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La literatura en armas (1808-1814)

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La literatura en armas (1808-1814)

Ana Ma Freire UNED (Madrid)

o es difícil convenir con Emilia Pardo Bazán en que “Los hondos trastor-

¡i '“féy, 1 nos políticos modifican siempre de rechazo el arte, y esta ley está sobrado .Ev, demostrada por la historia para que se necesite probarla”.1

No se refería ella a la Guerra de la Independencia, sino a la Revolución de septiembre de 1868, pero por su carácter universal la observación es acertada y viene al caso.

De hecho, si me he dedicado a lo largo de los años a la investigación de este período histórico, ha sido para tratar de explicarme y a ser posible de explicar qué supuso en la his­

toria de la literatura española esa especie de eslabón perdido, entre la Ilustración y el Ro­

manticismo que fueron los años de la Guerra de la Independencia y del reinado de Fernando VIL Si nos referimos al teatro, aunque el teatro no lo es todo, qué ocurrió entre el estreno de El sí de las niñas, de Leandro Fernández de. Moratín, en 1806, y el de La con­

juración de Vinería, de Francisco Martínez de la Rosa, que tuvo lugar en Madrid en 1834, aunque el texto va se había publicado en París en 1830.

Al internarnos en la literatura de aquellos años se descubre que el valor literario del período no es grande en sentido absoluto, no tiene una gran importancia en sí mismo. Al­

gunos de los pocos que le han prestado atención parecen haber visto frustradas sus ex­

pectativas en este sentido, llegando a la conclusión, que por otra parte se advierte a primera vista, del poco interés que ofrece esta etapa en cuanto al valor literario de las obras escritas entonces. Pero la importancia de la literatura de esos años estriba en su enorme valor re­

lativo, a la hora de comprender los antecedentes inmediatos del Romanticismo español dentro de España.

Entre la Ilustración y el Romanticismo existen en la historia de España dos etapas con personalidad propia: la Guerra de la Independencia v el reinado de Fernando VII, den­

1 Apud Ana \ 0 Freire López, “La primera redacción, autógrafa e inédita, de los Apuntes autobiográficos de Emi­

lia Pardo Bazán”, en Cuadernos para Investigación de la dteratura Hispánica XXVI (2001), Madrid, 1.1. E, p. 21.

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ANA M“ FREIRE

tro del cual, además, tienen características muy diferentes los largos años de gobierno ab­

soluto y el breve paréntesis del Trienio Liberal.

De esas dos etapas me referiré ahora únicamente, en la visión general o panorámica que se me ha sugerido, a la de la Guerra de la Independencia, que estalló dos años después del estreno en Madrid de E/ sí de las niñas, prototipo y modelo de lo que, según Leandro Fernández de Moratín, debía ser la comedia.

La literatura de este período está fuertemente condicionada, más que en otros, pol­

las circunstancias históricas, políticas e incluso sociales, de lo que se deriva una creación literaria de escasa calidad, mediatizada por la finalidad que persigue.

Tampoco los años inmediatamente anteriores se habían caracterizado por su creati­

vidad. No lo decimos sólo quienes la estudiamos retrospectivamente. Ya los testigos de entonces, como Antonio Alcalá Galiano, constataron que en el Madrid de 1806 y 1807, aunque el teatro era preferido a otros géneros, “pocas eran las obras originales que se re­

presentaban” y, en cuanto a otras manifestaciones literarias, “de obras largas sobre materias graves, ninguna llamaba la atención en aquel tiempo”2 *. Manuel José Quintana, por su parte, al recordar los sucesos de 1808, habla de “la degradación (...) y del envilecimiento en que han estado generalmente las letras en la época que acaba de pasar.”’'

Existía, por tanto, una conciencia de crisis literaria, y poca mejoría cabía esperar du­

rante los conflictivos años de la guerra.

Los escritores de entonces tenían, sin excepción, una formación clasicista de la que no les sería fácil desprenderse, caso de que alguno lo pretendiera. Señala Alcalá Galiano que de los dos bandos literarios que existían en Madrid, el encabezado por Aloratín, al que seguían Estala y Melón, tenía como libro de cabecera a Batteux, y el grupo opuesto, los concurrentes a la tertulia de Quintana, eran seguidores de las teorías de Hugo Blair. Las diferencias no eran, por , relativas a sus actitudes ante los fueros clasicistas que coincidían en reclamar para la literatura, sino que estribaban en sus posturas políticas, siendo el grupo de Quintana más proclive a algunas ideas derivadas de la Revolución Francesa, mientras el grupo del que formaba parte Moratín se plegaba a las conveniencias de patrocinio por parte del Príncipe de la Paz. También Blanco W'hite, al referirse a esos dos bandos literarios advertía más divergencias políticas que literarias entre ambos grupos, coincidiendo en di­

ferenciarlos por servir o no a los intereses de Godoy.

LA GUERRA Y LAS POSTURAS POLÍTICAS

No diré, como Mesonero Romanos, con frase que da título a un libro coordinado por Joaquín Alvarez Barrientos, que todos estos escritores “se hicieron literatos para ser po­

líticos”, porque ya se dedicaban a tareas Eterarias cuando los sucesos de 1808 obHgaron a

2 Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de mi anciano., Madrid, Imprenta Central, 1878, p. 70.

•’ Manuel José Quintana, Memoria del Cádi^ de las Cortes (Ed. de Fernando Duran López), Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad, 1996, p. 80.

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LA LITERATURA EN ARMAS (1808-1814)

definirse a quienes todavía no tuvieran clara su postura. Si antes del 2 de mayo alguno no la había manifestado abiertamente por miedo a la censura, a partir de esa fecha hubo que tomar partido. Quintana nos ha dejado una acertada síntesis en su Memoria del Cádi^ de las Cortes-,

En la crisis en que se hallaba en aquella época la nación española, la opinión nece­

sariamente se debía dividir en tres partidos: uno el de ceder a la agresión francesa y sufrir la covunda del tirano; otro el de resistirla con todos los medios y con todos los sacrificios;

otro, en fin, de mantenerse a la mira, no hacer nada exclusivamente por una ni por otra causa v estar a viva quien venced

Existen testimonios de que los políticos del momento hicieron lo posible para atraer a su causa a los hombres de letras, valiéndose de su amistad anterior, por considerarlos pie­

zas clave para la conformación de lo que hov llamamos opinión pública y en los años de la guerra todavía espíritu público. Gonzalo O’Farrill, que sería ministro de la Guerra en el pri­

mer gobierno de José Bonaparte, trató, sin éxito, de atraer a Quintana y a Cienfuegos a su partido en defensa de la causa del Emperador de los franceses, a quien, según él, era im­

posible resistir, a la vista de lo que estaba ocurriendo en toda Europa. Quintana no solo no accedió, sino que se decidió entonces a reunir y publicar en un volumen sus Poesías pa­

trióticas, composiciones escritas años atrás, pensando que “podrán tal vez ser útiles para sostener v fomentar el entusiasmo de los buenos Españoles”, y no tardó en implicarse en la política activa, lo mismo que Juan Nicasio Gallego o Martínez de la Rosa, que apoyaron la misma causa, mientras que Meléndez Valdés o Moratín defenderían la contraria.

La inicial división entre adversarios y partidarios de los franceses se complica cuando el gobierno de la España no ocupada, o sea la Regencia que sustituyó a la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, convoca Cortes en Cádiz, que se abren solemnemente el 24 de septiembre de 1810, v se propone dar a España una constitución. Entre los patriotas, como entonces se llamaban, contrarios al gobierno de ocupación, se abre una brecha que divide a los partidarios de esa constitución (los liberales) v a los contrarios a las reformas v a la monarquía constitucional (los serviles).

La literatura se politiza entonces, radicalizándose las posturas sobre los aconteci­

mientos de actualidad, especialmente en aquella “España abreviada”, como Alcalá Galiano llamó al Cádiz de las Cortes, donde “los mismos literatos solo usaban la pluma para tratar cuestiones políticas, porque en otros asuntos apenas habrían encontrado lectores”3. La de la Guerra de la Independencia es, por tanto, una literatura de circunstancias, y de circuns­

tancias políticas. Todavía en 1811, “se prestaba atención a las producciones impresas, pero corta, salvo en una u otra ocasión en que lo impreso era casi como lo hablado, porque tra­

taba de las cuestiones políticas pendientes”4 * 6. Y no es irrelevante que en los testimonios contemporáneos observemos tanto el deseo de orientar la opinión pública desde arriba, como el peso de la demanda popular en el rumbo que había de seguir la creación Uteraria.

4 Manuel José Quintana, op. cit, , p. 78.

' Antonio Alcalá Galiano, op. cit, p. 170.

6 Ibidem, pp. 186-187.

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REIRE

J.I I I 1< Vi l R \ CULTA ANTIFRANCESA. LA POESÍA

Aunque parezca anecdótico, es un hecho que los escritores contrarios a la invasión que pronto coincidirían en el Cádiz de las Cortes, y que en general sostenían ideas liberales, eran por lo general más jóvenes que los que apoyaron la causa del rey José. Cuando Me- léndcz tiene cincuenta y cuatro años, Moratín cuarenta y ocho, y Marchena entra en la cuarentena, ni Quintana, ni Gallego, ni Arriaza, ni Jérica, ha cumplido los cuarenta, Mar­

tínez de la Rosa ronda los veinte, y Félix Alaría Hidalgo todavía no los tiene cuando escribe su oda La España restaurada por la victoria de Bailón.

En la primera etapa de la ocupación de Madrid, estando todavía en la capital, com­

pone Quintana sus dos odas A España libre, que publica en cuanto la ciudad es evacuada, firmándolas con su nombre, lo que era entonces un significativo acto de valor, pues nadie podía asegurar que los franceses no regresaran, como así fue, tomando represalias. En octubre del primer año de la guerra publica en Madrid sus Poesías patrióticas, un mes después de haber reanudado la publicación del Semanario Patriótico. El adjetivo utilizado en ambos títulos no es casual, y no puede interpretarse con las connotaciones que el término adquirió en épocas posteriores. No obstante, el propio Quintana se cuida de explicar' que las Poesías patrióticas no las escribió entonces: “Estas Poesías se han escrito todas antes de la época en que nos hallamos, y alguna [se refiere a la oda A Juan de Padilla] cuenta once años de anti­

güedad”. Como también advierte que la oda A la invención de la Imprenta que ahora incluye en ellas no es la misma que había publicado en 1802, pues “las cadenas que entonces apri­

sionaban la verdad entre nosotros no permitieron que se imprimiese como se había es­

crito”. No fue, pues, la invasión francesa la que impulsó a Quintana a componer unas poesías que él mismo apellidó de patrióticas, y que dice inspiradas “por el amor a la gloria y a la libertad de la Patria”, pero que nunca habían sido editadas, porque “el miedo o la opresión no lo consentía”. Sin embargo, A España después de la revolución de mar~yi, fechada en abril de 1808, rezuma ya los sentimientos antinapoleónicos predominantes entre los es­

pañoles durante la guerra que comenzaría en mayo, y que también encontramos en Al ar­

mamento de las provincias españolas contra los franceses, de julio de 1808.

La utilización de la literatura como arma política se extiende por toda España. Juan Nicasio Gallego, luego diputado en las Cortes de Cádiz, escribe en caliente su Elegía al Dos de Mayo de 1808, que se publica por vez primera en Jaén v en Cádiz, y en 1809 en Sevilla.

En Madrid no vería la luz hasta 1814, en la edición de Ibarra, cuando va era conocida en toda España. También en 1809 cantó el heroísmo de Zaragoza en el soneto que tituló A Zaragoza rendida por el hambre y la peste, más cpte por el valor francés. Y la versión autógrafa del soneto Al Lord Wellington en la toma de Badajoy está fechada el 9 de abril de 1812. Pero las poesías patrióticas más populares (populares no por su origen, sino por su difusión) fueron las que tenían música (canciones, marchas e himnos) que, además de cantarse privada­

mente, solía corear todo el público asistente a las funciones teatrales en la España libre8, como ocurrió con la Canción para el aniversario del Dos de Mayo, que Gallego escribió en 1812, y a la que puso música Mariano Ledesma.

En la Advertencia que las precede, fechada el 6 de octubre de 1808.

s Algunas, dedicadas a sucesos puntuales fueron menos célebres, como la Cardón patriótica dirigida a los soldados españoles con ocasión de la batalla de Eslinga, ganada a Napoleón por los austríacos en el estío de 1809, escrita por Gallego.

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Asimismo fueron muy populares las letras de himnos, marchas y canciones escritas por Juan Bautista Arriaza, casi tanto como su famosa Profecía del Pirineo, escrita en julio de 1808, reeditada dos veces ese mismo año, y varias veces reimpresa a lo largo de la guerra (1810, 1811 v 1813), v aún después de terminada ésta. También Arriaza coleccionó sus composiciones en un volumen que lleva el mismo título que el de Quintana, Poesías patrió­

ticas, que en 1810 vio la luz en Londres y en México, y en donde se encuentra la Canción de los defensores de la Patria, v su famoso Himno de la victoria, cantado a la entrada de los ejércitos victoriosos de las provincias en Madrid. Por el Diario de Madrid del 27 de agosto de 1808, sabemos que se cantaba con la misma música que la letrilla de Meléndez Bebamos, bebamos, muy co­

nocida, de modo que pudiera servir “para renovar, al fin de nuestros convites, la memoria de tan gloriosas hazañas.” También sus Estrofas en honor del duque ele Ciudad Rodrigo, de 1813, se cantaban con música preexistente: la de la marcha nacional Españoles, la Patria oprimidad

El mismo año que las Poesías patrióticas de Arriaza vio la luz también en Londres La lira de la libertad, de Cristóbal de Beña, que viajó a la capital británica acompañando a su superior militar, el escocés Downie, mariscal de campo en los ejércitos españoles y fun­

dador de la Legión Extremeña, a la que Beña pertenecía. En ese poemario se encuentra su Memoria del Dos de Mayo. Pero Beña escribió además dos sonetos, uno contra Napoleón y otro contra José Bonaparte, algo que, por cuestión de principios, no hicieron ni Quintana ni Gallego.

Sánchez Barbero se señaló por sus composiciones patrióticas, reunidas bajo el título de Ea invasión francesa en 1808, donde se encuentra la entonces conocidísima Marcha de nues­

tros ejércitos contra los franceses10, cuyo estribillo decía:

Guerra, guerra sin fin al tirano;

a la guerra, feliz juventud;

toda Francia redúzcase a llano, goce el mundo por ti la quietud.

Blanco White dedicó una oda M la instalación de la junta Central de España, encendida en sentimientos patrióticos, donde llama a Napoleón, como tantas otras composiciones de entonces “el tirano de Europa”.

Y el joven Martínez de la Rosa, cuya contribución de mayor enjundia tueron sus dos obras dramáticas estrenadas en el Cádiz de las Cortes, Lo que puede un empleo y La viuda de Padilldf también puso su talento literario al servicio de la causa española en una epístola que publicó el 21 de diciembre de 1809 El Espectador Sevillano, y redactando en el Cádiz de 1810 La Revolución actual de España, así como el famoso soneto A la victoria de Salamanca. En Londres se imprimió en 1811 su poema Zaragoza, uno de los muchos que se presentaron

Arriaza también es autor de himnos patrióticos como E/ regreso de Fernando o el Himno patriótico para cantarse en el aniversario del Dos de Mayo, ambos de 1814.

Contiene además: De Bonaparte, Victoria de los españoles sobre los franceses, Futrada de nuestras tropas en Madrid, Proclamación de Fernando VIL

11 Representada la primera de ellas el 5 de julio de 1812, en principio sin más pretensiones que la de acom­

pañar al estreno del Bruto primo, de Alfieri, traducido por Antonio Saviñón con el título de Roma libre.

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ANA M“ FREIRE

al Concurso de Poesía y elocuencia en honor de 7.aragoga, convocado por la Suprema Junta Central en marzo de 180912. Cuenta Alcalá Galiano que la Junta Suprema concedió varias amplia­

ciones de plazo, no porque no se hubieran recibido originales (se presentaron veintisiete poemas y dieciocho narraciones), sino porque no acababa de llegar el de Juan Nicasio Ga­

llego, a quien, al parecer, se quería otorgar el premio13.

LOS CASOS DE ALBERTO LISTA Y JUAN MELÉNDEZ VALDÉS

Las defensas heroicas y las victorias estimulaban a los poetas. Incluso Alberto Lista tuvo tiempo de escribir un poema a La victoria de Bailón, antes de unirse a los partidarios del rey José, y Melcndez Valdés hizo famosa su Alarma española. La victoria de Bailón es un poema no solo de circunstancias, sino de ocasión, al que falta la fuerza que se advierte en la poesía de Quintana, aunque ambos escriben en moldes clásicos, que si dan solemnidad a los versos, en la misma medida los hacen para el lector de hoy excesivamente declama­

torios. Es posible que no mucho después de haberla escrito, se arrepintiese Lista de sus apostrofes a los franceses:

¿No sois los invencibles que llevaron muerte, luto y ruina

del Rhin a la remota Palestina?

“Mirad vuestros laureles. Reteñidos están de sangre humana,

y de inocente lloro salpicados.

Teñidlos más y más. Que gima el hombre:

la Bética asolada

nuevos triunfos reserva a vuestra espada.

Y qué, ¿la España aclaman y Fernando esa mísera gente?

¿El yugo esquivan que se digna darles el gran Napoleón? ¡Necios! perezcan, y allá en la tumba fría

los laureles recuerden de Pavía.”

Así dijo aquel fiero, que tendiera sobre el Amo florido

los silenciosos velos de la muerte (...)

12 Las bases de la convocatoria del concurso se encuentran en la Colección Documental del Fraile, v toda la documentación en el Archivo Histórico Nacional; Estado, Junta Central, legajos 18 y 19. Valdría la pena que, con motivo del centenario de los sitios, alguien le prestase atención, pues es un asunto que no ha sido estudiado.

’ ’ Antonio Alcalá Galiano, Literatura española siglo XIX, Madrid, Alianza Editorial, 1969, p.108.

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LA Lt TE LATALA EEÁRME (iSOS-l&!T)

Alarma española, de Meléndez Valdés, que en 1808 se publicó por lo menos en Valen­

cia, en Madrid y en Sevilla1'1', comienza:

Al arma, al arma, españoles, que nuestro buen rey Fernando, víctima de una perfidia, en Francia suspira esclavo.

En su bondad inocente, como verdad los halagos creyó de un aleve amigo, v corrió inerme a los brazos (...)

El poema presenta a Fernando como víctima inocente (lugar común en toda la lite­

ratura de la Guerra de la Independencia), contándose el autor entre los que le adoran, y animando a los españoles a levantarse en armas, para rescatar al que gime entre grillos y esposas, a causa de la ambición del hombre que está asolando Europa:

Ved, si no, la triste Italia, y allá en Roma, al Pastor santo, hecho el indigno juguete del mismo que tanto ha honrado.

Ved al holandés sufrido, la Prusia, el rudo polaco, el noble alemán; de sangre la Europa entera hecha un lago.

Creyó sus dobles promesas ciego el portugués, y, a saco dadas sus ricas ciudades, maldiciendo está el engaño.

Por la ambición de uno solo el mundo gime; los campos, los talleres, la oficiosa industria, todo asolado, seremos lo que son ellos, viles, míseros esclavos, v nuestras hijas y esposas servirán a su regalo.

' Alarma española. Romance. Compuesto antes del desastrado 2 de mayo a la detención del rey Fernando EII en Bayona, Madrid, Librería de Gómez y Castillo, s. a [1808]. Alarma española. Romance. AlExmo. Sr. Conde de Klontijo, s. 1., s.

i., s. a [1808], 7 pp. Alarma española. Romance, Sevilla, Imp. de la calle del Mar, s. a. [1808], 7 pp. Alarma española.

Romance que dirige a un amigo suyo, Valencia, Imp. de José Estevan, s. a., 7 pp'.

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ANA M“ FREIRE

Aparecen ya en el poema otros muchos tópicos recurrentes en toda la creación lite­

raria de la Guerra de la Independencia: la ambición de Napoleón, el recuerdo de Sagunto y de Numancia, el repaso de las atrocidades de Bonaparte en las distintas naciones de Eu­

ropa (que también encontramos en muchas obras de teatro patriótico, especialmente en monólogos, unipersonales o soliloquios dramáticos), la implicación de todo un pueblo en la lucha contra el invasor.

Todo suene al arma, y todos, del niño al trémulo anciano, soldados, la vida demos como buenos por entrambos (...)

Nadie diría que estos versos los escribió la misma persona que meses después acep­

taba formar parte del Consejo de Estado de José Bonaparte, colocado en el trono de Es­

paña por aquel -según los versos de Meléndez- ambicioso que había empapado Europa de sangre; ni que cantaría a ese rey en dos odas que le valieron el apodo de “copiador del rey Pepe” por un contemporáneo. En la primera de esas odas, fechada el 20 de abril de 1810, recién llegado José I a Andalucía, canta Meléndez su corazón generoso, benéfico y compasivo (calificativos con que sus partidarios acostumbraban a presentar a José Bona­

parte a la opinión pública), ante un el gesto que tuvo el rey con unos huérfanos:

Mis ojos se arrasaron en agua deliciosa;

latióme el pecho en inquietud sabrosa, y mi amor y mi fe más se inflamaron.

Más os amé y más juro amaros cada día,

que en ternura común el alma mía se estrecha a vos con el amor más puro.

Estas dos composiciones, que no están recogidas con las demás poesías de Meléndez en el tomo correspondiente de la Biblioteca de Autores Españoles, fueron incluidas por Georges Demeson en su Melénde^ Valdés'3. Niega Demerson el significado político de estos versos, alegando que el incidente que los provocó fue “humanitario y apolítico”, cuando es incuestionable que el mero hecho de haberlos escrito tiene en sí mismo un sig­

nificado político, al tomar partido por el rey José en unos momentos en que no se podía ser neutral, y así lo entendieron sus contemporáneos.

Más significativo es el contenido de la segunda Oda a José 1(14 de julio de 1811), es­

crita con motivo del viaje que éste hizo a Francia, oficialmente para ser padrino del rey de Roma, el hijo de Napoleón, pero en realidad para exponer a su hermano el Emperador

1? Georges Demerson, Meléndesj Va/dés, Madrid, Taurus, 19/1, 2 vols.

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LA LITERATURA EN ARMAS (1808-1814)

sus problemas en España tras la anexión a Francia del noreste peninsular, entre el Ebro y los Pirineos. El comienzo es el siguiente:

La excelsa umbrosa cumbre de Pirene doblaba ya con planta presurosa el buen rey que del lado

del grande hermano, cuva gloria tiene atónita la Europa y respetuosa, vuelve a su pueblo amado de mil guerreros fuertes rodeado.

Un pueblo inmenso sin cesar le aclama, que en su amparo le llama,

y hoy de su amor los votos ve cumplidos.

LA POESÍA POPULAR EN LA ESPAÑA LIBRE

Pero los literatos cuvos nombres han pasado a las historias de la literatura, aunque sea a la letra pequeña, no lo fueron todo. Esta guerra en la que pelearon militares y civiles, clérigos, nobles y pueblo llano, mujeres y niños, cada uno a su medida, generó una litera­

tura popular, entendiendo el término en el sentido de que surge del pueblo y a él se dirige, haciéndose los autores portavoces de un sentimiento colectivo. La gran mayoría de la li­

teratura publicada durante la Guerra de la Independencia o es anónima o se debe a autores de segunda o tercera fila, muchos de los cuales no habrían tomado la pluma en la mano si no hubiera sido por las circunstancias.

Entre los muchos autores de versos (que no poetas) abundan quienes deseando per­

manecer en el anonimato firman con iniciales, o con seudónimos que aluden a su postura ante las circunstancias: muchos amantes (El Amante de la Humanidad, Un Amante de la Patria y de la Verdad, El Amante del decoro público, Un Amante del Rey y de la Patria);

muchos españoles y españolas (Un Español amante del Rey y de su Patria, El Español ingenuo.

La Española, La Española en la Corte); muchos ingenios (Un Ingenio granadino, Un Inge­

nio grazalemitano, Un Ingenio murciano); muchos patriotas (Ln Patriota de la Ciudad de San Fernando, El Patriota T.); al lado de El Aprendiz de Poeta, Un Buen Patricio, Un Honrado Voluntario Andaluz, Un Rancio mameluco, Un Vecino de Cádiz y tantos seu­

dónimos más. Muchas de estas composiciones fueron escritas por mujeres: La Aragonesa fernandina, La Madrileña, Una Musa murciana, Una Patriota de la Isla de León, Una Se­

ñora inglesa y tantas otras.

Y aunque los autores firmen con sus propios nombres, quién recuerda hoy a Juan Galo Carreño, Francisco de Paula Garniel-, Benito Iñiguez de Heredia, José María del Río, Nicolás Tap y Núñez (Mirtilo Simritano} o fray Ramón de Valvidares, fuera de quienes nos dedicamos a estudiar este período.

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En cuanto a las formas poéticas, como escribí en una publicación16 de la que ahora extractaré algunos párrafos, no hay novedades con respecto al siglo precedente, solo cam­

bian los asuntos. Se escriben composiciones patrióticas en estrofas cultas (silvas, sonetos liras, octavas reales, estancias...) sobre asuntos elevados: odas (a Castaños, a Reding, al Marqués de la Romana, a la Suprema Junta Central, a la victoria de Bailen, a la victoria de Gerona el ó de agosto, al triunfo de Valencia el 28 de agosto), elegías (a la muerte de Fio- riciablanca, a la del conde de Maceda, a la de don Mariano Togores, a héroes con nombres que la historia ha olvidado); y en estrofas populares (romances, letrillas, coplas...). Se pu­

blican adivinanzas en ovillejos, y epigramas en décimas o en redondillas; para himnos v canciones era frecuente usar la octavilla aguda.

También fueron muy cultivadas dos modalidades paródicas: las recetas y los epitafios, invariablemente dedicados a personajes vivos, cuya existencia no era grata. Uno muy di­

fundido en 1808 fue el de Dupont, después de la batalla de Bailén:

Yace aquí el grande Dupont, grande cuando Dios quería, que murió de un bofetón que le dio la Andalucía.

Las recetas para hacer franceses, para hacer Napoleones, o para deshacerlos prolife- ran en los periódicos de las ciudades no ocupadas, que se los pasaban con rapidez: el 29 de agosto de 1808 el Diario de Badajoy publicaba una Receta para hacer Napoleones y es infalible, que insertaba el día 30 el Diario de Valencia, tomándola, según confesaba, del Diario de San­

tiago', también la encontramos en el Correo Político y literario de Salamanca, v sería recogida más adelante en la Colección erudita, tanto en prosa como en verso, agradable y curiosa, no menos útil que gustosamente entretenida. Arte de vivir alegre y reírse de Napoleón Bonaparte, impresa en Jerez de la Frontera. Decía así:

Coge un puño de tierra corrompida, un quintal de mentira refinada, un barril de impiedad alambicada y una azumbre de audacia bien medida.

La cola del Pavón coge extendida, y del Tigre la garra ensangrentada, del Corso el corazón, y la taimada cabeza de la Zorra envejecida.

Todo esto bien cosido en un talego de exterior halagüeño, hermoso y blando arrimarás de la ambición al fuego.

Déjalo que se vaya incorporando,

16 .úna M“ Freiré, “La literatura española en 1808”, en Entre el Dos de Mayo y Eiapoleón en Chamartín: los avatares dé la guerra peninsular y la ¡ntemncim británica, número monográfico extraordinario de la "Revista de Historia Militar, que recoge las actas del II Seminario sobre la Guerra de la Independencia, Madrid, 2005, págs. 267-283.

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v tú verás sin duda cómo luego sale un Napoleón de allí volando.

También fue muy famosa la Receta para deshacer Mapoleares, que el7 de septiembre de 1808 publicaba el Correo de Jaén:

Echarás en infusión del valor la quintaesencia, mucha dosis de prudencia, de acero grande porción, muchísima munición, V unidas bien estas partes podrás con cuidado en Martes arrimarlas a un gran fuego, verás como desde luego disuelves los Buonapartes.

Entre las composiciones en verso abundan las fábulas, cuyas características propias, ya en el siglo XVIII habían hecho de ellas un vehículo especialmente apto para la sátira, porque su doble lectura servía para eludir la censura cuando llegaba el caso. Desde el pri­

mer momento fue muy fácil identificar a invasores e invadidos con los animales de sus res­

pectivos escudos, el águila francesa v el león español, aunque no fueron los únicos. Francia siempre está representada por animales rapaces, ya sean aves (Fábula alusiva a los sucesos del día, el León y el .Aguila'J, ya zorros o raposos (El León y la Zorral1’', Cábula original y del día El Raposo usurpador, de Pisón v Vargas). Otras veces son ratones y gatos los que encarnan a las dos naciones: El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses. Poema serio en dos cantos, de Benito Iñiguez de Heredia”, o Muchos ratones contra cuatro gatos. Fábula alegórica a los raros acontecimientos ocurridos entre España y Francia en el año de 1808, por Pancracio Pau de Fonsels, inserto en la Colección erudita antes mencionada.

Pero también se aprovechaban composiciones antiguas cargándolas de un nuevo sentido, como la fábula de Samaniego que comienza “A las tristes palomas un Milano/' sin poderlas pillar, seguía en vano;,/ mas él a todas horas,/ servía de lacayo a estas señoras...”, publicada en el Diario de Valencia, el 20 de junio de 1808“l

Buena parte de estas poesías se reunieron en colecciones, como la célebre Colección de canciones patrióticas hechas en demostración de la lealtad española, en que se incluye también la de la

• Firmada por D. D. A. C. , la hemos visto publicada en Corno de Jaén 16-X-1808 y en Correo Político y Literario de Xere-^ de la Frontera, 1808, p. 64.

Sevilla, en la Imprenta de la Calle de la Mar, 1808.

Madrid, Luciano Vallín, 1808.

2" 'También se insertó en obras como la Carta de una Paloma de España al Milano de Córcega y en la segunda parte de Mapoleón o el verdadero Don Quijote de la Europa.

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ANA M“ FREIRE

Nación Inglesa titulada E/ God Seivd de Kiim' (sic), que recoge muchas del primer año de la guerra.

Una de las colecciones de más éxito, que no fue antològica, sino preparada a propó­

sito, se publicó con el título La Constitución de España puesta en canciones de música conocida para que pueda cantarse al piano, al órgano, al violín, al bajo, a la guitarra, a la flauta, a los timbales, al arpa, a la bandurria, a la pandereta, al tamboril, alpandero, a la jampona, al rabel;y todo género de instru­

mentos campestres, firmada por Ln Aprendip de Poeta, seudónimo que ya desde entonces se cree que encubría al escritor Eugenio de Tapia. El ejemplar que he manejado es el que se imprimió en Madrid, en la Imprenta de Eusebio Alvarez, en 1808, y, como puede deducirse por la fecha, se refiere a la Constitución de Bayona. El título, humorístico por esa larga enu­

meración de instrumentos, tiene un significado que va más allá de lo jocoso, pues alude a la empresa común, total, de los implicados en la defensa de España, ya de las clases cultas (el piano, el violín, el arpa), como de las populares (la guitarra, la bandurria, la pandereta), de los ambientes urbanos o de los rurales, que tocan el pandero, la zampona o el rabel, e incluso se menciona el órgano, utilizado habitualmente en el ámbito de lo religioso. El re­

curso a melodías conocidas facilitaba la memorización de las nuevas letras, que satirizaban, artículo por artículo, la constitución de Bavona. No obstante, lo más frecuente fue que las composiciones en verso, mayoritariamente festivas, jocosas o satíricas, se publicasen en hojas sueltas o en la prensa.

LOS PERIÓDICOS COMO CAUCE DE LA CREACIÓN LITERARIA Desde finales del siglo XVIII las páginas de los periódicos se veían inundadas de co­

laboraciones espontáneas de lectores con pretensiones de literatos, que en 1808 rebosan patriotismo y, a medida que la guerra avanza, adoptan un cariz cada vez más político, es­

pecialmente en Cádiz. El auge del periodismo durante la Guerra de la Independencia fue crucial para dar salida a la inspiración y al entusiasmo de tantos, creándose entonces pe­

riódicos en localidades que nunca los habían tenido.2122

En su mayor parte se trataba periódicos de información general, algunos de ellos muy breves, de una sola hoja, aunque los mejores solían tener cuatro (o sea, ocho páginas) en los números ordinarios, que generalmente tenían tamaño cuarto.

Las imprentas, numerosas, en que se imprimían los periódicos también surtían de fo­

lletos, hojas sueltas, pasquines v demás papeles a quienes supieran leer, que tampoco eran todos, pues era muy altala tasa de analfabetismo.

21 Cádiz, Imprenta de don Nicolás Gómez de Requena, s. a.

22 Al estudiar la poesía popular de este período he encontrado poemas en cerca de sesenta publicaciones pe­

riódicas de toda España (correos, diarios, gacetas, u otros de contenido misceláneo) de las ciento cincuenta que contiene la Colección Documental del Fraile.

(13)

LA LITERATURA EN ARMAS (1808-1814)

LA UTILIZACIÓN' PATRIÓTICA DEL TEATRO

Por esa razón, entre otras, se recurrió también al teatro, donde no solo se transmitía un mensaje, sino que se facilitaba el contagio de la pasión política. Así lo entendían los es­

pectadores de entonces, uno de los cuales, abogando por su apertura en Cádiz, escribía el 6 de diciembre de 1810 en el Semanario Patriótico-.

El patriotismo se inspira y no se enseña; es un instinto, un sentimiento, no un raciocinio: vive v se alimenta de espec­

táculos para la vista; de ficciones para la imaginación; de ejem­

plos para la memoria. ¿Dónde sino en el teatro se reúnen con más fuerza esos poderosos agentes morales? Allí es donde a manera del fluido eléctrico las pasiones populares se comuni­

can un instante y se hacen más grandes por el contacto de los concurrentes; pues el amor a la patria es una pasión popular;

V ;av de nosotros, si no conseguimos que sea la más grande, o por mejor decir, la sola del pueblo español!

En las discusiones de las Cortes de Cádiz sobre la conveniencia de abrir el teatro en la ciudad, el joven diputado Mejía Lequerica la defendía, alegando que el teatro era “un medio de promover el valor v el espíritu patriótico, representándose dramas oportunos a este fin v promoviendo el celo de los poetas para que los compusieran.” Pero se encontró con una fuerte oposición, hasta que la discusión, por iniciativa de Juan Nicasio Gallego, se trasladó a las autoridades locales, va que el gobierno de la nación tenía otros problemas en que ocuparse, v finalmente el teatro se abrió.

El género en que más destacó la creatividad española fue el teatro, una vez vencida la resistencia que en algunas localidades hubo para su reapertura, ya que en el primer mo­

mento de la guerra fue casi general el cierre de los teatros. Erna vez reabiertos, se comprobó que la medida era una verdadera necesidad. En la España ocupada, porque servía de dis­

tracción a un sector de la población v además ayudaba a mantener el orden en la guarnición francesa, a la que con frecuencia se le facilitaba el acceso gratuito o a precios muv asequi­

bles. Y en las ciudades libres porque era un ámbito en el que compartir los ideales que alen­

taban a la defensa de la patria, que permitía además la representación de las piezas de circunstancias, recién escritas o recién llegadas de otra ciudad donde se habían represen­

tado con éxito, lo cual era un reclamo publicitario, sobre todo si habían sido representadas en el Cádiz de las Cortes. En su momento lo llamaron teatro de sucesos del día, de contenido patriótico, v en cualquier caso un teatro, que tiene, en mi opinión, algo de periodístico y mucho de propagandístico. Por cierto que el sintagma teatro patriótico no es cosa de la crítica posterior. Así se llamaba entonces y bajo este marbete se imprimieron colecciones durante la guerra. El catálogo de obras de teatro patriótico y político que vengo formando desde hace años sobrepasa en la actualidad las ciento ochenta obras localizadas, sobre las que pre­

paro un trabajo, que con el tiempo completará el que pronto verá la luz sobre el teatro re­

presentado en Madrid durante la guerra2 ’.

2-’ El teatro español entre la Ilustración y el Román ticismo: Madrid durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), Madrid, Iberoamericana-Vervuert (En prensa).

(14)

ANA Ai” FREIRE

El estudio del teatro representado en España entre 1808 y 1814 me permite afirmar que el único teatro que se escribió durante la guerra fue el de carácter patriótico v político.

El resto de las obras que se vieron en los escenarios españoles, y concretamente en los ma­

drileños, procedía en su mayor parte del repertorio de las compañías anterior a la guerra:

teatro del XVIII o del Siglo de Oro, casi siempre refundido o adaptado, y traducciones va conocidas. Algunas más, casi siempre del francés, se incorporaron a la cartelera bajo la ocu­

pación francesa, como las traducciones de Molière que debemos a Marchena: Ê/ hipócrita (1811) y Læ escuela de las mujeres (1812). En cualquier caso la efectividad del teatro repre­

sentado en la España ocupada no alcanzó las cotas de las funciones patrióticas, en las que los coliseos estaban llenos, como sabemos por las recaudaciones, y en las que el público vibraba y de algún modo participaba, ya que en los intermedios o al final se cantaban can­

ciones e himnos de los que antes he hablado.

El teatro patriótico y político, aunque de escasa calidad, nos permite sin embargo se­

guir, obra a obra, el curso de la guerra, desde sus preámbulos hasta la evacuación de la pe­

nínsula por parte de las tropas francesas, así como las luchas entre serviles y liberales.

Apenas hay quien recuerde hoy a muchos de sus autores: Lucas Alemán, fray Juan José Aparicio, Lorenzo Campillos, Diego del Castillo, Agustín Juan de Poveda, Ventura Madero y Montoliu... y ya no digamos a los que firman con sus iniciales o con seudónimos, como Timoteo de Paz y del Rey, Un Español amante de su patria, Un Ingenio Español u otros. Algo más suenan los nombres Félix Enciso Castrillón, que escribió por lo menos ocho obras patrióticas, Francisco de Paula Martí, autor de siete, o Antonio Valladares de Sotomayor, Gaspar Zavala y Zamora y otros. No sería poca alabanza poder decir de mu­

chos de ellos lo que Moratín escribió de Antonio de Zamora: “desconociendo los precep­

tos del arte, cultivó la poesía escénica sin mejorarla, y la sostuvo como la encontró.”

Aunque no todas esas piezas se imprimieron (muchas se conservan manuscritas), su difusión fue enorme, como puede verse por las reimpresiones en distintos y distantes lu­

gares de España. En las etapas de Madrid libre, se imprimen o reimprimen obras de teatro patriótico y político en más de veinte imprentas, en ocho imprentas de Cádiz, siete de Va­

lencia, cinco de Sevilla, cuatro respectivamente de Palma de Mallorca y de Málaga, un par de ellas de Cartagena y otras dos de Murcia, así como en otras imprentas de Mahón, Isla de León, Seo de Urgel, Alicante, Tarragona, Granada, Córdoba, e incluso La Habana, donde en 1810 se editan las dos partes de una obra titulada El rústico patriota. Las obras más difundidas fueron Ea batalla de los Arapiles o derrota de Marmont, de Francisco Garnier González, 'Dépensa de Valenciay castigo de traidores, de Félix Enciso Castrillón, El día Dos de Mayo de 1808 en Madrid,y muerte heroica de Daopy Velarde, de Francisco de Paula Martí, Es­

paña encadenada por la perfidia francesa y libertada por el valor de sus hijos, Elfin de Napoladrón por sus mismos secuaces, Napoleón rabiando, escrita especialmente para que pudiera representarse en casas particulares, y muchas más.

(15)

LAS FORMAS NARRATIVAS EN LA ESPAÑA NO OCUPADA

Aunque las circunstancias, como suele ocurrir, condicionan la preferencia de los es­

critores por unos géneros sobre otros, no se puede achacar a la Guerra de la Independencia la escasez de narrativa de ficción y concretamente de novelas.

En los 1.008 volúmenes de la Colección documental del Fraile, a cuyo estudio dedi­

qué mi tesis doctoral, solo encontramos un par de ellas en los años de la guerra: A/Vcru? o Los polacos, publicada en Mallorca por Felipe Guasp en 1814, que es traducción de Pigault- Lebrun, v Don Papú de Rabadilla, estudiada hace algunos años por Pedro Alvarez de Mi­

randa24. Aunque la ausencia de novelas en la colección del Fraile podría achacarse a la falta de interés del compilador por este género, no fue esa la causa, ya que muy pocas novelas más se escribieron y publicaron entonces25, entre ellas Los Mamelucos triunfantes}'páparos ex­

tinguidos, brevísima novela de menos de veinte páginas publicada en Cádiz en 1809.

La narrativa de carácter literario se publicó durante la guerra sobre todo en las páginas de los periódicos o en folletos y hojas sueltas, v tiene por lo general carácter satírico, uti­

lizando moldes tan dieciochescos como cartas, diálogos, discursos o sueños. Su valor li­

terario es tan escaso como grande su valor testimonial.

LA LITERATURA DE LA OCUPACIÓN

De muy distinta manera utilizaron el arma de la literatura los partidarios de la ocu­

pación. Desde luego, salvo excepciones, apenas publicaron poesía en la prensa o en folletos sueltos. Ya he apuntado la contribución de Lista y la de Meléndez, que no fueron los úni­

cos, a la causa de José Bonaparte. Manuel María de Arjona fue procesado en 1814 por una oda dedicada a José Bonaparte cuando entró en Córdoba en 1810, que tiene una curiosa historia. Y digo curiosa historia porque la oda la había escrito en 1796, con motivo de la llegada a Andalucía de Carlos IV, v fue su amigo José Marchena quien la refundió en 1810, adaptándola a las nuevas circunstancias. Recuerda a las estatuas ecuestres a las que se cam­

biaba, a tenor de las circunstancias políticas, la cabeza del jinete. Se ve que en ocasiones también los poetas tuvieron que recurrir a soluciones de emergencia.

En cuanto a la narrativa bajo la ocupación francesa, según la obra de M“ José Alonso Seoane26 predominaron las reimpresiones de obras anteriores y la edición de traducciones, que en algún caso pueden interpretarse como un desafío, por tratarse de obras antes pro­

hibidas en España. En Madrid se publica Zadig, de Voltaire (Madrid, 1810), incluida en el Edicto de obras prohibidas en España de 1806; Cornelia Rororquia (Madrid, 1812), prohibida por la Inquisición en sucesivas ocasiones desde 1802; o Rosalía, o la joven seducida, de Ba- culard d’Arnaud (Taris, 1775), publicada en Madrid en 1812. Entre otras editadas en Va-

24 “La primitiva versión (1814) del Don Papis de Bobadilla de Rafael José de Crespo”, en Ideas en seis paisajes.

Homenaje al profesor Rjissell P. Sebold, Alicante, Universidad, 1999, pp.63-70.

M* José Alonso Seoane, Pdarrativa de ficción y público en espada: Los anuncios en la Gacela y el Diario de Madrid (1808-1819), Madrid, Editorial Universitas, 2002.

2<‘ Cfr. Ma José Alonso Seoane, op. cit.

(16)

ANA M* FREIRE

leticia señala M'1 José Alonso los Cuentos morales, de Marmontel, traducidos por Estala (Va­

lencia, Ferrer de Orga, 1813), prohibidos en España en 1789.

Y la utilización del teatro en pro de la causa francesa tuvo características muy dife­

rentes de la que se hizo en la España libre. No se creó un teatro de circunstancias o de su­

cesos del día. Entre las numerosas obras de teatro político que he localizado, apenas hay alguna a favor de los franceses o de los afrancesados, seguramente porque no se escribie­

ron, va que tampoco aparecen en los anuncios de representaciones en las ciudades ocu­

padas. Son excepción un par de obras, Calefones en Alcolea y Tres centinelas en un mismo puesto o Ea mocita m facción, firmadas respectivamente por Antero Benito Núñez y por un anónimo Oficial del Ejército Imperial. Por el contrario, cuando se quiso honrar al rey José en los coliseos, se escogieron para las funciones obras del antiguo teatro español seleccionadas por su mérito literario y por el mensaje que se podía deducir y aplicar a la situación del mo­

mento. No son frecuentes casos como la loa El templo de la gloria, de Zavala v Zamora, in­

terpretada en Madrid el 19 de marzo de 1810, con motivo del santo del rey José. La Comisión de Teatros creada por José Bonaparte y presidida por Moratín tuvo precisamente como tarea principal la selección de las mejores piezas existentes en los caudales de los co­

liseos de Madrid que respetaran los criterios del arte y los de la coyuntura política, aunque en alguna ocasión fue el propio Rey quien decidió personalmente que se representaran al­

gunas obras que el ministro de Policía, Pablo Arribas, consideraba inoportunas en aquellos momentos2 . Tampoco fue un inconveniente en el Madrid francés que los autores de al­

gunas obras se encontraran en aquellos momentos en el bando contrario, como era el caso de Jovellanos, cuyo Delincuente honrado, se representó en el coliseo del Príncipe en fe­

brero de 1811, reponiéndose en febrero, en junio y en enero de 1812, o de Juan Nicasio Gallego, autor de la mejor versión española del Óscarde Arnault, de la que hizo una inter­

pretación antològica Isidoro Máiquez en el Madrid ocupado de 1811.

PERDER Y GANAR

Las armas literarias de las que habla el título que me fue propuesto para esta confe­

rencia fueron, como hemos visto, muy dispares. No quisiera establecer un paralelo que se tomara demasiado a la letra, pero puede advertirse cierta semejanza entre las personas y medios empleados para combatir a los franceses y la vertiente literaria de esa contienda.

Así como entre los defensores de la causa española se aprestó a la guerra todo tipo de per­

sonas, no específicamente preparadas para ello, también se sirvió del arma de la escritura cualquiera que se sintió movido a ello por sus sentimientos patrióticos o por sus opiniones políticas, sin cuidarse de poéticas ni de preceptivas y sin tener en la mayoría de los casos talento para la creación literaria. Algunos que sí los conocían, despreciaron t'oluntaria- mente los preceptos, como el autor de la “quasi-comedia del día” Aapoleón rabiando cuando explicaba:

2 Sobre este asunto véase: xXna Ma Freiré López, “El teatro en Madrid bajo el gobierno dejóse Bonaparte (y el proyecto de Reglamento redactado por Moratín)”, en Guerra de la Independencia. Estadios. Zaragoza, Ins­

titución Fernando el Católico (C.S.I.C.), 2001, tomo II, págs. 761-774.

(17)

LA LITERATURA EN ARMAS (1808-1814)

La presente composición ni es comedia ni tragedia, ni cosa que lo valga: para su formación se cerraron con cien lla­

ves en el baúl del olvido los Aristófanes, Sófocles, los Plautos, los Terencios v otros perillanes trágicos y cómicos, junto con la asombrosa multitud de leyes que hay que observar para se­

mejantes composiciones, de las que solo las tres cacareadas unidades de acción, lugar y tiempo son las que sin querer se han observado.

Es evidente que conocía el Arte nuevo de hacer comedias y que, aunque solo fuera en su afán de libertad creadora, quiso emular a Lope de Vega. Pero ninguno de los autores de esta época tuvo su genio ni su fecundidad, aunque por la rapidez con que compusieron sus obras de ocasión, más de uno podría haber suscrito lo de que

en horas veinticuatro,

pasaron de las musas al teatro.88

El estudio de la literatura de esta época muestra que el bando español fue mucho más creativo, aunque la calidad de sus creaciones deje mucho que desear. Por otro lado, una cosa es ser creativo y otra innovador, v si en la poesía y en la narrativa no se advierte nada nuevo, el teatro patriótico y político se vale incluso de recursos, que el público aplaude, proscritos por los partidarios de un teatro ilustrado. Muchas comedias patrióticas eviden­

cian su parentesco con las comedlas militares dieciochescas, y en cuanto a recursos escé­

nicos están claras sus deudas con la espectacularidad de los últimos autosacramentales y comedias de magia.

Tampoco en la España ocupada se creó nada nuevo; se partió de lo ya existente, tra­

tando de dar continuidad v consolidar, sin éxito, el ideal neoclásico anterior.

La Guerra de la Independencia supuso el final del proyecto neoclásico de reforma del teatro’1’, no tanto como fruto de un propósito, como porque las necesidades de la gue­

rra lo trajeron de la mano. La literatura patriótica y especialmente el teatro que demandaba la lucha contra los ejércitos de Bonaparte contravenía, uno por uno, todos los ideales ex­

puestos por Moratín en el Prólogo o Discurso preliminar a sus comedias.

En las guerras todos salen perdiendo, y desde luego en la de la Independencia no salió ganando la literatura, que tendría que sobrevivir en lamentables condiciones hasta la muerte de Fernando VII. Sin embargo, algunas semillas que ya entonces se abrían paso con dificultad (ansia de libertad, poder del sentimiento, afirmación de lo nacional frente a lo extranjero...) llegarían a dar fruto en el período que llamamos Romanticismo español.

2H Lope de Vega, Egloga a Claudio.

29 Cfr. Ana AF Freire López, “El definitivo escollo del proyecto neoclásico de reforma del teatro. (Panorama teatral de la Guerra de la Independencia)”, en Teatro Español del Siglo Xl'lII, (ed. de Josep Ma Sala Valldaura), Lleida, Universidad, 1996, tomo I, págs. 377-396.

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