• No se han encontrado resultados

Entre almas y ruinas

N/A
N/A
Protected

Academic year: 2020

Share "Entre almas y ruinas"

Copied!
83
0
0

Texto completo

(1)

ENTRE  ALMAS  Y  RUINAS    

     

Trabajo  de  grado  en  creación  para  optar  al  título  de  literato      

           

Presentado  por:    

Andrés  Felipe  Rivera  Correa   200722154  

         

Presentado  por:    

Diego  Augusto  Arboleda    

                 

Departamento  de  Humanidades  y  Literatura   Facultad  de  Artes  y  Humanidades  

Universidad  de  los  Andes   Mayo  de  2015  

(2)

Voces

Debían esperar a que fuera bastante tarde en la noche para salir de sus chozas. Nadie debía verlos por ahí, pensarían que estaban haciendo algo malo. La noche era fría y el viento entraba fácil por las ventanas. No tenían vidrios o ya estaban rotos. Los niños seguramente estaban temblando de frío intentando encontrar algo medio seco y no tan sucio para arroparse. La luna ya había pasado de la mitad del cielo y se acercaba la hora de salir. Desde allí pude ver, sí, las sombras empezaban a escurrirse entre los árboles. Ya no se veía a nadie por ahí y podrían caminar con cuidado para reunirnos todos. Hacía ya un buen tiempo que no oían las historias, y si no se les cuentan las olvidan, o peor, les inventan otras que no les pertenecen. Ya salían. Sombras mudas y sigilosas. Me dolían los huesos, ya quería sentarme. Se movían, no demorarían. No los oyeron. El lugar de reunión quedaba a las afueras de la comunidad y el camino era largo. Aún así no se podían alejar del miedo, estaba enterrado en su pecho y en sus nucas. Por eso siempre miraban atrás para ver si alguien les vigilaba la espalda. No se oía nada, solo mi voz se oiría hasta el otro día. Ya iban entrando mientras sentada ya en el suelo les decía a los adultos que vigilaran las ventanas y cerraran las puertas. Shhh, si nos oyen, los dardos invisibles y coléricos nos destrozarán las entrañas, les decía. Acérquense, despacio, en silencio. ¿Aún tienes la vela de la virgen? ¿Todavía no se ha consumido? Bien, bien. Tráela, y los fósforos también. Ojalá los muertos no te los escondan por ahí. Saben cuando se va a hablar de ellos y ponen mucho cuidado a lo que se va a decir. Susurrar no funciona con ellos, pero es mejor prevenir que enterrar a medias. Uno nunca sabe quien anda por ahí esperando borrar historias. Disfrazados de plantas y con rayos en las manos esperan algún error para castigar. Pero también castigan porque sí, como para matar también el aburrimiento. Pon la vela en el centro hija. Todavía me alcanza para un par de historias más. Ojalá sea suficiente. Los fósforos ¿te dejaron? Bien, bien… Eso les decía, si me acuerdo bien.

Solo veíamos siluetas. Busqué la caja de fósforos que una de mis hijas había dejado sobre mi rodilla. Mi mano temblaba, sí, como enferma, y si hubieran podido ver mi cara en la oscuridad habrían visto la forma en que apretaba los ojos, fruncía el ceño y hacía una mueca con la boca para intentar acallar un gemido de dolor por un esfuerzo que nunca contaría. Antes de prender el fósforo giré la cabeza hacia las ventanas de la

(3)

choza. Unas camisas rotas y sucias, junto con sábanas grises y percudidas ya cubrían las ventanas. Algunos miraban hacia fuera con cuidado y pegaban su oreja contra las paredes. Ahora la vela podía alumbrar, con miedo y en silencio, pero podía alumbrar. Cogí la vela. Tenía una pequeña imagen de alguna virgen cuyo nombre no recordaba, la imagen contrastaba con la parafina negra y golpeada que se escondía durante el día y solo salía algunas noches. Con las uñas rotas de mis dedos busqué el pabilo de la vela y lo dejé lo más corto que pude. Abrí la pequeña caja de fósforos y conteniendo la respiración prendí uno. Lo movía lentamente mientras me acercaba a la vela negra. También contenían la respiración y seguían sin parpadear mi mano. Afuera solo se oía el río y el movimiento de los árboles por el viento. Las nubes tapaban la luna. Seguramente no demoraría en llover. Había huecos en el techo, pero las goteras ya habían dejado de preocuparnos hacía mucho tiempo.

Esperaban en silencio a que mi voz ronca apareciera y hablara por todos. Aprendan la historia que les voy a contar – les dije - porque solo la oirán una vez de mi voz. Los hombres siempre han deseado acercarse a los dioses, pero cada vez que lo intentan algo horrible termina ocurriendo. De todas formas lo siguen intentando. Esta es la historia de un viajero, que por razones que nadie sabe le fue permitido subir a los cielos y ver desde arriba las vidas de los hombres. Algunos dicen que su piel no tenía un color definido, otros dicen que era negro, y otros que se fue volviendo blanco. Quién sabe. Contaban que la última vez que lo vieron su cabeza estaba cubierta por canas amarillentas y que se había vuelto ciego por caminar siempre dándole la cara al sol. Pero algo si es seguro, nadie recuerda su nombre ni su cara. Solo recuerdan que le decían Viajero. Dicen que hace mucho tiempo un pescador que caminaba por la orilla del río, una mañana muy temprano, escuchó a un bebé llorar. Era extraño porque no había chozas cerca y un nuevo nacimiento siempre era una preocupación compartida, se hubiera enterado. Cuentan que al mirar al oriente vio una pequeña canoa de madera que se golpeaba contra las raíces de un árbol gigante y medio muerto que invadía las aguas del río Atrato. El pescador decidió caminar hacia el llanto que cada vez se hacía más fuerte. Al acercarse el pescador vio la madera verde corroída y debilitada de la canoa. Se caía a pequeños pedazos. De lejos parecía que nadie estaba a bordo pero el llanto lo sentía cada vez más cerca. A cada golpe contra las raíces del árbol la canoa se rompía

(4)

un poco más. No aguantaría mucho. El pescador trepó las raíces del árbol y se acercó a la canoa. Al mirar adentro vio en el suelo a un recién nacido empapado en sangre y con el cordón umbilical aún colgando de su estómago. Se quedó inmóvil durante unos minutos mirando a la criatura mientras el río seguía chocando la canoa contra las raíces. Los pedazos seguían desprendiéndose y el bebé seguía llorando, pero él se quedó muy quieto en cuclillas sobre las raíces.

Ya nadie recuerda el nombre del pescador pero se dice que ahí, de cuclillas sobre las raíces mirando al niño, pensó en qué era peor, verlo morir ahogado en el río o verlo morir de sed en la tierra. Al final se quitó la camisa, lo envolvió y dejó que el Atrato se apropiara de la canoa vacía. Sin dudarlo un momento el pescador llevó al bebé ante una de las matronas de la comunidad y tras contarle cómo lo había encontrado dio la vuelta y desapareció. Nadie más lo volvió a ver.

Lo llamaron Viajero de ahí en adelante pero nadie recuerda su infancia. Dicen que nunca tuvo, o tal vez fue tan común que nadie la notó. Cuentan que viajaba por el río parando en las comunidades, hablando con algunos pero sin conocer realmente a nadie. Las conversaciones se perdieron con el tiempo y solo quedó una imagen confusa de un hombre que ya se estaba yendo antes de haber terminado de llegar. Nadie sabe cómo navegaba, ni cómo comía, si pescaba o sembraba o cómo hacía cualquier cosa. Los que lo vieron contaron que era ciego, pero nunca lo vieron tropezar. Cuenta la historia que una tarde, mientras iba navegando en el río, un ángel negro y demacrado se le apareció sobre el agua. Al acercarse, Viajero sintió que ya no serviría de nada remar más y se sentó lentamente sobre su barca esperando que la corriente lo llevara.

El ángel lo guió hacia el cielo cruzando nubes de tormenta, y al detenerse, el ángel puso una mano sobre sus ojos para luego señalarle unas mesas gigantes que se extendían frente a ellos. Se extendían más allá de lo que su vista pudiera alcanzar, y sobre ellas, vio incontables velas de diferentes formas, alturas y colores. Las llamas se tambaleaban con el viento y muchas se apagaban fácilmente. El ángel negro empezó a caminar a paso lento alrededor de las mesas mirándolas con indiferencia. Viajero al fin preguntó qué eran y el ángel le respondió que eran la vida de los humanos. Viajero veía cómo se apagaban unas y luego se prendían otras. Intentó tocarlas pero sus manos las atravesaban como si fueran ilusiones. Recordó sus viajes por las comunidades y se vio

(5)

las manos como quien mira un espejo. Preguntó cuál era la suya y el ángel lo llevó frente a una vela lejana, en la esquina de una de las mesas gigantes. Su vela era alta y gorda, y su llama era pequeña; apenas si se movía con el viento. Viajero se entristeció y al levantar la cara y mirar a lo lejos vio a otros ángeles de diferentes colores luchando y persiguiéndose entre ellos mientras jugaban con las velas, pisándolas, escupiéndoles y armando diferentes figuras con la parafina derretida y los pedazos de velas destruidas. El ángel negro no se movió y mantuvo su mirada firme sobre él. Viajero sintió un dolor muy fuerte en el pecho y empezó a sentir cómo sus ojos se humedecían. Intentó apagar su vela pero el ángel negro le detuvo la mano antes de que pudiera acercarse a la llama. Mientras lloraba en silencio Viajero fue guiado de nuevo a su canoa. El ángel volvió a tocarle los ojos y las velas y nubes desaparecieron. De nuevo en la oscuridad Viajero siguió buscando el camino hacia su pueblo mientras esperaba que su vela terminara de alumbrar.

La isla en la selva Diario

Febrero 24

Estoy en la sala de espera del aeropuerto el Dorado y nos acaban de avisar que el vuelo hacia Quibdó está retrasado. Apenas entré en la sala llamé al profesor Casas para agradecerle todo el apoyo que me dio durante la carrera y por la oportunidad que me ayudó a conseguir con el Ministerio de Cultura. Llevo ya varios días sin dormir por la emoción. Solo imaginar lo que voy a encontrar no me deja estar tranquilo. Compartir con toda esa gente y que me cuenten sus historias. ¿Qué tal saldrán los talleres? Tengo mucha curiosidad.

Ayer puse todo sobre la cama para estar seguro de que no me faltara nada. Los cuadernos, el diario, el computador, los cargadores, la cámara, las cosas del aseo: cepillo, jabón, desodorante etc. varios pantalones y camisas y por supuesto, como 30 esferos negros. Bloqueador, repelente, una grabadora y gafas de sol. Con eso tengo.

(6)

Empiezo un viaje hacia lo que no conozco, hacia lo que nos contaron a medias. Me pregunto qué estará detrás de esos comerciales de televisión en donde muestran negros fuertes y sonrientes pescando en el río. Niños pequeños nadando en esas aguas oscuras y gente de campo intentando trabajar la tierra y recogiendo agua de lluvia con baldes de plástico que también sirven como canecas. Debe haber poesía en sus cantos que por las ciudades ni se intuye que existen. Espero poder encontrar algo digno de ser contado a ver si por fin escribo algo decente. Esta es la oportunidad que necesitaba.

Voy a intentar gastar la menor cantidad de dinero posible para poder quedarme con ellos y viajar por sus comunidades lo más que pueda. Quiero comer con ellos, bailar con ellos, reír con ellos. Que me cuenten de sus vidas y las historias que nadie ha querido oír. Yo haré que las oigan. Intentaré que las voces del Chocó canten sus silencios reprimidos y sus anhelos atrapados. Quiero conocer sus sueños, sus esperanzas, sus familias, sus dolores. Ahora que lo pienso nunca he sabido mucho de esa parte del país. De hecho, la verdad no sé mucho de ningún lugar de Colombia. Seguro no soy el único. Tal vez los que vean los noticieros nacionales y lean los periódicos tendrán alguna idea. Yo por lo menos me alejé de esas cosas hace bastante. Prefiero pensar por mi cuenta y no que me lo den masticado. Hay otras formas de conocer. El arte no es una lupa, es más bien un caleidoscopio. Otra forma de acercarme a esa alteridad que hasta ahora empiezo a imaginar. Como dirían cliffor geertz y max weber, conoceré al hombre, al animal inserto en las tramas de significación que él mismo ha tejido.

Tengo como guías a Malinowski y Boas. Mirar la otredad no es algo fácil. Es un viaje, sin duda. Un viaje que crea y transforma, que se expande al exterior pero que luego explota hacia adentro revelando cosas nunca antes contempladas. Y al igual que Marco Polo, volveré para contar realidades desconocidas, mágicas y exóticas. Experiencias de héroes ignorados y semillas sin germinar. Me adentro en tierra desconocida.

Quiero que esta experiencia me sirva para contar algo que valga la pena y hacerlo bien. Además quiero crear algo bueno.

(7)

Saber que en los archivos del computador solo están los ensayos de la universidad me frustra enormemente. Tal vez suene algo infantil pero me siento como en un viaje en busca de un tesoro. Un tesoro escondido en las selvas húmedas del occidente, custodiado por animales venenosos y por mosquitos cargados de enfermedades.

Me tiemblan las piernas y se me encoje el estómago al pensar el viaje que estoy a punto de empezar. Dicen que hace calor, que es un clima muy húmedo y que llueve bastante. No me importa. Sé lo que voy a hacer, seguro no será fácil pero no me voy a rendir ni a desanimar. Espero que al estilo de dante, logre plasmar algunas palabras que den cuenta de un viaje a las profundidades. Dentro de poco cumpliré 25 años, qué mejor regalo que lo que se viene.

Ya llega el avión.

El vuelo no tuvo ningún inconveniente y llegó antes del medio día en el aeropuerto El Caraño de Quibdó. Esperó su equipaje y luego tomó un taxi hacia el centro de la ciudad. Sabía lo primero que tenía que hacer: debía contactarse con la Alcaldía para después intentar concretar una cita con la Arquidiócesis de Quibdó ya que esta institución era la única que podía moverse con relativa tranquilidad por ese territorio sin que sus enviados temieran en todo momento por sus vidas. Ese contacto era indispensable para los desplazamientos por la región. Se bajó del taxi a una cuadra de la plaza central y caminó durante quince minutos por la ciudad. Los edificios eran bajos, máximo cuatro pisos. La pintura en la gran mayoría de edificios estaba dañada por la humedad y se veían antenas anaranjadas y blancas en distintos lugares de la ciudad. Las calles estaban pavimentadas y los carros y motos se movían con una agresividad que parecía haberse vuelto costumbre. Mientras caminaba veía las tiendas típicas de otros lugares del país, el letrero grande y azul sobre la entrada con el logotipo de Postobón y el mostrador de vidrio con empanadas y arepas de huevo. Caminó sin sorprenderse mucho por la ciudad, y aunque se sentía como en cualquier otro pueblo grande empezaba a entender la dimensión de la frase ¨como mosca en leche¨. Se rió al principio pero después empezó a sentirse incómodo. Era la única persona blanca a su alrededor y aunque no los veía hacerlo sabía que todos lo miraban. Le pasaban por el frente sin ponerle atención. Nadie lo miraba a los ojos y cambiaban de dirección como evitando un obstáculo.

(8)

Mientras caminaba hacia la alcaldía se sintió como en el primer día de universidad. Llevaba una camisa azul manga larga abotonada casi hasta el cuello, gafas estilo Woody Allen, un remedo de barba puberta de tres pelos, un pantalón caqui y unos zapatos de cuero café medio arrugados que su papá le había regalado. Recordó que mientras caminaba por el Departamento de Literatura de la Universidad Nacional abundaban los sacos de lana desgastados, las camisas estiradas sin estampados y los pantalones rotos. Los demás estudiantes fumaban mientras leían a Gorki o a Tolstoi y solo levantaban la mirada al ver unos zapatos cafés de abuelo que se arrastraban por el suelo. Lo miraban de arriba abajo un segundo para luego disimular la risa retomando la lectura. Ahora no había risas burlonas, no había nada. Ellos intentaban no verlo.

Marcos Rivas había mantenido su estilo desde la universidad, llevaba unos pantalones de dril grises, zapatos mocasines y una camisa café clara con mangas largas. Ya no usaba las gafas que lo habían acompañado durante la universidad porque se había hecho cirugía. Sentía mucho calor y la humedad le tenía la ropa pegada al cuerpo. Veía a la gente con diferentes vestimentas pero todos parecían frescos. La gran mayoría tenía unos jeans y una camisa manga larga metida dentro del pantalón. Otros tenían pantalonetas de diferentes estilos, camisas sencillas de un solo color y unas chanclas. Bajo la axila el sudor empezaba a hacer su marca en la camisa y los muslos los tenía empapados y forrados por la tela del pantalón. A cada movimiento Marcos sentía como la maleta hacía presión sobre la espalda haciendo que la camisa absorbiera las gotas de sudor que caían desde la nuca. Cada paso aumentaba la incomodidad, todo su cuerpo estaba empapado en sudor y cada fibra de tela que tocaba su piel quedaba instantáneamente pegada. La gente lo veía y se reía, no en su cara, pero apenas pasaba comentaban que seguro venía de alguna ciudad lejana y que era su primera vez en Quibdó. La maleta recién estrenada, las capas de camisas, las manchas de sudor y el encarte con el saco lo delataban. Seguro también iba a la playa con medias y ese tipo de cosas.

Era el primer trabajo de Marcos como escritor luego de terminar su pregrado y había sido enviado por el Ministerio de Cultura en un viaje a las tierras del Chocó para escribir una obra de teatro. Era una experiencia extraña para él, desde que estaba en los últimos años del colegio había empezado a soñar con ser escritor. Decía que quería crear

(9)

historias que fueran inmortales y dejar una huella en los corazones y mentes de sus lectores. Pero al entrar en la universidad y empezar a leer lo que llamaban canon se sintió microscópico e incapaz. Todo lo que había intentado escribir hasta entonces era basura y nada más. Decidió no volver a escribir y solo estudiar hasta salir un poco de su ignorancia, y cuando tuviera algo en su cabeza lo volvería a intentar. Fue un buen estudiante y fue uno de sus profesores el que lo recomendó para el trabajo con el Ministerio.

Marcos llevaba apenas un par de meses con su título de literato y había intentado buscar trabajo en diferentes revistas y periódicos pero no tuvo suerte. Por las noches se sentaba frente al computador durante horas escribiendo pequeñas frases pero las borraba al releerlas. Luego se quedaba varios minutos quieto mirando fijamente a la pantalla en blanco para escribir lo mismo que había borrado antes en otras palabras que también terminarían siendo borradas. Al final de estas jornadas nocturnas siempre terminaba por apagar el computador sin guardar nada, apoyaba los codos en la mesa mientras el aparato dejaba de sonar y sostenía la cabeza entre sus manos mientras se repetía ¨no tengo nada importante que decir¨. Luego se levantaba iba a su balcón, miraba a la ciudad por un momento para después cerrar los ojos y empezar una especie de súplica, como si le estuviera pidiendo a algún dios o a alguna musa que lo tocara, que lo dejara ver algo escondido, que le revelara la belleza en algún lado o algo así.

Era un jueves casi al medio día cuando sonó el teléfono. Marcos había estado hasta la madrugada luchando contra el computador, estaba exhausto y se envolvió en las sábanas mientras esperaba a que se aburrieran de esperar y colgaran. El teléfono no se callaba y tenía ese molesto sonido de los aparatos antiguos que tenían la extraña capacidad de reproducir el sonido de una campana muy aguda con la cualidad de perforar todas las paredes de un hogar. Desesperado y somnoliento se estiró para alcanzar el auricular y algo irritado contestó. Solo pasaron unos segundos antes de que quedara sentado en la cama con una sonrisa en el rostro. Era del Ministerio de Cultura y lo llamaban para una entrevista acerca de su proyecto de creación.

Desde que fue aceptada su propuesta de un trabajo de campo en el Chocó para escribir una obra de teatro Marcos decidió no investigar nada acerca del lugar al que iba a ir. Estaba dispuesto a ser maravillado por lo desconocido. Quería conocer a los habitantes

(10)

e intentar comprender su magia para escribir algo conmovedor. Entre sus compras estaba un diario negro de tapas duras con una pluma blanca y un tintero de portada. Ese lo usaría como diario de campo personal mientras que sus otros cuadernos los usaría para tomar apuntes sobre la obra y para planear los talleres de teatro que llevaría a cabo con las diferentes comunidades que visitaría.

Estuvo horas sentado en el primer piso de la alcaldía esperando a que algún funcionario le abriera un campo para poder conversar acerca de su proyecto y así conseguir alguna guía. Había muy poco movimiento dentro del edificio. Veía a algunas secretarias pasar de un lado a otro de vez en cuando con algunos papeles y la ronda del sujeto de seguridad cada hora. Parecía como si los funcionarios hubieran desaparecido y cada vez que se acercaba al escritorio de la recepcionista, la única respuesta que conseguía era que ya había avisado de su solicitud y que ahora solo tenía que esperar a que respondieran y le pidieran pasar. Después de cuatro horas de espera, sin haber ido a almorzar por miedo a perderse su llamado, le avisaron que ese día no lo podían atender y que por favor volviera a intentar mañana temprano.

Tenía hambre y entró al primer restaurante que encontró. Era un pequeño negocio de familia con mesas y sillas Rimax de plástico blanco medio curtido, paredes blancas y unos cuadros del sagrado corazón de Jesús colgando en la entrada. Pidió un corrientazo y preguntó cómo podía llegar a la Diócesis. La limonada del almuerzo le supo bastante raro y parecía algo más café que de costumbre pero con el hambre que tenía le importó poco, comió lo más rápido que pudo para coger el primer taxi que se encontrara para que lo llevara a la Diócesis. Eran las cuatro de la tarde y ya se podían ver los niños jugando por las calles después del colegio. Muchos estaban comiendo una especie de helado con colores de brillo radioactivo empacados en bolsas de plástico trasparentes y alargadas. Bajo los árboles los adultos se tomaban una cerveza o fumaban un cigarrillo mientras oían a los pájaros pasar cerca de los tejados de las casas. Mientras avanzaba en el taxi oía en el radio la emisora de la policía nacional: salsa, merengue, algo de vallenato y una que otra canción que se le pudiera sentir algo relacionable con lo que algunos llaman el sabor del Pacífico. Los postes de luz eran gruesos, bastante altos y no los separaba mucha distancia. Aunque agrietadas, las calles estaban pavimentadas y no tenían cráteres gigantes como las calles de la capital. Marcos sabía que el taxista le estaba dando vueltas

(11)

por ahí pero no le importó. Aprovechó para conocer la ciudad, al menos por encima, también quería bajar el almuerzo. La cantidad de arroz, plátano y papa que había comido estaba haciéndole sentir pesado el estómago. Y seguro esa limonada haría estragos más tarde.

La Diócesis estaba frente a una plaza gris. Era una iglesia grande e imponente aunque bastante sobria. Una estructura gris claro con columnas sencillas y delgadas en la parte del frente. Estaba rodeada de palmeras altas y delgadas al mismo tiempo que custodiada por una cantidad impresionante de letreros de no parquear.

Su suerte en la Diócesis no fue muy diferente de la que tuvo en la Alcaldía. Habló con un diácono que estaba limpiando el altar antes de la misa de seis y le dijo que el director no se encontraba por el momento y que volviera a intentar al otro día temprano. La iglesia estaba con un clima agradable y decidió quedarse un rato y estrenar su cámara. Parecía como un niño estrenando nuevo juguete. De lejos se notaba que no tenía ni idea de cómo usarla y oprimía botones al azar intentando deducir sus funciones. Le tomó fotos a todo, desde la última silla hasta los vitrales y el sagrario. Luego de dejar razón con el diácono de que volvería mañana al medio día decidió buscar un hotel para pasar la noche.

Febrero 24 noche

El almuerzo me hizo daño. He estado con diarrea desde que llegué al hotel. La ciudad me pareció bonita, interesante. Bastantes árboles dentro de la urbe pero la verdad parece un pueblo grande.

Hoy no logré contactarme con nadie. Mañana volveré a intentar.

Me molestó algo la indiferencia y la falta de atención en la alcaldía, estuve muchas horas esperando y aguantando hambre y finalmente no logré nada. La iglesia es muy bella y los de la arquidiócesis estuvieron más atentos. Intenté tomar agua de la llave porque estaba algo deshidratado por la noche pero tenía un color como de cobre no me dio confianza en absoluto. tocó salir a comprar varias botellas de agua a la calle.

(12)

Estoy cansado. Hace bastante calor. Apenas entré en la habitación me quité la ropa, tomé un baño y me quedé en interiores de ahí en adelante. Arroparse está fuera de contemplación. No hay ni siquiera ventilador y uno se empieza a sentir pegajoso simplemente caminando por el cuarto. No salí a comer nada, va y me hace más daño. Mañana será mejor, leeré el manual de la cámara para tomar mejores fotos.

Las tomas de corriente se ven oxidadas, me preocupa que si conecto mi computador se pueda dañar. Esas tomas casi tienen un letrero de ¨corto seguro¨ al lado. Ojalá consiga alguna toma segura después.

Me voy a bañar otra vez antes de dormir y dormiré desnudo.

Marcos no pudo dormir. Dio vueltas en la cama toda la noche invadido por el desespero de sentirse sofocado, sudoroso y con un calor húmedo que hacía la permanencia en la habitación insoportable. Intentó abrir la ventana y la puerta para que circulara el aire pero los mosquitos entraron al cuarto y rondaban constantemente por sus oídos y le picaban el torso. Marcos tuvo que pararse de la cama y dedicar varios minutos al exterminio de insectos. Al final el cansancio del día le ayudó a perder la conciencia y tener un sueño de pocas horas antes del amanecer.

Desayunó unos huevos pericos y una de las botellas de agua que había comprado la noche anterior. Tras recoger un pequeño morral, su cámara y un cuaderno se dirigió hacia la Arquidiócesis. Llegó a las 8:00 am justo cuando se terminaba el servicio de la mañana. El diácono del día anterior estaba arreglando el altar, se le acercó y le pidió el favor de que lo comunicara con el Padre Cardona. El diácono lo saludo amigablemente y le pidió el favor de que esperara en la capilla mientras él terminaba de arreglar el altar y justo después llamaría al Padre para que hablara con él. Pasó más o menos media hora en la que Marcos luchaba por no dormirse. El silencio y el viento de la capilla le hacían cerrar los ojos y dejar caer su cabeza continuamente. Así como cuando estaba en clase aburrida de 7:00 am sin desayunar: ¨cabeceando¨ como dirían algunos.

– Buenos días joven –dijo el Padre Cardona inclinándose cerca de Marcos bajando el tono de la voz– no durmió bien por lo que veo.

(13)

Marcos dio un pequeño salto de la silla y riendo incómodo saludó al Padre.

– Buenos días Padre. La verdad no Padre, fue una noche…. Bastante incómoda por decir lo menos….. No dormí un carajo.

El padre rió y mientras le tomaba el brazo y lo guiaba cariñosamente para invitarlo a seguir al despacho para poder conversar.

– Cuénteme a ver en que le puedo ayudar ¿Marcos? –Marcos asintió con la cabeza– únicamente me contaron que es escritor y quiere escribir algo de teatro. No que qué tanto pueda colaborarle con eso pero se hará lo posible. Cuénteme más bien qué es lo que tiene pensado.

– Gracias de antemano por la hospitalidad Padre –respondió Marcos– realmente la idea del proyecto es sencilla. Quiero escribir una obra de teatro sobre estas tierras y su gente. Para eso quisiera compartir con ellos y hacer una especie de ejercicios teatrales con las comunidades, algo así como pequeños talleres creativos, por llamarlos de alguna forma. Me comentaron en la capital que si quería moverme por acá era a ustedes a quienes debería recurrir, y pues, aquí estoy.

El Padre Cardona lo miraba concentrado con un amago de sonrisa en la boca, recostado en la silla y con las manos entrelazadas en su regazo. Mientras Marcos explicaba brevemente sus ideas iniciales el padre se limitaba a asentir levemente con la cabeza mientras mantenía inalterable su expresión. Al terminar hubo unos momentos de silencio y se mantuvieron la mirada sin decir nada ni moverse de sus puestos. El padre parecía estar absorto en pensamientos encontrados mientras decidía si decirlos en voz alta o no.

– Es la primera vez que vienen con una idea como esta –dijo el padre finalmente– hemos ayudado a diferentes organizaciones internacionales, a ONG de distinta índole, o funcionarios del gobierno o a diferentes universidades o periodistas, pero es la primera vez que se nos llega un escritor. Además usted está muy joven, no creo que pase de los 30 años.

Marcos asintió y de nuevo un silencio incómodo se apoderó de la oficina.

–Claro que podemos ayudarle, de hecho, en estos momentos una antropóloga está haciendo trabajo de campo en comunidades alrededor del Atrato, si no estoy mal ahora se encuentra en Boca de Berbaremá. Le recomiendo que la contacte y hable con ella. De

(14)

pronto podría serle útil. Vea Marcos, me parece interesante su proyecto y espero poder leerlo cuando lo termine pero quisiera preguntarle algo. Son dos preguntas de hecho – el padre rompió el contacto visual por primera vez, le dio media vuelta la silla y se puso de pie. El suelo de madera respondía a sus pasos con pequeños crujidos producto de la humedad y la temperatura. Marcos lo seguía con la mirada sin moverse mientras el padre daba la vuelta al escritorio y se dirigía hacia un pequeño estante de madera que le servía de biblioteca personal. El padre Cardona pasaba los dedos por el lomo de los libros, los miraba pero no parecía estar buscando nada en particular.

–Mucha gente ha venido acá y ha escrito una cantidad de cosas. Es curioso. Casi siempre he intentado leer lo que escriben y nunca he logrado oír alguna voz que se acerque a las personas de las comunidades con las que he trabajado desde que llegué –el padre abandonó la búsqueda de un libro fantasma dio unos pasos más mientras se acercaba lentamente a Marcos–. Muchos los describen con palabras que nadie entiende o sus nombres se quedan perdidos dentro de un mar de estadísticas, gráficas y números que solo le sirven a un pequeño grupo de personas y que le interesan a un grupo mucho menor. He visto como las visitas de muchos se reducen a una foto emotiva o a una campaña publicitaria o electoral. Pero nadie ayuda realmente. Es como si vinieran, los manosearan, cuadraran la foto perfecta y buscaran la frase ideal para poner de encabezado en su periódico para después desaparecen dejando un hueco aún más grande del que encontraron –la voz del padre oscilaba entre la tristeza y la rabia pero nunca elevaba el tono. En su mirada se veía como rostros invisibles se le aparecían enfrente y el movimiento corto pero rápido de cabeza parecía un reflejo para intentar sacudirse recuerdos.

Marcos ya no estaba recostado sobre la silla sino que ahora su espalda se mantenía recta tensando los músculos y manteniendo rígido el cuello sin quitar nunca la vista del padre. Casi no parpadeaba. Sus manos estaban sobre las piernas y desde que el padre se había parado se habían unido en su regazo para darse calma la una a la otra con pequeños masajes sudorosos y torpes. Pasaba saliva mientras oía al padre y el corazón cada vez le latía más rápido. El padre se le acercaba ahora por la espalda y se inclinó para decirle algo al oído.

(15)

–No quiero que me responda esto ahora. Su respuesta tal vez me quite las ganas de ayudarle y me interesa ver el resultado de su intento—. El padre puso las manos sobre le silla y se inclinó hacia el la oreja derecha de Marcos y con un pequeño susurro le dijo —quiero que tenga lo que le voy a preguntar siempre en su mente. Quiero que de hoy en adelante se levante de la cama pensando en esto. Quiero que mientras se bañe y se cepille los dientes mirándose en el espejo piense en esto. Quiero que estas preguntas invadan su corazón y le vigilen los sueños. Quiero que las responda todos los días que esté por estas tierras. Quiero que en su interior se las responda a todas las personas con las que hable y quiero que manchen cada palabra que escriba. Quiero que nunca las olvide. Quiero que las vea en los ojos de todos con los que se va a encontrar. Quiero que se las haga todas las noches antes de dormir. Quiero que cuando se siente a escribir sus dedos se muevan siguiendo su ritmo, pero sobre todo, espero de todo corazón que usted se las pueda responder a sí mismo con sinceridad- las rodillas de Marcos temblaban y sus ojos estaban muy abiertos. Ya no pasaba saliva. Ahora su boca estaba seca y el cuello le empezaba a doler. Ahora el padre puso con suavidad sus manos sobre los hombros tensos de Marcos y se acercó un poco más, casi rosando la oreja con sus labios – Por qué y para qué Marcos…. Por qué y para qué…..

Luego de este acercamiento el padre Cardona regresó a su silla y siguieron conversando sobre lo que hace y ha hecho la Arquidiócesis en la zona, el tipo de ayuda que recibiría y sobre algo de la historia de Marcos. Al terminar el encuentro ya había organizado un recorrido, los tiempos tentativos, el presupuesto estimado y el transporte. Al siguiente día en la mañana empezaría el viaje así que el padre le dio unas últimas recomendaciones para luego disculparse para poder atender a sus otros compromisos.

Al dar los primeros pasos por la plaza le empezó a pasar el aturdimiento. El encuentro con el Padre Cardona lo había dejado agotado así que decidió encontrar un almuerzo decente para poder regresar al hotel, escribir algunos de las recomendaciones del padre para que no se le olvidaran y prepara todo para el siguiente día antes de intentar recuperar el sueño que había perdido la noche anterior.

Decidió no volver a la Alcandía. Ya con el padre y lo que había planeado creía que tendría suficiente.

(16)

Febrero 25

Que presencia la del padre Cardona. No se si sea la mejor forma de describirlo pero cada vez que lo recuerdo me hace sentir una potencia mefistofélica que me hace hervir el cuerpo y helar la sangre. Por qué y para qué…. Personas manoseadas, desechadas. Voces que hablan pero no son escuchadas. Escritos que silencian, números que ocultan. Brechas cada vez más anchas gracias a intentos fallidos guidados por motivaciones deformes. Menos mal no me obligó a responder. Nunca me había sentido así de incómodo. Me sentí sin suelo y sin pies. Sin norte. Sin camino. Solo con preguntas que no me atrevo tratar ahora. no podré ir al baño sin pensar en el padre Cardona. Ahora todos los espejos tendrán preguntas esperándome y lo único que puedo hacer es desviar la mirada para escupir la crema de dientes y ver cómo el agua se la lleva por el drenaje.

Intenté escribir justo al entrar al cuarto pero luego de conectar el computador a la toma de corriente y encenderlo, el transformador que está en la esquina explotó y lo dañó para siempre. Desde ahora serán solo esferos y libretas.

Lo que dijo el padre casi me mata. Seguro se dio cuenta. Que no reconocía las voces de las personas de las comunidades en los trabajos que leía. Yo no caeré ahí, juro que no caeré ahí. Pero eso es solo un deseo. No quiero pensar en eso. Por qué y para qué. Menos mal no me obligó a responder. No quiero escribir de esto ahora. Mañana empieza el viaje. Ojalá nada me invada los sueños. Ayer no pude dormir. No se si fue un buen día o un mal día. Tal vez pueda compararlo con mañana… quién sabe.

Beté

Después de la charla el Padre Cardona ofreció su colaboración. Lo primero que le resaltó fue que tuviera cuidado. Le sugirió que no se alejara mucho de las poblaciones, que no se acercara a ningún uniformado y que dijera lo estrictamente necesario de sí mismo. El padre había avalado el proyecto de Marcos y envió mensajes a las diferentes comunidades para que le ayudaran en lo que pudieran. Según el Padre moverse por el

(17)

Atrato es bastante complicado. La velocidad de las aguas es baja y los motores de los transportes disponibles estaban viejos, oxidados y seguramente les faltaba una que otra parte de su maquinaria. Mientras se viajaba se era blanco fácil decía.

El padre Cardona le dijo a Marcos que fuera al puerto de Quibdó a las 7:00 am y que esperara a Don Eiber. Era un lanchero de unos 47 años. Tenía un cuerpo formado y fuerte por sus trabajos anteriores de cazador. Le dijeron que lo reconocería porque tenía el pelo ya blanco aunque no era tan viejo y que su barba crecía en parches desiguales en su cara. Según le comentó el Padre Cardona, antes de trabajar con la Diócesis como navegante de lancha, guía para las misiones y transporte de ayudas varias para los municipios, Don Eiber intentaba sobrevivir en las calles de Quibdó pidiendo limosna afuera de la iglesia después de cada misa. Durante años vivió bajo el puente de Champlún racionando lo que podría comprar con las limosnas que conseguía después de cada misa. Un domingo, después del último servicio de la semana, el sacerdote de ese entonces lo vio conversando con una pareja, y mientras les pedía limosna iba contando la historia de sus infortunios. El padre se compadeció y lo invito a pasar la noche en la Diócesis. Desde ese entonces Don Eiber ha colaborado con la iglesia en lo que puede.

Marcos ya estaba en el puerto, llegó faltando 10 minutos para las 7:00am por si acaso. Se sentó en una de las bancas que estaba por ahí cerca de un barquero que también se preparaba para salir. El día estaba algo gris pero Marcos se había preparado muy bien comprando una sombrilla negra que se desplegaba con un botoncito que tenía en el mango. El hombre que estaba preparando el barco había terminado sus arreglos y se acercó a la banca donde estaba Marcos para tomar un descanso. Tenía una gorra negra desteñida, una camisa blanca manga sisa y una pantaloneta de baño verde claro con un escudo de Atlético Nacional que ya casi no se notaba.

–Ojalá no se demoren mucho. Los turistas siempre se demoran. No se pa qué se arreglan tanto para pasear por la selva. Ni que los árboles o la lluvia los fueran a ver bonitos– decía el hombre mientras miraba de reojo la camisa azul manga larga y los mocasines de Marco.

Marcos juntó sus pies y los recogió involuntariamente debajo de la silla mientras apretaba la maleta contra su pecho-- No sé por qué harán eso la verdad. De pronto es costumbre de ciudad, usted sabe. No solemos venir mucho a este tipo de lugares.

(18)

–Ni sé por qué vienen la verdad. Acá no hay mucho que ver. Lo único que no decepciona es el río. Siempre se le encuentran nuevas caras –dijo el hombre mirando la otra orilla.

–La verdad no conozco mucho sobre el Atrato, ¿hace mucho lo navega? ¿a qué se dedica?

–Pues yo me he dedicado a viajar por el río toda mi vida. Transportando comida, plátano, la pesca, y gente. Muchas veces me ha tocado llevar gente del gobierno, o científicos que estudian la naturaleza y esas cosas. Siempre que viene gente de afuera le cuenta a uno cosas de estas tierras que uno ni se imaginaba. Me contaron alguna vez que hace muchos años cuando los españoles estaban por acá castigaban con pena de muerte a cualquiera que viajara por sus aguas sin permiso de la corona. Ahora pasa casi lo mismo pero no son los españoles. Otra vez una geógrafa me dijo que este río es uno de los más caudalosos del mundo y muchos de los que lo describían decían que les parecía más una laguna en movimiento que un río. Yo me reí de eso. ¿Una laguna? ¡Que gente tan exagerada! Si hay lugares donde parece una laguna, pero ¿todo el río una laguna en movimiento? Gente loca. También eso me parece raro ¿sabe? Eso de que gente de afuera venga a ponerle otros nombres a nuestras cosas. Es como si creyeran que nosotros no sabemos nuestras cosas, pero bueno. Toca trabajar o si no se pasa hambre. Qué se le hace.

Marcos se apretaba las manos y miraba hacia otros lados mientras el hombre hablaba. No sabía qué decir, lo único que pedía era que no le preguntara nada. Estuvieron en silencio unos segundos y justo cuando el hombre iba a retomar la palabra Marcos vio a Don Eiber a lo lejos, así que se despidió sin darle oportunidad de hablar y caminó muy rápido hacia donde encallaba la barca. El hombre se dijo al verlo alejarse ¨y este qué se irá a inventar¨. Prendió un cigarrillo y se acostó en la banca intentando imaginar cómo se vería el Atrato si fuera una laguna.

Marcos saludó a Don Eiber con una cordialidad disimulada y afanada y le dijo que estaba listo para arrancar. La mirada de Don Eiber recorrió un momento a Marcos sin ningún tipo de expresión, le dio la mano para ayudarle a subir y le dijo que esperara mientras le echaba algo de gasolina al motor y recogía algo de agua para el viaje. Ya había entendido algo acerca del funcionamiento de su cámara porque había leído algunas partes del manual. Tomó algunas fotos del puerto y con el zoom alcanzó a tomarle una

(19)

foto al hombre que estaba acostado en la banca fumándose cigarrillo. Don Eiber no se demoró mucho y volvía cargado de un galón de agua, un tarro amarillo de gasolina colgando del hombro gracias a una cabuya y otro azul, también de gasolina, en la mano izquierda. Cargó todo muy rápido, llenó medio tanque de gasolina con el tarro amarillo y luego se concentró en hacer varios intentos para encender el motor hasta que al fin, la máquina que parecía iba a desbaratarse empezó a funcionar. Empezaron a alejarse del puerto en silencio y ninguno de los dos miraba al otro. Pasaron varios minutos hasta que se dijeron algo.

–Muchas gracias por ayudarme Eiber, parece que vamos a estar viajando juntos un tiempo –dijo Marcos mientras se acercaba a la parte de atrás de la barca en donde estaban el motor y Eiber.

–¡Sí señor! El Padre Cardoso me lo recomendó. Me dijo que vamos a parar en 6 comunidades ¿cierto?

–En seis, tal cual. Yo quería quedarme más tiempo e ir a más lugares pero bueno. El tiempo ni la plata alcanzan. Se hará lo que se pueda.

–Me contó el padre que en Boca de Berbaramá se une otra persona.

–Se llama Clara, es una antropóloga que también está trabajando con las comunidades y nos recomendó que trabajáramos juntos. De ahí en adelante ella estará con nosotros.

–Bien.

Se quedaron callados mientras la barca seguía andando. Se había acostumbrado al ruido del motor que por momentos apagaban para no gastar gasolina y dejarse llevar por la corriente del río. El agua era café clara color lodo y corría muy calma. Marcos metió la mano en el río, cerró los ojos y se concentró en el viento que chocaba con su cara. Respirar acá es muy diferente. En vez del estrés de la ciudad, del humo tóxico de los carros y de ese estrés generalizado que vuelve madrazo cualquier malentendido, acá estaba tranquilo, en calma. No se sentía envenenándose a cada inhalación. Se quedó dormido un rato.

Marcos despertó y el paisaje no había cambiado mucho. Se desperezó, saludó a Don Eiber levantando las cejas y se dispuso a tomar un par de fotos del paisaje. Miraba a Don Eiber de vez en cuando pero él estaba perdido, miraba hacia el horizonte sin enfocar

(20)

en nada y simplemente se limitaba a mantener la barca cerca al centro del río. Tenía unas ganas tremendas de preguntarle a Eiber de su vida y de su pasado, pero no se atrevía, no sabía cómo. Intentó hacer una pequeña charla sobre cómo era navegar y qué le gustaba hacer cuando no estaba trabajando pero las respuestas siempre eran muy vagas y Eiber nunca devolvía sus preguntas.

Abandonó su empeño por el momento y se puso a detallar a su guía. Lo primero que le llamó la atención fueron sus pies. Usaba chanclas de cuero trespuntá que se quitaba siempre que no se estaba moviendo. Las plantas de sus pies estaban cubiertas por un callo amarillento oscuro que parecía extremadamente grueso. Sus pies eran enormes y las uñas de los dedos bastante pequeñas. Las piernas eran gruesas y musculosas, muy negras como el resto de su piel pero con muchas cicatrices que se ven sin mucho esfuerzo. Tenía una cortada que iba de la rodilla hasta el tobillo de la pierna izquierda. La cicatriz era muy notoria, la persona que lo suturó seguramente no era muy diestra o utilizó una cabuya infectada para hacerlo. Sus manos también eran grandes y muy gruesas. Los dedos eran cortos y bien redondos pero al igual que la piel de sus pies, la de sus palmas parecía áspera y dura como una lija. Las uñas estaban medio largas y se veía la tierra acumulada en ellas. Su rostro era lo más particular. La barba le crecía de forma desigual en diferentes partes de la cara formando parches de mucho pelo al mismo tiempo que lugares de absoluta ausencia de vello facial. Tenía la nariz ancha y los orificios nasales amplios y con canas asomándose. La piel ya estaba arrugada y siempre mantenía los ojos medio cerrados con una mirada triste. La mirada un poco hacia abajo, los párpados caídos y en la frente una expresión casi permanente de preocupación, o tristeza o melancolía o algo similar. Mientras conducía casi no se movía. Permanecía sentado al lado del motor en la misma posición mirando como perdido a un horizonte que no cambiaba mucho.

A lo lejos se empezaba a ver un caserío, habían llegado a Beté. El puerto, al igual que la gran mayoría de los que se encontraría a través del Atrato, era un corto camino de tablas de madera que se elevaba unos treinta centímetros de la superficie del río y que invadía su caudal unos diez o quince metros. Había algunos postes de madera gruesos, que enterrados en el fondo le daban estabilidad al ¨puente¨ y permitían amarrar las barcas ahí mientras estuvieran en puerto. Tuvieron que abrirse campo y mover algunas de las

(21)

embarcaciones que estaban ahí. Eran mucho más largas que la barca en donde viajan Marcos y Eiber, también estaban cargadas de bolsas negras llenas de quién sabe qué, baldes llenos de agua y peces, mucha madera y una que otra pila de ropa amarrada con cabuya. Muchas de las tablas del puerto estaban flojas y Marcos casi cae al río si Eiber no lo hubiera jalado de la maleta. Había bastantes personas alrededor de las embarcaciones. Muchas de ellas, después de mirar a Marcos rápidamente, seguían en sus quehaceres sin que les importara mucho. La gran mayoría miraba era al interior de la barca para descubrir qué traía, pero al ver que no llevaba nada de interés continuaban sin mirarlo ni saludarlo. Un militar que estaba bajo un árbol cercano y desde el que podía ver todo el puerto se quedó mirándolo fijamente. Descargando el peso sobre su pierna derecha y descansando los brazos sobre el fusil no le quitaba los ojos de encima. Marcos intentó saludarlo, pero Eiber lo detuvo.

–Acuérdese de lo que habló con el padre. Cuídese. No se meta con ellos, ni con nadie. Acá las apariencias crean enemigos. Lo mejor es que aparente no tener enemigos. Ni amigos tampoco.

Mientras caminaba por el puerto las personas no disimulaban al correrse del camino, le daban la espalda y escondían la mirada justo antes de que pasara junto a ellos. Marcos intentó decirle buenos días al primero que se encontró, pero fue ignorado. No entendía lo que pasaba pero lo que le había dicho Eiber le recordó su conversación con el padre Cardona. Muchas de las personas que llegan a estos lados vienen porque buscan algo, generalmente lo toman y se largan, sin importar a quién se lo quiten¨ le había dicho el padre mientras se tomaban un tinto aguado.

–Eiber, ¿Qué pasa? ¿Tengo alguna vaina? ¿parezco ladrón o algo? –preguntó Marcos.

–Joven, así es acá. La gente no confía en caras nuevas. Y se nota de lejos que usted viene de un lugar muy diferente.

Siguió caminando y veía cómo los descargos se hacían en grupos. Hacían una fila de hombres organizados cada tres metros y se iban pasando las mercancías hasta que el último las acomodaba en un camión Ford de los 80 que ya no tenía casi pintura y que lo que mantenía la carga acomodada no eran tablas de madera sino una serie de alambres amarrados a las varillas que hacían de soporte al compartimiento de carga. Eiber llevaba

(22)

a Marcos a la Choza de la Señora Eliza, ella había cooperado con la Diócesis hospedando a personas que venían a trabajar con las comunidades. Pertenecía al grupo de colaboradores cercanos de la Diócesis y recibían ayudas frecuentes como mercados, ropa y otros elementos similares. Eran como las once de la mañana y la mayoría de los adultos del pueblo estaban trabajando en las plantaciones o en las minas que habían empezado a funcionar hacía poco. En esos momentos Marcos solo veía a los ancianos sentados en las puertas de sus chozas sobre sillas Rimax de distintos colores o en mecedoras venidas a menos por su antigüedad. Mientras avanzaba por las vías destapadas veía las chozas de la entrada del pueblo a punto de caer. Los techos de Zinc y las paredes hechas a partir de pedazos de lo que antes pudieron ser tablas de madera y hojas de palmas. Varias de las tiendas tenían algunas galletas, algunos panes y unos cigarrillos pero no mucho más. Ya había dejado de intentar hacer contacto visual y solo caminaba siguiendo a Eiber. Marcos tenía una especie de temor sin objeto. Tal vez era más una incomodidad que un temor aunque las dos no fueran excluyentes. Todos lo miraban mientras él no estaba atento y justo en el momento en que vieron que tocaba a la puerta de la señora Eliza ya toda la comunidad lo sabía.

La casa de la señora Eliza era una de las pocas de la comunidad que estaba construida en cemento. La iglesia, una pequeña plaza y un puente que habían dejado a medio construir hacía años eran las otras construcciones que tenían un material parecido. El resto de casas estaban construidas con distintos tipos de madera o plástico con techos de zinc. Las calles por donde caminaban las personas, y los pocos automóviles viejos que habían, eran solo tierra que le levantaba con el viento y uno que otro pequeño parche de pasto destinado a desaparecer.

–Se siente raro llegar por primera vez ¿cierto? –le preguntó la señora Eliza a Marcos al verlo parado tras Eiber en el portal de la puerta.

–Sí señora, me siento como algo peor que un bicho raro la verdad – respondió Marcos son una risa torpe y forzada.

–Le voy a decir una de las cosas joven, para que vaya entrando en ambiente. De este pueblo en adelante lo que usted va a encontrar es gente que ha comido mucha mierda, así se lo digo. Y por lo general la mierda se empieza a cocinar cuando llega alguien extraño. Además, todos vigilan a todos. Si eres amigo de unos eres enemigo de

(23)

otros, y esos otros le pueden disparar. ¡Pilas! Por decírselo de alguna forma, los únicos que somos realmente cercanos entre nosotros somos los que tenemos aliento a mierda y sabemos a lo que sabe. De resto son aparecidos que llegan y se largan sin avisar.

Eliza no esperó a que respondiera e hizo que Eiber lo llevara al cuarto. Parecía una coreografía, un saludo general y casi iniciático para los que llegaban a su hogar. Al descargar las maletas en su cuarto Marcos botó el chicle Adams que venía masticando y se recostó un rato.

Llegaba la tarde. Un anciano con el cabello amarillento y con unos ojos que ya no podían ver caminaba por las afueras de algún pueblo que intentaba sobrevivir, como muchos otros, a las orillas del río. Los guacos cantaban y se respondían los unos a los otros mientras que las aguas del río se movían en silencio y algunos niños se perseguían jugando a los monstruos y a los soldados. El anciano se sentó en un tronco cerca de lugar de juego de los niños para poder oírlos e imaginar el juego a partir de sus gritos y risas. Los pequeños libraban una batalla épica entre héroes y demonios con poderes más allá de su comprensión. El grupo era de cinco niños que corrían y se empujaban. Ahora solo quedaba un demonio por derrotar y todos los demás lo perseguían, si era vencido el mal se habría ido para siempre. Pero este joven demonio vio al anciano sentado y corrió de prisa y se escondió tras él. -¡Tras la estatua del recuerdo me refugio!—dijo el demonio y los demás se quedaron quietos frente al anciano para ver qué hacía. Sentía al demonio apoyado en su espalda dándole pequeños empujoncitos para que se uniera al juego. Finalmente el anciano levantó sus brazos ceremoniosamente y dijo con una voz profunda, ronca y espectral: ¨La estatua del recuerdo no admite más muertes. Muchos héroes han sido sacrificados y muchos demonios exterminados pero la lucha nunca acaba¨. Los niños quedaron paralizados y todos seguían los movimientos de la estatua. El anciano tomo al demonio de su espalda y lo puso en frente. Le impuso las manos sobre la cabeza y empezó un ritual de sellado. ¨De ahora en adelante tu maldad será un recuerdo y quedará atrapada en mí para siempre. Se volverá, como muchos otros espíritus malignos, una cana en mi cabeza y una arruga más en mis ojos. Ya no hay enemigos y los héroes pueden volver a su hogar¨. Cuando quitó las manos de su cabeza

(24)

los niños estallaron de alegría y hacían cantos de victoria saltando alrededor de la estatua.

Los niños se despidieron y empezaron a alejarse pero una pequeña niña, la menor del grupo, se quedó sentada con el anciano sin decir nada. Los guacos seguían cantando y el sol ya estaba cerca de empezar su acto de desaparición en el horizonte.

–¿No quieres irte a donde tus papás? – le preguntó el anciano a la niña Se quedó callada.

–Ya casi oscurece y no es bueno que una niña como tú esté sola. Seguro te están esperando.

La niña que estaba sentada a su lado empezó a llorar. Muy suave, y casi escondiéndolo, el anciano alcanzaba a oír los sollozos y pequeños gemidos que acompañaban el viaje de las lágrimas por su mejilla. El anciano la miraba sin verla pero no la tocó ni se movió. Se quedó en silencio acompañando el dolor de la pequeña.

–No tenemos familias –dijo al fin—. Nosotros vamos y venimos jugando para distraer el hambre y olvidarnos de la tristeza. Muchas veces lloramos, pero cada uno por su lado.

El anciano seguía callado mirando hacia el río, como recordando.

–Somos los niños que quedamos sin casas, nos las quitaron los grandes. Nos gritaban y nos decían que nos iban a hacer daño. Nuestros papás intentaron pedir ayuda y defenderse ellos mismos pero los demonios eran muy fuertes y tenían poderes extraños que hacían daño desde lejos. No teníamos casi nada pero al menos teníamos donde dormir. Nuestros padres trabajaban todo el día cazando o en las plantaciones mientras nosotros nos la pasábamos jugando entre nosotros en los alrededores, nadando en el río o trepando árboles apostando a ver quién se caía primero. A alguna tía le oí alguna vez que yo y mis amigos deberíamos ir al colegio a aprender cosas, pero no sabíamos que era eso de colegio. Nos intentó explicar que era como un lugar en donde una profesora le enseñaba cosas divertidas a los niños pero nosotros no habíamos oído hablar de nada parecido. Solo jugábamos con el barro a hacer bolas y tirárnoslas, nos escondíamos o buscábamos un árbol muy alto cerca al río y nos tirábamos desde lo más alto. Era divertido. Todos los niños que conocí hacían casi las mismas cosas, había pocas cosas

(25)

nuevas que hacer y por eso nos tocaba inventárnoslo todo. Pero no nos aburríamos –. Sonrió levemente y vio que el anciano tenía una expresión triste.

Éramos niños sin preocupaciones y podíamos movernos por ahí sin tener miedo a nada. La comida era la misma casi todos los días pero casi nunca pasábamos todo un día entero con hambre. Aunque llegaran cansados de trabajar nuestros papás siempre hablaban con nosotros, nos contaban cosas divertidas o jugaban con nosotros un rato. Mientras mamá hacía la comida en fogón de leña papá me levantaba por los aires y hacía sonidos chistosos que me hacían reír. A veces jugábamos a los animales e imitábamos a los cerdos, a los guacos, a las culebras, a los peces y cosas así. Mi papá siempre me hacía reír con eso. Mi mamá y yo siempre nos burlábamos cuando hacía de chulo. Eso no duró mucho. Esos señores vestidos de verde llegaron un día y nos dijeron que si no nos íbamos sin crear molestias la íbamos a pasar muy mal. Todos nuestros papás se reunieron una noche para ir a hablar con ellos pero no los volvimos a ver–. El llanto ahora era más suave, parecía un llanto cansado de tanto repetirse.

–¿Te acuerdas cuando eras chiquito? —le preguntó la niña al anciano.

–He intentado olvidarla, la infancia, pero a veces me la encuentro por ahí jugando y me reencuentra –respondió el anciano después de un breve silencio y un suspiro.

La niña lo miró un momento, dijo que sus amigos la estarían esperando y se despidió diciendo adiós con la mano. Luego salió corriendo hacia la selva. El anciano esperó a no sentir más el sol en su rostro, luego tomó su bastón y se alejó tanteando el piso y dando pasos cortos sin tropezarse.

Llevaba ya un par de días en Beté y las cosas habían cambiado bastante desde su llegada. Al principio intentó acercarse a las personas para conversar de cosas triviales pero lo ignoraban y realmente no querían hablar él. Tenía la sensación de que creían que les iba a hacer daño o que era una especie de espía que los iba a meter en problemas o algo por el estilo. Los primeros días, más por obligación que por voluntad, se dedicó a caminar por ahí y a observar. Le impresionó la manera en que se ayudaban unos a otros. Muchas de las familias que estaban arreglando sus casas eran asistidas por los vecinos con la mayor amabilidad. Por las noches se veían compartiendo comida y alimentando a

(26)

los más pequeños y a los más ancianos. Después de un tiempo comprendió que todos trabajaban para ayudarse a quitar el aliento a mierda del que le habló la señora Eliza. Curiosamente algo así fue lo que le cambió todo de ahí en adelante. Caminaba por el letrero de piedras blancas a la entrada del pueblo que dice ¨Bienvenidos a Beté¨ cuando se dio cuenta de que el puerto se estaba desprendiendo. Sin pensarlo Marcos corrió a ayudar a los que estaban intentando amarrarlo de nuevo. Lo primero que se le ocurrió al llegar fue tomar una cuerda larga que estaba cerca y meterse al río para amarrar el puerto y así poderlo sostener mientras otros enmendaban los soportes que habían cedido. Cuando lo vieron entrar al agua entendieron su idea y se lanzaron a ayudarlo. Entre todos lograron asegurar el puerto y tomaron turnos para sostenerlos mientras otros trabajaban sobre los soportes.

Lo primero que hicieron después de contener la situación fue burlarse de su ropa ya que había quedado completamente arruinada y llena de tierra y lodo. También disfrutaron el hecho de que se había lanzado al río con su cámara. Se rieron mucho a su expensa ya que era el único blanco y vestía raro, pero ya estaba adentro. De ese momento en adelante todo cambió radicalmente, la comunidad se enteró de lo que había hecho y ya no lo ignoraban ni se negaban a hablarle. Al contrario, ahora le preguntaban de dónde venía, qué estaba haciendo y hasta cómo se llamaba y qué le gustaba comer.

Fue en ese momento que se enteraron de que estaba intentando escribir una obra de teatro y que venía a hacer talleres de teatro con las comunidades. Se vieron muy curiosos y muy rápido aparecieron voluntarios para hacer el primer montaje.

Nunca se lo dijo a nadie pero no tenía nada planeado para los talleres pero tenía varias ideas. Varios de sus compañeros y conocidos eran actores, directores o se movían en el medio y le dieron varios consejos y actividades prácticas para trabajar. Varios ejercicios con el cuerpo, de relación con el espacio, proyección de la voz, gesticulación, improvisación y cosas similares.

El grupo era de 10 personas desde los 15 hasta los 26 años y había una cantidad pareja entre hombres y mujeres. Luego de algunos encuentros para hacer varios ejercicios en donde los participantes superaron la pena y su actitud se convirtió más en una espacio de juego colectivo y experimentación, Marcos les propuso hacer un pequeño montaje para presentarlo ante la comunidad. Les pareció una buena idea y empezaron a comentar

(27)

varias ideas, a imaginarse personajes y a moverse por ahí inventándose historias de héroes y villanos con nombres difíciles de pronunciar. Una de las jóvenes, Emilia era la más emocionada. Estaba alegre, tenía los ojos muy abiertos y cuando hablaba con lo demás sobre sus ideas mantenía una sonrisa en el rostro y gesticulaba enérgicamente al expresarse. Marcos dejó pasar unos minutos mientras se paseaba entre los distintos subgrupos y oía sus conversaciones. Unos pensaban en representar batallas épicas de tiempos antiguos, otros querían contar historias de familias cuyos hijos se iban a lugares lejanos para tener una vida mejor y otros inventaban historias mágicas con personajes de mundos místicos que se paseaban por las aldeas jugando con los niños mientras estaban solos y aburridos y cuidando a los ancianos cuando caminaban solo por ahí para que no tropezaran y cayeran al suelo. Antes de volver al frente y reunir de nuevo al grupo Marcos oyó el grupo de Emilia hablar acerca de una historia en donde gente de otro mundo llegaba a las aldeas e intentaba vivir con ellos. Se despertó su curiosidad con esa idea y oía empezó a llamarlos para concretar el plan de acción. Quería utilizar la idea de Emilia para investigar un poco la reacción que tuvo la comunidad en general frente a su llegada así que les pidió que la explicaran con la primera palabra que se les ocurriera. Dijeron: Miedo, desconfianza, fastidio, sapo, metido, extraño, peligroso, dañino y varias más por el estilo.

Los ensayos fueron interesantes. Las palabras que habían mencionado los días anteriores parecían cobrar vida en sus cuerpos. Marcos se sorprendía al ver la facilidad con la que el miedo se apoderaba de sus miradas, de sus caras y de sus movimientos. Emilia y los demás parecían tener todo lo que comentaron a medio centímetro de la piel. Entre todos tomaron la decisión de no ponerle tanto texto a la representación sino hacerlo más corporal, más de movimiento. Esto ayudó a que fluyera mucho mejor y a que los jóvenes se estuvieran más cómodos y sueltos. Marcos estaba fascinado al ver que estas reacciones no eran un reflejo ante su presencia sino una atmósfera común, generalizada y compartida.

El último día de ensayo la presentación había salido completa y sin interrupciones varias veces y estaban listos para presentar. Los últimos ensayos habían sido largos pero todos estaban satisfechos. Ese día, ya entrada la noche, Marcos se quedó un momento para escribir en su diario en el lugar de ensayo pero se encontró a Emilia acostada boca

(28)

arriba en el centro del espacio con los brazos y las piernas extendidas y separadas. Marcos se le acercó y le preguntó por qué no se había ido aun, ya era bastante tarde y mañana era el día de la presentación.

–Estoy cansada –dijo– solo quiero quedarme quieta un rato. Es cansón tener que actuar acá todo el día y tener que salir a hacer lo mismo por la calle ¿si me entiende? Emilia tenía 21 años y trabajaba cerca al puerto desde que tenía 13.

–¿Cómo así?—preguntó Marcos.

–Pues si, como le digo. Desde que me acuerdo todos los que vienen son como bichos raros. En el puerto todos los miran raro y como uno de pequeño no sabe nada pues aprende a mirarlos igual aunque no sabe una muy bien por qué. Por ahí hay un dicho de que las paredes tienen oídos, pero aquí hasta los moscos que van por ahí sacando sangre van y le cuentas a los otros para que vengan a joder también. Acá hasta los árboles tienen oídos ¿si me entiende? Todo lo que uno hace o dice lo sabe alguien más, y alguien está siempre mirando aunque uno no se de cuentas. Al final del día nos duele la espalda y la nuca. Eso cansa.

–Y a los demás ¿también les pasa lo mismo?

–Pues yo creo que sí. ¿si vio el militar sobre la loma cerca al puerto? Pues bueno, ahí siempre hay alguien, con otra cara y otro uniforme pero siempre con la misma metralleta mirando a ver qué cosa rara aparece por ahí– Emilia tomó una respiración profunda y luego se paró de un salto– Me voy Marcos. Tengo sueño, mañana nos vemos. Marcos se quedó en el suelo un momento, y al pararse, lo primero que hizo fue mirar por la ventana hacia el puerto. También estaba muy cansado. Esa noche no escribió.

Al siguiente día buscaron un lugar adecuado para la presentación y como no había ningún escenario decidieron hacerlo en una calle amplia en medio de las casas. Ya caía la tarde y los actores y el público ya estaba llegando. Sobre sillas estaban varios actores disfrazados de estatuas coléricas. Conseguimos pinturas de diferentes tonos de verde y arreglamos palos de escoba para que parecieran lanzas. Eran cinco estatuas en total que vigilaban todo el espacio. Desde que la comunidad se empezaba a reunir para la función las estatuas los miraban amenazantes y a los que hacían mucho ruido los chuzaban con las lanzas. Estaban realmente metidos en las estatuas, sus caras nunca cambiaron su actitud amenazante y parecía que disfrutaban del poder. Era ya el atardecer y todos

(29)

estaban reunidos alrededor de la calle de la palmera. Es un camino destapado y amplio en el que hay casas mal hechas a lado y lado. En el centro de ese camino hay una palmera solitaria. Las estatuas empezaron a golpear a un ritmo de marcha los pisos de las casas con sus lanzas. Cada vez más fuerte. Otro actor entró a escena con una camisa verde clara y haciendo rodar un balón de futbol con los pies. Jugó con el balón hasta que el ruido de los golpes se hizo muy fuerte. Ahí dejó el balón a un lado y empezó a dar pasos al ritmo de los golpes. Luego de unos segundos empezó a mirar al público que lo rodeaba y los invitó a aplaudir al mismo ritmo. El público aplaudió.

Las estatuas seguían furiosas pero soltaban carcajadas aquí y allá. La marcha siguió unos minutos mientras el actor del centro dirigía al resto. Luego un grito muy fuerte salió de todas las direcciones. La marcha paró y varios pequeños gritos salieron del público también. Por unos segundos se pararon varios corazones. El del centro, frenético se tiró al suelo, se contorsionaba y se tapaba la cabeza. Dejó su balón tirado y huyó para esconderse debajo de una casa. Las estatuas rieron de nuevo y haciendo movimientos circulares con los brazos, dando pasos largos y empujando al público se mezclaron con él hasta quedar irreconocibles.

El público ya estaba calmado y los actores ya se habían reunido. Todos se habían cambiado a una prenda azul, tenían una camisa, una manta o una cachucha de color azul y habían entrado al escenario. Cada subgrupo hablaba casualmente hasta que aparece en escena una pareja de turistas con prendas rojas. Todos se callan al mismo tiempo y los turistas quedan perplejos. Intentan acercarse a los azules para pedirles la hora o para preguntarles dónde podrían comer algo pero los azules los ignoran y escapan de ellos con miedo, como si su vida dependiera de ello. Los turistas al fin se cansan y se van a dormir tiritando de frío bajo la palmera.

Ahora entran una mujer, su bebé y su marido.

–¿Sí viste a los que llegaron hoy?– le preguntó la mujer a su esposo.

–Los vi. No me gustan, quién sabe para quién trabajarán. Seguro traen grabadoras y libretas para anotar nombres y cámaras para tomarnos fotos y que nos encuentren más fácil. Ojalá se vayan pronto –le respondió él.

–¿De pronto vienen a ayudarnos no? La otra vez vinieron a traernos algo de comida y no pasó nada.

Referencias

Documento similar

Esos 6 grupos son las proteínas, los hidratos de carbono, las grasas, las vitaminas, los minerales y la fibra; el orden mencionado no hace mención a la importancia de éstos

No hay respuestas simples a los dilemas que describimos en la introducción de forma general —dilemas tales como qué hacer para vivir bien, cómo distribuir los excedentes,

Sin duda esta iglesia es la más espectacular de la isla, no solo por donde se encuentra ubicada y por las impresionantes vistas de Oía a lo lejos, si no porque es un lugar muy

Sin embargo, una revisión Cochrane publicada en 2014 no encuentra beneficios ni des- ventajas en la introducción de alimentos distintos de la leche materna en este periodo,

Quizás tengas muchas ideas nuevas, quizás las situaciones sean demasiado desconocidas para ti, quizás te falta información para poder decidir, en todas ellas la solución es

Cuando las fuerzas que actúan sobre un cuerpo son per- pendiculares entre sí, se utiliza el teorema de Pitágoras para calcular el módulo de la fuerza resultante... M

Cada resultado de cada pregunta del cuestionario, nos debería permitir obtener una conclusión, pero, a la vez, el conjunto de los resultados de todas las preguntas, nos podría

Día 1: Lavaré la vajilla de 3 en 3 minutos, descansando activamente 5 minutos entre cada lavada hasta terminar de lavar toda la vajilla.. Si me ha sentado bien, avanzaré al