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EL NEOLÍTICO Y LA ETAPA SEDENTARIA

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EL NEOLÍTICO Y LA ETAPA SEDENTARIA

en el occidente de México

Arqlgo. Joel Santos Ramírez Centro INAH Sinaloa

L

a modificación del régimen climático ocurrida en el Holoceno, particularmente durante el óptimo climático o periodo Altitermal (6,000-2,500 a. C.), ha sido interpretada como el principal factor que estimuló el paso de la caza y la recolección a la agricultura como una respuesta adaptativa de los grupos humanos al medio. Las condiciones climáticas favorecerían la transición del recolector al productor de alimentos; dicha transición se produciría en regiones de fértiles crecientes, donde el suministro de alimento produjo cambios radicales en la vida de los grupos nómadas, los cuales eventualmente adoptarían una vida sedentaria. Ese proceso fue mucho más complejo que una simple manipulación genética del maíz y la intensificación de su cultivo (McClung y Zurita, 1994:210). Ese cambio es visible en el registro arqueológico en las herramientas de piedra pulida, con la aparición de la cerámica y a través de las evidencias botánicas. No obstante, uno de los rasgos distintivos de ese proceso fue la forma como apareció y se fue desarrollando una arquitectura permanente, resultado de todas las aprehensiones y logros que

El periodo Neolítico en Mesoamérica iniciaría alrededor del año 2500 a.C., precedido por los periodos Cenolítico inferior (9500-7000 a.C.), Cenolítico superior (7000-5500 a. C.) y Protoneolíti-co (5500-2500 a.C.), en los cuales la apropiación de alimento se realizaba por medio de industrias líticas precerámicas. Los grupos humanos habitaban en abrigos rocosos o cuevas naturales, así como en campamentos abiertos, ambos tipos evidenciados por artefactos y fogones asociados con fauna y flora (McClung y Serra, 1993:147). La industria lítica que caracterizó al periodo Cenolítico inferior (Paleoindio) son las puntas acanaladas, mientras que al Cenolítico superior (Arcaico) pertenecen las puntas foliáceas (Mirambel, 1994:196); en el Protoneolítico el tamaño de las piezas de la industria lítica disminuyó, mejorando la calidad y refinamiento de la talla; la cantidad de instrumentos de molienda origen a una nueva etapa cultural caracterizada por la emersión de aldeas organizadas.

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La etapa precerámica está poco documentada en el occidente de México, lo que ocurre en general en todo el país debido a los escasos sitios encontrados y a las pocas evidencias recuperadas (Acosta, 2007:10). Los sitios precerámicos en el occidente, por lo menos los dos casos registrados hasta hoy, están asociados a contextos costeros y al empleo de piedra riolita en las industrias líticas; se trata del complejo Matanchen, registrado en un sitio conchero en las inmediaciones de San Blas, Nayarit (2000 a.C.) (Mountjoy et al 1972: 1242, 1243), y el complejo Chicayota precerámico del sitio estuarino La Flor del Océano, en el sur de Sinaloa (Santos y Vicente 2010, 2012; Santos y Orduña 2011; Santos et al., 2013). Este último sitio es de importancia singular porque los instrumentos líticos ahí encontrados (raspadores laterales, compuestos y en núcleo; cuchillos y lascas con retoque, así como diversas puntas de proyectil, la gran mayoría de forma foliácea) se asocian a un paleosuelo con un periodo de desarrollo muy amplio, posiblemente de miles de años (Quintana, en prensa). Algunas de las puntas de proyectil recuperadas en La Flor del Océano son similares a las que Richard MacNeish reportó en los estratos más tempranos de varios sitios en Tamaulipas (1958) y que nombró como “puntas Lerma” (MacNeish y Nelken-Terner 1983:74-76). También fue identificada una punta del tipo Abasolo (Mac Neish y Peterson, 1962:22). La industria lítica del sitio La Flor del Océano (fig. 1) podría remontarse al periodo Cenolítico superior, entre los años 7000 y 5000 a.C. Por lo tanto, la etapa precerámica en el occidente de México se encontraría ubicada en la zona costera noroccidental, en la región que comparten Nayarit y Sinaloa, y estaría representada por un periodo “arcaico costero” caracterizado por la presencia de grupos cazadores-recolectores que vivieron en la cercanía de los estuarios y que se beneficiaban del agua dulce, la flora y la fauna de esos ecosistemas, pero que también explotaron diversos productos del mar y posiblemente desarrollaron un arte rupestre (grabados en piedra). Durante el periodo Altitermal (6000-2500 a.C.) todo el noroeste de México sufrió temperaturas muy cálidas

hacia regiones templadas. Sin embargo, ello no parece haber sucedido al sur de Trópico de Cáncer, donde las condiciones al parecer no fueron tan extremas y los recursos alimenticios eran abundantes; si a esto agregamos la existencia de bancos de riolita (materia prima de gran importancia para la fabricación de herramientas), no había razones para que los grupos de cazadores recolectores abandonaran la costa y se internaran en otras regiones. El abandono de la costa se produciría tiempo después pero por otros factores: las transgresiones y regresiones marítimas (variaciones climáticas holocénicas). La última transgresión importante en la región se presentó en las costas de Nayarit durante el Cuaternario tardío y disminuyó en el año 3000 a. C. La regresión tuvo lugar entre los años 2750 y 1600 a.C. (Curray et al, 1967). Durante esa época, que coincide más o menos con el Protoneolítico, las costas de Sinaloa y Nayarit se encontraban abandonadas. Serían repobladas muchos años después, a partir del 600 d.C.

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Alrededor del año 2500 a. C. iniciaría el Neolítico en Mesoamérica; concluiría con la aparición de los centros urbanos alrededor del año 200 a.C. Las evidencias más tempranas de ese periodo no corresponden propiamente a la presencia de cerámica, ya que la aparición de esa industria fue consecuencia de otros factores; corresponden más bien a la transformación tecnológica que tuvo la industria lítica con el inicio de la agricultura, al desarrollarse instrumentos especializados para la molienda y el procesamiento de granos. Como parte de esa transformación también aparecería la arquitectura, es decir, la apropiación, adaptación y construcción de espacios para facilitar el desarrollo de nuevas actividades. Eso hizo posible el establecimiento de campamentos estacionales, origen de los asentamientos permanentes y del desarrollo del urbanismo. Los grupos cazadores recolectores acamparon en regiones de Tehuacán (Puebla) en cuevas hasta el 3400 a.C. A partir de entonces se inició la construcción o adaptación de viviendas semisubterráneas realizadas con materiales perecederos. La estructura doméstica más antigua en Mesoamérica proviene de esa región: una pequeña casa ovalada y semisubterránea (3000 a.C.) (MacNeish y García 1972:158-160). Los grupos humanos antes nómadas se volvieron sedentarios con el descubrimiento de la agricultura, situación que favoreció el desarrollo de diversas industrias, algunas ya conocidas y otras completamente nuevas. La cerámica fue una de las industrias que aparecerían en ese periodo, pero no de manera inmediata: tuvo lugar tiempo después de que las poblaciones comenzaran a organizarse en asentamientos permanentes. La vida sedentaria se caracterizó desde el año 2500 a.C. por la consolidación de una arquitectura y el establecimiento de pequeños poblados, lo cual promovería la creación de industrias y, con ellas, el desarrollo de nuevas actividades. Apareció una economía agrícola desarrollada y una organización social. Surgiría la agricultura y ocuparía un lugar primordial en

En este periodo los grupos humanos se congregaban en aldeas pequeñas o grandes pero dispersas. Las cuevas continuarían habitándose, pero solamente como abrigos y para realizar enterramientos. Las aldeas se establecerían a lo largo de las afluentes de los ríos, en las laderas de los cerros, en la costa y alrededor de los lagos; las casas se construirían de materiales perecederos y algunas viviendas serían semisubterráneas (Piña Chan, 1975:65-70).

El Neolítico en el occidente de México es apenas apreciable en sus etapas finales debido a la falta de evidencias e investigaciones arqueológicas. No obstante, la ausencia de los elementos característi-cos de ese periodo permite establecer algunas hipótesis sobre su desarrollo, pues a partir del 1500 a.C. ya existían culturas con una cerámica desarrollada asociada a prácticas funerarias, lo cual invariablemente fue antecedido por un proceso cultural de apropiación y adaptación de recursos naturales y espacios geográficos.

Foto 1. Punta de proyectil bifacial tipo lerma, industria precerámica del sitio La

Flor del Océano (7000 - 5000 a. C).

La etapa más importante de este periodo ocurrió entre 1800 y 1200 a.C., con el aumento de la población y la proliferación de aldeas. El paulatino desarrollo de la vida aldeana conduciría a un periodo más avanzado en el que se intensificarían los asentamientos en torno a los ríos y las costas, en lugares elevados y valles. Las poblaciones reducidas se agruparían en aldeas compuestas de chozas realizadas todavía con materiales perecederos, algunas de las cuales descansaban sobre plataformas o cimientos de piedra. Los mejores ejemplos de ese periodo proceden de regiones y sitios que tuvieron una importante continuidad cultural, particularmente en la cuenca de México y el valle de Oaxaca. En Oaxaca las aldeas permanentes aparecieron alrededor del 1500 a.C.; se trataba de asentamientos con estructuras rectangulares de bajareque en sitios del valle de Oaxaca, Nochixtlán y en la Mixteca Alta, núcleos originales de los zapotecos y mixtecos (Winter, 1993:265-267).

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Entre los años 2500 y 1200 a.C., los pobladores del occidente de México practicarían la agricultura, vivirían en villas organizadas, en poblados asentados en zonas lacustres, en las márgenes de los ríos, lagunas y arroyos; su arquitectura sería de materiales perecederos, de madera y arcilla, básicamente de morillos entramados y rellenos de lodo, posiblemente con techos de palma, tal vez cimentados sobre estructuras de poca altura, sobre todo para evitar inundaciones. Es posible que la piedra haya sido utilizada en algunas regiones pero solo en las cimentaciones. Las trazas de los poblados pudieron haber sido en algunos casos circulares: el antecedente de las construcciones de este tipo corresponde a etapas tardías, pero la mayoría debió adaptar su forma a las características de la región (las márgenes de los ríos o zonas de lomeríos, etc.). Al parecer durante ese periodo las costas no se encontraban habitadas, pues el sitio El Calón, en el sur de Sinaloa, cuya antigüedad se estimaba entre el 4000 y el 1750 a.C. (Scott y Foster 2000), resultó ser

Las características fisiográficas del occidente de México (montañas, volcanes, zonas lacustres, regiones fluviales, marismas y extensas costas) propiciarían el desarrollo de diversos asentamientos durante el Neolítico, sobre todo en su etapa final, durante el periodo Formativo (1500 a.C-100 d.C.). A partir de los escasos ejemplos encontrados en otras regiones mesoamericanas podemos proponer que en el occidente las villas o aldeas estuvieron conformadas por agrupaciones de casas dispuestas en entornos físicos y biológicos óptimos para el desarrollo de actividades agrícolas y artesanales; debieron ser construcciones sencillas, en ocasiones asentadas sobre plataformas también sencillas, realizadas con muros de tierra o adobe. Las habitaciones debieron ser rectangulares y con un solo acceso; los techos estaban sostenidos con postes; el empleo de la piedra era muy reducido por su escasez en algunas regiones y en otras porque no era el material térmico adecuado, sobre todo en zonas cálidas, o simplemente porque no fue un material necesario y no existía la tecnología para darle un uso diferente del que tuvo en las cimentaciones. En general, la piedra no fue un material muy requerido en la arquitectura aldeana mesoamericana. De hecho, su empleo masivo corresponde a etapas tardías al surgimiento de los centros ceremoniales (Santos, 2000:138-146). Las características geográficas y las condiciones climáticas determinaron en gran medida los formatos de las construcciones prehispánicas empleadas durante los periodos tempranos en el occidente de México, la mayoría realizada con materiales perecederos, de las cuales no se han encontrado rastros tangibles. No obstante, las evidencias de las culturas Capacha (Colima) y El Opeño (Michoacán), con una antigüedad de 1650 y 1500 a.C., respectivamente, conformadas básicamente por enterramientos asociados a ofrendas de piezas de cerámica, vasijas y figurillas realizadas con una calidad técnica depurada, constituyen el mejor testimonio de que ambas culturas representan la culminación de un largo proceso, tal vez de cientos de años, pues una tradición funeraria con la calidad artística y contenido simbólico de sus piezas y figurillas cerámicas corresponde a culturas con un pleno dominio de la

Foto 2. Punta de proyectil foliácea, industria precerámica del sitio La Flor del

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Los enterramientos realizados en El Opeño son el antecedente de la tradición funeraria de tumbas de tiro en el occidente de México (Braniff, 2010:75). Hoy día se conocen varios tipos de tumbas de tiro, pero en general corresponden a cámaras cavadas en el subsuelo a diferentes profundidades y con un acceso vertical (tiro). No son consideradas realizaciones propiamente arquitectónicas, aunque poseen los elementos espaciales y simbólicos que las identificaría como una arquitectura funeraria. La existencia de esas tumbas en varios sitios de una región que comparten los estados de Colima, Jalisco y Nayarit, principalmente, demuestra que una extensa región en el occidente del país estuvo poblada, por lo menos

La clave para profundizar en un futuro sobre las características y la antigüedad del periodo Neolítico en el occidente de México, cuyo proceso podemos concluir se desarrolló durante cientos de años y de manera intensiva en varias regiones, será el hallazgo y eventual excavación de asentamientos no solo con evidencias líticas o cerámicas, sino con vestigios, tal vez a nivel de microrrestos, de evidencias arquitectónicas.

Foto 3. Industria lítica (variabilidad tecnológica) de las ocupaciones que coexistieron en La Flor del Océano

asentamientos, con una economía principalmente

agrícola, diversas industrias y redes de comercio. desde el año 1500 a.C., por diversos grupos humanos o culturas que compartían una tradición en común: vivían en comunidades sedentarias, en extensos poblados conformados por caseríos construidos con madera y arcilla, posiblemente ya con estructuras ceremoniales realizadas con los mismos materiales, estrechamente unidos por una cosmovisión religiosa pero sobre todo por cultos y prácticas funerarias.

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