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Para un peronista no hay nada peor que otro peronista. Reseña del libro "Perón y la burguesía argentina. El proyecto de un capitalismo nacional y sus límites (1946-1976)" y del "Estado empresario en la industria argentina"

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Para un peronista no hay

nada peor que otro peronista…

Reseña del libro Perón y la burguesía argentina. El proyecto de un capitalismo nacional y sus límites (1946-1976) de James P. Brennan y Marcelo Rougier (Lenguaje Claro Editora, Buenos Aires, 2013) y El Estado empresario en la industria argentina. Conformación y crisis, de Claudio Belini y Marcelo Rougier (Manantial, Buenos Aires, 2008).

Dara Costas y Emiliano Mussi

El libro Perón y la burguesía argentina de James P. Brennan y Marcelo Rougier de reciente aparición busca participar en el debate acerca del capitalismo nacional en la Argentina. Su objetivo es explicar la historia de la burguesía local y su relación con Perón y el movimien-to peronista, a través del estudio de tres casos regionales (Córdoba, Chaco y Tucumán) y del sector metalúrgico. Además incluyen la his-toria de la Confederación General Económica (CGE) desde sus inicios hasta su disolución en 1976. Éste interés se apoya en las recientes dis-cusiones en torno a la potencialidad de la “burguesía nacional” en el contexto de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Estructurado a partir de una introducción, nueve capítulos y un apartado de reflexiones finales, los autores quieren dar cuenta de la compleja y contradictoria relación entre la burguesía argentina y Perón durante sus tres gobiernos, recorriendo un período más amplio que abarca aproximadamente tres décadas.

En el mismo sentido que este libro, las potencialidades estructurales del capitalismo nacional ya habían sido analizadas en el libro El Estado empresario de Marcelo Rougier y Claudio Belini. Allí exponían que los límites en materia industrial de la Argentina había que buscarlos en los fracasos que el Estado encontró ante los reiterados intentos de impulsar un desarrollo potente. El problema no estaría en los límites del capi-tal que acumula en el país, sino que lo que faltaría en la Argentina sería una burocracia estatal en serio, con un plan general, que pueda

Dossier: Peronismo y populismo en debate

FSOC-UBA

IIGG (FSOC-UBA)/becario CONICET

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mantener la autonomía suficiente para poder dar curso al desarrollo industrial. Una visión conjunta de ambos trabajos abre la posibilidad de hacer un balance de la experiencia del “capitalismo nacional” en Argentina, y tomar nota de las conclusiones que se desprenden.

¿Puede Argentina ser una potencia industrial?

Brennan y Rougier se proponen analizar el problema a partir de un nuevo entramado teórico denominado “Nueva historia de empresas”, que surge de unir la influencia de distintas corrientes historiográficas. Así presentan como ejes para su análisis: el estudio de las organizacio-nes empresariales, el rol central del sistema financiero, la importancia de las relaciones y conflictos de clase como agentes de la política econó-mica y de los obstáculos externos a las economías latinoamericanas. En el primer capítulo, “La política económica de la Argentina populista 1943-1976”, encontramos el diagnóstico general que hacen los autores de todo el período. Tras una breve descripción de la historia económica del peronismo y sus antecedentes, concluyen que su principal proble-ma fue no desarrollar una estrategia de industrialización coherente, en un momento en el que existían verdaderas posibilidades de desarrollo industrial. Un elemento central resultan las políticas de crédito inefi-cientes: señalan que el sistema bancario carecía de normas y regula-ciones estables, lo que impidió llevar a cabo una planificación eficaz y un uso apropiado de éste instrumento. Esto implicó que la mayor parte del crédito, otorgado por el Banco Industrial, haya sido destinado solo a las grandes industrias. Estas dos conclusiones iniciales llevan a una tercera que las condensa y que se buscará verificar: el fracaso del nacionalismo económico se explica por la ineficacia de las decisiones estatales por parte de la burocracia estatal y la gestión errónea de orga-nismos públicos.

La estrategia industrializadora del primer peronismo habría sido exitosa hasta finales de 1948, cuando la elevada inflación y los proble-mas en la balanza comercial inauguraron los ciclos de stop and go. A partir de allí, comenzaron los problemas, cuya raíz sería una emisión monetaria excesiva destinada a financiar el déficit público, mientras que los depósitos eran muy inferiores a los préstamos, sumado a un contexto de derrumbe de los precios externos.

Hasta su caída, el peronismo buscó contrarrestar esta crisis con “muchas y acertadas respuestas”, como la racionalización de la fuer-za laboral (o sea, más explotación), el Plan de Estabilifuer-zación de 1952 (ajuste) y la promoción de las actividades agropecuarias para aumentar

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el ingreso de divisas, lo que implicaba a largo plazo favorecer a ciertos sectores, como el agro, en detrimento de aquellos que habían susten-tado tradicionalmente al movimiento peronista, la industria liviana y el movimiento obrero. También se buscó atraer al capital extranjero, refutando los postulados del nacionalismo económico. De este modo, las contradicciones que estos cambios implicaban a nivel político, impidieron que el resultado fuera exitoso y culminaron con la caída de Perón en el ‘55.

Las contradicciones políticas también explicarían la crisis del ter-cer peronismo, que se presenta como la realización del programa del nacionalismo económico que brota de la alianza entre la CGE y la Confederación General del Trabajo (CGT). A pesar de que a través del Pacto Social se intentó remediar algunos de los problemas económicos centrales del primer peronismo, como la escasez de divisas y la débil exportación industrial, la puja salarios-precios determinó su inestabi-lidad y posterior caída, sumado a las circunstancias internacionales. Para los autores, entonces, en época de vacas flacas lo que debe ajustar-se es el cinturón de las masas obreras.

El principal problema habría sido la ausencia de un ambiente ins-titucional apropiado, con reglas claras, predecibles y consistentes. Esto inhibió las inversiones a largo plazo y la posibilidad de alcanzar un desarrollo sostenido. Lo cual no sería exclusiva responsabilidad del personal político, sino también de los empresarios, que contribuye-ron priorizando reclamos sectoriales a la creación de este ambiente inestable.

A partir de lo expuesto, encontramos una premisa general que rige el análisis de los autores: la política puede determinar o modificar el curso de la estructura económica social. El Estado es quién debería generar instituciones que posibiliten el desarrollo industrial, a través del manejo apropiado de políticas económicas orientadas hacia el sec-tor y los empresarios deberían dejar de lado sus diferencias en pos del desarrollo nacional industrial. Este problema de centrar los límites de la industrialización en el Estado ya estaba presente en un trabajo anterior de Rougier en co-autoría con Belini, El Estado Empresario. Al igual que en este trabajo, allí describían que los límites del Estado para impulsar la industria había que buscarlos en la falta de un marco ins-titucional y una burocracia estatal “seria”.

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Los fracasos del Estado como empresario

El libro de Belini y Rougier sea probablemente uno de los trabajos que más analizó el tema del Estado empresario en la Argentina. En particular, se preguntan por qué el Estado argentino no pudo lograr que la industria despegue. Ordenado en dos partes, en la primera estu-dian la creación y organización de empresas estatales por parte del Estado y en la segunda, la intervención del Estado en la gestión de empresas privadas. En este marco, los autores describen de manera muy minuciosa y exhaustiva los fracasos del Estado argentino en mate-ria industmate-rial. A lo largo de los seis capítulos, describen cada una de las experiencias donde el Estado participó. Los datos que analizan mues-tran que el Estado fracasó en impulsar a la industria por las propias debilidades del capital industrial en Argentina. Pero a la hora de con-cluir cuáles fueron los límites de estas experiencias estatales, se olvidan de todo lo que escribieron y terminan afirmando que fue un problema de la burocracia estatal. A pesar de mostrar los límites concretos que enfrenta la producción industrial en el país, como un mercado interno acotado, una baja productividad y costos de producción altos, afirman que si hubiese habido una burocracia eficiente, con una plan general de desarrollo, políticas coherentes, que lleven a cabo lo que se proponían, hubiese sido otra la historia.

En ese sentido, describen cada una de las dificultades para finan-ciar proyectos en los que el Estado decidió crear empresas estatales. Un problema general que aparece es la incorporación de los equipos y maquinaria para producir. Como había que traerla de afuera, se nece-sitaban dólares que sólo entraban al país cuando el agro exportaba. Si no lo hacía como pasaba cíclicamente, se entraba en crisis, y los planes quedaban demorados. Por ejemplo, esto pasó en la siderurgia con dos empresas estatales Altos Hornos Zapla (1943) y SOMISA, que se creó en 1946 pero se puso en marcha en 1961 (p. 61).

Otro problema que los autores mencionan es el mercado chico para ubicar la producción (baja escala). Este es un problema grave, por-que al haber una demanda acotada en comparación con otros países, es muy difícil que el negocio se expanda. Uno ejemplo que podemos mencionar es la Fábrica Militar de Tolueno Sintético Campana (1942). Son los propios autores que mencionan que el límite de la industria petroquímica en general “se vio limitada en su conjunto por la redu-cida demanda interna” (p. 59). La falta de tecnología adecuada, y un mercado interno chico, redundaba de manera directa en altos costos. Esto se ve claro en otra industria básica, como es la química.

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El Estado fundó en 1943 Industrias Químicas Nacionales Sociedad Mixta. Aquí se sumaban problemas específicos de la rama, como la baja cantidad de mineral que se extraía de la mina; los 24 km de dis-tancia entre la mina y la planta refinadora que aumentaban los costos; y que por razones climáticas la fábrica debía estar cerrada de mayo a septiembre. La producción nunca pasó la barrera de las 11 mil tonela-das, ni un cuarto del mercado interno. Los autores señalan que estos factores influían para que el “azufre nacional duplicara holgadamente los precios del azufre chileno o del norteamericano” llevando el nego-cio a la crisis (p. 67).

Misma situación se daba cuando el Estado no se encargaba de manera directa de la producción, sino que participaba en el directorio de las empresas que necesitaban “rehabilitación”. En la década del ´70, participaba en casi 400 empresas, que por la magnitud de la compra del paquete accionario, en varias tenía el control de la empresa. Pero por más control estatal, los problemas del capital privado eran los mismos que vimos en el capital estatal. Otra vez, “pese al apoyo crediticio y la condonación de deudas, muchas de las empresas no lograron ʹrehabili-tarse. El problema era que no todas estaban en condiciones de superar la crisis” (p. 239). Sin embargo, y a pesar de toda la evidencia empírica que presentan, no sacan las conclusiones lógicas de lo que exponen. La intervención del Estado falla por los propios límites concretos que encuentra la valorización del capital en Argentina, no por la falta de autonomía de una burocracia estatal.

Al igual que mencionábamos para el trabajo de Rougier y Brennan, en El Estado empresario, en parte cometen este error porque no dan cuenta del vínculo real entre el Estado y el capital. En primer lugar, nunca está de más aclarar que de lo que hablamos no es del Estado a secas, sino del Estado capitalista. El sentido es marcar que es un Estado particular, que persigue intereses diferentes al feudal o escla-vista. Al ser capitalista, el Estado debe alentar el desarrollo del capital. Puede alentarlo, pero no crear condiciones que no están presentes ya en el capital. El Estado se asienta sobre las empresas de ese país. Es la expresión de los capitales individuales que acumulan allí, y no hace más que reproducir los límites que éste ya tiene. En la Argentina el capital tiene límites bien concretos: una baja escala, baja productividad y altos costos. Cualquier experiencia estatal que no revierta estas con-diciones estará condenada al fracaso.

Son esas las condiciones que los teóricos sobre la experiencia estatal no pueden ver, y centran toda su atención en el Estado en sí mismo. Al no ver la unidad entre empresas y Estado, la acción estatal parece

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no tener límites, más allá de los que el gobierno de turno quiera. En definitiva, se olvidan cuáles son las condiciones concretas que tiene el capital sobre las que el Estado tiene que actuar. En ese sentido, los límites del Estado empresario, más que en el Estado, se encuentran en las condiciones para la competitividad de las empresas en la Argentina.

Al igual que en Perón y la burguesía argentina, este tipo de inter-pretaciones solo son posibles cuando no se observa la dinámica por la cual la estructura establece límites a las acciones políticas. Parten de la ilusión de que es posible un desarrollo armónico, regulado por el Estado, en donde todos ganen, sin ver que en el capitalismo prima la competencia, en la que solo triunfan quienes destruyen a sus rivales. Así, el mercado mundial se transforma en una simple referencia a las condiciones externas y no en el escenario en que la dura batalla de la competencia se lleva a cabo. El éxito de la economía Argentina solo dependería entonces de implementar políticas acordes, sin importar los condicionamientos naturales ni la historia de la inserción de sus capi-tales en el mercado mundial. Sus capicapi-tales solo competirían contra si mismos, sin importar su capacidad para insertarse en la competencia internacional.

Si bien los autores señalan la importancia de la asistencia financiera para sostener a los capitales locales en la competencia, llevada a cabo a través del Banco Industrial, del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) y el Instituto Mixto de Inversiones Mobiliarias (IMIM), no llegan al fondo de la cuestión: el capitalismo argentino es un capitalismo débil. La mayoría de los capitales que lo componen no son competitivos a nivel internacional. Rougier y Brennan (y Belini) sólo los analizan en el contexto nacional, sin atender al hecho de que su éxito o fracaso no depende de medidas políticas locales sino de su potencialidad frente a sus competidores extranjeros. La renta agra-ria, ventaja diferencial que posee la Argentina respecto a otras econo-mías nacionales, fue la que permitió y marcó los límites de la “estra-tegia industrializadora del peronismo”, ya que posibilitó compensar la debilidad estructural de la burguesía argentina. Gracias a las divisas obtenidas por el sector agropecuario, se pudo favorecer a los indus-triales a través de créditos, subsidios, tipo de cambio, aranceles y tasas de interés negativas. Así en los períodos en que la renta agraria creció extraordinariamente, como durante los primeros años del primer y ter-cer gobierno peronista, la industria también pudo hater-cerlo, pero cuan-do los precios internacionales de los bienes primarios se desplomaron también lo hizo el “modelo industrializador”. La industria argentina, en su gran mayoría, y corroborado por los propios autores con el caso

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SIAM Di Tella (capítulo 7), no puede crecer por si misma dada la debi-lidad de sus capitales. Ésta empresa lejos de haber sido un ejemplo de industria nacional pujante, solo pudo crecer cuando los niveles de renta agraria permitieron el apoyo estatal, ya que no contaba con la escala de acumulación necesaria para competir en el mercado internacional. De esta manera, encontramos que la ausencia de un ambiente institucio-nal apropiado no es el único problema con el que se enfrenta el desa-rrollo del capitalismo argentino…

Las organizaciones empresariales de la burguesía industrial argentina

Los autores expresan que durante el período la política económi-ca argentina giró en torno a la lucha entre el movimiento sindieconómi-cal y los intereses empresariales. La Sociedad Rural Argentina (SRA) repre-sentaba a los tradicionales sectores de exportación vinculados al agro, siendo fieles defensores del liberalismo económico. Los industriales se encontraron fragmentados durante el peronismo, algunos se concen-traron en la tradicional Unión de Industriales Argentinos (UIA), que fue intervenida en 1946 y otros, los pequeños empresarios ligados a las economías regionales, fueron representados por la CGE. A lo largo del libro, se refieren a las características de éstas dos últimas corporaciones y sus intervenciones en la arena política, dejando en un segundo pla-no el caso de la SRA y otras entidades representantes de los intereses agrarios.

Dividen la historia de la UIA en una serie de episodios. Hasta la década del ‘40 la presentan como una entidad liberal y estrechamente relacionada con la SRA, con posturas anti industrialistas, debido a que sus miembros pertenecían a un pequeño número de grandes empresas de origen bonaerense con intereses económicos diversificados. Con el surgimiento de una nueva camada de industriales en los ’30 y ’40, aflo-raron las disputas internas. Si bien la nueva burguesía industrial tendió a apoyar al peronismo, terminó triunfando la línea antiperonista en la UIA que cuestionó las políticas laborales de Perón, lo que llevó a que éste interviniera la entidad en 1953.

El fracaso del acercamiento del peronismo a los “industriales tra-dicionales” fue lo que posibilitó la creación de la CGE en 1952, como representante de las economías regionales y el federalismo del interior. Dicha entidad, adquirió un papel central durante el peronismo, pero terminó de consolidar su posición durante los años de proscripción cuando se convirtió en la organización empresarial más combativa

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frente a los “gobiernos liberales”, defendiendo la intervención estatal y estrechando vínculos con el movimiento obrero. Mientras que la UIA, durante estos años se reagrupó y se acercó nuevamente a los sectores que defendían la libertad de mercado.

Posteriormente, con la vuelta de Perón al poder, la CGE logró acce-der a la conducción económica y la UIA, dominada en esta oportu-nidad por los pequeños y medianos industriales, se unió a los empre-sarios del interior en una nueva entidad denominada Confederación Industrial Argentina (CINA). La historia de las dos entidades culminó con la crisis del Pacto Social, con la UIA boicoteando desde dentro a la CGE.

A pesar de los intentos de complejizar el panorama político de las organizaciones industriales, ya que se mencionan las fracturas y las disidencias con Cámaras del Interior, verificamos una clara tendencia a la polarización de las mismas. Presentan a la UIA como la entidad defensora de la burguesía industrial más concentrada y liberal, a pesar de todas sus luchas internas, y a la CGE representando a la burguesía nacional, chica y del interior que portaba la bandera del nacionalismo popular. La permanencia subyacente de este esquema y la ausencia de una explicación estructural precisa de los comportamientos políticos de estas entidades, lleva a soslayar algunas cuestiones fundamentales.

Por un lado, el acercamiento de los “empresarios nacionales” al sindicalismo peronista solo ocurrió en momentos concretos donde el desarrollo de la lucha de clases llevó a acuerdos coyunturales. El res-to del tiempo, la CGE no hizo otra cosa que oponerse a los intere-ses del movimiento obrero. A finales del segundo gobierno peronista, como bien se describe en el libro, cuestionaron los aumentos salariales, la “política populista” y en ningún momento se movilizaron contra el golpe del ‘55. Asimismo a partir del ‘66, la Cámara de Industriales Metalúrgicos de Córdoba (CIMC), que termina formando parte de la CGE, se manifestó en contra del sábado inglés y a favor de las qui-tas zonales, aduciendo las dificultades económicas de los empresarios del interior. Vale recordar que las disputas en torno a estas conquistas obreras dieron paso a los conflictos que culminaron en el Cordobazo.

Y por el otro, se subestima lo que estas entidades tienen en común, que les permite realizar alianzas estratégicas en determinados momen-tos históricos. Tanto la CGE como la UIA, además de compartir su oposición al avance de la clase obrera, necesitan para la reproducción de sus capitales la protección del mercado interno y transferencias esta-tales directas e indirectas. Ya que si bien en la segunda se agrupan un mayor número de capitales grandes que en la primera, todos son

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capitales pequeños a escala internacional que demandan protección y transferencias del Estado para subsistir. El no ver este carácter general de la burguesía así como no les permitió a los autores ver las causas del fracaso estatal, los lleva a una explicación incorrecta del carácter de las divisiones en el interior de la burguesía.

Entre el movimiento obrero y la burguesía

Otro de los ejes que recorre el libro es el intento de comprender la contradictoria alianza que dio sustento al peronismo. Según los auto-res, Perón no contó en sus primero gobiernos con un apoyo sosteni-do de la burguesía, y eso se debió a que su política industrial estuvo subordinada a las políticas salariales y de redistribución del ingreso. Sin embargo, y contradictoriamente, afirman que salvo en coyunturas excepcionales, los reclamos empresarios fueron atendidos por el gobier-no. Por otro lado, no registran la profunda conflictividad obrera que operó durante los gobiernos peronistas, difícil de explicar si la voluntad del líder hubiera sido, como sostienen, subordinar toda concesión a la burguesía a su política salarial y redistributiva. Lo que los autores ven, y no pueden explicar, es la entronización de un personal político que intentó ubicarse por encima del conflicto entre capital y trabajo, repar-tiendo a uno y otro lado, tanto palos como concesiones. Este tipo de régimen político, propio de coyunturas políticas excepcionales en que el alza de la conflictividad social amenaza la reproducción del sistema, asciende con una fuerte oposición de los patrones, reacios a cualquier tipo de concesión. Sin embargo, a poco de andar muestran a qué inte-reses responden verdaderamente, intentando contener y encauzar ins-titucionalmente todo reclamo obrero. Y más de una vez lo hacen, recu-rriendo a la represión contra sus “descamisados”. Aun así, nunca deja de ser una situación incómoda para la burguesía, que mantiene una puja permanente con el gobierno para limitar al mínimo las reformas.

Los autores, al no ver este elemento, no terminan de comprender la naturaleza del peronismo, y esa tensión permanente tanto frente a la burguesía como frente al proletariado. Esta debilidad se hace más evidente al intentar explicar la tercera presidencia de Perón. Según los autores, el peronismo en el ’73 radicalizó su discurso: se presen-tó con un abierto cuestionamiento al capitalismo y un más acentuado nacionalismo económico, hostigando al capital extranjero y a los gran-des terratenientes. Sin embargo, el libro no puede explicar la distancia entre el discurso y la realidad, ya que como admiten, el Pacto Social impulsado por la CGE fracasó sin realizar ninguna de sus promesas.

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Esa distancia se agiganta si agregamos la ofensiva paramilitar impul-sada por el peronismo sobre los sectores radicalizados del movimiento obrero. El problema es que, ni en el ’45 ni en el ’73, las concesiones (dis-cursivas o reales) de Perón hacia las masas obedecían a una considera-ción particular del líder hacia los trabajadores. Tanto la primera como la tercera presidencia peronista fueron una respuesta al alza de la lucha de clases, y un intento por contener la activación social dentro de los marcos del sistema. La profundización del discurso reformista en el ’73 es la respuesta de la burguesía (la CGE, la UIA y parte de la patronal agraria, que impulsaron el Pacto Social) al ciclo insurreccional abierto cuatro años antes con el Cordobazo. Las concesiones, posibles por el ingreso extraordinario de renta agraria entre 1972 y 1974, fueron pro-ducto de la necesidad de encauzar en los marcos del régimen el alza de la lucha de clases. Y cuando la bonanza económica desapareció, los mismos que impulsaron el Pacto Social salieron a golpear la puerta de los cuarteles. La burguesía volvió a unirse, pero esta vez, para terminar por la fuerza la tarea que el peronismo intentó por la vía de las refor-mas: disciplinar a la clase obrera.

En síntesis, Brennan y Rougier no pueden explicar la naturale-za del peronismo porque aceptan sus premisas. En primer lugar, eli-minan de la explicación dos elementos centrales para comprender la entronización de esta fuerza política. Por un lado, el alza de la lucha de clases que hace necesario colocar al frente del Estado a un perso-nal que intente mediar entre capital y trabajo, realizando las conce-siones necesarias para mantener a los trabajadores dentro del sistema. Y por otro, el alza excepcional de los precios agrarios internacionales, que permitió la entrada de renta diferencial de la tierra necesaria para sostener esa política. Sin este elemento, resulta imposible explicar los límites de la industrialización peronista. Para los autores, el problema radicó en la ausencia de políticas adecuadas para alcanzar un desarro-llo industrial sostenido y autosuficiente. No advierten la presencia de limitaciones estructurales insalvables, como la escasa competitividad internacional de los capitales locales, que el apoyo financiero estatal no logra revertir. Como en el trabajo de Belini y Rougier, le achaca-ban todos los problemas a cómo había fracasado el Estado en impulsar una industria potente, sin ver que el accionar estatal estaba condenado si no revertía los límites del capital industrial que acumula en el país. Al no poner el foco sobre estos elementos estructurales, todo el edifi-cio se cae desde un primer momento: ¿existen condiedifi-ciones para que la industria local alcance un grado de desarrollo suficiente para compe-tir por si misma en el mercado mundial? Como dan por supuesto que

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sí, terminan depositando sus esperanzas en una fracción de la bur-guesía local que se empeña en no cumplir con lo que esperan de ella. Así, construyen un esquema que divide a los empresarios en buenos y malos. Suponen entonces que existe un sector de la burguesía local con un proyecto de desarrollo nacional que contempla la realización de intereses obreros, cuando la propia historia de esta clase y de sus corpo-raciones muestra que esta utopía solo aparece en el horizonte cuando el ascenso de la lucha de clases (y la renta) la hacen necesaria.

Recibido: 10/10/2013 Aceptado: 19/12/2013

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