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Eutanasia activa y pasiva

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Academic year: 2021

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Eutanasia activa y pasiva

James Rachels

Resumen: La distinción tradicional entre la eutanasia activa y pasiva

necesita ser sometida a un análisis crítico. La doctrina convencional sostiene que hay una diferencia moralmente relevante entre ambas en donde, a pesar de que la primera algunas veces es permitida, la última siempre está prohibida. Esta doctrina puede ser cuestionada por muchas razones. Primero, la eutanasia activa es en muchos casos más humana que la eutanasia pasiva. Segundo, la doctrina convencional nos lleva a tomar decisiones sobre la vida y la muerte con base en fundamentos irrelevantes. Tercero, la doctrina descansa sobre una distinción entre matar y dejar morir que, en sí misma, no tiene una relevancia moral. Cuarto, los argumentos más comunes a favor de la doctrina son inválidos. Yo sostengo, por lo tanto, que la declaración de principios de la Asociación Médica Norteamericana (AMA), que suscribe esta doctrina, es inconsistente.

Se piensa que la distinción entre la eutanasia pasiva y activa es crucial para la ética médica. La idea es que es permisible, al menos en algunos casos, retirar el tratamiento y permitir al paciente morir, pero que nunca es permisible tomar una acción directa para matar al paciente. Esta doctrina parece ser aceptada por la mayoría de los doctores, y ha sido suscrita en una declaración adoptada por la Asamblea de Delegados de la Asociación Médica Norteamericana, el 4 de diciembre de 1973:

La terminación intencional de la vida de un ser humano por otro –la muerte por compasión– es contraria a los principios que dirigen la profesión médica y es contraria a la política de la Asociación Médica Norteamericana.

La suspensión del uso de medios extraordinarios para prolongar la vida de un cuerpo, cuando existe prueba irrefutable de que la muerte biológica es inminente, es una decisión que corresponde al paciente y/o a sus familiares inmediatos. El juicio y la recomendación de un médico debe ser ofrecida al paciente y/o a sus familiares inmediatos.

Sin embargo, es posible presentar una sólida objeción contra esta doctrina. A continuación plantearé algunos de los argumentos relevantes, y conminaré a los doctores a reconsiderar sus puntos de vista en este tema.

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Empecemos con una situación familiar: un paciente que está muriendo de un cáncer de garganta incurable sufre de un dolor terrible, mismo que ya no puede ser mitigado satisfactoriamente. Él tiene la seguridad de morir dentro de unos cuantos días, incluso si su tratamiento fuera continuado, pero no quiere seguir viviendo en los días venideros porque el dolor es insoportable. Así que pide al doctor que le ponga fin a su dolor, y su familia apoya esta petición.

Supongamos que el doctor está de acuerdo con retirar el tratamiento, tal como lo permite la doctrina convencional. La justificación para llevar a cabo lo anterior es que el paciente se encuentra en una terrible agonía, y dado que él morirá de cualquier forma, sería incorrecto prolongar su sufrimiento innecesariamente.

Pero nótese lo siguiente. Si simplemente retiráramos el tratamiento, podría tomar más tiempo al paciente morir, así que él podría sufrir más de lo que sufriría si se tomara una acción más directa y se le aplicara una inyección letal. Este hecho proporciona una razón de peso para pensar que, una vez que la decisión inicial de no prolongar su agonía ha sido tomada, la eutanasia activa es de hecho preferible con respecto a la eutanasia activa, y no al revés. Decir lo contrario es apoyar la opción que implica mayor sufrimiento antes que la que lo implica menos, lo cual es contrario al impulso humanitario que anima la decisión de no prolongar su vida en primer lugar.

Parte de mi argumento es que el proceso de “dejar morir” puede ser relativamente lento y doloroso, mientras que una inyección letal es relativamente rápida y sin dolor. Permítaseme plantear otro tipo de ejemplo. En los Estados Unidos uno de cada 600 bebés nace con síndrome de Down. La mayoría de estos bebés son, a pesar de todo, saludables –esto es, con el debido cuidado pediátrico, ellos podrían gozar de una infancia relativamente normal. Algunos otros, sin embargo, nacen con defectos congénitos como las obstrucciones intestinales, y requieren de operaciones para poder vivir. Algunas veces, los padres y el doctor deciden no realizar la operación, y dejan morir al bebé. Anthony Shaw describe lo que sucede entonces:

…Cuando se niega la cirugía [el doctor] debe tratar de evitar al infante el sufrimiento mientras las fuerzas naturales acaban con su vida. Como cirujano, cuya inclinación natural es usar el bisturí para evitar la muerte, estar de pie y ver morir a un bebé salvable es la experiencia más desgastante emocionalmente que conozca. Es fácil en una conferencia, en una discusión teórica, decir que esos bebés deben dejarse morir. Es totalmente diferente estar en la clínica y mirar cómo la deshidratación y la infección marchita a ese pequeño ser durante horas y días. Esta ha sido una experiencia terrible para

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mí y para el personal del hospital –mucho más de lo que es para los padres, que nunca pusieron un pie en la clínica.2

Puedo entender por qué algunas personas se oponen a todo tipo de eutanasia, e insisten en que se debe dejar vivir a los bebés. Creo que también comprendo por qué otras personas están a favor de destruir a esos bebés rápidamente y sin dolor. Pero ¿cómo es que alguien está a favor de dejar que la “deshidratación y la infección marchite a un pequeño ser durante horas y días”? La doctrina que dice que se puede dejar morir a un bebé de deshidratación, pero que no se le puede dar una inyección que acabaría con su vida sin sufrimiento, parece ser tan manifiestamente cruel que no necesita de mayor argumentación. No pretendo ofender con el uso de un lenguaje fuerte, sino sólo plantear el punto de la manera más clara posible.

Mi segundo argumento es que la doctrina convencional nos lleva a tomar decisiones concernientes a la vida y la muerte sobre bases irrelevantes.

Consideremos nuevamente el caso de los bebés con síndrome de Down que necesitan de operaciones para poder vivir, por defectos congénitos que no se relacionan con el síndrome. Algunas veces no hay operación y el bebé muere; pero cuando no hay tal defecto el bebé puede vivir. Hoy en día, una operación como la de remover una obstrucción intestinal no es riesgosa. La razón de por qué tales operaciones no son llevadas a cabo en estos casos es, claramente, que el bebé tiene síndrome de Down, y los padres y los doctores juzgan que debido a ese hecho es mejor que el niño muera.

Pero nótese que esta situación es absurda, sin importar qué perspectiva uno adopte con respecto a las vidas y las potencias de tales bebés. Si valiera la pena preservar la vida de tal bebé, ¿qué importa si necesita una simple operación? O, si uno cree que es mejor tal bebé no debería vivir, ¿qué diferencia hace el hecho de que no tenga el tracto intestinal obstruido? En cualquier caso, la cuestión de dar vida o muerte está siendo decidida sobre bases irrelevantes. Es el síndrome de Down, y no los intestinos, lo que importa. La cuestión debería ser decidida, si acaso, sobre su posibilidad de supervivencia, y no dejar que dependa de la cuestión esencialmente irrelevante de si el tracto intestinal está bloqueado.

Lo que hace a esta situación posible, desde luego, es la idea de que cuando existe un bloqueo intestinal, uno puede “dejar morir al bebé”, pero cuando no existe tal defecto no hay nada que pueda hacerse, ya que uno no puede “matarlo”. El hecho de que esta idea nos dirija a tales resultados, en cuanto a decidir la vida o la muerte sobre bases

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irrelevantes, es otra buena razón de por qué la doctrina debería ser rechazada.

Una razón de por qué mucha gente piensa que hay una diferencia moralmente relevante entre la eutanasia activa y pasiva es que creen que matar a alguien es moralmente peor que dejarlo morir. ¿Pero lo es? ¿Es matar, en sí mismo, peor que dejar morir? Para investigar esta cuestión, podríamos considerar dos casos que son exactamente iguales, salvo que uno de ellos involucra “matar”, mientras el otro “dejar morir”. De tal modo, se puede preguntar si esta diferencia marca una distinción para la valoración moral. Es importante que los casos sean exactamente iguales, excepto por esa pequeña diferencia, dado que de otra forma no podríamos estar seguros de que esa diferencia, y no otra, explica la variación que pudiera darse en la evaluación de los dos casos. Así, permítaseme considerar el siguiente par de casos:

En el primero, Smith obtendrá una gran herencia si algo le pasara a su primo de seis años. Una tarde mientras el niño está tomando un baño, Smith entra sigilosamente al baño y ahoga al niño en la bañera, y luego acomoda las cosas para que parezca que fue un accidente.

En el segundo, Jones también obtendrá una herencia si algo le pasara a su primo de seis años. Al igual que Smith, Jones entra en el baño planeando ahogar al niño en su tina. Sin embargo, justo cuando entra al baño Jones observa que su primo se resbala, golpea su cabeza y cae boca abajo en el agua. Jones está encantado; y se queda de pie, listo para devolver la cabeza de su primo al agua, si fuera necesario, pero no lo es. Con sólo un pequeño zangoloteo, el niño se ahoga por sí solo, “accidentalmente”, mientras Jones lo miraba sin hacer nada.

Ahora Smith mató al niño, mientras Jones “simplemente” lo dejó morir. Esta es la única diferencia entre ellos. ¿Acaso alguno de estos hombres se comportó mejor desde un punto de vista moral? Si la diferencia entre matar y dejar morir fuera en sí misma una cuestión moralmente relevante, uno estaría inclinado a decir que el comportamiento de Jones fue menos reprochable que el de Smith. ¿Pero realmente alguien sostendría lo anterior? Yo pienso que no. En primer lugar, ambos hombres actuaron por el mismo motivo, un beneficio personal, y ambos llegaron al mismo resultado. Se podría inferir, a partir de la conducta de Smith, que es un hombre malo, aunque esa valoración podría ser exceptuada o modificada si conociéramos ciertos hechos adicionales sobre su persona –por ejemplo, que padece de trastornos mentales. ¿Y acaso no inferiríamos lo mismo a partir de la conducta de Jones? ¿No serían estas consideraciones adicionales igualmente relevantes para modificar nuestra valoración? Además, supongamos que Jones arguye, en su defensa, que “después de todo, yo no hice más que estar parado y ver cómo el niño se ahogaba. Yo no lo maté; yo sólo lo dejé morir”. De nuevo, si dejar morir fuera en sí mismo menos malo que matar, este argumento debería tener al menos algún peso. Pero no lo tiene. Tal “defensa” solamente puede ser considerada como una grotesca

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perversión del razonamiento moral. Moralmente hablando, no hay defensa alguna.

Ahora bien, se podría señalar, con bastante razón, que los casos de eutanasia que se presentan a los doctores no son nada parecidos a este ejemplo. Estos casos no involucran un beneficio personal o la destrucción de un niño normal y saludable. Los doctores tratan casos en los cuales la vida del paciente ha llegado a su límite, o en donde su vida se ha convertido o se convertirá en una carga terrible. Sin embargo, el punto es el mismo en estos casos: la simple diferencia entre matar y dejar morir no constituye, en sí misma, una diferencia moral. Si un doctor deja a su paciente morir, por razones humanitarias, él se encuentra en la misma posición moral que en el caso de haberle dado a su paciente una inyección letal por razones humanitarias. Si su decisión fuera incorrecta –si, por ejemplo, la enfermedad del paciente fuera en realidad curable– la decisión sería igualmente lamentable sin importar qué método haya sido usado para llevarla a cabo. Y si la decisión del doctor fuera la correcta, el método usado por el doctor no sería por sí mismo relevante.

La declaración de principios de la AMA aísla la cuestión central muy bien; la cuestión central es “la terminación intencional de la vida de un ser humano por otro”. Pero después de identificar esta cuestión y prohibir la “muerte por compasión” la declaración continúa negando que la suspensión del tratamiento constituya una terminación intencional de la vida. Aquí es donde se comete un error, ya que ¿qué es la suspensión del tratamiento, en estas circunstancias, sino “la terminación intencional de la vida de un ser humano por otro”? Desde luego que es exactamente eso, y si no fuera así, no tendría ningún sentido aplicarla.

Mucha gente encontrará este juicio muy difícil de aceptar. Una razón de ello, pienso, es que es muy fácil confundir la cuestión de si matar es, en sí mismo, peor que dejar morir, con la cuestión muy diferente de si la mayoría de los casos reales de matar son más reprochables que la mayoría de los casos de dejar morir. La mayoría de los casos reales de matar son evidentemente terribles (pensemos, por ejemplo, en todos los asesinatos que reportan los periódicos), y uno escucha de esos casos todos los días. Por otro lado, uno difícilmente escucha un caso de dejar morir, salvo por las acciones de los doctores que son motivados por razones humanitarias. De tal modo uno aprende a pensar el “matar” de una peor manera que el “dejar morir”. Pero esto no significa que exista algo en el matar que lo haga peor en sí mismo que el dejar morir, ya que no es la simple diferencia entre matar y dejar morir lo que los distingue en estos casos. En vez de ello, son los otros factores – el beneficio personal que motiva al asesino, por ejemplo, en contraste con

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que la eutanasia pasiva. ¿Qué argumentos podrían esgrimirse por la otra parte? Los más comunes, creo, son los siguientes:

“La diferencia importante entre la eutanasia activa y la pasiva es que en la eutanasia pasiva los doctores no hacen nada que cause la muerte del paciente. El doctor no hace nada, y el paciente muere por una enfermedad que ya tenía. En la eutanasia activa, sin embargo, el doctor hace algo para causar la muerte del paciente: él lo mata. El doctor que da al paciente con cáncer una inyección letal ha causado por sí mismo la muerte de su paciente; mientras que si el doctor solamente hubiera retirado el tratamiento, el cáncer sería la causa de la muerte”.

Es preciso señalar varios puntos aquí. El primero de ellos es que no es exactamente correcto decir que en la eutanasia pasiva el doctor “no hace nada”, puesto que él hace una cosa que es muy importante: él deja que el paciente muera. “Dejar morir” es ciertamente algo diferente con respecto a otro tipo de acciones –principalmente en que es un tipo de acción que uno podría realizar mediante la omisión de otras acciones. Por ejemplo, uno podría dejar morir al paciente si se abstuviera de darle medicamento, del mismo modo que uno podría insultar a alguien si se abstiene de estrechar su mano. Pero para propósitos de evaluación moral, es un tipo de acción a pesar de todo. La decisión de dejar a un paciente morir está sujeta a una valoración moral, del mismo modo que lo estaría la decisión de matarlo: sería juzgado como sensato o insensato, piadoso o sádico, correcto o incorrecto. Si un doctor deliberadamente deja a un paciente morir, a un paciente que padecía una enfermedad curable de rutina, el doctor ciertamente sería culpable de lo que hizo, de la misma manera en que sería culpable en caso de matar al paciente innecesariamente. Acusarlo de negligencia sería apropiado. Y en tal caso no serviría de nada defenderse diciendo que él “no hizo nada”. Claramente, él habría hecho algo muy serio, dejó morir a su paciente.

Fijar la causa de muerte puede ser muy relevante desde el punto de vista legal, ya que puede determinar si se presentan cargos penales contra el doctor. Pero no creo que esta noción pueda ser usada para mostrar una diferencia moralmente relevante entre la eutanasia activa y pasiva. La razón de por qué se considera malo ser la causa de la muerte de alguien es que la muerte es considerada como un gran daño –y así lo es. Sin embargo, si se ha decidido que la eutanasia –incluso la eutanasia pasiva– es deseable en determinado caso, también se habrá decidido que en ese caso la muerte no es un mayor mal que el hecho de que el paciente siga existiendo. Y si esto es verdad, la razón común para no querer ser la causa de la muerte de una persona no se aplica.

Finalmente, los doctores pueden pensar que todo esto es sólo una discusión académica –el tipo de cosas que preocupan a los filósofos, pero que no tiene un sustento práctico para su profesión. Después de todo, los doctores sólo tienen que preocuparse por las consecuencias legales de lo que ellos hacen, y la eutanasia activa está claramente prohibida por la ley. Pero incluso en ese caso, los doctores deberían interesarse por el

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hecho de que la ley les impone una doctrina moral que bien puede ser indefendible, y que sin embargo tiene un efecto considerable sobre su práctica profesional. Desde luego, la mayoría de los doctores no se encuentra en la posición de verse obligado por esta cuestión, ya que ellos no se perciben a sí mismos como individuos que deban sujetarse meramente a lo que exige la ley. Por el contrario, en declaraciones como la de la política de la AMA que he citado, ellos están suscribiendo esta doctrina como un punto central de la ética médica. En esa declaración, la eutanasia activa es condenada no sólo por ser ilegal, sino porque es “contraria a los principios que dirigen la profesión médica”, mientras que la eutanasia pasiva es aceptada. No obstante, las consideraciones precedentes sugieren que realmente no existe una diferencia moral entre las dos, tomadas en sí mismas (en algunos casos puede haber diferencias morales importantes en cuanto a sus consecuencias, pero, como he señalado, estas diferencias pueden hacer de la eutanasia activa, y no la eutanasia pasiva, una opción moralmente preferible). De tal modo, si bien los doctores podrían haber distinguido entre la eutanasia activa y pasiva sólo para cumplir con la ley, no deberían hacer más que eso. En particular, no deberían dar a esta distinción ninguna autoridad y peso adicional reproduciéndola en declaraciones oficiales de la ética médica.

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