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Loribelle Hunt - Serie Luna Hechizada - 01 - A La de Una....!

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Academic year: 2021

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1º Luna Hechizada

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Liza es un Paladín, la tercera en poder en la manada Redhawke (Halcón Rojo). Mitad bruja, mitad mujer lobo, pero sin la capacidad de cambiar de forma, tiene una historia áspera con Caleb, el heredero del Alfa.

En una noche explosiva, exploran el interés de ella por la sumisión, pero él abandona a la manada. Y a ella.

Cinco años después, el Alfa ordena a Liza que traiga de regreso a Caleb. Los años que han pasado no han suavizado su enfado con ella, o el calor que una vez llameó entre los dos.

Caleb está esperando el momento oportuno para regresar a Redhawke. Y lo está pasando agradablemente con su amante Zach. Cuando Liza aparece, de nuevo por órdenes de su padre, se siente enfadado y dolido, pero sigue deseándola. Esta vez no la dejará marchar. Zach le echa un vistazo a la mujer y sabe que es la apropiada para ellos.

Pero, ¿podrá aceptar que su deliciosa sumisión en la cama no va más allá de la puerta del dormitorio?

Reclamada por dos hombres lobo, Liza lucha por superar el pasado con Caleb mientras empieza a conocer a Zach. Pero estos tendrán que respetar su devoción por la manada y su espíritu guerrero si quieren ganársela.

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Capítulo 1

Capítulo 1

—O

h sí. —Fue más un largo gemido que dos palabras distintas—.

Exactamente así.

Los dientes se deslizaron, apenas, por la parte de abajo de la polla de Caleb antes de que los labios se cerraran con fuerza en torno a ésta, haciéndole subir de un tirón las caderas. Zach lo mantenía sujeto con facilidad, con un brazo le presionaba la pelvis y con la otra mano rodeaba la base de su erección.

Conocía con exactitud lo que Caleb quería esta noche, sabía que tenía que expulsar la irritabilidad, la inexplicable necesidad que, últimamente no le había estado dejando en paz. En especial el último par de días. Lo chupó con fuerza. Su boca, lengua y dientes estaban castigando, exigiendo mucho. Casi brutales.

No obstante, Caleb era un werewolf; podría soportar lo que fuere que Zach le propinase. Y más.

Caleb se corrió como un cohete, pero después del primer trago, Zach se apartó. Y usando su semen, lo frotó alrededor de su culo. Lo usó como lubricante antes de meterle la punta de la polla. Caleb apretó los puños.

Era poco común que él dejase a Zach manejarse así. De los dos, Caleb era el más dominante, aunque Zach no era exactamente un enclenque tampoco. Ahora mismo, Caleb leía demasiada preocupación, demasiadas preguntas en los ojos de su amante. Tensó los músculos un poco, sólo lo suficiente para distraerlo y los ojos de Zach se pusieron amarillos, cambiando a lobo cuando se hundió hasta la empuñadura con fuerza y sin mucho cuidado.

Las primeras estocadas fueron bruscas. Caleb estaba duro otra vez para cuando Zach disminuyó a un ritmo más estable y controlado. Cuando lo miró a los ojos vio ternura y esta noche… no bastaría. Con su mano rodeó la nuca de Zach y tiró de ella con fuerza hacia abajo.

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Gruñó cuando obtuvo la reacción que quería. La boca de Zach aplastando la de él. Su polla entrando y saliendo con fuerza. Ninguno de los dos podría durar mucho más tiempo así. Ninguno de los dos en verdad lo quería. Tan pronto como Zach se corrió, Caleb le dio la vuelta y lo tomó desde atrás. Todo terminó en segundos. Yacieron uno al lado del otro durante mucho tiempo. Jadeantes, sudorosos y tranquilos.

No fue hasta mucho más tarde, después de que se hubieran duchado y vestido que Zach rompió el silencio.

—Deberíamos encontrar una mujer esta noche. —Sí.

Sonaba bien. Cualquier cosa para quitarse la necesidad que seguía sin dejarle en paz. Era como si su cuerpo supiera algo que él no. Como si estuviera calentando motores anticipadamente. Levantó la mirada para encontrar la expresión pensativa de Zach antes de que pudiera ocultarla, y puso los ojos en blanco. Realmente no estaba de humor para ser psicoanalizado esa noche.

—¿No has llamado aun?

Mierda. Zach no iba a dejarlo pasar.

—No —le contestó bruscamente. Antes Zach había compartido su teoría de que algo andaba mal en la manada de Caleb. Que éste estaba experimentando algún tipo de extraño sexto sentido. Era una peligrosa suposición para hacer sobre un werewolf, incluso si su manada no tenía las mismas inhibiciones sobre las brujas que el resto.

La sola idea era suficiente para traer la imagen de ella a la mente de Caleb. Liza. Sentía la mezcla usual de emociones al recordarla. Lujuria y rabia. Furia y actitud posesiva. Respiró hondo para serenarse. No podía tenerla. Mierda, ella, muy probablemente a estas alturas, se habría apareado con alguien. Su lobo se levantó cerca de la superficie de su mente y gruñó su descontento.

—¿Bien?—preguntó Zach.

—Encontraremos a alguien mañana. —Él ignoró la segunda pregunta y contestó a la primera.

No podía tomar a una mujer en su estado actual. Incluso con Zach cerca para frenarlo, no podía estar seguro de que no la lastimaría.

—Terco —masculló Zach—. Voy a tomar una copa. Ya sabes dónde encontrarme cuando te libres de esto.

Él sonrió abiertamente.

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—Exactamente.

Zach salió, pero sus risitas aún llenaban el aire.

Caleb levantó el teléfono y empezó a marcar, pero colgó antes de finalizar. Si algo anduviera mal en Redhawke, alguien le habría llamado, ¿verdad? Ya fuera su padre, Grant, el Alfa, o su Beta, Henry. O mierda, incluso Liza. Según sus fuentes, ella era Paladín ahora, una especie de mezcla entre experto de seguridad, jefe de policía y guardián. Según la tradición werewolf, los Paladines eran caballeros werewolf que protegían a Carlomagno. No sólo eran heroicos, además no podían ser corrompidos. No podían ser apartados de su misión. Cada manada werewolf de la actualidad tenía un Paladín. Cumplían con tantos trabajos que Caleb no estaba seguro de poder mencionarlos todos.

Quizás lo más importante era que, como caballero de la manada, el Paladín era el defensor contra no sólo los pretendientes al trono, sino también contra las amenazas provenientes del exterior. Las amenazas de otras manadas. Nadie tendría acceso al Alfa o al Beta sin obtener primero su aprobación. A menos que, como él, tuvieran números privados o vínculos familiares que no pudieran negarse.

Él tenía sentimientos conflictivos acerca de que ella ocupara el puesto de Paladín. La devoción de Liza a la manada nunca había sido cuestionada. Ella nunca la habría puesto en peligro. El futuro Alfa en él lo aprobaba. El hombre y el lobo, no tanto. Él nunca sería tan importante para ella como la manada. Nunca sería el centro de su universo. Sin embargo, también se sentía orgulloso de los logros de Liza. Sabía que de todos los soldados adultos de la manada, ella era la más calificada. La más inteligente. La mejor combatiente. Diablos, debería serlo. Había ayudado a entrenarla.

Con un gruñido agarró una cerveza del refrigerador, retorció la tapa y la tiró a la basura mientras se paseaba. Los herederos Alfas solían pasar unos cuantos años viajando y viviendo entre otras manadas.

Ayudando a fortalecer alianzas entre éstas. Pero él había permanecido aquí en Maine durante cinco años y eso era excesivo. Tenía los días contados. Con el tiempo, tendría que regresar a su casa en Florida y hacerse cargo de la manada. Siempre lo había sabido. Pero el final se acercaba día a día.

No porque algo anduviera mal en Redhawke, sino porque él y Zach comenzaban a poner nerviosa a la manada. Eran los dos machos más fuertes, más fuertes que el Alfa y el Beta, y sus herederos. Había una solución sencilla… un juramento de sangre al padre de Zach. Pero esa respuesta fácil era imposible. Para hacer eso, él tendría que renunciar a su reclamo de Redhawke, la manada de su padre, y eso no iba a suceder. Sin embargo, era claro que su acogida en Maine se estaba agotando. Había

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habido algunas indirectas bastante directas en la última reunión del consejo. Fueron sólo las relaciones familiares las que impidieron que les echaran a él y a Zach, que era el hijo menor del Alfa y del Beta. Lo que complicaba aún más la situación.

Cuando Caleb regresara a casa, Zach iría con él como su Beta, y podría soltar su naturaleza dominante. Sería bueno para ambos. Entonces, ¿por qué dudaban?

Bebió el resto de la cerveza y se obligó a ser brutalmente honesto. Por dos motivos.

Zach tendría que hacer un juramento de sangre en Redhawke para tomar de manera oficial su lugar en la manada.

Caleb era reacio a imponerle eso a la fuerza, y sabía que Zach no dudaría en hacerlo cuando llegara el momento. Caleb lo amaba demasiado como para no sentirse culpable por ser la causa de la ruptura de Zach con su familia.

Luego estaba Liza. Se había ido por ella, para poner tanta distancia entre ellos como le fuera posible y había tenido la esperanza de poder sacarla de su sangre. Sin embargo, la rabia, la amargura y el sentimiento de traición no le habían abandonado como hubiese esperado. ¿Era idiota permanecer alejado tanto tiempo a causa de una mujer? Sí. Pero era la única coraza que tenían su corazón y su alma. Porque, cuando él regresara a casa, sabía que la querría, que la desearía con la misma intensidad de siempre. Después de lanzar la botella vacía, agarró las llaves. Tal vez si se unía a Zach para un poco de diversión carnal, dejaría de visualizarla en su mente.

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Capítulo 2

Capítulo 2

S

er una bruja en un bar repleto de hombres lobos desconocidos la debería haber puesto con los nervios de punta. No sería bienvenida si ellos supiesen lo que era. No es que la hubieran saludado con sonrisas anchas y brazos abiertos. Las miradas de reojo hablaban de cautela y curiosidad. Sin embargo, en lugar de preocuparse por posibles hostilidades, se sentó cavilando ante su cerveza en una pequeña mesa redonda en un rincón oscuro.

No es que no estuviera preocupada. Mierda, ahora mismo podría redefinir la palabra. Pero por motivos completamente equivocados. La puerta se abrió, dejando que una ráfaga de gélido viento invernal se arremolinara por la habitación, y su cabeza se levantó bruscamente. Observando, esperando para ver quién atravesaría la abertura. Su suspiro de alivio estuvo fuera de lugar considerando su misión.

Encuentra a Caleb. Tráelo a casa.

Ella recordaba la orden del Alfa. Usa cuanto sea necesario. Se le retorció el corazón en el pecho. Había estado de pie temblando en el porche delantero del Alfa tratando de explicarle que no debería ser ella la que fuera, que desde un comienzo él se había ido de su casa por ella, pero Grant se negaba a escucharla y había insistido en que debía traer a su hijo a casa.

La puerta volvió a abrirse y ella hizo a un lado el anhelo de ver su cara familiar, se recordó que estaba aquí para hacer un trabajo. Nada más. Ni nada menos. Inspira y exhala, Liza, corazón roto al mínimo.

A su alrededor, el bar se atiborró de gente y la multitud se volvió más pendenciera. Observaba a las mujeres con celos apenas contenidos. Recordaba el modo en que Caleb la había apartado de él después de su única noche juntos. Su insistencia, su furioso juramento de que no se arriesgaría a un apareamiento con una humana, y además bruja, de que no se arriesgaría a que sus hijos pudieran ser… menos que él. Oh, él había sabido exactamente donde golpearla con eso. Justo en su orgullo, en su inseguridad.

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Por lo general un niño de un apareamiento humano-lupino era lobo. Casi siempre. De vez en cuando uno nacía con habilidades en estado latente. Sin embargo, el estado latente se presentaba de muchas formas. Unos sólo podían cambiar cuando la luna estaba cerca de luna llena. Algunos podían cambiar parcialmente. Otros tenían la fuerza y la velocidad de un

werewolf, pero no podían cambiar para nada. Como ella.

Sus labios se movieron con la parodia de una sonrisa retorcida. Sabía demasiado bien cuán raros eran esos niños y se sorprendió por la amargura que subió, filosa y punzante por su pecho, pensaba que lo había superado hacía años. Ser enviada detrás de Caleb Michaelson estaba poniendo sobre el tapete inseguridades que pensaba estaban en el pasado.

Peor aún que nacer humano para un lobo eran sus talentos inútiles, los poderes que siempre sintió justo allí, pero que por alguna razón no podía liberar. Su madre juraba que la presa se rompería un día, pero ella, desde hacía mucho tiempo, había abandonado esa esperanza y en lugar de eso se había amoldado en una persona que podía ser útil a la manada a pesar de sus defectos. No ayudaba el que ellos deberían ser enemigos jurados. Las brujas y los hombres lobos no se relacionaban. Su propia madre había sido desterrada por aparearse con un cambiante.

Apartó los recuerdos y se concentró en su trabajo. Había sido fácil localizar a Caleb. Como el Paladín de la manada… la primera mujer y ni siquiera una loba… era su trabajo saber dónde estaba cada uno en todo momento. Siempre había sabido que él estaba aquí con esta manada del norte. Tenía reputación de playboy. Ese conocimiento la carcomía un poco. Bien, bastante. Ella no era suficiente para él. Pero al parecer nadie más lo era tampoco. Esa pequeña justificación la había acompañado en las noches de soledad durante cinco años.

La puerta se abrió y al mismo tiempo alguien se sentó en su mesa bloqueándole la vista. Él le puso una cerveza enfrente y ella se dio cuenta con un susto sorprendido que de hecho, se había terminado la suya. Tal vez eso explicaba el agarrotamiento en su garganta, la repentina sequedad. Pero también hubo alarma. Tal vez un poco de miedo. Él se había acercado sin que ella lo notara. Esperaba que la magnolia que camuflaba su aroma natural fuera suficiente para ocultarle su genética.

Espabílate, Liza.

—Ahora, ¿qué está haciendo una mujer tan bonita como tú en nuestro alejado bar?—murmuró él.

El interés en el tono de la voz era inconfundible. En cualquier otra circunstancia habría coqueteado con él, podría haberse tomado tiempo para ver si compartía la suspicacia por las brujas de su especie, incluso por las sin poderes. Pero ahora no. No cuando sentía la presencia de Caleb

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tan cerca, sabía que a pesar del rincón oscuro donde se ocultaba, él la vería.

Aunque quizás eso obrara en su favor. Sabiendo que Caleb observaba, se inclinó hacia adelante en su asiento, exponiendo su escote demasiado amplio. Echó un vistazo a su alrededor y se mordisqueó el labio inferior mientras se preparaba mentalmente para coquetear con el desconocido. Sin embargo, su mirada cayó sobre Caleb y sus ojos la atraparon, la inmovilizaron en el lugar. Respiró hondo y decidió que no sucumbiría a esa mirada furiosa, condenatoria y gélida.

Liza juraría que lo podía oler. Sentirlo a su alrededor. El recuerdo repentino de él empujando dentro de ella, reclamándola, la hizo respirar hondo. Apartando bruscamente los ojos, vio que el otro hombre había seguido la línea de su mirada. Los dedos masculinos cubrieron los suyos mientras ella agarraba la boca de la botella de cerveza.

—¿Vas a ignorarme por Caleb? —Se puso una mano sobre el corazón de manera dramática—. Me hieres, cariño.

Él se sorprendió cuando ella soltó una carcajada y Liza deseó que las circunstancias fueran diferentes.

—No lo creo posible.

Su mano era grande y caliente sobre la de ella. Lo miró a los ojos. Eran cálidos y acogedores, la sonrisa ligera, pero oh muy sexy. Deseaba poder aceptar su invitación, segura de que no se arrepentiría de una noche en su cama.

—Retírate, Zach. Ésta no está disponible.

Sorprendida, levantó bruscamente la cabeza para encontrar la mirada de Caleb. Sonaba posesivo y territorial. El otro hombre, Zach, se recostó en su silla y se cruzó de brazos.

Exudaba indolencia y seguridad en sí mismo por sus poros. Si su alma ya no perteneciera a otro, saltaría sobre él y nunca miraría hacia atrás. Zach arqueó una ceja.

—¿Cambiando las reglas, Caleb? —Toda la guasa dejó su voz mientras la estudiaba—. ¿No es interesante? No creo que debieras acapararla.

Ella contuvo el aliento ante la implícita propuesta, pero antes de que pudiera pensar en ello, Caleb se recostó sobre el hombro de Liza y plantó cara a Zach. El aire se cargó, arcos eléctricos se formaron entre los tres. Ella debería defenderse, debería obligar a Caleb a retroceder, pero él rozaba su pecho contra su espalda y el contacto que había anhelado durante tanto tiempo la mantuvo congelada en el lugar.

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Gruñó y ella se preguntó qué diablos estaba pasando. Zach sólo ladeó la cabeza y les dio a ambos una mirada considerativa mientras olfateaba el aire.

—¿Eso es así? —Sí. Eso es así.

Zach levantó las manos y abrió los brazos de par en par. Un gesto apaciguador, pero su cuerpo estaba tenso y sus ojos eran duros. Peligroso. Obviamente conocía muy bien a Caleb. Ella quería hacerle preguntas. Saber quién era. Él la miró durante un instante y Liza se preguntó si en efecto era dolor lo que pasó como un relámpago por sus ojos. ¿Qué tipo de relación tenían él y Caleb?

—Así no es como te gusta.

—Lo sé. No cambia nada. Ella es mía.

Zach se levantó e hizo un gesto brusco con la cabeza para que Caleb lo siguiera. Ya entablados en una conversación acalorada, se detuvieron a pocos metros. Demasiado lejos para que ella escuchara. Ambos se volvieron para mirarla ferozmente un par de veces y mientras hablaban, se acercaron hasta rozarse uno contra el otro. No fue hasta que no se separaron que ella se dio cuenta de lo que estaba presenciando. Una pelea de enamorados. Con razón Caleb nunca estuvo vinculado con nadie durante mucho tiempo. Zach le había dado a entender que ellos compartían a las mujeres. Pero que Caleb le contradijera debió haberle molestado. Mucho. Estaba celoso y ella se preguntaba si creería que era un lazo de afinidad entre ellos. ¿Cuántas veces había estado celosa de una de las mujeres de Caleb? Y ni siquiera podía llamar a Caleb suyo. Pobre tío. Necesitaba decir lo que había venido a decir y salir pitando.

Ambos dejaron de hablar abruptamente cuando ella se acercó.

—Oye, no pretendo causar ningún problema. Sólo necesito un minuto del tiempo de Caleb —le dijo a Zach.

—Ve a sentarte. Trataré contigo en un minuto —le ordenó Caleb. Zach puso los ojos en blanco y ella entornó los suyos.

—Hay dos personas en el mundo de las que recibo órdenes y tú no eres una de ellas.

Zach soltó una risotada.

—Bueno, no es esto interesante. Tu pequeña humana tiene garras. —Se cruzó de brazos—. Te diré qué. ¿Por qué no te ocupas de ella primero y luego yo trataré contigo?

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a Zach era de furia, los ojos le brillaban amarillos, el lobo tan cerca que ella estaba sorprendida de que no hubiese sentido sus garras en el hombro.

—No voy soltar algo mío.

Liza no advirtió la reacción de Zach ante esa afirmación, las palabras de Caleb la cabrearon muchísimo. No le pertenecía. Él se había cerciorado de que ella lo entendiese cuando la abandonó.

Antes de que pudiera protestar, la estaba llevando hacia la pequeña pista de baile. La rodeó con los brazos, apretándola contra él. Su erección se sentía dura contra su vientre y sus pezones se endurecieron en respuesta. Liza cerró los ojos con fuerza. Esto no estaba sucediendo. Él realmente no la deseaba. Antes de que ella se hubiera dado cuenta siquiera, se mecían con la música y su cuerpo se calentaba a pesar del modo en que ella lo combatía.

—¿Qué estás haciendo aquí, Liza?

Tragó saliva, desearía haber tomado otro trago de esa cerveza antes de que él la hubiese arrastrado hasta aquí.

—He venido para llevarte a casa. Él arqueó una ceja.

—¿Así que finalmente has venido detrás de mí?

Ella bufó. Sólo en sus sueños le rogaría que volviese. Tenía más orgullo que eso y él había dejado claro lo que opinaba de ella. Además, Caleb tenía una vida aquí. Un novio. Ella no era una cazadora furtiva.

—Tu padre quiere que vuelvas a casa. Él me ha enviado a buscarte. Los ojos de Caleb se entornaron, el frío de su cólera la invadió. Su tono era de burla.

—Así que sólo estás aquí para cumplir la orden del Alfa, ¿eh?

Su enfado se elevó a la par del de él, y la columna le cosquilleaba, sus inservibles habilidades psíquicas haciéndose notar. Lo aplacó de golpe, todo ello, recordándose que estaba allí para hacer un trabajo, no para tener la misma vieja discusión con Caleb. No dejes que te afecte. Obviamente ninguno de los dos había cambiado ni un poco con los años.

—Estoy aquí para hacer mi trabajo.

La miró durante un largo rato, luego sonrió, una extensión lenta y sensual de sus labios.

Se le cortó la respiración mientras recordaba lo que él podía hacer con esa boca. También recordó con una fuerte punzada las cosas horribles que podía decir con ella. El recordatorio no ayudó.

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—Tu trabajo.

Caleb se detuvo con un brillo calculador en los ojos. —¿Tu trabajo es convencerme para regresar a casa?

Ella asintió con la cabeza, la voz la había abandonado, pero le quedaban suficientes células cerebrales trabajando para recelar de su cambio de actitud. Él se inclinó hacia adelante, sus labios le rozaron el cuello con el más ligero de los besos, el más escaso de los roces. Su polla empujó contra su vientre.

—Convénceme, Liza —susurró—. Sedúceme para volver a casa.

Le mordisqueó la piel sensible debajo de la oreja y ella jadeó. De indignación. De lujuria. Dejó caer hacia atrás la cabeza para darle un mejor acceso. Una de las manos de Caleb estaba sobre su culo sujetándola contra sus muslos duros, mientras la otra le subía la parte de atrás de la camisa, deslizándose sobre la piel desnuda con una caricia firme.

De alguna manera encontró la fuerza para alejarlo, sólo un poco decepcionada cuando él la dejó ir.

—¿Así que dices que si me acuesto contigo, volverás a casa?

Dolía que le importase tan poco, pero al mismo tiempo la enfurecía. Los ojos masculinos brillaban, calientes y llenos de lujuria y rabia.

—Y te acostarás conmigo cuando regrese. Voy a necesitar un motivo para quedarme, ¿verdad?

—¿Qué pasa con Zach? ¿No tiene voz en esto? Caleb levantó una ceja.

—A Zach le gusta compartir a las mujeres tanto como a mí. No puedes negar que estabas interesada, cariño.

Así que ella era sólo otro cuerpo caliente, ¿no? El hombre tenía mucho descaro y a Liza le hormigueaba la palma de la mano por la necesidad de borrar de una bofetada el gesto presumido de su rostro.

—Le diré a tu padre que no regresarás.

Se dio la vuelta, dispuesta a salir pitando antes de ceder a las demandas de su cuerpo, todavía pidiendo a gritos por él a pesar de lo mucho que protestaban su mente y su corazón. Zach no se había movido de donde se recostaba contra la pared y ella giró en su dirección cuando él la miró a los ojos.

Esos ojos prometían sexo caliente y sudoroso. No era una distracción que necesitara, pero quería asegurarle que no era una amenaza a su relación con Caleb.

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Caleb la agarró del codo antes de que pudiera irse airada, pero en lugar de girarla de regreso, la guió hacia afuera del bar y salieron al aire helado de la noche. Mierda. Nada le salía como quería esa noche. También podría escapar mientras pudiera. Sacó las llaves de su bolsillo y trató de soltarse de su agarre. Él no la soltó.

—Déjame ir, Caleb. Estaré fuera de tu vida antes de que te enteres. —Y una mierda lo harás —masculló él.

Giró a la derecha en el estacionamiento y ella trató de mantenerse en sus trece.

—No estoy aparcada por aquí.

Él se detuvo ante un camión y abrió la puerta. —Yo sí. Entra.

—Mis cosas quedaron adentro. ¿Mi abrigo? ¿Mi bolso? —Zach las traerá. Entra. En. El. Camión. Liza.

¿Tenía que enfatizar esa orden con tanta claridad? Ella consideró negarse, pero una mirada a su severa expresión y supo que no le serviría de nada. Suspirando, se subió al vehículo y se abrochó el cinturón de seguridad en silencio mientras esperaba que él diera la vuelta y entrara del lado del conductor. A un par de kilómetros del bar giró en un camino que serpenteaba por la ladera de una montaña. Terminó delante de una cabaña pequeña y oscura y se apeó, mirándola ferozmente hasta que ella también se bajó de la relativa seguridad de la cabina. Caleb la condujo al interior y ella tiritó.

—Encenderé el fuego. El lugar se calentará rápido.

Observaba su espalda ancha mientras se agachaba para la tarea, amontonando leña en la chimenea y encendiendo un fósforo. Se puso de pie y poco a poco se volvió para mirarla. Le clavó los ojos, su mirada viajando de arriba abajo por su cuerpo varias veces como si la memorizase. O comparando la realidad con su recuerdo. Ella tembló otra vez, preguntándose lo que veía. El suéter ajustado con escote en V que llevaba no hacía nada por ocultar sus pezones endurecidos, y los ojos de Caleb se demoraron sobre ellos. Ignoró la tentación de cruzarse de brazos y ocultar sus pechos de su vista.

—¿Pasa algo malo con papá?

Esa era la última cosa que ella había esperado que él preguntase y frunció el ceño.

—Nada. Solo quiere que regreses a casa. Él se rió entre dientes.

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—Si eso fuera todo, podía haberte enviado detrás de mí antes.

Ella se encogió de hombros. No iba a discutir los planes del Alfa con nadie, ni siquiera con su hijo. Caleb se acercó, con un andar majestuoso y lento que la congeló en el lugar. Extendió la mano y le retiró un mechón de la cara.

—Él sabía que no podría resistirme a ti. Nunca he podido —susurró, agachándose, acercándose de golpe.

Su boca se cernió sobre la de ella, cerca pero sin tocarla. La respiración de Liza se entrecortó, luego se aceleró. La anticipación se apoderó de ella. Iba a besarla y había pasado tanto tiempo desde que había permitido a alguien que la besara. Nadie lo hacía como Caleb. Nadie hacía nada como él. Ella inclinó la cabeza para encontrarle, se puso de puntillas y él se alejó como si le hubiera abofeteado.

Liza respiró hondo, luchando por estabilizar los latidos de su corazón. Bien. Así que no la quería. Lo sabía, pero aún así dolía. Él le dio la espalda.

—Hay una ducha por el pasillo. Primera puerta a la izquierda. —¿Qué demonios?

—¿Perdón?

Él se enderezó, poco a poco se volvió para enfrentarla. No pudo leer su expresión.

—Hueles a magnolias. Estúpido. —Él negó con la cabeza—. No deberías haber estado en ese bar, Liza. No le llevó mucho tiempo a Zach enterarse de lo que eres. ¿Cuánto faltaba para que alguien más lo hiciera?

Ella lo miró con el ceño fruncido. No necesitaba que Caleb le dijera cómo hacer su trabajo o le diera consejos de seguridad. Había sido un riesgo aceptable. Era el Paladín de los Redhawke y la hija del Beta… eso le otorgaba más protección que a la mayoría, y si no lo hiciera, podría cuidarse.

—Sólo ve a tomar una ducha. ¿O tengo que soportarlo? ¿Es uno de los hechizos de tu madre?

En cierta medida. Liza se había bañado en el perfume y su madre utilizó su poder para asegurar que se pegara a ella, pero los hechizos sólo ayudaban hasta cierto punto. El agua lo enjuagaría. No se molestó en explicarlo, solo se volvió y caminó por el pasillo.

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Capítulo 3

Capítulo 3

L

a puerta se cerró de golpe detrás de ella, y Caleb exhaló un suspiro contenido, apoyando, vencido, la frente contra la pared. Se estremeció con violenta frustración. No había venido por su cuenta. Definitivamente no había desafiado a su padre y al de él para hacer valer su independencia. Puede que no la hubiera visto en cinco años, pero seguía pudiendo leer en ella, seguía pudiendo adivinar su móvil. Seguramente le quería, pero más quería ser aceptada por completo por la manada. Parecía que nunca se iba a dar cuenta de que ya lo era.

Recordaba la mirada en su cara la última vez que la había visto, su propia furia y amargura cuando advirtió que Liza había venido a él, le había seducido porque era lo que el padre de Caleb quería. Su padre quería unir su familia con la familia del Beta. Caleb había dicho la peor cosa que pudo, lo último que realmente quería decir, seguro de que inflamaría su rabia y le haría ver cómo estaba siendo manipulada.

Las palabras estúpidas y tontas tuvieron el efecto contrario. Él cerró los ojos con fuerza, sin querer recordar, pero maldita sea si iba a dejar escapar al pasado tan fácilmente. La expresión destrozada de Liza. Las lágrimas en sus ojos que se negaba a derramar. Había estado a punto de acercarse, pedir disculpas y consolarla cuando ella asintió con la cabeza y lo dejó.

Y él supo que no podía permanecer en Redhawke. Ella ya estaba progresando rápidamente en el escalafón militar. Ella estaba donde quiera que él se volviera. Fuerte. Hermosa e inteligente. Suya. Y no podía tenerla, porque nunca podría estar seguro si ella era verdaderamente suya, si eso era lo que Liza en verdad quería. Era mejor alejarse de la tentación.

Al principio, secretamente esperó que ella siguiera sus sentimientos y fuera detrás de él. Había alentado esa esperanza durante unos buenos tres años antes de darse por vencido. Pero ahora estaba aquí. Una vez más, a petición de su padre. Sus manos

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se apretaron cuando escuchó abrirse la ducha y se volvió para recorrer con la mirada el pasillo hacia la puerta cerrada del cuarto de baño. Al mierda con eso.

Estaba en su casa. Su territorio.

Lejos de lo que ella conocía.

La podría mantener aquí. Podría convencerla de que le pertenecía y no porque otra persona creyera que era una buena idea. Ella no le podría ocultar las respuestas de su cuerpo. Todavía lo deseaba. Físicamente al menos. Sólo tenía que convencerla de que era más que eso. Mucho más.

Sin embargo, antes de que pudiera unírsele hubo unos golpecitos suaves en la puerta. Sólo un werewolf podría haberse acercado sin su conocimiento. Zach no esperó una invitación antes de entrar. Cerrando la puerta con suavidad detrás de él, colocó el bolso y el abrigo de Liza en la mesita auxiliar.

Caleb no pudo evitar sonreír.

—¿Cómo sabía yo que los ibas a traer? —¿Porque soy el tío detallista?

Sin embargo, estaba claro que Zach no estaba de humor para bromas.

Se cruzó de brazos, la expresión impenetrable y sin ninguna señal de su habitual pícaro encanto.

Mierda. La reacción de Caleb hacia Liza había sido tan exagerada que no culpaba a Zach por estar cabreado y celoso. Si la situación fuera al revés, se sentiría igual. Iba a tener que arrastrarse a sus pies para volver a congraciarse con él.

—Así que esa es tu bruja.

Caleb no se molestó en responder. En un momento borracho de pura idiotez, cuando se conocieron hacía cinco años, cuando había llegado allí, le habló a Zach de Liza. Hablarían de ella en un minuto.

—Siento mucho lo de allá.

Zach sólo asintió con la cabeza, sin dar señales del daño o de los celos que debía estar sintiendo.

—Nunca te había visto volverte posesivo con una mujer. Me costó un instante comprender.

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—No puedes dejar que nadie sepa de ella, tío. Es necesario sacarla de la zona lo antes posible.

Mierda. Ni de coña. Él no la iba a dejar ir.

—Estaba planeando sacar un aviso en el periódico —dijo con sarcasmo.

Zach entornó los ojos.

—Pero además, no estabas planeando mandarla de vuelta, ¿verdad?

Se encogió de hombros. ¿Qué podía decir? Zach le conocía lo suficientemente bien que vería detrás de una mentira.

Sin embargo, en lugar de recriminarle, sonrió. Lento y malvado. —Es difícil culparte. Es un lindo bocado. Bruja o no.

Caleb sabía lo que estaba pensando y gracias a Dios, a diferencia de en el bar, su primera reacción no era estrellar el puño contra la cara de Zach.

Éste extendió los brazos en un gesto apaciguador, interpretando mal la expresión de Caleb.

—Oye, tío, está genial. No deseas compartir. Lo entiendo.

Sin embargo, su rostro dejaba claro que no lo entendía y no le gustaba. Compartían las mujeres todo el tiempo, y había hablado a Zach de Liza, pero no le había dicho que era su compañera. No se lo había dicho porque era una realidad que se negaba a ver. Ahora, no se podía negar. Ella era suya.

Negó con la cabeza.

—Eso no es todo. Zach. Realmente… siento lo del bar. Zach se echó a reír.

—Te mata pedir disculpas, ¿no? Caleb gruñó.

—Sigues presionando.

Zach se puso serio, pero no fue por la amenaza. —Esto cambia las cosas.

—No, no entre nosotros.

Él hizo una rápida risa socarrona y un asentimiento rápido con la cabeza por su esfuerzo.

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—De acuerdo. Pero no estamos tomando una nueva amante, sino sólo tú.

Él no se perdió la pregunta en la afirmación de Zach, y mientras más pensaba en ello, menos preocupado estaba por compartirla. Pero sólo con Zach. No estaba seguro de cómo Liza se sentiría al respecto, pero Caleb pensaba que podría estar dispuesta a probarlo al menos. Había visto el interés en su cara cuando él interrumpió a Zach en el bar. Mierda, no tenía intención de dejar a Zach tampoco.

¿Cómo se sentiría ella al respecto? Zach le lanzó una mirada interrogante.

—Quédate —dijo Caleb, dando un paso adelante para un duro beso —. De verdad, lo siento.

Una de las comisuras de la boca de Zach se arqueó hacia arriba. —Me resarcirás.

Él se echó a reír, pensando en cómo tendría Zach la intención de exigir su pago. Era un alivio saber que ellos seguían estando bien. Su comportamiento en el bar no lo había cambiado. Meter a Liza en la relación cambiaría cosas, pero no eso.

—Esta es una relación grupal, no me involucro en dos relaciones separadas —murmuró antes de besar a Zach de nuevo, dejándolo transcurrir lento, profundo y sensual. Se separaron cuando la ducha se cerró.

Liza no perdió el tiempo y un par de minutos después, escuchó que la puerta se abría y captó el aroma limpio y fresco de ella. Lo afectó del modo en que lo hacía desde que era una adolescente, un estallido de necesidad carnal lo atravesó. Había aprendido a reprimirlo, pero ahora lo dejó en libertad, lo abrazó y un poder se apoderó de él. Eso lo conmocionó, porque no era suyo. Por mucho tiempo había sospechado que sería el sexo lo que desencadenaría los poderes de Liza, pero tal vez no fuera tan sencillo. Tal vez fueran ellos juntos. Estaba tan absorto en sus meditaciones, que no se dio cuenta que ella había entrado en la habitación hasta que olió su miedo.

Se concentró en ella, la vio mirar con intensidad a Zach y supo que tenía que sentirse en clara desventaja, pero su expresión era casi serena. El olor del miedo ya se estaba disipando.

Su voz era ligera cuando le dirigió la palabra y él dudó incluso de que Zach hubiese oído el pequeño temblor subyacente.

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Ella metió las manos en los bolsillos traseros y Caleb supo instintivamente que la había malinterpretado. No era la misma mujer que recordaba, y ese temblor en su voz no era de miedo.

—Te daré una azotaina en el culo si sacas ese cuchillo —dijo él arrastrando las palabras.

Ella volvió su mirada furiosa de Zach a él. —¿En serio? Te sugiero que sigas soñando.

Levantó y extendió las manos así podría ver que estaba desarmada.

—Sólo quiero irme a casa. Tú te quedas aquí. Ambos moriremos felices.

Sus palabras eran conciliadoras pero su pose… esa pose era la de una luchadora relajada.

Lista para moverse. Lista para reaccionar. Tuvo que sonreír. ¿Dónde había encontrado esta fuerza de carácter?

—No lo creo, cariño. Tú y yo tenemos algunos asuntos del pasado que resolver.

Ella se adentró en la habitación.

—No, Caleb, no los tenemos. Déjame ir antes de que alguien salga lastimado.

Si cualquier otra mujer le hubiese dicho eso, se habría reído. Pero él la había visto en una pelea de hombres lobos adultos y había salido vencedora. Zach, sin embargo, no fue tan listo. Sus risitas quebraron el silencio. Sin quitar por completo su atención de él, ella taladró a Zach con una mirada que hubiera hecho llorar a la mayoría de los hombres. Caleb negaba con la cabeza mientras Zach se percataba de su error. Él tendió sus manos otra vez y negó con la cabeza.

—Sí. Yo no. Él es todo tuyo si quieres estropearle la cara un poquito. La mía me gusta tal como es.

Caleb observaba asombrado como Zach hizo una reverencia cortés. —Tu reputación te precede.

—¿Mi reputación para cabrearlo? —preguntó ella con un gesto de su barbilla en la dirección de Caleb.

—Eso mismo —respondió Zach con una sonrisa.

No fue hasta que vio los labios de Liza torcerse en una sonrisa reprimida que se dio cuenta que Zach había hecho lo justo para calmar la situación. Su diversión mezclada con el respeto la tranquilizó de una manera que Caleb no lograba. Observó como la

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mirada femenina recorrió el cuerpo de Zach sin molestarse en ocultar su apreciación. Ella negó con la cabeza.

—Eres peligroso, ¿verdad? —murmuró Liza. —Nunca para ti —respondió Zach casi tan bajo.

Su lenguaje corporal cambió por completo, pasando del soldado alerta a la mujer suave en segundos. Suspirando, les volvió la espalda a ambos y fue a tomar asiento en el sofá. Luego levantó los ojos y se cruzó con los de Caleb, la mirada estaba tan llena de deseo que él se quedó sin aire y su polla latió con exigente demanda. Quería estar dentro de ella de nuevo. Ya.

Si ya estuvieran apareados, si ella ya lo hubiera aceptado, él podría haber planeado hacer una exigencia y lograrla. Sin embargo, en esta coyuntura, la situación definitivamente requería más fineza. Cada uno de los pasos que dio hacia el sofá fue doloroso. Para el momento en que se sentó a su lado, Liza tenía el ceño fruncido.

—¿Qué pasa?

—Nada que no puedas arreglar —le dijo mientras tomaba su mano y la ponía sobre su polla. Sus dedos se estremecieron en torno a él un momento antes de quitar la mano bruscamente. Aún a través de la ropa su toque había sido caliente y excitante. Apretó los dientes por la necesidad amenazando con hacerle correrse en los vaqueros.

—Sólo…

Se detuvo a la mitad del pensamiento y él esperaba que sus siguientes palabras fuesen deja que me quite la ropa. No tuvo tanta suerte.

—Sólo deja que me vaya. Necesito irme, Caleb. Os prometo que nunca me volveréis a ver.

Él gruñó y la inmovilizó contra el respaldo del sofá cuando ella intentó huir.

—No.

Casi lo reconsideró cuando la miró directamente a los ojos. Charcos de emoción. Miedo, ansiedad y pena. Pero él sabía que era responsable de eso y de repente, su terca necesidad de que Liza viniese a él por su cuenta no parecía tan importante. ¿Importaba tanto cómo la consiguiera mientras lo hiciera?

Mierda. Sí. Era muy importante y él lo había jodido antes. Él había arremetido en lugar de explicar. Pero el pasado no se podía cambiar. Lo único que podía hacer ahora era mejorar el futuro.

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—No voy a dejarte ir —susurró, sus labios sólo a centímetros de los de ella, muriendo por probarlos. No esperó que Liza respondiera para hacer precisamente eso.

Liza no respondió cuando sus labios presionaron los suyos. No respondió cuando usó la lengua para trazar su contorno. Pero cuando usó los dientes, cuando los cerró en torno al labio de abajo, se estremeció y jadeó, permitiendo que le metiera la lengua en la boca. Sabía tan dulce como él recordaba, se sentía igual de caliente. Pero su respuesta no fue la misma timidez no probada que recordaba y reprimió una oleada salvaje de celos. ¿Quién diablos le había enseñado aquella respuesta de mujer? ¿Quién le había enseñado sobre la lujuria y la demanda?

Y entonces no importó. La lengua de Liza estaba en su boca, los dedos en su cabello, hurgando contra su cuero cabelludo mientras gemía su placer.

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Capítulo 4

Capítulo 4

L

a prudencia y la auto conservación le exigían que se detuviera, pero se sentía tan bien que no lo podía evitar. Caleb besándola. Apretado contra ella. Su erección palpitante no dejaba ninguna duda de, si le gustaba o no, la deseaba tanto como ella a él.

Dejar que el beso y el contacto continuasen era probablemente un error del que se arrepentiría más tarde, pero por ahora, ¿a quién le importaba? No se había sentido tan viva en años. No había sentido esa pasión, este deseo licencioso durante cinco largos y fríos años. Arrojando la cautela por la ventana, lo besó con más fuerza. Ni siquiera le preocupó que pudiera causar problemas entre él y Zach. Zach estaba en la habitación y no había pronunciado una sola palabra de protesta. Sabía que llegarían pero más tarde se preocuparía del remordimiento. Mucho más tarde.

Estaba tan perdida en el calor entre ellos que apenas registró que el sofá se hundía cuando Zach se sentó a su lado, hasta que Caleb la movió lo suficiente para que éste pudiera deslizar la mano entre ellos y acunarle un pecho. La conmoción porque otro hombre la tocara tan íntimamente mientras que el único que alguna vez había realmente deseado estaba justo allí besándola fue suficiente para romper en parte el hechizo.

Apartó bruscamente la boca de la de Caleb, abriendo los ojos para encontrar su mirada, pero se mantuvo inmóvil mientras los labios de Zach se movieron para chupar la piel del cuello. No pudo contener un gemido de placer, aunque no solo por los toques de otro werewolf. Estaba lista para levantarse y correr como alma que lleva el diablo cuando Zach se integró al grupo, pero la mirada en la cara de Caleb la detuvo. No estaba ocultando ahora nada de su deseo, ni siquiera trataba de controlar a su lobo. Sus ojos brillaban con el misterioso dorado del cambio a la mitad.

Se alejó de su lado, ya no la enjaulaba más en el sofá con su cuerpo. Zach también se movió. Sus manos y labios se fueron. Ella se sorprendió por la sensación de pérdida. Al fin y al cabo, Zach no era al que deseaba, ¿no? Caleb alargó una mano para acariciarle la mejilla, una caricia que no pudo evitar girar y frotarse contra ella. Luego se levantó y le tendió la mano.

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—La última oportunidad de decir no, cariño.

Él hizo el ofrecimiento, pero ella tenía la sensación que si decía que no, pasaría toda la noche tratando de hacerla cambiar de opinión. La detuvo cuando levantaba la mano para colocarla sobre la suya.

—Asegúrate de saber en lo que te estás metiendo, Liza.

La mirada de Caleb fue a la de Zach y ella volvió la cabeza para mirarlo. No se podía negar el deseo en sus ojos, aunque daba la apariencia de mucho mejor control que Caleb. Eso la debería haber tranquilizado. No podría manejar a dos hombres lobos intensos al límite de su control.

En cualquier otro momento se habría reído de la situación. Era surrealista. Conocía un montón de werewolf que se involucraban en tríos. Mierda, había varias hembras en Redhawke que tenían dos compañeros. No era, en absoluto, extraño. Pero ella nunca había esperado estar en medio de un ménage.

Se sentía bastante cohibida para eso. Y joder, éste era Caleb. Era más que suficiente para ella.

—Vamos, cariño —dijo en voz baja—. Vive un poco. Te prometo que nadie te empujara más allá de lo que puedas manejar.

Era una oferta imposible de rechazar y mirándole a los ojos puso su mano sobre la suya y él la levantó de un tirón, ignorando otro momento de recelo mientras sondeaba sus ojos. Él había dicho que no la presionaría más de lo que pudiera aceptar, pero una mirada a sus ojos y supo que había mentido. No tenía ninguna intención de dejar que contuviera nada. Quería su completa sumisión.

La idea la excitó más de lo que debiera. Debería preocuparse de que su corazón sobreviviera otro abandono, pero decidió seguir adelante con ello. Era su última oportunidad de estar con Caleb y, estaba segurísima, su única posibilidad de experimentar un trío.

Nadie hablaba mientras la guiaba por el pasillo, pero la detuvo ante la puerta. Detrás de él se podía ver una enorme cama cubierta por una colcha gruesa y de apariencia suntuosa. Se le aceleró el corazón.

—¿Liza?

Lo miró pero no dijo una palabra. No confiaba en su voz, especialmente cuando él levantó ambas manos para acunarle el rostro. Se puso demasiado serio. Esto se suponía que sólo era una última aventura amorosa.

—Deja todo en la puerta, cariño. El pasado. La misión.

Sus pulgares le acariciaban las mejillas y ella no podía creer lo bien que se sentía, el aleteo en el estómago.

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—Tu necesidad de control se queda aquí afuera también.

Ella lo había estado esperando, pero seguía siendo difícil de aceptar. Nunca habría soñado esto con otra persona, incluso tan enojada como se sentía, él todavía permanecía con ella y sabía que nunca la lastimaría. Asintió con aquiescencia y dejando caer las manos a los lados, Caleb se hizo a un lado para dejarla entrar. Ella pensó que entendía por qué. Él quería que se rindiera, pero gustosamente.

De todo corazón.

Caminó derecha a la cama, se sentó y se agachó para desatarse las botas antes de que pudiera acobardarse. Cuando se las sacó, ambos hombres la apretujaron. Grandes, fuertes, el olor a feromonas incluso se podía percibir. Ella aplastó un estallido de miedo. Caleb no dejaría que fuera herida. Abrumada tal vez, pero existía una línea que él no dejaría que se cruzara.

Le sonrió, una sonrisa llena de masculina satisfacción y triunfo, mientras se inclinaba y rozaba sus labios con los suyos.

—Así es que confías en mí.

—Tú eres el que nunca confió en mí, Caleb —susurró ella, sorprendida por la respuesta entrecortada. Sólo él podía sacar a la luz esa suavidad en ella. Sólo Caleb la hacía sentir más como una mujer que un soldado. La irritación cruzó por su rostro.

—Aquí no existe el pasado, ¿recuerdas?

Asintió con la cabeza. Tenía razón. No quería mancillar esta noche con nada de lo que hubiese sucedido antes. Tenía toda la intención de pasar un buen rato.

Se echó hacia atrás, apoyándose sobre los codos y sonrió, complacida al ver por su expresión que había logrado la mirada sensual que estaba buscando.

—Y ahora qué, oh amo y señor —bromeó, y se emocionó con su sonrisa en respuesta. Dios, lo había extrañado. Él debió haberse dado cuenta, como ella lo hizo, no había manera de que dejasen el pasado fuera de la habitación. Se arrodilló encima de ella sobre la cama, recostándose sobre Liza y se rieron.

—Nunca has mostrado el debido respeto. Ella encogió un hombro.

—Sería aburrido si lo hiciera. —Mmm.

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—Probablemente.

Liza le hundió las manos en el pelo y arqueó el cuerpo, tratando de apretarse contra él. Quería todo ese duro calor de macho contra ella. Piel contra piel. Soltó su cabeza y agarró el dobladillo de su camisa, tirando con fuerza hasta que él se enderezó lo suficiente como para quitársela. Luego él se puso a trabajar en ella. El suéter se había ido en cuestión de segundos, seguido del sujetador. Caleb clavó los ojos en sus pechos un instante antes de zambullirse y chuparle el pezón con la fuerza suficiente para hacerla gritar de placer.

No estaba segura si sobreviviría, y en su desesperación miró en torno de la habitación por algo para concentrarse. La mirada aterrizó en Zach. Se había desnudado y estaba parado al pie de la cama observándoles, una mirada avariciosa en su rostro mientras se bombeaba la polla. Su boca se hizo agua y ella se lamió los labios cuando una gota de líquido preseminal perló la punta. Él sonrió.

—¿Puedo unirme a la diversión?

Caleb le soltó el pezón después de un último tirón fuerte y se volvió para mirar a su amigo. Ella le apartó el cabello de los ojos, y se puso un poco nerviosa ante lo que vio allí. Algo oscuro y peligroso. Salvaje y posesivo. Zach esperó con paciencia a que él decidiera, obviamente listo para aceptar lo que fuere y después de un rato Caleb asintió con la cabeza.

Se levantó y se quitó la ropa mientras Zach trepaba a la cama junto a ella y se acostaba boca arriba. Su mano regresó a su polla y ella no pudo evitar seguir el movimiento con la mirada. El pecho desnudo de Caleb le rozó la espalda, y él la rodeó con los brazos para acunarle los pechos. Sus dedos dieron golpecitos sobre los pezones y volvieron a apretarlos mientras ella gemía y se mecía en sus manos. Sin embargo no podía quitar los ojos de Zach y su mano grande rodeando su polla aún más grande. ¿Quién sabía que un hombre dándose placer sería tan excitante?

—¿Quieres saborearlo? —le susurró Caleb al oído mientras una de sus manos abandonaba su pecho, se deslizaba por su cuerpo y atravesaba los rizos que le cubrían el sexo para hundirse dentro ella. Gimiendo, se movió contra él, tratando de forzar su dedo más profundo, mientras asentía.

—¿Sí?

—¿Quieres una probadita?

Empujó un segundo dedo dentro de ella. —Respóndeme, Liza.

—Sí.

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—¡Sí!

Y luego la mano se había ido. Ella quería llorar por la pérdida. —Entonces hazlo, cariño.

Observó al hombre que la esperaba. ¿En verdad iba a hacerlo? ¿Podría con Caleb sentado allí observando?

—Piensa en el placer —le dijo con voz suave y persuasiva—. Quiero verte tomarlo en tu boca.

Alarmada, miró a Caleb a los ojos, sorprendida de ver que decía la verdad.

Giró para colocarse entre las piernas de Zach, pero Caleb la detuvo y la ubicó a fin de que sus piernas montaran a horcajadas los hombros de Zach, su coño se mantenía casi sobre su boca. Luego él se movió al otro extremo así podía verle la cara y ella lo entendió. Él quería verla correrse, quería verla dar placer a su amante.

Rodeando la polla de Zach con una mano, poco a poco bajó la boca a la punta, mirando a Caleb a los ojos mientras lo hacía. Cuando lamió la hendidura llorosa, Zach le agarró las caderas y empujó su coño más cerca de su boca, soplando un aliento caliente sobre ella. Aún esperándolo, estaba tan sorprendida con el casi contacto que se quedó pasmada.

—Shh—le dijo Caleb mientras se movía a su lado. Le levantó el cabello para acariciarle el cuello con la nariz mientras la otra mano le encontraba un pezón duro y dolorido.

—Relájate y disfruta esto, cariño. Toma lo que te damos.

Lo último fue dicho con tanta autoridad que ella se rindió y se permitió sentir.

—Eso es. Ahora chúpale la polla.

A ella le gustó el sabor de Zach. Masculino, salado y salvaje. Se metió la punta de la polla en la boca y su lengua la lamió toda alrededor como una piruleta antes de soltarle para explorar su verga. Lamiendo de un lado y del otro, encontró cada vena hinchada, cada diminuta protuberancia y puntos de placer. No fue sino hasta que él gimió, que ella lo tomó con su mano y se lo metió de nuevo en la boca. Cuando lo hizo, él se acercó el coño a su boca y le metió la lengua. Sus ojos se cerraron.

—No. Mírame, cariño. No te corras hasta que se te de permiso.

Dioses, ¿hablaba en serio? Por supuesto que sí. Sus ojos eran oscuros y exigentes, la piel estaba tensa sobre el rostro. ¿Cómo podía haber olvidado esta parte? Le había exigido sumisión y ella había cedido. Voluntariamente. Con despreocupación.

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Zach retiró la lengua de su coño y le golpeteó el clítoris, lo que hizo que la sensación se disparase por su cuerpo. Se quedó paralizada, los músculos contraídos mientras luchaba por no correrse, por mantener los ojos abiertos y sobre Caleb. Su gemido fue amortiguado por la polla en su boca.

—Muy bonito, cariño—. Había aprobación en su voz.

Sus manos le acariciaron el cuerpo antes de moverse entre éste y el de Zach. Encontró un pezón y lo apretó, disparándola de regreso al borde del orgasmo. Ella jadeó cuando se lo retorció, la mano de Caleb en la espalda era lo único que evitaba que soltara a Zach.

—Zach.

Quería llorar cuando Zach giró la cabeza, deteniendo las atenciones sobre el clítoris.

—Veamos cuánto dolor puede aceptar mi pequeña compañera.

¿Dolor? ¿Dijo compañera? Debía estar teniendo alucinaciones auditivas. Él nunca la tomaría como su compañera.

—Mmm —canturreó Zach, acariciando lentamente con los dedos dentro y fuera de su coño—. Veamos

Caleb salió por un lado de la cama y ella comenzó a levantar la cabeza, pero él le dirigió una mirada de mando que le retorció hasta las tripas y envió descargas eléctricas por su cuerpo.

—Metete su polla en la boca. Mírame —ordenó. ¿Por qué mierda obedecía?

Oh sí. La forma que la hacía sentir. No sólo a su cuerpo, sino a su alma. Podía soltarse con Caleb. Así. Sabía que la atraparía si cayese. Bajo cualquier otra circunstancia, la idea la haría fruncir el ceño. Aquí, en el plano sexual, podía depender de él para que la cuidase. Pero en el resto de la vida, él no podría darle lo que ella en verdad necesitaba. No creía que hubiera un hombre por allí que pudiera. Uno que tuviera la confianza suficiente como para manejar su vida pública y la fuerza suficiente para asumir el mando en el dormitorio. No existía un hombre así.

Había mantenido los ojos en él, pero se distrajo mientras Caleb buscaba en un cajón hasta que volvió a mirarla, una cadena tintineaba mientras colgaba de sus dedos. Sus músculos interiores se movieron espasmódicamente y Zach gruñó en protesta cuando su puño le apretó la polla. Ella de manera consciente aflojó el agarre.

—Creo que le gusta la idea —dijo Zach.

—Lo hace —contestó Caleb mientras avanzaba, desenroscando una abrazadera para un pezón a medida que se acercaba. Que lo parta un

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rayo. Contuvo un sollozo. No quería darle mucho de sí misma, pero él iba a dejarla sin nada. Sin secretos. Sin límites.

Se sentó a su lado y con una mano en el hombro la levantó. —Sólo un minuto, cariño.

Él encontró la mirada atenta, estaba asustada, esos ojos oscuros e intensos le veían directamente el alma.

—¿Confías en mí?

Aquí estaba. Su oportunidad para bajarle la intensidad a esta situación y proteger su corazón en el proceso. O intentarlo. Se dio cuenta que no había ninguna posibilidad de que saliera de esta habitación siendo dueña de sí misma por completo.

—Liza.

Él hizo una pausa hasta que ella volvió a mirarle con atención. —¿Confías en que cuidaré de ti?

Le sujetó la barbilla con los dedos antes de que pudiese responder. —Sin ocultamientos, cariño —le dijo en voz baja—. Lo quiero todo.

Y Dios la ayudara, quería dárselo. Respiró profundo y asintió con la cabeza. Él no esperó el permiso verbal, se movió de manera rápida y eficaz para fijar la primera abrazadera. La sensación mordaz aumentaba mientras apretaba el tornillo. Se detuvo en el instante en que el dolor se volvía demasiado, antes de que ella pudiera protestar y luego hizo lo mismo con la otra abrazadera. La cadena pesaba entre sus pechos, y después de un par de respiraciones profundas, el dolor comenzó a ceder. Empujó su espalda hacia abajo, urgiéndola a que se inclinara hacia adelante.

—Ahora. Creo que tienes una tarea que acabar.

Una tarea. Se habría reído pero sus pezones apretados se rozaron contra el vientre de Zach.

El dolor y el placer se entremezclaron, y ella trató de ignorarlo mientras volvía a meterse la polla en la boca. Su lengua volvió a penetrarle el coño mientras los dedos le frotaban el clítoris. Su cuerpo se ponía más desesperado con cada caricia y ella lo chupaba con más fuerza, sabiendo que Caleb quería que se contuviera, que Zach se corriera antes que ella.

Trataba de ignorar lo que él le estaba haciendo, ignorar el placer/dolor en sus pezones, y concentrarse en Zach, en su polla, excitada cuando sintió la desesperación de éste aumentar. Con una mano le rodeaba el pene y con la otra se sostenía. El muslo masculino tenso bajo su mano, los músculos contraídos y ella supo que Zach estaba a punto de perder el

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control. Chupó con más fuerza, más rápido y en cuestión de segundos, sus caderas se levantaron para encontrarla. Sus manos le sujetaron el culo, con tanta fuerza que sabía iba a tener hematomas, y con un gemido fuerte, se quedó inmóvil, la polla profunda en su garganta mientras se corría. Apenas pudo conseguir saborearle antes de que Caleb la alzara de la cama.

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Capítulo 5

Capítulo 5

C

aleb le apretó la frente contra la pared y se hundió en ella por detrás con un gruñido.

—Ahora puedes correrte, cariño.

Y ella lo hizo, con un grito débil, su coño apretó su polla mientras bombeaba en ella. Había olvidado lo bueno que se sentía. Lo bueno que se sentía su entrega. No había manera de que fuera a permitirle irse otra vez.

Su columna vertebral hormigueó y ralentizó sus empujes. No estaba listo para correrse todavía. Quería, necesitaba, que ella se deshiciera para él otra vez. Era mejor utilizar una cama para eso, o por lo menos girarla, pero su lado lobuno lo estaba controlando. Quería dominar a su compañera. Quería marcarla. Señalarla.

Él estaba completamente de acuerdo y sus incisivos se alargaron.

Le aferró las caderas con las manos, manteniéndola inmóvil, se movió con movimientos lentos y perezosos y los dientes rasparon suavemente la piel en la columna vulnerable del cuello. El aliento de Liza se aceleró. Dejó caer la cabeza hacia atrás para que descansara sobre su pecho exponiendo completamente el cuello a su mordedura. La última muestra de sumisión. Él la recompensó con un empuje duro, moviendo una mano a la cadena que le colgaba entre los senos. Cuando tironeó de ésta, Liza contuvo la respiración, se quedó inmóvil y su coño se cerró con fuerza a su alrededor mientras se corría de nuevo. Él no esperó a que sus estremecimientos disminuyeran, no esperó a que su cerebro restableciese el diálogo.

La folló con fuerza, con un ritmo rápido y se estuvo corriendo en segundos, mordiéndole el cuello. Cuando saboreó su sangre, retrocedió, sabiendo que esa marca nunca se iría. Nunca se desvanecería. Ahora era suya.

En algún momento mientras estaba dentro de ella, Zach había dejado la habitación. Bien. Quería algún tiempo solo con ella. Un día de estos, Zach insistiría en la misma cosa. Caleb la levantó con facilidad y la llevó a la cama. La expresión de ella era abierta, vulnerable y aturdida. Se puso

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duro otra vez en un segundo. Esta vez la penetró lentamente, cara a cara y en horizontal.

Ninguno de los dos habló, pero él podía ver las preguntas en sus ojos. No estaba preparado para responderlas y estaba bastante seguro que ella no estaba lista para oír sus respuestas. Mirándola de cerca, le quitó la primera abrazadera del pezón. El dolor destelló a través de su cara y jadeó. Él tomó el punto dolorido en la boca, lo tocó con la lengua hasta que su respiración se tranquilizó. Luego hizo lo mismo con la otra.

Cuando acabó, los ojos de ella estaban de nuevo aturdidos, ya no era fácil leer las preguntas en ellos. La penetró con más fuerza. Más rápido. Llevándolos a ambos de regreso a la cima. Ella se movía con él, envolviendo las piernas a su alrededor, clavando los talones en la parte baja de su espalda para instarlo cuando él redujo la velocidad y le sonrió.

—Avariciosa.

—Joder, sí. —Terminó con un jadeo cuando él golpeó su punto G—. Otra vez.

Era tan fácil ceder a su compañera cuando tenía esa mirada en la cara, así que lo hizo. Una y otra vez hasta que estuvo ansiosa, hasta que estuvo apretándolo. Él la siguió por ese borde con la cara enterrada en su cuello, inhalando su olor ahora mezclado con el suyo, mientras su semen entraba a chorros en ella.

Cuando por fin pudo moverse otra vez, Liza murmuró una protesta somnolienta. Él la tranquilizó con un beso.

—Descansa.

Esperó hasta que se quedó dormida antes de levantarse y vestirse. Sacó sus llaves y el teléfono de su bolsillo antes de unirse a Zach en la cocina y tirarle las llaves.

—Vamos a por su coche.

Entraron en el camión de Caleb. El viaje fue corto y silencioso. Zach se detuvo con la mano en la puerta.

—Llevaré algo de comida. No me dio la impresión de que Liza haya comido mucho en el último par de días.

Tenía razón y Caleb estuvo contento de que se lo recordaran. No se le había ocurrido. Recién apareado y ya fallando en el trabajo.

—Yo lo haré. Tú vuelve. No quiero que se despierte sola y tengo que llamar a alguien —dijo sombríamente. Iba a dejar malditamente claro al Alfa y al Beta de Redhawke que ella ya no era de ellos nunca más. Zach asintió, pero Caleb pudo leer fácilmente su aprobación y salió sin decir una palabra.

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Caleb arrancó, condujo hasta el pueblo, se detuvo primero en el nuevo lugar de sushi, y luego siguió al local de comida rápida. Sacó el móvil de Liza mientras esperaba en la fila para automovilistas, pasó la lista de teléfonos hasta encontrar el número de su padre. Contestó al primer timbrazo, pero no su padre.

—Liza, ¿por qué demonios no te has comunicado? —Su padre sonaba más exasperado que molesto.

—Hola, Henry. ¿Dónde está mi padre? —Estaba demasiado cabreado para molestarse con cortesías.

Se hizo un largo silencio mientras el teléfono cambiaba de manos y probablemente pasara a altavoz.

—¿Caleb? —Sí.

—¿Dónde está Liza? —Henry otra vez, sonando desconfiado. Caleb puso los ojos en blanco.

—Está bien. Durmiendo. Lo que quiero saber es ¿por qué coño la enviasteis aquí? ¿Una bruja desconocida en territorio lupino? Eso es un suicidio.

La idea de lo que podría haber sucedido si alguien la hubiera descubierto hacía que se le congelara la sangre. Maldita sea. ¿Habían pensado en su seguridad?

Henry bufó.

—Liza puede cuidar de sí misma. Algo que sabrías si te hubieras molestado en mantener el contacto —se quejó su padre.

Con un asentimiento, aceptó las bolsas por la ventanilla y salió del aparcamiento.

—Estoy en contacto ahora. ¿Qué está pasando? —¿Ella no ha dicho nada?

Gruñó. Le llevó un par de minutos luchar por recobrar el control antes de calmarse lo suficiente para contestar. Ellos simplemente esperaron.

—Ella no ha dicho nada.

Hubo otra pausa más larga y oyó el suspiro de su padre. —Estoy listo para retirarme. Es hora de que vuelvas a casa. Bufó. Sí correcto. No se tragaba eso ni por un minuto.

—Bien. Guárdate tus razones. Pero me quedo con Liza, y esta vez no toleraré ninguna interferencia.

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Fue difícil ignorar el aullido de risa de Henry mientras metía la marcha atrás y tomaba la carretera de regreso a la cabaña. A ella.

—Buena suerte con eso, hijo. —La diversión de su padre fue clara, como si supiera algo que Caleb no. Como si no pensara que Caleb pudiera quedarse con ella. Rechinó los dientes.

—No necesito suerte —dijo entre los dientes apretados—. Es mía. Siempre lo ha sido.

—Joder, lo sé muchacho. Te ha llevado un jodido tiempo averiguarlo. Clavó la mirada en el teléfono un momento antes de colgar, negándose a contestar cuando volvieron a llamar. Mierda. ¿Qué coño se suponía que tenía que hacer ahora? No quería llevarla de vuelta allí, pero había oído algo en la voz de su padre. Fatiga quizá. Debería haber mantenido el contacto. Debería saber lo que estaba pasando en su manada.

Se había marchado, claro, pero siempre había tenido la intención de regresar y tomar su lugar. Había tenido la esperanza de haberse sacado a Liza de su sistema primero. Eso definitivamente no iba a suceder. La decisión estaba tomada en su mayor parte, pero primero necesitaba información, y ella, como Paladín, era la fuente más lógica para obtenerla.

Sonreía abiertamente mientras conducía por el camino de la cabaña y aparcaba. Ella era su compañera y él pronto sería su Alfa. Ella no podría negarle nada. Su cuerpo, su fuerza, su conocimiento. Su corazón y su alma. Estaban lejos de ese nivel de aceptación, pero él sin duda alguna esperaba con ilusión la cacería.

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Capítulo 6

Capítulo 6

Z

ach regresó a la cabaña en tiempo record. No quería que Liza despertara sola. No es que esperara que estuviera feliz al encontrarle a él en vez de a Caleb. Y no es que le importara. Él y Caleb lo discutirían luego, después de que se recuperara de la sorpresa de esta situación.

Zach debería haber sabido, por la reacción exagerada de Caleb en el bar, lo que Liza significaba para él, pero no fue hasta que vio a Caleb marcarla que todo tuvo sentido. Ella no pertenecía sólo a Caleb.

También pertenecía a Zach. Él no sería feliz compartiendo una compañera con nadie más.

Al oírla revolverse en el dormitorio, suspiró y entró a la cocina. No sabía que pasaría ahora, pero estaba seguro que el resto de la noche pediría café. Preparó una jarra nueva y esperó a que saliera.

Ella se había vestido y otra vez fue golpeado por esa misma sensación de irrealidad que cuando la vio por primera vez. Su cabello negro brillante estaba sujeto en una coleta y sin nada de maquillaje parecía imposiblemente joven y femenina. Hasta que su mirada vagó hacia abajo. La mujer era toda curvas peligrosas. Eso fue su primer pensamiento cuando la vio. No fue hasta que la vio desnuda, vio su cuerpo musculoso y de líneas elegantes que se dio cuenta de cuán exacta había sido su evaluación.

Frunció el ceño. Ella ciertamente parecía competente, pero no estaba muy entusiasmado con que su compañera, su compañera humana, fuera un soldado de alto rango, mucho menos un Paladín. Al llegar a la puerta ella se quedó inmóvil y él hizo el esfuerzo de ocultar cualquier emoción en su rostro. Relajándose un poco, ella entró en la sala y se sirvió una taza de café pero mantuvo las distancias.

—¿Dónde está Caleb?

—Fue a conseguir comida. Yo te he traído el coche. ¿Preparada para contarnos por qué estás aquí, cielo?

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