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YO SOY! Fotos: AntoniaZennaro

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Academic year: 2021

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YO SOY !

Fotos: © AntoniaZennaro

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MI AFRICA

Mi África, señores,

no llegaron esclavos ni mucho menos esclavas!

Eran reyes! Eran reinas!

Que entre muchos sequestraron.

Eran hombres y mujeres

con sabiduría innata,

que formaron estrategias para que muchos escaparan

y formaran los palenques, que del yugo nos libraran.

Hoy existe más de uno

San Basilio, Remembranza

y esto hace que nosotros,

los Palenques perduraran.

Manteniendo así los vínculos

con nuestra madre África.

Rebeldía en cada uno

de la diáspora africana,

de nombrar sólo la música,

que en el mundo entero germinara.

Con sus ritmos melodiosos

Instrumentos adpotara

de esta hermosa cultura, que la llevo en mis entrañas.

Transmitiéndole a los niños y niñas,

que son los benko del mañana.

Del norte del Cauca, si señores,

del Pacifico y de la Costa Atlántica

porque a pesar de muchos

mi cultura es africana y hoy grito y grito y grito orgullosa

¡ Que Soy Afrocolombiana !

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LO AFRO EN TIEMPOS DE LA PALOMA

Una reflexión sobre la violentada imagen afrocolombiana Por: Alberto Angola

Ahora que vuela la paloma de la paz desde La Habana, considero que es una bu-ena oportunidad para traer a colación una sabia reflexión de la premio Nobel de Paz guatemalteca: La paz no es solamente la ausencia de la guerra; mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión difícilmente podremos alcanzar un mundo en paz.

Se trata de una reflexión bien pertinente teniendo en cuenta que, según la ONU, los indígenas y los afros son los mayores „blancos‟ del conflicto armado. Con el agravante de que, sobre todo en el caso de la población afro, la colonial tradición mestiza continua practicando el „tiro al blanco‟.

A través de la carimba mediática, los africanos de la diáspora todavía son marca-dos -y maltratamarca-dos simbólicamente- como en los tiempos de la esclavización. Y en efecto, a l@s afrocolombianos se los sigue tratando bajo la dialéctica del amo y el esclavo. Prueba de ello es el generalizado y naturalizado uso del prejuicio de color („cariño‟, según los negreros) para referirse a los africanos. De fondo, este malicioso prejuicio es la negación de su dignidad humana.

Parafraseando a Rigoberta Menchú, podríamos decir que, mientras la segre-gación racial y el racismo sigan siendo un chiste más en programas de humor negrofóbico como Sábados felices y La Luciérnaga de Caracol, entre otros, la población afrocolombiana, además de seguir registrando los niveles más altos de desplazamiento forzado y los más bajos de pobreza de este país, continuará si-endo víctima de esa pública y notoria violencia desarmada que hasta los medios masivos de comunicación perpetuán todos los días.

Poniendo un poco en contexto la cosa racista, tenemos que reconocer que el ma-condiano conflicto armado colombiano ha hecho metástasis en el cuerpo social y degradado tanto su sensibilidad que los ataques contra la dignidad humana de los históricamente ninguneados ya no conmueven a nadie y, para colmo de males, ya forman parte de nuestro intolerante paisaje cultural.

Al punto que la responsabilidad social de l@s periodistas no aparece por ningún lado cuando de „los condenados de la tierra‟ se trata. Los influyentes e incont-rastables medios de comunicación continúan representando a la población afro de manera parcial, capciosa, esperpéntica y estereotipada. Basta analizar los brutales y deshumanizantes contenidos de los chistes de Sábados felices (pro-grama en el que, cual neo-nazis, algunos cholombianos se pintan de negro). O el irrespeto y la burla a la diversidad étnica implícita en series como El profesor Super-Ó. Ni qué decir de la servidumbre perpetua simbolizada en la caricatura de la llamada Negra Nieves.

Para nadie es un secreto que los ataques contra la dignidad humana de la pobla-ción afro es norma social, tolerada incluso hasta por quienes se dicen „defensores de derechos humanos‟. Ni siquiera éstos son conscientes de que, en este país de las maravillas anti-negras, la violencia epistemológica también mata a la gente

afro sin necesidad de dispararle. De hecho, el discurso de „lo negro‟ es el discur-so que mata la dignidad humana de la población afroamericana de Colombia. Razón tiene el periodista Carlos Alberto Montaner cuando afirma que los chistes racistas son la forma más „benigna‟ de limpieza étnica. Digo más, los chistes y refranes negrofóbicos son usados, hasta por los „colombianos de bien‟, como coartada y salvoconducto para seguir practicando ese colonial privilegio de casta que es la libertad de segregación racial: la canibalesca libertad que más ama el co-lombiano acomplejado, pues ésta le permite la impostura de querer ser y parecer blanco europeo.

Es importante resaltar que, frente al tema del auto-reconocimiento de su ver-dadera identidad cultural, el colombiano es profundamente vergonzante. Tanto es así que un chibchombiano, vestido de Everfit, le dice a otro: “No sea tan indio”. Y, en el caso de sus odiadas raíces africanas, el código racista es: “Negra ni la empleada del servicio”:

En semejante orden de barbarie mental, no es de esperarse que la imagen afro-americana –ni la indígena- sea representada o construida con el respeto que me-rece todo ser humano. Es más, estas etnias, que históricamente han sido despre-ciadas e inferiorizadas por la sociedad hegemónica y dominante, ni siquiera hoy en día son reconocidas como seres humanos iguales en rango y dignidad a los mestizos. Así lo demuestran también las estadísticas sobre los patéticos niveles de desarrollo humano de las llamadas „minorías étnicas‟.

En el mejor de los casos, la imagen afro es representada o construida de manera exotizada y cargada de los habituales prejuicios de quienes consideran normal reducir al ser humano a algo tan irrelevante como el color de la piel. Por eso es que, cada vez que sale a flote el invisibilizado tema del racismo, los medios de comunicación se hacen los de la vista gorda y, taimadamente, le preguntan a la gente lo que ellos ya saben: “¿Usted cree que en Colombia hay racismo?” O, peor aún, acaban trivializando la cosa racista con la consabida pregunta: “¿Se siente usted orgulloso de ser negro?”

Es tal la falta de inteligencia humanística que ni los intelectuales escapan a ese abominable discurso esclavista que, a punta de prejuicios racistas, construyó el „ser negro‟: un código racista que explícitamente va en contravía del ser huma-no. Resulta preocupante para los excluidos que, a estas alturas de los diálogos de paz, el fundacional tema del racismo no figure en la agenda de negociación de La Habana. La verdad histórica ya ha demostrado que ni la „lucha de clases‟ mata el racismo.

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