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Entre La Celestina y los cancioneros castellanos: Calisto, el mal trovador, y Celestina, la puta vieja y alcahueta

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Academic year: 2021

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JUAN RUIZ,

ARCIPRESTE DE HITA,

Y EL “LIBRO DE BUEN AMOR”

DUEÑAS, CORTESANAS Y ALCAHUETAS:

L

IBRO DEBUEN

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LAPUTAVIEJAYALCAHUETA1

Óscar Perez Rodríguez

Lancaster University

Considerar La Celestina como un cancionero, aun con toda la controversia de la definición de este término (Severin 1994, 97), ya fue puesto en marcha por Deyermond en su pionero trabajo sobre tal consideración. Más allá del número de poemas cancioneriles contenidos tanto en la Comedia como en la Tragicomedia, que fue el argumento principal del erudito británico para desarrollar su análisis (Deyermond 91-92), lo que me interesará destacar a lo largo de las siguientes líneas es el entorno común que comparten La Celestina y la lírica cancioneril, es decir: el terreno en que aparecen temas literarios comunes tanto a la obra maestra de Fernando de Rojas como a la abundantísima producción poética del siglo XV (Perea Rodríguez 2017, 116-118). El motivo que hace tal comparación

pertinente es, como ya he mantenido en diversas ocasiones, que las cifras totales que prueban su inmensa eclosión convierten a la poesía de cancionero en un elemento a valorar prácticamente en cualquier otra obra literaria más o menos coetánea al período de máximo apogeo de los cancioneros como fenómeno cultural, fechado por otro erudito británico, Brian Dutton, entre los años 1350 y 1520 para las coronas de Castilla y de Aragón.

Creo no faltar a la verdad diciendo que se debe empezar el análisis de los ingredientes cancioneriles de La Celestina apenas iniciado el auto I, precisamente en el momento en que Calisto regresa a sus aposentos tras la frustrada conversación con Melibea. Es bien conocido por cualquier lector de la obra que Calisto, tras haber mantenido una breve charla con Sempronio rayana en la discusión, opta por calmar su fiereza interior recurriendo a la música:

CALISTO – Sempronio. SEMPRONIO – Señor. CALISTO – Dame acá el laúd. SEMPRONIO – Señor, vesle aquí. CALISTO – “¿Quál dolor puede ser tal

que se iguale con mi mal?”

SEMPRONIO – Destemplado está ese laúd (Rojas 95).

En la vetusta edición del texto efectuada por Cejador y Frauca, el erudito zaragozano indicaba que la pregunta enunciada por nuestro desesperado amador acaso fuera un “cantarcillo que inventa o troba (sic) Calisto, que lo sabía hacer y bien acomodadas al

1 Este trabajo forma parte del proyecto de investigación Identidades, contactos, afinidades: la espiritualidad en

la península ibérica (siglos XII-XV), financiado por la DIGICYT (HAR2013-45199-R) y dirigido por la Dra. Isabel Beceiro Pita (CCHS-CSIC). Como es preceptivo, para la localización de fuentes y de poemas utilizo el sistema de ID diseñado por Dutton (1990-91). Las composiciones cancioneriles citadas aparecerán según el orden definido por Tato y Perea Rodríguez 93-94.

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caso” (Cejador y Frauca n. 102). Pese a reconocer que, en efecto, Calisto está tocando –mal– el laúd y entonando –probablemente también mal, de ahí la mordaz observación de Sempronio– los versos de una cancioncilla, el texto se edita a línea tirada, en prosa, sin tener en cuenta que estamos ante un pareado de versos octosílabos, la medida típica de la poesía de cancionero castellana (Alonso 24). Parece más que evidente, pues, que Calisto está aquí caracterizado como el trovador cortesano en el que, sin duda, los jóvenes donceles de la aristocracia hispánica de la época se debieron de ver bien representados, pues el universo de fiestas cortesanas y de galanteo sensual formaba parte no solo de las actividades palaciegas cotidianas, sino que fue componente a su vez básico de la exitosa propagación de la poesía cancioneril (Botta 2002, 13).

El Calisto caracterizado como poeta malo de cancionero, es decir, configurado como “tan incompetente en su poesía como lo fue en el empleo de sus lecturas” (Deyermond 95), se infiere también del hecho de que toque el laúd, pues, al margen del profundo simbolismo de la escena (Cherchi 192-194), el laúd, junto a otros instrumentos de cuerda como la cítara, el rabel, la lira o el arpa, formaba parte esencial de la actividad de los juglares medievales (Alvar 50-51). Todos estos motivos llevaron a Dutton a incluir esta composición en su precisa y exhaustiva catalogación de la lírica cancioneril (ID 4895,

99*CE-1 f. a3r: “Quál dolor ha de ser tal”), un poema que me parece que no es sino una

muestra más de la habilidad de Rojas para parodiar los ambientes culturales de finales del siglo XV, sobre todo en la medida en que el autor “may compose a persuasive argument

into a functional symbol of his very unconventional theme” (Shipley 143). Esto es lo que logra Rojas como recurso para seguir haciendo brillar a ese poetastro de dudosa calidad con el que Calisto es perfilado en esta parte de La Celestina.

Deyermond señaló también que estos dos versitos, tal cual aparecen en la obra de Rojas, recuerdan a los de otro poema (ID 1753, SA10a-64 f. 91r: “Quál dolor puede

sufrir”), que puede leerse en uno de los famosos cancioneros manuscritos salmantinos:

¿Quál dolor puede sufrir no dolerse quien le duele, salbo porqu’el morir

en algo no me consuele? (Dutton IV, 228)

El poema ha sido atribuido a Hernando Colón (Varela 191-192), hijo del gran almirante y conocido bibliófilo (Wagner), si bien la identidad de este poeta ha de ser mejor establecida, pues las dudas aún persisten. Es indudable que el tema recuerda a los versos recitados por Calisto, lo cual no es de extrañar no solo por el acusado conceptismo temático de la lírica cancioneril (Alonso 34), sino también porque el tópico del sobrepujamiento, en este caso el dolor sin igual, es frecuentísimo en la poesía de esta época. Por todos estos motivos, en mi modesta opinión, creo que lo que pretende el autor del primer auto de

La Celestina al escribir estos versos es una parodia de uno de los más famosos poemas de cancionero, construido a su vez en el dolor extremo como sobrepujamiento. Me estoy refiriendo al conocido éxito Nunca fue pena mayor (ID 0670, 11CG-465 f. 137r: “Nunca

fue pena mayor”),

Nunca fue pena mayor ni tormento tan estraño que iguale con el dolor que resçibo del engaño.

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ÓSCAR PEREA RODRÍGUEZ

Algunos apuntes más podrían corroborar esta hipótesis. Primero, téngase que en cuenta que en la llamada Celestina de Palacio, es decir, la versión parcial y manuscrita de la obra que durante años fue considerada como un autógrafo del propio Rojas (Botta 1997, 137; Conde 165), se ha conservado otra variante del pareado, “¿Quál dolor puede ser tal / que se iguale con el mío” (Faulhaber 19). El hecho de que el texto de la versión manuscrita no sea el mismo que el texto popularizado en las ediciones impresas de La Celestina podría interpretarse como un intento del compositor del primer auto –fuera el propio Rojas u otro– por encontrar un elemento paródico que incrementara todavía más la imagen del mal poeta Calisto con la que pretendía hacer reír a sus lectores y a su audiencia. Porque no hay duda de que quienes leían o veían la obra representada sentían precisamente eso, divertimento y risas (Severin 2001, 328), ante la figura del que, en teoría, es el principal personaje masculino de la obra y que, como complemento a su conocida imagen de parodia del amante cortés (Hall Martin 74), recita unos versos que “representan la tradición cancioneril, de voz masculina, de su época” (Deyermond 102). Ahí estriba uno de los muchos aciertos del autor de La Celestina con respecto a la caracterización de Calisto (Lida de Malkiel 339): en darle la vuelta al personaje para cumplir con el cometido de la reprobatio amoris inicial (Lacarra Lanz 29-30), es decir, en ofrecer “avisos muy necessarios para mancebos mostrándoles los engaños que están encerrados en sirvientes y alcahuetas” (Rojas 71).

En semejante línea de humor paródico se deben insertar todas las demás composiciones cancioneriles que figuran en La Celestina, siguiendo el recuento de las mismas efectuado por Deyermond (95-99): en primer lugar, en el auto I, el conocido romance (ID 4133,

99*CE f. a3r: “Mira Nero de Tarpeya”), con el cual Sempronio se burla de su amo al

compararlo con el lunático emperador romano (Kelley 119), tras haber sido requerido por aquél a interpretar “la canción más triste que sepas” (Rojas 95). En segundo lugar, hay otra canción (ID 0781, LB1-97 f. 33r: “En gran peligro me veo”)2, interpretada por

Calisto en el auto VIII (Rojas 222), con la cual el joven doncel pretende expresar de forma

poética una inquietud personal de claro índole concupiscente, en mi opinión, no tanto de carácter funesto, como algunos críticos opinan (Deyermond 98).

Continuando con esa misma escena del auto VIII, justo después de que Pármeno

y Sempronio se burlen de la escasa pericia trovadoresca de su amo –“¡Ó, hideputa el trobador!” exclamará Sempronio (Rojas 222)–, Calisto canta otras coplillas (ID 7851,

99*CE-4 f. g7r: “Coraçón bien se te emplea”); y todavía recitará algunas más como

preámbulo a su primer encuentro con Melibea en el jardín de la casa de Pleberio (ID

7855, 07CE-5 f. 51r: “Duerme y descansa penado”). Andando el tiempo, en las sucesivas

ediciones de la Tragicomedia, cuatro composiciones cancioneriles más fueron añadidas, con la diferencia esencial de que no se ponen en boca de un personaje masculino como Calisto, sino que son interpretadas por Melibea y por Lucrecia, su criada (Deyermond 97-102). Aunque importantes en la consideración de La Celestina como cancionero, escapan de los objetivos de este trabajo, motivo por el que no le dedicaré más atención, aunque sin duda la merezcan.

Regresando, pues, a la caracterización paródica del personaje de Calisto como poco avezado poeta, hay que enfatizar que la ligazón con el universo cancioneril también se puede observar de forma indirecta en otra escena. Me refiero en concreto al auto VIII,

2 Sobre la autoría, anónima, del portugués Dom Rolym o del castellano Diego de Quiñones, véase

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cuando el noble protagonista, en línea con la importancia simbólica que gestos como el ayuno tenían en la Edad Media, anuncia a sus criados que no va a probar bocado hasta que “primero sean los caballos de Febo apacentados en aquellos verdes prados que suelen quando han dado fin a su jornada” (Rojas 225). Calisto aquí está usando la conocida perífrasis mitológica, es decir, “la técnica cuatrocentista del acertijo en forma perifrástica” (Arce 31), de tan amplia presencia en autores como Juan de Mena, Diego de Burgos, el marqués de Santillana y otros cultivadores de la poesía en arte mayor castellano (Baehr 277-281). Sin embargo, ante la presencia de esta construcción erudita, es Sempronio quien vuelve a recriminar a Calisto por el uso de estos elementos literarios en el lenguaje cotidiano:

Dexa, señor, essos rodeos; dexa essas poesías, que no es habla conveniente la que a todos no es común, la que todos no participan, la que pocos entienden. Di «aunque se ponga el sol», y sabrán todos lo que dizes (Rojas 225).

Al conminarlo a que se deje de tanta monserga, Sempronio vuelve a ridiculizar a su amo, seguramente entre las risas de unos lectores u oyentes para quienes, tal vez de forma análoga al criado de Calisto, todos estos artificios retóricos, que habían triunfado en la poesía de cancionero de unos cincuenta años antes, se encontraban ya plenamente desfasados y eran vistos como una antigualla o una muestra de esnobismo del estamento social superior (Perea Rodríguez 2012, 317-318).

ALCAHUETASYPUTASVIEJASENLOSCANCIONEROSCASTELLANOS

La caracterización negativa de Celestina como alcahueta también está en consonancia con todo el entramado de poesía cancioneril castellana de la época en que Rojas diseñó su obra, lo que hace sospechar que el abogado toledano, entre su amplísimo bagaje cultural (Gilman 124), no dejó de prestar atención a los versos que emanaban de las plumas más conspicuas de su tiempo, como lo prueba el que en el inventario de sus libros –hecho con ocasión de su testamento– se hayan identificado algunos representantes de la poesía de cancionero, como los poemas religiosos de Juan de Padilla, el Cartujano (Infantes 15, nº 3); los famosos Proverbios del marqués de Santillana don Íñigo López de Mendoza (Infantes 20, nº 14); las no menos afamadas Trescientas de Juan de Mena (Infantes 23, nº 21), con la imitación de Álvarez Guerrero (Infantes 40, nº 49); las obras de Fernán Pérez de Guzmán (Infantes 31, nº 36); y, por supuesto, un ejemplar del Cancionero general

de Hernando del Castillo, si bien no es posible saber con certeza a cuál de todas las impresiones de esta obra pertenecía (Infantes 21, nº 16).

Con tamaño bagaje de lecturas en verso por parte de Rojas, no es de extrañar que, al menos de forma parcial, la lírica cancioneril fuese una de las fuentes de la que se benefició la actividad de creación artística de La Celestina, pues ya Castro Guisasola (179-180), en su minucioso rastreo, señaló que el bien conocido Diálogo entre Amor y un viejo

(ID 6103, 11CG-25 f. 72v-75v: “Cerrada estava mi puerta”) del famoso Rodrigo Cota, a

quien a veces se ha atribuido la redacción del primer auto de la obra3, provee de léxico y

de estructuras semánticas a la descripción de Celestina como gran manejadora de afeites y productos de belleza femenina (Rojas 114-116).

Dejando de lado el fenómeno de las fuentes de La Celestina, hace ya algunos años se demostró cómo la caracterización de mujeres y de conversos en la lírica cancioneril corría de forma paralela, incluso en algunos casos coincidente en casi todos sus elementos

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(Weissberger 263-264). Así pues, no es novedoso anunciar que los cancioneros castellanos están repletos de representaciones femeninas que, literalmente, parecen como si Celestina se viera reflejada en un espejo. En principio, cabe destacar que en casi todas estas caracterizaciones está presente el significado clásico de ‘alcahueta’, muy habitualmente utilizado en femenino, aunque el masculino con idéntico significado no es en absoluto desconocido, sino también frecuente. Ya en el primer tercio del siglo XV, Juan

Alfonso de Baena, en una de sus agudas composiciones cancioneriles, el Reparo y satisfación de Juan Marmolejo contra Juan Agraz (ID 6787, 11CG-1026 f. 232v-233v: “Poderoso

dominable”), se burlaba de aquel cortesano que “presume de muy ufano / palanciano”, considerándolo “también por alcahuete, / que de todo s’entremete” (Cancionero de Juan Alfonso de Baena 785). Y aproximadamente unos cien años más tarde, en una referencia más contemporánea al entorno cultural de La Celestina como el Memorial de pecados de Pedro de Covarrubias (1516), una de las preguntas que, a modo de examen de conciencia, debían de hacerse los cortesanos a sí mismos era “¿Fuistes alcahuete de vuestro amo?” (Covarrubias f. 71r). Así pues, y a pesar de las advertencias al respecto de no utilizar a un posible competidor por la dama en la mediación de temas amorosos, tal como Juan Ruiz explicaba en su Libro de buen amor al hablar del mensajero Fernand García (LBA

115-122), al menos en los primeros decenios del siglo XVI la mediación celestinesca fue

muy frecuentemente ordenada por hombres a otros hombres, si bien éstos solían ser de un escalón social bastante más bajo, que es justo la relación que tienen Pármeno y Sempronio con Calisto.

Aun teniendo en cuenta esta duplicidad de género, voy a dejar de lado a los ‘alcahuetes’ masculinos para centrarme en la construcción cancioneril de la imagen clásica de una alcahueta que pudiera ser émula de Celestina, es decir, la imagen de una mujer de edad avanzada que, de forma insidiosa o de forma sutil y taimada, media entre dos un hombre y una mujer para facilitar, con consejos reprobables o decentes, el fin sexual al que el negocio estaba destinado. Así era como ya figuraba en las Etimologías romanceadas de San Isidoro, según el cual era “dicha así ob obcenitatem flagiciose consesionis, esto es, ‘por la suziedat del penado consentimiento o otorgamiento’, porque corre del un cabo al otro e merque o venda el cuerpo ageno. E aun esta llaman lenonem, esto es, ‘alcahueta’” (San Isidoro 372, s.v. ‘consiliatrix’). El propio sabio hispano explicará más adelante el motivo de la raíz lenon se corresponde con alcahuete “dicho así a lenio, lenis, que es por ‘ablandesçer’, porque ablandesçe las mientes de los mesquinos e ablandesçiendo, las engaña” (San Isidoro p. 392, s.v. ‘lenon’). En el siglo XV, esta acepción de ‘alcahueta’

como sinónimo de ‘mala consejera’, y por extensión al adjetivo plural como forma de expresas el que alguien hubiera dado ‘malos consejos’, todavía continuaba usándose con frecuencia. A modo de muestra, bastará recordar, en el ya mencionado Diálogo entre el Amor y un Viejo, los famosos versos “Los tus dichos alcahuetes, / con verdad o con engaño, / en el alma me los metes: / ¡por lo dulce que prometes / d’esperar es todo’l año!” (Cota 99, vv. 500-504), que el poeta converso toledano puso en boca del Viejo cuando éste le echaba en cara al Amor la futilidad de su engañoso parlamento.

Por todo ello, no debe extrañarnos que, ya en los inicios del siglo XV, uno de los

más conspicuos predicadores religiosos, Vicente Ferrer, bramase precisamente por esas conversaciones mantenidas a la salida de los centros de oración entre hombres y mujeres,

ÓSCAR PEREA RODRÍGUEZ

3 Tema muy prolijo para tratar en este artículo, por lo que remito a los estados de la cuestión efectuados por

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porque, siguiendo la moral católica mayoritaria a este respecto, “fazen de la Iglesia casa de alcahueta” (San Vicente Ferrer, 334). Y todavía a finales del siglo XV, Gonzalo García

de Santa María, en su traducción al castellano de las exposiciones evangélicas latinas de Guillermo de Auvernia, anotaba conscientemente como pecado de cualquier hombre el “tener amigas e alcahuetas” (Collijn y Staaff 14).

Es necesario que nos detengamos ahora en una composición poética no demasiado conocida, aunque publicada en versión crítica desde hace ya algunos años, a la que podemos considerar como una de las más altas cumbres de la misoginia medieval: las

Coplas contras los vicios y deshonestidad de las mujeres (ID 2947, MN19-26 f. 304r-307v:

“Aquestos negros deleites”). Nos han llegado a través de una sola fuente, el Cancionero de Pero Guillén de Segovia (Dutton MN19), y se atribuye su composición a cierto fray Antonio

de Medina, de quien solo sabemos lo que nos indica la rúbrica informativa introductoria, a saber, que era “fraile menor de la Observancia” (MN19, f. 304r). El poema juega con

la aliteración constante del color negro, aplicado a sustantivos y adjetivos, para describir precisamente esos vicios que el fraile misógino atribuye a todas las mujeres. Y en dos de sus estrofas, como no podía ser de otra forma, aparecen menciones a la alcahueta y a su oficio (vv. 60 y 64):

Aquestas negras burletas, estas negras punzonadas, estas negras donselletas, estas negras de caxetas

de solimán abastadas; 55 este negro motejar

de personas indiscretas, este negro coplejar, este negro contejar

de estas negras alcahuetas4. 60

Aquestas hechicerías, aqueste negro burlar estas negras burlerías; estas alcahueterías,

aqueste negro bailar, 65 este negro debaneo,

aqueste negro benino, aqueste triste deseo, aquesta pompa y rodeo

d’aqueste mundo mezquino. (MN19, fol. 305r)

De todas formas, si hay una obra cancioneril en la que las referencias a la alcahuetería destaquen por su importancia es, sin duda alguna, la Carajicomedia, es decir, la parodia del Laberinto de Fortuna de Juan de Mena que tiene como protagonista a Diego Fajardo, o mejor dicho, a “la búsqueda casi mítica que [...] emprende para remediar la impotencia causada por su edad” (Puerto Moro 5). Impresa en Valencia por Juan Viñao en 1519, se trata de un añadido al conocido Cancionero de obras de burlas (Cortijo y Rubio Árquez),

4 En el texto original se lee negral, pero es una clara errata, porque lo que corresponde es el adjetivo, tal

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que comenzó siendo la parte final del Cancionero general de Hernando del Castillo y acabó por cobrar vida editorial propia. La obra, defenestrada en su momento al haber sido construido el canon de la literatura medieval española “por ideólogos retrocastizos” (Goytisolo 123), ha abandonado en tiempos recientes su inmerecido ostracismo para pasar a ser objeto de estudio en valiosos monográficos que nos han ayudado a comprender mejor toda la particular idiosincrasia que subyace en ella (Domínguez 2015).

Es allí, en la más procaz obra que los cancioneros castellanos bajomedievales conocieron, donde se puede encontrar al reflejo personificado de alcahuetería más inmediatamente comparable con Celestina: la no menos afamada María de Velasco, protagonista, junto a Diego Fajardo, de la obra. La glosa de la copla XX, en la que se

describen las artes de la prostituta y alcahueta, no tiene desperdicio, y en ella podemos ver toda la temprana influencia que una obra como La Celestina tenía en la poesía que se escribía en la época:

Quién esta vieja sea, el autor, por vegonçoso (sic), no lo declara; pero es de saber qu’ella se llamó en tiempos antigos María de Vellasco. Ya, por discurso de sus maldades, pereció aquel nombre: solamente agora se conosce y llama –hablando con reverencia– la Buiça, que, cierto, es en la villa de Valladolid tan temeroso de oír como el de Celestina; mas es cierto que la desdichada de Celestina se llevó la fama y ésta goza el provecho de tal nombre. Su vida es tan inominiosa que no la quise aquí poner por no inficionar más el tratado. Baste que juro a Dios que creo ab inicio no nació mayor puta ni alcahueta ni hechizera sin más tachas descubiertas, con las cuales oy día permanece en la ribera d’Esgueva, mesonera, y ella es la tablilla. Autores d’esto son infinitos virgos que por su causa vierten su sangre muchas vezes, y otros la cobran. Assí que por esta se dize: “Inter natus mulierum non surrexit major puta vieja que María la Buiça”. (Carajicomedia 53).

La gran diferencia entre La Celestina y la parodia cancioneril representada por la

Carajicomedia y el papel de María la Buiça es que, al contrario que el triste destino que en la obra de Rojas aguarda a la alcahueta, en la anónima poesía burlesca María de Velasco sale honrada y aclamada, puesto que gracias a su mediación acaba el problema de flacidez que sufría el miembro viril de Diego Fajardo. El anónimo autor de la obra hace a la propia alcahueta ufanarse de su triunfo al poner en su boca este divertido discurso que se puede leer en la estrofa 23:

Respuso: “No vengo a la tu presencia de nuevo, mas antes voy en todas partes; segundo, te digo que sigo mil artes y en todas tengo muy gran ecelencia: los males que quiero ordeno en essencia, de alcahueterías yo hago a mi guisa, renuevo los virgos, d’esto te avisa,

y pongo poder do falta potencia”. (Carajicomedia 54)

Tras esta estrofa, el de repente sanado enfermo emula a Juan Ruiz, arcipreste de Hita, en un curioso contrafactum del conocidísimo planto por Trotaconventos (LBA 1520-1575;

Ruiz 391-407), en el cual el personaje del arcipreste de Hita llora “por la muerte de su fiel corredora”, digna de “merecer llanto y epitafio jocosos por parte de la clerecía bienhumorada” (Márquez Villanueva 60). Sin necesidad de un luctuoso suceso, Diego Fajardo muestra idéntico sentimiento hacia la Velasco que el mostrado por el arcipreste de Hita hacia su fiel Trotaconventos, de modo que el lector de la Carajicomedia asiste a un

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verdadero panegírico en loor de la alcahueta y de sus dotes para remediar la impotencia, tal como se recoge en la estrofa 24:

“¡Ó, puta vïeja y disponedora de la clerezía y todos estados,

de formas de virgos, de suertes y hados, y en ser hechizera, maestra y señora! ¡Ó, gran alcahueta; ó, gran sabidora, remedia mi triste carajo infacundo, que tan lagrimoso ha sido en el mundo

que, ya traspassado, ni canta ni llora!” (Carajicomedia 54-55)

Naturalmente, la parodia de esta relación alcanza a todos los niveles literarios de la obra, puesto que “Diego Fajardo and María de Vellasco share an underlying discourse of ugliness that reflects both an inner corrpution caused by Luxuria and old age” (Domínguez 2007, 740).

Mucho menos jocosas son las menciones a otras tres mujeres que cumplen a la perfección el estereotipo que los cancioneros castellanos y La Celestina contribuyen a perpetuar: el de considerarlas prostitutas cuando son jóvenes y lozanas, y considerarlas alcahuetas y hechiceras cuando la lozanía comienza a flaquear por el irreparable caminar de la edad. Es lo que sucede, por ejemplo, con las tres mencionadas en la copla 47:

Vi tres putas viejas, conviene a saber: Gudínez, Miranda, la Páez en persona, que cada una d’ellas merece corona, no una tan sola, mas tres, a mi ver: de miel y de pluma y de mucho paper, pues tres oficios cada cual resalta: alcahueterías y hoder, que no falta,

y hechizos crüeles que usan hazer. (Carajicomedia 67)

La glosa de esta copla continúa incidiendo en la influencia que la obra de Rojas tuvo en la composición de la Carajicomedia, pues de una de ellas, la apellidada Gudínez, el glosador anotará que “cometió el más vil crimen que Celestina nunca hizo” (Carajicomedia 67), es decir, vender una prostituta a un fraile como si fuera virgen y, cuando aquél cayó en la cuenta de que no lo era y pidió la devolución del dinero, pedirle que se esperara a que pudiese volver a alquilar sus servicios a otro incauto para poder proceder a la devolución económica. Por todo ello, en la glosa se enfatiza de nuevo que “estas tres se pudieran bien señalar por grandíssimas putas viejas, alcahuetas y hechizeras, sin otras tachas encubiertas” (Carajicomedia 68). Al igual que ocurría con Celestina, prototipo de mujer hechicera, en los cancioneros también encontramos tal acusación contra mujeres en edad avanzada que ejercieron la prostitución cuando eran más jóvenes, contribuyendo con ello a sostener uno de los más conocidos estereotipos femeninos en la literatura del Renacimiento (Lara 367-368).

Volviendo a la Carajicomedia, otras muchas damas de la noche merecerán el epíteto de puta vieja –es decir, la consideración de alcahueta– tal como aparece en el título de la Comedia: “Libro de Calixto y Melibea y de la puta vieja Celestina”. Entre ellas, cabe destacar a la alcarreña Isabel de Ayala, de quien se dice que “es una gran puta vieja, no disminuyendo su alcahuetería” (Carajicomedia 84), Y, con toda claridad, esta asociación entre la dedicación a alcahueta y el epíteto de ‘vieja’ a una prostituta se ve sin ninguna

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duda en la descripción de una dama de compañía valenciana conocida con el apodo de la

Tiraniva, a quien se describe como “cuando moça, muy gran puta; agora, muy gran puta vieja alcahueta” (Carajicomedia 87). En definitiva, el tratamiento a estas mujeres quedaba ya muy lejos del respeto que para ellas pedía Juan Ruiz, arcipreste de Hita, en su Libro de buen amor, en el cual aconsejaba que (LBA 924 y 926; Ruiz 225):

A la tal mensajera nunca le digas maça; bien o mal como gorgee, nuna le digas picaça, señuelo, cobertera, almadana, coraça, altaba traïnel, cabestro nin almohaça [...] canpana, taravilla, alcahueta nin porra, xáquima, adalid nin guía nin handora; nunca le digas trotera, aunque por ti corra;

creo que, si esto guardares, que la vieja te acorra. (Ruiz 225)

No es la Carajicomedia la única obra ligada al universo cancioneril en que encontramos caracterizaciones de alcahuetas parecidas a las de Celestina. En otro contexto más culto, pero igualmente imbuido en el espíritu del cancionero castellano bajomedieval, recuérdese la presencia de Libina, la alcahueta de la Propaladia de Torres Naharro. Se trata de una obra cuyos períodos de redacción y de fama coinciden con los de La Celestina, y de la cual sabemos que Rojas poseyó un ejemplar, que figura en el inventario de su biblioteca (Infantes 23, nº 20). Pero el estudio de las correlaciones entre estos espacios literarios teatrales y cancioneriles está todavía por hacer. Ojalá esta pequeña aportación en homenaje del maestro Joseph Snow pueda servir de estímulo para que se acometa en un futuro, de forma que dispongamos de más información respecto a los encuentros y desencuentros de dos géneros literarios que compartieron fundamentos temáticos y caracterizaciones femeninas hirientes y burlescas, a veces muy procaces, características de la cultura de los años que hicieron de bisagra entre el Cuatrocientos y el Quinientos.

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OBRASCITADAS

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