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Fundamentos de la expresión para la didáctica de la lengua materna en Traducción e Interpretación

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Fundamentos de la expresión para la didáctica

de la lengua materna en Traducción e

Interpretación

Mª Teresa Pajares Jiménez

Universidad Alfonso X el Sabio

Resumen

La didáctica de la Traducción y sus disciplinas es área de interés de un número cada vez mayor de estudios, pero la de la lengua materna (o Lengua A) no dispone de investigaciones básicas puestas en común entre todos y para todos los profesores de la materia. Su esfuerzo, siempre coordinado con las necesidades de los otros profesores de Traducción, es tan encomiable como solitario para sus propios programas. La reflexión de principios a los que se asoma este trabajo, una propuesta curricular especialmente para Lengua A, alcanza a la tradicional división entre expresión oral y expresión escrita, la conciliación entre el fin didáctico de la traducción y las necesidades expresivas propias del alumno, y el vínculo, tan necesario, entre la mejora de sus competencias traductoras y el hábito del pensamiento y la estructuración razonados. Se parte de una experiencia comprobada: que muchas de las grandes dificultades del alumno de TeI tienen tanto que ver con su lengua como con la estructura del pensamiento aplicada a la expresión. Y es que una serie de hábitos y operaciones mentales mejoran sensiblemente la comprensión (primera capacidad del traductor) y el reconocimiento de esos mismos procesos en los originales por traducir. Este tipo de enfoque del programa saca provecho de la base declaradamente humanística (quizás dentro de los modelos holísticos) que ha de complementar decididamente a la formación técnica –o a la técnica– de la traducción. Esto se concreta en métodos y contenidos más precisos que el estudiante puede apreciar para la expresión correcta, clara y meditada desde su propia lengua.

1. El objetivo

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Lengua A Escrita).

De este primer punto creo que importa el tratamiento, pues tiene consecuencias en la didáctica de esa lengua materna o, a veces, «meta», para que las habilidades de los futuros traductores se den en una conjunción afortunada, como precisan (y su oficio requiere, como saben muy bien todos ustedes). El tratamiento adecuado ha de ser comprensivo, unitario e integrador de ambas capacidades, la oral y la escrita, según creo, y así corresponder a la manera en que se producen las facultades más decisivas del traductor, que son las más difíciles de adquirir y de enseñar: la comprensión cabal de un original en otro idioma y la coherencia en su traducción o en su interpretación verbal. (A ello y a las demás necesidades habremos de volver más adelante).

La expresión oral y la expresión escrita, por lo que he visto y leído, suelen considerarse como sistemas diferentes de la expresión. Quisiera aquí que consideraran los lectores la posibilidad de que esa diferencia no sea tal, sino que, dentro del tratamiento integrador de habilidades mencionado arriba, puedan verse como modulaciones de una misma y general capacidad expresiva, que, me parece, es única, y como tal se ha de tratar. A la diferencia entre lo oral y lo escrito se le puede llamar «modulación» o «dirección» o, con ventaja y claridad, «destino» oral y «destino» escrito de la expresión. Este término feliz lo tomé hace ya mucho, de Daniel Gile (felizmente presente en este congreso) en Basic Concepts and Models for Interpreters and Translators Training, año 95. Espero que este especialista permita la extensión del uso de ese concepto, –él lo acuñó para la dirección oral de los intérpretes– también para la modulación oral o escrita de la expresión. Y por una razón: porque esos dos quehaceres no sólo se dirigen y aplican al cometido de la interpretación, sino también a la integración de todas las capacidades, en general, para ser un buen traductor, y para hablar y escribir bien. Recuérdese, por favor, que estamos hablando de los años de formación de los estudiantes, y por ello, de sus necesidades y carencias más habituales para el procesamiento y conversión, oral o escrita, de lo que oyen y lo que leen; no sólo de su otro u otros idiomas (Lenguas B y C), sino en el suyo, la propia lengua materna o meta, objeto del programa del que hablo.

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saben, es a expresarse con corrección en el idioma propio; para traducir e interpretar, pero también para todo: para hablar y escribir, para comprender y asimilar, para transformar la coherencia en expresión lingüística y entenderla desde ésta; para, en definitiva, saber lengua y las operaciones que mueve. A esa conjunción íntegra de habilidades, que es formativa, es a lo que me refiero.

De ahí que insista en dos conclusiones: primera, a la diferencia entre lo oral y lo escrito se le puede dar el tratamiento de destinos de la expresión; porque (y segunda) el origen de ambos es el mismo: una misma capacidad expresiva que sale de un mismo lugar, una misma fábrica donde se procesa, se prioriza, se comprende, se estructura coherentemente y se habla o escribe; se traduce, en definitiva, lo que uno tiene dentro (su, digamos, producción propia) y lo que viene de otro y en otra lengua. Ése es el lugar que hay que preparar, al mismo tiempo que se trabaja con la corrección gramatical, y para el cual es preciso entonces un método.

Los principios anteriores han ido surgiendo de lo que la experiencia docente indica: que es muy difícil mejorar la expresión (y los procesos de comprensión, síntesis y análisis, etc., que suponen) si lo que falla son los propios fundamentos del pensar, que es el paso previo al expresarse. Y es que el trabajo de hablar se hace con el mismo fondo que el del sistema escrito, pues la sustancia de la expresión y el origen de ésta es el mismo. ¿No lo recordaba Ignacio Luzán en el XVIII, cuando comienza su Arte de hablar diciendo La primera condición del buen decir es el recto pensar? Y, más recientemente, Wills (1996) trata la traducción como una cuestión de esquemas cognitivos, un producto final de procesos mentales.[i]

Lo que suponen diferencias entre la expresión oral y la escrita también han de ser objeto de estudio, claro. Son la dirección y la disponibilidad, la transitoriedad frente a la permanencia, la improvisación, los aspectos formales, la expresividad propia e individual, la posibilidad de corregirse, los problemas de morfosintaxis, fluidez, dicción, etc., todos bien conocidos que no trataremos aquí, pero, según me parece, deben incluir la escucha, que es intelectual y emotiva, y la demora, silenciosa, en el sentido. Sobre todo, entre una y otra modulación hay otra distancia, otro sentimiento y otra libertad…

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Es la que ilumina el área de trabajo y localiza las operaciones mentales y lógicas que son previas a la expresión. Y desde ahí, se hace posible enfocarse en unos objetivos, todos ellos relacionados con un principio que muy simple (pero conviene decirlo): la lengua es un medio de crear y reconocer pensamientos y datos. Así, grosso modo, abarca la comprensión inequívoca del original en el todo y en sus partes, matices incluidos; el reconocimiento de la coherencia textual interna y lingüística, y los criterios más seguros para apreciar las complejidades léxicas (la elección de las palabras) y para poder comentar y anotar certeramente una

traducción, entre otras.[ii] Pronto los estudiantes reconocen unos contenidos muy concretos: la apreciación de objetivos, propósitos y estructuras, la distinción entre objetividad y subjetividad, entre los asuntos tratados y las ideas sobre ellos (ya desde el nivel de la oración), entre los conceptos, sus definiciones y criterios de elección, y su situación en un orden general o universal, la categorización, la valoración de las operaciones de análisis y síntesis (términos que usó Bell (1991)[iii] para la habilidad traductora)… y, con ello, la asimilación final y la agilidad de mental para su expresión y reformulación de todo ello, que son tan útiles para la paráfrasis y la interpretación consecutiva.

En el aula se ve frecuentemente que la dificultad de los estudiantes para realizar este tipo de operaciones es precisamente lo que impide que adquieran un discurso propio dirigido y eficaz, profesional incluso, y, ya en traducción, que puedan reconocer en los originales orales y escritos los procesos de pensamiento que los han creado, la dirección que toman y los pasos que siguen. Quizá todo ello no sea otra cosa que los caminos que toma el sentido hacia una «intención. Y ésta es perceptible desde y hacia otro idioma gracias a esa «relación íntima que guardan las lenguas» (Benjamín, 1967:287 y 289)[iv].

Se trata, en definitiva, de asegurar en los futuros traductores unas pautas de localización y sistematización, que nacidas del raciocinio, se noten en la expresión: la propia del alumno y la que utiliza para traducir e interpretar. De ahí que al saber lo que se busca, lo que hay y cómo se llama a esos contenidos, el alumno se vea mucho más capacitado y confiado.

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enfrenta al tratamiento automático o asistido del lenguaje.[v]

Los principios curriculares y método de este programa, que saca partido a la formación retórica y a la práctica docente, quizás en alguna forma o en alguna de sus partes puedan aprovecharse para algunos de los modelos que los expertos han ido proponiendo o investigando sobre la traducción. Por ejemplo, Bell decía que la traducción «es un caso especial de un fenómeno más general del procesamiento de la información» (1991:299), competencia la que se dirige este programa. Y Hurtado Albir ha reclamado recientemente el contacto de la Traductología con otras disciplinas (2001:632); en su modelo además se refiere a características esenciales del proceso traductor entre las que se encuentran los procedimientos básicos, los controlados y el de reconocimiento, además de otros (2001:367); y entre las competencias traductoras sitúa la estratégica y la psicofisiológica, con «el razonamiento lógico», añade (2001:387-388). Y todos tienen operaciones que son significativamente mentales y que el aspirante a traductor debe empezar a desarrollar como hábitos.

Visto el primer fundamento de este programa curricular, un mismo fondo operacional, mental, de la expresión oral y de la escrita, el segundo supone algo que al estudiante de Traducción le llega muy explícitamente: su expresión en lengua materna mejora cuando hay un acuerdo suficiente de dos factores: el conocimiento profundo y profesional de la lengua, y el hallazgo de sus propias posibilidades expresivas, como traductor (como hablante, ya lo notará). Ambas metas, así debe verlo, son posibles y reales. Una buena expresión es síntoma de una mente que conoce las posibilidades de la lengua. Y mejora cuanto más vasto sea ese conocimiento y más disponibles, más a mano, se hallen ésas. Para eso hay que encontrarlas, en la lengua y en uno mismo. Éste es el punto de partida, doble sólo en apariencia, que requiere, quizás, algunas ideas que se explican seguidamente como principios del método.

1.1. El conocimiento de la lengua

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concretos. También toma en consideración, como indicios, la manera en que se presentan las ideas según la intención, las estrategias discursivas que les corresponden, e incluso, el reconocimiento de los procesos habituales de generación de ideas en temas complejos. Ello debe asegurar que el trasvase, o traducción, de los conocimientos se haga sin muchos tropiezos de entendimiento.

Ordenar estos elementos, estas selecciones, puede hacerse siguiendo los movimientos clásicos del discurso, desde el hallazgo y reconocimiento de ideas (toda una inventio como primera fase) hasta la alocución, verbalización o actio. Este, digamos, orden de avance, tiene la ventaja de identificar el trabajo por sus fases… y de recoger el guante de una tradición larguísimamente probada. Como es natural, no se trata ni mucho menos de abarcar todas sus complejidades. La selección tiene una importancia capital: es lo que orienta la capacidad oral del traductor. Esta selección sale de dos ejes, el de la producción (ahí entra la lengua y la posibilidad de extraerla) y la recepción: qué materiales y en qué orden, para qué efectos en el oyente.

A la selección verbal, que es léxica, sintáctica y rítmica, ayuda el trabajo previo y lógico de conocimiento y reconocimiento, es decir, de producción propia. Pero de esto habrá que hablar un poco más. La recepción, los efectos en el que oye o traduce y lo que le da el sentido de la orientación, equilibra eficacia y dosificación adecuadas a la audiencia.

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fraseología, incorporar terminología y profundizar en la estilística (identificación, modelos, ritmo). También se afianzan en otras formas de comunicación, en grupo y personal, y trabajan la prosodia más a fondo. Para entonces van encauzando la intuición y la sensibilidad, mientras cimentan sus conocimientos y su confianza, tarea imposible sin toda una formación laboriosamente previa durante el primer curso.

Ni el orden ni el método pueden separarse del desarrollo del otro factor de acuerdo que hemos señalado: El estímulo de las posibilidades de cada cual es lo que hace que su capacidad se exteriorice en palabras.

1.2. El hallazgo de las propias posibilidades

Darle salida a esos recursos merece un tratamiento cuidadoso. Y es que este segundo aspecto pone en juego, a mi modo de ver, algunas ideas sobre la educación lingüística para la formación. El fundamento de la expresión ha preocupado durante siglos a la mejor tradición retórica, y también a algunos de los estudios más serios de comunicación. Esto interesa igualmente, y como creo, a la formación de traductores y seguramente a la propia traducción.

Las posibilidades de la lengua sirven, primero, para expresarse uno mismo. Hallar y conocer lo que queremos decir es el primer paso para una buena expresión. Lo que ya tenemos hay que saber extraerlo (de la competencia chomskyana podemos hacer esta derivación). Nos libra de paso de la servidumbre de la lengua, al fin y al cabo nosotros somos los amos, y supone un pequeño avance en el conocimiento de uno mismo. Entonces se está en mejores condiciones para comunicarse con los demás. Y eso no es una ambición in extremis si se piensa en la filosofía de Habermas: «la lengua habla tanto en sus usuarios como éstos hablan su lengua»[vi]. Pensando en traductores, también se está mejores condiciones para reconocer y apreciar, entender y recrear lo que dicen aquéllos que se expresan en otros idiomas, y hacerlo de la manera más comprensible para los demás y más veraz con el original.

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2. El origen o el espacio de la expresión

Ya George Steiner, con tanta fortuna, se refirió a los «movimientos», más que procesos, de la traducción (1998:105-132), y E. Levault vio la necesidad de hacer de la lengua un instrumento de creación, lo que me parece que tiene una dinámica coincidente. Y es que la preparación del traductor se funda en el movimiento creativo con su lengua.[vii] Esto es así porque la traducción y la expresión propia son un mismo acto en su gestación: el que sustenta la posibilidad del entendimiento. Cuando se traduce, esa aspiración es la misma: reflejar lo de otros con lo propio y con la exactitud pactada de lo común: la lengua de destino. La tensión que lleva consigo también es la misma: en todos los casos, la lengua y su dialéctica en acción. El estímulo que necesita, también por eso, es el mismo.

La expresión no mejora porque uno hable, sino porque sepa qué quiere decir. Pero primero ha de saber dónde está lo que busca, cómo se llama y encontrarlo. Y éstas no son cuestiones de superficie, de fase final oral, sino, como creo, procesos internos (muchos de ellos, de lógica) cuyo resultado es verbal. Por eso la expresión mejora, sencillamente, desde dentro, desde una misma capacidad que al principio de este trabajo definimos como un mismo fondo o fábrica de la expresión y de las operaciones que procesa.

Ahí es donde reside la labor creativa con la expresión o, dicho de otra manera, el acuerdo entre creación y lengua. Ese espacio de revelación y hallazgo interior es, como vimos, mental y cognitivo. Los antiguos ya lo nombraron; es el que hay que atisbar y otear, escudriñar y airear, sacudir a placer, pero sobre todo, y según vemos que los alumnos lo necesitan, amueblarlo debidamente.

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La formación clásica dedicaba mucho tiempo a la arquitectura mental de los conocimientos y a los fundamentos de la formación de las personas. Un ideal clásico consideraba al perfecto orador íntegro y libre. En ello hubo sus variaciones que hemos ido heredando escrupulosamente en mayor o medida (júzguese si por fortuna o desgracia). Para Cicerón no podía ser otra cosa que un hombre completo y bueno (el bonus vir). A los sofistas, algo así como especialistas en mercadotecnia filosófica, les traían sin cuidado los ideales educativos mientras su propósito, persuadir al que creían adversario, se cumpliera. Pero todos ellos se dieron cuenta de la importancia decisiva para la expresión de lo que llamaron inventio, la inventiva, el lugar y los mecanismos donde se producen y se hallan las ideas, y de donde salen agrupadas por categorías conceptuales (definiciones, causas, consecuencias, justificaciones, ejemplos, etc.). (Sigo pensando que son facultades necesarias para un buen traductor, hablante y escritor que une la experiencia intelectual a la capacidad creativa.)

Claro que hoy no lo llamaríamos fase o parte, sino espacio; aquél donde se da la simultaneidad creativa del discurso. En ese lugar, la inventiva, donde están la lengua, el pensamiento y las emociones[viii], es donde mejora la expresión porque es su residencia y su origen y es donde surgen como procesos con una trayectoria determinada… sobre la que, en fase de aprendizaje (en lo que estamos), se puede influir. Ahí, en ese espacio y con esa capacidad inventiva–como lo dice el español– es donde la lengua crea pensamientos y nombra sensaciones, y nacen nuevas categorizaciones. Allí es donde hay que ir a hallarlos también para conocerlos, estructurarlos y así reconocerlos en los demás… y para traducirlos. Ponerlo de esta manera tiene la ventaja de ubicar la relación, tan íntima, entre el conocimiento de la lengua, un caudal, y la posibilidad expresiva (un fondo), que es lo que se intenta estimular en el futuro traductor.

3. La lógica en la traducción: una competencia

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argumentación.

Sin la lógica de la lengua (todo un álgebra del pensamiento, dijo el gramático Condillac), no es posible el pensamiento racional. Por eso hay que conocer la forma, las categorías y la posible sintaxis (ése es el álgebra) de los útiles más frecuentes de la lógica, que son lingüísticos.

En el aula no hace falta meterse en las profundidades de las relaciones entre lógica y gramática; basta quizás con la certeza, ya desde Maimónides, de que «el traductor debe, sobre todo, aclarar el desarrollo del pensamiento» (87, apud Vega). Los alumnos puedan atisbar y comprender por qué ambas disciplinas pudieron nacer juntas (esto lleva sólo unos cuantos ejemplos). Enseguida se afinan conceptos tales como definición, criterios, factores, naturaleza de un asunto, las partes y el todo, género, especie, distinción entre lo esencial y lo accesorio, causas y consecuencias, etc., del mismo modo que el alcance de un error gramatical frente a uno conceptual. Conocer de antemano lo que uno espera encontrar (un tipo de estructura discursiva, por ejemplo) permite apreciar debidamente lo que dice el texto oral original, y que el estudiante lo reconozca y lo asimile. Pero la transferencia al reconocer sólo puede darse si hay un conocer.

Así la propia estructura mental se dirige hacia la materia y la complejidad de las cosas y las dispone en un determinado orden de conocimiento lógico y jerarquizado. Por ejemplo, para un modelo de traducción con validez psicológica, Jiménez Hurtado reclama una base «de estructuración jerarquizada de la información» (2000:55). El objetivo a medio plazo es remediar la dificultad para considerar una cuestión en toda su complejidad y para priorizar. Y algo más: para esquivar en lo posible ese fantasma inconcreto que es la confusión de ideas.

Sin una formación filosófica no podemos

distinguir el género y la especie de ninguna cosa, ni definirla, ni clasificarla, ni juzgar lo que es verdadero y lo que es falso, ni analizar las consecuencias lógicas, ver lo contradictorio y distinguir lo ambiguo…

(Cicerón., El orador, 16)

Claro que no hace falta ser tan ambiciosos. A efectos de los estudiantes, además, no se trata tanto de cómo se consigue una buena expresión oral, como de ver cuál les parece que es.

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sentimientos, ensoñaciones o sueños, imágenes, y hasta algún anhelo que otro.[ix] Pero ahí ya no hay predominio de la lógica, si bien le concedemos una importancia capital al razonamiento, dada la intención profesional que nos guía. No basta con aplicarse al pensamiento racional, pues el orden simbólico es parte del lenguaje, y el lenguaje es parte de aquél… como mínimo, según un

Lacan[x]. Quizás sea «la imaginativa», (nunca he oído hablar de una facultad apreciativa, tal cual, como concepto) lo que entonces se necesita como complemento a la generación de ideas que supone la inventiva. En cualquier caso, ésta o éstas también encuentran, actúan e interpretan cuando hace falta encauzar verbalmente la imaginación, la afectividad y muchas percepciones de los sentidos. Pienso, por ejemplo, en esas sensaciones visuales más o menos artísticas que, de imagen, dan lugar a palabras… como hacen los poetas, algunos publicistas y todos los traductores especializados en la imagen. ¿No son estos últimos maestros en el dominio de los efectos en el público, esto es, de la recepción? En fin, ¿y qué decir de la traducción literaria, materia de los cursos superiores?

En conclusión, probablemente sea cierto que la creatividad para expresarse y el reconocimiento necesario de ésta para poder traducir se perfeccionan desde el mismo fondo, la facultad inventiva donde están todos los materiales necesarios, a los que estimulan la racionalidad de la lógica, el conocimiento profundo de la lengua que la refleja, y, a veces, la propia imaginación. Desde éstas, la disposición estructural de los materiales (la dispositio

clásica) permite un orden comprensible para el traductor.

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traducir, pero hace asimismo que la producción propia, en el entendimiento de las cosas y su expresión, se beneficie enormemente; es un estímulo mutuo y de conjunto que sienta las bases de un método de autoperfeccionamiento constante. Esto se va encauzando casi de inmediato y muy ordenadamente, hacia unas competencias que el alumno siente muy concretas.

4. La traducción y el método

La traducción (una responsabilidad, una técnica y un arte, un oficio, una revelación comunicativa) la tomamos pues como una dirección que condiciona la didáctica de la expresión oral y escrita en la lengua materna: tras una primera fase de corrección gramatical y de errores comunes, en una segunda fase, las operaciones categoriales necesarias para hablar y escribir. Si en un momento son previas a la expresión, enseguida se hacen paralelas, pues forman parte de la evaluación y anticipación de los contenidos. Voy a mostrar algunos ejemplos de lo que se hace en el aula. Primero, en la parte oral de la materia.

Cuando se sabe lo que se busca, se está más preparado para hacerlo con agilidad mental y fluidez expresiva, imperativos para el intérprete. Arriesgadamente, quisiera considerar que éstas son cuestiones que Gutt (1991) podría tomarse entre las «pertinentes», esto es, entre aquéllas que retienen –que deben retener, diría yo aquí– la atención del traductor. En paralelo, la reformulación constante compele a hacer más dinámica la una y la otra. Al pedírsela a otro estudiante que no es el que habla, es el momento de presentar y hacer valer lo fundamental de la fidelidad al «original», en este caso, un compañero. Ellos saben que además precisan de un conocimiento muy vasto del idioma y la cultura destino y otras técnicas muy precisas para la interpretación. Pero esto es materia de otras asignaturas a las que el desarrollo de la expresión en la Lengua A tanto favorece. Entretanto, la selección léxica (con la seriedad que supone la definición de las cosas), constante y lo más dinámica posible (por ser oral), se somete a criterios muy rigurosos y se dirige, se adapta (que es un modo de compensación, una traducción) a la inteligencia común y conocimientos del auditorio y a una dosificación y ritmo a la medida de su capacidad de comprensión y asimilación. Cuando comiencen con la Interpretación, podrán asegurarse de que su producción, para entonces vicaria, se dirige a la recepción.

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la dinámica de la clase. El objetivo, poco a poco y a lo largo de la carrera, es que se conviertan en parte de los procesos automatizados que deben dominar la competencia traductora, como reclama el modelo del grupo PACTE para «todo

conocimiento experto».[xi]

Cuando hay que hablar de ello, los conocimientos concretos de categorías morfológicas y sintácticas no se tratan en clase como listas etiquetadas de elementos, sino (hasta donde es posible) como 1) reflejos indicativos de la lógica del pensamiento en la lengua, o 2), en su caso, como puntos habituales de errores comunes. Desde esa primera perspectiva de la gramática, se matiza rápidamente, por ejemplo, un sentimiento o pensamiento adversativo respecto de otro corrigiendo el uso indebido de una conjunción. Y se entiende por qué orden general de especies a géneros, de las partes al todo se explican los hiperónimos, y una demostración de la parte analógica del Diccionario ideológico de Julio Casares ilustra la estructuración de los conocimientos y las palabras, y ayuda a otro paso en la síntesis del pensamiento: la conceptualización, cuyo valor enseguida atisban los estudiantes en un original por traducir. Los complementos de la pragmática, la semántica, la lingüística del texto, y hasta la semiótica y la poética (los conceptos de grado cero y de desautomatización resultan muy comprensibles), pueden acudir al auxilio en algún punto oscuro. Respecto a lo segundo, el enseñar lengua desde el error probado, es más realista para la didáctica de traducción, que no para la filología. Como ejemplo del recurso a la pragmática, se puede concretar, por ejemplo, que tal oración o palabra sirven como procedimiento de cohesión, vaya, que tienen una función expresiva o textual –acuerdo, verificación, indiferencia, conclusión, negación, similitud, etc.–, que puede tener sus sinónimos, sus contrarios y sus grados de significación. Y cuando se acude a tales detalles teóricos, se manifiesta la relación entre uno y otro destino, el oral y el escrito, y se gana en coherencia metodológica. Tómense estas precisiones a modo de muestra del método para enfocar y resolver problemas concretos.

Por fin, y paralelamente a la inventiva (encontrar y decidir qué decir) importa en qué orden y de qué modo (dispositio y elocutio), la manera de recordarlo todo y la verbalización final (memoria y

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La estructura, como plan meditado que es, se beneficia muchísimo de la preparación lingüístico-lógica que aquí se defiende; en la priorización de contenidos para un objetivo o intención, y en el hallazgo del tipo de relaciones que presenta un asunto cualquiera, sus derivaciones, y las conclusiones que se siguen de éste. Además, tanto el traductor como el intérprete han de saber lo que se espera de un modo discursivo determinado, para poder anticiparse a ello.

A la elocución (de su sintaxis ya se ha puesto algún ejemplo) ayuda afinar los conceptos y apreciar la eficacia y lógica expresiva de algunas estructuras oracionales, como los paralelismos, el cambio de orden en ciertas negaciones o la manera sintáctica de

realzar una oposición.[xii] Pero también de los efectos de algunas otras supraoracionales (narración, descripción, argumentación).

Todo esto se hace con una expresión propia, concisa y clara, con su sintaxis ligada… que la segmentada, más sencilla (la que todos suelen usar), ya la conocen. Pero cuando un original tiene fuerza expresiva y vigor, no vienen mal, por fin, unas cuantas pautas de cómo se recrea con la viveza de la lengua meta, en mi caso, la española. El aspecto, el tono, el ritmo y las figuras (en esto no caben muchas exigencias terminológicas) son las últimas nociones estilísticas necesarias.

La capacitación de la memoria del traductor y, en especial, del intérprete, no se limita a memorizar las ideas, sino también su formulación elocutiva. Pues bien, tanto Atkinson y Shiffrin (1968) como Baddeley (1986), validados por A. Jiménez y D. Pinazo (2002), al hablar de los intérpretes, sostienen que entre las operaciones complejas de que se compone la memoria están la

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utiliza como auxiliares, y que se complementarán más adelante, y con otros varios, en las asignaturas de Interpretación.

Por fin, la preparación y el ensayo de un par de exposiciones orales, una alocución, muestra, además de un buen contenido y estructura (que se puede valorar críticamente), los aspectos verbales (con mucha atención a la prosodia) y no verbales que tanto influyen en la recepción del mensaje, en su efecto en el oyente, como sucede en una intervención pública con intérprete.

4.1. El trabajo profesional

En la clase de Lengua A se trabaja la expresión en el ámbito profesional del traductor… que resulta que tiene que traducir a otro que también trabaja. El foco de interés es pues, doblemente profesional. El estudiante mejora su producción para su quehacer laboral que lo habilita para traducir el trabajo de otros. De hecho, es ingente la cantidad de textos que Reiss llama «de contenido informativo» que forman parte de la actividad diaria y lucrativa del traductor (manuales de instrucciones, programas informáticos, correspondencia comercial, documentos oficiales, noticias, etc.).

[xv] Otra cosa es que, según se va viendo, los beneficios se

extiendan a terrenos más personales.

Un buen escrito en el mundo del trabajo inspira alguna idea o estimula una acción, recuerda algún asunto pendiente o mueve a un grupo o, simplemente aclara cómo se usa como es debido cualquier un programa informático sofisticado. Es intencional. Y sirve para unos objetivos generales: informar, convencer, incitar u orientar a una audiencia.

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4.2. Lo personal o la producción propia

Esto, de tantas consecuencias en el mundo laboral, es también un medio de aprendizaje personal que aclara los pensamientos, posturas y actitudes ante nosotros mismos y los demás. Y el mero ejercicio ya agudiza las ideas, entrena el juicio y mejora la capacidad de análisis y síntesis. Digamos que forja criterio con la práctica y acostumbra a conocer la complejidad (y la lógica) de las cosas…. para sí mismo y para el que lo oye o traduce. Expresar (se) bien se puede convertir en un hábito, el de sacarle el jugo a todas las posibilidades de la lengua. Enseguida se descubre que se cobra confianza y seguridad con la reflexión y la práctica. Y, en la misma medida, que el ajuste entre la comprensión y la transmisión de lo expresado es lo que estimula la capacidad crítica.

Muy grande es el peso que tiene todo lo necesario para la lengua materna; para la traducción es de importancia capital, pues que de ello tanto se beneficia, y para el propio individuo supone más que una gran causa. Junto con la técnica de la traducción, considérese pues la tradición humanística y la lógica, para el currículo didáctico la lengua meta o A en los estudios de Traducción e Interpretación. Y porque hay universales en los que coinciden los idiomas, sus relaciones centrales recíprocas, que diría W. Benjamin (17) –¿un logos, una différance?– gracias a los que la buena traducción se expresa.

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[i]Apud Hurtado Albir (2001:346).

[ii]Las mencionadas, más la ortografía técnica y la traducción de

las fechas y los números, son las necesidades que consigna el Institute of Linguists (Londres) para su Diploma in Translation. Son tan acertadas y suficientemente generales como para poderlas considerar válidas en los estudios de Traducción e Interpretación de otras instituciones educativas. Acerca de dichas necesidades, sin embargo, es preciso consultar las variaciones teóricas de los especialistas en Traducción, muchas de ellas de sumo interés. [iii]«Captación y reformulación del sentido» son los conceptos con que Hurtado Albir resume estas operaciones para la traducción, según coinciden en otros investigadores (2001:367).

[iv] El mismo término, «intención», fue usado anteriormente en el Universal Lexicon der Wissensschaften; el concepto de «semejanza íntima», antes también, por Menéndez Pelayo, según recoge la antología espléndida de M. Á. Vega, Textos clásicos de Teoría de la Traducción (178, 271, respectivamente), de donde se toma

también la cita de Walter Benjamin y la que seguirá de Maimónides.

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[vi] El vínculo actual entre filosofía y comunicación aún debe dar más frutos (Kopperschmidt y otros), además de los postulados del propio J. Habermas en su Teoría de la acción comunicativa.

[vii]Y ella misma añade: «y trabajar al mismo tiempo la lengua extranjera y la materna» (1998:41). Lo que defiende sobre la expresión escrita me parece igualmente válido para la modulación oral: «la función creadora del lenguaje puede ser motor de

autoperfeccionamiento» (ibídem:43).

[viii]… a pesar de la sospecha inveterada de que al menos dos de

esos elementos sean lo mismo. Por razones obvias, y de momento, conviene tratarlos por separado.

[ix]Gérard Ing propuso las siguientes categorías específicamente para el vocabulario: razonamiento, apreciación, modalidad y, significativamente, afectividad (1988:102).

[x]«El hombre habla porque el símbolo lo ha obligado a ello». [xi]Apud Hurtado Albir (ibídem:394).

[xii]«Es al ponerlos juntos cuando se conocen mejor los contrarios», según Aristóteles, Retórica III, 17.

[xiii] Apud A. Jiménez Ivars y D. Pinazo (2002:80-81). [xiv] Apud Hurtado Albir (2001:341).

[xv]Apud Hurtado Albir (2001:475).

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