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De La Cabeza Al Corazon

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Academic year: 2021

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(1)

Micheline Lacasse

De la cabeza

al corazón

El

camino

más

largo

del

mundo

(2)

T ítulo del original francés:

De ma tete á mon coeur. Le plus longiw chemin du monde © 1992 by Les Éditions de TH om m e

M ontreal (Canadá) Traducción:

Ricardo Sanchis Cueto

© 1995 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, P arcela 14-1

39600 M aliaño (Cantabria) Fax: (942) 36 92 01 E -m ail: salterrae@ salterrae.es

h ttp ://www . salterrae .es C on las debidas licencias

Impreso en España. Printed in Spain

ISBN: 84-293-1144-0 D ep. Legal: B I-888-99

Fotocom posi ción: D idot, S.A. - B ilbao Im presión y encuadernación:

(3)

A todos aquellos y aquellas que desean am ansar su corazón.

(4)

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Indice

In tro d u c c ió n ... *... 11

1. M i «puzzle» p e rs o n a l en el «puzzle» u n i v e r s a l ... . — ... 19

L a línea de los seres ... 23

El paisaje del universo ... 26

M i paisaje personal ... 31

L a línea de m i vida ... 37

2. L a c a r r o z a p a r a m i v ia je ... 45

El com ienzo del viaje ... 48

M i sensualidad ... 49

M i sexualidad ... 63

M i genitalidad ... 68

M i cuerpo está enferm o ... 75

M i recuperación ...r... 77

3 . E l m o to r d e m is em o cio n es ... 82

M is em ociones tienen sus razones, que m i razón ignora ... 83

M is rupturas de equilibrio *... 99

M i frigidez em otiva ... 102

4 . «Y o» soy m i m e n te ... 105

Ideas que hay que reajustar ... 107

L a lucha en el sistem a defensivo ... 118

E l aprendizaje de la lectura de m i vivencia interior ... 126

M anejar la expresión de m is em ociones ... 179

(6)

5. «Yo» soy m i c o ra z ó n ... 192

He sido y sigo siendo am ado ... 194

M e am o a m í m ism o e n proporción al am or que he recibido y aceptado ... 198

Am o a los dem ás en proporción al am or que m e tengo a m í m ism o ... 203

Entro conscientem ente en contacto con la Fuente espiritual del am or ... 205

C o n clu sió n ... 215

B ib lio g ra fía ... 218

A p r o p o s ito d e la a u to ra ... 220

(7)

In trodu cción

Yo soy una persona: a prim era vista, parece obvio; sin em bargo, ser una persona no es nada sencillo. Tengo la cabeza llena de preguntas sobre m í m ism o y, con fre­ cuencia, no encuentro respuestas claras. ¿Se oculta mi persona detrás de u n a m áscara? D e hecho, la palabra «per­ sona», de origen greco-latino, significa «máscara».

Los griegos y los rom anos representaban sus grandes tragedias en inm ensos teatros al aire libre. Los actores estaban a bastante distancia de los espectadores, por lo que tuvieron que inventar un m edio de am plificar los rasgos y las voces de los personajes. D e ese m odo se creó la p e r-

sona, la m áscara capaz de llevar lejos el sonido de la voz

de los actores, a la vez que agrandaba el rostro. En cierto m odo, la m áscara se identificaba con la persona, y ello da m ucho que p en sar, pues pocas personas perm iten que se vea su verdadera identidad; m uchos presentan sólo una apariencia artificial y sin consistencia: una m áscara. ¿Será que no han encontrado el cam ino de su corazón?

Sin em bargo, está en vías de producirse un cam bio. H ay una palabra, que hasta hace poco estaba reservada a la ciencia-ficción y que ahora figura cada vez más en nues­ tro vocabulario, p ara designar a la verdadera persona. Es la palabra «m ulante». El m uíante es un ser que presenta características nuevas respecto a las que tenían sus ascen­ dientes. Sus nuevos rasgos van en el sentido de una evo­ lución de su consciencia. Se produce una transform ación

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profunda de valores. Prescindiendo de las apariencias e x ­ ternas, m uchos se concentran en su realización interior y se liberan de lo m aterial para entregarse a lo espiritual. Son personas que arrojan su m áscara, que dejan a un lado el parecer y se dedican a buscar el ser. Son m utantes.

¿Por qué la m ay o ría de las personas vive toda su existencia con una m áscara, m ientras que sólo una pequeña m inoría em prende este cam ino, que, según se dice, es el m enos frecuentado? ¿P or qué son tan pocos los m utantes? ¿Soy y o un m uíante?

E l responsable d e esa discordancia es el nivel de cons­ ciencia de los individuos. Lo que a algunos les falta es despertar, la ilum inación. La persona no ha llegado al punto en que la intensidad de su ser haga saltar la chispa que abre a la luz interior.

L as tinieblas conllevan la insignificancia de los actos y de las palabras e in clu so , a veces, gestos absurdos.

R ecientem ente, la televisión presentó un hecho tur­ bador. E n una en sen ad a de la costa oeste norteam ericana, dos nutrias m arinas em pezaron a frecuentar el m uelle y a fam iliarizarse co n los vecinos y con los veraneantes, y se estableció un pacto am istoso: algunas de sus acrobacias eran recom pensadas co n un pez. E ra m agnífico: el circo al alcance de la m ano.

D espués sobrevino el dram a. L a confianza en los hu­ m anos de una de las nutrias fue traicionada. U na m añana la encontraron agonizando en el m uelle, y se intentó sal­ varla en vano. N adie com prendió el hecho, y muchos lo sintieron. Pero todavía quedaba la otra nutria, a la que aun m im aron m ás. E so fu e su perdición. A lguien le tendió una tram pa. M etió u n explosivo en un p ez, y la nutria explotó al tragárselo. P o r supuesto, se buscó al culpable para ha­ cerle p ag ar una m ulta de veinte mil dólares.

¿D ónde radica de verdad el dram a? E n el inconsciente de un individuo intensam ente desgraciado. En su zona de

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tinieblas, que, con el furor de la desesperación, le im pulsa a intentar liberarse de su atroz sufrim iento.

¿C uál fue la vivencia de ese individuo? Poco a poco, fue viendo que cada vez había más gente interesada por las nutrias m arinas. V eía que se les concedía importancia, reconocim iento y atención. A la larga, tal espectáculo le resultó intolerable. Y a no podía soportarlo. Ni él mismo era capaz de com prender p o r qué reaccionaba de modo tan distinto al de los dem ás, ni tam poco se lo planteaba. Un día, su sensación de dolor se le hizo insoportable y se m aterializó en una violencia asesina contra las nutrias. Pero, si no buscaba en su propio interior el porqué de ese ansia de venganza, p o r m uchas nutrias que matara para apaciguar su sufrim iento, éste no desaparecería.

Si hubiera sido capaz, po r sí m ism o o con ayuda de alguien, de leer su vivencia interior y desenm ascarar su inconsciente, ésta sería la respuesta que p o dría estar inscrita en él a partir de su historia personal:

B ajo una m áscara de inocencia, arrastraba una pesada carga, com puesta de un sentim iento de abandono y de rechazo, acom pañado de una fuerte agresividad negativa. Este individuo, durante su infancia, no había sido un niño adm irado, reconocido y acogido como él necesitaba. Nadie ju g ab a al circo con él. N unca disfrutó n i de la centésim a parte de la atención e im portancia que v eía se prestaba gratuitam ente a las nutrias. E sta carencia le dolía y le hacía detestar con toda su alm a a las personas que tenían el deber expreso de dar respuesta a su necesidad esencial de ser reconocido.

Su m ente ignoraba todas estas cosas, pero sus entrañas lo sentían y se rebelaban. Cuando veía el espectáculo de las nutrias convertidas en vedettes, se despertaba en él una envidia visceral y, sim ultáneam ente, u n a cólera no menos visceral; algo sobre lo cual su m ente no tenía control, porque su consciencia no había despertado. E l inconscien­ te, com o un tirano, le im pulsaba a destruir lo que le parecía

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ser la causa de sus em ociones dolorosas. Si hubiera apren­ dido a conocerse a sí m ism o, habría sido capaz de resolver este conflicto, que le h ería constantem ente a él y tam bién a los inocentes que le rodeaban. Incluso ignoraba la exis­ tencia de ese inconsciente y , lo que es m ás, los m edios para descifrarlo a partir de los m ensajes que le enviaba en diversas situaciones críticas.

Si se hubiera producido el despertar de su consciencia, aquel individuo habría captado claram ente que estaba ali­ mentando en sí m ism o u n a rabia asesina contra sus padres, representados en este caso p o r los adm iradores de las nu­ trias m arinas. Su padre y su m adre no habían hecho por él lo que todas aquellas personas hacían po r aquellos ani­ males. P ero él no po d ía m atarlos a todos ellos, sim bóli­ cam ente sus padres. L o único que le quedaba era m atar — sintiéndolo m ucho, sin duda— a las nutrias, que repre­ sentaban la infancia am able, atendida y adm irada que él tenía derecho a h ab er conocido, pero cuya carencia había abierto una h o n d a h erid a en su corazón. L e habría gustado estar en el lu g ar de las nutrias p ara recuperar lo que había perdido p ara siem pre. P ero , com o era im posible, no le quedaba m ás rem edio que destruir aquel espectáculo que reavivaba continuam ente su dolor.

Si este individuo hu b iera intentado m irar en su interior para leer el libro de su vida, habría logrado esa tom a de conciencia. C onsiguientem ente, habría podido em prender el proceso de resolución de su trem endo conflicto. Las nutrias seguirían vivas, y é l, ju n to con los dem ás, habría podido participar en aquel circo im provisado en el que la ingenuidad, la espontaneidad y la confianza m utua sem ­ braban sonrisas y alegría.

En su libro C ’e st p o u r ton b ien , la psicoanalista Alice M iller hace u n a interpretación sim ilar del trágico destino de Hitler: «L a infancia de A dolfo H itler nos perm ite es­ tudiar la génesis de u n odio cuyas consecuencias fueron m illones de víctim as. [...] E n los prim eros años de la vida

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aún es posible llegar a olvidar las peores crueldades e idealizar al ofensor. Pero todo el desarrollo posterior pone de m anifiesto que la historia de la persecución de la prim era infancia quedó grabada en alguna parte, y entonces se m uestra ante los espectadores, a los que se les presenta con increíble precisión, pero precedida de otro signo: el niño torturado se convierte, en la nueva versión, en el torturador»1. Un poco m ás adelante, afirm a también: «Es­ toy absolutam ente persuadida de que detrás de todo crimen se oculta una tragedia personal»1 2.

Pero no todo está perdido. Si el individuo que m asacró a las nutrias hubiera intentado hacer una introspección para com prender lo que experim entaba, podría haberse hecho consciente de lo que he expuesto, y entonces habría podido m odificar su com portam iento. T oda la situación tendría una perspectiva diferente.

¿Y yo? ¿C uándo llegará la hora de em prender un verdadero proceso de conocim iento de m í m ism o? Segu­ ramente es verdad que yo no soy autor de crím enes es­ pectaculares. Sin em bargo, ¿no es igualm ente cierto que, sin quererlo y sintiéndolo m ucho, a veces soy el torturador de alguna víctim a inocente, em pezando por m í m ism o y por las personas a las que m ás quiero? ¿Y no es cierto, tam bién, que tolero m al las im perfecciones de los dem ás?

D urante toda una época de m i vida he pensado que, si mis hijos fueran m enos exigentes e indiferentes, nuestra casa no sería escenario de tantas y tan interminables dis­ cusiones; que si mi jefe fu era m enos brusco, yo haría mucho m ejor m i trabajo; que si m i pareja no fuera tan puntillosa y tan desgradabe, yo sería mucho m enos des­ confiado; que si m i am igo fuera m ás cordial y com pren­ sivo, yo m e sentiría querido/a; que si la tem peratura fuera

PP

1, Miller, Al ice, C ’e st p o u r ton bien, A ubier M ontaigne, París 1984, 171-172.

2. íb id . , p. 206.

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más a g ra d a b le ..., si la vida no fuera tan c ara ... y , sobre todo, si el gobierno asum iera sus resp o n sab ilid ad es..., se­ guro que yo p odría ser feliz. H e estado esperando que cam biara el universo entero, ¡nada m enos! Todo sería tan fácil para m í... ¡M enuda g a n g a ...!

Pero corro el peligro de m orir m ucho antes de que se produzcan todos esos m aravillosos cam bios, y m e condeno a vivir desgraciado soñando que podría ser yo m ism o y sentirm e m uy a gusto si no existieran algunas personas y si el m undo no estuviera tan patas arriba.

Suena para m í la hora de em prender una búsqueda interior cuando caigo en la cuenta y acepto que hay m uchas posibilidades de q u e la directora de m i colegio siga siendo obtusa y autoritaria; de que m i pareja siga estando a la defensiva quizá durante años; de que m i suegra no sea ni discreta ni dem asiado indulgente; de que seguirá habiendo dom ingueros y señoras estiradas y niños m uy inquietos. Sí: cuando com prenda que existe una gran m iseria hum ana y que el único m edio posible de aliviarla realm ente consiste en transform arm e yo a m í m ism o, ya que, en lo que a m i concierne, soy u n a célula de esta gran fam ilia hum ana que está tan enferm a, y , m ientras la fam ilia esté enferm a, tam ­ bién yo lo estaré. Si acepto clarificar la porción de tinieblas que m e habita, seré capaz de sanear el m undo, podré hacer m ás lum inosa la m ateria y , sobre to d o , y a pesar de la dureza de la vida y de sus vicisitudes, podré experim entar la paz y la arm onía conm igo m ism o y con los dem ás.

L a h o ra de aprender a conocerm e a m í m ism o y a orientar bien m i v id a suena cuando se despierta en lo m ás hondo de m í m ism o el deseo de recuperar m i rostro ori­ ginal, la cara sencilla y herm osa que yo tenía antes de fabricarm e esta m áscara que, a tan alto precio y con tantas fatigas, intento llevar.

Suena esa hora cuando dejo de creer en los R eyes M agos y aprendo p o r fin, después de m uchas decepciones,

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a creer en las fuerzas de la vida, que m e llaman a colaborar conscientem ente con ellas.

¡Ojalá esa hora m e perm ita recorrer el camino que va

D e la cabeza al corazónl

En la India, para sim bolizar a un ser humano en bús­ queda de sí m ism o, se utiliza la im agen del carruaje, con sus caballos, su cochero y su pasajero. En ella se plasm a el viaje de la vida. P o r un cam ino, en algún lugar del m undo, en un m om ento concreto, transita un pasajero sen­ tado en un carruaje tirado po r caballos. El cochero, en el pescante y con las riendas en la m ano, controla el destino del viaje. E se conjunto m e retrata: yo soy a la vez el carruaje, los caballos, el cochero y el pasajero. Ésas son las cuatro piezas clave de m i «puzzle» personal. ¿Qué sería de una de ellas sin las dem ás? ¿Q ué pasaría si cada una de ellas no ocupara su propio lugar o no desem peñara su propio com etido? ¿C uáles son esos cuatro aspectos que constituyen la esencia de m i persona? ¿En qué m undo y por qué cam ino voy viajando? A hí reside el suspense de la aventura que se m e ofrece en las páginas de este libro.

En él, com o en m i libro anterior, Tengo una cita

conm igo, encontrarás unas LVI (Lecturas de la Vivencia

/n terio r), es decir, unas preguntas que te pondrán en la pista de tus propias respuestas personales. Este sencillo procedim iento perm ite señalizar el cam ino para que la b ú s­ queda sea coherente. Se trata de salir de la vaguedad y la im precisión y de posibilitar la apropiación inteligente de las realidades que constituyen el núcleo de la vida. Algo que no se aprende en el colegio y que, sin embargo, es esencial para alcanzar la felicidad.

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(15)

Mi «puzzle» personal

en el «puzzle» universal

1

Los «puzzles» llenan con su m agia m uchas horas vacías. Apasionados y al acecho de cualquier indicio de form a o de color, buscam os la im agen que tiene que surgir de ese m ontón de piezas. Y o com paro con frecuencia mi vida con un «puzzle»: m i avance progresivo para encontrar sentido a quien yo soy se parece a esa tarea laboriosa y agradable. ¿Q ué im agen aparecerá cuando term ine de armarlo, si fi­ nalm ente lo consigo? Y adem ás, com o la imagen no figura en la tapa, tiene m ayor encanto y dificultad.

Pero hay m ás: m i «puzzle» está en m ovimiento. A cada instante, en una u otra de sus piezas, algo se m ueve, cam bia, se d esp laza... L a im agen de m i realidad está viva, en plena y continua m utación. E videntem ente, es todo un «puzzle»...

M ás aún, m i «puzzle» personal, ya suficientem ente com plicado, está inscrito en un gran mosaico: ¡el fresco del universo!, el gran «puzzle» del m undo en que vivo. A hora sí que el ju eg o se vuelve de verdad apasionante: al partir a la conquista de m í m ism o, am biciono conquistar el m undo en que m e sitúo.

El ser hum ano se hace una im agen del mundo, en el que se desenvuelve en función de su percepción del uni­ verso. Durante siglos, a pesar de los innegables

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m ientos y avances producidos en la investigación, esa im a­ gen quedó petrificada en una concepción fixista de la vida. A pesar de todos los cam bios que se producían ante sus ojos, los seres hum anos seguían aferrados a creencias in- m ovilistas: parecía que las cosas tenían que ocurrir siem pre del m ism o m odo y ser perm anentes, y , sobre todo, que la percepción que de ellas se tenía era definitiva.

Un día, un seísm o resquebrajó este herm oso cuadro congelado, y los fragm entos se pusieron a m overse, a des­ plazarse, a organizarse de otro m odo. L a transform ación del cuadro puso enseguida de m anifiesto que la realidad no perm anece tal com o la inteligencia hum ana la percibe. C opém ico elaboró una nueva teoría de los m ovim ientos de los planetas.

D esde siem pre se había creído que la tierra era una plataform a que ten ía en sus cuatro extrem os unas enorm es colum nas, y que el cielo se desplegaba com o un inm enso toldo sujeto a esas colum nas. E sta im agen ilustraba un aspecto fundam ental de la concepción del mundo: u n a im a­ gen fija, bien definida, en la que se encuadraba el m undo. E sta representación procedía de la B iblia y , con el tiem po, adquirió fuerza de dogm a.

¡Cuántos dogm as en la historia y qué im perm eables a los desafíos de la v id a ...! E n realidad, C opém ico sólo consiguió hacer que las colum nas del tem plo se estrem e­ cieran. Fue G alileo, un italiano del siglo x v i, quien hizo estallar la b om ba en el interior del pensam iento fixista de sus contem poráneos. H abía habido algunos descubrim ien­ tos — com o, p o r ejem plo, la im prenta— que habían cam ­ biado m ucho la vida de la gente, pero no lo suficiente com o para desestructurar las m entes. L a im prenta era un hecho que cam biaba la vida, p ero, en cierto m odo, no se oponía al pensam iento dom inante. L a m ente seguía que­ riendo que la tierra fuera com o antes: una plataform a sujeta p o r unos enorm es colum nas.

G alileo era un rebelde, un aguafiestas. V eía unos fe­ nóm enos que los dem ás ni sospechaban. A fuerza de es­

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crutar más allá de sus narices, acabó p o r inventar el te­ lescopio, y entonces vio cosas todavía m ás serias; cosas que nadie se había atrevido a m irar de frente. Sí, todo se m ovía, incluso las cuatro colum nas que sostenían la bóveda celeste... Por supuesto que nadie había verificado la exis­ tencia de esas fam osas colum nas — nadie había ido nunca suficientem ente lejos com o para verlas— , pero parecía evidente que estaban allí...

G alileo se puso a hacer declaraciones heréticas: la tierra es redonda; gira sobre sí m ism a y alrededor del sol. ¡Era la revolución!

P o r aquellos tiem pos, y desde hacía varios siglos, la Iglesia católica, om nipresente y om nipotente, había esta­ blecido la Inquisición: un tribunal eclesiástico encargado de luchar contra la herejía. Unos ju ec es, que eran miembros del clero, investigaban para descubrir la m ás m ínim a des­ viación de la doctrina oficial, que todo lo encerraba en su cofre sagrado. El culpable era arrestado, y se intentaba hacerle entrar en razón con un argum ento irrebatible: ¡cree o m uere! Galileo se encontró frente a estos ardientes de­ fensores de la verdad establecida. No tenía más rem edio que abjurar si quería escapar a la sentencia de m uerte. El sabio, con la cabeza rebosante de ideas, con planetas y estrellas brillando en sus ojos y con el corazón latiéndole com o un péndulo, no tenía ninguna gana de perecer por la espada ni de arder en la hoguera. D eclaró muy solem ­ nem ente que sus extravagantes ideas eran imaginaciones suyas y que se adhería sin reservas al credo de la Iglesia: sí, la tierra era plana y estaba sujeta po r las dichosas cuatro colum nas, una en cada esquina; y la tierra no era redonda y no g irab a... U na vez suspendida la sentencia, Galileo recobró la libertad. Al franquear el um bral de la sala del tribunal, de espaldas a sus detractores, no pudo contenerse y m urm uró: E p u r si m uove («Y , sin em bargo, se mueve»).

G alileo no era un subversivo ni un contestatario; no era un disidente ni un agresor. Sencillam ente, veía otra

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cosa. Al d eclarar q u e la tierra e ra redonda y giraba, ¿estaba él redondeándola o haciéndola girar sobre su propio eje? G alileo no cam biaba nada; sencillam ente, encendía luces. ¿D ónde estaba el problem a?

L a b o m ba arrojada por G alileo hizo estallar las es­ tructuras m entales. L o que cam bia es la percepción de la realidad; de u n a realidad que está en m ovim iento perpetuo.

¡Eso es la vida!

E l gran fresco del universo rebosa vida. L a vida estalla en un brote de transform aciones continuas, al ritm o de una inm ensa inteligencia y de una sabiduría m aravillosa. Yo soy u n a p ieza de ese «puzzle» vivo y estoy en continuo cam bio. T am bién m i «puzzle» está form ado po r m uchas piezas diferentes y m óviles, al ritm o, tam bién ellas, de una inm ensa inteligencia y de una sabiduría m aravillosa.

C ada vez que descubro un fragm ento, la realidad no cam bia po r ello. M i estructura m ental se ve llam ada a ensancharse p ara h acer sitio a la nueva realidad que per­ cibo. Sin em b arg o , e sa realidad nueva se m odifica porque está viva. N o debo fijarla en m i m ente, porque de ese m odo detendría su crecim iento.

Para vivir al ritm o cam biante d e la vida necesito una gran solidez interior. En el vasto universo, se m e invita a tom ar el cam ino de la transform ación. M i m ente ofrece resistencia cuando se aferra a ideas, principios y regla­ m entos inm utables. E s su m odo de crearse alguna segu­ ridad. En el fondo, le d a m iedo soltar la presa, abandonarse a la vida y co n fiar en ella. ¡Son tantas la piezas! Y com o, adem ás, están en m ovim iento, ¿adonde voy a ir a p arar?, ¿qué v a a pasar? A sí que m e aferró a puntos seguros y tranquilizadores. D e este m odo tengo un «puzzle» con todas sus piezas b ien enlazadas, para que nada se m ueva y yo posea el control absoluto.

Sin em bargo, desde la revolución de C opém ico y de G alileo, la concepción del m undo va de sacudida en sa­ cudida, com o el m ism o m undo. Y yo, ¿dónde estoy?

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LV I Yo frente a los cambios

* M e d etengo p a ra h a c e r inventario de lo s cam bios q u e co n stato actu alm en te en el m u ndo e x terio r a m í. P o r ejem p lo , los d e b a te s sobre el ab o rto , so b re la eutanasia, sobre la in terru p ció n de determ inados tratam ientos m é­ d icos; el e stallid o d e los n acionalism os e n determ inados pueblos co n q u istad o s. E num ero cam b io s que acontecen en el m undo y q u e a m í m e in te rp e la n .

* M e p erm ito se n tir m i v ivencia ante todo ese m ovi­ m iento de tra n sfo rm a ció n . ¿Q ué o cu rre en m í? . * ¿L o acepto m a l? ¿ P o r qué?

* ¿L o acepto co n d ificu ltad es? ¿ P o r qué? * ¿L o acepto b ien ? ¿ P o r qué?

* D escrib o de q u é m odo intento ad ap tarm e, situar m i p ieza de « puzzle» en el gran «puzzle» en evolución. Lo que sucede es que los cam bios suelen ser un poco desorganizados y a veces violentos, por lo que despiertan m is m iedos y am enazan m is seguridades. Por otra parte, m e invitan a abrirm e, a hacerm e m ás dúctil, a crecer. Mi reacción ante el cam bio se convierte en un signo de mi adaptación a mi vida.

E l m undo es grande y está lleno de secretos: ¿cómo v isu alizar co n cretam en te su panorám ica? Y, adem ás, ¿quién puede pretender tener de él una percepción precisa y com pleta? ¿Se im pone, po r tanto, im pedir la exploración de determ inadas intuiciones que nos em pujan hacia lugares desconocidos?

La lin ea d e los seres

D ejem os que la im agen del universo em erja lentamente de entre las brum as de los viejos conocim ientos y de los j i ­ rones de las hipótesis. Progresivam ente, va tomando form a a p artir de un prim er gráfico que ilustra su tram a de fondo. Este gráfico, lo m ism o que otras realidades importantes que conocem os, se divide en dos semiesferas: una inm a­ terial o espiritual, y o tra m aterial o física. Todo com ienza

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La línea de los seres

El h e m isfe rio m a te ria l

E l hem isferio in m a te ria l

El punto culm inante que reúne

lo más com plejo de lo m aterial y lo más com plejo de lo inm aterial

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en el punto A , cum bre de la parte inmaterial. Este punto A , o alfa (nom bre de la prim era letra del alfabeto griego), es muy difícil de nom brar y m ás aún de definir. Es como los hum anos intentam os concebirlo, s e r: éste es exacta­

mente su nom bre. Las civilizaciones antiguas lo denom i­ naban justam ente s e r suprem o. E l s e r es la realidad es­ piritual m ás sim ple, sin ninguna división posible. Su unidad interior es perfecta. E sta realidad es al m ism o tiem ­ po la m ás pura potencia espiritual de Vida, que es Fuente, Conocim iento, Am or. C om o es inm aterial y existe fuera de todo cuerpo físico, hace brotar fuera de ella m ism a, m ediante u n a especie de chispa fulgurante, los seres m a­ teriales. N ace el m undo m aterial, cuya realidad m ás pe­ queña y m ás sim ple está representada en el punto B. Es un punto físico, indivisible, ya que no está form ado por partes. D el m ism o m odo que un trozo de hierro sólo con­ tiene hierro; ningún otro elem ento entra en su constitución. A partir de este prim er punto, van haciendo su aparición otros puntos, y el hem isferio m aterial se expande y se desarrolla m ediante realidades físicas cada vez m ás com ­ plejas.

L a conjunción de los dos hem isferios se encuentra en el punto C , que es el punto culm inante: divide y reúne lo más com plejo del m undo m aterial y lo m ás com plejo del m undo espiritual. Es la zona de m ás extensa am plitud en ambos registros. En el centro m ism o de ésta línea que constituye el círculo de los seres, existe un ser; existe una categoría de seres que cabalga sobre dos m undos tan opues­ tos com o diferentes. Ese ser está ya en la cum bre de la com plejidad física y en el extrem o de la com plejidad in­ material. Y la plenitud de su com plejidad es que aúna en sí esas dos com plejidades. A ese ser complejo se le de­ nom ina «ser hum ano». L a línea de los seres atraviesa al ser hum ano com o si atravesara un espacio-bisagra para sum ergirse después en el m undo espiritual, en el que en­ tidades cada vez m ás simples se acercan al punto A , com o al punto de retom o que todo lo resum e. Es el punto om ega

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(nombre de la últim a letra del alfabeto griego). A lfa y Om ega son el com ienzo y el fin, que no están separados ni son distintos en el m undo inm aterial.

E sta presentación, que puede parecer un poco abs­ tracta, ofrece el m isterioso boceto para una m ínim a com ­ prensión del m undo en que vivim os. U n segundo gráfico revestirá de m ayor concreción este telón de fondo.

El p aisaje d el un iverso

Para v er cóm o se perfila el paisaje del universo, el círculo de la línea de los seres se abre y se extiende sobre una recta que v a del punto B al punto A. N o olvido que, a pesar de las apariencias, es el punto A el que engendra al B. En el punto C, u n eje vertical corta la línea de los seres y marca la división de los dos hem isferios, al m ism o tiem po que la am plitud de la com plejidad del punto C . Finalm ente, el punto A , ese punto inm aterial que es el m ás sim ple, es la puerta al infinito espiritual. Tenem os a la vista un es­ quema con dos ejes. ¡C uántos tesoros encierra este m agro soporte...! E n lo que respecta al hem isferio físico, oigo hablar de la posible existencia de m illares de galaxias si­ tuadas m ucho m ás allá de nuestra atm ósfera. A lgo extraor­ dinario; grandes sabios viven esa «paciencia del firm a­ mento» y se ocupan de sus m aravillas. M i m irada tiene un punto de vista m ás hum ilde, pero no m enos asom brado ante tal panoram a. C ontem plo, tanto en el espacio com o en la tierra, realidades extraordinarias.

Los antiguos hablaban m uy poéticam ente del sol, la luna y las estrellas com o de grandes lum inarias que pre­ sidían el d ía o ilum inaban la noche. ¿Y qué decir, tam bién, de esas nubes, enorm es coladores que, de repente, inventan ríos que ruedan en form a de gotas sobre m i cabeza? Liega el arco iris, y la naturaleza se hace m ágicam ente rica en finas perlas que reflejan los tiernos y suaves colores que el m ensajero de la paz distribuye graciosam ente. ¿N o es nuestra tierra, la tierra en que vivim os, com o un teatro en

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continua representación? C on sus cóm plices, los demás elem entos (el aire, el agua, el fuego...)» pone en escena a tantos y tantos personajes en sus decorados de invierno o verano, de otoño o prim avera.

M uy activos, a pesar de su aparente tranquilidad, los m inerales distan m ucho de ser m eros com parsas; hasta se llega a decir de ellos que valen su peso en oro. Los sun­ tuosos vegetales, en su verdor y colorido, son fieles a sus raíces y jam ás se separan de ellas. Crecen llenos de orgullo allí donde se les siem bra, y vibran en silencio en este m undo, al que ofrecen su espléndida belleza.

E ntra en el escenario u n a especie que parece la en­ cargada de dar el espectáculo: la tropa de los anim ales. Se m ueven, se divierten, vuelan, n a d a n ... Llevan un vestuario variadísim o, hecho de p lu m as, pelos, pieles, conchas, etc. ¡Y de m áscaras! Parece que estam os en un baile. ¿Y qué decir del repertorio que ofrecen todos esos personajes? Unos cantan, otros goijean, otros gruñen, los hay que hasta aúllan...

Para su concierto, no tienen quien rivalice con ellos en toda clase de variaciones. N o obstante, entre todas esas criaturas hay un extraño. Parece m overse po r todo el es­ cenario y tom arse su papel m uy en serio; aunque a veces ríe, tam bién llora. Es verdaderam ente original, pues ca­ m ina erguido y parece d ecir cosas previam ente pensadas. A dem ás, está equipado con un arsenal increíble. Para m o­ verse, llegó a inventar la rueda; pero eso no le bastó. Así que creó la bicicleta, y luego el autom óvil. N ecesitó gran­ des transportadores y se fabricó un enorm e bazar de ellos. Este anim al parece inteligente, y a veces incluso hace cru­ zadas en favor de todo tipo de buenas causas. En el fondo, parece que tiene corazón. A veces, po r la noche, pega su nariz a las estrellas; podría decirse que sueña con la feli­ cidad y la eternidad. C iertam ente, se trata de un animal bien extraño. E n el elenco del espectáculo se le llam a «ser hum ano». ¡Qué gran actor!

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En el escenario del universo, éste es, desde luego, el ser m ás com plicado. Lo que no le facilita las cosas es que el m undo en que evoluciona está en continua transfor­ mación. C om o es inteligente, intenta conocer, com pren­ der, ser parte integrante de la H istoria. Hay que ser un gran artista para aprenderse el papel y poder representarlo cuando la decoración está en constante cambio y hay que im provisar las réplicas. Pero eso no es todo. Hay, adem ás, otra vertiente: la del éter, esa antigua palabra que los poetas y soñadores usan para hablar del ám bito en que se encuentra «el otro m undo», al que norm alm ente se llama «cielo» o «hem isferio espiritual».

E l ser hum ano aparece com o el ser espiritual más com plejo, ya que necesita un soporte material para vivir esa dim ensión de sí m ism o. L a p arte espiritual de su per­ sona es tam bién m últiple, constituida por muchas em ocio­ nes que no son ni visibles ni palpables, como tam poco lo es el pensam iento, ni sus m uchas ideas ni sus grandes aspiraciones a la felicidad y al am or. E l interior inm aterial del ser hum ano participa de otras realidades, las de lo invisible. ¿Y qué hay en ese m undo invisible? ¿Q uién puede dar u n a respuesta? Sin em bargo, hay m om entos en la vida en que algo en nuestro propio interior se siente llam ado a ir más allá. Algo que hace presentir el estado del ser espiritual. Tam bién se trata de luces, intuiciones que vienen súbitam ente, sin que uno sepa de dónde ni cóm o, e instruyen a la persona en la intim idad de su corazón y le indican el cam ino a seguir en circunstancias bien precisas. ¿Q ué es lo que de verdad ocurre en esta otra vertiente?

Es tentador afirm ar: lo que se ignora no existe. Pero ¿está lim itada la realidad por la capacidad de comprensión del ser hum ano? Porque se ignorara que la tierra giraba, no por ello dejaba de girar. L a realidad existe fuera de mí; no soy yo quien le da o le quita su existencia. Lo que es, es. L a cuestión es, m ás bien: ¿hasta dónde puede llegar el ser hum ano en la percepción de una realidad que existe

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con independencia de él? El m undo espiritual existe, y el hom bre ya p articipa de él. A dem ás, hay en el ser hum ano un m ovim iento que le hace, al hilo del tiem po, al hilo de los años, soltar la p resa del pasado para encam inarse hacia el futuro, p ara ir m ás lejos, m ás allá. V ive una transfor­ m ación que le lleva a irse desprendiendo lentam ente de lo m aterial para avanzar h acia una espiritualización cada vez m ayor, que tiene su culm inación en la Fuente, en la V ida, en el punto espiritual m ás sim ple.

E n el vasto espacio espiritual invisible que m e separa del punto A , m ultitud de seres espirituales evolucionan y crecen. H ay una especie de equilibrio entre los dos he­ m isferios, am bos densam ente poblados. ¿Q uiénes son los seres espirituales que habitan el éter? C ada vez hay m ás personas que tienen experiencia de la presencia de estos vivientes invisibles. Sobre este tem a hay un libro muy interesante: L e s m orís nous p a rlen t (L os m uertos nos ha­ blan) .

Su autor, Frangois B ruñe, es categórico: «N uestra época está ciertam ente en vísperas de un cam bio sin pre­ cedentes en la historia de su evolución espiritual, a poco que se decida, p o r fin, a abrir los ojos a este descubrim iento fundam ental: la eternidad existe, y los que viven en el m ás allá se com unican con nosotros. [...] L a m uerte no es más que un tránsito. N uestra vida continúa, sin interrupción alguna, hasta él fin de los tiem pos. Al m ás allá, llevam os con nosotros toda nuestra personalidad, nuestros recuer­ dos, nuestro m odo de se r... N uestros contem poráneos en la eternidad nos hablan tam bién de la om nipresencia de una fuerza que está en él origen de todas las cosas y que es el térm ino de nuestra evolución. E sa fuerza se llam a Dios. Y ellos tienen la experiencia de ese D ios com o A m or personal»1.

1. Br u ñ e, Frangois, L es m orts nous p a rlen t, É d. du Félin, París 1988, pp. 10, 12.

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A hora m e sitúo ante este paisaje del universo. Por el m om ento, no participo. Sim plem ente, miro, veo e im a­ gino.

LVI Yo frente ai paisaje del universo

* C ierro lo s ojos y co n tem p lo e n m í el paisaje del u n i­ verso. R ésp iró p ro fu n d am e n te y dejo q u e esas im ágenes vayan p asan d o suav em en te. M e p erm ito percibir los d i ­ versos sen tim ien to s que m e v an habitando.

* L u eg o , n o m b ro esos sen tim ien to s e intento d escrib ir­ los ex p resan d o lo q u e su ced e en m í Cuándo lós ex p eri­

m ento. ^ '

¿Cuál es m i vivencia ante esta realidad? Y , si m e resulta difícil saborearla e im plicarm e en ella por com pleto, ¿por qué será? H e aquí la respuesta que da K rishnam urti a esta cuestión:

«Para com prender m ejor esa cosa extraordinariam ente com pleja que denom inam os la vida, que com prende el tiempo y que está tam bién m ás allá de él, necesitáis tener un espíritu m uy jo v en , lleno de frescura e inocencia. Un espíritu que arrastra consigo el m iedo día tras día, m es tras m es, es un espíritu m ecanizado, y bien sabéis que las m áquinas no pueden resolver los problem as hum anos. No podéis tener un espíritu lleno de frescura e inocencia si estáis obsesionados po r el m iedo; si, desde vuestra niñez hasta el día de vuestra m uerte, os acostum bráis a tem er. Por eso, una buena educación, una educación auténtica, debe elim inar el m iedo»2.

M i p a isa je p e rs o n a l

El gran espectáculo del m undo com enzó hace m ucho tiem ­ po, y probablem ente continuará todavía mucho después de que yo haga m i saludo al concluir m i número. Pero, por

2 . Kr i s h n a m u r t i, Jiddu, R éponses sur Véducation, Christian de Bartillat

é d ., 1 9 9 1 .

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ENTORNO

h u m a n o y físico

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el m om ento, estoy en escena y represento mi papel, vivo mi papel. M i paisaje personal no es una excepción a la regla. Es com plejo; y yo tam bién soy complejo. Percibirm e globalm ente en m i com plejidad m e perm ite captar m ejor lo que está en ju eg o en mi existencia y las piezas m aestras que constituyen mi realidad p erso n al.

M ediante mi cuerpo, toda una parte de m í está su­ m ergida en el m undo material. En las páginas anteriores he vislum brado el panoram a de ese m undo que constituye m i entorno hum ano y físico. Ese entorno esta ahí com o copioso sustento de m i vida hum ana. N o obstante, com o pertenece al m undo m aterial, adolece de ciertas im perfec­ ciones, e incluso conlleva algunas traiciones. El alim ento que m e ofrece es m uchas veces excelente, pero en ocasio­ nes es m alo e incluso venenoso. P ero, bueno o m alo, ahí está el sustento. Siem pre hay cinco menús: im ágenes, so­ nidos, sabores, olores y contactos. El mundo entero se resum e para m í en esas form as, que penetran en m í a través de cinco canales, perfectam ente adaptados a cada una de ellas. Las im ágenes se dirigen a m is ojos; los sonidos, a m is oídos; los olores, a mi nariz; los sabores, a m i boca; y los contactos, a toda la superficie de m i piel. Soy una antena receptora con cinco canales.

Pero tam bién soy una antena em isora y transm ito, a m i vez, alim ento a m i entorno hum ano y físico. Los platos que le sum inistro son tam bién de una calidad que va de lo bueno a lo m alo, pasando por toda una gam a interm edia. E l prim er plato lo sirvo con las cuerdas vocales. Es lo prim ero que utilizo al aterrizar en este planeta. Grito para anunciar que he llegado. Prim ero em ito sonidos y , m ás adelante, palabras. A l llegar, m e m uevo mucho; m is arti­ culaciones y m úsculos hacen ejercicio. Estoy en m ovi­ m iento, y m is gestos son m uy expresivos: algo que seguirá ocurriendo el resto de mi vida. C on m i piel, tengo otro m anjar que presentar: el de los m últiples contactos con todo cuanto está al alcance de m i m ano o incluso más lejos. T am bién em ito m ensajes con m is ojos; m i mirada se hace

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elocuente y se dirige al m undo con discursos alegres o som bríos, con acentos suaves o recrim inatorios.

M i cuerpo es u n a envoltura m ediática. Es el «m edio» de com unicación p o r excelencia: capta los m ensajes ex­ teriores del m undo m aterial para transm itírselos a m i in­ terior espiritual, q u e, a su vez, responde y elabora co­ m u n ic a d o s . L a v i d a se c o n v ie r te e n u n in c e s a n te intercam bio recíproco entre m i entorno y yo. Cierto nüm ero de m ensajes, en u n sentido o en otro, se transm iten fu n ­ dam entalm ente p ara m antener m i cuerpo con vida. Si la envoltura m ediática desapareciera — y es algo que puede suceder— , term inaría la com unicación en el plano hu­ m ano. Se trata, p o r tan to , de una envoltura m uy especial que vive, crece y envejece, que puede gozar de buena salud o estar enferm a. L os m ensajes vitales sirven para salvar la envoltura y m antenerla en buen estado. Los dem ás m en­ sajes franquean el um b ral de lo m aterial y están destinados a alim entar la interioridad inm aterial, de una inm aterialidad que en sus com ienzos es tosca, pero que paulatinam ente se v a afinando p a ra desarrollar m i centro espiritual m ás íntim o y m ás p rofundo. L os m ensajes em itidos al principio son m uy m aterialistas y van espiritualizándose a m edida que, con el transcurso del tiem po, voy adquiriendo m a­ durez.

E sa estación em isora-receptora que yo soy, gracias a m i cuerpo, es m uy vulnerable en sus prim eros años de vida. C apta y em ite todo sin discrim inación. D espués, poco a poco, se va estableciendo un sistem a de filtración y defensa que pone u n a pantalla a la com unicación, y ésta se hace m ás o m enos abierta o cerrada y, consiguiente­ m ente, m ás o m enos exacta o m ás o m enos falsa.

Todo este sistem a de com unicación se basa en una com pleja red de m uchos otros sistem as que le sirven de soporte. C onsta de una estructura, un andam iaje: el sistem a vertebral, constituido p o r el esqueleto, los m úsculos y su sistem a de ensam blaje m óvil. O tro sistem a es la fábrica

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que m antiene la vida, con sus m últiples funciones: respi­ ratoria, circulatoria, digestiva, evacuatoria, reproductiva y linfática. Es una fábrica enorm em ente activa, que jam ás se puede perm itir el lujo de tomarse unas vacaciones, por­ que ello provocaría una catástrofe. A lgunos postes de dis­ tribución de energía desem peñan una función fundamental: son las siete glándulas endocrinas. M antak C hia, en su libro É nergie vítale e t autoguérison, dice de ellas:

«Si querem os hablar de centros energéticos en el len­ guaje de la anatom ía m oderna, hem os de fijam os en las glándulas endocrinas. Las correlaciones que se han hecho serán acertadas o no, pero traducen del m ejor modo posible las hipótesis que actualm ente se pueden hacer»3.

Las glándulas endocrinas tienen un papel fundam ental en el equilibrio del cuerpo y del espíritu. Segregan hor­ m onas que son com o «m ensajes quím icos [...] que tienen un efecto sobre cada célula de nuestro cuerpo. Las secre­ ciones de las glándulas endocrinas se vierte directam ente en el torrente sanguíneo y, desde él, van a los diferentes órganos, a los que estim ulan o ralentizan, y sobre los cuales, en todo caso, ejercen su influjo»4.

Las siete glándulas endocrinas son misteriosos fabri­ cantes de energía. E m plean la sangre para m andar a su destino las m aravillosas sustancias quím icas que segregan y que son excepcionales fuentes de energía para los órganos a los que están destinadas.

E l soporte m ás sutil de m i extraordinario sistema de com unicación es el sistem a nervioso. Es la frontera entre dos m undos. Es m aterial y , a la vez, capaz de captar y de em itir lo inm aterial. E n él se alberga en los seres humanos una especie de m isterio; m isterio que llevo en mí.

3. Ch ía, M antak, É nergie vítale et autoguérison, Éd. D angles, Saint- Jean-de-B raye 1984, p. 205.

4. Ibidem .

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M i cereb ro , m i cerebelo y m is nervios constituyen la central electrónica m ás sofisticada que pueda ex istir... de conocim iento del ser hum ano. N o es éste el lugar para describir este fantástico ordenador ni su m odo de funcio­ nam iento, sino el de contem plar esa m aravilla que me supera y m e da acceso a dim ensiones em ocionales, inte­ lectu ales... y a otras m ás netam ente espirituales.

Franqueo ahora la frontera de un m undo distinto: el de lo im palpable e invisible. Estoy en un m undo y vivo tam bién en el otro: en el de las em ociones y los afectos, en el que experim ento vivencias tan pronto positivas com o negativas. Esas vivencias son expresión de m i experiencia interior, más o m enos concienzada po r m i parte intelectual, m ental, po r m i cabeza. Esas vivencias están tam bién en un contacto m ayor o m en o r con m i esencia, con m i corazón profundo, lugar en el que habitan m is m ayores esperanzas de felicidad, de libertad y de am or. M ediante el corazón profundo estoy vinculado directam ente a la fuente espiri­ tual. En m i corazón profundo es donde reside mi vida. Este corazón está siem pre abierto p ara que mi vida se alim ente sin cesar en la Fuente. E l contacto de m i fuente con la Fuente es continuo, aunque rara vez sea consciente. H asta mi fuente íntim a llega un flujo incesante de alim ento espiritual. E l canal está m ás o m enos abierto, pero la cir­ culación es constante. D e ahí m e vienen las intuiciones, que son m is m ensajeros del m undo espiritual y me guían e instruyen desde el interior. M is intuiciones, si son au­ ténticas, son m i alim ento espiritual. G racias a e lla s, se van desarrollando poco a poco en m í los valores espirituales: libertad, ju sticia, verdad, paz y am or.

Al hilo de m i crecim iento espiritual, estos valores se convierten en m i razón de vivir. M e invitan a poner m is talentos y cualidades, en una palabra, todo m i potencial, al servicio del arraigo de esos valores en la existencia de los seres hum anos. A sí, el alim ento que sale de m í hacia m i entorno físico y hum ano v a gradualm ente espirituali­

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zando la m ateria y liberándola de su peso y de sus aspectos m ás som bríos y nefastos.

P or tanto, yo estoy en el centro de un gran m ovimiento de transform ación que m e lleva a servirm e de la materia para lograr que crezcan en m í los valores espirituales. Mi proceso de espiritualización m e purifica, al m ismo tiempo que afecta a mi entorno, que puede disfrutar sus beneficios.

L V I M i p aisaje p erson al

* In terio rizo y v isu alizo m i p aisaje personal.

* M e co n ced o el tiem p o n ecesario p a ra sentir toda su v aried ad y co m p lejid ad .

* S ien to en m í la d iv isió n de los dos m undos, f S ien to e n m í la u n id a d de los d os m undos,

. P erm an ezco en silen cio varios m in u to s, sintiendo lo q u e o cu rre en m í.

— F in alm en te ¿ p o n g o p o r escrito lo que está presente e n m í y q u iero e x p lo ra r, p ara ap ren d e r m ás sobre m í m ism o y sobre m i v id a de ser h u m an ó .

L a lín e a d e m í v id a

¡Mi vida es toda una historia! Sigue una trayectoria que no siem pre es evidente. C laudel solía decir: «Dios escribe derecho con renglones torcidos». M i vida va adonde debe ir, sean cuales sean las desviaciones del cam ino. No se trata en absoluto de fatalidad. La línea de m i vida me conduce a un universo de plenitud espiritual, porque así está hecha m i naturaleza.

Por supuesto, no es algo sencillo, y para m uchas pre­ guntas no tengo respuesta. N uestro propósito no es entrar en debates que tienen siglos de existencia, como por ejem ­ plo: ¿en qué m om ento de la evolución de un feto se puede decir que ya existe un ser hum ano?; o ¿es verdadera la reencarnación? Lo que aquí nos interesa es elaborar una perspectiva sobre la dirección y el sentido de la propia vida. Soy un ser hum ano, a caballo entre dos m undos, que

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utiliza uno p ara descubrir el otro. La percepción del pro­ ceso y de sus m odalidades difiere según las culturas y las épocas. Lo esencial es que yo vivo, y m i vida existe más allá de m í m ism o.

O bservo e l gráfico de la lín ea de mi vida. A hora estoy situado entre m i nacim iento y m i m uerte. Mi nacim iento es el m om ento del m ilagro. D ifícilm ente podré calibrar todo su alcance. Sean cuales fueren las condiciones en que nací, m i nacim iento m e lanzó a la gran aventura de la vida. Prescindiendo de sus circunstancias, ¿qué me sucedió? Tuve la experiencia del paso de un m undo a otro. Frédérik Leboyer, ese m ago del nacim iento, habla de él con estas espléndidas palabras:

«Sí, ese nacim iento,

esa ola que se separa de la ola, nace del m ar sin abandonarlo,

no lo toquéis con vuestras zafias m anos. N ada entendéis de m isterios.

De ahí llega el niño, dejadle hacer: él sabe. D ejadle, vedle,

una ola le im pulsa hacia la orilla,

otra lo recoge y lo em puja un poco más arriba. O tra m ás,

y ahí lo tenéis, salido de las olas. L a tierra lo lleva.

E stá libre del oleaje y pletórico del ser. N o alteréis nada.

Esperad.

Es el prim er alba. Dejad a esta aurora

toda su grandeza, su m ajestad. Esperad, esperad,

dejad al nacim iento

toda su lentitud, su solem nidad. El niño se despierta

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por prim era vez. N ada turbéis

ahora que está dejando el reino de los sueños. M irad,

todavía uno de sus pies corre y se rezaga

en e l jard ín del sueño, y el otro acaba de chocar con el borde de la cam a. H a saltado al tiem po, ha dejado la eternidad.

¡El niño se ha puesto a respirar!»5.

b V I Mi nacimieiito

Mi nacimiento es un hecho histórico. Ño hay necesidad de archivos que lq confírmen. , { 1

' * ¿He lamentado alguna vez habér nacido? ¿Por qué? * ¿He cambiado de actitud? iBñ caso afirmativo, ¿qué es lo que se liá transformado e m M í * ¿Estoy contento hoy de haber sido traído al mundo? * ¿Tiene mi nacimiento sentido para mí? ¿Cuál?

D esde m i nacim iento hasta hoy, he vivido muchas transiciones. Soy una persona en crecim iento, lo que su­ pone que he de atravesar las etapas propias del desarrollo del ser hum ano: abandoné m i prim era infancia para entrar en el colegio; dejé m i cuerpo im púber para adquirir un físico m aduro; atravesé la crisis de la adolescencia; y des­ pués el trabajo m e h a introducido en el m undo de los adultos. E ntre tanto, v iv í m i prim er am or, y probablem ente sufrí alguna m uerte cercana. H ay experiencias po r las que pasa todo el m undo, cada cual a su m odo. Pero hay otras que sólo yo he conocido, porque han m arcado m om entos

5 . Le b o y e r, Frédérik, P our une naissance sans violence, Éd. du Seuil, París 1980, pp. 76-77.

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decisivos de mi propia historia: una enferm edad, un gran éxito, un encuentro im portante, una m uerte, un v iaje...

L VI M is transiciones

* ¿Cuáles son los momentos que han marcado mi vida y yo identifico como transiciones? Describo con claridad esos acontecimientos.

* En cada uno de esos momentos, ¿qué cambios se han producido en mí?

*' ¿Encuentro hoy sentido a esos cambios? Si es así, ¿a cuáles?

¿Llevan a algún sitio todos estos cambios? C om o he dicho anteriorm ente, lo que descubro es un «puzzle» de múltiples dim ensiones, y la m ovilidad que conlleva el tiem ­ po hace que sea de m áxim a com plejidad. La línea de mi vida está m arcada p o r el m ovim iento de m i transform ación personal cotidiana y , adem ás, po r los acontecim ientos im ­ portantes. Todos esos cam bios, que m e invitan a una es­ piritualización cad a vez m ayor, son elementos que m e van preparando para franquear un últim o tránsito en cuanto ser hum ano.

«He nacido para m orir», decía una anciana de 87 años afectada po r un cáncer generalizado. Estrenó un vestido, que pronto llevaría en su ataúd, y quiso celebrar su últim a N avidad con todos sus hijos, nietos y bisnietos. Q uería una fiesta. «N ada de regalos — había advertido— , sólo una buena com ida y canciones. Sí, que todos juntos cantem os los villancicos de Navidad. E s m i fiesta — decía— , m i fiesta con todos los m íos antes de partir». Se unía a los cánticos, sonreía, llam aba a uno tras otro a su lado para decirle alguna cosa. Después se puso a hablar. «Tal vez sea porque vivo m uy aislada en m i habitación; pero, cuando m e encuentro con gente, quiero contar cosas; son cosas en las que antes nunca había pensado y que ahora son im ­ portantes para m í. A veces lam ento no haber hecho algo que pude hacer y no hice, porque en aquel m om ento no sabía, no era consciente. H ace un año que estoy grave­

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m ente enferm a y que pienso en la m uerte. Pero no puedo deciros qué es. N o lo sé. N adie lo sabe. Sin em bargo, algo vislum bro. E n m i nacim iento, desde m i prim er día, ya com encé a perder, porque desde entonces em pecé a en ­ cam inarm e hacia la m uerte. H oy estoy m ucho m ás cerca de m i m uerte que de m i nacim iento, y m e pregunto el porqué del nacim iento y el porqué de la m uerte al final del trayecto. T ienen que tener un sentido, porque, de lo co n ­ trario, las cosas no serían así. N o, no vendríam os al m undo para m orir sin razón alguna. H oy estoy segura de que hay una razón, un sentido. Sé que el nacim iento y la m uerte llevan a algo, que tienen sentido; si no, las cosas no se desarrollarían del m odo que lo hacen. Hay algo, y eso m e llena de esperanza».

Es evidente que aquella m ujer no poseía las palabras adecuadas p ara definir su vivencia de una m anera elabo­ rada. Pero p alpaba con certeza una realidad que le perm itía sentir la m uerte no com o un final, sino com o un tránsito.

E lisabeth K übler-R oss describe con m ucha naturali­ dad y sencillez ese paso: «En el m om ento de la m uerte, todos vivim os la separación del verdadero yo inm ortal de su casa corporal, es decir, de su cuerpo físico. A este yo inm ortal se le d enom ina tam bién alm a o entidad. O , si nos expresam os sim bólicam ente, com o lo hacem os al hablar con los niños, podríam os com parar a ese yo que se libera del cuerpo terrestre con una m ariposa que deja su capullo»6.

P o r su parte, Saint-E xupéry hace decir al Principito: «Tendría el aspecto d e estar m uerto, pero no sería v e rd a d ... [...] Y a sa b e s...: está dem asiado lejos. N o puedo llevar este cuerpo h asta allí. P ésa dem asiado. [...] Pero será com o deshacerse de una cáscara vieja. Y las cáscaras viejas no son algo tris te ...» 7.

6. Kübler-Ro s s, E lisab eth, L a m ort e st un nouveau soleil, Éd. du R o-

cher, M onaco 1988, pp. 94-95.

7. Saint-Ex u p é r y, A n to in e, L e p e tit prince, G allim ard, París 1946,

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D ejo una casa tem poral po r otra m ucho más hermosa, ya que «no es triste» abandonar el cuerpo com o una vieja cáscara para poder entrar en el estado del ser espiritual.

DVÍ M i muerte^ la m uerte V . ..

* Describo lo que ahora experimento ante la eventua­ lidad de mi propia muerte.

* ¿Cómo reacciono ante la eventualidad de la muerte de las personas que están cerca de mí?

* ¿Presiento que la muerte tiene un sentido? ¿Cuál es su sentido para mí?

L a m uerte form a parte de mi vida. Lo lógico sería que, cuanto más m e adentrase en mi proceso de abandonar las realidades m ateriales, m ás se fuese abriendo m i cons­ ciencia al sentido de la m uerte, porque vivo con m ayor intensidad valores espirituales com o la libertad, la verdad, la paz y el amor. E se proceso se consolida auténticamente cuando consigo integrar m i realidad hum ana total con su parte m aterial y su parte inm aterial. Mi parte m aterial es m i plataform a, m i tram polín, y tengo que estar alerta para com prenderla y respetarla. Separarm e de ella no significa en m odo alguno despreciarla; se trata de utilizarla para lo que es: una encam ación cuya esencia vital m e permite crecer en la tierra.

A cabo de henchir m i vista y de alim entar mi corazón con el paisaje terrestre que voy atravesando. Acabo de despertar mi aspiración a conocer lo ignoto del más allá. M e he situado en una perspectiva global del universo que habito, y m e m aravilla el que, en este sistem a extraordi­ nario, el ser hum ano que soy se encuentre en el centro de todo. Soy yo quien d a sentido a todo. Todas las realidades del universo existen para mí. ¿Para qué iban a existir flores, pájaros, ríos y arroyos, si yo no estuviera ahí para darles una existencia nueva m ediante m i tom a de conciencia, el asom bro que experim ento ante ellos y el uso que de ellos hago? Y o, como individuo, estoy en el centro de una vasta creación. Todo sucede en m í... Todo sucede en cada uno

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de nosotros, lo m ism o que todo sucede en el to d o .., y en mí. M e siento un ser situado de form a m aravillosa en el centro de una inm ensa realidad que nunca acabo de des­ cubrir por entero. P o r desgracia, casi toda mi vida la vivo «ciego».

N ecesito encontrar esa m irada llena de frescura y pu­ reza para, sencillam ente, ver. V er, no ya en la inocencia e ingenuidad de la infancia, sino en la sensatez y sabiduría de la m adurez. T al vez algo de esto es lo que Péguy daba a entender cuando decía: «Los niños m ás encantadores que he conocido tenían ochenta a ñ o s...» .

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La carroza para mi viaje

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L a carroza es ahora una antigualla, pero, hasta hace no dem asiado tiem po, era el vehículo de lujo de los grandes de este m undo. Y para m í, en lo m ás hondo de mi corazón, sigue siendo la carroza m aravillosa, regalo de las hadas.

V eo el m agnífico carruaje, todo reluciente, que lleva a la b ella C enicienta al baile. A llí encuentra a su príncipe y, con él, el am or y la felicidad. La carroza de los cuentos es un buen sím bolo de m i cuerpo, vehículo de m i vida en su recorrido por la tierra. Cuando llegue al término del viaje, la dejaré usada y agotada. H abré llegado a la puerta del palacio real. T odavía m e faltará acceder a la sala del trono. M i cuerpo y a no m e será necesario; con él dejaré el m undo m aterial, que a partir de ese m om ento, me re­ sultará totalem nte inútil.

Pero ahora m i carroza es de lo m ás valioso que tengo. Y , sin em bargo, existen tantas im ágenes del cuerpo que me pregunto cuál es la correcta. ¿Tengo que quererlo?, ¿tengo que odiarlo?, ¿tengo que cuidarlo?, ¿tengo que ex­ p lo tarlo ?... Unos dicen que es objeto de pecado, otros de publicidad, otros de re to s ... La pareja protagonista de Las

m ujeres sabias, de M oliere, tiene una opinión muy con­

tradictoria sobre el valor y el papel del cuerpo en la vida. Philam inte, la esposa sabia, dice: «¡El cuerpo, este gui­ ñapo!»; a lo que su m arido contesta: «G uiñapo, si os place; pero quiero m ucho a m i guiñapo».

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D etrás de las discusiones conyugales de esa pareja legendaria, se oculta toda la am bigüedad de la relación con el cuerpo. D el puritanism o al naturism o, la educación ha cargado sobre las espaldas del cuerpo toda clase de tabúes. A hora tengo que reconstruir m i im agen corporal. N o una im agen para aparentar, sino una im agen para ser, en y por m i cuerpo, una persona integral.

D urante un «taller» titulado: M i cuerpo me habla de

mí, una m ujer, entonces soltera, dio un profundo testi­

m onio. C om partió una experiencia que había m arcado el com ienzo de una im portante reapropiación de su cuerpo. H acía varias sem anas que participaba en un sem inario de crecim iento. L a persona que lo dirigía había sugerido a los participantes que durm ieran desnudos po r la noche para dejar que su cuerpo respirase m ejor y para m anifestar de ese m odo la p u reza del cuerpo, que no necesita ocultarse, sino ser respetado. A lgunos participantes no tuvieron pro ­ blem a alguno, porque sentían que era algo totalm ente na­ tural y estaban acostum brados a hacerlo. Pero para otros la situación fue m uy distinta. L a persona que nos presentó su vivencia nunca se había perm itido desnudarse, ni si­ quiera en la intim idad, excepto para lavarse. N o obstante, decía que era u n a persona abierta, pero en su interior e n ­ contraba m il pretextos para evitar aquella experiencia.

Estaba preocupada. Se había sum ergido en un proceso de búsquedá personal y estaba decidida a desm ontar las barreras que le im pedían ser ella m ism a. A través de esa determ inación, e ra la vida m ism a la que la incitaba de continuo a ir m ás allá. Pero la pequeña experiencia de dorm ir desnuda seguía siendo su problem a latente. «U na noche — contaba— m e d o n n í com o siem pre. A m edia no­ che, cuando el reloj daba la hora, m e desperté bruscam ente y sin razón alguna, y de inm ediato m e vino a la m ente una pregunta: ‘¿P o r qué no m e atrevo a quitarm e la ropa y a dorm ir desnuda en m i cam a?’. E speré. E n m i interior se em pezó a desarrollar un diálogo. ¿T endría yo m iedo a m i cuerpo? ¿Por qué iba a ser m alo? Si todo es bueno en él,

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¿por qué lo oculto hasta en la m ayor intim idad? A hora no tengo razón alguna p a ra desconfiar de él. Debo atreverm e a confiar en él, a hacerle sentir que es bueno y que no le tengo m iedo. M i m ente, im pulsada p o r la fuerza de la vida, cedió, y m i vieja estructura m ental se derrum bó. Pude acceder a una experiencia nueva. M e levanté, me despojé de la ropa y volví a acostarm e. R espiré lentam ente y me m antuve m uy atenta a m i cuerpo. E m pezó a producirse algo extraño. M e sentí introducida en una especie de ritual Heno de dulzura, respeto y amor. Psicológicam ente me sentía com o m odelando m i cuerpo, acogiéndolo y ponién­ dolo en el m undo. E sto duró varias horas. Lentam ente, besaba las palm as de m is m anos, y luego m is m anos aca­ riciaban m is cabellos suavem ente, llam ándolos a la vida y expresándoles m i am or. B esaba otra vez m is m anos, y esta vez acariciaban m is o jo s, m ientras yo sentía un inmenso asom bro por toda la riq u eza que atesoraban. Cada beso en mis m anos iba a hacer nacer y acoger una nueva parte de m i cuerpo. M is m anos, cálidas de am or, se dirigieron con ternura a m is senos, a los que tam bién acariciaron. M i fem inidad brotaba de m i cuerpo com o una parte de su identidad herm osa y viva. Por todas partes, mis manos despertaban la vida. N ada quedó olvidado: mi clítorís y m i vagina recibieron el b eso de mis m anos y, sim ultánea­ m ente, su derecho a v iv ir y a ser felices en el respeto. Cuanto m ás avanzaba m i experiencia, m ás m aravillada me encontraba ante la belleza y la riqueza de m i cuerpo. Cuan­ to más m e acogía, m ás sentía que m e iba conviniendo en la m ujer que era, pero a la que tenía m iedo. M e iba inun­ dando una inm ensa sensación de gozo. Sentía una especie de presencia de vida que m e perm itía m odelar todo mi cuerpo, colocarlo conscientem ente en el m undo y acogerlo. La experiencia fue tan intensa que durante los días que siguieron estuve ensim ism ada, en contem plación ante este ser m aravilloso. M e habitaba una profunda alegría, y a partir de entonces m i v id a cambió. E ntré en un profundo proceso de liberación de m i vida en m i cuerpo. Fue como

Referencias

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