DEL 98 AL 98: CON MACHADO Y DELIBES, POR LOS CAMPOS DE CASTILLA
MagnoliaB.B. doNascimento UniversidadeFederalFluminense
Depoisda criaçàoo poeta fica sozinho;saoosleitores, que agora vao-se criar a si mesmos Repete-se a experiencia, mas ao contrario: a imagem se abre diante doleitor elhe mostra seuabismotranslúcido. Oleitor se debruça e se des-penca. E,ao cair, [...]desprende-se de si mesmo para penetrarem ‘outro si mesmo’ até entao desconhecido ouignorado.O leitor, como opoeta, toma se imagem:algo que se projeta e se desgarra de si e vai aoencontró do inominado.
OctavioPaz.
Paisajes de Castilla, imágenes de Castilla...
El acto de ver recoge no sólo laapariencia delas cosas, sino alguna relación entrenosotros y esaapariencia. La imagen, unavez formada, busca aprisionar la alteridad de las cosas y de loshombres.Las sensaciones de forma,luz, color que el mundo provoca independen de nuestra voluntad. Pero eso que nos es dado, provoca un complicado proceso de organización perceptiva que se desarrolla desde la primera niñez. Se trata pues de una construcción, de un camino porel que se llega a la frase de Santo Agostinho según lacual el ojoes el másespiri
tual de los sentidos.
Meapoyo en algunas reflexiones del profesor de Literatura Brasileira, de la Universidade de Sao Paulo, Alfredo Bosi, en O ser e o tempo dapoesia (Sào Paulo, 1990, págs. 13-17), para acercarme al tema del paisaje castellano en la poesía de un poetadela Generación del 98, Antonio Machado yenla ficción de un prosador todavía en producción, Miguel Delibes, más específicamente en Campos de Castilla y en Castilla, lo castellano, los castellanos, respectivamen te. La reelaboración lírica delpaisajede Castillaexpresa la relación que se esta blece entre el sujeto autor y ese paisaje, la manera porla cualla aparienciadel paisaje es aprehendida, cómo esaimagen se construye y seexpresa en versoso enprosa, a través de la selecciónvocabular elegidapara pintarla conpalabras. O sea, la expresión del «secret changement», de Valéry, determinado por el en
cuentro entre lamateria: el paisaje, yel que lave. El resultado deese encuentro expre-sado en el discurso poético, para Bosi, «é sempre representativo de seu objeto, é sempre, de algum modo,expressivo de seusujeto» (pág.88).
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Objeto y sujeto: sobre ellos queremos volcarnos aquí, para intentar compren derlos,dentro de la perspectiva propuesta. Quizás, siguiendo por loscampos de Castilla, llevados de la manoporeldiscurso poético de Machadoy Delibes, lle guemos a la afirmación de Merleau-Ponty: «es cierto que la vida no explica la obra,es cierto también que ellas se comunican. Laverdades que esta obraa ha cer exigía esta vida».
En la fuerza representativa de la poesíamachadiana, lasobriedad es untrazo evidente, que la individualiza y laenriquece. El paisajereelaborado poéticamen te no necesita muchos detalles: se reconstruye en tonos, formas, elementos que se repiten, se hacen presentes, imágenes deuna realidad, constancia deuna rea lidad. Colinas, árboles, campos, sombras, ríos, tierra, peñascales, caminos, sol, noche«todose mueve,fluye, discurre, corre o gira; cambian la mar y el montey el ojo que los mira» (Campos de Castilla, pág. 152). La Castilla de Machado es la Castillauniforme, la Castilla árida ydesamueblada, dotadade elementosmí
nimos, espectacular precisamente porla carencia de ornato, porla faltatotal de espectáculo, para repetir Delibes (pág. 21). La tierra, «triste y noble», la «parda tierra», los caminos «sin mesones», los campos «sin arados, regatos, ni arbole
das», las «colinas oscuras», los «desnudos peñascales», el «campo ensombreci
do», son elementos del paisaje de una «Castilla miserable, ayer dominadora», que en sus «andrajos despreciacuanto ignora» (pág. 152): ése el contraste que movió elpoeta, el ayer yelhoy, el poder yla miseria, la vestidura de la soberbia en contra a la vestidura real de los andrajos, la gloria del Cid y la mezquina indiferencia de «filósofos nutridos de sopa de convento». Es honda y contenida la expresión poética que sufre, canta y cuenta, metafóricamente, las consecuen cias delDesastre Nacional. Yse intensifica y gananuevos tonosen lacrítica; en su lirismo, sale a la defensa del «hombre de estos campos que hoy ve a suspo
bres hijos huyendo de sus lares»,pero que también ve el hombre de «ojos siem pre turbios de envidiao de tristeza» que guarda su presay llorala queelvecino alcanza. Machadono ignora la existencia de una Castilla insolidaria, «pordonde cruza errantelasombradeCaín»(pág. 154).
En el poetade la Generación del 98 y en el «poeta de Castilla», Machadoy Delibes, la geografía castellanaforma parte en la estructuradel texto, sobrepa sando así el papel de mero telón de fondo. No es por casualidad que el poeta na
cido a fines del siglo XIXy el narrador nacido en la segunda década del siglo XXcoincidenenel marco espacial: el paisaje castellano. En ambosese paisaje, más que una visión estética, y aúnmás que una función sociológica, cumple una función concretaen la arquitectura formalde sudiscurso. Se trata, encierta ma nera,de lo que dice Machado, en Juan de Mairena, conrelación alavisión vigi lante: nada de sueño, sino la imaginación despierta,en la razón directa de laur
gente «regeneración nacional», pasadoel desastre del 98. El paisaje, enelpoeta y en el narrador, está relacionado alhombre: la imagen machadiana deuna Cas
tilla desolada esel eco de un hombre y una época desolados mientras el seco, duro y ancho paisaje castellano es el instrumento usado por Delibes como marco
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en dondese encuadra un hombre marginado, empobrecido, olvidado, el hombre quevive al margen delatecnología,enla segunda mitad del s.XX.
Resulta imposible leer/pensar Antonio Machadoy el novelistaMiguel Deli
bes sin leer/pensar Castilla, presencia lírica enlazada en la raíz de un chopo, a fluir por el río que corre, detenida en las llanuras agrias y melancólicas, en la soledad acentuada por ladesierta carretera, en los silencios rígidos y patéticos, en las hortalizas abatidas, de hojas mustias, chamuscadas de la huerta, en larga esperade esperanza, en el soplotenue y sutil a acariciarlas espigas, a volverse viento en furia a descender de loscerros y a hacerreíra los campesinos, en los pardos borriquillos cabalgados por viajeros al atardecer, en los lentos bueyes a ararcuando el otoño empieza. Si en Machado y en Delibes hay el mismocom
promiso con lageografíacastellana, es distinto el efecto que ese paisajeprovoca enel poeta yenel narrador.
Antonio Machado,bien afinadocon elespíritudesu generación, reelaborael paisaje a travésde unfiltropersonal. Lavisión, sentidomuy presente en su poe sía, hace de su miradasobreCastilla una marca en sus poemas, el eje alrededor delcual sedespliega lainterioridad machadiana. Asíse funden y se integran un sentir el mundo desde dentro y un sentir el mundo haciaadentro, sin dejarde ver lo que estáfuera,como losversos: «Mirar lo que está lejos, /dentro del alma»
sintetizan.
El discurso poético machadiano está matizado por un gris interior de que resultanlos grises sombríos, laausencia de brillo, la luz quese va, mortecina, a pintar la monotonía, lo parado, lo triste de un mundo casi muerto,aimponerse a lo largo de unasobria meditación. En lapiel de lospoemas machadianos, están tatuadas las marcas inconfundibles de un hombre y de unaépoca integrados en unamisma desolación.
El trazo poético machadiano cuenta, en la expresión de la imagen deCastilla, una historia que es la suya y la de un cierto momento de España; la gravedad profunda del paisajecastellano está integradaa laestructura de esahistoria. La manera con la que Antonio Machado sienteel mundose inscribe enel paisaje de Castilla: laagria melancolíade los camposdeSoriaflota en los versos deAnto nioMachado, está entrañadaen suspersonajes, se explícita en imágenesvisua
les, se intensifica en comparaciones, se densifica en trágicas narraciones poéti
cas, se adueña de todo, ocupa espacios, sin dejar surco vacío. Ella nace, en apariencia, del paisaje, seintegra ala melancolía de la mirada que la rescatay vuelve al paisaje, mientras escurre poratardeceres, sombras, fantasmas, soleda
des, chopos, álamos, campos,colinas y montañas en tardes tranquilas y silencio
sas;se oye elgolpe seco delaspalabras elegidas a punto como para expresar lo que ValbuenaPrat llama de «una poesíade la soledad». Elyopoético,al proyec tarse en la naturaleza, a ella se hermana, solidario, mejor dicho, cómplice. De esacomplicidad fluye una poesía esencial, grave, seca en laque el paisaje acoge el alma delpoeta y por él esacogido.
Repite Valbuena: «Másque idealización de ambiente, hay en Machado un
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ambienteque se acomoda a una idea o mejor, a una integridad humana, a una individualidad de sentimiento. Tales el sentido esencial del paisaje castellano en el poeta» (pág. 993). Machado se vale de un discurso poético de cuyas entrañas sale el soplocon que dibuja Castilla, la nombra y nombra, a través del paisaje, losgestos del mundo así revelado. El trazo humano es la marca del trazo poético de Machado:
¡Oh, sí, conmigo vais, campos de Soria, tardes tranquilas, montes de violeta, alamedas del río, verde sueño del suelo gris y de la parda tierra, agria melancolía
de la ciudad decrépita.
Me habéis llegado al alma,
¿O acaso estabais en el fondo de ella?
[...] (pág. 173).
El mismo paisaje deCastilla, en Delibes, es la metáfora de un otro momento de España, cuando elhombre del campo,marginado por latecnología, solitario, no siemprepuede elegir el lugar donde quiere vivir. Siempreen soledad,enuna soledad rayana al abandono, el hombre del campo, en Delibes, ve acercarse la civilización que le va a engolir. La Castilla del poeta es lamismay es otra dela del narrador Miguel Delibes. En ambos, ellaserevelaatravés deunasobriedad vigorosa, densa, concisa.Pero siMachado medita sobre los enigmas delhombre y del mundo, a partir de la imagen que se hace del paisaje castellano, sobre las consecuencias de la muerte de unmundo de glorias, a partir del Desastre Nacio nal,Delibes cuestiona alos hombres y el mundo que robana losdemás el dere cho elemental de seguir viviendo donde se plantó, donde tiene sus raíces; el na
rrador trabaja con una realidad sociológica que hay que llevar en cuenta: la muerte de una cultura através de la visión de un hombre marginado, solitario, empobrecido, sin otrocaminoquela emigración.
Francisco Umbral señala que Miguel Delibes ha «desnoventayochizado Cas
tilla», loque Delibes interpreta en el sentido «deque si aquellos grandes escri
tores del 98, generalmente periféricos, se dejaron ganar por la tentaciónesteti- cista, puramentedescriptiva,de una Castilla abierta y sin problemas, yo he ido, con más modestia, escierto, pero más directamente al grano y he hecho sociolo
gía en mis novelas» (Castilla, pág. 14). Es evidente la obstinadadefensa de las condiciones de vidamínimasenel campo, decondiciones humanasque evitenel éxodo forzado hacia pueblos mayores, hacia la ciudad y, mismo, hacia otros países. Esa cuestiónes como un deber para Delibes: él lucha por lagarantía de opción para aquellosque quierenseguir viviendo en el campo,porla garantía de que sepuedadisfrutardeldesarrollocultural y delbien estar material sin que eso determine, necesariamente, el abandonodelcampo.
La seducción por lo castellano, por su profunda gravedad presente en Antonio Machado y enMiguel Delibes, si reflejadeunaparte el gusto de ambos
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por la «ancha Castilla», por sus cielos, ríos, árboles, montañas, llanos y silen cios,refleja, de otra parte, el aspecto político de un momento de España. La ima gen de la Castilla de Machado revela a un hombre deslumbrado por aquella región, queaella seacoge yen ella se abriga, sin dejar de verla cómo hasido y cómo es hoy. En cambio, el castellano Delibes, nacido en estos paisajesque lo hanacompañado a lo largodesu vida yque contemplarán su vejez, losrecupera de una manera muy suya. Elnarrador no desdeñaningún aspecto de un paisaje que no es aquél de la Castilla literaria, vistapor Unamuno, Azorín y Machado.
Delibes sabequehay mucho másque eso yen su obra no se olvida de ninguna expresión de ese paisaje. Y lohace con un propósito: el dedenunciarunapolíti ca que ha dejado Castilla sin hombres y sin dinero; la novela de 1978, El dispu tado votodelseñorCayo, recuperaconunafuerte visióncrítica esa región vacía de gente en la que, a lo largo de los tiempos, se fuevolviendo el campo castella no. Afirma Delibes, al aclarar cómo nació su libro Castilla, lo castellano, los castellanos'. «A Castilla seleha ido desangrando, humillando,desarbolandopo
co a poco,paulatina, gradualmente, aunque a conciencia» (pág. 16). Unpocode este proceso está figurado en el Señor Cayo. Y, en esa novela, la disputa entre los dosúltimosvecinos,queno se hablan, ilustrael tema delaCastilla insolida
ria, «pordondecruza errante, lasombrade Caín», como revela el versode Ma chado {Obra Completa, pág.54).
En la obra de Miguel Delibes(y me refiero a la parte de su obradedicada al mundo rural) está puesta en la superficie la realidad social de Castilla. Para el narrador, elhecho sociológico más importante ocurrido en Castillaes aquél que estárecuperado en la figura de pueblos abandonados, ruinosos, como se lee en Las guerrasde nuestros antepasados:
Dr. ¿Dónde entonces?
P. P. En Prádanos, para que lo sepa. De primeras, en Prádanos.
Dr. ¿En el pueblo abandonado?
P. P. Tal cual, sí, señor, donde los lavaderos, en el pueblo de Bisa. ( pág. 35).
en los paisajes desiertos, enuna cultura que se acabará en cuanto se acaben sus últimos testigos,esas personas quetodaviapermancen en elpaisajede unaCas tilla desertizada. Tal realidadsocial está entrañada en la arquitecturadel paisaje dibujado por Delibes, un componente expresivo de que echa mano el escritor parasubrayar su preocupación:elhombre y todolo que le atañe.
La «Castillamiserable, ayerdominadora», del verso de Machado, se resigna en verse desangrar y vaciar de sus hombres «para que los gasten los demás", según palabras de Delibes (Castilla, pág. 16). La vía férreay las carreteras que atraviesan los valles castellanos, provenidas «de la parda y reseca llanura de Castilla» buscando«lallanuraazul del mar»,enlazan,enlostextos delibesianos,
«dos mundos contrapuestos». El río,en su trayecto por el valle,seune a las vías construidas por el hombre, en ellas se enreda; son vías que se «entrecruzaban una y mil veces, creando una inquieta topografía de puentes, túneles, pasoa ni
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vel y viaductos». El paisaje así detenido crea una «inquieta topografía»; vale subrayar esa inquietud que puede ser la que se desentraña de esos caminos, por dondellegaban, a loqueDelibes dice «el paralizadoestupor de los camposy el verdor frenético del valle», «las rachas de ruido y velocidadque la civilización enviabade cuando en cuando, con una exactitud casi cronométrica». El natural verdor del valle se vuelve «frenético» en la imagen delibesiana, a acentuar el
«paralizado estupor de los campos», «la quietud serena y reposada del valle», cercadospor «lasmontañas, que, segúnla estación y el clima, alterabansu con textura, pasandodeuna extraña ingravidez vegetal a una solidez densa, mineral y plomiza en los días oscuros» (El Camino, in Castilla, pág. 24) . Son las imá genes de unpaisaje nadaingenuo, nada gratuito, recuperado, con intención, por la mirada de Miguel Delibes. En ellas se lee una preocupación con el futuro de Castilla; el escritor está decidido apreservar esepaisaje, por lo menos conpala
bras, para las generaciones futuras. En su obra, Delibes sedetiene en una Cas
tilla maltratada, quemantiene viva supersonalidad, malgrado el proceso que no se detiene; el narrador ya no cree que se pueda revertirlo. Preocupado con el éxodoruralque acentúa el silencio de aquellos paisajes, nos habla con preocu
pación sobre el futuro del paisaje, vale decir, de Castilla: qué manos podrán atender a los cultivos, «si en la Vieja Castilla, en su mayor parte, no quedan más que viejos yniños»?(pág. 18). Eso está puesto en todas sus otras obras de tema rural. Siempre lamisma preocupación con el futuro del hombre, con la condi
ción de vida en el campo, como está dicho en las palabras de Pacífico Pérez, cuando preguntadosobre cuántos vecinos había en supueblo cuando de su sali da de allí. Dijo: «Si le digo que cien vecinos, tenga porseguro que exagero. La juventud estaba cansada, oiga; el campo es muy esclavo» (Las guerras, págs.
17-18). Salen losjóvenes, pero muchas veces tampoco se quedanlosviejos; yes dura, en la narrativadelibesiana, la situación de los que, ya viejos, tienen que emigrar, para sobrevivir, como está denunciado a propósito de la sirvienta de Eugenio, el sexagenario voluptuoso, una joven que ha «bajadocon sus padres, yade edad, de una aldea de lasiena. Sonlos primeros inmigrantes de Cremanes desdeel siglo XIX.De ordinariolos jóvenesse van, pero nadie los reemplaza».
(Cartasde amor, pág. 60). Es así, casi depaso, enuna dobla del texto,que Deli bes encuentrauna manera de denunciar una situaciónmuy grave y comúnen un cotidiano sin importancia apariente, un hecho social perverso que, entre otras cosas, condena a una pareja«ya de edad» a dejarsu aldea y venirse al pueblo a sobrevivir del parcosueldo de la hija,que segana«lavida como puede».
Miguel Delibes, a través del paisaje, subraya sutil, casi imperceptiblemente un cuadro tenso, una situaciónen que se encuentra aquelhombre solitario, olvi dado, al que no le resta otra alternativa que la de emigrar. Lossilenciosse impo nen en esas descripciones, enla denuncia de lafalta delaasistencia a inúmeras comunidades olvidadas, quese vacían de a poco. Fuetambién de apoco queel silencio ocupó esos espacios. Poreso dice el sexagenario Eugenio: «Mi pueblo no contaba, no existíaen el mapa; si un mal vientolo hubiera arrasado undía,
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nada se hubiera alterado por ello» (pág. 62). Enlasnarrativas delibesianas, están presentesloselementos característicos de un «pueblo abandonado»: elsilencio, los vacíos, el olvido, el mismo pueblo a componer un paisajedesolado, ausente de vida que se impone denunciadoramente. En una contundente y elemental vehemencia, vacío y silencio apuntan para la falta de importancia de un «pue
blo» como aquél a que se refiere elsexagenario, un puebloque, repitiendo Pací fico Péreznoeraun «pueblo ni cosa que se leparezca» (Las guerras, pág. 172).
Al valerse del paisaje paradenunciar,entre otras cosas, la muerte deunacul tura milenar, el discurso del narrador se poetiza; el habla de unhombre del cam
po, rudo, cargado de la sabiduría adquirida en el contacto con la naturaleza, expone la fuerza expresivade MiguelDelibes, el novelistadel poetadel campo castellano. Un ejemplo está en boca de PacíficoPérez, cuando le llama la aten ción a la Candi, sobrelas características de los ríosde su pueblo: «[...] y enton ces yo, por salir del paso, la dije que si había reparado que los ríos hablaban como las personas,que el Matayeguas voceabayla Salud rutabay el Lirón can taba comouna mujer, ¿se da cuenta?» (Las guerras, pág. 132).
Alconcluir, remito a la lección de Alfredo Bosi, de que me valí al iniciar estas reflexiones: «el acto de ver recoge no sólolaapariencia de las cosas, sino algunarelación entre nosotros y esa apariencia [...] Las sensaciones [...] que el mundo provoca independen de nuestra voluntad». Pues es aquí donde sitúo la relación del paisajecon Antonio Machado y con Miguel Delibes, unpaisaje que es el mismo y es otro en cada uno de ellos. Machado, incorpora como suyo el paisaje de laCastilla que adoptó para vivir y Delibes,vivencia unpaisajequees suyo desde que nació. Ambos ven, allí, la expresión de un momento de España, en ambos está presente una preocupación con elhombre,cada cualexpresándola a sumanera. Y porese camino del paisaje tanpeculiarde Castilla, por la imagen quepasan de ese ver y sentirlas tierras de adentro, desdelaGeneración del 98 hasta este 1998, en que celebramos los 100 años de aquella generación, hemos podido acompañar el camino de Machado y Delibeshaciéndose el camino, por losCampos de Castilla, haciala universalidad.
Referenciasbibliográficas:
Bosi, Alfredo, O ser e o tempo na poesía, Sao Paulo: Cultrix, 1995 (10a). (La traducción del texto de Bosi es de la autora de esta ponencia).
Delibes, Miguel, Castilla, lo castellano, los castellanos, Barcelona: Planeta, 1988 (7a).
—, Las guerras de nuestros antepasados, Barcelona: Destino, 1985 (2a).
—, El disputado voto del Señor Cayo, Barcelona: Destino, 1987 (14a).
—, Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso, Barcelona: Destino, 1983 (3a).
Díaz Plaja, Guillermo, Modernismo frente a Noventa y Ocho, Madrid: Espasa-Calpe.
Machado, Antonio, Poesías Completas, Madrid: Espasa-Calpe, 1996 (26a).
Nascimento, Magnolia B. B., O diálogo impossível (A ficqño de Miguel Delibes e a sociedade española no franquismo, Tese de Doutorado, Universidade de Sao Paulo, 1996.
Orlandi, Eni, Discurso & Leitura, Campinas(SP): Cortez/Unicamp, 1988 (2a).
Shaw, D. L., Historia de la Literatura Española, t. 5, Barcelona: Ariel, 1992 (10a).
Valbuena Prat, Angel, Literatura Castellana, II, Barcelona: Juventud, 1979.