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Servidores y testigos de la Verdad. Meditaciones 7. Descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos

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Academic year: 2021

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“Servidores y testigos

de la Verdad”

Meditaciones 7

Descendió a

los infiernos,

al tercer día

resucitó de entre

los muertos

(2)

Catecismo de la Iglesia Católica

631-655

Compendio 125-131

Youcat 104-108

ÍN

D

IC

E

Edita: Arzobispado de Madrid C/Bailén, 8. 28071. Madrid www.misionmadrid.es

Jesucristo descendió a los infiernos... 3 Al tercer día resucitó de entre los muertos...3 - Acontecimiento histórico y transcendente....3 - El cuerpo del resucitado...4

- La resurrección es una intervención trascendente de Dios en la historia... 4 - La resurrección, obra de la Trinidad... 5 - Sentido y alcance salvífico de la resurrección.5 - Los efectos de la resurrección...6 - Justificación...7 - Filiación...7

Para la reflexión y el diálogo, la oración y la vida..8

Meditaciones 7

Descendió a

los infiernos,

al tercer día

resucitó de entre

los muertos

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Jesucristo descendió a los infiernos

El abajamiento del Verbo de Dios, que se inició cuando se hizo carne en el seno de la Virgen María, llegó a su punto culminante cuando descendió Jesús a los abismos de la muerte. Jesús, como el buen pastor, no dudó en ir a buscar a la oveja perdida. Esa oveja era Adán (la humanidad entera), a quien por su desobediencia se le habían cerrado las puer-tas del paraíso y que había sido condenado a volver al polvo de la tierra de donde había salido. Al morir Jesús y ser se-pultado, el Señor de la vida volvió a insuflar el aliento vital en Adán y lo levantó del sueño de la muerte, abriéndole las puertas del paraíso.

Así pues, hemos de ver en este misterio la última fase de la misión redentora que el Padre le confió al Hijo.

Al tercer día resucitó de entre los muertos

Esta es “la verdad culminante de nuestra fe… Verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, es-tablecida en los documentos del Nuevo Testamento, predi-cada como parte esencial del Misterio pascual al mismo tiempo que la cruz” (Catecismo 638).

Recorramos sucintamente los aspectos desarrollados por el Catecismo en torno al misterio de la resurrección de Jesús.

Acontecimiento histórico y trascendente

Tras el abajamiento de Jesús hasta los infiernos, vino la exaltación. El Padre no abandonó al Hijo en el abismo de la muerte. Rompió las cadenas de la muerte y Cristo salió triun-fante del sepulcro. Un sepulcro que, como vemos en los re-latos evangélicos, está vacío.

Los ángeles fueron los primeros en explicar el sentido de lo acontecido. Se lo comunicaron a las mujeres aquella ben-dita mañana; les invitaron, de hecho, a no buscar más entre los muertos al que vive (Lucas 24,5).

Más tarde, Jesús resucitado en persona se apareció a las mujeres, y por último, al final de aquel primer día de la semana, se encontró con los Once, reunidos en el Cenáculo, atónitos por lo sucedido y no queriendo creer a lo que las mujeres les decían: Hemos visto al Señor (Lucas 24,36-41).

Meditaciones 7

Descendió a

los infiernos,

al tercer día

resucitó de entre

los muertos

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El cuerpo del resucitado

Nuestra fe confiesa que Cristo vive. Vive con un cuerpo real y de carne como el nuestro, pero que ya no está some-tido ni al espacio ni al tiempo. Se trata de un cuerpo resuci-tado que se presenta bajo formas diferentes y en lugares distintos y distantes entre sí. Es un cuerpo que ya es todo de Dios, poseído por completo por su Espíritu y que participa de la gloria propia de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, a la que permanece unida indisolublemente por toda la eternidad.

La resurrección es una intervención trascendente de Dios en la creación y en la historia

Ciertamente el momento de la resurrección no fue pre-senciado por ningún testigo ocular. Nadie, ni los soldados que custodiaban el sepulcro, vieron a Jesús salir de él. Cuando llegaron las mujeres, se encontraron con que la pie-dra estaba movida y que el cuerpo ya no estaba. Jesús re-sucitado no se dejó ver sino por unos pocos, que incluso llegaron a comer con él.

En la resurrección de Jesús no sucedió como en otras obras de Dios, en las que se da un actuar conjunto de cau-sas naturales y de la providencia divina. Lo que sucede, por ejemplo, cuando alguien se cura: Dios interviene devolviendo la salud al enfermo, mas, al mismo tiempo, contamos con la eficacia de la ciencia médica y, por lo general, también con la actuación de los fármacos. En la resurrección, sin em-bargo, no hubo intervención de causas segundas. Todo fue obra de Dios. De ahí que se diga que fue una intervención suya trascendente. Se añade, por otra parte, que fue en la creación y en la historia, porque, aun siendo el Verbo de Dios el que resucitó, era un hombre exactamente como los demás, una criatura entre otras y un personaje como tantos de la historia.

La resurrección, obra de la Trinidad

Las primeras confesiones de fe, las que están recogidas en los escritos del Nuevo Testamento, cuando hablan de la resurrección, atribuyen todo el protagonismo al Padre. De Él se dice que resucitó a Jesús de entre los muertos. Esta frase

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se convierte en las cartas de san Pablo en una especie de aposición al nombre mismo de Dios: Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que lo resucitó de entre los muertos (Ro-manos 1,3-4). Con toda razón, por tanto, el Catecismo habla, en primer lugar, de la originalidad de la intervención del Padre en la resurrección del Hijo. El Padre resucitó al Hijo hecho carne, y, de este modo, introdujo en el seno de la Tri-nidad a la humaTri-nidad entera.

Sin embargo, se puede decir igualmente del Hijo que re-sucitó con su propio poder y virtud. De hecho, Jesús anun-ció que tenía que padecer y morir, pero también que iba a resucitar, dándole a este término un sentido activo. Afirmó asimismo que tenía poder tanto para entregar la vida como para recuperarla (cf. Juan 10,17-18).

Asimismo la resurrección es vista en los escritos del Nuevo Testamento, fundamentalmente en las cartas de San Pablo, como una manifestación singular del poder del Espí-ritu Santo (cf. Romanos 8,11).

Sentido y alcance salvífico de la resurrección

Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, y vana es también vuestra fe, (1 Corintios 15,14). Efectivamente, si Cristo no hubiera resucitado no tendría ningún sentido hablar de Él para suscitar la fe y la confianza en su persona y en su obra. Mas la resurrección nos viene a confirmar que hay “Al-guien” que está más allá y por encima del aquí y del ahora. La resurrección nos habla de que Dios existe; y nos dice también que los justos, los que creen en Dios, los que es-peran en Él, los que lo arriesgan todo por Él, como lo hizo Jesús, pueden vivir confiados.

La resurrección de Cristo, tal y como anuncia Pedro en la mañana de Pentecostés (cf. Hechos de los Apóstoles 2,14-36), es el modo que tiene el Padre de reivindicar que era verdad cuanto Jesús había dicho y enseñado acerca de sí mismo, acerca de Dios, acerca del Templo, acerca de la Ley, acerca del Sábado, etc.

Pero también porque Jesús resucitó, podemos decir que era verdad lo que le dijo el ángel a María: Heredará el trono de David, su padre (Lucas 1,33) y se llamará Hijo de Dios (Lucas 1,35). También era verdad lo que dijeron los ángeles

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en el momento de su nacimiento: Os ha nacido el Mesías, el Señor (Lucas 2,11). No mintió la voz del Padre que lo pro-clamó por dos veces su Hijo amado (cf. Mateo 3,17; 17,5). Con razón Pedro lo confesó como el Mesías, el Hijo de Dios Altísimo (Mateo 16,16). Y no dijo tampoco ninguna tontería aquel centurión romano que le vio morir de muerte tan igno-miniosa en el patíbulo de la cruz, y que, sin embargo, no dudó en proclamar: Verdaderamente éste era Hijo de Dios (Marcos 15,39).

En definitiva, cuanto la Iglesia enseña sobre Jesús como Salvador, como Mesías y como Hijo de Dios, descansa y se apoya en un hecho trascendental, pero innegable, y es que resucitó. Si quitamos la resurrección, el resto del edificio se nos derrumba.

La resurrección, como nos recuerda el Catecismo, nos da la prueba definitiva de la autoridad divina de Jesús. Hemos, pues, de escucharle como quien escucha al Padre que lo envió. Hemos de acoger sus enseñanzas, sabiendo que son palabras de vida, y de vida eterna. Y hemos de de-sear estar unidos a Él, como lo están los sarmientos a la vid, para poder vivir la vida de Dios que se nos ha regalado.

Los efectos de la resurrección

La razón de causa-efecto que existe entre el resucitado y la humanidad viene dada porque quien resucita es el nuevo Adán. En Jesús estamos representados todos los hombres. Por eso, lo que le sucede a Él repercute en todos nosotros. En el cuerpo del Resucitado, la humanidad ha vencido al pe-cado y a la muerte y puede acceder a su verdadera voca-ción: ser hijos de Dios.

Esto quiere decir que la salvación no se limita tan sólo al perdón de los pecados. La salvación supone que la condena de muerte que pesaba sobre la humanidad ha quedado abo-lida y, a cambio, Jesús, tal y como explicó en sus parábolas, nos introduce en el Reino de Dios, su Padre, y nos sienta a su mesa, para que comamos y bebamos con Él en el ban-quete celestial por toda la eternidad.

Para que nuestra fe en la resurrección final no decaiga, sino, al contrario, se afiance día a día, el Señor resucitado ha querido dejarnos su Espíritu, el Espíritu Santo. El mismo

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Espíritu por medio del cual el Padre resucitó a Jesús de entre los muertos y que vivificará igualmente nuestros cuerpos mortales (cf. Romanos 8,11). Mientras tanto, el Espíritu actúa ahora en el corazón de los fieles, dando muerte al pecado y haciéndolos vivir para Dios. Vamos experimentando así la fuerza de la resurrección, que nos hace pasar de la muerte a la vida, del hombre viejo al hombre nuevo.

Justificación

¿A qué llamamos justificación? Al perdón de los pecados obtenido por gracia de Dios en virtud de que Cristo se ha puesto en nuestro lugar. Él, ofreciéndose como víctima por nuestros pecados, ha hecho justos y a los que éramos in-justos y pecadores.

A esta iniciativa divina el hombre tiene que responder. Cada uno de nosotros está llamado a colaborar, es decir, a asentir desde la fe a la voluntad de Dios, aceptando los ca-minos que la providencia divina nos propone como caca-minos de salvación. Esta cooperación, que es también sostenida y animada por el Espíritu Santo, es necesaria para que el hom-bre justificado pueda alcanzar la plena posesión de la vida divina.

Filiación

Esto es lo más maravilloso que le ha podido suceder a la humanidad. Jesús nos ha regalado la condición que desde toda la eternidad Él poseía como Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Si Él es el Hijo, nosotros somos hijos de Dios en Él, porque en Él vivimos, como los sarmientos viven gracias a que están injertados en la vid.

Sabemos, además, que somos hijos porque Jesús no se ha avergonzado de llamarnos hermanos y ha tenido a bien compartir con nosotros la condición humana. Y, al subir al cielo, subió ya no sólo como Hijo eterno de Dios, sino tam-bién como Hijo del hombre, aquel que fue engendrado y nació del seno virginal de María.

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Para la reflexión y el diálogo

- A veces el dolor, la injusticia, la violencia, el sufrimiento de los inocentes y la muerte nos han llevado a pensar que la vida no tiene ningún sentido, que no hay razón ni motivos para la esperanza ¿Podrías contar y compartir alguna experiencia concreta?

- ¿Cómo y por qué la fe que confiesa que Jesús descendió a los infiernos y resucitó cambia esa percepción de la re-alidad y nos abre a la esperanza?

- Si Jesús no hubiera resucitado, ¿a qué quedaría reducida su obra?

Para la oración

Evangelio según San Marcos (16, 9-15):

Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la se-mana y se apareció en primer lugar a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ésta fue a comuni-cárselo a los que lo habían acompañado, que estaban tristes y seguían llorando.

Ellos, a pesar de oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron. Después de esto se apareció, con as-pecto diferente, a dos de ellos que iban de camino hacia el campo. También fueron a dar noticia a los demás. Pero tam-poco les creyeron.

Por último, se apareció a los once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y su terquedad, por no haber creído a quienes lo habían visto resucitado.

Concluimos dando gracias a Dios y bendiciéndole por la resurrección de Jesús y por los muchos be-neficios que trajo a toda la humanidad y para cada uno de nosotros. Es necesario que tomemos con-ciencia de estos dones para poder vivir esperan-zados y gozosos en el momento presente, anticipando lo que será nuestra condición gloriosa que se nos revela en el Señor resucitado.

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Gracias por tu resurrección

Te alabamos y te glorificamos, Señor Jesús resucitado, Cordero inmolado que quitó el pecado del mundo, porque con tu muerte has destruido nuestra muerte y con tu rrección has restaurado la vida. Contigo todos hemos resu-citado.

Gracias a tu entrega ha sido demolida nuestra antigua miseria, reconstruido cuanto estaba derrumbado y renovada en plenitud la salvación.

Gracias a ti, los hijos de la luz amanecen a la vida eterna y los creyentes atraviesan los umbrales del reino de los cie-los.

Haz que, creyendo en ti, vencedor de la muerte, vivamos una vida nueva y que un día podamos resucitar y reinar con-tigo gloriosamente por toda la eternidad. Amén.

(Inspirada en los prefacios del tiempo de Pascua)

Para la vida

- A tu juicio y desde tu experiencia, ¿cuáles son los princi-pales obstáculos que el hombre de hoy encuentra para aceptar el misterio de la resurrección de Jesús y abrirse a él? ¿Cómo podemos ayudarle a vencerlos

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ORACIÓN PARA LA MISIÓN MADRID

Señor Jesucristo,

Hijo de Dios vivo y Hermano de los hombres, te alabamos y te bendecimos.

Tú eres el Principio y la Plenitud de nuestra fe. El Padre te ha enviado para que creamos en Ti y, creyendo, tengamos Vida eterna.

Te suplicamos, Señor, que aumentes nuestra fe: conviértenos a Ti,

que eres la Verdad eterna e inmutable, el Amor infinito e inagotable. Danos gracia, fuerza y sabiduría para confesar con los labios y creer en el corazón que Tú eres el Señor Resucitado de entre los muertos. Que tu Caridad nos urja

para encender en los hombres el fuego de la fe y servir a los más necesitados

en esta Misión Madrid que realizamos en tu nombre a impulsos del Espíritu.

Te pedimos con sencillez y humildad de corazón: haznos tus servidores y testigos de la Verdad; que nuestras palabras y obras

anuncien tu salvación y den testimonio de Ti para que el mundo crea.

Te lo pedimos por medio de Santa María de la Almudena,

a quien nos diste por Madre al pie de la cruz y nos guía como Estrella de la Evangelización para sembrar en nuestros hermanos la obediencia de la fe.

Amén.

Referencias

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