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HERACLES. 1. Heracles, hijo de Zeus

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HERACLES

1. Heracles, hijo de Zeus

A pesar de que Heracles pasaba por ser hijo de Alcmena y Anfitrión, su verdadero padre fue Zeus; el dios, para satisfacer el deseo que Alcmena le inspiraba, aprovechó que su marido estaba ausente, se hizo pasar por él adoptando su imagen sin que ella se diera cuenta y, en una larga noche de amor (se dice que ordenó demorar la salida del sol para que durara más), concibió al héroe más grande de Grecia.

La diosa Hera, al enterarse, montó en cólera; cuando Zeus anunció que haría rey de Argos al niño de su estirpe que iba a nacer ese día, Hera le hizo jurar solemnemente que cumpliría su anuncio, ya que había concebido el siguiente plan: hizo que la esposa de Esténelo Persíada diera a luz un hijo prematuro y envió a su hija Ilitía para retardar el parto de Alcmena. Zeus, al ver que no sería Heracles quien reinaría en Argos, sino su primo, el sietemesino Euristeo, sintió un gran dolor.

Heracles dio ya muestra de su enorme fuerza cuando, siendo un bebé, estranguló las dos serpientes que Hera le envió a su cuna. Posteriormente, en una ocasión en que su maestro Lino le castigó por su indisciplina, Heracles le dio con la lira un golpe tan fuerte que lo mató. A los 18 años ya sobresalía por su gran estatura y corpulencia.

2. Mégara

Heracles había conseguido poner fin al tributo que los tebanos pagaban rey de Orcómeno. En agradecimiento, Creonte, rey de Tebas, le dio en matrimonio a su hija Mégara. Ambos vivían felices en Tebas y fueron padres de tres hijos. Heracles pasaba la mayor parte del tiempo fuera, prestando su ayuda a quienes se la pedían.

En una de sus ausencias, Lico dio muerte al rey Creonte y se apoderó del trono de Tebas.

Cuando Heracles regresó, mató a Lico y, mientras se preparaba para ofrecer un sacrificio de agradecimiento a Zeus, sucedió algo terrible: su rostro se descompuso, sus ojos se inyectaron en sangre y de su boca empezó a salir espuma. Entonces, confundiendo a sus propios hijos con los de Euristeo, preparó el arco para dispararles.

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2 Llenos de terror, los niños buscaron refugio: uno, entre la túnica de su madre; otro, detrás de una columna; y el tercero, bajo el altar. Heracles dirigió su arco al niño que se escondía tras la columna y la flecha le alcanzó en el hígado. Buscó entonces al que se había escondido debajo del altar y, a pesar de que el niño levantando sus manos le gritaba: “Padre querido, no me mates. Soy tu hijo, no el de Euristeon”. Heracles, con la mirada salvaje de una gorgona, le golpeó con su maza en su rubia cabeza rompiéndole el cráneo. Mégara, aterrorizada, se metió en el palacio con su tercer hijo. Pero Heracles arrancó las puertas y abatió con una sola flecha a la madre y al hijo. Y ya se lanzaba para matar a Anfitrión, cuando apareció Atenea y, arrojando contra su pecho una piedra, detuvo su furia asesina y lo sumió en un sueño.

Cuando despertó y vio lo que había hecho, la más negra desesperación se apoderó de él y cayó en una profunda depresión, hasta que llegó el rey Teseo y le convenció para que se fuera con él a Atenas. Allí, tras purificarlo de sus crímenes, le aconsejó que fuera a Delfos a consultar qué debía hacer para expiar la muerte de su familia.

3. Los doce trabajos de Hércules

La Pitia respondió a Heracles que, para expiar la muerte de su esposa e hijos, tenía que servir durante doce años como esclavo de Euristeo, quien vio la oportunidad de acabar con Heracles. Así, año tras año lo envió a destruir a los animales y monstruos más mortíferos de la tierra: el enorme león que asolaba la región de Nemea, devorando a sus habitantes y ganados; la hidra de Lerna, una especie de serpiente de varias cabezas que era invencible, pues el aliento de sus fauces era mortal y cada vez que se le cortaba una cabeza, le surgía otra nueva; el gigantesco jabalí del monte Erimanto, que destrozaba todas las cosechas; la veloz cierva de Cerinia, cuyos cuernos eran de oro; las maléficas aves del lago Estínfalo, que devoraban los frutos de los campos y disparaban sus plumas, agudísimas y de acero, como flechas contra sus enemigos; el toro de Creta, que lanzaba fuego por la nariz; y las yeguas de Diomedes, que se alimentaban de carne humana. Pero Heracles siempre volvía vivo e incluso tomó por costumbre llevar el monstruo o animal correspondiente a palacio, por lo que Euristeo, en cuanto oía que Heracles llegaba, presa del miedo, buscaba refugio en una tinaja. Otras veces le ordenó realizar tareas imposibles, como limpiar los establos de Augias, rey de Élide, que nunca

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3 retiraba de ellos el estiércol que producían sus numerosos rebaños, por lo que sus súbditos carecían de abono para sus campos; o traer objetos y animales protegidos por monstruos, como los bueyes de Geriones, un gigante monstruoso que de cintura para arriba poseía tres torsos; o el cinturón de Hipólita, la reina de las amazonas, que Euristeo quería para regalárselo a su hija Admete; o las manzanas de oro que colgaban de un árbol del Jardín de las Hespérides, regalo de boda de la diosa Gea a Hera cuando se casó con Zeus. E incluso lo envió al Hades en busca del terrorífico perro Cerbero, hazaña de la que también Heracles salió victorioso.

En la lucha con todos estos monstruos, Heracles utilizaba su gran fuerza o su arma favorita: una enorme maza; aunque con menor frecuencia, también hacía uso del arco, cuyas flechas eran doblemente mortíferas, pues, después de matar a la hidra de Lerna, las empapó en su letal veneno. Como defensa vestía la piel del león de Nemea, ya que era invulnerable a las lanzas y las flechas. Por eso tuvo que matar a este enorme animal asfixiándolo con sus potentes brazos y, para hacerse con su piel, debió despellejarlo con las propias garras del león.

4. Deyanira

Cuando Heracles bajó al Hades, se encontró allí con Meleagro, rey de Calidón, y, conmovido por el relato de su muerte, le prometió que se casaría con su hermana Deyanira. Así pues, al terminar sus doce años de esclavitud, Heracles fue a Calidón para pedir al rey Eneo en matrimonio a su hija Deyanira. Pero de ésta se había enamorado el dios-río Aqueloo que, adoptando tres apariencias distintas, la pedía a su padre en matrimonio. Unas veces venía bajo la figura de toro, otras como una ondulante serpiente multicolor y otras con cabeza de buey y cuerpo humano. De su sombría barbilla fluían chorros de agua como de una fuente. A Deyanira le producía una gran repugnancia y, mientras aguardaba temerosa a semejante pretendiente, suplicaba constantemente morir antes que tener que acercarse algún día a ese lecho nupcial. Por lo que fue grande su alegría cuando Heracles, tras luchar con el Aqueloo, la libró de él.

Una vez casados, partieron de Calidón y, al llegar al río Eveno, utilizaron los servicios del centauro Neso, que se dedicaba a trasportar a los viajeros de una orilla a otra. El centauro cruzó en primer lugar a Heracles, pero, cuando llevaba a Deyanira, intentó

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4 abusar de ella. Deyanira gritó y Heracles atravesó el pecho de Neso con una de sus flechas. Entonces el centauro, moribundo, le dijo a Deyanira que, como compensación por su lascivo intento, recogiera la sangre que manaba de su herida, pues sería un potente filtro de amor para el corazón de su marido si alguna vez dejaba de amarla.

Heracles y Deyanira se instalaron en Traquis y aceptaron la hospitalidad del rey Ceix, quien a cambio le encargó a Heracles varias acciones guerreras. En una de ellas fue presa de otro ataque de locura y mató a amigo Ífito, hijo de Éurito, rey de Ecalia.

5. Yole

Para purificarse de la muerte de ífito, fue de nuevo a Delfos, pero esta vez la Pitia se negó a contestarle. Heracles, encolerizado, amenazó con saquear el santuario y robar el trípode sagrado. Pero Apolo vino en auxilio de su sacerdotisa y se entabló una lucha entre ambos hermanos, a la que Zeus puso fin lanzando un rayo en medio de ellos.

Finalmente, la Pitia dijo a Heracles que para expiar su crimen debía venderse como esclavo durante un año y entregar el dinero a Éurito. Ónfale, reina de Libia, compró a - Heracles por tres talentos, y durante un año le obligó a librarla de sus enemigos, a frecuentar asiduamente su lecho y a vestirse de mujer e hilar la lana, mientras ella se apoderaba de su maza y vestía la piel del león.

Una vez finalizado este nuevo período de servidumbre, Heracles volvió en busca de Yole, la hija de Éurito, de quien se había enamorado. Como Éurito se negó a dársela, arrasó su ciudad, se apoderó dé, Yole y, convirtiéndola en su concubina, regresó a Traquis.

Antes de llegar, envió por delante a la joven y se detuvo en el monte Eta para agradecer a Zeus con un sacrificio su victoria, y mandó que le trajeran una túnica limpia.

Deyanira, en cuanto vio a Yole, adivinó lo que ocurría. Al principio lamentó la ingratitud de Heracles, pues pagaba sus muchos desvelos trayéndole una concubina a casa, y temía que la juventud de Yole apartara a Heracles del lecho de una esposa ya madura. Como consideraba insoportable compartir su matrimonio con otra mujer, decidió luchar por su amor: sacó el filtro del centauro del cofre en que estaba guardado y empapó con él la túnica que Heracles había pedido.

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5 6. Muerte y apoteosis de Hércules

Heracles sin sospechar nada cogió la túnica y se la puso. Pero, mientras ofrecía el incienso y las plegarias a las primeras llamas y derramaba el vino sobre el altar de mármol, el veneno de la hidra, que infectaba la sangre del centauro, se calentó con el fuego y la túnica se adhirió a su cuerpo, abrasándolo.

Hércules reprimió el dolor cuanto le fue posible con su habitual fortaleza. Pero, una vez que su capacidad de resistencia fue vencida por un sufrimiento tan terrible, dio un empujón al altar y llenó con sus gritos el monte Eta. Trató de rasgar la mortífera túnica, pero por donde tiraba de ella, tiraba ella de su piel, y, o bien se adhería a su cuerpo y no era posible separarla, o bien dejaba al aire sus miembros desgarrados y sus enormes huesos. Su sangre hervía con el fuego del veneno y de todo su cuerpo fluía un sudor negruzco. A gritos ordenó que cortaran árboles y los amontonaran en una pira y, subiendo a ella, pidió a Filoctetes que le prendiera fuego en la base. Entonces le dio su arco y su aljaba y, mientras el fuego voraz se apoderaba de los troncos, extendió en la parte alta de la pira la piel del león de Nemea y se acostó sobre ella con el cuello apoyado en la maza. Su rostro se serenó y se asemejó al que tendría un comensal de un banquete tendido entre vasos llenos de vinos y coronas de guirnaldas. Mientras tanto, Deyanira, informada de lo ocurrido, se encerró en su alcoba, extendió una colcha sobre su lecho y se sentó en medio, derramando un arroyo de ardientes lágrimas. Entonces se desabrochó la túnica que llevaba fijada con un broche de oro sobre el pecho, dejó al descubierto el costado y en él, bajo el pecho, se clavó una espada de doble filo.

Y ya crepitaban las llamas por toda la pira, alcanzando el cuerpo de Heracles. En el Olimpo los dioses se estremecieron ante su inminente, muerte, pero Zeus los tranquilizó diciéndoles: “Quien venció todas las cosas vencerá el fuego; y solo perecerá de su ser su parte materna. Lo que recibió de mí es inmune a la muerte y el fuego no lo destruirá”.

Y, una vez que el luego consumió cuanto las llamas pueden quemar, Zeus, después de fijar la imagen de Heracles entre los astros, lo llevó al Olimpo en un carro de cuatro caballos envuelto de nubes. Entonces persuadió a Hera para que se reconciliara con él y lo casó con su hija Hebe, la diosa de la juventud. Así, Heracles, cumplida su gran tarea, habita entre los inmortales sin dolor y libre de la vejez para siempre.

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