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El Color de La Niebla

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El Color de la Niebla Por Salem Torx

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El Color de la Niebla © 2013 L. Lagos Núñez. Todos los derechos reservados.

Imagen de la portada: Fischblut, por Gustav Klimt, 1898.

Fuentes de la portada: Grusskarten Gotisch y Rothenburg Decorative, por Dieter Steffmann.

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Índice Índice Prólogo Capítulo I Capítulo II Capítulo III Capítulo IV Capítulo V Capítulo VI Capítulo VII Capítulo VIII Capítulo IX Capítulo X

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Prólogo

Mayo. La guerra había sido declarada a principios de ese año. O eso creía, pues había dejado de contar los días desde hacía tiempo.

Ahora, los cadáveres se amontonaban alrededor de los muros de piedra. Ella no podría haberlos enterrado a todos, eran demasiados. Tuvo que contentarse con sepultar al puñado de jóvenes y muchachas que habían sido sus compañeros de escuela, a los que conocía. Bart. Linnet. Sebastian. Los otros.

Semanas atrás, ella y los demás sobrevivientes habían pasado gran parte del tiempo escondiéndose de los bandidos que entraban a saquear la fortaleza. Pero ahora incluso los bandidos rehuían el lugar. La mayoría de los otros niños no habían muerto por heridas, sino que de sed. Y ahora era el turno de ella.

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Alice observó una vez más el paisaje grotesco que se extendía hasta el infinito, árboles carbonizados, llamas y un humo tan denso que cubría la luz del sol. Entonces soltó el marco de la ventana para dejarse caer contra la pared. Los ojos se le empezaron a cerrar. Muy dentro de ella, aunque no quisiera aceptarlo, había estado esperando ese momento. Sólo esperaba que no fuera muy doloroso.

Voces cercanas la habían hecho volver en si. Había dormido un largo rato sin sueños, pero ahora alguien se aproximaba. Oh no, los bandidos habían vuelto.

— ¿Es ella?

Una mano le tocó el cuello.

Aunque intentó abrir los ojos, no tenía fuerzas. —Si —respondió una voz de mujer—. Debimos haber venido antes.

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— ¿Ya está...? —preguntó la misma voz de antes, de un hombre joven.

—No. Ven —dijo la voz de la mujer, cerca de ella—. No puedo hacerlo sin ti.

Entonces su voz pronunció un par de palabras en un idioma desconocido, y lo siguiente que supo fue que alguien llevaba algo frío a sus labios.

—Bebe —ordenó la voz de la mujer.

El líquido entró a la fuerza en su garganta, haciéndola toser. Pero lo bebió con ganas. Su sed se apagó un poco, y se sintió un poco mejor.

—Tu turno, Dimitri. Y date prisa, este lugar me da escalofríos.

Poco después de que la mano soltara su cuello, dos manos gruesas tomaron su rostro.

Casi enseguida empezó a notar una sensación cálida que se extendía por su cuerpo, desvaneciendo el frío, el hambre, el dolor. Finalmente, su conciencia fue lo último que se

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I Una margarita.

"Sobrevivisteis, lo que os marca como importantes para esta historia." —Heiss, Radiant Historia

Agosto. Alice se encontraba observando el mar, mientras se apoyaba en la baranda del barco en el que viajaba rumbo al colegio. El viento frío golpeaba su cara, pero por suerte el resto de su cuerpo estaba cubierto por una chaqueta forrada en piel. Era verano en aquella parte del mundo, faltaban nueve días para que empezaran las clases. Ya habían pasado casi dos meses desde que había sido rescatada de las ruinas de la Fortaleza de Dragón. ¿Debía considerarlo una bendición o una maldición?

Todavía recordaba sus preguntas, desnudas, directas, al grano:

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¿Qué clase de pregunta era esa? Obviamente si él siguiera con vida, no la habría dejado a morir allí.

—No, el señor Bron fue uno de los primeros en morir —replicó Alice con orgullo.

— ¿Los Kalir? —Muertos.

— ¿Todos ellos?

La garganta se le apretó. Sin duda que ella sabía.

—Si.

Pero siguió haciendo preguntas casi de inmediato.

— ¿Tienes conocidos fuera de Dragón? —No.

—Entonces, todas las familias con las que tenías relación están acabadas.

Alice guardó silencio ante la brutalidad de estas palabras.

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— ¿Te refieres a Van-Krauss? Alice asintió.

—No es buena idea —respondió la mujer—. No. Te quedarás con nosotros.

— ¿Conoce a mi abuelo? —se atrevió a preguntar entonces.

La mujer le dedicó una sonrisa. Y se demoró un rato antes de volver a hablar, como si buscara las palabras adecuadas para expresarlo.

—Digamos que trabajé para tu familia un tiempo, conocí a tu abuelo y la mayoría de sus hijos.

A Alice le costó un poco creer eso. Estaban tomando té importando en tazas de la más fina porcelana. Se sentaban en el centro de la sala de estar de un edificio que tenía las proporciones de un palacio. ¿De qué clase de trabajo se había tratado?

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encantadora. Quizás pensó eso porque representaban cierto estereotipo ideal. Él era joven, rubio y escultural, y ella a pesar de ser mayor, era, por supuesto, sensual y hermosa. Entonces se dio cuenta de que no eran en absoluto una pareja.

Él era una especie de valet o sirviente, aunque Alice no estaba segura de qué clase. Mientras que ella actuaba como una mentora. Estaba segura de que una noche lo había escuchado llamarla "maestra" y luego mirar nervioso a Alice, como si acabara de cometer un error. Sus nombres eran Agatha y Dimitri.

No fue la falta de curiosidad por averiguar qué clase de relación tenían los dos la que la impulsó lejos de esa inusual compañía. El castillo en el que vivían sin sirvientes quedaba a horas de cualquier ciudad, todo estaba siempre cubierto de nieve, y la idea de no tomar parte en la construcción de su futuro la estaba empezando a asustar.

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país sólo un poco menos frío comparado con el que acababa de abandonar.

Muy ligeramente, algo chocó contra su talón. — ¡Que no se caiga! —gimió una voz a su espalda.

Alice bajó la mirada para ver lo que la había golpeado. Un campo de flores la saludó desde el piso. Era un cuaderno abierto en el que alguien había pintado un campo de margaritas. Comprendió la preocupación de inmediato, sus pies se encontraban a escasos centímetros del final de la cubierta, y después de eso sólo había mar. Seguramente se había deslizado de las manos de su dueño en uno de los vaivenes del barco. Alice se apresuró a recogerlo.

—Gracias —respondió una chica sonriendo, extendiendo la mano para recogerlo de vuelta.

Al hacerlo, Alice notó una venda atada en su muñeca derecha y alrededor de su palma, como un guante. Llevaba una capa con capucha de color blanco apagado. La prenda de tela cubría su

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cabello, pero enmarcaba su rostro, guiando la atención hacia este.

Las facciones eran finas y delicadas, sin embargo su mentón agudo, sus mejillas poco llenas y su expresión tranquila le daban cierto aire andrógino, como si ostentara un sexo indefinido entre el masculino y el femenino.

Y luego estaban sus ojos. Grises, como la luna o como la plata. Un tono claro, pero lleno de vetas de distintas tonalidades. Coronados por dos largas pestañas y estilizados párpados.

—De nada —respondió Alice entregándoselo. —De verdad, si no hubiera sido por ti, me tendría que haber lanzado al mar a recogerlo y habría perdido mi compostura de dama.

Alice rió. Casi se había olvidado de la sensación.

—Soy Lennye —se presentó extendiendo la otra mano, mientras sostenía su cuaderno cerca de ella.

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Alice no había hablado con nadie durante el viaje y no pensaba hacerlo. En aquella nave viajaban personas de muy distintas clases sociales de las que Alice no sabía nada, pero ella se veía inofensiva.

—Alice —respondió estrechándole la mano.

—Entonces ¿También viajas sola? Alice asintió.

—Voy a un colegio en Umbria.

Unos rayos de sol bañaban el interior de su taza de té, cuando la volvió a poner sobre la mesita de madera. Ocupaban un lugar apartado, cerca de una ventana.

—Dicen que es un lugar muy grato durante el otoño —comentó la joven.

—No nieva todo el tiempo, eso es bueno.

—Me refería a los paisajes y a la arquitectura. —Ah, claro, te interesa el arte —dijo Alice señalando el cuaderno que descansaba sobre sus

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piernas—. ¿Puedo mirar?

La chica se mostró un poco avergonzada, pero se lo alcanzó.

Era un cuaderno de tapas de madera y hojas color crema, nada más abrirlo, sintió que el calor le volvía al cuerpo.

Por días y días no había visto más que mar, algunos glaciares, focas y costas congeladas, pero ahora se extendía ante sus ojos el cielo azul más puro que hubiera visto nunca, sobre una playa de aguas cristalinas que escapaban de un océano color jade.

Al pasar la siguiente página había una pintura de una mansión en Buena Ropa, un ciervo comiendo restos de pasto en un paisaje nevado, una ciudad al sur de Buena Ropa, una alta torre de techo triangular en Jamón, y flores, páginas y páginas de campos de flores.

Finalmente llegó al campo de margaritas que había entrevisto hacía un rato. Era el último y estaba pintado con lápices de colores, con un trazo

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tan suave que parecía imitar los paisajes que había pintado con acuarela.

No habría sabido decir si se trataba del trabajo de una artista talentosa o no, pero por algunos segundos se olvidó de que estaba sobre un barco que navegaba sobre un mar hostil y congelado.

—Es hermoso... —murmuró abstraída en la pintura.

— ¿Lo dices enserio?

—Claro. ¿Has estado en todos estos lugares? —Este verano estuve en algunos de ellos, otros sólo los he visto... en fotos.

Reparó en la suavidad de los pétalos blancos, redondos y alargados, simétricos, simples pero perfectos.

— ¿Así que te dedicas a pintar?

Lennye sonrió y negó con la cabeza. —Es un pasatiempo.

—Deberías sacarle provecho. Estoy segura de que mucha gente en el barco está harta de ver azul

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y más azul. Pagarían mucho por una de tus pinturas.

—Nunca lo había visto así. Por suerte no necesito dinero, pero si de verdad las aprecias puedes conservar las que quieras.

— ¿De verdad? —preguntó emocionada—. En ese caso te pediría sólo una.

—Claro, tú salvaste mis dibujos de morir ahogados. Ahora que lo pienso ¿No prefieres que pinte algo para ti?

Lennye había posado sus dos ojos sobre Alice. El corazón le empezó a latir rápido y enseguida notó que la sangre se le había subido a las mejillas.

—Cla...claro —respondió tratando de sonar afable y tranquila como antes.

¿Acababa de enrojecer ante Lennye?

Cuando volvió al camarote aquella noche, lamentó separarse de ella. Lennye era sencilla, discreta y alegre, como una de las margaritas de

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su dibujo. Se le pasó por la cabeza que se dirigiría a Umbria a buscar trabajo como institutriz en alguna casa, pues parecía ser instruida. Por un momento sintió envidia de la joven, su vida parecía mucho más simple que la de ella.

Hacía días que había dejado de pasar las noches acurrucada en su cama, llorando. Pero esa noche durmió más que bien.

La noche se desvaneció tan rápido como vino. Le pareció que el día se hacía increíblemente aburrido y largo ahora que había una persona con la que quería hablar. Se quedó un rato observando los juegos de luces que el sol hacía en el mar, antes de subir a la cubierta a desayunar.

Estaba jugueteando con sus panqueques cuando vislumbró a Lennye entrar por la puerta del comedor. Se quedó dudando de si hablarle o no, quizás no quería ser molestada, quizás le parecería mal si ella no la saludaba. Por suerte, ella se acercó casi de inmediato, disipando la duda.

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— ¿Puedo sentarme? —Adelante.

La joven se sentó con parsimonia y pidió té a uno de los meseros que pasaba por ahí.

—Todavía me sorprende que te dejen viajar sola. Es peligroso, llama la atención.

—No me ha pasado nada desagradable desde que partí el viaje. Además, tú también viajas sola.

—Ah, pero yo soy diferente —respondió ella sonriéndose.

—No veo la diferencia —respondió Alice.

Pero mentía, sabía que en el fondo, muy en el fondo, había algo diferente con Lennye, algo que no podía definir.

— ¿Hacia donde estás viajando, Lennye?

—Me voy a bajar en Mist —respondió ella luciendo ligeramente incómoda.

—Yo también me bajo en Mist.

Ahora su expresión era inconfundiblemente incómoda y le lanzó una mirada escrutadora a

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Alice.

— ¿Estás bien, pasa algo malo?

—Nada —respondió componiendo la sonrisa —. ¿Crees que puedas soportar mi compañía todo el viaje?

—No tengo nada mejor que hacer —respondió Alice, pero de inmediato se dio cuenta de que sonaba un poco maleducado. Y aunque trató de buscar algunas palabras para suavizar las otras, la lengua de Lennye fue más rápida.

—En ese caso ven a mi camarote cuando terminemos de desayunar. No es bueno que te andes paseando por ahí sin escolta. ¿En qué estaban pensando los adultos que te mandaron a Umbria?

Nada más Alice entró, Lennye le señaló un asiento al pie de su cama. No desvió la mirada del lienzo sobre el que estaba pintando. Alice paseo la vista por la habitación. Las paredes estaban pintadas en colores claros y varias decenas de

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acuarelas secas descansaban por aquí y por allá. De alguna forma le pareció una habitación mucho mejor que la que ella tenía. Pero hasta donde sabía todas las habitaciones simples valían lo mismo.

—No puedo hacer esto en la cubierta, por eso te invité. No vayas a hacerte una idea equivocada.

— ¿Es eso lo que en Buena Ropa llaman una broma? —preguntó Alice extrañada.

Lennye levantó la mirada, para estudiarla con los mismos ojos escrutadores que había usado en el desayuno.

—Te cambiaste de ropa —comentó advirtiendo la chaqueta militar y la falda tableada de color verde.

Por suerte pasaba como el uniforme de un colegio. El primer día que lo llevó, Alice advirtió que muy poca gente en el barco reconocía el emblema de Dragón. De haberse paseado con ese uniforme por alguna ciudad de Dragón la habrían atravesado con una espada en un abrir y cerrar de ojos— ¿De qué colegio es ese uniforme?

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—Es de la Fortaleza de Dragón. — ¿Dragón...?

Entonces le dio una mirada al cuadro que estaba pintando, advirtiendo el peso de lo que estaba haciendo.

— ¿Eres de Dragón, Alice?

Alice asintió, tomando asiento.

Le lanzó una mirada preocupada, analizando con ella su aspecto con mayor detalle.

— ¿De casualidad estuviste en la famosa guerra de la que todos están hablando?

—Si, por supuesto. Incluso conocía a los dos niños cuya expulsión gatilló la batalla. Eran mis compañeros de clase.

— ¿Eres una sobreviviente, entonces?

—Sólo soy alguien que no murió. Aunque todavía no estoy segura de que eso sea bueno o malo.

— ¿Eres de la aristocracia? —Preguntó ella mirándola con suspicacia— ¿De qué familia?

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¿Podía ser que Lennye pudiera reconocer el tono rojo de su cabello y sospechara de su ascendencia y de su apellido?

— ¿Qué te importa? ¿No te parece un poco insolente hacer una pregunta así? No es como si tu conocieras a las familias de la aristocracia de...— Entonces se calló. En realidad no lo sabía—. Eres de Buena Ropa ¿Verdad? ¿A qué clase social perteneces? —preguntó tratando de recabar información acerca de ella.

Pero Lennye no le respondió, había dejado los ojos clavados en la pintura que estaba haciendo. Lennye le echó una mirada preocupada a la chaqueta verde con botones dorados que tenía puesta. Dejó el pincel al lado para tocar el bolsillo en su pecho.

Alice se puso nerviosa durante el instante en que ella acariciaba la figura del dragón bordado.

—A ver si entiendo bien esto —dijo sin mirarla —. Te diriges a Umbria, a estudiar y a tratar de rehacer tu vida luego de la Guerra de Dragón. Y

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me pides que te haga una pintura de un lugar que ya no existe y al que no puedes volver. No debería darte esto, es un espejismo y puede hacerte daño.

Alice se demoró unos segundos en desentrañar su extraña y poética manera de hablar. El dibujo era un paisaje de montañas que se perdían entre las nubes —un paisaje del país de Dragón, dibujado a pedido especial—, y le estaba quedando precioso. Entendía, sin embargo, su argumento. E incluso consideraba que podía tener algo de razón.

—No, no es como te lo estás imaginando — mintió—. Sólo estuve ahí un año y medio — improvisó recordando la situación de Amarett—. Crecí en una mansión en el país al sudeste de ahí —agregó, mezclando la primera mentira con una historia real del pasado de uno de sus amigos.

Quería esa pintura, y no sólo porque representara una parte de su pasado.

Lennye la miró con seriedad.

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uniforme de su ejército?

— ¡Ah! —Exclamó tratando de sonreír casualmente y mirando hacia su atuendo, y entonces recordó — ¿No es obvio? El verde contrasta perfectamente con mi cabello —explicó sin la más mínima gota de humildad.

El largo y enrulado cabello de Alice era de color rojo escarlata, señal que descendía de la familia Van-Krauss. Una familia famosa desde Jamón hasta Buena Ropa por su crueldad y sus patriarcas sanguinarios. Este era otro detalle que tampoco prefería comentarle a Lennye.

—Ah, de acuerdo —respondió entonces—. En ese caso la terminaré antes de que lleguemos a Mist.

Mist era una aldea pesquera ubicada en una costa en el norte de Umbria. Tenía un nombre bien merecido. Desde la cubierta del barco no se podían distinguir bien los contornos de los edificios debido al velo de la niebla. Tras el

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pueblo, se extendía una mancha de verde oscuro, que correspondería al bosque. Aún era verano, las clases empezarían el día siguiente.

Cuando entraron en la posada, Lennye se bajó la capucha, ligeramente empapada en garúa. Alice no se cansaba nunca de verlo. La primera vez que lo había hecho había comprendido por qué llevaba generalmente la cabeza cubierta. Casi nadie se volteó a mirarla, ya fuera porque estaban demasiados absortos en sus asuntos o porque quizás en Mist era más común tener el cabello de color blanco.

Aunque "blanco" quizás no era la palabra adecuada. Durante el viaje, había observado que la luz del sol le arrancaba ciertos reflejos ligeramente rubios. Y otras veces le daba la impresión de que estaba hecho de plata.

El piso y las paredes eran de madera. Un par de meseros iban y venían entre las mesas, llevando platos de comida y jarras de cerveza.

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habitación privada, el joven que estaba atendiendo les lanzó una sonrisa que hizo que Alice se sintiera algo incómoda y preguntó:

— ¿Dos camas?

—Una cama, y almuerzo para dos, por favor — respondió ella sin inmutarse.

— ¿Ya has contemplado a dónde vas a dirigirte? —le preguntó Alice una vez que estuvieron dentro de la habitación que Lennye había pedido.

—Mas o menos. No es realmente un problema —respondió sonriendo al apartar una silla para Alice—. Seguro que no quieres hablar de eso hoy.

Después de todo, se separarían en un par de horas.

Alice se sentó en el lugar que Lennye le ofrecía. ¿En qué punto del viaje le había empezado a parecer normal que otra chica le apartara la silla para sentarse?

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dirección para escribirle. Aunque ella seguía siendo casi una desconocida.

—Si vengo a Mist el próximo fin de semana ¿Tendré alguna posibilidad de encontrarte?

Lennye se sorprendió ante esta pregunta, y algo cercano al rubor pareció teñir sus mejillas por un segundo.

—Es posible que nos volvamos a ver, aunque no te prometo que sea el próximo fin de semana. Quizás me dirija al pueblo que está al norte, Sphere. Seguro que una vez en el colegio tendrás cosas más importantes en que pensar.

Entonces llegó uno de los meseros con una fuente cargada de comida. Habían pedido un plato de la región y Alice se alegró de que Lennye hubiera elegido ese lugar, la cocina era mucho mejor que la del barco.

Mientras comían, Lennye sacó de su capa un paquete plano y rectangular envuelto en cuero y atado con una cinta escarlata.

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—Lo prometido —le dijo sonriendo—. Es mejor que lo abras después, las acuarelas y la lluvia no se llevan muy bien.

Alice lo recibió con emoción.

—Gracias. Gracias, Lennye, de verdad.

—Espero que cuando lo veas colgado en tu dormitorio te alegre en lugar de traerte malos recuerdos.

Alice trató de sonreír, pero no pudo. —No deberías mentir ¿Sabes?

El momento y el tono en que lo dijo no dejaban lugar a dudas.

Sus ojos se habían apartado repentinamente de los de ella, y el rostro le empezó a arder. ¿Cómo lo sabía? Tuvo que reunir valor para volver a levantar la vista y murmurar:

—Lo siento.

Una sonrisa tranquilizadora se pintó casi de inmediato en el rostro de Lennye.

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— ¿Entonces puedo conservarlo?

—Claro, es un regalo. Aunque no me agrada que me mientan.

—Ya me disculpé. Y no hay daño hecho.

— ¿Tú crees? Te tomas las cosas demasiado a la ligera. Tienes suerte de que no tenga la autoridad para convencerte de que no lo vuelvas a hacer —dijo esto con una sonrisa de verdadero placer en los labios.

— ¿Cómo podrías hacerlo? —preguntó inocentemente, sin ninguna idea de lo que hablaba, aunque sintiéndose rara por la forma en que la miraba de pronto.

—Castigándote.

— ¿De qué estas hablando?

—Te pondría sobre mis piernas, levantaría muy lentamente tu vestido, te quitaría la ropa interior y dejaría rojas esas nalgas tuyas —su tono había cambiado.

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tono que acababa de adoptar era un tono de juego. Como si le pareciera una broma con la que una conversación durante la comida se pudiera hacer más amena.

—De verdad ¿Es eso lo que se considera una broma en Buena Ropa?

—No es una broma, te lo juro.

Lennye la acompañó hasta la posada en la que la esperaba un carruaje.

— ¿Es usted Alice? La profesora Elena me mandó a esperarla. Y también me encargaron que me llevara con usted a este muchacho al castillo. Llegó de Buena Ropa sólo antes de ayer.

Alice dirigió la vista hacia donde había señalado el hombre. No se trataba de una persona. Alice observó el pelaje castaño claro y bien cepillado, los ojos dulces, la crin chocolate.

—Oh, es hermoso.

—Lo envío la Señora Ravensoul. Dijo que era un regalo.

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— ¿Es para mí? —preguntó Alice, llena de emoción.

Alice se acercó cuidadosamente para intentar tocarlo.

—Te sienta bien —la sobresaltó la voz de su compañera de viaje.

Lennye se había acercado y había estirado el brazo por encima del hombro de Alice para acariciar también al animal.

— ¿Tiene nombre? —preguntó Lennye, volviéndose hacia el cochero.

—La señorita debería nombrarlo —respondió él, sonriéndole a Alice.

—Umh —pensó Alice— Es dulce y suave. ¿Qué tal el nombre de un postre?

— ¿Chocolate? es apropiado para ti. ¿Qué significaba eso?

—Si, o Muffin. —O Kuchen.

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gusta. Entonces, desde ahora te llamarás Kuchen. —Es una lástima que no lo puedas montar ahora.

Alice estaba de acuerdo, no podría haber montado con el vestido que llevaba.

—Ya es hora de que nos separemos —dijo suavemente Lennye.

Alice asintió y volteó hacia Lennye para despedirse. Lennye volvía a tener esa mirada aproblemada en los ojos.

—Enserio ¿Qué te pasa? Si quieres puedo escaparme y viajar contigo —ofreció Alice, mitad enserio, mitad en broma—. Podemos montar en Kuchen.

Se mezclaba su resistencia a separarse de ella con la ansiedad que le provocaba el no saber lo que le estaba pasando.

—No, Alice. Te va a ir muy bien, no te preocupes —le dijo con voz seria, y extendió la mano para ayudarla a subir al carruaje—. Espero

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que tengas suerte —le susurró.

—Fue un placer conocerte —respondió Alice. —No, el honor es todo mío —dijo la joven soltándole la mano.

La puerta se cerró y Lennye se despidió con una reverencia propia de una corte. Entonces el carruaje partió y su figura se alejó hasta desaparecer junto con el pueblo de Mist entre la bruma.

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II La mansión en el bosque.

Cuando el carruaje finalmente salió de entre los árboles, Alice pudo apreciar el contorno de una estructura cuyas torres de piedra negra se erguían contra el cielo, a la distancia. Según los pocos detalles que Agatha le había dado, ese debía de ser el Colegio Ravensoul.

Habían viajado por lo menos una hora entre caminos boscosos e irregulares, afuera empezaba a oscurecer. Se había entretenido mirando el paisaje. Imaginó que sería agradable pasear por los lados más tranquilos del bosque en sus ratos libres.

Quince minutos más tarde, cruzaron unas rejas. Poco después, el cochero se detenía ante unas antiguas e imponentes puertas de madera. La puerta del carruaje fue abierta, y Alice descendió.

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piedra que tenía tallada la cabeza de un cuervo. Como la puerta estaba entreabierta, se atrevió a penetrar en el castillo.

Adentro estaba un poco más cálido y algunos faroles alumbraban la estancia de paredes desnudas y piso de piedra. Estatuas de personas adornaban las paredes, y junto a una de ellas, se apoyaba una chica que leía un libro.

Al advertir la presencia de Alice levantó la mirada, le sonrió y se acercó a ella, con el tomo bajo el brazo.

— ¿Eres Alice? Me encargaron que te esperara. Tenía cierta actitud de suficiencia, y esto junto con su corto pelo color castaño, le daban una actitud desenfadada. Sobre su chaqueta negra, en un hilo plateado, estaba bordado el emblema de un cuervo.

— ¿Este es el Colegio Ravensoul? —preguntó mirando a su alrededor.

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de los Van-Krauss entre nuestras paredes.

Alice reprimió mueca al escuchar esas palabras. Oh, no. ¿Conocía a su familia? ¿Acaso su nombre la iba a perseguir hasta los confines del mundo?

— ¿Necesitas ayuda con tu equipaje? — preguntó mirando hacia la abertura de la puerta.

—Ah, si. —respondió recordando al hombre que se había quedado afuera.

El cochero las esperaba afuera, y la joven cogió la maleta de Alice mientras esta le pagaba.

Una vez que se fue, entraron la maleta hasta el salón de la entrada.

—Dejémoslo ahí —sugirió la joven—. Después mandarán a alguien a subirlo.

Alice se había quedado con su mochila en el hombro y con la pintura que todavía no había abierto. La joven la guió hacia la otra puerta que había en la sala, que comunicaba con el interior

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del castillo.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó Alice mientras desembocaban en un amplio salón con escaleras.

—Soy Riham. Compartimos habitación. Pero no te preocupes, no paso muchas de las noches ahí, así que podrás hacer lo que quieras.

— ¿Qué...?

—Mira —la interrumpió la chica señalando el salón en general—. Este es el vestíbulo. Las escaleras frente a ti conducen a nuestras habitaciones. Por esa puerta a tu izquierda se llega al comedor. Y a la derecha está la sala de estar, que es donde casi todos están ahora.

Por la puerta de la derecha se filtraba un haz de luz, se escuchaban voces y una débil música de violín.

— ¿Me acompañas? —preguntó antes de cogerla del brazo y arrastrarla hasta la habitación.

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La puerta se abrió y Alice sintió las miradas despectivas de decenas de jovencitas clavándose en ella, escrutando sus rojos cabellos sueltos, su atuendo de viaje.

Cada una de ellas, en cambio, vestía el mismo elegante uniforme en el que predominaba el color negro: faldas escocesas, medias hasta por encima de las rodillas y chaquetas cortas encima de sus blusas de color marfil. Alice sintió una extraña frialdad embargarla.

—Bienvenida a la Mansión de los Cuervos — le susurró Riham.

Una de ellas se puso de pie y se acercó. Tenía pelo negro y largo y piel blanca como la leche.

—Soy Leonora —se presentó extendiendo la mano derecha para estrechar la de Alice—. Que sepas que aquí le damos una gran importancia a las reglas y a la tradición. En general, consideramos una desgracia que las maestras tengan que descender a interferir en poner orden.

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—Es mentira —le susurró Riham—. Le encanta que la maestra Elena la ponga en su lugar.

Leonora abrió la boca, su rostro reflejaba mitad indignación, mitad vergüenza.

—Agatha me dijo que esta es una escuela reservada para la nobleza —Alice se apresuró a cambiar el tema.

— ¿Te estás refiriendo a la maestra Agatha? —dijo Leonora mirándola con ojos reprobatorios.

—Ah, no sabía que enseñaba aquí —respondió Alice recordando el aspecto sensual y elegante de Agatha.

Pero estas palabras sólo sirvieron para que la mirada de Leonora se endureciera más. Casi de inmediato, Riham le dio un codazo a Leonora.

—Digamos que aquí estudian sólo cierta clase de personas —le contestó esta sonriendo—. Pero sin duda que encajarás pronto. Apuesto a que somos como cualquier otra escuela de niñas.

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— ¿Tienes tu uniforme? —preguntó Leonora— ¿Y el Reglamento Disciplinario?

De pronto, le había empezado a caer mal. ¿Tenía esa chica algún tipo de autoridad en la escuela?

—Si, creo que iré a cambiarme y a desempacar, antes de presentarme a la señorita Elena —le respondió, deseando marcharse tanto de aquella sala como de su presencia.

—Yo te acompaño —respondió entonces Riham animadamente.

Una vez que volvieron al vestíbulo, Alice se iba a dirigir a la habitación de las estatuas en la entrada, cuando Riham la detuvo.

— ¿Qué haces? Las habitaciones están en la otra dirección.

—Si, pero, mi equipaje...

Riham le devolvió una expresión de satisfacción, pero no se movió de donde estaba.

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—Ya está arriba —le explicó, sonriendo como si soltar aquellas palabras le causara placer.

—Pe… pero ¿Quién…? Si sólo estuvimos un momento ahí dentro.

—Vamos —le dijo simplemente Riham, cogiéndola del brazo y arrastrándola escaleras arriba.

Riham golpeó suavemente la puerta con los nudillos, entonces le devolvió, por primera vez, una mirada nerviosa a Alice.

Venían de la habitación de ambas, donde Alice había cambiado su ropa de viaje por el uniforme del colegio que todas las demás llevaban. Aunque simple y pequeña, su habitación era cómoda y tenía cierto encanto rústico. Riham la había guiado hasta ahí, era un corredor largo y silencioso, que estaba totalmente desierto de personas. La iluminación aquí era aún más escasa que en la mayor parte del castillo. En la puerta había una placa de bronce en la que se leía: "E.

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Somn, subdirectora".

—Pasa, Riham —escucharon una voz que las llamaba desde dentro.

Riham abrió la puerta, y se quedó de pie en la entrada. Alice le lanzó una mirada de curiosidad. Al estudiar su expresión incómoda se dio cuenta de que esta vez no estaba siendo cortés, que le ofrecía a Alice la oportunidad de entrar primero porque a ella le daba miedo.

La habitación en la que Alice entró era cálida y estaba agradablemente iluminada con luces suaves. Estaba, además, elegantemente tapizada y amueblada con muebles de madera de color negro o chocolate.

—Maestra, la joven Van-Krauss —anunció Riham a su espalda.

—Gracias Riham, déjanos.

La mujer que había hablado tenía cabello negro, largo y enrulado. Sonreía, pero cierto instinto no le permitió a Alice relajarse. Se

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sentaba al otro lado de un escritorio, donde trabajaba sobre una serie de papeles de aspecto oficial. Tendría entre treinta y cuarenta años.

Alice escuchó la puerta cerrarse a su espalda. La invitó a sentarse y le ofreció una taza de café. Entonces Alice observó que era demasiado tarde para tomar café.

Sólo entonces rió relajadamente, y Alice notó un aire juvenil en sus facciones, que le hizo preguntarse si la estimación de su edad que había hecho hacía un momento era correcta.

—Tienes razón, pero no para mí. A veces me quedo trabajando hasta el amanecer, otras noches, cuando las alumnas creen que pueden deambular libremente por el castillo y hacer lo que quieran, yo estoy vigilando —dijo con un semblante sumamente serio que a Alice le produjo risa. Una risa que tuvo que aguantarse.

Su contextura física era delgada, como la de un pajarito, esto unido a su vestido femenino y

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exuberante, y a sus modales aterciopelados, hacían absolutamente imposible tomar enserio esas palabras.

Había tenido con Elena una conversación bastante larga, en la que ella le había preguntado acerca de los detalles de su viaje, y habían conversado acerca de las materias que Alice había estudiado en la Fortaleza de Dragón. Elena le explicó que como el programa de estudio era distinto al que tenían en el Colegio Ravensoul, y como había perdido varios meses de clases, no podría tomar las mismas asignaturas que las alumnas de tercero. Y que, si más adelante era necesario, le darían clases particulares para subsanar cualquier vacío que podría haber quedado. Entonces le indicó que debía dirigirse con respeto a las demás mujeres que hacían clases en el colegio, y que se refiriera a ellas como "maestra". Luego le pidió, sin embargo, que la llamara a ella simplemente por su nombre, que "no podía sentirse cómoda de ser tratada de otra

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forma por alguien que no había tenido la costumbre de hacerlo desde pequeña" a diferencia de las alumnas de la escuela. Para finalizar, le había pasado una copia del reglamento de la escuela, que era un libro de bolsillo de color negro azulado, con el emblema del colegio en la portada.

Cuando Alice entró en el comedor, se veía como todas las demás. Riham levantó la mano para llamar su atención, y Alice se acercó.

—Ven, siéntate. Esta es la mesa de tercero.

Riham estaba sentada junto a una niña de pelo negro, y en la mesa, en el lugar entre sus platos, amabas sostenían sus manos juntas.

—Esta es Lydia —la presentó Riham.

—Todos han hablado mucho acerca de tu llegada —comentó Lydia—. Debo decir que tu belleza va a causar un poco de revuelo en la escuela.

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Riham señalando a la niña que estaba junto a Alice y frente a ellas.

Alice se sentó con ella, y antes de empezar la comida, tuvieron que escuchar como Elena daba un discurso. Entonces, algunas niñas menores, vistiendo delantales, empezaron a repartir comida entre las mesas.

Al principió pensó que no habían hombres, pues todas las maestras eran mujeres. Pero entonces reconoció entre las alumnas unos pantalones y una chaqueta militar, ambos de color negro.

—Es Érebu —le había explicado Riham. — ¿Por qué hay un hombre en la escuela?

—Ése niño es el único varón en la escuela — dijo la otra—. Creo que su padre lo envío aquí porque lo encontró besándose con el hijo de uno de sus sirvientes —soltó con el tono más relajado del mundo—. Pero no ha tenido ningún problema adaptándose.

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Alice desvió la vista para mirarlo de nuevo. Extendía el brazo por encima de los hombros de una niña pelirroja y pecosa, que casualmente miraba a Alice con cierta mirada de “ni te acerques a mi novio”. Al mismo tiempo, otras tres niñas sentadas alrededor de él se peleaban su atención. El muchacho sonreía encantado, ocupándose de mostrarle la misma atención a cada una de ellas. Si, sin duda que se adaptaba bien.

Las profesoras, por otro lado, eran todas jóvenes y de tanto en tanto parecían confundirse entre las alumnas. Si Elena le había dado la impresión de ser severa a primera vista, ahora consideraba que se trataba de una idea del todo errada.

La mesa de las maestras estaba junto a una pared con vitrales de colores, y junto al asiento de la cabecera, que estaba desocupado, se sentaba Elena, apoyando su cabeza en el hombro de la chica que se estaba a su izquierda, descansando seguramente del exceso de vino que había bebido

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esa noche.

Ya al final de la cena, algunas de las mujeres habían bajado de sus lugares y se sentaban conversando con las alumnas. Era el primer día de clases después del verano y todos parecían tener muchas cosas que contarse.

Cuando la cena terminó, algunas de las alumnas se levantaron a recoger los platos. Sólo entonces se dio cuenta de que no había visto un sólo sirviente en toda la noche.

—La gente de afuera está prohibida —dijo simplemente Saga para explicarle, sin apenas levantar la voz.

— ¿De afuera?

—Si, los sinestirpes. Por eso nos turnamos las tareas de la casa. Obviamente la primera semana les toca a las de primero. Tú y yo somos de tercero.

Pero Alice se había quedado pegada por esas palabras.

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— ¿Sin...es...tir...?

— ¡Saga! —escuchó entonces sobresaltándola. Era la voz de Elena. Alice levantó la vista para encontrarse con que la joven se había acercado a ellas— ¿Qué le estás diciendo a nuestra invitada?

De inmediato Saga enrojeció y bajó la mirada nerviosa.

—Yo... yo.

Elena se acercó a ella y le susurró algo al oído, mientras le sonreía a Alice a modo de disculpa. Alice observó el rostro de Saga cambiar de vergüenza a miedo y luego a tranquilidad.

Alice entonces percibió que varias de las alumnas miraban a su profesora con cautela. El silencio se había hecho y algunas de las que iban a salir se habían quedado, prestando atención a la conversación.

Septiembre. Alice despertó la mañana siguiente un par de horas antes de que amaneciera. Se

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quedó de espaldas en la cama. El ambiente del castillo le asustaba un poco. Pero estaba segura de que todo le parecería mejor una vez que amaneciera y pudiera caminar por los alrededores del colegio.

Mientras se vestía, le echó una mirada a su horario. Su primera clase empezaba inmediatamente después del desayuno y era literatura. Así que cogió de entre los libros que le había pasado Elena la noche anterior el apropiado, y lo echó a su bolso. No necesitó echar otro, pues la clase que estaba marcada como siguiente a esa no empezaba hasta después del almuerzo, en realidad, hasta bastante después, en el último período, justo antes de la cena.

Caminó con Riham hasta el comedor, y luego de tomar el desayuno, se dirigieron hasta la sala de clases junto con Lydia, la amiga de Riham, y su compañera de habitación, que era la niña rubia que la noche anterior le había contado acerca de la no admisión de personas extrañas al colegio

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dentro del castillo.

Aunque algunas de las salas del castillo Ravensoul que vería después eran simples — entendiendo como simple paredes de piedra, bóvedas talladas, ventanas que daban a los jardines verde claro con motas de colores o al profundo bosque verde de pinos, escritorios simples y macizos de madera antigua; y generalmente, un amplio pizarrón con marcos de madera de terminaciones caprichosas—, la habitación en la que se enseñaba Literatura era espectacular.

Tenía la forma de un anfiteatro circular, y las filas de asientos de madera clara se disponían desde abajo —donde estaba el escritorio de la "maestra"— y subían en forma de escalera hasta arriba. La pared a la espalda de la última fila de asientos estaba chapada con madera que hacía juego con el color del piso que —a diferencia de la mayoría de las estancias del castillo, con piso de piedra— era también de madera clara, brillante y

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pulida. Un metro y medio por encima, aquella parte de la pared terminaba, y empezaba un magnífico fresco protagonizado principalmente por cuerpos femeninos. Finalmente, la pared empezaba a cerrarse en torno a la cúpula de cristal que coronaba toda la habitación, y que en aquel momento dejaba ver un cielo grisáceo que no bastaba para iluminar la estancia con luz propia.

Una vez que la sala se hubo llenado, la joven que enseñaba Literatura las saludó vaporosamente y comenzó a explicar los temas que estudiarían ese año. La mitad de la clase se trató de eso, y entonces empezaron a leer un poema del libro indicado. Durante ese lapso de tiempo, la mujer se le acercó para preguntarle si estaba teniendo problemas o si tenía alguna pregunta. Alice tuvo que esforzarse por no sonar enojada, pues aunque nunca había sido muy buena alumna, tampoco era una inlecta, y entendía perfectamente lo que estaba leyendo, aunque jamás había oído de ese autor, ni de la mayoría de los escritores que aparecían en

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esa selección.

Cuando la clase terminó, notó lo nerviosa que se ponía Riham a la salida de la sala de clases.

— ¿No tienes que venir a la siguiente clase? ¡Eres afortunada! geometría es una lata. — aprovechó de decir la niña rubia.

Alice podría haber insistido en que en su anterior escuela también había estudiado matemáticas y sus derivados. Después de todo, sólo se había atrasado unos meses con sus estudios, no podía ser que el nivel de aquella escuela fuera tan alto ¿verdad? Según le había contado Linnet, una vez, los colegios de mujeres en Buena Ropa no se preocupaban tanto del nivel académico de sus alumnas como de su crianza. Aunque, si lo pensaba, el Colegio Ravensoul no se parecía para nada a la imagen luminosa y delicada que Linnet le había transmitido. Pero, referente a sus estudios, la conversación de la noche pasada con Elena parecía haber sido terminante.

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—No pasa nada —les dijo tranquilamente—, creo que aprovecharé para ir a pasear afuera —les dijo con una débil sonrisa, se llevó la mochila al hombro, y se dirigió hacia el primer piso.

El aire frío era, en cierta forma, relajante conforme lo aspiraba de pie en el portal del castillo. En aquel momento no pudo evitar sentirse ligeramente privilegiada, pensando que todas las demás alumnas estarían aburridas en clases, tomando apuntes en sus cuadernos y bostezando, mientras que a ella le era permitido pasearse a su antojo y explorar tanto el interior del castillo como sus terrenos, ambos agradablemente desiertos.

La niebla matinal le daba cierto aspecto irreal al lugar, Alice pensó que a Lennye le gustaría pintar alguno de aquellos paisajes con sus acuarelas. Se imaginó que ella estaría en Mist en aquel momento, y que quizás también estaría disfrutando del exterior, quizás incluso estaría pintando. Se la imaginó a la orilla del mar con su lienzo.

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Al pensar en esto, sus ojos se desviaron por el camino, en la dirección opuesta a la que había comenzado a caminar. Medio kilómetro más allá, se extendía la reja de fierro negro que había cruzado la noche pasada en el carruaje. Primero pensó que podría ir caminando. Pero entonces recordó que tenía a Kuchen, y eso lo haría mucho más expedito. Entonces ¿Qué tal si tomaba a Kuchen y montaba hasta Mist? Era verdad que no conocía el camino, pero ¿qué tanto podría perderse? Alice imaginaba que no mucho. Si lo hacía, quizás perdería el almuerzo, pero estaría de vuelta antes de la siguiente clase y de la cena.

Pero entonces descartó la idea. Si se iba sin avisar, seguro que le armarían un lío al volver. No creía que su libertad se extendiera tanto como para ir hasta Mist sin un motivo que sonara plausible. Además, si lo pensaba, Lennye se había mostrado un poco esquiva. Y si aprovechaba el primer momento que tenía disponible para ir a verla, sin duda que Lennye pensaría que estaba desesperada

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por verla. Algo como eso se vería muy poco atractivo... entonces la corriente de sus pensamientos se detuvo de golpe.

¿Acababa de usar la lógica que usaría para atraer a un chico?

Como respuesta a ese descubrimiento, Alice comenzó a correr con todas sus fuerzas, que no eran pocas, en dirección opuesta a las rejas del castillo, como si al hacerlo pudiera dejar atrás aquel pensamiento que acababa de tener, y escapar de él.

Se desvió del camino, cruzó un bosquecillo de pinos, sin importarle que las ramas azotaran sus mejillas —o quizás, dejando que lo hicieran a propósito, enojada consigo misma— y llegó a un pequeño llano. Alice se detuvo de pronto, quedando sin aliento por la vista.

Un poco más allá, el llano descendía, la tierra acababa y comenzaba a ser bañada por lo que parecía ser una lengua de plata líquida. El lago

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que existía dentro de la propiedad del castillo Ravensoul era un reflejo del color del cielo de esa mañana. La mayoría del resto de la orilla que se podía vislumbrar desde aquella locación, estaba cercada de árboles, dando la sensación de encontrarse en un lugar protegido. Alice se acercó, alegre de que su paseo estuviera resultando reanimante y hubiera cambiado un poco su primera mala impresión del castillo de Agatha.

Tratando de no mojarse los zapatos, estiró la mano para tocar el agua, imaginando lo magnífico que sería nadar ahí en un día soleado. Su mano en el agua no se había empezado a enfriar cuando escuchó una voz a su izquierda.

— ¿Qué estás haciendo?

Alice se sobresaltó, casi cayendo al agua. Elena venía caminando hacía ella mientras sostenía un manojo de hierbas en un paño sobre las manos.

—Estaba conociendo el lugar —le respondió ella, ligeramente irritada— ¿Acaso no está

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permitido?

—No me gustaría que te perdieras —le respondió ella—. Preferiría que pasaras el tiempo dentro.

—Me gusta mucho estar fuera. Además, ya soy bastante mayor para cuidarme sola.

La chica suspiró.

—Ya veremos —dijo entonces, deseando postergar la discusión para algún otro momento— ¿Me acompañas? Estoy recogiendo hierbas para la clase de esta noche.

—Está bien —le respondió, y empezó a caminar con ella hasta el límite del bosque—. Oye ¿Crees que podría ir al pueblo esta tarde?

— ¿A Mist? ¿Hay algo que necesites comprar? "No es que sea asunto tuyo, pero..."

—No, bueno...

Y antes de volver a hablar, vaciló un momento. Habían llegado a una parte en la que crecían

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plantas medicinales, y Elena se arrodilló ante ellas antes de empezar a cortarlas con delicadeza. Alice la observó, calculando si podría contarle, se inclinó frente a ella e hizo una mueca al notar que las medias se le humedecían con el barro.

—Durante mi viaje, me hice amiga de una joven que se está quedando en una posada en Mist.

Ante esta declaración, Elena estudió la expresión de Alice con interés.

—Y... y como no tengo clases en todo el día — continuó, poniéndose nerviosa—, no creí que fuera un problema.

—El fin de semana está cerca —le recordó Elena, inclinando los ojos para recoger otro de los tallos.

—Ya, pero es que es una persona un poco esquiva. Quizás se haya ido para el fin de semana.

Cuando los ojos de ella volvieron a levantarse, tenían un brillo curioso.

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— ¿Esquiva? —preguntó sonriendo con timidez— ¿Estás persiguiendo a alguien?

— ¿¡Qué!?

Convenientemente, Elena volvió a bajar la vista hacia sus hierbas.

—Discúlpame —dijo después de unos momentos—. Espero no haber hablado demás.

—Es una chica... —observó Alice, posando los ojos sobre ella para calcular su reacción.

—Si, lo se —respondió ella, volviendo a ponerse seria—. Entonces, tu amiga ¿no tienes una dirección a la cual escribirle?

Alice negó con la cabeza, sin ocultar la tristeza que eso le causaba.

—Ya veo. En general no lo permitiría, pero dado que acabas de llegar, espero que hagas todas las amistades que puedas.

— ¿Entonces si? —preguntó Alice emocionada, inclinándose unos centímetros hacia

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adelante.

—Tienes mi permiso para ir ahora mismo si así lo deseas —le dijo entonces, sonriendo con placer —. Pero —y aquí levantó el dedo índice—, permíteme decir algo. Si una persona quiere verte, no necesitas perseguirla. Si ella sabe que vas a estar cerca, y no te dio su dirección, entonces debería ser ella quien te buscara en Mist durante algún fin de semana cercano.

Elena había dado en el clavo. Alice bajó los ojos con tristeza, casi sintiendo que se podría poner a llorar ahí mismo.

—Pero es que no creo que lo haga —explicó Alice con un hilo de voz.

De pronto había dejado de ser una conversación acerca de si podía salir o no.

—Entonces, no vale la pena. Al menos dale la oportunidad de demostrar que si la vale. Si la presionas, le estás quitando esa oportunidad, y eso injusto.

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Alice volvió a mirarla, esta vez con admiración.

—No lo había pensado de esa manera.

—Bueno —dijo ella cogiendo sus hierbas y levantándose—, quizás ya es hora de que vuelva al castillo.

—Espera —dijo entonces Alice, levantándose también.

— ¿Si? —preguntó ella amablemente, entre divertida y deseosa de seguir con la conversación.

Alice se quedó de nuevo en silencio, pensando sus palabras.

— ¿Puedo... puedo preguntarte a qué te refieres con perseguir a alguien?

— ¿A qué te refieres tú?

—No lo se... —respondió fingiendo ignorancia. —Ah, entonces yo tampoco.

—Creo que fui injusta contigo hace un momento. Puede que si tenga... más deseos de lo

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normal de verla —confesó.

Elena asintió, le devolvió una enorme sonrisa aprobatoria, y empezó a dirigirse al castillo. Alice se apresuró a alcanzarla.

—Creo que me quedaré aquí hoy día —le comentó.

Y ambas caminaron juntas hasta el castillo.

Alice estaba sentada en una mesa en la biblioteca. A exceptuar por ella, el lugar estaba vacío. Los cerca de ciento sesenta alumnos del colegio seguían en el piso de arriba, dentro de sus salas de clases. Se había cambiado la falda y las medias, al haber ensuciado las otras.

—Déjalas sobre tu cama, las haré lavar —le había dicho Elena antes de retirarse por el pasillo.

¿Quien se iba a ocupar de lavar la ropa en un día de clases, si no había sirvientes? Daba lo mismo.

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para que no anduviera deambulando por el castillo mientras las demás niñas estaban estudiando, así los demás no pensarían que tenía más libertades.

—Cuando los alumnos de tercero tengan horas libres, puedes hacer lo que quieras —había sentenciado la subdirectora.

Alice deslizó los ojos por uno de los pasajes de su libro de literatura, sin extraer mucho significado de las líneas. La abundancia de signos de exclamación y las palabras altisonantes le revelaban un escritor apasionado, que quería obtener el amor a toda costa.

No fue hasta que llegó a cierta parte en que el autor empezaba a describir los labios de su amada, que la mente de Alice empezó a ser ocupada por imágenes que no había invitado.

El barco hacia Mist en una tarde soleada, unos labios moviéndose suavemente, hablándole.

"Ojalá tuviera la autoridad para convencerte de que no lo volvieras a hacer" estas palabras,

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prometedoras, dichas con voz aterciopelada, hicieron eco en su cabeza.

Cerró el libro y se puso de pie. Tenía que buscar alguna otra cosa para leer.

La biblioteca, tenía que admitirlo, era un lugar agradable. La calefacción era buena y la iluminación te invitaba a relajarte. Filas y filas de libreros llenaban el lugar. Alice se acercó al primero frente a ella y cogió un libro de tapas café con líneas rojas atravesando el lomo. Lo abrió, deseando ocupar su mente con alguna cosa, con cualquier otra cosa.

"¿Eh?"

Desconcertada por el interior del libro, empezó a pasar las páginas. Pero para su sorpresa, todas eran igual a la primera.

A pesar de ser un libro que ostentaba un titulo y un autor, su interior, sus páginas gruesas, suaves y de color crema, estaban todas en blanco.

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"Historia de la Familia Grimm, por K. Grimm".

Bajo el titulo, estaba grabado un escudo con un extraño dibujo y un lema escrito en un idioma que Alice no conocía.

Molesta, se encogió de hombros.

"Idiota", de pronto este insulto vino a su cabeza. Si de verdad el viaje con Alice hubiera significado algo para ella, habría concertado una cita para algún otro día. Incluso los sirvientes más humildes tenían derecho a descansar un día a la semana, no podía ser que fuera a estar siempre ocupada.

Pero quizás le estaba poniendo demasiada atención a ella. Quizás sólo la había usado para tapar el hueco que la muerte de Sebastian había dejado. Si, porque también había evitado a toda costa pensar en eso, y seguía haciéndolo.

Volvió a dejar el libro donde había estado, y cogió otro. Era mayor, más pesado y de color negro.

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Lennye no sabía nada de esto, no podía culparla. Pero aún así, podría haberse mostrado más amigable.

El segundo libro también estaba en blanco. Alice repitió el proceso de cerrarlo y leer la portada: "La Maldición de la Familia Ravensoul".

Ni siquiera alcanzó a leer el nombre del autor. Sintió como si estas palabras la impactaran. La familia Ravensoul era la familia de Agatha, su protectora ¿no?

De pronto recordó como había palidecido Lennye al decirle el nombre del colegio al que asistiría. Quizás no quería relacionarse con ella porque provenía de la aristocracia y eso la hacía sentir incómoda. O quizás de verdad había algo malo con el castillo y Lennye había escuchado rumores acerca de ello, y quizás por eso no quería acercarse a ella.

Fuera verdad o no, esa teoría la satisfacía.

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miedo por cualquier razón que fuera, entonces de verdad era como Elena le había dicho hacía un rato, y no valía la pena. Alice volvió a dejar el libro en su lugar.

El siguiente libro también estaba en blanco, y el siguiente, y el siguiente. Un titulo, sin embargo, había llamado su atención: "Principales Clanes y Familias de la Estirpe Negra".

¿Qué sería la Estirpe Negra? Si es que agrupaba a familias y clanes, sonaba como una alianza política de algún tipo, pero jamás había oído de ellos.

Por supuesto que no pudo averiguarlo, pues el libro también estaba en blanco.

Después de un rato, sin embargo, encontró un libro que si estaba escrito, sólo que con letras que Alice no recordaba haber visto, y que era incapaz de interpretar. Es decir, que igualmente podría haber estado en blanco.

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estuviera en español, o el equivalente al español para nosotros en el mundo de Alice.

Era una novela, literatura simple, y Alice se apresuró a salvarlo de aquel mar de páginas blancas para leerlo más tarde. Hizo lo mismo con un libro de historia de Buena Ropa que encontró cerca del anterior. Pero estuvo tanto rato buscando en la biblioteca, que pocos minutos después de eso, las clases de la mañana habían concluido.

Alice se apresuró a volver a su habitación para ponerse algo de ropa que combinara bien con la parte del uniforme que todavía tenía puesta, no quería verse mal durante el almuerzo. Al entrar en su habitación se dio cuenta de que sus calzas y su falda todavía seguían ahí. Claro, justo como había pensado ¿Quien se daría el tiempo de lavar la ropa de una alumna descuidada en un día de clases?

Pero entonces, para su sorpresa, se dio cuenta de que no tenían ninguna de las manchas de barro. Incrédula, creyéndose engañada por la débil

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iluminación, tomó las medias entre sus manos para observarlas mejor. No sólo estaban absolutamente limpias, sino que mucho más lisas de lo que estaban esa misma mañana, lo mismo con su falda.

¿Cuanto rato había estado en la biblioteca? Quizás cerca de una hora.

Esa noche antes de la cena, el grupo de tercero se reunió para la clase de herbología. Elena la hizo sentarse junto a una niña de aspecto mucho más serio y maduro que la mayoría de las niñas de la escuela. Su largo cabello enrulado, mezclaba hebras de colores castaños y hebras de color blanco.

—Sabrina Lionheart —se presentó esbozando una sonrisa casi imperceptible en su rostro de piel tostada.

—Tienes un curioso color de cabello.

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herencia del otro lado. Soy de las Tierras Áridas. Tú tienes casi todos los rasgos de los Van-Krauss.

— ¿Qué le pasa a todo el mundo con mi familia?

—Algunos de tus familiares son celebridades por aquí. ¿Has visto los retratos que hay en el corredor atrás de la sala de estar?

—No.

—Hay algunos retratos de ellos. Yo he escuchado de tu familia por otras fuentes, claro. Quizás no lo sepas, pero en el pasado mi familia servía a tu familia.

—No lo sabía. Sabrina rió.

—Es por eso que —y aquí bajó la voz— la maestra Somn nos ha hecho sentarnos cerca, por si es que trabamos amistad. Pero no creo que seas mi tipo, no te ofendas.

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de aquella mañana parecía haberla motivado.

—Riham es una buena compañera de habitación —susurró Sabrina—. Yo dormía en esa habitación el año pasado. Pero ahora comparto habitación con Leonora.

Y le lanzó una mirada molesta a la niña que se erguía junto a Elena mientras conversaba alegremente señalando una página de su libro.

—Lo siento.

—Por cierto. Que biblioteca más rara tienen. Jamás había visto tantos libros en blanco.

—Ah, no te preocupes por eso. —respondió poniéndole de repente mucha atención a lo que decía Elena—. Me contaron que practicabas esgrima ¿Es verdad?

Había cambiado el tema de repente. —Si, si totalmente.

—Los martes tenemos clases de esgrima. Después de la maestra Nadia, yo soy la mejor en

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esgrima de la escuela. Pero creo que tú me vas a ganar.

La mañana del sábado se levantó temprano para ir a visitar a Kuchen. El animal era dócil y tranquilo, pero aún así se había dado el tiempo de estar cerca de él lo más posible, y llevarlo a pasear alrededor de los jardines o por el campo de equitación.

Los días anteriores alumnas de primer año se habían encargado de alimentar a los animales y limpiar las caballerizas. Pero nadie lo había cepillado, así que Alice se afanó a la tarea de cepillar su pelaje y sus crines, antes de montarlo aquella mañana.

El camino hacia Mist de día era mucho más grato de lo que resultaba en las noches. Y Alice se recreó en admirar las especies de flores y árboles que bordeaban la senda, sobre la que se cerraban las ramas de los árboles. Pensaba en qué especies de flores le gustaban, y trataba de recordar su

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locación en el camino, para cortarlas a su regreso y ponerlas sobre su escritorio.

—No, ya le dije que no he visto a tal niña por aquí.

— ¿Pero cómo? Si estaba aquí el miércoles pasado.

Un rato más tarde de haber atravesado las rejas del castillo, Alice se erguía ante el mostrador de la posada en la que había comido con Lennye.

—Dijo que se quedaría por la noche aquí.

El hombre negó con la cabeza, y le lanzó una mirada de desconcierto a Alice.

"Sabía que no debía venir"

Cuando estaba a punto de irse, reconoció pasar por el umbral de una puerta lateral, al joven de sonrisa impertinente que las había atendido. Él pareció reconocerla también, y le hizo un gesto de que lo esperara un minuto.

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subió a una diligencia que iba hacia el pueblo vecino.

— ¿No dio ninguna dirección, dijo cuando volvería?

— ¿Eres... —y aquí bajó los ojos y alcanzó un sobre del mostrador— Alice, verdad?

A Alice le empezó a latir el corazón, emocionada.

—Si.

—Ten —dijo entonces, alcanzándole el sobre —. Dejó esto para ti.

Y le volvió a lanzar una sonrisa vulgar. Alice estaba tan emocionada, que casi no le importó mientras recibía el sobre y se lo guardaba en el bolsillo.

—Gracias.

— ¿Eres del castillo, verdad? —preguntó él, señalando hacia el oeste con la cabeza, todavía haciendo una mueca.

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— ¿Te refieres al colegio Ravensoul?

—Si, no hay otro castillo por aquí. Las niñas suelen venir por aquí de vez en cuando, pero nunca te había visto.

—Es que soy nueva.

—Oh, vaya —y antes de seguir hablando bajó la voz e inclinó un poco la cabeza—. Son un poco raras, ¿no?

—No se qué hablas.

Sin embargo, no pudo evitar sentirse mal por haber mentido de esa manera. Claro que pasaban cosas raras, la falta de sirvientes, las clases prohibidas, la biblioteca llena de libros en blanco. Pero también era verdad que era un lugar cómodo y agradable, y todos eran amables con ella.

—Son un grupo algo cerrado, la gente del pueblo empieza a hablar. Dime, tu pareces una chica decente ¿No has notado nada raro dentro de esas paredes?

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—No, nada. ¿Tendrías la amabilidad de decirme dónde está la tienda de libros?

Alice salió apresuradamente de la posada y se llevó la mano al bolsillo en el que había guardado el paquete de Lennye.

Sobre la superficie de una hoja para pintar con acuarelas, estaba escrito el nombre de Alice con magistral caligrafía. Al otro lado, el final de la lengua triangular estaba sellado con cera y los bordes habían sido cuidadosamente cortados a mano en un motivo que imitaba el encaje. Alice se lo llevó al pecho por un momento, pensando que la perdonaba sin importar el contenido de la carta.

Intentó abrirla con cuidado, sin romperla, con lo que no tuvo mucho éxito. El mensaje decía así:

Querida Alice:

Espero que estés leyendo esta carta durante el fin de semana, y no te andes paseando fuera del colegio durante los días

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de clases.

Por favor perdóname si fui fría el día que nos despedimos. La verdad es que disfruté muchísimo el viaje contigo, y me habría gustado quedarme a tu lado mucho más tiempo.

Si estás leyendo esto es porque fuiste lo suficientemente impulsiva para volver a la posada a buscarme. No te voy a mentir que me agrada la idea de qué estés pensando en mí.

Sin embargo, a veces las circunstancias en las que nacemos o en las que vivimos nos atan, y no nos permiten hacer las cosas que queremos. No espero que estés de acuerdo con esta idea. Pero te lo digo para que te hagas una idea de mis razones.

No te lo dije, pero yo también tuve un pasado duro, que vuelve a atormentarme y me hace exigencias.

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Si el recuerdo de los días que pasamos juntas no basta para alegrarte por ahora, entonces nada de lo que haga va a bastar, y nuestra amistad no ha valido la pena.

Saludos,

Lennye.

La misma hermosa caligrafía llena de volutas llenaba la hoja. Y la última frase estaba escrita en una forma apresurada y menos cuidadosa. Casi podía imaginarse a Lennye diciéndole esas palabras, con mirada seria.

Era una carta que decía muchas cosas y a la vez no decía nada. No decía que no se volverían a ver, pero tampoco decía cuándo podrían verse. No explicaba ninguna de sus "razones" o "circunstancias", pero le confesaba que le agradaba que pensara en ella y que le hubiera gustado quedarse a su lado por mucho más tiempo.

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Decidió que era una carta satisfactoria, pero ligeramente irritante, y se la guardó en el bolsillo antes de encaminarse a la tienda de libros.

Esa noche volvió a leer la carta de Lennye, acostada en su cama, a la luz de unas velas. La perspectiva de pasar un tiempo indeterminado sin verla, pero aun con la esperanza de verla cualquier día, no la dejaba dormir.

Esa fue la razón de que las escuchara por primera vez. Primero suave, como apagados, pasos por el corredor que quedaba frente a su ventana, luego voces, voces femeninas susurrantes, entonces la luz naranja de una vela.

—Riham...

Pero la niña no le contestó, yacía dormida en su cama.

Cuando se levantó de la cama para acercarse a la ventana, no había nadie a la vista.

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