “Weesel”, y está depositada en el museo y registrada como momia guanche, procedente de Tenerife. La infor-mación que aparece en su ficha museográfica (número de catálogo D 1914.96) es que fue primero consignada como parte de la Colección Cook. En algún momento entre 1940 y 1960 fue transferida a la Colección Duc-kworth en el Departamento de Bio-Antropología. Los investigadores Don Brothwell y Joan Fletcher sometie-ron a la momia a un escaneo para compararla con otras de antiguos egipcios, este examen reveló lesiones facia-les masivas y la datación por carbono llevada a cabo en estas mismas fechas dio como resultado una antigüedad de 650 años13. En 1969, Brothwell, junto con Sandison y

Gray, acometieron el estudio de la momia de Cambrid-ge, incluyendo todo tipo de exámenes llevados a cabo en el Laboratorio de Antropología del Museo Británico, por el Departamento de Patología de la Universidad de Glasgow y el Departamento de Radiografía Médica de la empresa Kodak (Brotwell, Sandison y Gray, 1969: 333), entre ellos la separación temporal de una de las manos para intentar reconstruir sus líneas palmares me-diante rehidratación, y el corte de un trozo de piel, mús-culo y hueso entre el tórax y el abdomen para análisis del interior del cuerpo.

Por su parte, la momia que el doctor Lettsom entregó al Museo Británico aparece consignada como tal dona-ción en 1774 (número registro del BM Af1774,0318.1), adquirida en Tenerife. En el actual registro del Museo Británico se considera la momia como una pérdida histó-rica; es decir, anterior a la constitución del museo como una institución científica y no hay noticias de si fue trans-ferida a otra colección o museo. Por otro lado, Lettsom (1744-1815), reputado médico fundador de la Medical Society de Londres, parece que era un activo colector de momias y un coleccionista que llegó a formar un museo, una biblioteca y un jardín de plantas en una finca de su propiedad al sur de Londres, que se disgregaron después de su muerte.

La momia del Museo Arqueológico Nacional de Ma-drid figura como procedente del Barranco de Herques (Arico, Tenerife) y, aunque en la ficha museográfica del Museo Nacional de Antropología (donde estuvo hasta di-ciembre de 2015) no aparece la fecha de adquisición, en la cartela de exposición se decía que procedía de las co-lecciones de la Biblioteca Real, de donde Carlos III, en 1776, la había remitido al Gabinete de Historia Natural. Gracias a la erudición demostrada por el historiador cana-rio Manuel de Paz Sánchez en la anotación de su edición de la Historia de Canarias de José de Viera y Clavijo, pueden aportarse algunos datos más sobre el traslado a la corte española, casi podríamos decir que como un regalo colonial, de la momia que se cita en los Apuntes de

An-chieta. La información al respecto procede de una “Nota” introducida por el traductor de la Encyclopedia metódica francesa, Gregorio Manuel Sanz y Chanas, publicada en 1788 en el texto introductorio sobre la historia natural de los animales debido a Daubenton, en que se trata de otras momias de Tenerife:

En el Gabinete de historia natural de S. M. Católica se conserva la más perfecta de estas momias llamadas

guanches, que en julio de 1764 envió de la isla de Tene-rife el capitán de infantería D. Luis Ramón Jobel, natu-ral de dicha isla, a su primo D. Francisco Javier Macha-do Fiesco, actual ministro de capa y espada del Real y Supremo Consejo de Indias, con el fin de que la presen-tase al rey nuestro señor. Llegó dicho cadáver a la Adua-na de Madrid el 23 de Agosto de 64, y se mantuvo en casa del expresado ministro hasta el día 16 de diciembre de 1766, en cuyo día a las diez y media de la mañana le hizo pasar a la Real Biblioteca don Bernardo Iriarte, también actual ministro de capa y espada del Consejo de Indias, a quien D. Francisco Javier Machado, que había pasado a Nueva España, dejó esta comisión; y esta en-trega en la Real Biblioteca consta por carta del bibliote-cario mayor D. Juan de Santander, con fecha de 16 de diciembre de 1766. En 28 de septiembre de 1776 se pasó real orden al expresado bibliotecario mayor […] para que entregase al director del Real Gabinete, D. Pe-dro Franco Dávila, el cadáver de dicho guanche, con lo demás que hubiese perteneciente a Historia Natural en la Biblioteca Real, a fin de colocarlo todo en el Real Ga-binete; y en fecha de 2 de octubre escribió D. Juan de Santander al enunciado director para que el día siguien-te enviase por el cadáver, que en efecto se trajo y colocó el día 3 (Viera y Clavijo, 2016: 449-450).

Puede que también procedieran de Herques otros dos ejemplares que fueron exhibidos en el Jardín de Plantas del Museo de Historia Natural de París. En 1772, Antoine Hyacinthe Anne, Conde de Chastenet de Puységur, oficial de marina, interesado por la topografía, la hidrografía y la arqueología, formaba parte de la misión francesa encarga-da de contrastar la fiabiliencarga-dad de los relojes de marina en el mar de las Antillas. Durante su recalada en Canarias soli-citó permiso al rey de España para explorar las cavernas sepulcrales guanches y extraer momias con destino a las colecciones del Museo de Historia Natural de París14. El

ilustrado canario José de Viera y Clavijo, perfectamente consciente del atractivo de los antiguos habitantes de las islas para las elites y los centros de investigación euro-peos, escribe respecto a estas:

En el Gabinete de Historia Natural del Jardín de París se ven dos momias de guanches. Llevolas de la isla de Te-nerife en 1776 el conde de Chastenet de Puységur, ofi-cial comandante de un buque de guerra, y fueron halla-das en una cueva del lugar de Arico. Están forrahalla-das de pieles. Una de estas momias tiene la cabeza descubierta y sus facciones están desfiguradas, pero los cabellos bien conservados y arraigados. Le faltan los pies, y pa-rece que sus entrañas se habían reducido a polvo, por-que se le caen por algunas grietas cuando se mueve (Viera y Clavijo, 2016: 374-375, nota 177).

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Es posible que estas dos momias fueran parte de las cinco que tenía el Museo del Hombre de París, proceden-tes de Tenerife y de las que se tienen pocas noticias15.

En definitiva, prácticamente todos los autores que vi-sitan y o escriben sobre Canarias en los siglos XVIII y XIX coincidieron en su fascinación por las cuevas sepul-crales, en destacar la similitud entre los restos momifica-dos guanches y los de los antiguos egipcios y en su inte-rés por ver y relatar el expolio a que se veían sometidos estos sitios y sus restos, a cuya realidad muchos de ellos contribuían. Así, en 1812, el naturalista ruso-alemán Georg Heinrich von Langsdorff escribe haberse hecho con una momia con destino al Museo de San Petersburgo y que un pintor francés, Jacob Gerard Milbert, no tuvo tanta suerte porque su ejemplar se pudrió en el trayecto, debiendo ser arrojado al mar (Farrujía, 2004: 409). Du-rante el siglo XIX fueron extraídas momias guanches con destino, entre otros, al Museo de la Universidad MacGill de Montreal, Canadá, donde existe una procedente de El Barranco de Santos (Santa Cruz de Tenerife), enviada allí por el Dr. Lambert en 1892. El Instituto de Zoología y Antropología de Göttingen tiene otra momia guanche, procedente de la Colección Blumembach, adquirida en 1802 (Rodríguez Martín y González Antón, 1994: 117). Hay noticias de que otras cinco o seis momias y otros res-tos óseos de Tenerife fueron llevados a Alemania por un coleccionista en 1880 y que parece que se perdieron, como ocurrió con otras colecciones del Königlichen Mu-seum für Völkerkunde de Berlín, durante la Segunda Guerra Mundial, igual que otra más que estaba en Holan-da (Rodríguez Martín y González Antón, 1994: 118-119; y 2010: 219-223). Conrado Rodríguez Martín, director del Museo de la Naturaleza y el Hombre de Tenerife, cal-cula que al menos 130 piezas y fragmentos de momias guanches están repartidas por el mundo en distintas co-lecciones16.

A finales del siglo XIX el desarrollo de la antropolo-gía física y la entrada de la arqueoloantropolo-gía prehistórica y la craneología en muchos museos de ciencias hizo que el tráfico de artefactos y restos humanos indígenas cobrara aún más fuerza. Por otra parte, a pesar de que algunos de los informes que hemos citado insisten en el respeto re-verencial e incluso el miedo que los campesinos cana-rios tenían por los restos y vestigios de sus antepasados, hay otros muchos testimonios incidiendo en la desidia, el desinterés y el desprecio de los isleños, campesinos y burgueses, por los restos de los guanches y no solo los momificados (Tejera y otros, 2010: 25-34). Las clases más pobres, que por su forma de vida como pastores o sus actividades de recolección conocían inmejorable-mente el hábitat, tradicionalinmejorable-mente habían saqueado al-gunos yacimientos para aprovisionarse de materiales como la madera.

Numerosos datos sobre el tratamiento que sufrían los restos arqueológicos en Tenerife entre 1845 y 1879, nos lo proporciona el erudito José Agustín Álvarez Rixo, en unos “Apuntes sobre los restos guanches encontrados en el siglo actual”, que editó el arqueólogo tinerfeño Anto-nio Tejera Gaspar (Tejera, 1990).

En muchas ocasiones los hallazgos se producían con motivo de recolectar algunas materias primas valiosas que se daban en los entornos de difícil acceso de los riscos y barrancos. Por ejemplo, el liquen orchilla utilizado como tinte para el color púrpura (de ahí el nombre de orchilleros empleado para sus guías por los arqueólogos canarios deci-monónicos; Berthelot, 1978: 96; Chil, 1880: 129), o el na-trón, una sal natural que se da en las laderas del Teide:

en una cueva eminente en el risco llamado la Atalaya, en la que solamente colgados con sogas pueden entrar, una mujer de Tejina (casada hoy con D. Felipe Carvallo), tuvo la osadía de penetrar para sacar el polvo que ellos llaman carambola con el que abonan las tierras algunos de Tejina, encontróse un cuerpo entero y bien conserva-do de una guancha, y su ilustración le sugirió la idea de arrojarla desde la entrada hasta verla caer abajo en pol-vo (Tejera, 1990: 122).

En el mes de Septiembre de 1859, al estar unos rústicos icodalteros en las faldas del Teide sacando y aprove-chando alguna sal nacrón […] descubrieron una cueva sepulcral de guanches, cuya entrada estaba tapiada con una pared de piedra seca; hallándose dentro siete mo-mias de ambos sexos; otros dijeron que veinte, coloca-das sobre banquillos o andamios en sus ataúdes usuales fabricados de toscos tablones de tea […] y comenzaron a destrozar y derriscar por aquellos precipicios todas las momias llevándose los tablones para sus casas de Icod el Alto. Pero enterados que dichas momias eran objetos muy apreciados y […] podrían valerles algo […] reco-gieron algunos fragmentos que vendieron, y uno de ellos consistente en una mano, obtuvo Don Diego M. Alvarez vecino del Puerto de la Cruz en cuyo poder la examinamos asaz perfecta y transparente. También se dijo, haberse encontrado en dicha gruta, algunos gáni-gos, tallitas y pedazos de piel de cabrito con pelo, muy finas y gamuzadas (Tejera, 1990: 123).

Pero Álvarez Rixo no solo se queja de la falta de cul-tura de la gente campesina, muy al contrario acusa tam-bién a las clases dirigentes, al propio Estado y a las élites isleñas de que su falta de interés e inacción es lo que esta-ba propiciando que su patrimonio histórico cayera en ma-nos de extranjeros:

Queda pues demostrada la fatal inclinación de nuestra gente a destruir cuanto encuentra originario de los guanches […] Pero esto no debe admirarnos, conside-rada la ignorancia y carencia de ilustconside-radas ideas que do-mina en nuestra gente campesina, jornalera y pobre. Pero, lo más extraño y vergonzoso es, que entre los ha-bitantes más acomodados falta esta patriótica curiosi-dad conservadora y dejan destruir y desaparecer todo con la mayor indiferencia, y si alguno se dedica a reunir y conservar cualquiera objetos dignos de serlo; puede estar cierto, que cuando muera, todo se descaminará, sirviendo tal vez de juguetes a los muchachos de la ca-lle, si acaso la casualidad no interpone algún extranjero que compre algo para llevarlo a decorar los museos de su tierra (Tejera, 1990: 126).

Con el tiempo, y debido a la demanda creciente, este conocimiento local devino en una posibilidad de negocio

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lucrativo. Cabe citar, a este respecto y en un momento posterior, la conocida “Carta desde París” publicada en el periódico El Liberal el 4 de diciembre de 1883 por uno de los primeros estudiosos de la Cueva Pintada de Gáldar (Gran Canaria), Diego Ripoche y Torrens, advirtiendo del expolio de sus materiales. La presión de los viajeros y naturalistas extranjeros para conseguir adquirir mo-mias o restos humanos y materiales culturales guanches queda explícitamente reconocida por uno de los mejores conocedores de la prehistoria canaria, Sabin Berthelot, residente durante más de veinticinco años en Tenerife y Cónsul honorario de Francia, que desde su llegada a la isla en 1820 exploró él mismo distintas cuevas, y como corresponsal de varias sociedades científicas y museos franceses llegó a manifestar en las Miscellanées cana-riennes: “Il me fallait un Guanche à tout prix” (Berthe-lot, 1839: 106). Sin embargo, parece ser que no tuvo gran suerte, ya que una momia que extrajo en 1824 de un en-terramiento en el barranco de Valleseco (Tenerife) fue vendida y expuesta en 1831 en el gabinete de Ciencias Naturales de Ginebra (Berthelot, 1839: 106-111). Es des-tacable que, a pesar de sus intentos y de ser el investiga-dor extranjero que más tiempo vivió en Canarias, Ber-thelot no consiguiera al parecer el preciado galardón de obtener una momia:

Al principio de este siglo, unos orchilleros descubrieron otra caverna situada en uno de los barrancos de la costa, entre los pueblos de Tacoronte y El Sauzal. Estas cata-cumbas han suministrado momias a casi todos los gabi-netes de Historia natural de Europa. Nosotros fuimos bastante felices en visitar una antigua cueva sepulcral, pero esta exploración no correspondió del todo a nuestra esperanza (Berthelot, 1978: 96).

COLECCIONES Y GABINETES LOCALES

Fuera por emulación o porque formaban parte de una corriente que originada en Francia, Alemania e Inglaterra llegaba, aunque fuera debilitada, hasta las periféricas Ca-narias, lo cierto es que ya desde el siglo XVIII puede ras-trearse un cierto coleccionismo local de antigüedades y objetos de historia natural en las islas. Desde principios del siglo XIX hay noticias de un museo particular forma-do en su casa de Santa Cruz de Tenerife por un militar de origen genovés, Juan Megliorini Spínola (González Espí-nola, 1880), con una colección de historia natural y diver-sos objetos de cultura guanche, entre ellos una momia (tal vez procedente de El Sauzal) y varios otros fragmentos de cuerpo momificados, que era frecuentada por viajeros ilustrados, como Jules Dumont d’Urville (1830: 49-50) o Theophile Frappaz (Mederos y Escribano, 2007: 34; Her-nández Martín, 2015).

Tras el fallecimiento de Megliorini todas sus propie-dades se ponen en venta en 1837 y son adquiridas por un hacendado y comerciante de vinos de Tacoronte, Sebas-tián Pérez Yanes —conocido con el sobrenombre de Se-bastián Casilda— que ya tenía un interés coleccionista atestiguado y que posteriormente fue incrementando su colección de objetos y cuerpos guanches, llegando a

acu-mular un número de momias que según las fuentes osci-lan entre seis y diez. Casilda era un autodidacta y su mu-seo, como era lo normal en este tipo de colecciones, era una miscelánea de objetos de muy distinto valor y proce-dencia. Sin embargo, este museo fue considerado el lugar más idóneo por el Director General de Instrucción Públi-ca para dejar en depósito en 1868 una momia extraída del Barranco de las Goteras, Araya, Candelaria, mientras que otra, sin cabeza, era dada a la custodia del Gabinete de Historia Natural del Instituto de Canarias (Mederos y Es-cribano, 2007: 37).

De las tres partes que conformaban la colección de Ca-silda (Sainte-Marie, 1899), una estaba dedicada a armas de procedencia peruana y española, otra a peces, conchas y aves, y la tercera era la que contenía las reliquias guan-ches. Dentro de éstas la atracción mayor eran sin duda las momias. El Museo Casilda era el más destacado (Fariña, 1994), pero había otras colecciones particulares, como el gabinete de antigüedades guanchinescas que en 1858 tenía en La Orotava Antonio Lugo y Viña o el denominado Mu-seo (Gabinete) Villa Benítez, que en 1874 había constitui-do el erudito impresor Anselmo J. Benítez (Hernández Martín, 2015) sobre todo con fondos bibliográficos, pero que contaba con objetos arqueológicos y, según el informe de Earnest A. Hooton en 1925, también momias:

Existen varios restos de momias descubiertos en las proximidades de Anaga, en el Norte de Tenerife. Esas muestras incluyen cráneos, pies y brazos y, en algu-nos casos, el cabello que es oscuro, aún se adhiere a la calavera. En esta colección se conserva también una momia de un varón de corta estatura envuelta en pieles de cabra muy bien cosidas, y que se localizó en la montaña de Taco, cerca de Santa Cruz (en Farrujia, 2010: 86).

Otras colecciones particulares de que se tiene noticia eran la de Ramón Gómez, farmacéutico del Puerto de la Cruz, que conservaba cerámica, una momia en mal estado y un famoso ídolo procedente de la gran cueva sepulcral de Herques, que actualmente se expone en el Museo del Puerto de la Cruz y que fue descrito por Juan Bethencourt Alfonso (1991-1994: I, 293).

Varios próceres isleños tenían sus colecciones guan-chinescas, como Manuel de Ossuna y Van den Heede que conservaba, junto a otros restos, una momia en su casa de La Laguna17. En Gran Canaria hubo también colecciones

domésticas de entidad a mediados del siglo XIX como la de Fernando del Castillo Westerling, Conde de la Vega Grande, que reunía restos de antiguos canarios proceden-tes de yacimientos de las áreas más importanproceden-tes, Arguine-guín, Mogán y Guadayeque18. En las otras islas la

con-centración fue menor debido a su falta de desarrollo económico y social, y la mayor parte de los restos arqueo-lógicos hallados pasaron a formar parte de los Museos de las dos principales, Las Palmas y Tenerife (Beránger, Ro-dríguez y Atoche, 2008).

Este interés de las clases más pudientes refleja un am-biente que dio lugar a la creación de otras instituciones con una carácter más colectivo e institucional y con fondos de

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mayor entidad (Henríquez, 2005); en Tenerife, el Gabinete Científico puesto en marcha en 1877 por el médico Juan Bethencourt Alfonso, y el Gabinete que se instaló en 1879 en el Instituto de Canarias, del que dependía el estableci-miento de Segunda Enseñanza de Santa Cruz de Tenerife; el Museo de Historia Natural y Antigüedades Canarias or-ganizado en 1881 (Fig. 3) por la Sociedad La Cosmológica en la isla de La Palma (Ortiz, 2005) y, finalmente, la insti-tución que tuvo una mayor continuidad y existencia hasta la actualidad, El Museo Canario, creado en 1880 en Las Palmas de Gran Canaria por el médico Gregorio Chil y Na-ranjo. En su Reglamento de 1879 se manifiesta de forma explícita el objetivo patrimonial con respecto a los restos de antiguos canarios que perseguía la institución:

Abrigamos la convicción de que todos los buenos e ilus-trados canarios secundarán la idea, porque todos han de hallarse interesados en la adquisición de cuantos objetos y producciones en los diversos ramos de las ciencias […] y muy especialmente en la conservación de aque-llos que constituyen la honrosa y venerada historia del esforzado pueblo que habitó estas tierras, y de los cuales una gran parte se hallan hoy dispersos en manos extra-ñas y en Museos extranjeros, con vergüenza y escarnio de nosotros. No debemos, pues, esperar a que se nos arrebate lo poco que nos queda (Reglamento, 1879).

La conciencia de que la recolección de los materiales antiguos extraídos del suelo canario había constituido una especie de expolio debido al subdesarrollo de la cultura y la ciencia canarias en primer lugar, y españolas en segun-do, queda expresada de forma explícita por el secretario de la sociedad El Museo Canario, Amaranto Martínez de Escobar, en la memoria de actividades de sus primeros meses de vida:

Siendo lo más triste, por no decir lo más vergonzoso para nosotros, que esos curiosos, esos filósofos y esos naturalistas, como justificantes de sus trabajos, y como apoyo para fundamentar sus teorías, nos han arrebatado los más preciados y curiosos objetos pertenecientes á otras edades y á otras razas, como fruto de sus explora-ciones, de su constancia y de su trabajo […] No es que yo censure, ni con mucho, á los que apreciando en todo su valor el mérito científico de esos objetos, se han utili-zado de ellos salvándolos de una pérdida segura y ha-ciendo un servicio á la ciencia; pero si es sensible […] que se nos privara de esos útiles de enseñanza tan nece-sarios para la historia de nuestro país, viéndonos obliga-dos á admirar en otra parte lo que aquí debiéramos ad-mirar; teniendo que ir a estudiar á otros países lo que á nuestro país principalmente interesa (Martínez de Esco-bar, 1880: 212-213).

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Figura 4.1. Sala de antropología física. 1930-1935. Teodoro Maisch. El Museo Canario.

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EL ORIGEN EUROPEO DE LOS GUANCHES

En el siglo XVIII la razón para la dispersión internacio-nal del patrimonio bioantropológico de los antiguos cana-rios había sido la calidad y cantidad de los cadáveres mo-mificados que se encontraron en las cuevas sepulcrales, fundamentalmente de la isla de Tenerife, pero también en Gran Canaria, y que sirvieron para vincular su población indígena con Egipto —el otro lugar del viejo mundo en el que la momificación de los muertos constituía no solo una característica cultural, sino en torno a la cual se había cons-truido un mito y una representación de la antigüedad faraó-nica (Álvarez y Morfini, 2014). Ya en el último cuarto del siglo XIX será más determinante la clara y militante ads-cripción darwinista de algunos de los intelectuales canarios involucrados en el conocimiento del origen y característi-cas de los guanches y promotores de las colecciones que se han citado más arriba, fundamentalmente Gregorio Chil y Naranjo, Víctor Grau-Bassas y Juan Bethencourt Alfonso (Estévez, 1987 y 2001; Ortiz, 2014). Todos ellos estuvie-ron además preocupados por avanzar en el desarrollo de una ciencia positiva en relación al conocimiento de los orí-genes y formas de vida de los indígenas canarios que em-pezaba por la adquisición, siguiendo métodos rigurosos, de colecciones de materiales, arqueológicos y antropológicos, que pudieran ser conservadas y consultadas por los investi-gadores en las propias islas. Incluso, en este sentido, Chil, aparte de recoger en su obra los datos que los autores ante-riores habían consignado sobre las técnicas de momifica-ción y los materiales empleados en ella, parece que pensó en llevar a cabo una comprobación experimental sobre ca-dáveres no reclamados y que pudieran ser empleados en investigaciones científicas, aunque finalmente no se deci-dió a ponerla en práctica (Torres y Atoche, 2008: 42). Por tanto, a partir de este momento las colecciones de restos biológicos de los antiguos canarios se demandaban para servir de base a la investigación, más, o además, que como exhibición de museo o atracción turística.

Por otro lado, la falta de desarrollo de otras instituciones, como la Universidad, hizo que estos centros combinaran sus funciones de conservación patrimonial con las tareas inves-tigadoras y así en su seno no solo se desarrollaron normas y protocolos para llevar a cabo exploraciones y excavaciones arqueológicas, sino que sus propios miembros eran activos investigadores que acometían esta labor y vigilaban que los materiales obtenidos en estos trabajos fueran depositados en el museo que los avalaba (Herrera Piqué, 1990: 6-11; Farru-jia, 2010: 118-121). En este aspecto destaca por su claridad y exhaustividad el “Reglamento conforme al cual habrán de llevarse a efecto las exploraciones y rebuscas que se acuer-den por la Junta Directiva de El Museo Canario” (1886) (Alzola, 1980: 58-59). Pero lo mismo se puede apreciar en la práctica de algunos de sus miembros, como los viajes ex-ploratorios que a lo largo de tres años llevó a cabo por el in-terior de Gran Canaria el conservador del Museo Canario, Víctor Grau-Bassas, quien manifiesta en 1886:

[…] en la cueva de Mogán, donde tanto se encontró y tanto se destrozó, se encontraban los objetos en la

posi-ción y sitio que a cada uno le correspondía según el uso a que se destinaba. Dejo a juicio del que lea la importancia de esta cueva para la historia y antropología si se hubiese podido examinar antes de quitar los objetos, y concluyo manifestando que la exploración de esta isla está por em-pezar y que para ello se necesita amor al Museo, salud, tiempo y dinero (Grau-Bassas, 1980a: 16).

La conciencia de lo perdido y el sentimiento de urgencia para conseguir rescatar lo poco que quedara sin destruir de los antiguos hábitats y enterramientos llevó a los directivos del Museo Canario a proponer por primera vez a la Junta de la Sociedad el 31 de marzo de 1880 una subvención para organizar una expedición de reconocimiento de urgencia ante la noticia de nuevos hallazgos en el Barranco de Gua-yadeque (Agüimes), con el fin de recoger los últimos restos materiales que quedaran en este sitio tras muchos años de expolio sistemático (Alzola, 1980: 32-33)19. Estas cuevas ya

habían sido visitadas en 1863 por Chil y Naranjo, que dejó en sus Estudios Históricos… una descripción recogida de un anciano de Ingenio del estado de los yacimientos y su aprovechamiento por la población local:

[…] principié a interrogarle sobre los Enzurronados

(nombre que dan a las momias) y sus particularidades. Decíame, que él antiguamente no tenía otro servicio en su casa que los gánigos y las ollas que sacaba de las cuevas […] que los cordobanes de sus zapatos, como muchísi-mos de los de sus vecinos, eran hechos de las pieles que sacaban de los zurrones y, por último, que los costales y las albardas las hacían con las telas de que estaban vesti-das las momias […] Añadióme que en las cuevas donde las encontraban estaban de dos maneras: unas derechas y arrimadas a la pared, con sus garrotes y sus gánigos al pie, y otras, que eran las más hermosas, pues estaban re-vestidas con muchísimas pieles de todos colores y cosi-das como la delantera de una camisa, se hallaban tendicosi-das sobre una tabla de pino, con gánigos y garrotes muy bru-ñidos, colocados a su cabecera; que algunos estaban como si hubiesen acabado de morir, con el pelo y la barba perfectamente conservados: que las mujeres tenían el ca-bello cogido en trenzas enlazadas con juncos de colores, que quince años antes se habría sacado gran número de zurrones de todos tamaños, garrotes de todas clases […], piedras redondas pulimentadas, algunas semejantes a cu-chillos por afiladas, gánigos, cazuelos de varios tamaños, fuentes botijos de barro, algunos muy pintados, zurrones llenos de objetos varios para usos domésticos, gorros de piel de cabrito, grandes jarrones llenos de manteca y otros de madera […] esto me hizo comprender que cualquiera que hubiese ido al barranco de Guayadeque hasta el año de 1840, habría traído todo un museo de cuanto pertene-cía a los antiguos habitantes, pero desde esa época están sacando tierra de las cuevas, que emplean como guano, y ya nada hay, pues todo lo ha destruido la ignorancia de aquellos campesinos y más que nada el abandono de las corporaciones y personas ilustradas que con tanto despre-cio han mirado estos ricos monumentos de la antigüedad. Yo llegaba ya tarde, y lo sentí entonces como lo sentiré siempre (Chil, 1876-1880: I, 486).

El Secretario del Museo Canario también escribe sobre la riqueza perdida en el sitio arqueológico de Agüimes:

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cuando recuerdo que, hace pocos años en la misma parte sur de la isla y de cuevas inaccesibles como las de Guaya-deque, se extrajeron multitud de momias perfectamente conservadas que fueron destrozadas y trituradas por gen-tes ignorangen-tes, reduciéndolas a polvo para fertilizar las tierras; cuando recuerdo que yo mismo recogí muchas pieles y tejidos de junco que á las momias servían de en-volturas y que en pedazos eran conducidos á los esterco-leros, lamento desde el fondo de mi alma tanto abandono y tanta indiferencia, y aplaudo una vez más la institución de nuestra Sociedad (Martínez de Escobar, 1880: 216).

Chil y Grau-Bassas, con una expedición de la que for-maron también parte Domingo del Castillo Westerling y Santiago Verdugo y Pestana, intentaron pues en la prima-vera de 1880 la exploración del Barranco de Guayadeque a pesar del expolio y la dificultad que presentaba el acceso a las cuevas, a las que solo se podía llegar por medio de cuerdas y de las que sus guías obtuvieron una colección de cráneos bien conservados, restos humanos varios y una momia infantil con sus envolturas (Grau-Bassas, 1880: 68)20. Obviamente, las excavaciones del Museo Canario

(Figs. 4.1 y 4.2) siguieron en el siglo XX acumulando ma-teriales bioantropológicos. Así, en sus salas exhiben las dos momias procedentes de Acusa (Fig. 6), extraídas en 1934-35 (Herrera Piqué, 1990: 96-97).

En esta afanosa búsqueda, aparte de las anteriores con-sideraciones que hemos visto expresadas por los mismos protagonistas, indudablemente influyeron otros muchos elementos. Así, por ejemplo, la falta de estratigrafías y las técnicas arqueológicas rudimentarias empleadas en el

estu-dio del origen y la evolución cultural de los guanches hi-cieron que sus restos humanos, más fáciles de obtener en las cuevas sepulcrales, y además muy útiles para la confec-ción de esquemas de difusión de las poblaciones pre y pro-tohistóricas por parte de los antropólogos físicos, fueran durante mucho tiempo el vestigio conductor para cualquier teoría ensayada al respecto. Aunque también hubo investi-gadores, tanto locales como extranjeros, que se interesaron por la cultura material, como el antropólogo inglés John Abercromby que, en 1914 publicó un estudio centrado en la colección de cerámica aborigen de Gran Canaria del Museo Canario (Fig. 5): “The Prehistoric Pottery of the Canary Islands and Its Makers” (González Cruz, 2011). Con todo, el interés de la escuela de antropología francesa de Paul Broca por los antiguos pobladores de Canarias hará que la arqueología de las islas tenga un marcado carácter antropológico y que tanto las momias como también los restos óseos sin momificar sean el objetivo preferente de las prospecciones arqueológicas, en detrimento de la cerá-mica y otras muestras de cultura material asociadas a ellos (Farrujia, 2010: 105, 162). Por otro lado, la escuela de Pa-rís sitúa así a la arqueología canaria y las instituciones isle-ñas dedicadas a su práctica en el engranaje internacional de comercio de restos antropológicos que circulan por todo el mundo, ambicionados por científicos y museos para formar parte de sus colecciones de estudio.

El mismo Paul Broca señaló los paralelos craneométri-cos entre los restos de Cro-Magnon y algunos cráneos ca-narios en base al estudio de ejemplares de la colección Bouglinval de París y que procedían del yacimiento del

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Barranco Hondo de Tenerife (Cf. Farrujia, 2004: 325; Fa-rrujia, 2010: 92). Asimismo, para demostrar su hipótesis de que la raza “troglodita” europea estaba emparentada con las poblaciones de algunas cabilas argelinas y sus caracte-res podrían rastrearse también entre los descendientes de la población prehispánica canaria, Armand de Quatrefages había solicitado a Sabin Berthelot el envío de una colec-ción de cráneos canarios, aunque solo en 1877 Berthelot remitió diez cráneos procedentes de El Hierro y Gran Ca-naria (Farrujia, 2004: 325-326). En esta línea, los investi-gadores del Museo de Historia Natural de París, ante la im-portancia que la población guanche —que servía como eslabón entre las poblaciones primitivas alpinas y france-sas, y las norteafricanas— tenía para sus hipótesis sobre la etnogenia europea, consiguen que el Ministerio francés de Instrucción Pública establezca una misión oficial en Cana-rias entre 1876 y 1877 dedicada a estos estudios. La labor se encomienda al discípulo de Broca, René Verneau, el cual a partir de esta fecha seguirá trabajando en las islas de modo intermitente hasta 1935, debiéndose a él la clasifica-ción, en 1925, de la colección osteológica del Museo Cana-rio (Verneau, 1981: 5), que en buena medida había contri-buido a conformar en sus numerosas prospecciones arqueológicas, centradas siempre en la recolección de crá-neos y otros vestigios antropológicos con preferencia sobre los restos de cultura material de los guanches (Farrujia, 2010: 93-94; Farrujia, 2015: 278-282) y parte de los cuales también remitió al Museo de París (Rodríguez Martín y González Antón, 2010: 219).

El trabajo en Canarias de Verneau respondía por tanto a un interés estratégico de los antropólogos y prehistoria-dores franceses (Farrujia, 2014: 25-32), pero su desarro-llo no dependió solo del gobierno francés y el prestigio de sus instituciones científicas, sino que se vio también apo-yado por la actitud de respuesta nacionalista de los inte-lectuales canarios, que a estas alturas consideraban una obligación la salvaguarda del patrimonio de sus ancestros indígenas e intentaban, con sus débiles fuerzas, oponerse al expolio de sus restos prehistóricos por parte de los via-jeros y naturalistas extranvia-jeros. En este sentido, la labor de Verneau estuvo favorecida, pero también controlada y tutelada por la autoridad local del doctor Chil y Naranjo en El Museo Canario (Estévez, 2001).

Así pues, Verneau, Broca y los demás antropólogos europeos interesados por los cromañones-guanches, ex-plotan la gran “necrópolis” de los antiguos canarios; es decir, utilizan Canarias como un campo de pruebas, un terreno de aprovechamiento de la ciencia colonial. Mien-tras, el doctor Chil y sobre todo algunos seguidores su-yos, como el también médico y conservador del Museo Canario, Víctor Grau-Bassas (muy influidos ambos, por otra parte, por Verneau y los antropólogos franceses), per-seguirán no solo los huesos de los guanches muertos —que ya Viera y Clavijo consideró que eran los únicos guanches— sino que intentarán así mismo recuperar al guanche vivo (Chil, 1880: 165; Grau-Bassas, 1980b), y sobre todo una idea esencial y ancestral de su origen e identidad, útil para sus proyectos de desarrollo e instruc-ción (Estévez, 2001 y 2013).

Figura 6. Momia procedente de las exploraciones en Acusa, término municipal de Artenara, Gran Canaria, efectuadas

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LAS MOMIAS VIAJAN

Con todo, el expolio del patrimonio bioantropológi-co y cultural de los antiguos canarios no solo se mantie-ne, sino que vive en estas fechas de final del siglo XIX uno de sus episodios más rocambolescos (Fariña y Teje-ra, 1998), que muestra la debilidad de las instituciones canarias dedicadas a la instrucción pública. En 1868, tras la muerte de su fundador, Sebastián Pérez-Yanes, el Museo “Casilda” de Tacoronte había pasado a manos de Diego Le Brun, un comerciante inglés del que Pérez-Yanes era deudor. Tras la muerte de Diego Le Brun, tan-to la casa como la colección fueron puestas en venta en 1887 (Alzola, 1980: 81-91; Mederos y Escribano, 2007: 41-44). Ante la muy probable salida de la colección (y fundamentalmente de sus momias y restos arqueológi-cos) fuera de España, la Real Sociedad de Amigos del País tramitó su adquisición por parte del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, con destino al Gabinete Cien-tífico que dirigía Juan Bethencourt Alfonso, opción des-echada ante la falta de efectivo y la deuda que arrastraba el cabildo. Un segundo intento se hizo por el Instituto de Canarias en La Laguna, para su Gabinete de Historia Natural. El interés por adquirir la colección para el insti-tuto de segunda enseñanza llevó a la elaboración de un catálogo de lo que contenía en 1887, que sería más tarde publicado por el catedrático de francés Eugenio de Sain-te-Marie. Según éste, la Sección Antropológica estaba formada por:

Cuatro momias en bastante buen estado de conserva-ción, de guanches, tales como se encontraron en sus cuevas de sepultura, envueltos en pellejas; descollando entre todos la de una reina, notable por la perfección de sus facciones […] Veinte y más fragmentos de guan-ches, cráneos, tibias, fémures […] Cuentas y rosarios de guanches. 14 piedras de moler gofio. Siete vasijas con-servando ingredientes. Ungüentos para la conservación de cadáveres. Objetos sirviendo para pesca y caza de los guanches y hachas, lanzas y bastones muy bien labrados […] (Sainte-Marie, 1899: 70).

Todo el Museo fue valorado en 18.000 reales, pero esta oferta no debió ser aceptada, puesto que poco des-pués, en abril de 1889, Chil y Naranjo lo visitó e hizo una valoración para la Junta Directiva del Museo Ca-nario:

Si nosotros compramos el Museo Casilda, a pesar de es-tar bastante mermado, podemos afirmar que lo comple-tamos, y creo urgente hacerse con estos restos, pues si perdemos esta oportunidad ya no se presentará otra […] He hablado con el propietario y lo vende en dos mil pe-sos al contado, pues está muy falto de dinero. Yo le hice la proposición de darle ahora, si las había en Deposita-ría, dos milpesetas y el resto por año, pagando mil pese-tas, hasta terminar el pago de los dos mil pesos. Si esto se adquiere, el Museo se coloca a una altura extraordi-naria. Allí hay pintaderas que nosotros no tenemos; unas ocho o diez momias, cráneos, molinos, jarros, bastones, etc. (en Alzola, 1980: 83).

Finalmente, Carlos Guillermo Le Brun (el hermano de Diego Le Brun), residente ese mismo año de 1889 ya en Argentina, hizo la venta a un particular, Fernando Cerdeña, acaudalado grancanario radicado en La Plata, que pagó 2.000 pesos por la colección, y quien segura-mente la adquirió con la intención de revenderla en Amé-rica. El 20 de julio de 1889 salieron los 29 cajones que transportaban las piezas del antiguo Museo Casilda con destino a Montevideo y Buenos Aires (Mederos y Escri-bano, 2007: 43).

El transcurrir de la historia reúne en el Museo de His-toria Natural de La Plata, creado a instancias del famoso Perito Francisco Pascasio Moreno, e inaugurado en un imponente edificio en 1885 (Podgorny, 2009: 191-226), a una parte de las colecciones canarias procedentes del an-tiguo Museo Casilda y a Víctor Grau-Bassas, estrecho co-laborador de Chil y Naranjo, que se vio obligado a una emigración forzosa en 1889 para escapar de una oscura acusación judicial contra él, y que había encontrado aco-modo unos meses antes como escribiente y secretario en el Museo de La Plata, institución con la que el Museo Ca-nario venía manteniendo relaciones de intercambio desde 1885. Por mediación de Francisco Pascasio Moreno el doctor Grau-Bassas trabajaría en esta institución, donde se habían colocado otros canarios, como Gabriel Garachi-co, que había sido preparador en el Museo Canario y dos hijos suyos, también cuidadores del numeroso fondo de zoología que tenía el Museo de La Plata (Alzola, 1980: 39-56, 73, 93-98; García et al., 2015: 36-37).

El destino de la colección de Casilda era fragmentarse y de hecho a estas alturas no existía ya coincidencia en sus contenidos según los datos aportados por las distintas fuentes. Así, en el catálogo publicado por Sainte-Marie solo se mencionan cuatro momias, mientras que Chil ha-bía contado “ocho o diez” y cuando el que haha-bía sido con-servador del Museo Canario vio la colección en Buenos Aires, habla de cinco:

He visto el Museo Casilda y es muy bueno, no compren-do como Chil dejó de adquirirlo […] Hay cinco ricas momias, magníficas en su conservación, curiosísimas al extremo pues el sistema de momificación es completa-mente diferente del Canario. Hay bastantes jarros guan-ches […] Tiene el M. Casilda una buena colección de anzuelos y otra inmejorable de adornos canarios (en Al-zola, 1980: 85-86).

De hecho, nada más llegar la colección a Buenos Ai-res el propietario Cerdeña intenta revenderla, haciendo una oferta al gobierno, ante lo cual hubo gestiones de Grau-Bassas para dificultar su venta en Argentina y pro-curar que se regalara la colección guanchinesca al Museo Canario. Con todo, ni Grau-Bassas ni Cerdeña debieron tener éxito en sus transaciones, porque lo que parece es que la colección se desmembró y las momias fueron dis-persadas por distintos lugares. Así, después de varios años, en 1897 el corresponsal del Museo Canario en La Plata (León Mateos Amador) comunica al Museo que un particular, Luis Cerrano, conserva en su casa y vende por

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tres mil pesos oro cinco momias y doce cráneos (Mede-ros y Escribano, 2007: 44). A pesar de las gestiones de Grau-Bassas, tampoco en esta ocasión El Museo Canario efectuó la compra, por poner el dueño un precio exorbi-tado (Alzola, 1980: 88-89) y de hecho las momias debie-ron seguir circulando por Argentina porque en 1941 in-gresa en el propio Museo de La Plata una momia canaria, donada por los herederos de un tal Rabaneque, que la había tenido durante años en la tienda de automóviles que poseía. No obstante, la vinculación de algunos em-pleados del Museo de La Plata con El Museo Canario, fundamentalmente a través de Víctor Grau-Bassas, llevó a la recuperación por medios no muy claros de algunos otros materiales gran canarios de la antigua colección de Casilda. Así, en una carta remitida por Grau-Bassas a su amigo y compañero en El Museo Canario, Juan Padilla, el 7 de marzo de 1889, le escribe que “Garachico está enamorando un magnífico anzuelo, precisamente el que trae Berthelot en su obra, veremos si logra su deseo y se remitirá” (Alzola, 1980: 76)21. Pero el objetivo

preferen-te de sus desvelos fueron tres pintaderas que se conser-van en El Museo Canario (con números de inventario 3083, 3090 y 3111), en cuya descripción de catálogo se repite que:

Formaba parte de la colección privada de Sebastián Pé-rez Yanes —conocida como Gabinete Casilda de Taco-ronte (Tenerife)—, a quien le había sido regalada por un amigo. Tras su muerte, la colección es adquirida por un grancanario residente en Argentina, siendo trasladada a este país en 1889. Su llegada coincide con la estancia en Buenos Aires del que fuera primer conservador de El Museo Canario, Víctor Grau Bassas. En 1889 éste se haría con la pieza para remitirla a El Museo Canario. En cuanto a la procedencia, nada se sabe con certeza. Sabin Berthelot, erróneamente, la hace proceder de Güímar (Tenerife). Bethencourt Alfonso, al realizar el inventario del Gabinete Casilda, indica que ésta y las restantes ma-trices que formaban parte de la colección eran “pintade-ras del Guanarteme de Gáldar”. (Fig. 7).

Estas tres piezas, que no solamente fueron reproduci-das por Berthelot, sino también por Verneau en su trabajo pionero (1883) (y que, por su parte, Grau-Bassas dibuja en una de sus cartas22), eran ambicionadas por Chil y

Na-ranjo para El Museo Canario por su importancia cultural y su rareza, y al no haber conseguido evitar que salieran de las islas, se encomienda a Grau-Bassas la tarea de re-cuperarlas (Alzola, 1980: 84). Que en su adquisición hubo algún manejo poco claro se deduce de una carta de éste a Juan Padilla del 4 de octubre de 1889:

En mi poder se hallan las tres pintaderas consabidas, las remitiré por correo en una cajita de madera y asegura-das; creo que llegarán a su poder y entonces ya podre-mos decir que tenepodre-mos completa la colección. A V. es inútil recomendarle la reserva sobre este asunto pues me he valido de un amigo para obtenerlas; están marcadas con pintura de aceite y considero conveniente quitarle la marca con un poco de bencina o aguarrás (en Alzola, 1980: 86).

Aunque recientemente se ha intentado reconstruir la his-toria de la colección Casilda en La Plata (Fariña y Tejera, 1998) no ha sido posible esclarecer del todo sus avatares. En definitiva, de las cuatro momias de la colección Casilda pare-ce que solo quedaba una en el Museo de La Plata, otras dos en Necochea y la última estaba perdida (Rodríguez Martín y González Antón, 2010: 222). Alzola da cuenta de sus gestio-nes en 1978 para intentar recabar información al respecto, a través del Director del Instituto Nacional de Antropología de Buenos Aires, Julián Cáceres Freyre, quien le comunica:

Por fin el Dr. Armando Vivante, director interino del Departamento de Antropología del Museo de La Plata, me ha llamado para expresarme que el estado de desor-den y caos que reina con motivo del paso de los vánda-los por nuestras universidades […] ha hecho que no sólo se pierdan innumerables papeles de archivo sino que quedara también destruida mucha documentación sobre piezas de museos […] no se ha podido encontrar corres-pondencia sobre el Dr. Víctor Grau-Bassas. Que existen cuatro o cinco momias de indios guanches pero sin do-cumentación (Alzola, 1980: 90-91)23.

Dos momias del Museo Casilda tuvieron su propia historia en Argentina. Desde La Plata viajaron hasta la ciudad de Necochea, y es posible que haciendo escala en otra localidad, Tres Arroyos, en la que se instaló el doctor Grau-Bassas después de salir de La Plata. En los años veinte del siglo XX aparecen ya arrumbadas en el Cole-gio Nacional “José Manuel Estrada” de Necochea. A la vista de su deterioro son trasladadas al Museo de Ciencias Naturales de la ciudad para su cuidado y exhibición. Des-de aquí, y tras una reclamación oficial Des-de la Administra-ción canaria estas dos momias regresaron a Tenerife en 2003 (Rodríguez Martín y González Antón, 2010: 222).

Figura 7. Pintadera de Gran Canaria, procedente del Gabinete Casilda. 2011. Foto El Museo Canario.

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