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Rodríguez Adrados, Francisco - La Democracia Ateniense

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Academic year: 2021

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El hilo conductor de esta obra — refundición de « Ilu stració n y polí­ tica en la G recia clásica» (Ediciones de la R evísta de O ccidente, 1966)— es el nacim iento y desarrollo de las ideas políticas que anunciaron, defendieron o atacaron a las instituciones de LA D E M O ­ C R A C IA A T E N IE N S E . Como señala F R A N C IS C O R O D R IG U E Z A D R A D O S (catedrático de la U niversidad C om plutense y prestigioso helenista) la necesidad m etodológica que aconseja en un prim er m om ento aislar determ inados aspectos del desarrollo histórico para su m ejor análisis no significa renunciar al exam en de sus conexiones con el resto de la cultura y con la práctica política. D e un lado, las ideologías políticas — cuyas fronteras con las reflexiones morales son difíciles de establecer en el m undo griego— rem iten a una d e te r­ m inada concepción de la divinidad, la naturaleza y el hom bre; de o tro , la evolución de los hechos y el desarrollo de los sistem as de pen­ sam iento se entrecruzan y condicionan m utuam ente sin que resulte siem pre posible determ in ar a quién corresponde la prim acía causal. La investigación comienza con el estudio de los ideales aristocrá­ ticos de la edad arcaica; a través de la negación — iniciada ya con H esíodo— de existencia de valores eternos fijados por los dioses se abrirán paso los prim eros gérm enes del pensam iento dem ocrático. El período central de la Ilustración ateniense presencia el nacim iento de un nuevo m odelo de sociedad, form ada por ciudadanos libres, orien tad a hacia la igualdad y basada en la razón; para la búsqueda de las ideas centrales del sistem a de pensam iento paralelo a ese desa­ rrollo institucional — que esboza buena p arte de las alternativas con las que E uro p a se viene enfren tan d o desde el siglo X V I I I — no basta con exam inar los textos de los filósofos y los sofistas sino que hay que contar tam bién con el legado de los historiadores, los poetas y los trágicos. F inalm ente, la época de luchas civiles y de guerras exteriores dará lugar a la reacción platónica, a la quiebra de la experiencia dem ocrática y a la restauración de las antiguas norm as y jerarquías.

Alianza Editorial

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Francisco Rodríguez Adrados

La Democracia

ateniense

Alianza

Editorial

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Primera edición en "Alianza Universidad": 1975 Quinta reimpresión en "Alianza Universidad": 1993

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte, sin la

preceptiva autorización.

© Francisco Rodriguez Adrados

© Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1975,1980,1983, 1985 1988, 1993

Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 741 66 00 ISBN; 84-206-2107-2

Depósito legal; M. 24.455-1993

Impreso en Lavel. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid) Printed in Spain

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NOTA A LA SEGUNDA EDICION

La segunda edición de esta obra aparece ligeramente reduci­ da, para adaptarla al nuevo título «La Democracia Ateniense» y a las necesidades de la Colección en que se publica.

Se han eliminado el capítulo VIII de la Parte Segunda, titu­ lado «La Ilustración, el Conocimiento del Hombre y la Ciencia», así com o algunos pasajes de la Primera y Tercera menos esencia­ les desde el punto de vista central del libro, el estudio de la democracia ateniense. En la Parte Segunda, «La Lucha de la Idea Democrática», se prescinde de algunas ejemplificaciones y de excursos relativos a cuestiones sólo lateralmente en conexión con el tema.

También se ha prescindido de las notas en que se citaban las fuentes antiguas que apoyan las ideas sostenidas en el libro; pero sólo cuando en el texto del mismo quedan datos suficientes para su localización aproximada.

Con todo esto el libro disminuye en algo más de una quinta parte de su extensión sin perder nada esencial, pensam os, en lo relativo a su tema central: las implicaciones de la ideología y la política democráticas en la Atenas del siglo V a. C. El encuadra- miento de estos hechos entre, de una parte, la ideología aristocrá­ tica precedente y, de otra, el movimiento de reacción y reforma socrático-platónico, permanece intacto. Y no se ha tocado para nada al Epílogo, en que se intenta valorar la experiencia griega a

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la luz de los hechos contemporáneos y echar también una mirada sobre estos a partir de la perspectiva griega. Para las partes eliminadas remitimos a la edición anterior, aparecida con el título «Ilustración y Política en la Grecia Clásica» en la editorial «Re­ vista de Occidente», Madrid 1966.

Pensamos que, con estos retoques, el libro se ha hecho más accesible al lector moderno, sin perder nada de lo esencial. La adaptación se debe, fundamentalmente, a D. Manuel Gonzalo, profesor de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, a quien muy sinceramente doy aquí las gracias. Igual deuda de gratitud tengo con mi antigua alumna la Srta. María Emilia Martínez-Fresneda, Profesora Agregada de Griego de Institutos N acionales de Enseñanza Media, que ha leído las pruebas del libro y lo ha revisado en varios aspectos.

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INDICE

P r ó lo g o ... 15 Primera parte

La Edad Arcaica y sus sistemas de p en sa m ien to ... 27 Capítulo 1. El hombre aristocrático... 29

1. Características de nuestras fuentes de la Edad Ar­ caica ... 29 2. El hombre aristocrático. Moral agonal: gloria y

«eu p h rosyn e»... .. 36 3. La «naturaleza» del noble y la aristocracia como

c l a s e ... 41 4. Las restricciones sociales de la moral agonal . . . . 46 5. Justicia y a risto c ra cia ... 50 6. El tema del «ciclo» y la idea de la medida y la

co m p asión ... 56 7. «Sophrosyne» ... 64 8. Caracterización general de la «areté» aristocrática 68 9. Política aristocrática... 71 Capítulo 2. Las corrientes innovadoras... 74

1. La idea de la justicia en H esíodo, Arquílogo, Solón y F o c ílid e s ... 74

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2. Justicia com o razón: nueva concepción de Dios y

del h o m b re... 81

3. La liberación del in d iv id u o ... 87

4. Historia y política racionales ... 89

5. Balance de la época a rca ica ... 96

Segunda parte La lucha de la Idea D em ocrática... 99

Capítulo 1. Los ideales humanos y políticos de la Atenas de E s q u ilo ... 101

1. Las Guerras Médicas en la conciencia de Atenas 101 2. Principios básicos de la política a te n ie n s e ... 110

3. El ideal humano: Temístocles, Aristides, Cimón . . 119

Capítulo 2. Esquilo y la ruptura del dilema trágico: teoría religiosa de la dem ocracia... 128

1. La tragedia y el Estado d em ocrático... 128

2. Primer nivel de la enseñanza de Esquilo: el dilema trágico ... 135

3. Valores morales y valores premorales en Esquilo 138 4. La idea esquílea de la Justicia que actúa en el acontecer trágico... 140

5. Segundo nivel de la enseñanza de Esquilo: el nuevo orden de la Justicia o la ruptura del dilema trágico 147 Capítulo 3. Teorías políticas de la Ilustración en su pri­ mera f a s e ... 159

1. Fuentes y métodos de e x p o sic ió n ... 159

2. Los exponentes del nuevo pensamiento y la Atenas de su t ie m p o ... 164

3. La naturaleza hum ana... 172

4. Teoría del castigo ... 180

5. Igualdad, concordia y autoridad... 181

6. La virtud ... 191

7. La guía de la razón ... 198

8. Los fundamentos del Estado y las exigencias del in d iv id u o ... 206

9. Religión y co n ocim ien to... 212

Capítulo 4. Pericles y la democracia de su época ... 216

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2. L os datos históricos ... 231

3. El hombre Pericles y los ideales de la dem ocracia ilustrada... 255

Capítulo 5. Tradicionalismo y democracia en H eródoto y Sófocles ... 269

1. Heródoto y Sófocles en la Atenas de Pericles . . . 269

2. H eródoto sobre las causas del acontecer histórico 273 3. Justicia e igualdad en H eródoto ... 282

4. Sófocles y su tema fu n d a m en ta l... 289

5. El héroe s o fó c le o ... 293

6. El ideal humano de S ófocles ... 295

7. Sófocles y la idea democrática ... 298

8. El tema del E s ta d o ... 302

Capítulo 6. El nuevo pensamiento durante la guerra del P elo p o n eso ... 307

1. Consideraciones generales ... 307

2. El humanitarismo igualitario y hedonista en los sofistas de la é p o c a ... 310

3. La crítica del n o m o s ... 314

4. El nuevo humanitarismo y la política ... 320

5. El irracionalismo y la teoría de la fu er za ... 326

6. El pragmatismo p o lít ic o ... 333

7. Inmoralismo, «sofística», irrelig ió n ... 337

8. Moralismo e interiorización... 341

9. La lucha en torno a la «sophrosyne» ... 346

10. C o n c lu sió n ... 349

Capítulo 7. Sociedad y política durante la guerra del Pelo­ poneso ... 352

1. El proceso de desintegración: clases y partidos .. 352

2. Otros aspectos de la desintegración de la sociedad 363 3. El conflicto entre las normas de co n d u c ta ... 367

4. Los nuevos tipos h u m a n o s ... 373

5. Conclusión ... 379

Tercera parte Sócrates y Platón y su nuevo planteamiento ... 383

Capítulo 1. El moralismo socrático ... 385

1. Primera aproximación a la figura de Sócrates . . . . 385

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Indice 2. Rasgos tradicionales en la figura de Sócrates. Su

lugar en el conjunto de su f ilo s o fía ... 388

3. Sócrates y la primera so fística ... 394

4. Los puntos centrales del evangelio socrático... 399

5. La nueva política y la nueva religión ... 403

6. El individualismo socrático ... 406

Capítulo 2. La alternativa platónica... 408

1. Sócrates y P la tó n ... 408

2. El Gorgias ... 411

3. Objetivos de la construcción platónica ... 413

4. Reacción y progresismo en P la t ó n ... 417

5. El platonismo com o restauración tradicionalista .. 419

6. Las consecuencias del p latonism o... 423

7. Conclusión sobre la política p la tó n ic a ... 427

Epílogo. Historia griega e Historia del m u n d o ... 431

1. Mirada retrospectiva. Originalidad del hecho griego 431 2. Política e ideología en la Atenas c lá sic a ... 441

3. Occidente desde la perspectiva de Grecia ... 451

4. La Historia de tipo helénico com o única ya posible 460 5. Ilustración y H um anism o... 464

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όίνευ δέ λύπης ούδαμοΰ καταστροφή Esquilo, Suplicantes 442

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PRÓLOGO

La contemplación de la Historia griega a la luz, tan nueva y tan rica en matices, del mundo actual, nos sugiere a veces la idea de que, tal vez ante nuestros propios ojos, puede haberse produ­ cido un corte en la Historia, algo que deje sin validez a las experiencias de un pequeño pueblo, como fue el griego, apenas salido de la Prehistoria. Encontramos hoy, efectivam ente, fenó­ menos históricos prácticamente sin ejemplo en el pasado; así, la resolución sin conflicto de situaciones-límite entre las grandes potencias que en otros tiempos habrían llevado sin duda alguna a la guerra; la independencia sin lucha, a veces, de los imperios coloniales; la construcción de nuevas nacionalidades com o en una síntesis de laboratorio. Existe hoy o está en vías de desarro­ llo una base material de riqueza que modifica radicalmente las condiciones sobre las que operaba tradicionalmente toda política. Dentro de los sistem as más opuestos se crean puntos de conver­ gencia que presagian la imagen de una civilización hecha para todos los hombres y países. Hay una especie de aceleración de la Historia y se quieren aplicar en todas partes, en forma racional y sistem ática, ideas y resultados logrados hasta aquí a fuerza de tiempo, de fracasos y de sufrimientos. Es ya banal decir que nunca la Humanidad se ha hallado ante tantas esperanzas, al tiempo que ante tantos peligros.

Atenas fue una pequeña ciudad cuyos hermosos templos, como 15

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presagió Tucídides, dan al hombre que los contempla una idea excesiva de lo que fue la ciudad misma. Fue lo que en el lenguaje actual se llamaría un pequeño país subdesarrollado. Y, sin em­ bargo, com o todo es relativo, merced a su pequeña industria — de tipo artesano casi siempre— y a su comercio exterior, logró el grado de riqueza suficiente para hacer un curioso experimento político, ligado al movimiento espiritual de la Ilustración griega. En efecto, las ciudades griegas eran normalmente el campo en que se desplegaba el esplendor de unas cuantas familias aristo­ cráticas, que las defendían y gobernaban, haciendo de ello un honor y un privilegio a la vez; que les daban un ideal de valor, moderación y religiosidad que se aceptaba sin discutir. Pero Atenas creó un verdadero Estado y quiso convertirse en la patria de todos sus ciudadanos sin distinción de clases, mediante una igualación progresiva, calificada de justicia, tanto en lo legal com o también, en cierta medida, en lo económ ico. Este fue el in­ tento de la democracia de Atenas: al dejar al individuo libre de com­ pulsiones externas, creyó que podía utilizar sus impulsos de auto- afirmación en un sentido constructivo, edificando una sociedad concorde y humana, unida por conveniencia y orgullo al bienestar y al poderío de la ciudad. Es más: la ideología así creada des­ bordaba ampliamente el marco de la ciudad-estado y tenía reper­ cusiones sobre la consideración del hombre en general.

E ste intento ni ahora ni nunca puede dejarnos indiferentes, haya sido cualquiera su éxito o fracaso. Y es difícil hablar en este terreno de éxito o fracaso de una manera absoluta, pues aquello que no se realiza en el presente queda siempre com o esperanza para el porvenir; el éxito, a su vez, es siempre una palabra excesiva tratándose de cosas humanas. N o debe parecer descami­ nado el afirmar el valor actual del ejemplo ateniense en un mundo que tiende a la igualación y que proclama ideales humanitarios no disímiles. Ya sabemos que una situación histórica no se repite y que el punto de partida actual ofrece unas posibilidades que los griegos no habrían podido adivinar. Pero la grandeza de las ideas no se mide por los valores materiales absolutos del mundo que quieren modificar, sino que tienen una dignidad en sí mismas. Y, además, cada fase del desarrollo material de la Humanidad debe evaluarse, más que en cifras, por su relación con la fase precedente. En ese desnivel surge una tensión que hace volar la idea, al dar una espe­ ranza, hacia una fase todavía más avanzada.

La integración de la sociedad ateniense sobre una base más humana resultó en buena medida un fracaso. A partir de un cierto momento, la escisión aumentó progresivamente, degenerando en

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Prólogo 17 guerra civil. Este proceso tuvo lugar en conexión con una guerra externa, la guerra del Peloponeso, que a.gotó las energías de Atenas y la empobreció; difícil problema el de saber si sin esta guerra las cosas habrían marchado de otro modo. Por lo demás, la guerra del Peloponeso, com o la lucha de clases dentro de la ciudad y el desarrollo de un individualismo explosivo, estuvieron ligados, no cabe duda, a la aceptación de la libre iniciativa; del cálculo humano que se sustituye a los viejos principios de segui­ miento de las normas tradicionales d e medida y resignación; de la voluntad de mejora y progreso. Para Platón individualismo es egoísm o, libertad es libertinaje y abuso: de la ideología liberal nace automáticamente, según él, la desintegración social y la lucha civil, de modo que hay que edificar sobre otras bases. Pero la verdad es que en el alma del hombre, como vieron los trágicos, tienen una raíz única la grandeza y el egoísm o, el honor y el abuso, la inteligencia y la ceguera, el sacrificio y la parcialidad. Este es el problema de toda política, en Grecia y después de Grecia. Es muy fácil mutilar al hombre y dictarle desde fuera una ley, com o hizo Platón; pero con ello se reintroduce la violencia en la misma ciudad de donde se la quiso expulsar. Por otra parte, un ciclo político com o el de Atenas nunca se cumple en vano y en el mismo Platón encontramos recogidas y aun sistematizadas ideas procedentes del humanismo democrático de Atenas.

La problemática de la política ateniense es compleja y siem­ pre cargada de interés. En toda política hay siempre un interés humano, que es eterno; en la de Atenas, desde fines del siglo V I, hay además el que subyace a todo nuevo gran descubrimiento. Pero se añade todavía otro factor importante: los atenienses no solo hacen política, sino que teorizan sobre ella. La teoría es siempre más amplia que la práctica y lleva más lejos que ella. Libre de las dificultades de la práctica, aunque esté determinada por ella (al menos com o revulsivo), abre toda clase de caminos para el futuro. Y cuando no abre caminos, avisa al menos de los conflictos posibles, de las condiciones y esperanzas de cada situación.

El presente es un libro de teoría política griega, ateniense sobre todo, teoría enlazada a la totalidad de la concepción griega del hombre, pues no hay teoría o sistema político que no dependa en definitiva de una concepción del hombre. Es al tiempo un estudio de las relaciones entre esa teoría y la práctica política contempo­ ránea. Se centra en el estudio de la teoría política de la Ilustra­ ción ateniense, acompañado de la exposición de sus precedentes y de la reacción platónica. Pretende hacer ver que esta teoría nace de la carne y la sangre del pueblo griego en su esfuerzo por

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sanar los problemas humanos γ n o d e una especulación en el vacío; pretende, también describir su lucha en la vida de la ciu­ dad. Para ser bien comprendida requiere algunas explicaciones de carácter más técnico, que damos a continuación.

Las exposiciones de la teoría política griega suelen comenzar por Platón, incluyendo todo lo más, a manera de precedente, algunas breves noticias sobre la sofística. Pero Platón representa en suma, según hemos dicho, una reacción frente a algunas de las teorías políticas que le precedieron, que se doblan con una mar­ cha de la vida política ateniense de la que el filósofo discrepaba profundamente. Conviene añadir que Platón esquematiza en ex­ ceso, para refutarlas, las ideologías políticas vigentes en su ju­ ventud: es, pues, conveniente estudiarlas en detalle y por sí mismas, no a través del cristal a veces deformante del fundador de la Academia. A su vez, las teorías políticas de la Ilustración griega y de su degeneración en la doctrina de que la justicia es la voluntad del más fuerte —pues es a ellas a las que nos estamos refiriendo— encontraban en su mismo tiempo la oposición de un pensamiento tradicional que fundaba en valores fijos, defendidos por los dioses, toda la conducta humana: antecedente claro del pla­ tonismo. Finalmente, existió antes todavía y continuó luego ejer­ ciendo su influjo a pesar de todo una ideología aristocrática, relacio­ nada estrechamente con la anterior. Todas estas ideologías se hacían carne histórica en las personas de sus partidarios, que se discu­ tían el poder en los días apasionados de la guerra del Peloponeso.

Platón no es más que la culminación de una larga serie de pensadores políticos a los que trata de perfeccionar en unas cosas, de refutar en otras; es también una reacción contra un estado de cosas de la vida de Atenas. Por ello tiene interés su estudio para nosotros, por más que el Platonismo se haya que­ dado en Atenas en pura teoría. Vista con esta perspectiva, la doctrina platónica nos es mucho más comprensible y su conoci­ miento gana muchas facetas. Trataremos de justificar esta apre­ ciación sin entrar por ello en una exposición detenida de la doctrina platónica, que ha sido ya hecha numerosas veces. N ues­ tro esfuerzo principal se volcará, com o hemos adelantado, sobre la interpretación de las ideologías preplatónicas.

Estas ideologías las estudiaremos en el presente libro en cuanto tienen trascendencia política, con frecuencia traducida a la práctica. Pero haremos observar de antemano que no podemos limitarnos a los aspectos puramente políticos. Ello por dos motivos.

El primero, uno de fondo. N o solamente es una verdad gene­ ral que toda ideología política presupone un concepto del hom­

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Prólogo 19 bre, sino que en Grecia esto es m ucho más cierto todavía. Las fronteras entre política y moral, sociedad e individuo están aún mal trazadas y no resulta concebible que se predique una norma para cada una de estas esferas. Por lo que a Platón respecta, es bien sabido que su política aspira a lograr la perfección del ciudadano, que la justicia en el Estado es para él comparable a la justicia en el alma del hombre y que, en general, las virtudes de la sociedad son en su concepto las mismas que las de este. Pues bien, cosas semejantes suceden en lo s dem ás sistem as ideológi­ cos. El de la aristocracia está fundado desde luego en la admisión de virtudes hereditarias de la clase noble, virtudes que justifican su posición privilegiada y dan la tónica del Estado aristocrático. De igual modo, las virtudes que Esquilo atribuye al Estado de­ mocrático — valor en la defensa de sus intereses sagrados, liber­ tad, sophrosyne, benevolencia recíproca entre los ciudadanos, respeto— son las elogiadas en sus héroes. Pericles, en la Oración Fúnebre que pone en sus labios Tucídides, atribuye al carácter de los atenienses cualidades que son esencialmente las del Es­ tado democrático que es su ideal. La misma doctrina de que la Justicia es la conveniencia del más fuerte nos presenta un ideal humano, el hombre de presa, que tiene mucho que ver con la orientación dada a la política exterior de Atenas por el partido imperialista e incluso, con frecuencia, con la orientación de su política interior.

Así pues, hablar de teoría política griega — en época clásica— sin hablar al tiempo de ideal humano en general, resulta una imposibilidad. Es más, a veces conviene incluso aludir a las ideas sobre el mundo físico de algunos pensadores, que estudiaremos por su estrecha relación con las relativas al hombre. Y dado que el pensamiento griego arranca de una concepción religiosa del mundo, de la cual tiende luego a apartarse para volver otra vez a ella con Platón, resulta evidente que tampoco los textos en que el destino y la vida humana son enfocados a la luz de sus relaciones con lo divino deben ser olvidados. Por ejemplo, el carácter abso­ luto de valores y normas en Esquilo y Platón, fundado en una concepción religiosa, tiene repercusiones no solo en la esfera individual, sino también en la política.

También nos apartaremos brevemente, aunque no sin jus­ tificación, de nuestro tema principal, para explorar la repercusión 1 que tienen las distintas ideologías en el conocimiento del hombre y en el desarrollo de la Ciencia. Que el primero ha de estar forzosamente relacionado con teorías que tienen, a más de su proyección política, otra humana en general, e s absolutamente

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claro. En cuanto a la Ciencia, en una gra.n medida nace com o una derivación de la reflexión ético-política, o bien con la finalidad de servirle de apoyo o también, finalmente, por un desarrollo autó­ nomo de ideas o métodos que en su origen estuvieron ligados a aquella reflexión. D e otra parte, hem os visto que hay una real unidad entre el pensamiento ético-político, el relativo a la divini­ dad, a la naturaleza y al hombre: e s lógico que las ciencias que se desarrollan dentro de un sistema de pensamiento estén impreg­ nadas de los rasgos más sobresalientes de este. Merecía la pena, creem os, detenernos de cuando en cuando brevemente para no­ tar esta solidaridad de los sistemas de ideas griegos.

Pero no es solo esto, sino que hay otro motivo, aludido antes, por el cual la teoría política griega no puede estudiarse aislada­ mente. N o solamente quedaría ininteligible al someterla a una verdadera mutilación, sino que su reconstrucción sería difícil o imposible. En efecto, la teoría política preplatónica nos es muy mal conocida: en parte por la naturaleza misma de los textos que la transmiten —de esto hablaremos a continuación— , en parte por la pérdida masiva de estos textos. Por ejemplo, los sofistas nos son conocidos por pequeños fragmentos, que son citas de autores posteriores, los cuales evidentem ente solo tomaban de ellos aquellos pasajes que, con una selección subjetiva, considera­ ban interesantes u objetables. Platón sobre todo les ha tratado con parcialidad manifiesta, haciendo de ellos una pintura deforman­ te. En estas circunstancias, cualquier dato que sobre sus ideas se haya conservado debe utilizarse con el máximo cuidado si se quiere reconstruir su doctrina. Fragmentos relativos a su concep­ ción del hombre pueden ayudarnos grandemente, en virtud de lo dicho, a ilustrarnos sobre su ideología política: en realidad, filosofía humana y filosofía política son en Grecia la misma cosa.

La riqueza del pensamiento político preplatónico no tiene por qué extrañar. La reflexión sobre el hombre y la reflexión política, solidaria con ella, aparece desde muy temprano. Lo que ocurre es que hay que saber dónde puede encontrarse recogida. El buscarla sólo en los filósofos — o en los sofistas y filósofos cuando más— es proceder con una falta de sentido histórico tan asombrosa como la de aquellos que tratan de aislar la teoría política de las ideas sobre el hombre en general.

L os sofistas y filósofos, en efecto, no hicieron más que conti­ nuar una línea comenzada, antes que por ellos, por los poetas. Ni los líricos ni los trágicos y cóm icos son meros estetas aislados de los problemas humanos. Tanto H esíodo com o Píndaro, Teognis com o los trágicos, quieren enseñar al círculo de

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perso-Prólogo 21 nas — el pueblo o los nobles o toda la ciudad, según los casos— a las cuales se dirigen. Lo dicen ellos expresam ente. El poeta ha sido desde siempre el educador del pueblo griego, es por defini­ ción sabio, sophós. Sólo con Sócrates y Platón se inicia el intento de lograr definiciones rigurosas, desarrollando la dialéctica: esto e s cierto. Pero en realidad Sócrates y Platón, en cuanto tienen de positivo, fundan sus sistemas no tanto en una dialéctica que es un tanto imperfecta y engañosa cuanto en sus convicciones profun­ das, que se articulan, com o desarrollos, soluciones o respuestas, dentro del juego dialéctico de las ideologías sostenidas antes por otros autores —de los que, por otra parte, Sócrates y Platón tomaron elem entos expositivos cual son el mito, las máximas, los ejemplos, etc. La división tajante de los autores griegos en poetas y filósofos es absolutamente injustificada y ha tenido por efecto dejar sin tocar en las Historias de la Filosofía parcelas enteras del pensamiento griego. Felizm ente, esto se va superando. N o cai­ gamos, pues, en la pedantería de decir que el pensamiento racio­ nal sobre el hombre nace en Grecia con Sócrates y Platón. N i en estos autores es todo racional, a pesar de lo que ellos mismos crean a veces, ni faltan los elem entos racionales en sus predece­ sores los poetas y sofistas.

En realidad, la reflexión política nace en el mom ento de la crisis de los regímenes aristocráticos: los representantes de las clases oprimidas, com o H esíodo, se lamentan de sus inconve­ nientes; los miembros de la clase dirigente, como Píndaro y Teognis, los defienden enumerando sus ventajas y criticando a los demócratas. La teoría democrática está hecha, a su vez, com o una justificación frente a la aristocracia o frente a concep­ ciones democráticas diferentes: este es el caso de Esquilo, de Heródoto, de Pericles, de los sofistas de varia orientación. Platón a su vez, ya lo hemos dicho, reacciona contra los ex cesos de ciertas ideologías nacidas de la democracia; a veces, contra sus virtudes también. Se apoya por su parte en la ideología aristocrá­ tica, que traspone filosóficamente.

Esta trasposición filosófica es posible gracias a la existencia previa de todo el movimiento espiritual que ha creado la teoría política precedente. Intentamos recoger este movimiento en el término de Ilustración. Abarca, efectivam ente, no sólo la teoría política de la democracia, sino también, pese a todo, el Plato­ nismo y, también, los precedentes arcaicos de la una y del otro. Puede aplicarse, al tiempo que a la teoría política, a toda la especulación sobre el Hombre que está íntimamente conexa con ella. Puede así reconocerse que la teoría política de la democracia

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encuentra precedentes claros en el pensamiento de los poetas y filósofos de siglos anteriores y deja luego una estela perdurable no sólo en el Platonismo, sino también en todo el movimiento conocido con el nombre de Humanismo, fuera ya de lo estricta­ mente político. La historia de las ideas y la Hi storia propiamente dicha se entrelazan estrechamente e n torno a los postulados fundamentales de la Ilustración; es de este hecho del que quisié­ ramos dejar constancia. En la existencia de esa misma Ilustración — con matices divergentes— y en la posibilidad que crea de que haya una teoría política y una praxis política que intenta seguir a la primera o justificarse con ella está precisamente la originalidad del hecho griego.

Pero no se trata solamente de teorías. La evolución histórica acompaña a la renovación ideológica; y los conflictos históricos a los ideológicos. N o tocamos ahora el espinoso problema de las causas y los efectos: en qué medida los ideólogos preparan los acontecimientos o estos abren caminos a los ideólogos. Lo uno y lo otro sucede, es evidente. Imposible hablar de las ideas de Esquilo o Pericles sin conocer la praxis política de sus tiempos respectivos; de la teoría del derecho del más fuerte y la decaden­ cia de la idea democrática sin seguir los acontecimientos de la guerra del Peloponeso; de Platón sin conocer estos mismos he­ chos y los relativos a la biografía del filósofo. Es más, los hom­ bres destacados en la política de una época determinada pueden representar tipos humanos característicos de los ideales de en­ tonces: Aristides es casi una encarnación del de Esquilo, como Pericles del del propio Pericles o Alcibiades del de Calicles. El pre­ sente libro se ocupa fundamentalmente de la historia de las ideas, pero com o esas ideas no nacen en el vacío, sino en un contexto histórico determinado, hemos de hacer preceder o seguir a los capítulos ideológicos otros en que expongamos esos contextos históricos, así com o la traducción a la práctica de las distintas ideologías y del juego dialéctico entre ellas. Esta relación de pa­ ralelismo y contraste, según los casos, entre hechos y teorías, con­ tribuirá a enriquecer nuestro conocimiento, tan fragmentario, de estas y a descubrir sus raíces profundas; al mismo tiempo, la aten­ ción a los planteamientos ideológicos aguzará nuestra mirada en el intento de encontrar un sentido general a los hechos históricos.

En resumen: el tratar aisladamente filosofía, literatura, histo­ ria y ciencia rompe la unidad esencial de la cultura griega. Puede tener un cierto valor práctico o metodológico en algunos casos; en el nuestro sería un proceder especialmente perturbador. Como sería un error el separar la ideología política de la humana en

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Prólogo 23 general y de la religiosa — o irreligiosa— y la científica o aislar a Platón de los escritos precedentes.

Esta concepción global del pensamiento griego y su estudio dentro del marco de la Historia, que poco a p oco se va abriendo paso, complica, por otra parte, la tarea del historiador de las ideas. Para no perderse en una maraña, de datos se im pone, pese a todo, elegir un tema central y tratar con menos detalles aque­ llos otros que, aunque estrechamente relacionados con él y útiles para una mejor comprensión del m ism o, admiten también de por sí un estudio independiente. Es lo que haremos en este libro, organizado en torno a la evolución y conflicto de las ideas políti­ cas, aunque sin perder nunca de vista los aspectos religiosos o humanos en general de las mismas concepciones fundamentales, ni la repercusión en ellas de los hechos históricos contemporá­ neos o viceversa; tratando, es más, de encontrar en éstos un sen­ tido. Tema este último sobre el que insistiremos en el Epílogo. Dentro de la ideología política griega es la de la democracia la que estudiaremos con más atención; sobre ella, creem os, pueden hacerse todavía aportaciones de interés. Existe en Grecia toda una teoría del gobierno democrático, basada en la posibilidad del acuerdo entre los hombres en virtud de su naturaleza racional. Algunos de sus representantes, com o Esquilo, no han sido teni­ dos suficientemente en cuenta, sencillamente porque su medio de expresión — el teatro— era el que la época reclamaba y no el que esperarían en general los eruditos modernos —aunque hoy día vuelva a ser el teatro plataforma de la lucha ideológica— . Otros, como son los sofistas, nos son poco conocidos y además presen­ tan el problema de que hay que librarnos, para interpretarlos, del influjo de Platón. Hay, por lo demás, dentro de la ideología democrática una clara evolución desde concepciones religiosas, fundadas en valores absolutos, hasta otras completamente laicas, que basan su confianza en el éxito del sistema en su fe en el hombre y en la unidad de lo justo y lo conveniente, lo individual y lo colectivo; para pasar, finalmente, a las absolutamente relati­ vistas, que abocan a individualismos de órdenes, por lo demás, muy diversos. Y conviene también prestar atención a la lucha de la idea democrática con las limitaciones de la ciudad-estado, a su deformación por efecto de esas limitaciones y de la débil base económica sobre la que edificaba, hasta llegar el momento en que la tendencia a la integración de todos los ciudadanos en una verdadera comunidad de hombres libres y responsables, caracte­ rística de la democracia, se quiebra para desembocar en una verdadera guerra civil y en un individualismo políticamente esté­

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Prólogo ril. El estudio de la teoría y el de la vida política confluyen una vez más: no se puede estudiar a los primeros sofistas sin ocu­ parse de Pericles ni los conflictos ideológicos de la época de la guerra del Peloponeso sin prestar atención a la desintegración de la sociedad y la guerra civil.

La exposición de la teoría del Liberalismo griego exige, para que pueda cobrar el necesario relieve, que se atienda también a las ideologías que la precedieron y la siguieron: a saber, la aristo­ crática y la platónica, respectivamente. En el paso de cada una de estas tres fases a la siguiente hay una inversión clara del rumbo, motivada por las insuficiencias reveladas por las ideologías ante­ riores o por el descontento con los regímenes en ellas fundados, que merece ser estudiada; pero hay siempre al mismo tiempo una serie de ganancias d e la fase anterior que se consolidan y no se pierden ya más. Es el movimiento de la Ilustración el que garan­ tiza esta unidad.

El estudio de la teoría y la práctica políticas en Grecia, si se lleva a cabo de la manera propuesta, resulta verdaderamente aleccionador. Sin necesidad de insistir sobre ello, saltan a la vista los sorprendentes paralelismos con la evolución del pensamiento y la política europeos a partir del siglo XVIII y en la misma edad presente. Encontramos además que esta evolución se realiza en Grecia dentro de un ambiente más restringido, en un mundo ideológicamente más nuevo y menos complejo. Se trata de una esp ecie de modelo simplificado que nos ayuda a ver cuáles son las líneas esenciales — algunas de las líneas esenciales— de la evolución europea a lo largo de la Ilustración, el liberalismo y las tendencias socializantes, así com o del conflicto — que a veces crea una antítesis y otras tiende a llegar a una síntesis— entre estas ideologías y el pensamiento religioso tradicional. E ste, a su vez, con todas las diferencias, presenta paralelismos estrechos con el de los griegos: antes que ninguno, el fundarse en valores absolutos anclados en la divinidad.

El paralelismo, por supuesto, no es absoluto. De las posibili­ dades de desarrollo que en un momento dado ofrece una idea determinada, sólo algunas pocas se realizan. Y una vez realizada una de ellas, prejuzga ya la evolución posterior. De otra parte, ya hemos dicho que las bases materiales varían. Lo fundamental del paralelismo está en la ruptura de las viejas estructuras, acompa­ ñada de un sentido cada vez mayor de la igualdad humana y los valores del individuo. El proceso, sin embargo, quedó interrum­ pido en Grecia en la política práctica, com o queda apuntado; y en lo relativo a la ideología se alcanzó igualmente un punto muerto

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Prólogo 25 después de haberse, por otra parte, propuesto soluciones que quedaron de momento en pura especulación.

Ahora bien, junto a este proceso de disolución —fuente de enriquecimiento y elevación humanas y arriesgada aventura al propio tiempo— apuntan tendencias en el sentido de una reorga­ nización sistemática de la sociedad sobre principios racionales. Esto sucede en dos planos. D e un lado, la igualdad legal y política implica a la larga una tendencia a la igualdad económ ica, mientras que, de otra parte, el libre juego de fuerzas del libera­ lismo desarrolla con frecuencia resultados inversos: de ahí surge, com o reacción, la tendencia estatizante y socializadora, tal com o la vem os en las utopías políticas de Aristófanes. De otra parte, para Platón el libre juego de fuerzas de la sociedad libre conduce no al equilibrio y conciliación com o creían los teóricos de la democracia, sino a la legalización de la guerra civil: podía apo­ yarse, ciertamente, en lo que sucedió en Atenas. Pero su sociali­ zación, reacción igualmente contra ese estado de cosas, se refiere no tanto a lo material com o a una eliminación sistem ática de los elem entos egoístas del alma humana y al desarrollo de los que crean unión entre los hombres y dentro del hombre mismo. Para ello Platón, al tiempo que crea valores humanos y políticos, tiene que desatender o negar otros propios de la ideología liberal y humanitaria. Por su parte, la teoría democrática veía también el peligro de una primacía de los elementos com petitivos, pero trataba de aportar un remedio que no era directamente una re­ forma del hombre, sino más bien una reforma previa de la socie­ dad: la atenuación de las diferencias entre las clases facilitaría la creación de la concordia.

Sin entrar de momento en más detalles, lo dicho es suficiente, creem os, para poner al descubierto la riqueza del problematismo de la teoría política griega y de su más o menos fiel traducción a la práctica política, así com o su carácter ejemplar: ejemplar, más que porque haya servido de ejemplo —y también ha servido— porque revela una serie de constantes en el alma humana, en el juego de las ideas y en el de estas y las posibilidades prácticas de su realización. Todo ello, desde luego, sin que lo griego repre­ sente un agotamiento exhaustivo de las posibilidades de evolu­ ción existentes sobre otra base material o incluso sobre la misma.

Esto se ve claro, sobre todo, si se compara la historia y la teoría política griega con la de épocas posteriores: principalmen­ te, con la de Europa a partir de la Ilustración. Así como el estudio de los hechos y teorías griegos ayuda a comprender los hechos y teorías de época moderna, de igual modo, a la inversa,

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la mirada aguzada por el conocimiento de todo lo que ha suce­ dido después de Grecia será más capaz d e comprender lo griego. Reconocerá líneas claras dentro de la complejidad de toda reali­ dad, dará importancia y relieve a ideas o hechos que en Grecia no hicieron más que apuntar sin desarrollar todas sus consecuen­ cias, sentirá el condicionamiento de ideas y desarrollos políticos con respecto a las bases materiales de partida. Hay que tener cuidado, eso sí, de no introducir en la interpretación del pensa­ miento y la Historia antigua esquemas de tipo dogmático o inter­ pretaciones mecanicistas: los hechos y las ideas tienen derecho a una atención directa por sí mismos.

N o es, en suma, el estudio de las ideologías políticas griegas y de su relación con la historia un puro tema erudito sin conexión con el presente. Late en ellas y en sus conflictos algo que es eterno en el hombre, y, por tanto, siempre actual y vivo, aunque ahora estem os intentando, trabajosamente, eliminar aquellos elem entos que pudiéramos calificar de «demasiado humanos», evitando al tiempo una normación de tipo platónico. Si los grie­ gos fracasaron en este mismo empeño, realizado por ellos, desde luego, a una escala más reducida, no dejaron de aportar elemen­ tos útiles para él y de ilustrarnos sobre sus dificultades. Es lo que intentamos hacer comprender en este libro.

Réstanos decir, para terminar, que el Capítulo IV de la Par­ te II y el Epílogo se publicaron antes como artículos de Revista, aunque aquí aparecen profundamente reelaborados; el Capítu­ lo V de la Parte II se ha publicado también parcialmente en forma independiente1. En el resto del libro hay unos pocos pasa­ je s procedentes de otros trabajos nuestros.

1 Cf. E stu d io s C lásicos, 6, 1962, pp. 333-403, y R ev ista de O ccidente, 2, 1964, pp. 19-43; lo esencial de lo relativo a Sófocles en C ap. V, p arte II, se ha pu b licad o tam bién en E stu d io s sobre la Tragedia Griega, C u ad ern o 13 de la Fundación P asto r, M adrid, T au ru s, 1966. L os au to res antiguos se citan por las ediciones m ás usuales. C u an d o no se dice o tra co sa, los frag m en to s trágicos llevan la n um eración de N a u ck , los cóm icos la de E dm onds, los p reso crático s la de Diels, los líricos la d e Diehl con excepción de los elegiacos y yam bógrafos, que llevan la de mi edición.

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Primera parte

LA EDAD ARCAICA

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Capítulo 1

EL HOMBRE ARISTOCRÁTICO

1. C aracterísticas de nuestras fu en tes de la E dad A rcaica.

N o podemos comenzar el estudio de la ideología política y humana del siglo v sin dedicar unos capítulos previos a trazar un bosquejo de sus precedentes en la edad anterior. Estos preceden­ tes son de dos órdenes: de contraste y de anticipación. De un lado, la ideología de las clases aristocráticas que gobernaban en la mayor parte de las ciudades; de otro, los elem entos renovado­ res que, en lucha con esta ideología o admitidos y asimilados por ella, prepararon el terreno para los ulteriores desarrollos del siglo V.

L os caminos del espíritu fueron complicados en Grecia y cualquier simplificación que intente trazar un esquema evolutivo que se desarrolle en línea recta y sea cronológicamente inequívo­ co, deforma la realidad. He aquí algunos ejemplos. Es absoluta­ mente cierto que la cultura griega es una creación de las aristo­ cracias que luego, con determinadas transformaciones, fue acep­ tada en Atenas en el siglo v por masas cada vez más amplias; el cóm o y el por qué de esta evolución, los problemas que planteó, las soluciones que se ofrecieron, es precisamente el tema funda­ mental de este libro, sobre todo en lo relativo al campo político. Pero resulta que la ideología aristocrática hemos de reconstruirla principalmente con ayuda de los poemas de Píndaro y Teognis,

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30 L a E dad A rcaica y sus sistem as d e p ensam iento que son aproximadamente contemporáneos de Esquilo, heraldo de una nueva edad, pero proceden de regiones más arcaizantes que A tenas. Inversamente, la evolución fue más temprana en las ciudades de Jonia, y en Jenófanes o Heráclito hallaremos prece­ dentes de ideas desarrolladas luego dentro del suelo de la demo­ cracia ateniense. Sin embargo, el panorama es mucho más com­ plicado todavía. En la misma B eocia que es patria de Píndaro nace en fecha muy anterior a éste — en el siglo vm — .H esíodo, precedente remoto de Solón y, en definitiva, de Esquilo: sin duda es en este caso la distinta procedencia social de los dos poetas — la aristocracia en el caso de Píndaro; las clases campesinas en el de Hesíodo— lo que explica la diferencia. Pero tampoco po­ dem os aislar com o productos puros una ideología aristocrática y una democrática y mucho menos encarnarlas en personalidades concretas: Píndaro y Teognis presentan ya huellas abundantes del moralismo de la nueva edad en que viven; en Arquíloco, en abierta oposición en tantos puntos al ideal aristocrático, encon­ traremos en otros una coincidencia absoluta con el mismo; otras v eces, ciertas ideas generales no han sido desarrolladas suficien­ tem ente para extraer de ellas todas sus consecuencias prácticas en cuanto a la política y las normas de conducta; y más compli­ cado todavía es el juego de las ideas en el siglo v , con sus acciones y reacciones, síntesis y retrocesos, nuevos problemas y nuevas soluciones.

A sí, pues, el ideal aristocrático de que vamos a ocuparnos en este capítulo es más bien una abstracción. L os puntos de apoyo para la reconstrucción son Homero, que lo encarnó en sus poe­ mas en una época anterior a la reforma del mismo desde el siglo vil; Píndaro y Teognis, que proceden de la época de su decadencia e introducen elem entos nuevos; otros autores de ideología en parte diferente, pero que conservan más o menos elem entos del fondo cultural común que es la ideología aristocrá­ tica; los mismos datos históricos que tenemos sobre las aristo­ cracias de las diversas ciudades, entre ellas Esparta, que repre­ senta una modificación de la aristocracia tradicional; y, si se quiere, las sobrevivencias de la mentalidad y la política aristocrá­ ticas en la edad posterior. El ideal aristocrático así abstraído se encontrará en la práctica, en los casos accesibles a nosotros, mezclado con elem entos extraños. Ello debe sorprender tanto menos cuanto que, com o veremos, estos elem entos extraños están con frecuencia implícitos en la concepción aristocrática, de la que representan un desarrollo y ampliación. De manera aná­ loga hemos de ver más adelante que hay varias concepciones

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democráticas en Grecia y no una sola. Siempre hay en ellas mezcla de una innegable evolución, de elem entos culturalmente de edad diversa y aun de regresiones.

Como habrá podido verse el material que para este estudio hemos de utilizar procede ya del campo de la Historia, ya de la Literatura, ya de la Filosofía. Esto no debe causar extrañeza porque en definitiva todos los fenóm enos culturales de una épo­ ca son solidarios entre sí. Como decíamos en el Prólogo, es una conquista relativamente reciente la de utilizar los textos literarios para trazar la historia de las ideas: en la poesía griega de la época arcaica encontramos todos los temas y problemas de la filosofía posterior, pues el poeta, que, sea Homero o H esíodo, Sófocles o Píndaro, se considera inspirado por la divinidad, es el «sabio» por excelencia y es tenido unánimemente com o maestro de su pueblo. N o es, pues, la Literatura una pura diversión sin contacto con la realidad social o el pensamiento contemporáneo, y cada vez se hace más precisa la síntesis entre «Literatura» y «Filosofía» — com o la que se realiza, por ejemplo, en la Paideia de Jäger1, la Dichtung und Philosophie des frühen Griechentums de Fränkel2, la Entdeckung des G eistes de S n ell1 y en otros libros; y entre ambas y lo que tradicionalmente se viene llamando Historia— com o en los recientes intentos de Schachermeyr4 y Burn5. Por este camino, cuya licitud ya nadie puede poner en duda y que supera esquemas anticuados com o el de oponer una época de Filosofía natural a otra de Filosofía humana, marcha­ mos en el presente libro, como ya quedó advertido.

El pensamiento racional conoce en la época arcaica una difu­ sión y generalización inferior a la de la siguiente y a ello debe atribuirse el que los nuevos sistemas ideológicos sólo entre vaci­ laciones se abran paso. En Esquilo o en el propio Platón sólo puede hablarse de líneas generales de un sistema ideológico al que se tiende, lo que no excluye las múltiples variaciones según el tema de la tragedia o el diálogo, ni el resurgir de elementos arcaizantes más o menos orgánicamente amalgamados con los nuevos. Con mayor motivo ha de quedar esto patente en la época arcaica. Por citar un ejemplo, es curioso ver cóm o en la Elegía a las Musas de Solón del tema del castigo de la riqueza injusta se pasa insensiblemente al de las vanas esperanzas de los hombres y

1 T raducción española, M éxico, 19462. 2 N ew Y ork, 1951.

’ T rad u cció n inglesa, O xford, 1953 (trad, española, M adrid, 1965). 4 G riechische G eschichte, S tu ttg art, 1960.

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32 L a E d ad A rcaica y sus sistem as de p ensam iento su fracaso, al de las ilusiones sobre sí mismos, al de sus esfuer­ zo s con frecuencia fallidos por un mal cálculo — para volver al final al del castigo de la riqueza injusta— . En vez de dividir el poem a en dos o descubrir en él interpolaciones, com o hacía la crítica decimonónica, hoy vem os en casos com o este — ¡y qué no hem os de decir cuando se trata de poemas diversos de un mismo autor!— una cierta incoherencia arcaica, que ve un fenóm eno desde distintos puntos de vista, sin intentar reducirlos a unidad. En Píndaro o Esquilo podríamos recoger igualmente toda clase de sentencias contradictorias sobre el comportamiento de la divi­ nidad. En general puede decirse que los elem entos culturales «recientes» sólo a veces se ven com o incompatibles con los viejos y sólo poco a poco los expulsan. Esto ocurre también en los autores convencionalmente separados de los demás en cali­ dad d e filósofos. Para Heráclito, por ejemplo, la Sabiduría «quiere y no quiere ser llamada Zeus»; es decir, Zeus es concebible com o un principio racional y al mismo tiempo no lo es. Todo el admi­ rable esfuerzo de estos autores por lograr sistemas de pensa­ miento coherentes, no logra salir de una vacilación entre la afirmación de un conocimiento racional y uno revelado6, de un dios que es pura abstracción impersonal y uno que es una fuerza activa personal7, etc. De ahí las dificultades que surgen en la interpretación de sus ideas cuando queremos hacerlas responder a planteamientos que no son los de sus autores, al menos cons­ cientem ente. La dificultad es aún mayor en el terreno de lo humano: para construir, por ejemplo, el sistema ético y político de Heráclito nos veríamos forzados a añadir a sus máximas una gran dosis de interpretación moderna que no siempre iría de acuerdo con otras máximas.

Sucede que los diversos intentos de poetas y filósofos para formular un nuevo ideal humano y político fundado en principios universales — el de la identificación de la Justicia y la Ley con la Razón y la Verdad— operan sobre la base de un pensamiento aristocrático que no reviste formulaciones generales, sino que se expresa más bien mediante el ejemplo — mito, fábula, compara­ ción, anécdota— y la máxima, que responden a situaciones cam­ biantes. Se trata de una sabiduría tradicional, de un espejo de conducta puesto en el pasado y en lo aceptado tradicionalmente, que no tiene por qué tener una coherencia absolutamente riguro-6 Cf. Snell, «H um an K now ledge and divine K now ledge», en ob. cit., trad, ingl., p. 136 ss.

7 Cf. Gigon, «Die T heologie der V o rso k ratik er» , en L a notion du divin, p. 136 ss.

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33 sa. El mundo del mito y de la fábula ofrece un vasto campo para la elección y aun así presenta ya a Píndaro dificultades ideológi­ cas; también las máximas, decíamos, ofrecen puntos de vista diferentes según los casos. Los espíritus innovadores siguen fun­ damentalmente los mismos procedimientos de expresión: en máximas se expresan Heráclito y Demócrito lo mismo que Focíli- des, Teognis o Píndaro; en fábulas y anécdotas Arquíloco; Solón utiliza la comparación de Zeus disipando las nubes para hacer comprender el castigo de la injusticia; etc. O aceptan el lenguaje hímnico de la literatura profética, así Anaxágoras, Empédocles y el mismo Parménides.

En cuanto a las fuentes más propiamente históricas, hay que añadir que su conexión con las literario-filosóficas debe de ha­ cerse después de una interpretación cuidadosa. N o cabe duda de que el desarrollo de las ideas está en relación con la estructura social de las diferentes épocas y ciudades, según hemos señalado anteriormente, y cada vez se ve más claro el influjo de hechos económ icos — la introducción de la moneda, el desarrollo del comercio— en la creación de nuevas clases de ricos no nobles y en el empobrecimiento de los cam pesinos, hechos ambos que favorecen la creación de una nueva ideología o facilitan su difu­ sión y acción eficaz. La correspondencia entre ciertos sistemas de gobierno y ciertas ideas es clara y los versos de Solón y de Tirteo reflejan, respectivamente, las ideas que subyacen a la constitución solónica de Atenas y al régimen espartano, respecti­ vamente. Cuando no tenem os estos intérpretes contemporáneos, el estudio de las reformas de los tiranos Cípselo, Periandro y Pisistrato o del demócrata Clístenes nos ilustran suficientemente sobre el pensamiento que las inspira. N o conviene, sin embargo, perder de vista las circunstancias que separan el pensamiento puro de su realización política, siempre más lenta, menos mati­ zada y más rígida; de otra parte, más conservadora en ciertos aspectos.

Conviene todavía tocar un último punto que es fundamental para la comprensión de todo lo que sigue. El carácter fragmenta­ rio de nuestra documentación y aun la falta de interés sistemático de la mayor parte de los autores se suple en cierto modo gracias al hecho de la unidad de principio ¡que siempre existe entre la concepción del hombre, del mundo y de lo divino: ya hablamos de ello en el Prólogo. Tanto es así que con frecuencia la labor del siglo V consistirá principalmente en generalizar, es decir, sacar todas las consecuencias posibles de principios ya sentados en un dominio determinado. En primer término, el ideal político y el

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34 L a E d ad A rcaica y sus sistem as de p ensam iento humano son coincidentes: hasta la época helenística no llegaron lo s griegos al inmoralismo o al cansancio de proclamar un ideal humano que renunciara a verterse en la práctica política. Primi­ tivo o evolucionado, moral o inmoral el ideal es unitario en la aristocracia cantada por Píndaro y añorada por Teognis, en So­ lón, en Heráclito, como luego en el siglo v en Esquilo, Protágo­ ras, Demócrito, Calicles, Platón... Pero puede suceder que en algunos aspectos no esté explicitado o deducido con plena conse­ cuencia, como ocurre en H esíodo o en el mismo Heráclito.

D e otro lado, el hombre es concebido com o de la misma naturaleza que el dios, aunque sea inferior a él en fuerza8. Pues bien, este panorama de la edad arcaica se traduce en el hecho de que a una mayor racionalización de la idea de Dios corresponde una paralela de la del hombre. Al dios de Heráclito que es puro

sophón «sabiduría», logos «razón», nomos «ley», responde una

imagen del hombre en la que destaca el nóos o inteligencia. El D ios de Jenófanes gobierna con su puro espíritu (vóa>); y el tipo más alto de hombre es para él el del sabio, el del propio Jenófa­ nes. Pero esta razón tendrá una consecuencia política: las leyes humanas derivan de las divinas según Heráclito y la sabiduría es la virtud esencial para la ciudad según Jenófanes. Por incomple­ tos que sean estos esquem as, en ellos está el germen de todas las concepciones humanas y políticas del siglo V . En H esíodo y Solón hay hechos paralelos, aunque se acentúa el aspecto de dike o Justicia de la ley divina y de la ley de la ciudad. De otra parte, a una concepción de Dios en que este no tiene norma fija en su obrar — com o la que predomina en Homero y es luego frecuente pese a todo— responde una imagen del hombre com o ser carente también de norma fija que garantice el é x ito 9. La idea de la medida com o única posibilidad de acierto para no atraerse la ruina —el hombre es más débil que el dios y debe aceptar una limitación respecto a él— procede de este orden de ideas y tiene un amplio reflejo en la política aristocrática. Por supuesto, hay múltiples imprecisiones y aun contradicciones en la exposición de estas ideas, según dijimos ya.

Finalmente, la concepción del mundo es, com o ya sabemos, solidaria en el fondo de la del hombre y D ios, bien que aquí haya que hacer dos salvedades: que con frecuencia se ha expuesto sin acompañarla de una doctrina paralela del hombre, que está sólo

* «Ciencia griega y C iencia m oderna», R ev. U niversidad de M adrid, 11, 1961, p. 361 s.

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