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Jonás 4. Leer Jonás 1:1-3; 3:1-5, 10; capítulo 4. Hermanos y amigos,

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Jonás 4

Leer Jonás 1:1-3; 3:1-5, 10; capítulo 4. Hermanos y amigos,

Esta historia de Jonás ha sido una historia linda hasta este punto. Tuvimos a este renuente Jonás que no quiso predicar, pero por medio de un milagro, Dios lo llevó a hacerlo. Jonás inició a predicar en la gran ciudad de Nínive, y la ciudad entera, sin excepción, se arrepintió de su pecado. Lamentaban su pecado, odiaban su pecado, y dejaron su pecado. No tenían otra esperanza sino en clamar al Señor. Luego pasó lo más bonito de todo: Al ver Dios lo que hicieron, es decir, que se habían convertido de su mal camino, cambió de parecer y no llevó a cabo la destrucción que les había anunciado. La ciudad fue perdonada.

Es una historia muy linda, muy hermosa – todas las partes y las personas de la historia – los marineros, el capitán, el pez, el rey – una historia muy linda – salvo una sola persona. Jonás. Este profeta terco, este profeta testarudo. La historia termina con él el día de hoy – un diálogo entre Dios y él. Es este diálogo que vamos a estudiar hoy. Les predico a ustedes la Palabra de Dios con este tema: Con esta planta marchita, Dios quiere abrir nuestros corazones a Su corazón. Con esta planta marchita, Dios quiere abrir nuestros corazones a Su corazón.

1. El enojo de Jonás. 2. La planta marchita.

Si recuerdan ustedes del último domingo, lo que pasó con la ciudad fue increíble. Nínive fue una de las ciudades muy grandes del mundo, algo como la Ciudad de México hoy. Y cuando Jonás inició a predicar su mensaje allí, casi al instante toda la ciudad se arrepintió. Fue una respuesta increíble, una respuesta inesperada. ¿Qué pasaría hoy en día si sucediera la misma cosa? Saldría en primera página en todas las revistas del mundo, y por meses. Se supondría que el profeta sería eufórico. ¡Una ciudad entera para Dios! Y ¡yo tuve el privilegio de llevar la Palabra de Dios a la ciudad! ¡Gloria a Dios!

Pero no. Así no pasó. De hecho, es el opuesto. Es como si estuviéramos

escuchando un concierto de Beethoven, muy lindo, muy harmónico, y llegamos a la parte más bonita de todo. Es un movimiento muy tranquilo, muy quieto, melodioso – y de repente PLASH – unos címbalos resuenen con una nota discordante y fuerte. ¿La ciudad salvada? Malo – dice Jonás – muy malo. 4:1 dice que esto disgustó mucho a Jonás, y lo hizo enfurecerse. Literalmente dice que era muy malo para él, malo de gran manera. Y lo hizo enfurecerse. Ardió en

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ira – y no sólo contra la ciudad, sino contra Dios. Dios no llevó a cabo el mal destinado para la ciudad. Dejar de hacer mal a la ciudad – para Jonás - fue la cosa más mala de todo. Malo, muy malo, dijo Jonás.

Al inicio del libro, cuando escuchamos que Jonás no quiso llevar la Palabra de Dios a Nínive, no sabíamos porque. No nos dijo el libro. En 1:1, la Palabra del Señor vino a Jonás, diciendo, “Predica contra esa ciudad de Nínive,” pero Jonás no lo hizo. Se fue rumbo a Tarsis. Y no sabíamos por qué. Tal vez pensábamos que fue porque la gente se iba a burlar, que lo iban a matar o algo así. Pero ¡no! ¡Aquí está la cosa sorprendente! 4:2 nos da su razón por huir. 4:2 - ¡Oh SEÑOR! ¿No era esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis, pues bien sabía que tú eres un Dios bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no destruyes.

Es decir, la razón por la cual Jonás no fue a Nínive no tiene nada que ver con su temor con los de Nínive. Si tuviera temor, nada más fue un temor de la bondad del Señor. Fíjense en lo que dice versículo 2 de nuevo. Jonás no quiso ir a Nínive, porque sabía lo que iba a pasar allí. Sabía que la ciudad iba a arrepentirse, sabía que Dios iba a perdonarles, y eso, más que todo, no quiso – ¡para nada! Por eso me anticipé a huir a Tarsis, pues bien sabía que tú eres un Dios bondadoso y compasivo, … que cambias de parecer y no destruyes. Jonás nada más quiso una cosa – que Nínive – la ciudad sangrienta – se quemara.

Malo, muy malo, dijo Jonás. ¿Por qué no fue la ciudad destruida? Porque Dios vio su arrepentimiento, porque Él es quien es, un Dios paciente, compasivo, lento para la ira y lleno de amor – Dios no llevó a cabo la destrucción que les había anunciado. Y eso – el carácter de su Dios – fue lo que enfureció a Jonás. Si eres así, Dios, si actúas así, Dios, si tengo que ver a esta ciudad seguir con la vida – mejor me salga de aquí. Dijo: Así que ahora, SEÑOR, te suplico que me quites la vida. ¡Prefiero morir que seguir viviendo! Si la realidad es así, si Tú Dios eres así, si éste es Tú carácter, quiero escaparme. Quiero morir, porque la muerte es mejor que la vida.

Es interesante cuando comparas las palabras de Jonás aquí – de capítulo 4:2 – con lo demás del libro. En capítulo 2, vimos que después de su rebelión Jonás

descubrió la bondad del Señor. En el vientre del pez, hizo una oración al Señor bonita sobre la bondad del Señor. Tú te compadeciste de mí en mi miseria, me salvaste. Por eso estoy vivo: porque la salvación viene del SEÑOR. Así termina su oración en 2. Pero fíjense bien. La razón misma por la cual él vive y respira es ahora la razón por su enojo. La salvación viene del Señor – esto fue la razón por

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el rescate de Jonás, y la razón por el rescate de Nínive. Y esto no quiso Jonás. Te agradezco por lo que hiciste conmigo, Dios, pero si vas a mostrar Tu misericordia a mis enemigos también – prefiero morir que seguir viviendo.

Misericordia para nosotros mismos, justicia para nuestros enemigos. Ésta es nuestra tendencia, hermanos. Como un par de hermanos jugando – dos niños. Los dos están allí, e inician a pelear sobre un juguete. El mayor pega al menor; el menor corre a su mamá, llorando – él me pegó, mamá, él me pegó. La mamá castiga al mayor. 15 minutos luego, la misma cosa pasa. Esta vez, el menor pega al mayor. El mayor corre a su mamá, y el menor, sabiendo lo que le va a pasar, grita a su mamá, “Mamá, ten misericordia. Es que soy pequeño. Ten misericordia de mí.”  Con los niños quizás es un poco chistoso. Pero no es algo bonito en la vida real. Este Jonás – otra vez – quería que la ciudad se quemara. Y nosotros – por un lado pidiendo perdón por lo que hicimos mal contra el Señor – pero al mismo tiempo abrigando rencor, amargura contra un enemigo. No voy a perdonarlo, no puedo, no quiero. Misericordia para nosotros, justicia para nuestros enemigos – es lo que queremos.

El Señor fácilmente podría haber aplastado a Jonás al instante. Esto fue lo que el ingrato merecía. En el nuevo testamento, con la parábola del siervo despiadado, el rey increpó al siervo por su corazón ingrato, y lo entregó a los carceleros hasta que pagara todo – un castigo inmediato. Pero el Señor no actúo así con Jonás. Hizo nada más una pregunta a él – v. 4 - ¿Tienes razón de enfurecerte tanto?—le respondió el SEÑOR. El Señor tiene paciencia aún con este Jonás. Yo no tuviera paciencia. Si quieres morir, Jonás, pues adelante  PAM. Pero el SEÑOR no actuó así. Quería liberar el corazón de Jonás – un corazón duro, un corazón atrapado por su enojo – quería liberarlo y abrirlo al mismo corazón de Dios. Tenemos que ver lo que sigue, cómo se desarrolló la situación.

2. La Planta Marchita.

Ustedes recuerdan lo que pasó luego. [Es el segundo punto: la Planta Marchita.] Jonás salió de la ciudad, al este, para ver lo que iba a pasar con la ciudad. ¿Por qué salió cuando sabía del perdón? No sabemos exactamente, pero creo que la razón es que no quiso aceptar lo que pasó. Tal vez pensó que la ciudad iba a devolver a sus malos caminos, y que Dios la iba a destruir a fin de cuentas. No lo quiso aceptar. Y allí hizo una enramada, y allí se sentó en su sombra. Podemos imaginarlo con un palo en la mano, escribiendo en la arena. 40, 39, 38, 37… y así contando los días. Como un niño hosco, no hizo nada salvo mirar a la ciudad, anhelando su destrucción.

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Pero ahora, en una manera extraña, el Señor inicia a actuar. Dice v. 6 que el Señor dispuso una planta para dar sombra a Jonás. A lo mejor era algún tipo de calabaza frondosa o algo así. La planta creció en una noche – y cuando Jonás se despertó en la mañana, allí había por todos lados en su enramada una planta verde y frondosa. El sol en el medio oriente es aún más fuerte de aquí, y Jonás se alegró muchísimo por la planta. v. 6 – se sentía una grande alegría. Afuera, caliente en el sol abrasador. Adentro de su enramada, fresco, refrescante. Pero en la noche, cómo dice versículo 7, Dios dispuso que un gusano la hiriera, y la planta se marchitó. Toda la planta se amarilló y su marchitó. Y cuando el sol se levantó, escuchamos de otra cosa que el Señor dispuso: un viento oriental abrasador. La frágil enramada ya no bloqueó el sol. Toda la fuerza del sol y el viento hería a Jonás en la cabeza, de tal manera que él desfallecía. Se sintió

mareado con el calor; su lengua se le pegaba al paladar. Fue otro truco del Señor, sin duda, otra cosa para hacerle miserable. Darle un poco de alivio, pero luego quitarlo en crueldad. Por fin gritó Jonás al Señor de nuevo: «¡Prefiero morir que seguir viviendo!»

Otra vez el Señor hace la pregunta a Jonás: —¿Tienes razón de enfurecerte tanto por la planta? —¡Claro que la tengo!—Jonás respondió—. ¡Me muero de rabia! Pero esta vez el Señor le contesta. Es un comentario muy simple, pero muy profundo, que termina con una pregunta. Tú te compadeces de una planta que, sin ningún esfuerzo de tu parte, creció en una noche y en la otra pereció. Y de Nínive, una gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y tanto ganado, ¿no habría yo de compadecerme?

Otra vez vemos aquí la gentileza del Señor – Su paciencia. Sus preguntas – suaves pero directas. ¿A ti te agradó mucho esta planta, Jonás? ¿Y por qué? Porque fue muy bueno para ti. Y tienes razón. Te dio un abrigo del sol. Sirvió un buen

propósito para ti. Matarla no tenía propósito. ¡Fue una pérdida! Pero, Jonás, ¿no ves que destruir a la ciudad sería una pérdida también? Hay 120,000

personas allí. No se distinguen su derecha de su izquierda. Es decir que no saben distinguir entre lo bueno y lo malo – nunca fueron enseñados Mi voluntad cómo en tu caso, Jonás. –– No le complace al Señor destruir. Si lo tiene que hacer, lo hará; pero Su gozo se encuentra en perdonar. Si hay arrepentimiento, el Señor no da largas al perdón. No dice, primero tienes que pagar por todo lo que has hecho. No, Jesús pagó, y es el gozo de Su Padre perdonar. La destrucción de los

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¿Te compadeces de una planta, pero de una ciudad no? ¿No ves las personas allí, antes atrapados por su maldad, ahora libres para hacer mi voluntad?

Aquí vemos cómo el Señor quiere abrir el corazón de Jonás a Su mismo corazón. Quiere abrir sus ojos. Quería abrir los ojos de Israel. ¡Quiere abrir nuestros ojos también! La muerte de un malvado es terrible, hermanos. Pero aquí vemos el corazón del Señor hacia el mundo. Es un corazón de justicia, sin duda, pero es un corazón que ve a las personas también. Penetra a través de todas las capas de nuestro orgullo, y Él ve la miseria de nuestros corazones, y ve, también, lo que podemos ser en Cristo. El corazón de Dios en su esencia es un corazón de misión. De misión impulsado por Su gran compasión, Su gran amor y Su gran misericordia. Esto está al mismo centro del ser de Dios. ¡Por eso, no se complace en la muerte del malvado, sino que el malvado se arrepintiera!

Y quiere abrir nuestros corazones a la misma verdad. ¿No ves la miseria de este pobre Jonás? Allí está el gran profeta de Dios – hosco, malhumorado. Es como un niño, enojado porque otro niño recibió una rebanada más grande. Es un hombre atrapado por su mismo rencor. ¿No lo ves? Algunas personas nunca dejan su enojo. ¡Toda su vida tienen que vivir con eso. Se levantan en la mañana – y no lo olvidan. Se acuestan en la noche – y no lo olvidan. Mueren abrigando ese rencor en su corazón – no lo dejarán, porque dejarlo sería decir que lo que la otra persona hizo fue cosa pequeña. ¿Pero no ven, hermanos? Lo que Nínive hizo contra Israel fue grande, sin duda – pero lo que hicieron contra el Señor fue mil veces más. Los de Nínive usaron el cuerpo que el Señor les dio, usaron la mente que el Señor les regaló, las manos, los pies, la comida, el aire – todos regalos de Dios – pero los usaron para crear destrucción en Su tierra. Sin

embargo, Dios los perdonó. Y no de mala gana. Cuando se arrepintieron ellos, los perdonó Dios. ¡Libremente! Y de igual manera, Él quiere abrir nuestros

corazones, a este mejor camino, a amar a Dios y amar a nuestro prójimo. ¿Cómo lo hace Dios? A través de la cruz.

Hay una historia en el libro Los Miserables escrito por Víctor Hugo que habla de dos hombres en particular. El primer hombre, un hombre muy pobre, robó en una ocasión un pan. Por este delito, la justicia despiadada de su país le condenó a diez años como galeote – diez años de remar. El hombre nunca olvidó la injusticia de su castigo. Remó y remó y remó, abrigando el enojo en su corazón. Se hizo grande, y fuerte, y terrible. Por fin se cumplió su castigo, y él salió libre. Pero todos supieron que fue un ex-convicto, y todos lo rechazaron. Fue de mal en peor. Pero pasó que cuando estaba durmiendo en la calle, en una noche muy fría,

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un obispo tuvo misericordia de él. Lo invitó a la casa, lo trató como un huésped, y cenó con él. Por fin le dio la cama del huésped y los dos se acostaron.

Ahora bien, este obispo no era muy rico. Todo lo que tenía lo dio a los pobres. Nada más tenía de valor dos candeleros de plata que él usó para sus comidas. Aún se sentía el obispo un poco culpable sobre este lujo. Pero fueron una herencia y se apaciguo con eso.

En el medio de la noche, el ex-convicto se levantó para salir. Agarró los dos

candeleros de plata, quebró el vidrio, y se fue corriendo. Un día luego la policía lo agarró. Un policía reconoció los candeleros. “¡Has robado los candeleros del obispo!” Y lo llevaron por fuerza al obispo de nuevo. Pero cuando llegaron allí y el obispo vio los candeleros, contestó, “¿Por qué agarraron a este hombre? ¡Estos candeleros eran mi regalo para él! Son suyos.” La policía, atónitos, tenían que dejar ir al ex-convicto – libre. El ex-convicto, por su parte, fue aún más atónito. Se fue reflexionando lo que acaba de pasar. Este acto de amor inmerecido fue el inicio en su vida para una nueva vida – de esta manera el ex-convicto también aprendió a amar.

Ahora bien, lo que el Señor nos hizo por nosotros es así, pero mucho mucho más. Somos como este ex-convicto, somos como este Jonás – mereciendo la muerte, sorprendido en flagrante delito – pero el Señor perdona. Él absorbe el costo por nuestro pecado. Él mismo paga por lo que hemos hecho, para que podamos salir y vivir libres. Y ¿dónde lo hace? ¿Cuándo lo hizo? En la cruz. Allí Dios mismo pagó por lo que nosotros hicimos contra Él. Que este hecho de amor y graica penetre en nuestras vidas, que este hecho transforme como vemos a la otra persona – ¡que tengamos misericordia!

El libro de Jonás termina con una pregunta. …¿no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales? La respuesta a esta pregunta de Dios es Sí, en su Hijo Jesús. La misericordia triunfa sobre el juicio (Santiago 2:13, RVG). La salvación viene del Señor. AMÉN.

Canción # 267 : 1,3,4 - Abre Mis Ojos a la Luz

Bendición: Salmo : - Que desde Sión los bendiga el SEÑOR, creador del cielo y de la tierra. AMÉN.

Referencias

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