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Toulmin Stephen E - El Puesto de La Razon en La Etica

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Stephen E. Toulmin

El puesto de la ra

en la ética

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Alianza Universidad

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(2)

STEPHEN TOULMIN ha emprendido, bajo el título general de «La comprensión humana», el ambicioso proyecto de llevar a cabo una revisión de la idea de racionalidad, que concierne mucho más directamente a cuestiones de función y adaptación (a las necesidades y exigencias reales de las situaciones problemáticas que los conceptos colectivos y los métodos del pensamiento de los hombres abordan) que las consideraciones formales. Publicado ya el primer volumen —con el subtítulo «El uso colectivo y la evolución de los conceptos» (AU 191)— que se ocupa de la «Crítica de la razón colectiva», los próximos tomos estarán dedicados a la «crítica de la razón individual» y a la «crítica del juicio». EL PUESTO DE LA RAZON EN LA ETICA —editada por vez primera en castellano por Revista de Occi­ dente en 1964— constituye, precisamente, la primera formulación de que la ética es una parte del proceso por medio del cual se armo­ nizan los deseos y las acciones de los miembros de una comunidad. El papel que desempeña la razón en este ámbito es, a la vez, diferente y paralelo al que ocupa en la ciencia; esta simetría sirve a Toulmin para fijar los límites en el análisis de los conceptos éticos e indicar que, así como para la ciencia la razón última se da en el contexto teó­ rico general, en la ética se instala en el contexto social. Como señala José Luis Aranguren en el prólogo de esta edición, al lado de las ciencias consideradas como «empresas disciplinares» y a cargo de la comunidad profesional de los científicos, «hay las indisciplinables que no por ello son menos racionales, si es que mantenemos un con­ cepto suficientemente amplio de racionalidad y de usos de razón», entre las que figura, junto a la literatura, el arte y la política, y dentro de la filosofía, la ética.

Alianza Editorial

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Stephen E. Toulmin

El puesto de la razón

en la ética

Traducción de I. F. Ariza

Alianza

Editorial

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Título original:

An Examimtion of the Place of Reason in Elhics

Primera edición en "Revista de Occidente": 1964 Primera edición en “ Alianza Universidad": 1979

© Cambridge University Press. 1960 © Revista de Occidente, S. A. • Madrid. 1964 © Alianza Editorial. S. A. - Madrid. 1979

Calle Milán. 38; © 200 00 45 ISBN: 84-206-2244-3

Depósito legal: M. 23.651-1979 Impreso en Hijos de E. Minuesa. S. L. Ronda de Toledo. 24 - Madrid-5 Impreso en Espada.

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INDICE

PROLOGO A LA EDICION E SPA Ñ O LA ... 8

P R E F A C IO ... . . . . . . 13

RECONO CIM IENTOS... ... ... 15

I. El problem a... ... 17

1.1. ¿Cómo se debe enfocar el problema? ... 19

1.2. El método tradicional ... 21

PRIMERA PARTE LOS ENFOQUES TRADICIONALES II. El enfoque o b je tiv o ... 25

2.1. Tres tipos de p ro p ied ad ... 26

2.2. Las cualidades simples ... 29

2.3. Las cualidades com plejas... 32

2.4. ¿Es la bondad una propiedad directamente perci­ bida? ... 34

2.5. El ámbito de los desacuerdos é tic o s ... 35

2.6. ¿Es la bondad una propiedad “no natural” ? ... 38

2.7. La bondad no es una propiedad directamente per­ cibida ... 39

2.8. Las fuentes de la doctrina o b je tiv a ... 41

III. El enfoque su b jetiv o ... 45

3.1. Las relaciones su b jetiv as... 46

(6)

3.3. Las variaciones en los criterios éticos ... 19

3.4. La teoria de las ac titu d es... 52

3.5. La debilidad fatal del enfoque su b jetiv o ... 54

3.6. £1 aire engañosamente científico de esta teoría ... 56

3.7. La fuente común de las doctrinas objetiva y sub­ jetiva ... 58

3.8. Los orígenes profundos de estos engaños ... 60

IV. El enfoque imperativo ... 62

4.1. La fuerza retórica de los juicios é tic o s... 63

4.2. La imposibilidad de disputar sobre las exclamacio­ nes ... 66

4.3. ¿Son gritos los juicios éticos? ... 67

4.4. El punto flaco del enfoque imperativo ... ... ... 68

4.5. Las fuentes de la doctrina im perativa... 70

4.6. El cinismo aparente de la doctrina imperativa ... 74

4.7. Conclusión... 77

V. Intervalo: cambio de método ... 78

5.1. Vale... 78

5.2. ...el Salve ... 80

ii Indice SEGUNDA PASTE LOGICA Y VIDA VI. El razonamiento y sus u s o s ... 85

6.1. Ensanchando el problema: ¿Qué es "razonar” ? 85 6.2. Conceptos “gerundivos” ... 88

6.3. Teorías filosóficas sobre la verdad ... 91

6.4. La teoría de la verdad de la "correspondencia” ... 93

6.5. Correspondencia y “descripción" ... 96

6.6. Jugar con p a la b ra s... 100

6.7. La versatilidad de la razón ... 101

6.8. Un nuevo enfoque de nuestro problema ... 103

VIL Experiencia y explicación... * ... 105

7.1. El deseo de una explicación ... 105

7.2. Explicación y expectación... 106

7.3. Las limitaciones científicas de los conceptos coti­ dianos ... 108

(7)

Indice iii 7.4. El desarrollo de las teorías y conceptos científicos

( I ) ... 110

7.5. El desarrollo de las teorías y conceptos científicos ( I I ) ... 113

7.6. El ámbito de la explicación científica ... 115

7.7. La “justificación" de la Ciencia ... 118

VIII. Razonamiento y realidad ... 122

8.1. “Modos de razonar” ... ... 122

8.2. El concepto de "realidad” ... 124

8.3. “ Realidad” y explicación...•... 125

8.4. Los límites de la “realidad física" (I) ... 127

8.5. Los límites de la “realidad física” (II) ... 128

8.6. Los límites de la “realidad física” (III) ... 130

8.7. El contraste entre los juicios científicos y los juicios cotidianos... 132

8.8. La independencia de los modos diferentes de razonar. 134 8.0. Más trabajo innecesario para la F ilo so fía... 133

TERCERA PARTE LA NATURALEZA DE LA ETICA IX . Introducción: ¿Es la Etica una ciencia? ... 141

9.1. "Realidad” física y “realidad” moral ... 142

9.2. La “disposición” y la función de la E t ic a ... 145

9.3. Conclusión... 149

X. La función y el desarrollo de la E tic a ... 151

10.1. La cuestión en d is p u ta ... 152

10.2. La noción de “ deber” ... • 153

10.3. El desarrollo de la Etica (I) ... ... 158

10.4. El desarrollo de la Etica (II) ... 181

XI. La lógica del razonamiento m o ra l... 188

11.1. Problemas sobre la rectitud de las acciones... 188

11.2. El razonamiento acerca de la rectitud de las ac­ ciones ... 188

11.3. Conflictos de d e b e re s... 169

11.4. Razonamiento sobre la justicia de las prácticas so­ ciales ... 170

11.5. Los dos tipos de razonamiento moral ... 173

11.6. El ámbito limitado de las comparaciones entre prác­ ticas sociales... 174

(8)

IV Indice

11.7. Los limites del análisis de los conceptos éticos ... 176

11.8. Los limites de las preguntas sobre la rectitud de las acciones... 178

11.9. ¿Se necesita alguna “justificación” de la Etica?... 183

11.10. Razón y egoísm o... 186

X II. La Etica y la sociedad... 190

12.1. La Etica y el le n g u a je ... 190

12.2. La equidad en el razonamiento m o r a l. 192 12.3. El dominio de sí mismo en la E t i c a ... 194

12.4. La Etica y las instituciones sociales... 195

12.5. La Etica y la In g e n ie ría . 196 12.6. La Etica y la P sicología... 199

12.7. La tarea del m o ralista... 202

CUARTA PARTE . f LOS LIM ITES DE LA RAZON X III. La Etica filosófica... 209

13.1. Pertrechándonos... 209

13.2. Vuelta a la Etica filosófica ... 211

13.3. La compatibilidad de las “ teorías éticas” opuestas. 213 13.4. Las teorías éticas como comparaciones disfrazadas. 215 13.5. Teoría y descripción en la Etica filosófica... 217

13.6. Las teorías éticas como R etó rica... 220

13.7. Las teorías éticas: retórica y razón ... 224

XIV. La razón y la f e ... 227

14.1. El ámbito finito del razonar ... 227

14.2. “Preguntas límite” ... 229

14.3. Las peculiaridades de las “preguntas límite” ... 231

14.4. La importancia de las “preguntas límite” ... ... 235

14.5. Cuestiones de f e ... 237

14.6. Interpretaciones espirituales y literales ... 241

14.7. La fe y la razón en la E tic a ... ... 243

14.8. La independencia de la Etica y la religión ...’ ... 245

(9)

TokXáto ásiva xoóáév áv0p<í>7TOv ostvóxspov toXsi' ...xal cpOéfjia xal ávejiósv

«ppóvrjjla xal ácrcuvójiou; ¿pfá<; éótoá£axo...

De todas las innumerables maravillas, ninguna hay más portentosa que el Hom bre..., que ha aprendido el arte de Hablar, del Pensamiento ve­ loz como el viento, y de vivir en Buena Vecindad.

(10)

PROLOGO A LA PRIMERA EDICION CASTELLANA

Lo que me ha decidido a presentar al lector español el presente libro, como primera muestra la ética británica contemporánea, es el hecho de su mayor afinidad —relativamente— a los modos usuales de la ética continental, que las obras de R. M. Haré o P. H. Nowell- Smith, por ejemplo. A l menos aquí se sigue hablando todavía de 'razón* y no de ilenguaje». El libro que el lector tiene entre sus manos se ocupa de la función de la ética, por comparación con la función de la ciencia y la función de la religión, considerando ética, ciencia y reli­ gión en su sentido global, en su 'papel* para la vida. Me parece por ello que, pedagógicamente, y para quien quiera iniciarse en este tipo de ética, es mejor comenzar por aquí que sumergirse, de golpe, en los laboriosos análisis del lenguaje moral, hoy de rigor entre los filósofos ingleses.

Por lo demás, es menester lim itar en seguida el alcance de lo que acabo de escribir: este libro se sitúa íntegramente en la línea filosófica surgida del último W ittgenstein. Su concepción —correctora del neo- positivismo— de los diferentes usos de la razón procede, como él mis­ mo advierte, de la idea conductista-funcional del lenguaje como una 'caja de herramientas», para emplear la expresiva metáfora wittgens- ¡emana y tampoco es casual que se titule precisamente Ethics and Language la obra del americano C. L. Stevenson, que más ha influido sobre Toulmin.

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Prólogo a la edición española 9

Es justam ente esta orientación funcional la que le ayuda a liberarse rápidamente de los •enfoques tradicionales», para constituir, como fundam ental, la pregunta por los diferentes usos de la razón. Es des­

de esta perspectiva desde donde entiende también la teoría de la co­ rrespondencia del prim er W ittgenstein, e l W ittgenstein del Tractatus. El lenguaje como «descripción» no procede del prurito desinteresado de poner nombres, etiquetas, labcls a las cosas, sino de una finali­ dad muy precisa: la de posibilitar o facilitar su reconocimiento cuando las encontremos o las busquemos. El lenguaje —la razón— es siempre un comportamiento con vistas a algo. Pero eso talgo», en contra de la simplista concepción de la razón, propia de la teoría imperativa, es decir, hoy, del neopositivismo, puede ser muy diversa y depende del contexto vital. La primera función a que se refiere Toulmin, como muestra extrema de esa tversatdidad» de la razón, es el uso puramente lúdico del lenguaje en los juegos infantiles d e palabras. Pero pronto abandona esa muestra que, por demasiado simple y secundaria, no p o ­ dría dar mucho de sí, para considerar, a modo de investigación-piloto, la función de la razón en la ciencia.

La corrección (nombre modesto para tverdad») de una teoría cien­ tífica consiste en su valor de predicción, logrado de un modo cohe­ rente y económico. El concepto de •realidad» en que desemboca Toul­ min es convencionalista o neoconvencionalista: se halla en función dé la teoría científica adoptada y en definitiva del uso de la razón que ha­ gamos en cada situación (intuitivo sensible, científico, estético). Es la

resistencia a aceptar este funcionalismo lo qué ha llevado a imaginar la filosofía como instancia suprema de absolutividad y, por ende, a la invención de la metafísica.

La función de la razón en la ética es d if erente dé la que desempeña en la ciencia pero, a la vez, paralela a ella. Ahora no se trata de modi­ ficar mis expectaciones, sino mis actitudes y m i conducta. La moral, piensa Toulmin, sólo es inteligible en el contexto de la vida en comu­ nidad. Es en consideración a los otros y a la convivencia con ellos como nos imponemos esas restricciones de nuestro comportamiento espon­ táneo que se llaman «deberes*. Es más: sin deberes no sería posible la comunidad. La ética no es, en suma, sino tuna parte del proceso por medio d el cual se armonizan los deseos y las acciones de los miem­ bros de una comunidad*. Se trata rigurosamente de un •proceso» porque, en efecto, una comunidad abiérta no se atiene de una vez por todas a un código de rígidos deberes, sino que desarrolla éstos, por adaptación a las nuevas situaciones, pasando de su *letra» a su •espíri- lu *, n decir, del critério deontológico al teleológico, y a la correc­ ción por éste de aquél. Me parece que esta concepción del •desarrollo*

(12)

10 Prólogo a la edición española

de la moral, por utilitaria y positiva que parezca a nuestros iusnatura listas, puede contribuir a actualizar y secularizar, a hacer puramente filosófica la semiplatónica y semitéológica teoría de la *ley natural*.

El hilo conductor de la ciencia, y e l paralelismo de que antes hemos hablado, sirve a Toulmin para señalar los lím ites en el análisis de los conceptos éticos. No es posible remontarse más allá del *principio* etico, como tampoco de la *ley» en la ciencia. Los criterios principales son inapelables. La razón últim a se da, para la ética, en el contexto social, como para la ciencia en el contexto teorético general.

Pero el *tope* no im pide que, en un salto a otro género, podamos encontrar algo más allá de él. Por de pronto y tras dar por supuesto el cumplimiento de las exigencias comunitarias, tenemos que hacer nues­ tra vida, como diría Ortega. Para ello, agrega Toulmin, seguimos haciendo uso de razón; pero ahora se trata, según él, no de un uso éti­ co (= en función dé la comunidad), sino de un uso *biográfico*: se trata de damos, cada cual a s í mismo, una *regla* de vida, un *siste- ma* de elecciones intransferiblemente personales, conducentes a la ^felicidad* individual. Para el pensamiento tradicional y para muchos de nosotros, modernos, es aquí donde se encuentra e l núcleo mismo de la moral. Y Toulmin reconoce que también a esto cabría llamar éti­ ca. Pero él prefiere no hacerlo.

El porque no es difícil de entender. Las cuestiones, para nos­ otros centralmente éticas, del *sentido de la vida*, se abren a las qué Toulmin llama «preguntas límite*. El orbe de la ética, como el de la ciencia, se cierran sobre sí mismos, y por eso no tiene sentido ético, o sentido científico, seguir preguntando. Pero eso no significa que tales preguntas lím ite no tengan ningún sentido. Lo que tienen es un sen­

tido diferente. Expresan la maravilla ante el m undo real de los árboles y los pájaros, la maravilla —recuérdese e l esplendido coro de la Antí- gona de Sófocles, tres de cuyos versos sirven de lema a este libro— ante lo que es el hombre. Maravilla que no siempre será extática y beata, que, con frecuencia, traerá a la luz nuestra ansiedad, nuestro dolor, nuestra incomprensión de lo misterioso de la existencia. Totdmin *hace sitio* de este modo a la religión, que es ineliminable, pues, como muy bien escribe, con suave ironía, ttodos los que no han hecho el voto racionalista de silencio seguirán haciendo alguna, por lo menos, de estas preguntas límite*. He aquí la función de la religión y del ra- zomiento religioso y teológico, que es distinta de la función de la cien­ cia y de la ética. Las preguntas lím ite, que en el contexto diteral* de la ciencia y la ética no tenían sentido, vuelven a cobrar vida cuando se las toma respiritualmente*, es decir, como preguntas religiosas.

(13)

Prólogo a la edición española II

Ofrezco este libro al lector de habla española mucho más como incitación que contando con su aplauso. Estoy convencido de que el convencionalismo científico, la eliminación de la metafísica y la con­ cepción restringida y, en un cierto sentido, utilitaria de la ética encon­ trarán mucha resistencia. Creo, sin embargo, que el contraste con nuestra filosofía usual será ú til a ésta. Por otra parte muchas de las re­ flexiones concretas de Toulmin, a las que no he tenido tiempo de alu­ dir, como por ejemplo, las que se refieren a la ciencia y a la ética en su relación con la política y la retórica, suscitarán un vivo interés. Y más adelante tras la experiencia de la acogida de este libro, podremos ver­ ter al castellano otras obras de lógica del lenguaje ético, entre las de la filosofía que mayor curiosidad empieza a despertar entre los jóvenes

estudiosos españoles de hoy.

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NOTA A LA PRIMERA EDICION EN ALIANZA UNIVERSIDAD

Hasta aquí el prólogo que escribí, hace quince años, para la prim e­ ra edición española de este libro. Poco después comenzó el conoci­ miento en España del grupo de Oxford —al que Toulmin, de Cam­ bridge, no pertenecía, es claro—, de su lógica del lenguaje ordinario o común, incluido, por supuesto y principalmente, el lenguaje moral, así como el religioso. Ha sido el mismo Toulmin, en colaboración con Alian Janik, quien, en La Vicna de Wittgenstcin (libro publicado por Taurus, también a propuesta mía), al mostramos una nueva y unitaria imagen —sin cesura entre unos supuestos primero y segundo Wittgens- tein— del gran pensador que, según esta versión, se habría sentido casi tan alejado de sus seguidores de Oxford como de hecho lo estuvo de sus colegas del círculo de Viena, ha contribuido a sacar a la filoso­ fía británica de la clausura en el lenguaje en la que había recluido.

S. E. Toulmin que, cuando escribió el presente libro, estaba ya tan interesado por la filosofía de la ciencia como podía estarlo por la filo ­ sofía de la moral, en cuanto funciones, ambas de la razón, nos dio en 1972, bajo el título de Human Understanding (publicado, con el de La compresión humana, también por Alianza Editorial), una muy importante ocritica de la razón colectiva», en la cual se ve el cambio científico, más que como una orevolución», al modo de Kuhn, como una «evolución»; y se consideran las ciencias como empresas (discipli­ nares, ya que no enteramente disciplinadas) llevadas a cabo por la co­ munidad profesional de los científicos. A l lado de esas empresas dis- ciplinables, hay las indisciplinables, que no por ello son menos oracio­ nales», si es que mantenemos un concepto suficientem ente amplio de racionalidad y de usos de la razón. Entre éstos y jun to a la literatura, el arte y la política, y dentro de la filosofía, figura la ética, a cuya oevolución* — dentro siempre, como la de las ciencias, de un marco o contexto social— Toulmin ha cooperado en el presente libro y en indi­ caciones ulteriores, de manera decisiva, como puede apreciar el lector, especialmente ahora, a la altura de esta segunda edición, cuando ya dispone de una perspectiva histórica suficiente.

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PREFACIO

Francis Haeon figura hoy entre los filósofos como el primer hom­ bre que da cuenta de una manera sistemática de la lógica de induc­ ción y, por tanto, como el padre espiritual de la ciencia moderna. Sin embargo, sus estudios alcanzaron mayor amplitud y relativa­ mente pronto en su carrera (en 1597, al mismo tiempo que la pri­ mera versión de sus Ensayos) publicó su primera discusión de la lógica de la estimación —el estudio fragmentario Acerca de los Co­ lores del Bien y del Mal, que revisó y amplió más tarde para incluir­ lo en el libro VI del Progreso de las ciencias.

Pero este temprano interés por las ideas éticas no ocupó el mis­ mo lugar en sus pensamientos que su pasión por las posibilidades de la ciencia. Y quizá sea una pena, porque es la verdad que pocos son los que después de él han aportado al estudio de la ética la lu­ cidez y la exactitud que caracterizan su obra. La oscuridad de la cual salvó al razonamiento inductivo, envuelve aún a la estimativa.

En este libro, he comenzado el examen en el punto en que Bacon lo dejó, pero he aumentado su extensión porque, mientras que él se contentó con señalar las limitaciones de algunos de los argumentos éticos más corrientes, yo he intentado descubrir, de un modo más general, lo que confiere a estos argumentos el valor y el alcance que poseen. Esto ha supuesto adentrarse mucho en la naturaleza del razonamiento y en los fundamentos de la lógica; y aquí he tro­ pezado con una dificultad. Los avances recientes en la comprensión «le estos temas no han sido expuestos en forma coherente y no hay ninguno al que pueda remitir a los lectores. Por consiguiente he te­ nido que esbozarlos a lo largo de las descripciones de los métodos lógicos que son instrumentos necesarios a mi argumentación : esto

(16)

14 Prefacio

explica especialmente la longitud de la II Parte, que puede parecer superelaborada si se tiene únicamente en cuenta su objeto inmediato.

En cualquier caso, espero que no es mucho pedir a mis lectores que tengan paciencia con estas digresiones en atención a la índole del tema (los que quieran saltárselas encontrarán para el caso un re­ sumen de la argumentación en el “Epílogo”). Porque, como el mis­ mo Francis Bacon escribió en su primer examen de los argumentos empleados para dar color a las conclusiones éticas:

Para hacer un juicio verdadero y seguro, nada puede ser más útil y provechoso para la mente que el descubrir y volver a aprehender los colores, mostrando en qué casos son válidos y en cuáles fallan...

De todos modos, esta seguridad me ha animado a creer que el trabajo merecía continuarse y que valía la pena publicarlo a pesar de sus defectos. ¡ Ojalá sirva para espolear a otros a realizar mejor la obra!

Stephen Toulmin.

King’s College Cambridge Febrero 1948

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RECONOCIMIENTOS

A lo largo de esta obra será evidente cuánto debo, en mi enfoque general, a la tradición filosófica de Cambridge; pero hay algunos débitos particulares que no aparecen en las referencias, y que he de reconocer aquí. Durante todo el tiempo que ha durado la prepa­ ración de este libro, he estado acudiendo constantemente a R. B. Braithwaite y A. C. Jackson, para que me ayudaran en muchos pun­ tos difíciles; muchos de los problemas aquí tratados hubieran que­ dado fuera de mis alcances de no haber sido por las conferencias oídas al Dr. Ludwig Wittgenstein y a John Wisdom ; he discutido partes de los capítulos 3 y 4 con el Prof. G. E. Moore; el Profesor L. J. Russell ha leído el manuscrito completo y ha hecho comenta­ rios provechosos y detallados, y mi mujer ha sido una defensora infatigable del buen sentido y del buen estilo. Cuando haya perse­ verado en el error a pesar de la ayuda y consejo de todos ellos, la culpa será sólo mía.

Me es muy gustoso dar las gracias a los electores de la beca de estudios Harold Fry, del King’s College (Cambridge), a los síndi­ cos de la beca Arnold Gerstenberg, de la Universidad de Cambridge, y al Ministerio de Educación, por su ayuda económica, sin la cual no habría tenido sosiego para estudiar, ni menos para escribir.

Les estoy también muy agradecido a las editoriales que me han permitido hacer uso de pasajes de libros publicados por ellas: a la editorial George Alien & Unwin, por el fragmento reproducido de “The Meaning of Good” , de Goldsworthy Lowes Dickinson; a la Wm Heinemann por varios trozos de la traducción de Mrs. Garnett de “Los hermanos Karamazov” , de Dostoyevski; a la Yale Univer- sily Press, y a sus agentes literarios de Inglaterra, por numerosos

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16 Reconocimiento

pasajes de “Ethics and Language”, de Charles L. Stevenson; a la Oxford University Press por una cita de la traducción de Aylmer Maude de “La guerra y la paz”, de T olstoi; y a la editorial Long- mans, Green & Co., por el pasaje tomado de la “Historia social de Inglaterra”, del doctor G. M. Trevelyan.

Y una sola cosa m ás; pese a haber crecido, como si dijéramos, dentro de los confines de John Maynard Keynes, no he tenido nunca ocasión de conocerlo personalmente. Pero creo, por lo que me han dicho de él, que el escribir este libro habría sido una empresa en que se hubiera interesado; por eso, si viviese aún, me hubiese gus­ tado dedicárselo a él.

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C apiculo 1 EL PROBLEMA

La ética concierne a todo el mundo. Los problemas y las teorías científicas pueden despertar nuestra curiosidad o incluso apoderarse de todos nosotros alguna que otra vez, pero solamente para unos po­ cos tienen importancia práctica e inmediata. En cambio, todo el mundo se enfrenta con problemas morales, problemas sobre los que, después de mayor o menor reflexión, hay que decidir. Así, todo el mundo habla de valores.

Esto no significa que los principios de la acción correcta (righl action) o la naturaleza de la bondad sean temas perennes de conver­ sación. Ni mucho menos: con frecuencia la discusión es todo menos explícita. Sin embargo, los conceptos éticos consiguen meterse en nuestros pensamientos y en nuestro lenguaje, ya abiertamente, ya bajo nombre falso: ahí están cuando se habla de la libertad, del pro­ greso, de la educación (que Chesterton llamaba “los tres quiebros para evitar la discusión de la bondad” '), de la democracia, de la autodeterminación o de las "cuatro libertades”, o, simplemente, cuando se habla del número de calorías necesario para subsistir.

Este interés universal por la ética crea ciertas dificultades espe­ ciales. Una corriente constante de literatura ética (parte de ella fría, racional e im parcial; parte de ella apasionada y exhortadora) va cayendo sobre el m undo: en forma de libros o de revistas eruditas, procedente de redacciones de periódicos o de púlpitos. I-a variedad

1 G. K. Chesterton, Heretics (1928), págs. 25-26. i

(20)

18 El problema

de los argumentos presentados es tremenda. Uno dice que su opi­ nión se funda en su misma evidencia : "La decencia común prohí­ be cualquier otro camino”, dice. Otro proclama que lo que él sugiere es “de interés nacional” , y considera que no hace falta nin­ guna otra justificación. El tercero se interesa solamente en los re­ sultados de la acción, mientras el cuarto presta más atención a los derechos y las responsabilidades. El quinto se excusa diciendo que "un poquito de lo que deseas te hace bien”, y el sexto advierte que “nunca se sabe lo que puede pasar”. En una iglesia se nos despiertan desde el púlpito las ocultas cuerdas de la simpatía de nuestros cora­ zones, pero en la iglesia que hay un poco más allá se rechaza la ra­ zón y la simpatía, en favor de la autoridad teológica: "¿ Para que nos ha dado Dios el domingo?”, se pregunta allí, y se contesta: “Para que lo dediquemos al descanso y a Su adoración” (la pregun­ ta era retórica); “Por tanto, votad EN CONTRA de que haya cine los domingos”.

Incluso en épocas normales, los argumentos éticos tienden a ser de mayor envergadura, de carácter más variado, y más confusos que cualquier otro tipo de discusión; y ya sabemos todos que es muy fácil que, indignados por algo que les parece merecedor de indig­ nación, los que polemizan se enreden en contradicciones y sus es­ peculaciones les parezcan “indebidamente sólidas y verdaderas”, como decía Hume '. Pero en épocas de crisis, cuando hay que considerar problemas de complejidad e importancia particulares, aumenta el volumen y los argumentos se hacen cada vez más dispa­ ratados y confusos (recuerdo el argumento que se puso hace poco para advocar la restauración de la ración de combustible para coches particulares: “Una cantidad básica de gasolina es un derecho inna­ to de todo coche”) ; hasta que, finalmente, cuando llega la guerra o la tiranía, se rechaza por completo la razón, y la discusión abierta de problemas morales generales, incluso la discusión abstracta de ellos, queda paralizada por el peligro de caer en el mal gusto o en la traición.

Si intentamos habérnoslas con este torrente de argumentos (to­ dos los cuales pretenden presentar las mejores razones posibles para que obremos de la manera propuesta), chocaremos continuamente con un problema central: ¿Cómo vamos a distinguir los argumen- *

* David Home, A Treatise of H um an Nature, ed. Selby-Bigge (1888), |.Ag. 455.

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El problema 19

tos a los que debemos prestar atención de aquéllos de los que no de­ bemos hacer caso o que debemos rechazar?

Es éste un problema formidable ; tanto, que ha habido quienes lo han dejado por insoluble, concluyendo que todos los juicios de valor que hace la humanidad son “intentos de fundamentar sus ilusiones con argumentos” * *, que “es imposible decir que sean ni falsos ni verdaderos, que sean contrarios a la razón o estén de acuerdo con ella” ", o que toda nuestra idea del valor es “una quimera” *. Desde luego, es posible que el extendido interés que hay por la moralidad sea un testimonio, en cierto modo, en contra de las afirmaciones más extremadas a favor de su autoridad; pero renunciar a dar una expli­ cación es una solución drástica ; es más, no es una solución, pues todavía seguimos necesitando saber qué es lo que hay que hacer, y aún tenemos que escoger entre los argumentos y vías de acción que se nos presentan.

Esta es mi excusa por volver a plantear una de las cuestiones más antiguas y debatidas que ha habido en el mundo, por volver a un terreno tan conocido en busca de pistas nuevas. ¿Cuál de todos estos argumentos debemos aceptar? ¿Cuáles de estas razones son buenas razones ? Y, ¿ hasta qué punto debe uno confiar en la razón cuando se trata de tomar decisiones morales? ¿Cabe siempre dar razones y más razones, o se hace supererogatorio a veces el dar ra­ zones? ¿Cuál, en fin, es el lugar de la razón dentro de la ética? En este libro no voy a añadir nada al torrente de escritos éticos que ya hay, sino que voy a intentar proporcionar una especie de dique para regularlo.

/. / .—¿Cómo se debe enfocar el problema?

El volumen mismo de nuestro problema dificulta un poco saber cómo empezar; pero, por fortuna, podemos descartar una buena proporción de los argumentos que se ofrecen. Muchos de los discur­ sos, ensayos, sermones y artículos que se nos dirigen constan sim­ plemente de exhortaciones. En todo esto no hay dificultad, pues emplean la razón de una manera secundaria solamente: sus auto­ res intentan influir en nuestras acciones, principalmente inspirán­

1 Sigmund Freud, La civilización y sus descontentos. * Hume, op. cit., pág. 458.

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20 La razón en la ¿tica

donos miedo, compasión o avaricia; si recordamos esto, pues, esta­ remos prevenidos.

Los enfoques más filosóficos e imparciales son distintos; los que los siguen quieren convencernos apelando más bien a nuestro aspec­ to intelectivo que a nuestras emociones; por lo menos sus discusio­ nes parecen más pertinentes que las puras exhortaciones, y cabe la posibilidad de aprender algo de ellas.

Sin embargo, bastará mirar una de las obras tradicionales para sentir dudas. ¿Sirve de algo atacar nuestro problema directamente? La cuestión de las buenas razones, ¿ es realmente la cuestión cen­ tral? ¿O será que doy por probada desde el principio la cuestión más importante: si es central o no? ¿No se dirá que, por el con­ trario, sólo puede contestarse a nuestra pregunta si se la considera como un corolario de un “teorema ético” más fundam ental: a saber, que no se puede descubrir cuáles son las buenas razones en ética sin contestar primero la pregunta sobre ¿qué es la bondad? ¿Y no resultará un círculo vicioso cualquier argumento que proceda de las “buenas razones” a las “buenas acciones” ?

Esta última objeción puede resolverse en seguida. En primer lugar, al hablar de "una buena razón”, no hablamos de ética; podemos igualmente (como hacemos con frecuencia) hablar de "un argumento válido”, y esto suena mucho menos a ética, de manera que aunque hubiese aquí alguna especie de circulo vicioso no cau­ saría ningún daño. Claro es que no debemos asumir que X es una buena razón para probar que Y es una buena acción, y luego acep­ tar el mismo argumento como prueba de que X es una buena razón (¡como se trataba de demostrar!), pues esto es una mera raciona­ lización ; pero no hay inconveniente en tratar de descubrir y jus­ tificar consideraciones ulteriores Z, para decidir si debemos hacer Y y si debemos aceptar X como razón para hacerlo.

La otra objeción (de que nuestra pregunta no es realmente la cuestión central) es más sólida y no intentaré resolverla en seguida. Desde luego, se trata de una cuestión con la que tenemos que encontrarnos en toda situación ética. Cuando quiera que se trata de tomar una decisión moral, lo que hacemos es reflexionar, to­ mando en consideración los hechos pertinentes, al menos lo que de ellos conocemos, y luego tenemos que decidirnos. Al hacerlo, pasamos de las razones fácticas (R) a la conclusión ética (E). En este momento, siempre podemos preguntarnos: “¿es ésta la deci­ sión correcta (n'ght)? En vista de lo que sé (R), ¿debiera hacer esta elección (E)? ¿E s R una buena razón para E ? ” Cuando con­

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El problema 21

sideramos, por tanto, la ética en general, interesará contestar la pregunta “¿ Qué es lo que hace a un conjunto particular de hechos, R, una buena razón para una conclusión ética particular, E ? ; ¿qué es una “buena razón” en ética?” ; contestar esta pregunta interesará mucho más que responder a otra como “¿Qué es el análisis de “lo correcto” (right)?”, y “¿E s el placer mejor que el conocimiento, o al revés?”

La cuestión de las buenas razones en ética es, por tanto, de ca­ pital importancia práctica; pero podrá decirse que esto no prueba que, teóricamente, sea la cuestión central, o que no haya ninguna otra cuestión más fundamental cuya resolución lleve implícita la solución de esta cuestión.

Sobre esto no hay que opinar ahora. El método tradicional está tan bien establecido, que nada justificaría pasarlo por alto sin exa­ minarlo. Y si hay quienes queden insatisfechos y quieran que se dé ahora una justificación mejor, tendré que pedirles que tengan pa­ ciencia, pues no sirve de nada dar una certidumbre de un tipo inadecuado para este tipo de problema (la certidumbre de una prue­ ba matemática), y no estará de más dejar para luego la cuestión de si hace falta una justificación más profunda

I. 2.— E l método tradicional.

El método tradicional tiene una historia larga y respetable. Su principal exponente fue Platón, que lo atribuyó a Sócrates. Su pre­ tensión principal no es tanto descubrir qué razones y argumentos deben aceptarse como soporte de las decisiones éticas, cuanto carac­ terizar los conceptos éticos por medio de algún tipo de definición. Aquí las preguntas principales son : “¿ Qué es la bondad ?”, “¿ qué es la justicia?” Para empezar, conviene tomar en consideración estas cuestiones tradicionales y el tipo de respuestas que se han dado.

Incluso dentro de esta categoría de argumento ético hay tanta variedad y tantas contradicciones, que no es fácil deslindar el problema con exactitud. Algunas de las soluciones (por ejemplo, la que da Spinoza * * son sumamente complejas, y apenas se pueden en­ tender, a menos que se conozca a fondo el complejo sistema

metafí-* Esta cuestión se discute en 11. 9 y II. 10.

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22 La razón en la ótica

sico de que brotan ; otras (como la de G. E. Moore) 1 son comparati­ vamente sencillas. Sin embargo, es posible lograr una visión com­ pleta del tema sin pecar demasiado de injustos examinando las tres doctrinas principales, y lógicamente simples, de las cuales proceden las teorías más complejas; veremos que la solidez o debilidad de aqué­ llas se transmitirán a éstas. Según estas doctrinas, llamar a algo "bueno” o “correcto” (right) es

1) atribuirle una propiedad de un tipo u otro (a éste se le puede llamar el enfoque “objetivo” del problema);

2) manifestar los propios sentimientos de uno, o los de un grupo con el que uno está asociado (a éste se le puede llamar el enfoque “subjetivo” del problema) o

3) nada de esto : los conceptos éticos son meros pseudoconceptos, que se usan para persuadir (enfoque “imperativo”).

La discusión de estas doctrinas será suficiente para empezar. Para que quedemos satisfechos con alguna de las teorías tradicio­ nales, será necesario que ésta, la que sea, nos ayude a distinguir un buen razonamiento (reasoning) de uno malo: tenemos, pues, un criterio al que referirnos al criticarlas. Y luego, si ninguna de ellas nos ayuda a encontrar la solución para nuestra cuestión prác­ tica central, siempre estaremos a tiempo para volver al principio y atacar el problema directamente.

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Primera pane

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C a p ítu lo 2

EL ENFOQUE OBJETIVO

Conviene empezar considerando una de las doctrinas más viejas y conocidas de la ética filosófica, la que mantiene que al decir que algo es bueno o está bien hecho (is right) mencionamos una propie­ dad que este algo tiene, la propiedad de bondad (goodness or right- tress). A esta doctrina, para abreviar, la voy a llamar la doctrina "objetiva” (pues aunque la cuestión sobre si la bondad es objetiva puede que no sea la más importante de las aquí implicadas, es una a la que los partidarios de la objetividad han dedicado gran atención siempre). Para discutirla, tenemos que preguntarnos:

1) ¿ Qué es lo que dice la doctrina ? 2) ¿E s verdadera?

3) ¿De qué forma nos ayuda a resolver nuestra cuestión cen­ tral?

Lo primero que hay que notar en esta doctrina es que incluye el concepto axiológico de la bondad (good and right) en la misma categoría que estos otros conceptos que llamamos “propiedades” . Para entenderla, por tanto, habrá que averiguar cuáles son los tipos de conceptos que son más característicamente “propiedades”. Seña­ laré, pues, tres tipos en que pueden dividirse, y en este capítulo de­ dicaré especial atención a dos de ellos, el de propiedades “inanaliza­ bles y directamente percibidas”, como el verdor, y el de propiedades “analizables y directamente percibidas", como la de tener 259 lados.

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26 Los enfoques tradicionales

Con un estudio de estos dos, será posible bosquejar qué es lo que hace a las propiedades lo que son para nosotros.

Después de esto, tendremos que ver si los valores comparten las principales características lógicas de las propiedades; pues a mí me parece que lo distintivo y esencial de la doctrina objetiva es decir que, efectivamente, las comparten. Comparando las maneras como hablamos sobre propiedades y valores, mostraré que por lo menos en una cosa importante los valores difieren de todas estas propieda­ des ; de forma que hay tantas razones para decir que la bondad (goodness) y el estar bien (rigktness) no son propiedades, como para decir que son propiedades de un tipo especial, propiedades “no-natu­ rales”. Después, llamaré la atención sobre ciertos hechos que de­ muestran que cuando hablamos de la bondad o el estar bien en su sentido más típicamente ético no nos referimos a ninguna propiedad directamente percibida del objeto; si suponemos lo contrario es que hemos sido engañados por el parecido formal de las palabras usadas para hablar de los valores y las usadas refiriéndonos a las propie­ dades.

Por último, cuando nos preguntemos de qué forma nos ayudará la doctrina objetiva a resolver nuestro problema central (que es dis­ tinguir los argumentos éticos válidos de los inválidos), veremos que, lejos de ser una ayuda, es un estorbo, pues no sólo no nos lleva a ninguna respuesta para nuestra pregunta, sino que desvía de esa pregunta la atención que merece y requiere.

2. 1.— Tres tipos de propiedad.

¿Qué es lo que hace a un concepto una "propiedad” ? Es decir, ¿qué es lo que hace a una palabra una palabra para una “propie­ dad” ? Antes de poder contestar estas preguntas, hemos de respon­ der a esta o tra : ¿ Qué palabras son incuestionablemente palabras

típicas para propiedades?

Los filósofos que tratan la bondad (goodness) como una propie­ dad suelen compararla a las cualidades sensoriales (colores, e tc .); por ejemplo, Moore estudia detalladamente las semejanzas entre la bondad y la amarillez '. Algunos de estos filósofos incluso ha­ blan del “sentido moral” como nuestro medio de percibir las “pro­ piedades éticas”. Estas propiedades son percibidas directamente por los sentidos, y de este modo difieren del tercer tipo, que mencionaré *

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El enfoque objetivo 27

más abajo; además, y a diferencia de los otros dos tipos, son inanali­ zables, es decir, no se pueden definir verbalmente, ni a base de cua­ lidades más simples ni apoyados en ningún conjunto de operaciones, sin mencionar la propiedad misma. Yo puedo distinguir una corbata roja de una verde a simple vista, y puedo enseñar a una persona normal a que haga lo mismo; pero no puedo explicar cómo lo hago, ni por referencia a otras propiedades de la corbata ni fundándome en ningún procedimiento, sin usar las palabras “rojo” o “verde” u otras palabras para los mismos conceptos. Me referiré al verdor y a otras propiedades parecidas con la expresión cualidades simples.

Otra clase conocida de propiedades es la de las que son percibidas directamente de la misma manera que las cualidades sensoriales evi­ dentes, pero que sólo se pueden atribuir sin vacilación a un objeto después de cierto proceso. Que un polígono regular en particular tenga un número fijo de lados es cosa que puedo decir con sólo mi­ rarlo, pero no puedo estar cierto de que tiene 259 lados (y no 257 ni 261) hasta haberlos contado. Para reconocer propiedades de este tipo hacen falta criterios. Estos se detectan por medio de un proceso más o menos complejo, y las propiedades se pueden definir a base de este proceso; así, “polígono de 259 lados” significa que tiene este número de lados, y la operación de contarlos nos es conocida por otros casos. Estas propiedades son, pues, “analizables”, y en esto se distinguen de las cualidades simples. Aquí las llamaré cualidades complejas.

Estos dos tipos incluyen la mayoría de las cualidades con que nos encontramos en nuestra vida corriente, pero hay un tercero que se debe mencionar, que comprende las propiedades que se detectan por medio de procesos, igual que las cualidades complejas, pero que no se perciben directamente; en realidad, podríamos decir que no se perciben en absoluto. Por ejemplo, si digo que cuando el sol brilla a través de la niebla su color es realmente amarillo, aunque se pre­ senta tan rojo como la sangre, no me refiero a ninguna propiedad directamente percibida del sol. Mi afirmación tiene que entenderse en el contexto de una teoría científica, y la propiedad que yo atribuyo al sol de ser “realmente amarillo”, de radiar tales tipos de ondas electromagnéticas, se define en términos de esa teoría. A estas pro­ piedades las llamaré cualidades científicas.

Pero aquí hay que hacer dos advertencias. En primer lugar, no se puede pretender que esta clasificación tenga un significado epis­

temológico profundo; puede que tenga alguno, pero esto no nos im­ porta ahora ; todo lo que nos hace falta en este momento es que

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sim-28 Los enfoques tradicionales

plifique nuestro análisis. Además, al decir que las propiedades pue­ den dividirse de esta manera, y que esta clasificación agota la clase de conceptos que corrientemente llamamos propiedades, no quiero decir que todas y cada una de las propiedades se puedan asignar de una vez para siempre a un tipo determinado; lo que quiero decir es que siempre que hablamos de propiedades nos referimos a ellas de una u otra de estas formas, unas veces de una, otras de otra.

Consideremos algunos ejemplos:

1) En la mayoría de las circunstancias, cuando decimos que algo es rojo o azul, duro o blando, tratamos estas palabras como palabras que designan cualidades simples. Pero cuando decimos que una fi­ gura es cuadrada, tratamos a veces la “cuadridad” como una cuali­ dad simple, si juzgamos a simple vista, y otras veces, cuando nues­ tro propósito requiere mayor precisión, tenemos que hacer uso de instrumentos de medida para poder decir que esa cosa es cuadrada; es decir, tratamos lo cuadrado como una cualidad compleja, que se puede analizar en “rectangular y equilátero” ; a su vez, estas últi­ mas son también cualidades complejas analizables a base de medi­ ciones que se pueden hacer con los aparatos apropiados.

2) Si no tengo experiencia de ello, no puedo decir si una alfom­ bra es de color rojo pavo o no, a menos que se me dé una tabla de­ colores que me sirva de referencia; por tanto, trato lo “rojo pavo” como una cualidad compleja. Sin embargo, un comerciante de al­ fombras puede llegar a estar tan acostumbrado a distinguir a simple vista los más finos matices de colores que le sea posible tratar lo “rojo pavo” como una cualidad simple.

3) Podemos decir que el sol es de color anaranjado de sodio porque vemos que lo es (a simple vista), o porque tenemos una ta­ bla de colores con que comparar el color, o porque creemos en una determinada teoría científica; o sea, tratamos lo “anaranjado de so­ dio” como una cualidad simple, o como una cualidad compleja, o como una cualidad científica.

Todas las propiedades las tratamos de una u otra de estas ma­ neras, sean cualidades sensoriales (rojo, verde, duro, blando, alto, bajo, dulce, amargo, etc.), o características personales (altivo, apo­ cado), formas (cuadrado, grueso), distribuciones temporales (raro, frecuente), o lo que sea. Al considerar la doctrina objetiva, bastará discutir las analogías entre los valores y las propiedades típicas de cada clase.

Desde luego, hay casos en que nuestro uso de un concepto nos pone en dudas sobre si debemos llamarlo una propiedad del objeto o

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El enfoque objetivo 29

no. Los juicios de gusto (qué es dulce y qué es amargo) son tan irregulares que a veces hacemos sus conceptos más parecidos al de “simpático” que al de “rojo”, y por transferencia llamamos a la dis­ tinción entre lo agradable y lo desagradable “cuestión de gustos”. E s­ tos ejemplos sobre cosas inciertas llaman la atención sobre la ma­ nera como se entremezclan dos clases de conceptos, pero no elimi­ nan la distinción entre cualidades como el “verdor” y “relaciones subjetivas”, o sea, conceptos como el de lo agradable. Por tanto, no tenemos que preocuparnos por ellos.

Asi pues, debemos pensar que los filósofos que sostienen que la bondad (goodness) es una propiedad de las cosas que son buenas, se refieren a una de estas tres cosas, según los tres tipos de propie­ dad que hemos señalado. Puede que quieran decir que la bondad es directamente percibida e inanalizable, o que sea directamente perci­ bida y analizable, o que sólo se puede captar según criterios y no se percibe directamente. En este capitulo me dedicaré preferente­ mente a las dos primeras posibilidades, a saber, la sugerencia de que la bondad es una cualidad directamente percibida, que se puede reconocer bien directamente o bien por medio de criterios. Estas son las posibilidades de que se han preocupado más los filósofos, especialmente los que hablan del “sentido moral”. La mayoría de las cosas que se pueden decir sobre las cualidades complejas se pueden decir también de las cualidades científicas, pero dejaré para más tarde 1 la consideración detallada de la idea de que la ética sea una ciencia y la bondad una cqalidad científica que se puede reconocer, no por percepción directa, sino solamente por pruebas (“tests”) indi­ rectas.

2. 2.— Las cualidades simples.

¿Qué es, pues, lo que se implica al afirmar que un objeto tiene una cualidad simple determinada? Ya he dicho que puedo distinguir una corbata roja de una verde a simple vista, y que puedo enseñar a cualquier persona normal a que haga lo mismo; pero, ¿ cómo es esto? ¿Cómo enseña uno, de hecho, a la gente a usar correctamente conceptos de esta clase? Además, ¿en qué circunstancias pueden surgir desacuerdos sobre cualidades simples? Y, si surgen, ¿qué se puede hacer ? ¿ Está justificado que comjamos el uso que hacen otros de las cualidades simples de la misma manera como corregimos el

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30 Los enfoques tradicionales

uso aritmético de un niño que dice : 7 por 8 son 56; pongo 5 y me llevo 6 ; 7 por 2 son 14 ; 14 y 6 son 22 ¡ así es que 7 por 28 son 225? ¿ O debemos encogernos de hombros ante cualquier desacuerdo, como efectivamente debemos hacer ante el desacuerdo entre un hombre que dice: “Lo mejor que se puede hacer por la tarde es dedicarse a la pesca deportiva", y otro que dice : “La pesca es aburridísima” ? Imaginemos que intento enseñar a un extranjero (cuya lengua no conozco y que sólo sabe un poco de inglés) a preparar un pastel, y supongamos que deseo explicarle el uso de la cochinilla. Puede que pregunte, al no entenderme, qué es la cochinilla, y entonces yo le diré que es un líquido rojo que se usa para dar color. Si no entien­ de la palabra “rojo”, ¿ qué puedo hacer ?

Lo más natural será que si tengo cochinilla le muestre cómo toma el pastel el color del líquido. Si aún así no entiende, puedo se­ ñalarle una rosa, o un libro, o cualquier cosa roja, comparándola con hierba, un terrón de azúcar, etc., para después mostrarle de nuevo la cochinilla. Con eso ya debiera entenderme y ser capaz de distinguir las cosas rojas, pero si no es así lo único que puedo hacer es seguir el mismo proceso una y otra v ez: más despacio y con más ejemplos, con la esperanza de que comprenda la idea. Pero si a pesar de todo no la comprende, tendré que empezar a pensar que me está enga­ ñando deliberadamente o que la razón falla, pues se habrán roto los medios normales de comunicación.

Esto por lo que se refiere a enseñar a la gente las cualidades simples. Pero, ¿ qué puedo hacer si alguien viene y me pregunta si la cochinilla es verde? Yo sé cómo se usa corrientemente el adje­ tivo “rojo” , y yo mismo lo he usado bien muchas veces; por tanto, tendré que ponerme sobre aviso e intentar descubrir la causa de la contradicción. Lo que yo decida dependerá de lo que pueda averi­ guar sobre él. Por ejemplo, si me doy cuenta de que ésta es la única vez que ha usado mal la palabra “verde”, concluiré que ha sido una equivocación. Pero si le muestro un libro rojo y lo llama verde, y siempre llama verdes a las cosas que yo llamo rojas, concluiré que habla una lengua distinta y que de hecho su uso de la palabra “ver­ de” corresponde al mío de la palabra “rojo” ; es decir, que de hecho “verde” significa para él lo mismo que “rojo” para mí. En este caso puedo aprender a entenderle haciendo las sustituciones apropiadas (traducciones).

El ejemplo puesto puede parecer muy improbable, pero en la lengua hablada puede suceder eso fácilmente. Si un inglés y un alemán que entiendan sólo su propia lengua se ponen a nombrar

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El enfoque objetivo 31

los colores de las cosas, ambos sabran en seguida cuáles son verdes (,green, grün) y cuáles marrones (brown, braun) • pero el inglés no sabrá a qué se refiere el alemán cuando diga “vicio” (vice, we ss) en vez de blanco (white), lo mismo que yo no sé qué es la cochinilla verde.

El tipo de desacuerdo que se manifiesta en estos casos es sólo uno de los muchos que nacen de las diferencias lingüísticas; entre ellas pueden incluirse también los casos en que diríamos que se trata solamente de una diferencia dialectal, y también aquéllos en que la diferencia es meramente de uso limítrofe.

Esta última categoría requiere cierta explicación. En el habla diaria los usos de las palabras que designan propiedades se entre­ mezclan de una forma que puede llevar a contradicciones evidentes. Esto nos es de gran utilididad, pues sería intolerable que uno no pudiese mencionar un color sin dar el matiz absolutamente exacto, ni hablar de un coche veloz sin especificar su máxima velocidad en kilómetros por hora sobre una carretera llana y sin viento. Pero siempre hay ejemplos de usos limítrofes que mueven a confusión. Si se presenta a dos personas un mismo objeto cuyo color esté en la frontera entre el azul y el verde (es decir, que no sepamos si llamarlo azul o verde), puede que el uno diga que es verde y que el otro diga que es azul, lo cual quizá refleje cierta diferencia entre las cosas de las que sacaron su respectiva idea de lo “verde” y lo “azu l"; pero, sea como sea, esta diferencia puede solucionarse, como otros muchos desacuerdos, especificando con más exactitud los lí­ mites que se dan al uso de las palabras que designen estas propie­ dades. Si podemos resolverlo así, será que sólo se trataba de una diferencia verbal.

Indudablemente, se dirá que no todos los desacuerdos sobre cua­ lidades simples son de este tip o ; pues, ¿ y si se trata de alguien que es daltónico?

El daltonismo, que por ser excepcional no lo habíamos mencio­ nado hasta ahora, suele aparecer en este tipo de discusiones filosóficas, pero no es obstáculo para lo que queremos demostrar. Si nuestro interlocutor es un daltónico no será posible valerse de la simple sustitución, pues no se le podrá enseñar a distinguir el rojo de los otros colores; precisamente por esto es por lo que le llamamos dal­ tónico. Pero es que, en realidad, no se puede hablar de un desacuer­ do entre una persona normal y ún daltónico, pues éste no tiene ideas diferentes de los colores, sino que simplemente carece de algunas ideas que a la mayoría de la gente no le falta. En esto, su posición con respecto a la gente normal es la misma que la de la gente normal

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32 Los enfoques tradicionales

en relación a los músicos : éstos pueden decir en seguida qué lugar ocupa en la escala musical cualquier nota que oigan. Las personas normales no están en desacuerdo con ellos, sino que simplemente no tienen opinión sobre eso.

De igual modo, la persona que dice que la cochinilla es verde puede que me esté engañando deliberadamente y que siga hacién­ dolo a pesar de todos mis esfuerzos para hacerle ver que es roja, pero esto conduce a una situación en que no sabemos qué decir, puesto que la comunicación se interrum pe; no conduce, pues, a pro­ blemas lógicos ni filosóficos de interés. En un análisis conceptual como el que nos ocupa en este libro, sólo es necesario examinar los papeles que juegan en nuestra vida los conceptos de diversos tipos (y las palabras, en cuanto representan estos conceptos), cuando se usa la lengua literalmente, de la manera como la hemos aprendido, esto es, como el instrumento de la razón, lo que Sócrates llamaba "el medio universal de comunicación” '. El uso del lenguaje para pro­ mover a engaño no es un uso primario (de hecho, para que se consi­ ga este propósito ha de ser un uso inesperado) y basta haberlo men­ cionado.

En resumen : las cualidades simples se enseñan “ostensivamen­ te”, es decir, señalando, aunque no sea más que de una manera ver­ bal, objetos que tienen esa cualidad ; para enseñar a distinguir los objetos verdes de los rojos no hay más que mostrarlos o compararlos con objetos de estos colores que ya sean conocidos. Si dos personas caen en desacuerdo sobre una cualidad simple teniendo delante el objeto de que se trate (si uno dice que es azul y el otro que es verde, o uno que es cuadrado y el otro que redondo, etc.), aparte de los casos de engaño deliberado o defecto orgánico, es que no entienden lo mis­ mo por “tal y cual objeto” ; será debido a que son de diferentes nacio­ nalidades o a algo parecido. Si uno dice, por ejemplo, “a mí me parece que tres veces al día es a menudo”, y el otro “pues a mí, no”, su desacuerdo puede considerarse diferencia lingüística.

2. 3.—Las cualidades complejas.

A primera vista, el caso de las cualidades complejas puede pare­ cer más complicado, pero en realidad se trata solamente de dar un paso más. Si yo tengo una diferencia de opinión con otra persona

' Véase K . R. Popper, The Open Society and its Enemies, t. I, pág. 166, y Cf. el Fedón, 89 d . : “lo peor que le puede ocurrir a alguien es que llegue a aborrecer los razonamientos” .

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El enfoque objetivo 33

sobre si cierto polígono regular tiene 257 lados 6 259, no puedo decir que el desacuerdo nazca de una diferencia lingüística, sino que diré que uno de los dos ha contado mal. Si hay desacuerdo sobre una cualidad compleja (o sobre una cualidad científica), lo primero que se me ocurrirá preguntar es si ambos hemos contado (o medido, o comparado) bien.

Esto, desde luego, se puede comprobar fácilmente; por ejemplo, puedo contar, junto con mi oponente, los lados del polígono, y des­ pués estaremos de acuerdo en que tiene 259 lados. Si después de esto él dice todavía que tiene 257, concluiré que su lenguaje o su uso son realmente diferentes de los míos; esto es, que a una figura de n + 2 lados, él le llama figura de n lados. Le preguntaré si el cuadrado tiene 2 lados ó 4, etc. Desde luego, puede que yo no consiga hallar una regla general de este tipo, y que su uso sólo difiera del mío en su nomenclatura de las figuras que tengan 259 lados iguales. Pero, sea cual sea el resultado de este intento, el desacuerdo que nazca en un caso así será lingüístico (un tipo nuevo de desacuerdo lingüístico, característico de las cualidades complejas y las cualidades científi­ cas). Se puede poner el ejemplo más familiar, también numérico, de palabras que mueven a confusión parecidas, como el término fran­ cés quinzaine, que significa "quince días” *, o el hebreo "al tercer día” = “el segundo día después” .

Juntando ahora ambos tipos de propiedades directamente perci­ bidas, las posibles causas de desacuerdo pueden ser.

1) Engaño.

2) Defecto orgánico.

3) Aplicación incorrecta de la regla- usual (en el caso de las cualidades complejas).

4) Diferencias lingüísticas: a) de lengua,

b) de dialecto, c) de uso limítrofe,

d) de definición verbal (para las cualidades complejas). Esta lista es exhaustiva. Cuando llegue a un desacuerdo con al­ guien sobre una cualidad directamente percibida, y me parezca que la causa de la diferencia entre nosotros no es ninguna de las men­ cionadas, deberé pensar que tiene que ser una de ellas. Y el hecho de que esta lista sea exhaustiva (esto es, que solamente una de estas 1

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54 Los enfoques tradicionales

cosas pueda ser el origen de cualquier desacuerdo sobre un concep­ to), es parte de lo que se entiende al decir que es una "propiedad del objeto”.

2. 4.— ¿Es la bondad una propiedad directamente percibidaf Esta discusión de las cualidades simples y complejas muestra algunas de las condiciones requeridas para poder decir que la propo­ sición "X es bueno (good o right)" atribuye a X una propiedad de bondad (goodness o rightness). Ahora debemos ver si algunas de es­ tas condiciones se cumplen en efecto, es decir, tenemos que hacer­ nos acerca de lo bueno (good y right) el mismo tipo de preguntas que ya nos hemos hecho acerca de “lo rojo” y “el tener 259 lados” .

Supongamos que alguien me dice, no que “la cochinilla es roja”, sino la frase que parece muy sim ilar: “la mansedumbre es buena”. Si no la entiendo, ¿ de qué manera puede hacerme entenderla ? ¿ Presén- tándome ejemplos de mansedumbre, con la esperanza de que llegue a entender el adjetivo "bueno” de la misma manera que serviría para el adjetivo “rojo” ? ¡ Intento vano! Pero ésta no es una objeción seria, pues puede intentarlo de otra manera ; por ejemplo, diciéndome : “Sí, como amar al prójimo, y dar de comer al hambriento, y honrar a los padres, y pagar las deudas...” Y si yo digo entonces : “admito que la mansedumbre es buena si lo es el pagar las deudas, pero ¿cómo voy a saber si pagar las deudas es bueno?”, mi interlocutor puede contestar que lo es intrínsecamente

Nos asalta la tentación de concluir de esto que “pagar las deudas” no es, para mi interlocutor, más que parte de su definición de lo “bueno”, es decir, uno de los ejemplos que usa para ilustrar esta idea (y así es, en cierto modo); y es natural también suponer que consi­ derará que lo “bueno” comparte todas las propiedades lógicas de las cualidades simples. Pero esto empezaría a preocupar a alguien que estuviese a favor de la doctrina objetiva; protestaría de la arbitra­ riedad de esta conclusión, diciendo que la bondad no es una noción vaga como la de las cualidades simples, pues no se puede distinguir lo “bueno” de lo “indiferente” y de lo “malo” de la misma manera que se distingue lo “azul” de lo "amarillo” y de lo “verde” , a lo “alto” de lo "medio” y de lo “bajo” ; si se le insiste mucho en este punto, se defenderá con vagas referencias a las “intuiciones morales fundamentales”.

También (especialmente si digo que no veo parecido entre la man­

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