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Arte, verdad & política Harold Pinter Plenamar

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Academic year: 2021

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Diciembre 7, 2005

[Traducido por J.R. Mateo-Contreras]

Siento mucho no poder estar con ustedes en Estocolmo. En 1958 escribí lo que sigue:

“No existen grandes diferencias entre lo que es real y lo irreal, como tampoco entre lo que es

verdadero y lo que es falso. Un asunto no es necesariamente verdadero o falso, puede ser ambos a la vez”.

Creo que estas afirmaciones aún tienen sentido y que todavía son aplicables a la exploración de la realidad a través del arte. En mi calidad de escritor me atengo a ellas, pero no como ciudadano. Como ciudadano debo preguntarme: ¿Qué es verdadero? ¿Qué es falso?

En el teatro dramático la verdad siempre es esquiva. Uno nunca la encuentra del todo, pero su búsqueda es compulsiva. Es esa busca la que sin duda dirige el esfuerzo. La búsqueda es tu tarea. La mayoría de las veces tropiezas con la verdad en la oscuridad, chocando con ella o sólo vislumbrando una imagen o una forma que parece corresponder a la verdad, a menudo sin darte cuenta de que lo has hecho. Pero la pura verdad es que no existe tal cosa como una verdad en el arte dramático. Existen muchas. Estas verdades se desafían, retroceden la una de la otra, se reflejan, se ignoran, se toman el pelo y se hacen de la vista gorda entre sí. A veces sientes que por un instante tienes la verdad entre tus manos, pero luego se resbala entre los dedos y se pierde.

Con frecuencia me han preguntado cómo surgen mis obras de teatro. No lo puedo decir. Como tampoco puedo resumir mis obras, excepto decir que esto fue lo que pasó. Que eso es lo que dijeron. Que eso fue lo que hicieron.

La mayor parte de mis obras de teatro son engendradas por un renglón, una palabra o una imagen. Frecuentemente, la palabra dada es seguida en breve por una imagen. Daré dos ejemplos de dos líneas que aparecieron de la nada en mi cabeza, seguidas por una imagen y luego por mí.

Las obras son The Homecoming (Retorno Al Hogar) y Old Times (Viejos Tiempos). El primer renglón de The Homecoming es “¿Qué has hecho con las tijeras?”. La primera línea de Old Times es

“Oscuro”.

En cada caso yo no tenía más información.

En el primer caso alguien obviamente estaba buscando un par de tijeras y le exigía su paradero a alguien que él sospechaba probablemente las había robado. Pero yo de algún modo sabía que a esta última persona no le importaban un bledo las tijeras ni el interrogador.

En cuanto a “Oscuro”, consideré que era una descripción del pelo de alguien, de una mujer, y la respuesta a una pregunta. En cada caso me hallé obligado a seguirle la pista al asunto. Esto ocurrió visualmente, como un lento fundido a través de la sombra hacia la luz.

Siempre empiezo una obra llamando a los personajes A, B y C.

En la obra de teatro que devino The Homecoming vi a un hombre entrar a una escueta habitación y hacerle la pregunta a un joven sentado en un feo sofá leyendo una revista de carreras. De algún

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modo sospechaba que A era un padre y que B era su hijo, pero no tenía prueba. Sin embargo, esto se confirmó un corto tiempo después cuando B (que luego se convertiría en Lenny) le dice a A (que luego se volvería Max) “¿Papá, te importa si cambio de tema? Quiero preguntarte algo. ¿Qué fue lo que comimos de cena? ¿Cómo lo llamas? ¿Por qué no compras un perro? Eres más bien un cocinero de perro. Francamente. Piensas que estás cocinando para muchos perros”. Entonces, como B llama a A “Papá” parecía razonable asumir que eran padre e hijo. A era sin duda el cocinero, pero su

habilidad culinaria no parecía estar en alta estima. ¿Quería esto decir que no había una madre? No lo sabía. Pero, como me dije a mí mismo en ese momento, nuestros comienzos nunca conocen nuestros finales.

“Oscuro”. Una gran ventana. Cielo de atardecer. Un hombre, A (que se convertiría en Deeley), y una mujer, B (que se volvería Kate), sentados tomando tragos. “¿Gorda o flaca?” pregunta el hombre. ¿De quién hablan? Pero luego veo a una mujer, C (que luego sería Anna) parada en la ventana, bajo una luz diferente, de espalda a ellos, su cabello oscuro.

Es un momento extraño aquel en que se crean personajes que hasta ese instante no habían existido. Lo que sigue es caprichoso, incierto y hasta alucinante, aunque a veces puede ser una avalancha indetenible. La posición del autor en este trance es singular. En cierto sentido no es bien recibido por los personajes. Estos se resisten, es difícil convivir con ellos y son imposibles de definir. Tú no puedes imponerles condiciones. Hasta cierto punto, tú juegas un juego infinito con ellos, al gato y al ratón, a la gallina ciega o al escondite. Pero finalmente te das cuenta de que tienes gente de carne y hueso en tus manos, gente con voluntad y sensibilidad propia, hechas de piezas que no puedes cambiar, manipular ni distorsionar.

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Así, el lenguaje en el arte permanece como una transacción muy ambigua, una arena movediza, un trampolín, una piscina congelada cuyo hielo puede romperse y dejar hundir al autor en cualquier momento.

Pero, como he dicho, la búsqueda por la verdad nunca puede cesar. No puede suspenderse ni aplazar. Debe ser afrontada en ese lugar y en ese instante.

El teatro político plantea un conjunto de problemas totalmente distinto. A toda costa, debe evitarse sermonear. La objetividad es esencial. A los personajes se les debe permitir respirar su propio aire. El autor no puede confinarlos ni restringirlos para satisfacer su propio gusto, propensión o prejuicio. Debe estar preparado para aproximarse a ellos desde diversos ángulos, desde una gama completa y desinhibida de perspectivas; tal vez ocasionalmente tomándolos de sorpresa, pero siempre dándoles la libertad de seguir el camino que ellos decidan. Esto no siempre funciona. Y, por supuesto, la sátira política no se adhiere a ninguno de estos preceptos; de hecho, hace precisamente lo opuesto, que es exactamente su función.

En mi obra The Birthday Party (La Fiesta de Cumpleaños) pienso que permito que todo un abanico de opciones opere en un bosque espeso de posibilidad antes de enfocarme finalmente en un acto de subyugación.

Mountain Language (El Lenguaje de la Montaña) no aspira a tan amplio nivel de operación. Se mantiene cruel, corto y feo. Pero los soldados de la obra se divierten un poco. Uno a veces se olvida que los torturadores se aburren fácilmente. Necesitan un poco de risa para mantener el ánimo en alto. Esto ha sido confirmado, claro está, por los acontecimientos de Abu Ghraib en

Bagdad. Mountain Language sólo dura 20 minutos, pero podría seguir por horas y horas, repitiendo el mismo patrón una y otra vez.

Ashes to Ashes (Polvo Eres), por otra parte, me parece acontecer bajo el agua. Una mujer

ahogándose, su mano extendida hacia arriba a través de las olas, descendiendo y perdiéndose de vista, tratando de alcanzar a alguien sin encontrar a nadie ya sea encima o debajo del agua, hallando sólo sombras y reflejos, flotando; la mujer es una figura perdida en un paisaje que se ahoga, una mujer incapaz de escapar el destino sombrío que sólo parecía pertenecerle a otros.

Pero como ellos murieron, ella también debe morir.

El lenguaje político, a la usanza de los políticos, no se aventura en este territorio ya que la mayoría de los políticos, de acuerdo con la evidencia disponible, están interesados no en la verdad sino en el poder y el mantenimiento de ese poder. Para conservar ese poder, es fundamental que la gente permanezca y viva en la ignorancia de la verdad, incluso la verdad de sus propias vidas. Por lo tanto, estamos rodeados de un vasto tapiz de mentiras del cual nos alimentamos.

Como toda persona aquí sabe, la justificación para la invasión de Irak fue que Saddam Hussein poseía un conjunto altamente peligroso de armas de destrucción masiva, algunas de las cuales podrían ser disparadas en 45 minutos, provocando una devastación espantosa. Nos aseguraron que eso era cierto. No era cierto. Nos dijeron que Irak estaba relacionado a Al Qaeda y que era en parte responsable de la atrocidad en Nueva York el 11 de septiembre del 2001. Nos aseguraron que eso era cierto. No era cierto. Nos dijeron que Irak amenazaba la seguridad del mundo. Nos aseguraron que eso era cierto. No era cierto.

La verdad es algo totalmente diferente. La verdad tiene que ver con la manera como los Estados Unidos entiende su papel en el mundo y la forma que elige para encarnarlo.

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política exterior de los Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Creo que es obligatorio de parte nuestra someter este período a por lo menos una suerte de escrutinio limitado, que es lo que el tiempo de que disponemos aquí nos permite.

Todos sabemos lo que pasó en la Unión Soviética y en toda Europa Oriental durante el período de post-guerra: la brutalidad sistemática, las atrocidades generalizadas, la supresión despiadada del pensamiento independiente. Todo esto ha sido completamente documentado y verificado.

Pero mi argumento aquí es que los crímenes de los Estados Unidos en el mismo período solamente han sido registrados superficialmente, sin haber sido en absoluto documentados, admitidos o

reconocidos como crímenes. Creo que hay que hablar del asunto y que la verdad es muy importante para saber dónde el mundo se encuentra hoy. Aunque constreñidas, hasta cierto punto, por la existencia de la Unión Soviética, las acciones de los Estados Unidos han dejado claro que éstos han concluido que tienen carta blanca para hacer lo que deseen.

De hecho, la invasión directa de un estado soberano nunca ha sido un método favorecido por los Estados Unidos. En general, han preferido lo que han descrito como “conflicto de baja

intensidad”. Esto significa que miles de personas mueren pero más lentamente que dejándoles caer una bomba de un solo golpe. Esto quiere decir que usted infecta el corazón de un país, que usted crea un tumor maligno y observa como la gangrena florece. Cuando el pueblo ha sido sometido o golpeado a muerte – que es lo mismo – y tus propios amigos, es decir, los militares y las grandes corporaciones se sientan cómodamente en el poder, tú vas ante las cámaras y dices que la

democracia ha prevalecido. Esto era lugar común de la política exterior de los Estados Unidos en los años a los que me refiero.

La tragedia de Nicaragua fue un caso altamente significativo. Lo ofrezco como un fuerte ejemplo de la visión de los Estados Unidos de su papel en el mundo, antes y ahora.

Yo estuve presente en una reunión en la embajada de Estados Unidos en Londres hacia el final de los años 1980.

El Congreso de los Estados Unidos iba a decidir en corto plazo darle o no dinero a los Contras en su campaña de oposición al estado de Nicaragua. Yo era miembro de una delegación hablando a favor de Nicaragua, pero el integrante más importante de esa delegación era el padre John Metcalf. El líder del cuerpo diplomático estadounidense era Raymond Seitz (por aquel entonces la segunda autoridad luego del embajador, y más tarde embajador). El Padre Metcalf dijo: “Señor, estoy a cargo de una parroquia en el norte de Nicaragua. Mis parroquianos construyeron una escuela, un centro de salud y un centro cultural. Hemos vivido en paz. Hace unos cuantos meses, una fuerza de los Contras atacaron la parroquia. Destruyeron todo: la escuela, el centro de salud y el centro cultural. Violaron enfermeras y maestras, mataron médicos, de la forma más brutal. Se comportaron como salvajes. Por favor, solicite que Estados Unidos retire su apoyo a esta impactante actividad terrorista”.

Raymond Seitz gozaba de una buena reputación como hombre razonable, responsable y muy sofisticado. Era muy respetado en los círculos diplomáticos. El escuchó, hizo una pausa y luego habló con cierta seriedad. “Padre”, dijo, “déjeme decirle algo. En la guerra, las personas inocentes siempre sufren”. Hubo un silencio sepulcral. Lo miramos fijamente. El no vaciló.

La gente inocente, en efecto, siempre sufre.

Finalmente, alguien dijo: “Pero en este caso ‘la gente inocente’ fue víctima de una terrible atrocidad subvencionada por su gobierno, una de muchas. Si el Congreso permite darle a los Contras más

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dinero otras atrocidades de este tipo tendrán lugar. ¿No es este el caso? ¿Por lo tanto, no es su gobierno culpable de apoyar actos de asesinato y destrucción contra los ciudadanos de un estado soberano?”

Seitz se mantuvo imperturbable: “No estoy de acuerdo con que los hechos como han sido presentados den sostén a sus aserciones”.

Cuando íbamos saliendo de la embajada, uno de sus funcionarios me dijo que disfrutaba mis obras de teatro. No respondí.

Debo recordarles que en aquel entonces el presidente Reagan hizo la siguiente declaración: “Los Contras son el equivalente moral de nuestros Padres de la Patria”.

Los Estados Unidos apoyaron la cruel dictadura de los Somoza en Nicaragua por más de 40 años. El pueblo nicaragüense, conducido por los sandinistas, derrocó este régimen en 1979, una revolución popular asombrosa.

Los sandinistas no eran perfectos. Poseían una buena dosis de arrogancia y su filosofía política contenía un número de elementos contradictorios. Pero eran inteligentes, razonables y civilizados. Se dispusieron a establecer una sociedad estable, decente y pluralista. La pena de muerte fue abolida. A cientos de miles campesinos golpeados por la pobreza se le volvió a la vida. Más de cien mil familias recibieron títulos de tierra cultivable. Se construyeron dos mil escuelas. Una notable campaña de alfabetización redujo el analfabetismo a menos de la séptima parte. Se establecieron la educación y el servicio de salud gratuitos. Se redujo un tercio de la mortalidad infantil. Se erradicó la poliomielitis.

Estados Unidos denunció estos logros como una subversión marxista-leninista. A los ojos de su gobierno, un peligroso ejemplo se estaba llevando a cabo. Si a Nicaragua se le permitía fundar las normas básicas de justicia social y económica, si se le dejaba subir los estándares de salud y educación y alcanzar la unidad social y la dignidad nacional, los países vecinos se cuestionarían y harían lo mismo. Desde luego, en aquel entonces había una feroz resistencia al estatus quo en El Salvador.

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Yo hablé anteriormente acerca de “un tapiz de mentiras” que nos rodea. El presidente Reagan comúnmente describía a Nicaragua como un “calabozo totalitario”. Esto era aceptado por los medios, y ciertamente por el gobierno británico, como un comentario preciso y justo. Pero en realidad no había constancia de escuadrones de la muerte del gobierno sandinista. No había

registro de tortura. No había expediente de brutalidad militar oficial o sistemática. Ningún cura fue asesinado en Nicaragua. De hecho, había tres curas que eran funcionarios del gobierno, dos jesuitas y un misionero Maryknoll. Las mazmorras totalitarias realmente estaban al lado, en El Salvador y Guatemala. Los Estados Unidos habían derrocado el gobierno democráticamente electo de

Guatemala en 1954 y se estima que más de 200 mil personas han sido víctimas de las dictaduras militares sucesivas.

Seis de los jesuitas más distinguidos del mundo fueron viciosamente asesinados en la Universidad Centroamericana en San Salvador en 1989 por un batallón del regimiento Alcatl entrenado en Fort Benning, Georgia, en los Estados Unidos. Un hombre extremadamente valiente, el arzobispo Romero fue asesinado oficiando misa. Se estima que 75 mil personas murieron. ¿Por qué los mataron? Los mataron porque creían que una mejor vida era posible y había que alcanzarla. Esa creencia

inmediatamente los tildaba de comunistas. Murieron porque se atrevieron a cuestionar el estatus quo, el interminable estancamiento de pobreza, enfermedad, degradación y opresión que habían sido su sello de nacimiento.

Los Estados Unidos finalmente derrocaron al gobierno sandinista. Tomó algunos años y una resistencia considerable, pero la persecución económica implacable y 30 mil muertos finalmente socavaron el espíritu del pueblo nicaragüense. Una vez más estaban exhaustos y azotados por la pobreza. Los casinos regresaron al país. Se acabaron la salud y la educación gratuitas. Los grandes negocios retornaron con mayor fuerza. La “Democracia” había triunfado.

Pero esta política de ninguna manera estaba limitada a Centroamérica. Era conducida en todo el mundo. No tenía fin. Y era como si nunca hubiese ocurrido.

Estados Unidos apoyó y en muchos casos engendró todas las dictaduras militares de derecha en el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Me refiero a Indonesia, Grecia, Uruguay, Brasil, Paraguay, Haití, Turquía, Filipinas, Guatemala, El Salvador y, claro está, Chile. El horror que los

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Estados Unidos infligieron a Chile en 1973 nunca puede ser purgado ni olvidado.

Cientos de miles de muertes ocurrieron en todos estos países. ¿Tuvieron lugar? ¿Son todas atribuibles a la política exterior de los Estados Unidos? La respuesta es sí, ocurrieron y son atribuibles a la política exterior de los Estados Unidos. Pero usted no lo sabría.

Aquello nunca ocurrió. Nunca, jamás sucedió. Aun cuando estaba aconteciendo no estaba ocurriendo. No importaba. No era de interés. Los crímenes de los Estados Unidos han sido sistemáticos, constantes, atroces, implacables, pero muy pocas personas hablan de ello. Hay que darle crédito a los Estados Unidos. Han ejercido una verdadera manipulación del poder mundial haciéndose pasar por una fuerza de bien universal. Es un acto brillante, incluso ingenioso, sumamente exitoso de hipnosis.

Planteo ante ustedes que los Estados Unidos son sin dudas el mayor espectáculo en la carretera. Crueles, indiferentes, desdeñosos y despiadados, pero también astutos. Como vendedores están en su propia liga y su mercancía más vendible es el amor propio. Son unos ganadores. Escuchen a todos los presidentes estadounidenses decir “el pueblo americano”, como en la siguiente oración, “Yo le digo al pueblo americano que es la hora de rezar y defender los derechos del pueblo americano y le pido al pueblo americano confiar en su presidente en el paso que está a punto de dar a favor del pueblo americano”.

Es una brillante estratagema. Es el lenguaje siendo usado para mantener el pensamiento acorralado. Las palabras “el pueblo americano” verdaderamente proveen un voluptuoso cojín de

tranquilidad. No tienes que pensar. Sólo recostarte sobre el almohadón. Este puede sofocar tu

inteligencia y tus facultades críticas, pero es muy confortable. Desde luego, esto no se aplica a los 40 millones de personas que viven bajo el nivel de pobreza ni a los 2 millones de hombres y mujeres encarcelados en el enorme gulag de prisiones extendido en todo el territorio de los Estados Unidos. Los Estados Unidos ya no se molestan con el conflicto de baja intensidad. No ven motivos para ser reticentes o taimados. Ponen las cartas sobre la mesa sin miedo ni aprobación. Sencillamente no les importan un comino las Naciones Unidas, las leyes internacionales ni la disensión crítica, a las cuales considera impotentes e irrelevantes. Además, tienen su pequeño cordero balando detrás suyo atado a una correa, la patética e indolente Gran Bretaña.

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¿Qué ha pasado con nuestra sensibilidad moral? ¿Alguna vez la tuvimos? ¿Qué significan estas palabras? ¿Se refieren a un vocablo muy raramente empleado en estos días – conciencia? ¿Una conciencia no solo con respecto a nuestros propios actos sino también con la responsabilidad que nos toca de las acciones de los demás? ¿Todo esto está muerto? Miren a la Bahía de Guantánamo. Cientos de detenidos sin cargos por más de tres años, sin representación legal ni el debido proceso, en teoría detenidos a perpetuidad. Este entramado completamente ilegítimo se mantiene en

violación a la Convención de Ginebra. La llamada “comunidad internacional” no sólo lo tolera, sino que apenas le preocupa.

Este atropello criminal está siendo cometido por un país que se autoproclama “el líder del mundo libre”. ¿Pensamos en los habitantes de la Bahía de Guantánamo? ¿Qué dicen los medios de ellos? Ocasionalmente aparecen como una pequeña noticia en la página seis de los diarios. Han sido enviados a una tierra de nadie de la cual en efecto podrían no regresar jamás. Actualmente muchos se encuentran en huelga de hambre, siendo alimentados forzosamente, entre ellos residentes británicos. El procedimiento de alimentación forzosa es nada amable. Para ello no se emplean sedantes ni anestésicos. Solo un tubo introducido a la fuerza a través de tu nariz y garganta. Tú vomitas sangre. Esto es tortura. ¿Qué ha dicho el Secretario de Relaciones Exteriores británico sobre esto? Nada. ¿Por qué no? Porque los Estados Unidos dijeron: criticar nuestra conducta en la Bahía de Guantánamo constituye un acto hostil. Usted está con nosotros o en contra nuestra. En consecuencia, Blair se calla.

La invasión de Irak fue un acto bandolero, un acto de terrorismo de estado descarado, demostrando un desprecio absoluto hacia el concepto de leyes internacionales. Fue una acción militar arbitraria inspirada en una serie de mentiras sobre mentiras y la manipulación grosera de los medios y por ende del público; un acto destinado a consolidar el control militar y económico del Oriente Medio por parte de los Estados Unidos disfrazado (como último recurso, ya que todas sus otras

justificaciones habían fallado) de liberación. Una demostración formidable de fuerza militar responsable de la muerte y mutilación de miles y miles de personas inocentes.

Hemos traído tortura, bombas de racimo, uranio empobrecido, innumerables actos de asesinatos aleatorios, miseria, degradación y muerte al pueblo iraquí y a esto lo llamamos “trayendo libertad y democracia al Oriente Medio”.

¿Cuántas personas tienes que matar para ser calificado de genocida o criminal de guerra? ¿Cien mil? Hubiera pensado que eso es más que suficiente. Por consiguiente, es justo que Bush y Blair comparecieran ante la Corte Penal Internacional. Pero Bush ha sido astuto. No ha ratificado a esta corte. Por lo tanto, Bush ha advertido que si cualquier soldado o político estadounidense se ve en el banquillo de los acusados enviaría a la infantería de marina a rescatarlo. Pero Tony Blair sí ha ratificado la corte y, por consiguiente, estaría disponible para ser enjuiciado. Si la corte está interesada, le podríamos proveer su dirección. Es la casa número 10, Downing Street, Londres. La muerte en este contexto es irrelevante. Tanto Bush como Blair colocan la idea de la muerte en un lugar lejano de sus mentes. Por lo menos 100 mil iraquíes murieron a causa de las bombas y misiles estadounidenses antes de que la insurgencia empezara. Estas personas tienen poca importancia. Sus muertes no existen. Son una hoja en blanco. Ni siquiera están registrados como muertas. “No

hacemos conteo de muertos”, dijo el general estadounidense Tommy Franks.

Temprano en la invasión se publicó una fotografía en la primera plana de los periódicos británicos de Tony Blair besando la mejilla de un niñito iraquí. “Un niño agradecido”, rezaba el subtítulo. Pocos días después había otra historia con fotografía, en una página interior del periódico, de un niño de cuatro años sin brazos. Su familia había sido reventada por un misil. Era el único sobreviviente. “¿Cuándo me van a regresar mis brazos?” preguntaba. La historia se esfumó. Bueno, Tony Blair no

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lo cargaba en sus brazos, como tampoco el cuerpo de ningún otro niño mutilado, ni el de un cadáver ensangrentado. La sangre es sucia. Mancha tu camisa y corbata cuando estás dando un discurso sincero en la televisión.

Los dos mil muertos estadounidenses son una vergüenza. Son transportados a sus tumbas a la sombra. Los funerales son discretos, fuera de peligro. Los mutilados se pudren en sus camas, algunos por el resto de sus vidas. Así, los muertos y mutilados se pudren en diferentes tipos de sepulturas.

He aquí un fragmento de un poema de Pablo Neruda, “Explico Algunas Cosas”: Y una mañana todo estaba ardiendo

y una mañana las hogueras salían de la tierra

devorando seres,

y desde entonces fuego, pólvora desde entonces, y desde entonces sangre.

Bandidos con aviones y con moros, bandidos con sortijas y duquesas, bandidos con frailes negros bendiciendo venían por el cielo a matar niños, y por las calles la sangre de los niños corría simplemente, como sangre de niños.

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Chacales que el chacal rechazaría,

piedras que el cardo seco mordería escupiendo, víboras que las víboras odiaran!

Frente a vosotros he visto la sangre de España levantarse

para ahogaros en una sola ola de orgullo y de cuchillos!

Generales traidores:

mirad mi casa muerta, mirad España rota:

pero de cada casa muerta sale metal ardiendo en vez de flores,

pero de cada hueco de España sale España,

pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos, pero de cada crimen nacen balas

que os hallarán un día el sitio del corazón.

Preguntaréis por qué su poesía

no nos habla del sueño, de las hojas, de los grandes volcanes de su país natal?

Venid a ver la sangre por las calles, Venid a ver

la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles!

Permítanme dejar bien claro que al citar un poema de Neruda de ninguna manera estoy comparando la España Republicana con el Irak de Saddam Hussein. Cito a Neruda porque en ninguna parte de la poesía contemporánea he leído una descripción tan intensa y visceral del bombardeo de civiles. He dicho anteriormente que ahora los Estados Unidos son totalmente francos al poner sus cartas sobre la mesa. Ese es el caso. Su política oficial declarada ahora se define como “dominio de espectro completo”. Ese no es mi término, es el suyo. “Dominio de espectro completo” significa control de la tierra, aire y espacio y todos los recursos concomitantes.

Los Estados Unidos ocupan 702 puestos militares a través del mundo en 132 países, con la

excepción de honor de Suecia, por supuesto. No sabemos a ciencia cierta como llegaron allí, pero allí están efectivamente.

Los Estados Unidos poseen 8 mil ojivas nucleares activas y operacionales. Dos mil en extremo estado de alerta, listas para ser activadas en 15 minutos. Están desarrollando nuevos sistemas de fuerza nuclear conocidos como destructores de búnker. Los británicos, siempre cooperativos, tienen

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la intención de reemplazar su propio misil nuclear, el Trident. ¿A quién, me pregunto, están apuntando? ¿A Osama Bin Laden? ¿A usted? ¿A mí? ¿Al hombre promedio (Joe Dokes)? ¿China? ¿París? ¿Quién sabe? Lo que sí sabemos es que esta infantil locura de poseer armas nucleares y amenazar con su uso está en el corazón de la filosofía política actual de los Estados

Unidos. Debemos recordar que los Estados Unidos están en pie militarista permanente y no dan muestra de aflojarlo.

Muchos miles, sino millones, de personas en los mismos Estados Unidos están manifiestamente asqueados, avergonzados y enojados por las acciones de su gobierno, pero aún no son una fuerza política coherente. Sin embargo, la ansiedad, incertidumbre y miedo que podemos ver crecer a diario en los Estados Unidos es improbable que disminuya.

Sé que el presidente Bush tiene un equipo competente de escritores de sus discursos, aun así me gustaría ofrecerme de voluntario para ese oficio. Propongo la siguiente corta arenga que podría difundir por televisión a la nación. Lo veo solemne, el pelo cuidadosamente peinado, serio,

victorioso, sincero, a menudo seductor, a veces con una sonrisa torcida, curiosamente atractivo, un hombre fuerte y masculino.

“Dios es bueno. Dios es grande. Mi Dios es bueno. El Dios de Bin Laden es malo. El suyo es un Dios malo. El Dios de Saddam era malo, aunque no tuviera uno. Era un bárbaro. Nosotros no somos bárbaros. No le cortamos la cabeza a la gente. Creemos en la libertad. Igual que Dios. No soy un bárbaro. Yo soy el líder elegido democráticamente de una democracia amante de la libertad. Somos una sociedad misericordiosa. Aplicamos electrocución e inyecciones letales compasivas. Somos una gran nación. No soy un dictador. Él si lo es. No soy un bárbaro. Él sí. Claro que lo es. Todos lo son. Yo poseo autoridad moral. ¿Ven este puño? Esta es mi autoridad moral. Y no lo olviden.

La vida de un escritor consiste en una actividad sumamente vulnerable, casi al desnudo. Pero no por ello tenemos que ponernos a llorar. El escritor hace su elección y se atiene a ella. Pero hay que decir que en verdad se está expuesto a todo tipo de vientos, algunos verdaderamente fríos. Estás por tu cuenta, en una situación precaria. No encuentras abrigo ni protección a menos que mientas, en cuyo caso te habrías construido tu propia protección y, se podría argüir, convertido en un político.

Me he referido bastante a la muerte esta tarde. Ahora debo citar un poema mío titulado “Muerte”. ¿Dónde se encontró al cadáver?

¿Quién encontró al cadáver?

¿Estaba el cadáver muerto cuando lo encontraron? ¿Cómo encontraron al cadáver?

¿Quién era el cadáver?

¿Quién era el padre o hija o hermano O tío o hermana o madre o hijo

Del cuerpo muerto y abandonado?

¿Estaba el cuerpo muerto al ser abandonado? ¿Fue abandonado el cuerpo?

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¿Estaba el cadáver desnudo o vestido para el viaje?

¿Qué te hizo declarar al cadáver muerto? ¿Declaraste muerto al cadáver?

¿Qué tan bien conocías al cadáver?

¿Cómo sabias que el cadáver estaba muerto?

¿Lavaste el cadáver? ¿Le cerraste ambos ojos? ¿Enterraste el cuerpo? ¿Lo abandonaste?

¿Besaste al cadáver?

Cuando miramos un espejo pensamos que la imagen que nos confronta es fiel. Pero, muévase un milímetro y la imagen cambia. En realidad, estamos mirando una serie interminable de

reflexiones. Pero a veces el escritor tiene que romper el espejo porque es al otro lado del espejo donde la verdad nos mira fijamente.

Creo que a pesar de la enorme cantidad de posibilidades que existen, como ciudadanos tenemos la obligación crucial de desarrollar una determinación intelectual intensa e impertérrita que nos permita definir la verdad real de nuestras vidas y nuestras sociedades.

Si tal resolución no se encarna en nuestra visión política no tenemos esperanza de restaurar lo que casi hemos perdido – la dignidad del hombre.

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* Harold Pinter (Londres, 1930-2008) Dramaturgo, guionista, director de teatro y cine; actor, poeta, novelista y pacifista radical de origen judío. Considerado el máximo exponente del arte dramático inglés de la segunda mitad del siglo XX.

En el año 2005 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura porque “sus obras de teatro dejan al descubierto el precipicio que yace debajo del balbuceo cotidiano y allanan las habitaciones donde mora a puertas cerradas la opresión”.

Por razones de salud, Pinter no pudo asistir en persona a la entrega del premio. Su conferencia tuvo que ser grabada y luego proyectada en la Academia Sueca. Reproducimos aquí el texto de la

conferencia que traducimos lo más literalmente posible del original en inglés, con la excepción del fragmento del poema de Pablo Neruda “Explico Algunas Cosas” que tomamos del original en castellano.

Más abajo aparece el enlace del sitio Web del Premio Nobel donde el lector podrá encontrar el video de la conferencia y sus textos en inglés, sueco, francés y alemán.

https://www.nobelprize.org/prizes/literature/2005/pinter/lecture/ J.R. Mateo-Contreras es médico.

Referencias

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