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Nº 389 OCTUBRE 2013 SERVICIO PASTORAL MISIONERA AÑO XCI

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Nº 389

OCTUBRE 2013

SERVICIO

PASTORAL

MISIONERA

AÑO XCI

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LEMA: “Fe + Caridad = Misión”

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Fe y Caridad.

No es legítimo separar, y me-nos, oponer, fe y caridad, dos virtudes teologales

íntima-mente unidas. “La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de este, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios” (Bene-dicto XVI). Contemplación y acción están llamadas a coexistir e integrarse. La acogida sal-vífica de Dios, su gracia, su perdón por la fe orienta y promueve las obras de la caridad.

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Misión.

La mayor obra de caridad, que nace de la fe, es la evangelización. “Nin-guna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio [...]: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana” (íd.). El anuncio del Evangelio se convierte en una intervención de ayuda al prójimo, justicia para los más pobres, posibilidad de instrucción y asistencia médica en lugares remotos, entre otras implicaciones sociales.

CARTEL

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El lema, “Fe + Caridad = Misión”, es presentado con trazos claros y firmes, a modo de axioma. El recurso de la pizarra evoca que estamos ante una afirmación que implica adhesión e interiorización. “No os canséis de educar a cada cristiano, desde la infancia, en un espíritu verdaderamente universal y misionero, y de sensibilizar a toda la comunidad para que sostenga y ayude a las misiones según las necesidades de cada una” (Francisco).

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La fotografía del papa Francisco, besando el pie que previamente ha lavado, recuerda las palabras de Jesús en el primer Jueves Santo de la historia: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,15). En medio, la cruz del pectoral del Santo Padre. La contemplación de la escena recuerda a los misioneros y mi-sioneras, que viven la experiencia gozosa de salir de uno mismo para ir al encuentro de los otros en actitud de servicio y donación.

OBJETIVOS

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Presentar la Jornada del DOMUND como ocasión para descubrir la dimensión uni-versal de la fe y el compromiso de la caridad con los más pobres.

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Invitar a todas las comunidades cristianas a participar en las actividades organizadas con motivo de la celebración del DOMUND.

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Promover una corriente de colaboración económica con las necesidades materiales de los misioneros y de las misiones, a través de las Obras Misionales Pontificias.

Servicio de Pastoral Misionera

PPRREESSEENNTTAACCIIÓÓNN DDEE LLAA CCAAMMPPAAÑÑAA La Jornada Mundial de las Misiones AAnnaassttaassiioo GGiill, Director Nacional de OMP MMEENNSSAAJJEE DDEE SS.. SS.. FFRRAANNCCIISSCCOO PPAARRAA LLAA JJOORRNNAADDAA DDEELL DDOOMMUUNNDD SSEERRVVIICCIIOO TTEEOOLLÓÓGGIICCOO--PPAASSTTOORRAALL El Espíritu Santo es el alma de la misión AAnnttoonniioo GGoonnzzáálleezz--MMoohhiinnoo EEssppiinnoossaa Delegado Diocesano de Misiones y Director Diocesano de OMP de Zaragoza SSEERRVVIICCIIOO IINNFFOORRMMAATTIIVVOO

Misioneros “para toda la vida” CCOOOOPPEERRAACCIIÓÓNN EECCOONNÓÓMMIICCAA

Aportación económica de las diócesis españolas a la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe SSEERRVVIICCIIOO IINNFFOORRMMAATTIIVVOO

Vocabulario misionero básico SSEERRVVIICCIIOO IINNFFOORRMMAATTIIVVOO Así llega el dinero a la misión TTEESSTTIIMMOONNIIOOSS

LLIITTUURRGGIIAA

Guion litúrgico para la Eucaristía IIssaaaacc BBeenniittoo MMeelleerroo Delegado Diocesano de Misiones y Director Diocesano de OMP de Segovia VVIIGGIILLIIAA DDEE OORRAACCIIÓÓNN

SSEERRVVIICCIIOO IINNFFOORRMMAATTIIVVOO

Tres páginas web y tres películas sobre la misión AAnnaa FFeerrnnáánnddeezz // MM..ªª ÁÁnnggeelleess AAllmmaacceellllaass SSEERRVVIICCIIOO IINNFFOORRMMAATTIIVVOO Gracias y más 3 5 9 13 17 20 21 22 25 28 32 34

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EDITOR: Anastasio Gil García, Director de Obras Misionales Pontificias

DIRECTOR: Rafael Santos Barba DISEÑO: Antonio Aunés IMPRIME: GRÁFICAS DEHON. Depósito Legal: M. 3790-1958

Dirección y Administración: C/ Fray Juan Gil, 5

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28002 Madrid

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a de las Misiones fue la primera de las Jornadas Mundiales que, por voluntad de

la Santa Sede, se celebran en la Iglesia católica a lo largo del año. Después han ido surgiendo otras; en ellas, la Iglesia entera se siente especialmente unida a una intención particular: “El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola al-ma” (Hch 4,32). Pío XI la instituye, con el nombre de “Domingo Mundial de las Mi-siones”, el 14 de abril de 1926, a los pocos años de haber nombrado “Pontificias” tres iniciativas particulares que promovían la cooperación misionera. Desde 1943, es conocida como DOMUND en todos los ámbitos eclesiales de lengua castellana.

El papa Francisco recuerda su finalidad: “Animar y profundizar la conciencia misio-nera de cada bautizado y de cada comunidad, ya sea llamando a la necesidad de una formación misionera más profunda de todo el Pueblo de Dios, ya sea alimentando la sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el mundo” (Mensaje DOMUND 2013, 5). A ello contribuye la multi-tud de iniciativas de los responsables diocesanos de la animación misionera y de las comunidades eclesiales, secundando la explícita voluntad misionera de los respectivos pastores, que a comienzos de octubre exhortan a sus fieles con una carta pastoral.

El DOMUND de este año, domingo 20 de octubre, coincide prácticamente con la clausura del Año de la Fe, que se abría con la exhortación de Benedicto XVI: “«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Tes 3,1): que este Año de la Fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues solo en él tene-mos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero” (Porta fidei, 15). Anhelo que asume como propio el Papa Francisco: “Este es mi deseo para la Jornada Mundial de las Misiones de este año” (Mensaje DOMUND 2013, 5).

La Jornada tiene una dimensión universal, que desborda cualquier tentación de las comunidades cristianas de cerrarse en sí mismas por la preocupación de dar res-puesta a sus propios problemas. Este carácter universal parece una obviedad al con-fesar la fe católica; sin embargo, el compromiso misionero encuentra sus principales obstáculos no solo fuera, sino dentro de la comunidad eclesial, cuando los cristianos ceden ante los particularismos, que a veces llegan a ser excluyentes. Estos reduc-cionismos, en virtud de justificaciones subjetivas razonables, pueden llevar a que la responsabilidad misionera se circunscriba solo a las llamadas “nuestras misiones”.

Frente a tal peligro, esta es la grandeza de la Jornada Mundial: que es católica, de toda la Iglesia y para toda la Iglesia. No hay ámbitos misioneros propios, sino que compete a la Iglesia la solicitud por todas las Iglesias. De ahí la invitación que nos hace el Santo Padre “a sostener, con visión de futuro y discernimiento atento,

Por

Anastasio Gil

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la llamada misionera ad gentes, y a ayudar a las Iglesias que necesitan sacer-dotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana” (Mensaje DOMUND 2013, 5). Este servicio se hace realidad en los 126 países donde están presentes las Obras Misionales Pontificias (OMP), a cuyos direc-tores nacionales ha pedido el Papa “continuar vuestro compromiso para que las Iglesias locales asuman cada vez más generosamente su parte de respon-sabilidad en la misión universal de la Iglesia” (Roma, 17-5-2013).

Esta corriente de solidaridad entre todas las Iglesias, en comunión con el Obispo de Roma –Pastor no solo de su Iglesia particular, sino también de to-das las Iglesias, porque es “principio y signo de la unidad y la universalidad de la Iglesia” (LG 23)–, se enriquece, en primer lugar, con una cooperación

espiritual: “Orar con espíritu misionero implica diversos aspectos, entre los cuales destaca la contemplación de la acción de Dios, que nos salva por medio de Jesucristo. De esta manera, la oración se convierte en una vi-va acción de gracias por la evi-vangelización que nos ha llegado y sigue difundiéndose por todo el mundo; [...] se convierte en invocación al Señor, para que nos haga instrumentos dóciles de su voluntad, conce-diéndonos los medios morales y materiales indispensables para la construcción de su Reino” (Juan Pablo II, Mensaje DOMUND 1994, 4).

Cooperación personal, también, con el envío de nuevas vocaciones co-mo “ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han reci-bido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (EN 80). El DOMUND es otra oportunidad para que en las comunidades cris-tianas se susciten nuevas vocaciones para la misión, vocaciones misioneras ad vitam o vocaciones misioneras Fidei donum por un largo período de tiempo. “Me gustaría subrayar”, añade el papa Francisco, “que las mismas Iglesias jó-venes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las Iglesias que se encuentran en dificultad –no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad–, llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y dona esperanza” (Mensaje DOMUND 2013, 5).

Y, por último, cooperación económica. Las OMP gestionan el Fondo Uni-versal de Solidaridad, al que llegan las aportaciones de los fieles que desean colaborar con la misión de la Iglesia. Es significativo cómo crecen las aportacio-nes de las Iglesias más jóveaportacio-nes, que, conscientes de la gratuidad de lo que tie-nen, aunque sea poco, lo comparten. El Papa, a través de las OMP, distribuye equitativamente cuanto hay en dicho Fondo. De este modo, la caridad se hace universal y la misión es asumida por todos; y, con la limosna de todos, la Igle-sia atiende como madre a sus hijos más necesitados. Se entienden así las pala-bras del Papa: “La Iglesia [...] no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado” (Mensaje DOMUND 2013, 4).

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La Jornada tiene una

dimensión universal,

que desborda

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las comunidades

cristianas de encerrarse

en sí mismas

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Queridos hermanos y hermanas:

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ste año celebramos la Jornada Mundial de las Misiones mientras se clausura el Año de la Fe, ocasión importante para fortalecer nuestra amistad con el Señor y nuestro camino co-mo Iglesia que anuncia el Evangelio con valentía. En esta prospectiva, querría plantear algu-nas reflexiones.

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a fe es un don precioso de Dios, el cual abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar; Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más be-lla. ¡Dios nos ama! Pero la fe necesita ser acogida, es decir, necesita nuestra respuesta per-sonal, el coraje de poner nuestra confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su in-finita misericordia. Es un don que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece a to-dos generosamente. ¡Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de ser amato-dos por Dios, el gozo de la salvación! Y es un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertire-mos en cristianos aislados, estériles y enferconvertire-mos. El anuncio del Evangelio es parte del ser dis-cípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia.

“El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial” (Be-nedicto XVI, Exhort. apost. Verbum Domini, 95). Toda comunidad es “adulta”, cuando pro-fesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la caridad y proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo del propio ambiente para llevarla también a los “suburbios”, especial-mente a aquellos que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. La fuerza de nues-tra fe, a nivel personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que encontra-mos y que comparten con nosotros el camino de la vida.

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l Año de la Fe, a cincuenta años de distancia del inicio del Concilio Vaticano II, es un estímulo para que toda la Iglesia reciba una conciencia renovada de su pre-sencia en el mundo contemporáneo, de su misión entre los pueblos y las naciones.

La misionariedad no es solo una cuestión de territorios geográficos, sino de pueblos, de cul-turas e individuos independientes, precisamente porque los “límites” de la fe no solo atravie-san lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer. El Concilio Vaticano II destacó de manera especial cómo la tarea misionera, la tarea de ampliar los lími-tes de la fe, es un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas: “Vi-viendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece también dar testimonio de Cristo delante de las gentes” (Decr. Ad gentes, 37). Por tanto, se pide y se invita a toda comunidad a hacer propio el mandato confiado por Jesús a los Apóstoles de ser sus “testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra” (Hch 1,8), no como un aspecto secundario de la vida cristiana, sino como un aspecto esencial: todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio. Invito a los obispos, a los sacerdotes, a los

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consejos presbiterales y pastorales, a cada

persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formati-vos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de “dar testimonio de Cristo ante las naciones”, ante todos los pueblos. La mi-sionariedad no es solo una di-mensión programática en la vida cristiana, sino también una dimen-sión paradigmática que afecta a todos los aspectos de la vida cristiana.

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menudo, la obra de evangeliza-ción encuentra obstáculos no so-lo fuera, sino dentro de la comunidad ecle-sial. A veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasio-nes todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad. Pablo VI

usa palabras iluminadoras al respecto: “Se-ría [...] un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero pro-poner a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer [...], es un homenaje a esta libertad” (Ex-hort. apost. Evangelii nuntiandi, 80). Siem-pre debemos tener el valor y la alegría de proponer, con respeto, el encuentro con Cristo, de hacernos heraldos de su Evange-lio; Jesús ha venido entre nosotros para mostrarnos el camino de la salvación, y nos ha confiado la misión de darlo a conocer a todos, hasta los confines de la tierra. Con frecuencia vemos que son la violencia, la mentira, el error las cosas que destacan y se proponen. Es urgente hacer que resplandez-ca en nuestro tiempo la vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia. Porque, en esta perspectiva, es importante no olvidar un principio fundamental de todo

evangelizador: no se puede anunciar a Cris-to sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un ac-to aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial. Pablo VI escribía que, “cuando el más humilde predicador, cate-quista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña co-munidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia”; este no actúa “por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, si-no en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre” (Exhort. apost. Evangelii nun-tiandi, 60). Y esto da fuerza a la misión y ha-ce sentir a cada misionero y evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo.

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n nuestra época, la movilidad ge-neral y la facilidad de comunica-ción a través de los nuevos medios de co-municación han mezclado entre sí los pue-blos, el conocimiento, las experiencias. Por motivos de trabajo, familias enteras se tras-ladan de un continente a otro; los intercam-bios profesionales y culturales, así como el turismo y otros fenómenos análogos, empu-jan a un gran movimiento de personas. A ve-ces es difícil, incluso para las comunidades parroquiales, conocer de forma segura y profunda a quienes están de paso o a quie-nes viven de forma permanente en el terri-torio. Además, en áreas cada vez más gran-des de las regiones tradicionalmente cristia-nas crece el número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o

«Toda comunidad

es “adulta” cuando

profesa la fe, la celebra

con alegría en la

liturgia, vive la caridad

y proclama la Palabra de

Dios sin descanso»

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animados por otras creencias. Por tanto, no

es raro que algunos bautizados escojan esti-los de vida que les alejan de la fe, convir-tiéndolos en necesitados de una “nueva evangelización”. A esto se suma el hecho de que a una gran parte de la humanidad toda-vía no le ha llegado la buena noticia de Je-sucristo. Y que vivimos en una época de cri-sis que afecta a muchas áreas de la vida, no solo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino tam-bién la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan. La convivencia humana está marcada por ten-siones y conflictos que causan inseguridad y fatiga para encontrar el camino hacia una paz estable. En esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro parece estar cubierto por nubes amenazan-tes, se hace aún más urgente el llevar con valentía a todas las realidades el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, re-conciliación, comunión; anuncio de la cer-canía de Dios, de su misericordia, de su sal-vación; anuncio de que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del bien.

El hombre de nuestro tiempo ne-cesita una luz fuerte que ilumine su camino y que solo el en-cuentro con Cristo puede dar-le. ¡Traigamos a este mundo, a través de nuestro testimo-nio, con amor, la esperanza donada por la fe! La naturale-za misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor.

La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíri-tu Santo, que han vivido y viven la maravi-lla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda ale-gría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia en este camino.

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uisiera animar a todos a ser por-tadores de la buena noticia de Cristo, y estoy agradecido especialmente a los misioneros y misioneras, a los presbíte-ros Fidei donum, a los religiosos y religio-sas y a los fieles laicos –cada vez más nu-merosos– que, acogiendo la llamada del Se-ñor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas. Pero también me gustaría subrayar que las mismas Iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las Iglesias que se encuentran en dificultad –no es raro que se trate de Iglesias de anti-gua cristiandad–, llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que re-nueva la vida y dona esperanza. Vivir en es-te aliento universal, respondiendo al manda-to de Jesús “id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,19), es una ri-queza para cada una de las Iglesias particu-lares, para cada comunidad, y donar misio-neros y misioneras nunca es una pérdida, si-no una ganancia. Hago un llamamiento a to-dos aquellos que sienten la llamada a res-ponder con generosidad a la voz del Espíri-tu Santo, según su estado de vida, y a no te-ner miedo de ser gete-nerosos con el Señor. Invito también a los obispos, las familias re-ligiosas, las comunidades y todas las agre-gaciones cristianas a sostener, con visión de futuro y discernimiento atento, la llamada

«Es urgente hacer

que resplandezca

en nuestro tiempo

la vida buena

del Evangelio

con el anuncio y

el testimonio»

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misionera ad gentes, y a ayudar a las

Igle-sias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana. Y esta aten-ción debe estar también pre-sente entre las Iglesias que forman parte de una misma Conferencia Episcopal o de una Región: es importante que las Iglesias más ricas en vocaciones ayuden con genero-sidad a las que sufren de escasez. Al mismo tiempo, exhorto a los mi-sioneros y a las misioneras, especialmen-te a los sacerdoespecialmen-tes Fidei donumy a los lai-cos, a vivir con alegría su precioso servicio en las Iglesias a las que son destinados, y a llevar su alegría y su experiencia a las Igle-sias de las que proceden, recordando cómo

Pabloy Bernabé, al final de su primer via-je misionero, “contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe” (Hch 14,27). Ellos pueden llegar a ser un camino hacia una especie de “restitución” de la fe, llevando la frescura de las Iglesias jóvenes, de modo que las Iglesias de antigua cris-tiandad redescubran el entusiasmo y la ale-gría de compartir la fe en un intercambio que enriquece mutuamente en el camino de seguimiento del Señor.

La solicitud por todas las Iglesias, que el Obispo de Roma comparte con sus hermanos en el episcopado, encuentra una actuación importante en el compromiso de las Obras Misionales Pontificias, que tienen como pro-pósito animar y profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada co-munidad, ya sea llamando a la necesidad de una formación misionera más profunda de todo el Pueblo de Dios, ya sea alimentando la sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el mundo.

Por último, dirijo un pensamiento a los cristianos que, en diversas partes del mun-do, se encuentran en dificultades para pro-fesar abiertamente su fe y ver reconocido el

derecho a vivirla con dignidad. Ellos son nuestros hermanos y hermanas, testigos va-lientes –aún más numerosos que los márti-res de los primeros siglos– que soportan con perseverancia apostólica las diversas formas de persecución actuales. Muchos también arriesgan su vida para permanecer fieles al Evangelio de Cristo. Deseo asegurarles que me siento cercano en la oración a las perso-nas, a las familias y a las comunidades que

sufren violencia e intolerancia, y les repito las palabras consoladoras de Jesús: “Tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

Benedicto XVI exhortaba: “«Que la Pa-labra del Señor siga avanzando y sea glorifi-cada» (2 Tes 3,1): que este Año de la Fe ha-ga cada vez más fuerte la relación con Cris-to, el Señor, pues solo en Él tenemos la cer-teza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero” (Carta apost.

Porta fidei, 15). Este es mi deseo para la Jor-nada Mundial de las Misiones de este año. Bendigo de corazón a los misioneros y mi-sioneras y a todos los que acompañan y apo-yan este compromiso fundamental de la Igle-sia para que el anuncio del Evangelio pueda resonar en todos los rincones de la Tierra, y nosotros, ministros del Evangelio y misione-ros, experimentaremos “la dulce y conforta-dora alegría de evangelizar” (Pablo VI, Ex-hort. apost. Evangelii nuntiandi, 80).

S. S. Francisco

Vaticano, 19 de mayo de 2013, Solemnidad de Pentecostés

«El hombre de

nuestro tiempo

necesita una luz fuerte

que ilumine

su camino y que

solo el encuentro con

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os hechos significativos han marcado la vida eclesial en los primeros meses de este año 2013. El primero, la re-nuncia al ministerio en la Cátedra de Pedro que hizo pública el papa Benedicto XVI el 11 de febrero, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, y que se hizo efectiva el 28 del mismo mes. El se-gundo, la elección, el 13 de marzo, del primer Papa venido del Sur, el papa Francisco.

Los historiadores calibrarán, a su debido tiempo, la importancia y la repercusión de estos dos aconteci-mientos. Nosotros nos quedaremos ahora con la sabidu-ría, la valentía y la humildad del papa Benedicto, y nos

ad-miraremos de la naturalidad, el fino sentido del humor, la sencillez, la humildad, la ternura y la misericordia del papa Francisco.

Vamos, en este pequeño artículo, a extraer las líneas-fuerza del Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2013que nos ha ofrecido el papa Francisco, siguiendo el documento punto por punto.

LA MISIÓN, FRUTO DE LA FE

El Papa enmarca este Mensaje en el Año de la Fe; una fe que necesita ser acogi-da, que exige nuestra respuesta personal, la valentía de confiar en Dios, el coraje de

vivir su amor.

La fe es un don que no se reserva a unos pocos, sino que debe ser compartido. Si lo guardamos para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, es-tériles y enfermos. “El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia”, recuerda el San-to Padre.

El papa Francisco recoge una bella frase de Benedicto XVI en Verbum Domini

(2010), 95: “El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial”; idea muy semejante a la expresada en Sacramentum caritatis(2007), 84: “Una Igle-sia auténticamente eucarística es una IgleIgle-sia misionera”.

La comunidad cristiana debe salir del propio recinto para llevar la fe a las “periferias”, entendidas estas no solamente como las geográficas, sino, sobre todo, las existenciales: so-ciales, culturales, humanas. Salir (misión) de nosotros mismos, al encuentro de las necesida-des, los sufrimientos de la gente; al encuentro de sus inquietudes y sus preguntas.

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INTRODUCCIÓN

La comunidad

cristiana debe salir

del propio recinto

para llevar la fe

a las “periferias”,

tanto geográficas

como existenciales.

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FE PERSONAL Y COMUNITARIA

El Año de la Fe, a los cincuenta años del comienzo del Concilio Vaticano II, es un estímulo para una renovada concien-cia de la presenconcien-cia de la Iglesia en el mundo contemporáneo. La misionarie-dad no se ciñe solamente a los ámbitos geográficos, no atraviesa solo los lugares y las tradiciones humanas, sino que llega al corazón de cada hombre y de cada mu-jer (cf. Redemptoris missio[1990], 37).

Ad gentes (1965), 37, nos dice que la tarea de ampliar las fronteras de la fe corresponde no solo a cada bautizado, si-no también a las comunidades diocesa-nas y parroquiales. Me permito en este punto aducir un texto muy rico de la instrucción pas-toral Actualidad de la misión “ad gentes” en España(2008), de la XCII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española: “Las Iglesias particulares son protagonistas fundamentales de la acción misionera. Si la Iglesia existe en y desde ellas, y si cada Iglesia particular existe a imagen de la Iglesia universal, la misión ad gentes no puede ser considerada como una ta-rea añadida o suplementaria a la pastoral. Se puede decir que cada Iglesia diocesana existe «en estado de misión», es decir, centrada en la comunicación de la fe y en el primer anuncio co-mo signo de su vitalidad y de fidelidad a su propio origen y nacimiento histórico” (n. 55).

LA ALEGRÍA DE SER MISIONERO

Reconoce el Papa los obstáculos, fuera y dentro de la comunidad eclesial: la falta de ce-lo y ardor apostólico. Y anima a tener el vace-lor y la alegría de proponer, respetando la liber-tad de las personas, la verdad límpida del Evangelio (cf. Evangelii nuntiandi[1975], 80).

Es urgente que resplandezca en nuestro tiempo la vida nueva del Evangelio con el anun-cio y el testimonio, gestos y palabras, y conviene no olvidar un principio fundamental de to-do evangelizato-dor: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Escribía Pablo VI a este res-pecto: “Cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, pre-dica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia”; este no actúa “por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre” ( Evan-gelii nuntiandi, 60).

El misionero y evangelizador nunca está solo, sino que es parte de un único Cuerpo ani-mado por el Espíritu Santo.

LA URGENCIA DE ANUNCIAR EL EVANGELIO

Estamos asistiendo, desde hace algunos años, a cambios profundos en nuestro mundo. Hay mucha movilidad de las poblaciones; los nuevos medios de comunicación facilitan el tras-vase de conocimientos y de experiencias entre los pueblos. Los intercambios profesionales y

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culturales, el turismo y otros fenómenos análogos, empujan a esa movilidad de las personas. Todo esto repercute en la vida de las comunidades cristianas.

En áreas cada vez más grandes de las regiones tradicionalmente cristianas crece el núme-ro de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o están animados por otras creencias. Muchos son los que todavía no han sido alcanzados por la buena noticia de Jesucristo.

Existe, además, la crisis, que afecta a muchas áreas de la vida; no solo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan. El papa Francisco, en un discurso a los embajadores que presentaban sus cartas credenciales, les dijo que “la solidaridad es el tesoro de los pobres”, que “el dinero debe servir y no gobernar”, y que “la ética y la solidaridad de-ben ir juntas” (16-5-2013).

Ante esta situación tan compleja –continúa el Papa en su Mensaje–, se vuelve más urgen-te llevar a esta realidad, con valentía, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, de reconciliación, de comunión, de cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación.

La misionariedad de la Iglesia no es proselitismo, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que lleva esperanza y amor. “La Iglesia [...] no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Es-píritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean

compartir esta experiencia de profunda alegría” (cf. Porta fidei[2011], 4, 6 y 7).

VOCACIONES MISIONERAS, AQUÍ Y ALLÁ

El Papa nos invita a todos a ser portadores de la buena noticia de Cristo y da las gracias de manera especial a los misioneros y misioneras (sacerdotes, religiosos y laicos), que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diversas.

También reconoce y agradece el Papa el inmenso esfuerzo de las Iglesias jóvenes que dan, desde su pobreza, misioneros para compartir la frescura y el entusiasmo con que ellas vi-ven la fe. Afirma: “Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús «id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19), es una riqueza para cada una de las Igle-sias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras nunca es una pérdi-da, sino una ganancia”.

El papa Francisco invita a los obispos, familias religiosas, comunidades y todas las aso-ciaciones cristianas a sostener, con amplitud de miras y discernimiento atento, la llamada

mi-La misionariedad

de la Iglesia

no es proselitismo,

sino testimonio de vida

que ilumina el

camino, que lleva

esperanza y amor.

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sionera ad gentes. Es importante que las Iglesias más ricas en vocaciones ayuden con ge-nerosidad a las que sufren de escasez.

Exhorta a los misioneros a vivir con alegría su precioso servicio a las Iglesias a las que son enviados, y a llevar su alegría y experiencia a las Iglesias de las que pro-vienen (cf. Hch 14,27; Porta fidei, 1). Esto puede ser una especie de “restitución” de la fe, de modo que las Iglesias de antigua cristiandad redescubran el entusiasmo y la alegría de compartir la fe en un intercambio de dones que enriquece mutua-mente en el camino de seguimiento del Señor.

LAS OMP Y ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES

Las Obras Misionales Pontificias tienen como propósito animar y profundizar la con-ciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, recordando la necesidad de una formación misionera de todo el Pueblo de Dios y alimentando la sensibilidad de las comuni-dades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el mundo.

El Santo Padre tiene un pensamiento de oración y preocupación por todos los cristianos que se encuentran en dificultades para profesar abiertamente su fe y ver reconocido el dere-cho a vivirla con dignidad. Ellos soportan con perseverancia apostólica las diversas formas de persecución actuales. El Papa les dirige las palabras consoladoras de Jesús: “Tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

Finalmente, el Papa recuerda a su predecesor, Benedicto XVI, que nos lanzaba esta in-vitación en Porta fidei, 15: “«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Tes 3,1): que este Año de la Fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Se-ñor, pues solo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor au-téntico y duradero”.

Termino esta sencilla presentación del Mensaje del Papa con una cita de Evangelii nun-tiandi, 80: “Ojalá que el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con espe-ranza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalenta-dos, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fer-vor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”.

Antonio González-Mohino Espinosa

Delegado Diocesano de Misiones y Director Diocesano de OMP de Zaragoza

«Es importante

–recuerda el Papa en

su

Mensaje

– que las

Iglesias más ricas en

vocaciones ayuden con

generosidad a las que

sufren de escasez».

(13)

uando pensamos en un misionero, viene inmediatamente a nuestra mente la imagen del hombre o mu-jer que, día tras día, año tras año, consagra su vida entera al anuncio del Evan-gelio mediante el testimonio y la caridad. Si esto es así es porque, de las distintas formas de cooperación personal con la misión, hay una que instintivamente identificamos como la encarnación más genuina del espíritu mi-sionero: la vocación ad vitam. La mejor de-finición de ella nos la da Juan Pablo II en

Redemptoris missio; es “una «vocación espe-cial», que tiene como modelo la de los após-toles: se manifiesta en el compromiso total al servicio de la evangelización; se trata de una entrega que abarca toda la persona y toda la vida del misionero, exigiendo de él una donación sin límites de fuerzas y de tiem-po” (RM 65c). Por esta vocación “gran-diosa y excelsa”, ex-plicaba Pío XII, “el misionero consagra a Dios la vida, a fin de que su Reino se

propague hasta los últimos confines de la tie-rra” (Evangelii praecones, 20).

A propósito de lo singular de esta voca-ción, conviene hacer dos puntualizaciones. La primera se refiere a su lugar entre los dis-tintos modos de vivir la dimensión misione-ra de nuestro ser cristiano. Hay una vocación a la misión que es general para todos los bau-tizados: como nos ha dicho el papa Francis-co, “el bautismo basta, es suficiente para evangelizar” (Homilía, 17-4-2013). Pero, a la vez, “decir que todos los católicos deben ser misioneros no excluye que haya «misioneros

ad gentesy de por vida», por vocación es-pecífica” (RM 32c). Entre esa vocación ge-neral y esta específica hay, además, otras vá-lidas y estimables modalidades de coopera-ción personal (por ejemplo, y en lugar des-tacado, la de los sacerdotes Fidei donum, que prestan un importante servicio misione-ro por un tiempo largo, aunque limitado); sin embargo, “es necesario reafirmar la priori-dad de la donación total y perpetua a la obra de las misiones, especialmente en los Insti-tutos y Congregaciones misioneras, masculi-nas y femenimasculi-nas” (RM 79a; cf. Congrega-ción para la EvangelizaCongrega-ción de los Pueblos,

Cooperatio missionalis, 11f).

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MISIONEROS

“PARA TODA LA VIDA”

Si es entrega, es para siempre

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La segunda observación se refiere a la ra-dicalidad de esta llamada a la misión ad vi-tam. No se trata de un compromiso que, por hermoso o heroico que pueda ser, es limita-do y temporal, sino de una vocación que afecta a lo más profundo de quien la recibe, impregnando completamente y para siempre a la persona en su estado de vida, laical, re-ligioso o sacerdotal. Por eso, precisamente, todos reconocemos aquí lo más genuino del ser misionero: “La vocación espe-cial de los misioneros ad vitam

conserva toda su validez: repre-senta el paradigma del compro-miso misionero de la Iglesia, que siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y valientes” (RM 66c). A toda comunidad cristiana le corrponde velar para que surjan en ella es-tas “vidas para la misión”: “La promoción de estas vocaciones es el corazón de la coo-peración: el anuncio del Evangelio requiere anunciadores, la mies necesita obreros, la mi-sión se hace, sobre todo, con hombres y mu-jeres consagrados de por vida a la obra del Evangelio, dispuestos a ir por todo el mundo para llevar la salvación” (RM 79a).

El proceso por el que alguien descubre en su corazón la llamada del Señor a una entre-ga plena a la misión es personal y único; en ocasiones, el detonante podría ser una expe-riencia misionera puntual en verano. Si ese discernimiento –del que se ofrecen a conti-nuación dos testimonios, a modo de ejemplo–

lleva a la convicción de que efectivamente se trata de una vocación misionera ad vitam, la persona comprenderá y experimentará lo que hace poco explicaba Modeste Munimi, mi-sionero del Verbo Divino: “Cuando uno elige destino de misión, es para siempre. Uno de-be estar dispuesto a dejar su país para toda la vida”; y también podrá, como él, decir de su lugar de misión: “Mi tarea está aquí”.

Y ¿cuál es esa tarea? Es “la misión de siempre”, que el santo padre Francisco nos recuerda: “Llevar a Jesucristo al hombre, y conducir al hombre al encuentro con Jesu-cristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo en ca-da hombre” (Discurso, 15-3-2013). Es, de he-cho, continuar la misión de Jesús, de quien el Papa dice que “su misión es abrir a todos las puertas de Dios, ser la presencia de amor de Dios”; para ello solo cabe encarnar también la entrega compasiva de Aquel que “no tiene casa porque su casa es la gente” (Audiencia general, 27-3-2013). Por seguir al Señor, en esto y en todo, el misionero llega a ese des-prendimiento que llevan a su máxima expre-sión aquellos que lo son de por vida.

Los misioneros ad vitamson un tesoro de la Iglesia. Y también, un signo para toda la hu-manidad, porque, como recalca el papa Fran-cisco, frente al “encanto de lo provisional”, que cautiva a los hombres de hoy, “los nume-rosos hombres y mujeres que dejaron su tierra y marcharon como misioneros, para toda la vi-da”, nos muestran “el tiempo de Dios”, que es un tiempo definitivo (Homilía, 27-5-2013). Para ellos, el estímulo de estas palabras del beato Juan Pablo II: “Que los misioneros y mi-sioneras que han consagrado toda la vida para dar testimonio del Resucitado entre las gentes no se dejen atemorizar por dudas, incompren-siones, rechazos, persecuciones. Aviven la gra-cia de su carisma específico y emprendan de nuevo con valentía su camino, prefiriendo –con espíritu de fe, obediencia y comunión con los propios Pastores– los lugares más hu-mildes y difíciles” (RM 66c).

Los misioneros

ad vitam

son

un tesoro de

la Iglesia. Y también,

un signo para toda

la humanidad.

(15)

Querida familia en Cristo Jesús: Dios tiene un sueño para cada uno; ya desde antes de nacer, nos elige, nos consagra y nos nombra profetas... ¿Os suena? (cf. Jer 1,4-5). Me llamo Dunia María; soy religiosa Esclava de la Inmaculada Niña (Di-vina Infantita).

Nací en una familia musulmana. Mis pa-dres son fieles a su religión y a sus costum-bres, pero Dios tenía un proyecto para mí, una historia de encuentro y amor con Él. ¿Por qué? No lo sé. Solo sé que me crie con las religiosas de la Divina Infantita (en Melilla). Ellas, mu-jeres de Dios, con su ejemplo me contagiaron la necesidad de bus-car lo que a ellas las hacía libres, felices, llenas... Provocaron la ne-cesidad de buscar mi fe, mi salida al encuentro con Jesús de Nazaret. No fue fácil y sigue sin serlo. Hoy por hoy, mi familia vive rezando por mi vuel-ta, apenados, callados y defraudados por mi elección de vida.

Mi proceso de catecumenado y de voca-ción ha sido largo y duro, siempre con los pies en el suelo, consciente de que cada pa-so implicaba una entrega... No pude negar al Señor, porque hubiera sido lo mismo que ne-garme a mí misma.

Pese a las dificultades, a los abandonos, a las ausencias, soy feliz, porque Él llena todo en mí: me dio una gran familia, que somos todos los que formamos la Iglesia; una fami-lia congregacional; un corazón y unos ojos

nuevos; me transformó y me sigue transfor-mando desde su amor, misericordia y com-pasión como un proyecto de vida.

Me consagré para trasmitir al Cristo ano-nadado, al Dios que se hace pobre por amor, al Dios que vive su vida como misión... Así intento vivir mi vida, hoy prestando mis ma-nos, mis labios, mis ojos, mi corazón... en un colegio, y en una casa-hogar, a la cual van llegando niños perdidos, maltratados, aban-donados, olvidados, rotos por dentro y por fuera. Para ellos somos sus madres, su refe-rente, y buscamos en todo momento poder curar sus heridas, restaurar sus rupturas... Doy gracias al Señor y a la Inmaculada

Ni-ña, porque deseo ser fecunda desde la alegría propia de mujer consagrada que día a día quiere e intenta vivir desde la entrega gene-rosa a un Dios que se da en los demás.

Que el Espíritu Santo nos siga capacitan-do para la misión y fortalezca nuestro testi-monio. Unidos en oración y misión, vuestra hermana.

Me llamo Raúly tengo 41 años. El Se-ñor vino a mi encuentro cuando tenía 16, y desde entonces he ido conocién-dolo y aprendiendo a caminar en fe, tratando de vivir su voluntad. Uno de los pasos importan-tes en mi vida fue el momento de dejar mi ca-sa y mi país, y ca-salir a una tierra lejana y des-conocida entonces para mí, como Mozambique.

Con 25 años estaba acabando mi segunda licenciatura y pensando en “establecerme en la vida”, pero con un fondo de deseo de servir al Señor y evangelizar, sabiendo que nada hay más importante que conocer y dar a conocer a nuestro precioso Señor y Salvador. En ese mo-mento, dos parejas de novios de mi “Comuni-dad Jerusalén” tomaron la decisión en el Señor

Una llamada personal

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«Me consagré

para transmitir al Cristo

anonadado, al Dios

que se hace pobre por

amor, al Dios

que vive su vida

como misión...».

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de casarse e ir a Mozambique, enviados por la

comunidad a evangelizar. Mi corazón se iba con ellos, pero no fue el tiempo para mí. Pocos meses después, cuando más centrado estaba en oposiciones y más había dejado enfriar aquel fuego, recibí la invitación directa a plantearme si no sería también la voluntad de Dios para mí ir a Mozambique. Pasado el shock ini-cial, y sin encontrar sentimientos favorables ni tampoco muchas razo-nes para ello, con un poco de miedo, pe-ro con paz en el corazón, pude entender y res-ponder en fe que sí, que el Señor me llamaba a mí también y me fiaba de Él. Enviado por la comunidad, partí en julio de 1998.

Fui con 26 años, sin saber qué me iba a en-contrar o qué iba a vivir, ni cuánto tiempo iba a permanecer en aquellas tierras. Lo que pue-do decir es que en los siguientes años viví qui-zá el tiempo más feliz de mi vida (aunque to-davía lo espero mejor), no sin dificultades y contrariedades, pero en que el Señor me ben-dijo enormemente humana, espiritual, pastoral y comunitariamente. También fue un tiempo de capacitación y de preparación, y de una in-tensa y riquísima vida comunitaria.

Y, claro, la evangelización. Había semanas en que, además de nuestro trabajo en la Uni-versidad Católica, guiábamos hasta ocho en-cuentros, en los que podía compartir al Señor, dar testimonio, predicar su Palabra, participar de la oración con otros hermanos: estaba el programa de evangelización en la emisora ca-tólica, el grupo de pastoral universitaria, evangelización en la prisión provincial, for-mación de catequistas, un grupo de matrimo-nios, formación para la adoración y práctica en un grupo de adoración que llevábamos (y que todavía continúa cada lunes en Nampula, desde hace casi 16 años), evangelización con jóvenes, etc. Algunos jóvenes se acercaban a nosotros y nos planteaban sus inquietudes es-pirituales, y así, poco a poco, comenzó la co-munidad con hermanos mozambiqueños (aho-ra ya está presente en más de 20 localidades, en muchas regiones del país).

En 2003 el Señor marcó un nuevo cam-bio y dejé Mozambique, pero no la unidad con mis hermanos de allí. La obra de Dios, con el sello de su amor, es la más fuerte, y la distancia no rompe esa unidad. En este nue-vo tiempo estuve evangelizando en Eslova-quia y en España: Galicia, Alicante, Sevilla, Valladolid, Burgos, etc. Empecé a trabajar en Valladolid, pero mi tiempo libre era para el Señor, y así regresaba en vacaciones a Mo-zambique, acompañando a los hermanos de allá... ¡Fueron veranos tan intensos, en que el Señor obró tantas maravillas! Pareciera como si Él fuese consciente de que había poco tiempo y lo multiplicara (por lo menos, a mí me cundía como meses enteros). Finalmente, en 2009 dejé mi trabajo y regresé a Mozam-bique. Estando allí nuevamente, el Señor pu-so clara en mí la llamada al sacerdocio, por lo que volví a España el año pasado para pre-pararme a ello y poder continuar lo antes po-sible sirviendo donde Él quiera. Por de pron-to, este verano me esperan en Mozambique mis hermanos de allá.

Cada uno de nosotros tenemos una gran responsabilidad, no solo con nuestra propia salvación, sino también para colaborar con el Señor en acercar a Él a muchos que vagan perdidos, como ovejas sin pastor. ¡No hay tiempo que perder! A nuestro Dios, la gloria por sus obras y por su misericordia con cada uno de nosotros.

«Tenemos una

gran responsabilidad

para colaborar

con el Señor

en acercar a Él

a muchos».

J. Raúl Marcos

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Recaudaciones ejercicio

2012

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La Dirección Nacional de las

Obras Misionales Pontificias en

España ha recibido de los fieles,

a través de las diócesis, la

canti-dad de

13.762.369,77

para

atender las necesidades

misione-ras de la Obra Pontificia de la

Propagación de la Fe. Estas

apor-taciones proceden de donativos y

de las colectas con motivo de la

Jornada Mundial de las Misiones

(DOMUND) celebrada el día 21 de

octubre de 2012. A ellas se

su-man las ayudas procedentes de

herencias, legados y testamentos,

así como de las suscripciones

pe-riódicas domiciliadas que a lo

largo del año 2012 los fieles han

enviado para las misiones. El

re-sultado de las aportaciones

que-da reflejado en esta tabla:

BALEARES Ibiza ... Mallorca ... Menorca ... CANARIAS Canarias ... Tenerife ... CANTABRIA Santander ... CASTILLA-LA MANCHA Albacete ... Ciudad Real ... Cuenca ... Sigüenza-Guadalajara... Toledo ... CASTILLA-LEÓN Astorga ... Ávila ... Burgos ... Ciudad Rodrigo ... León ... Osma-Soria ... Palencia ... Salamanca ... Segovia ... Valladolid ... Zamora ... CATALUÑA Barcelona ... Girona ... Lleida ... Sant Feliu de Llobregat .... Solsona ... Tarragona ... Terrassa ... Tortosa ... Urgell ... Vic ... EUSKADI Bilbao ... San Sebastián ... Vitoria ... EXTREMADURA Mérida-Badajoz ... Coria-Cáceres ... Plasencia ... GALICIA Lugo ... Mondoñedo-Ferrol ... Ourense ... Santiago de Compostela ... Tui-Vigo ... MADRID Alcalá de Henares ... Getafe ... Madrid ... Arzobispado Castrense ... MURCIA Cartagena-Murcia ... NAVARRA Pamplona-Tudela ... RIOJA Calahorra-Logroño ... VALENCIA Orihuela-Alicante ... Segorbe-Castellón ... Valencia ... DIRECCIÓN NACIONAL... T TOOTTAALLGGEENNEERRAALL 284.196,78 230.963,78 171.061,23 214.634,26 124.062,91 97.255,19 105.252,97 62.964,07 221.576,54 481.846,66 132.414,31 92.482,23 147.253,13 1.918.489,57 27.403,26 317.828,75 647.016,21 164.830,45 265.218,03 74.561,39 748.634,56 25.584,96 ANDALUCÍA Almería ... Cádiz-Ceuta ... Córdoba ... Granada ... Guadix-Baza ... Huelva ... Jaén ... Jerez ... Málaga-Melilla ... Sevilla ... ARAGÓN Barbastro-Monzón ... Huesca ... ... Jaca ... Tarazona ... Teruel-Albarracín ... Zaragoza ... ASTURIAS Oviedo ... 101.867,35 119.686,67 455.046,12 373.733,88 19.422,35 102.977,87 155.983,70 82.264,34 280.206,57 522.086,57 43.334,66 60.868,44 20.438,46 44.974,85 90.814,76 504.028,52 356.441,75 1 133..776622..336699,,7777 11.598,38 111.200,66 29.578.69 139.530,77 99.700,56 206.916,31 104.524,29 201.217,02 123.756,10 100.343,59 249.056,04 107.770,96 149.952,59 165.488,81 21.505,61 296.089,23 43.850,61 153.651,74 153.953,16 81.068,02 217.799,80 62.496,62 400.160,37 142.071,59 26.905,36 83.060,08 41.830,19 78.602,47 102.598,21 63.057,87 36.561,15 66.764,82

Aportación económica de las

diócesis españolas para la

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a Asamblea General de las Obras Misionales Pontificias, celebrada en Roma los días

7-12 de mayo de 2012, aprobó la distribución de las ayudas económicas de España para las misiones (ver mapa). Estos fondos proceden de las aportaciones de los fieles durante el ejercicio del año 2011, una vez deducidos los gastos para la administración y la animación misionera en las comunidades cristianas. Con estos donativos se ayuda a cubrir parte de las necesidades pastorales y sociales de las misiones:

Sostenimiento de los misioneros y misioneras.

Construcciones de iglesias y monasterios, vehículos para la pastoral. Formación y sostenimiento de los catequistas misioneros.

Seminarios e instituciones eclesiásticas. Emergencias y ayudas sociales.

En nombre de los misioneros…

¡muchas gracias por su generosidad!

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Angola

... 998.631,50

Benín

... 104.313,56

Botsuana

... 25.360,17

B. Faso

... 793.828,35

Burundi

... 84.533,90

Cabo Verde

... 8.453,39

Camerún

... 1.810.846,88

Congo

... 16.906,78

C. Marfil

... 100.027,12

Djibouti

... 27.485,76

Egipto

... 16.906,78

Etiopía

... 25.360,17

Gabón

... 59.406,78

Ghana

... 838.236,59

Chad

... 55.486,95

España

... 7.400,00

Guatemala

... 8.453,39

Haití

... 8.453,39

Brasil

... 5.103,14

Bolivia

... 208.843,39

Colombia

... 44.955,72

Ecuador

... 231.131,71

El Salvador

... 20.015,30

México

... 33.813,56

Nicaragua

... 8.453,39

Rep. Dominicana

... 5.103,14

Trinidad y Tobago

... 762.860,30

Paraguay

... 32.593,54

Perú

... 164.878,87

Venezuela

... 74.658,09

SIGNIS

... 75.483,58

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Total: 7.400,00

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Total: 1.952.896,59

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Total: 10.768.470,51

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Kenia

... 67.627,12

Lesoto

... 8.453,39

Liberia

... 8.453,39

Madagascar

.... 379.654,45

Malaui

... 42.266,95

Mali

... 8.453,39

Mozambique

.. 542.037,66

Namibia

... 8.453,39

Nigeria

... 223.488,14

R. Centroafr.

.... 20.606,78

R. D. Congo

.. 135.254,24

Ruanda

... 101.440,68

Sahara. Occ.

... 19.800,92

Senegal

... 25.360,17

Suazilandia

.... 8.453,39

Sudáfrica

... 71.327,12

Sudán

... 650.620,62

Tanzania

... 1.824.597,80

Togo

... 50.720,34

Uganda

... 1.278.088,70

Zambia

... 42.266,95

Zimbabue

.... 50.720,34

SIGNIS

... 152.590,47

Somalia

... 27.529,09

Sierra Leona

... 8.453,39

Nepal

... 16.906,78

Singapur

... 8.453,39

Sri Lanka

... 50.720,34

Tailandia

... 50.720,34

Timor

... 8.453,39

Vietnam

... 245.148,31

Bangladesh

... 417.493,97

Pakistán

... 8.453,39

Camboya

... 8.453,39

China

... 397.309,32

Vanuatu

... 8.453,39

Papúa-Nueva Guinea

... 16.906.78

Tonga

... 8.453,39

India

... 350.288,98

Corea

... 8.453,39

Indonesia

... 109.894,07

Laos

... 8.453,39

Malasia

... 59.173,73

Myanmar

... 101.440,68

Total: 270.004,12

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SIGNIS

... 236.190,56

SIGNIS

... 103.079,73

SIGNIS: SERVICIO DE INFORMACIÓN Y

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Acción evangelizadora de la Iglesia consistente en anunciar el Evangelio –con la palabra, el tes-timonio y la vida– a quienes todavía no conocen a Jesús ni se han incorporado a la Iglesia por el bautismo. Es “una dimensión paradigmática que afecta a todos los aspectos de la vida cristiana” (MensajeDOMUND 2013, 2), y está aún en sus comienzos, ya que el 67% de la humanidad aún no ha recibido el Evangelio (cf. RM 1).

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Instrumento privilegiado, en las manos del Papa, para sostener la misión ad gentesy ofrecer a esta las ayudas necesarias, conforme a una distribución equitativa de las limosnas que los fieles hacen con este fin. Los bienes recibidos se depositan en un Fondo Universal de Solidaridad, pa-ra su envío a los 1.103 territorios de misión.

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Circunscripciones eclesiásticas, ordinariamente de reciente implantación, que carecen de recursos hu-manos y económicos para poder subsistir por sí mismas. En ellas los católicos suelen ser una mino-ría. Constituyen el 37% de las circunscripciones de la Iglesia católica, y dependen de la Congrega-ción para la EvangelizaCongrega-ción de los Pueblos. También son llamadas Iglesias jóvenes oen formación.

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Colaboración en bienes materiales que los fieles aportan a la Iglesia como expresión de la comu-nión eclesial. Ha de hacerse con espíritu evangélico, es decir, de modo permanente, anónimo y con sentido sobrenatural.

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Educación del espíritu misionero universal y de la colaboración entre las Iglesias para el anuncio del Evangelio al mundo.

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Vocación propia de los misioneros, “ministros del Evangelio”, que irradian la fe que han recibido y la alegría de Cristo, y que “aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (EN 80), actuando “en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre” (EN 60; Mensaje DOMUND 2013, 3).

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Labor pastoral de la Iglesia particular para que la dimensión misionera impregne las actividades de formación, celebración y acción de los bautizados y las comunidades cristianas. Sus principa-les promotores son los misioneros y misioneras, al “vivir con alegría su precioso servicio en las Iglesias a las que son destinados” y al “llevar su alegría y su experiencia a las Iglesias de las que proceden” (Mensaje DOMUND 2013, 5; cf. Hch 14,27).

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Cristianos que, “en diversas partes del mundo, se encuentran en dificultades para profesar abier-tamente su fe y ver reconocido el derecho a vivirla con dignidad”; muchos de ellos “arriesgan su vida para permanecer fieles al Evangelio de Cristo” (Mensaje DOMUND 2013, 5).

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Cada uno de los misioneros reparti-dos por el mundo es como la “prueba del nueve” que certifica la exactitud de la fórmula que preside el DOMUND de este año: «Fe + Caridad = Misión». Pero no solo ellos: también nosotros somos invitados continuamente por el Señor a dar vida a esa fórmula del compromiso misionero. Nuestra fe está llamada a traducirse en cooperación espiritual –oración y ofrecimiento de nuestros sacrificios por la evangeliza-ción del mundo–; nuestra caridad, en colaboración económica. Cartas de agradecimiento como las siguientes ilustran cómo las ayudas que los fieles de España aportan a la Obra de la Pro-pagación de la Fe llegan a su destino y contribuyen a la misiónde la Iglesia.

Testimonios de gratitud

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provecho esta oportunidad para agradecer-les el subsidio ordinario y el subsidio para catequistas que se ha concedido a nuestra ar-chidiócesis. Aunque Dhaka, como diócesis, fue establecida en 1887, todavía tiene carác-ter misionero. Existen veinte puestos de mi-sión y unos diez puestos dependientes más, donde la labor de evangelización sigue en marcha. Tenemos unos 70.000 habitantes; la diócesis sufragánea de Sylhet es realmente un fruto del trabajo misionero entre la pobla-ción tribal. Hay 50 sacerdotes diocesanos, otros 50 sacerdotes religiosos, 40 hermanos religiosos y unas 700 religiosas que trabajan en la archidiócesis.

La ayuda proporcionada desde OMP se destina a varios propósitos. El primero, el mantenimiento de los sacerdotes diocesanos, ya que ellos no tienen ningún salario, salvo los estipendios de misa; es la diócesis la que les proporciona comida y alojamiento. El se-gundo, el mantenimiento de los puestos de misión que no pueden sostenerse, porque su población carece de medios. El tercero, los

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programas de formación cristiana, como cur-sos, seminarios y retiros para laicos, ya que una de las prioridades de la diócesis es la for-mación de pequeñas comunidades cristianas y la participación de los laicos en la Iglesia. El cuarto, la ayuda a las escuelas rurales pa-ra la educación de los niños que no pueden pagar. Y el quinto, la remuneración de los ca-tequistas y su formación y preparación; cate-quistas que predican la palabra de Dios a las personas que están preparadas para recibir la fe católica, que animan las comunidades cris-tianas de los pueblos y dirigen las oraciones y la liturgia dominical en ausencia de sacer-dotes. Por otro lado, una parte del dinero se utilizó para la Asamblea de Pastoral Dioce-sana que adoptó nuestro Plan de Acción pa-ra el Año de la Fe.

Nuestro sincero agradecimiento a la Iglesia en España por su amable ayuda a la archi-diócesis de Dhaka. Les garantizamos nues-tras constantes oraciones por el trabajo misionero que llevan a cabo en participa-ción y colaboraparticipa-ción con nosotros.

MONS. PATRICKD’ROZARIO, arzobispo de Dhaka (Bangladesh)

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e es grato informarles de en qué hemos in-vertido el subsidio ordinario que nos llegó de Obras Misionales Pontificias de España a tra-vés de la Nunciatura Apostólica de Bolivia. En el vicariato apostólico de Reyes hay 31 hermanas religiosas de diversas comunidades, que trabajan en distintos campos pastorales y sociales en nuestra jurisdicción. El subsidio ordinario se ha utilizado como ayuda para la remuneración de estas hermanas por su servi-cio pastoral y social; con esta remuneración mensual ellas costean su vida diaria y dicho trabajo pastoral a lo largo del año.

Contamos con hermanas que se dedican a la educación de niños y jóvenes en los cole-gios y en diferentes centros de formación que tenemos en el vicariato. Por otro lado, estas mismas hermanas trabajan en la pasto-ral activa en las parroquias donde están pres-tando su servicio, tanto en la catequesis, co-mo en la animación pastoral a favor de la misión permanente.

Asimismo tenemos hermanas que se dedi-can a la misión rural y que trabajan muy de cerca con las comunidades indígenas. La la-bor específica que desempeñan es el anuncio del Evangelio, la promoción de la mujer y la formación de niños, atendiendo centros nu-tricionales para mejorar la calidad de vida y salud de estas personas. Otra particular labor

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«¡Muchísimas gracias! Que Jesucristo, el Misionero del Padre,

colme de bendiciones a las comunidades de España,

haciendo que los fieles sean cada vez más discípulos misioneros».

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que desempeñan es formar jóvenes misione-ros, que colaboren en la tarea de anunciar a Cristo en sus familias, etc.

Otras hermanas se dedican a colaborar di-rectamente con el plan pastoral de la parro-quia y del vicariato; así, se ocupan de las fa-milias, de los enfermos –como enfermeras– y de la catequesis sacramental, que hemos puesto como prioridades para nuestro trabajo pastoral en este año. Cuatro parroquias están a cargo de hermanas.

Cabe resaltar que es bastante duro el traba-jo que realizan las hermanas religiosas en el vicariato, puesto que en diferentes circuns-tancias tienen que recorrer muchos kilóme-tros para poder llegar hasta el lugar donde prestan su servicio pastoral; y no solo eso, si-no que también en muchas ocasiones tienen que pasar por la selva, así como por los ríos en pequeñas canoas que no son muy seguras.

Damos las gracias a las hermanas por es-te servicio misionero, y a uses-tedes, que nos apoyan económicamente para que esta mi-sión continúe día a día en nuestra jurisdic-ción del vicariato apostólico de Reyes.

Mencionamos también que contamos con la presencia de seis hermanas carmelitas des-calzas de vida contemplativa. Ellas no perci-ben ninguna clase de remuneración por el servicio misionero de oración que prestan al vicariato y a la Iglesia universal, pero sí son de gran ayuda espiritual para nosotros, pues sentimos su oración y su presencia cercana en nuestra misión apostólica.

Agradecemos, en nombre de las hermanas, su valiosa aportación y pedimos al Señor que bendiga a todos los benefactores que hacen posible que podamos cumplir en este vicaria-to nuestra labor misionera. Reciban nuestros saludos fraternales.

MONS.CARLOSBÜRGLER, obispo vicario apostólico de Reyes (Bolivia)

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ermanos: ¡paz! Soy el párroco de la parro-quia de Cristo Rey, que recibe una parte de la ayuda enviada por ustedes a la diócesis de Caxito. La utilizamos, junto con otras ayudas y las contribuciones de miembros de la co-munidad, para la construcción de una iglesia en el barrio de Paraíso, que tiene una pobla-ción estimada de 45.000 habitantes.

Este barrio de Paraíso, como los otros que componen nuestra parroquia, es pobre y le falta un poco de todo: escuelas, centros de sa-lud, energía eléctrica, agua, calles adecuadas, etc., y alguien podría decir que un lugar de culto puede esperar. Sin embargo, nosotros

creemos que, para el verdadero crecimiento del pueblo, una iglesia–con todo lo que sig-nifica en términos de comunidad, propuesta de valores no pasajeros, educación en la soli-daridad y en la donación, anuncio del amor que Dios tiene por todos– es útil a la socie-dad tanto y más que otras obras.

Doy las gracias a todos y les deseo mucha ale-gría en el camino de la solidaridad misionera.

P. MARIOCHERCHI, párroco de la parroquia de Cristo Rey, Kicolo (Angola)

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«Nos agrada sentirnos parte de una Iglesia solidaria que nos

ayuda y acompaña con sus oraciones y ayudas materiales».

Referencias

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