La Iglesia
de los Benedictinos
en
Las
Condes
Romolo Trebbi
del
Trevigiano
Es
bueno y
natural para quien sedirija hacia
el cerrode San
Benito
enLas
Condes,
encaminar sus pasosdesde la
iglesia
de los
Dominicos,
alfinal de
Apoquindo. No
eséste
un problemade
orden religioso sinode
orden arquitectónico,
porque para saber verlo
más nuevo se necesita saber verlo
másantiguo,
especialmente cuando entre estos poloshay
algo en común: unatradición.
Entre
los
Dominicos
de
Apoquindo y los Benedictinos
de
las Condes
existen
dos
situacionesdiversas,
dos
épocas
diferentes
y,
sinembargo,
emanade
ambas obras un espíritu parecidoy
unafinalidad
urbanaigualmente
resuelta.He
dicho
urbana,
apesarde haber
sido construida estas obras enlos límites
urbanos,
pero en ellas mismas seincluye,
se originay
sedesarrolla
un pequeño cosmos enfunción de
unacomunidad,
una pequeña urbe.Y
ambos núcleoshan
creado en el valley
en el cerro un ordenmuy
claro.Ir
hacia la iglesia y
el conventode los Benedictinos
significadejar
atrásSantiago y
elevar el pasoy la
miradahacia
la
Cordillera,
hacia las
alturas.El
vallede
Las Condes
desborda
verdey
fértil,
delimitando
elcerro,
que contrasta por su consistenciaterrosa
y árida.
Camino
de
polvo,
plantas secas entrelas
que silba el viento.Y
allí estála
iglesia.
Aparece
de
improviso
después de
unacurva,
después
de
la
soledaddel
cerro.Aparecen
sus volúmenesblancos
y
luminosos
en el aireclaro,
volúmenesfirmemente dibujados
entrelos desniveles del
cerro.Recuerdo
allá,
enMontecassino,
el conventode San Benito:
se me apa reció repentinamente en eldía
gris,
alto sobrela
colina.Era
una molefuerte,
quedel
Evo Medio
traía
las
líneas
poderosasde
aspectomilitar,
dominando
en su alturalos
vallesy
visibledesde
lejos.
Pero,
¡cuántas cruces!Las
manosde
la
guerrahabían
sembrado milesy
milesde
crucesblancas
sobrelas
colinas;
unabrazo
de
muerte alrededordel
venerabley
vetusto monumento que supo morir con
los
hombres
para renacer.Recuerdo
siempre aquellas ruinas que renacían como por milagro
y
una viejita que pasaba entrelas
cruces,
llevando flores
que
había
recogido en elconvento;
flores
de
campo paralos
muertosde
todas
las banderas.
Aquí,
enLas
Condes,
elllegar
esapacible,
hasta
el pequeño cementerioes alegre.
Las
flores
de
campobrotan
en elviento, toman
una consistenciacar-dosa.
Frente
ala
puerta cuadradade la
Iglesia
se presiente que más alláde
estos volúmenes
de
concretoblanqueado
que secompenetran,
hay
un mundo.Entrar
en ella en unatarde
ventosa esfácil,
enla
rampade
acceso,
confundirlas
vocesde
los
monjes conla
del
viento quellega
embravecidodesde
el cajóndel Arrayán.
La
rampa subelentamente
trasladándonos
del
nartex,
que con sucurva nos acoge
y
nos sugierela
cripta,
hacia
el punto más altode la Iglesia:
el acceso al espacio
de la función. La luz
violentadel
exterior pasa por murosverticales que penetran cortados como
trincheras
o como un armoniumluminoso,
matizándose para volverse
tonos.
La
graduaciónde
estostonos
acentúalas
je
rarquías
de los
espacios.En
un principio puede parecer un poco complicadala
articulación general—
tal
vez a causade
la
luz—
perode
pronto sedescubre
que su organizaciónes sencilla
y lógica.
Dos
volúmenes cúbicosde diversa
altura articulados entre ellos.La
rampada
acceso al primerode
los
cubos;
al másbajo.
De
aquí unadiagonal
nosdirige
directamente hacia
el altar que está ubicado enla
intersec
ción
de los dos
cubos,
en el más alto.La luz
penetradesde la diferencia de
alturas
y de
un vérticedel
cubo mayordejado
abierto.Aquí,
entre estosdos
volúmenes
mayores,
entrela
luz
que exalta el altary
entrela
sombra suave quefacilita
la
meditación,
renace una antigua manerade
sentir qué esla liturgia.
Y
una vez máslo
antiguo puede ser siempre nuevo."Bien
sabemosla
compenetración que existe entrela liturgia y la
carreradel
sol.Y
también
sabemos cómo para un monje queespera
este ciclo cotidianoy
anual,
no es un eterno retorno sino un avanzar en espirarhasta
eldía
en queEl
venga".Los Hermanos Gabriel
y
Martín,
monjes-arquitectos,
autoresde la
Igle
sia,
aldecir
esto,
fundamentan
el sentimientoluminoso del
espaciode
su obra.En
ella marcan mediantela
forma y los
desniveles,
las
jerarquías:
la
comunidad religiosa
y
la
comunidadlaica. Pero
una misma vivencialas
une: elespacio
de
un cubo se vacía en el otro quelo
recibey lo hace
vibrar alrededorde
un eje común: el altar.El
ambónforma
el puenteentrelas dos
comunidadesy
aél
acuden enla
lectura de los
pasosdel
actosagrado,
religiososy laicos.
El
techo
seinclina
sobre el altar como uninmenso
"baldacchino"de
concreto
delimitado
claramente porla luz
que penetrade
variasfuentes.
La
tex
tura
de
unade
las
paredes mayoresdel fondo
se acentúadebido
ala
separaciónde
ésta,
lo
que permite entrar unagran
cantidadde luz
medida por vidriosde
colores.
En
las
extremidadesde la
iglesia
sehallan
la Capilla
del
Santísimo,
conun
Cristo de
nobley
antiguatalla
germana,
y
el confesionario ubicado en unespacio
curvo sobrelá bajada
ala
cripta.Afuera
de la Iglesia
está elclaustro,
el cuerpo residencialde
los
monjes,
proyectado por
Jaime Bellalta
y,
másabajo,
la hospedería.
Muros,
volúmenes, soleras, cemento, cal,
hierba. Y
elvalle,
elaire,
el cielo.La Iglesia
está entodo
esto,
estodo
estoy
es mucho más.Su
espíritu eshecho
no sólode
cementoy de
viento,
sinode
silencios,
de
rezosmurmurados,
de
trabajo
jocoso,
de
reglas,
de
funciones
clarasy
precisas para
las
cualeshan
sido elevadas estas paredesy
estos espacios quela
de
IGLESIA DE LOS BENEDICTINOS DE LAS CONDES (SANTIAGO DE CHILE).
1-2:
La Iglesia
durante las funciones
nocturnasy
diurnas.
Vista desde
3:
Interior
de la
Iglesia
con sus espacios principales(dibujo: R. Trebbi
del
5:
El
altar en el crucede los
dos
cubos espaciales.