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Crecer en el amor a la Sagrada Escritura y la Tradición, lugares donde Dios nos revela la Verdad sobre sí mismo, sobre el hombre y la creación.

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Academic year: 2021

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Introducción

Una cosa distingue al judaísmo y al cristianismo del resto de las religiones y es el hecho de que, mientras en estas últimas, es el hombre quien intenta desesperada-mente llegar a Dios, en el judaísmo y en el cristianismo, es Dios mismo quien sale al encuentro del hombre, y lo hace revelándole su propia esencia en las Sagradas Escrituras, a lo largo del tiempo. Para ello, se sirvió de escritores que dejaron que su pluma fuera guiada por el Espíritu, de modo que actuaron como instrumento de Dios, que es el verdadero autor de sus escritos: “Lo que los escritores sagrados dicen ‘son palabras de Dios y no suyas, y lo que por boca de ellos dice, lo habla Dios como por un instrumento’” (cita de S. Jerónimo incluida en

“Les explicó lo que había sobre Él

en todas las Escrituras” (Lc 24,27)

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Objetivo

Crecer en el amor a la Sagrada Escritura y la Tradición, lugares donde Dios nos revela la Verdad sobre sí mismo, sobre el hombre y la creación.

El rostro de Cristo

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Spiritus paraclitus 11, de Benedicto XV).

Por medio de la Escritura y especialmente de los Evangelios, Dios habla al hombre, le da a conocer su ser, le manifiesta su amor y le indica su voluntad. Por ello, los cristianos debemos leerla con asiduidad y devoción porque está inspirada por el Espíritu Santo, interpretada por la Tradición y transmitida y enseñada por la Iglesia a través del Magisterio. Por la Revelación, Dios habla a cada hombre. Pero es especialmente con la Encarnación donde Dios habla, no ya por medio de otros, sino por su Verbo, por su Hijo (Heb 1,1-2). Así lo expresa san Juan Pablo II en la carta apostólica Tertio

Millennio Adveniente: “Aquí no es sólo el hombre quien

busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo (...). En Cristo la religión ya no es un “buscar a Dios a tientas” (cf. Heb 17,27), sino una respuesta de fe a Dios que se revela: respuesta en la que el hombre habla a Dios como a su Creador y Padre; respuesta hecha posible por aquel Hombre único que es al mismo tiempo el Verbo consustancial al Padre, en quien Dios habla a cada hombre y cada hombre es capacitado para responder a Dios” (TMA 6).

Muchas de las cosas que nuestro Señor enseñó a los apóstoles, fueron luego recogidas en el Nuevo Testamento, otras, sin embargo nos han llegado por transmisión oral. Esto último es lo que llamamos la Tradición de la Iglesia. “Así pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura se enlazan y comunican íntimamente entre sí. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo, y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito

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bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la Palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, a la luz del Espíritu de la Verdad, con su predicación fielmen-te la guarden, la expongan y la difundan” (DV 9). La Iglesia, como madre y maestra, nos transmite la Verdad de Dios, enseñándonos la Escritura y acercándonos la Tradición. El conocimiento que tenemos de Cristo, de la Redención del género humano y del amor misericor-dioso del Padre nos ha llegado a través de la Iglesia. Los pastores, sucesores de los apóstoles, nos enseñan la Verdad. Aquella Verdad que nos hace libres (Jn 8,32). La Palabra de Dios es siempre una invitación a reconocer a Dios en nuestras vidas y a dejarle actuar en nuestras almas. Esa Palabra de Dios “es lámpara para mis pies, luz en mi sendero” (Sal 119,105).

San Jerónimo nos dice que el desconocimien-to de las Escrituras es “desconocimiendesconocimien-to de Crisdesconocimien-to” (Comentario a Isaías, prólogo). Otro gran doctor de la Iglesia, san Ambrosio, comenta que, a la lectura de los textos sagrados debe acompañar la oración, porque de esta manera se lleva a cabo un diálogo entre el hombre y Dios: le hablamos cuando rezamos y le escuchamos cuando leemos la Escritura. La lectura y meditación asidua de la Escritura, tal como nos la enseña la Iglesia es “alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual” (DV 21).

Lugar privilegiado para entrar en diálogo con Dios es la liturgia de la Palabra en la celebración de la Eucaristía. La atención prestada a las lecturas y a su explicación, esto es a la homilía, van dándonos un conocimiento serio y profundo de la Verdad revelada, y

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del auténtico rostro de Cristo. Por tanto, la actitud debe ser, no la del oyente pasivo a quien se le dice algo de relativo interés o que ya conoce, sino, más bien, la del hombre de fe que espera ansioso lo que su Padre Dios tenga a bien decirle en ese momento, para hacerlo vida y conformarse cada vez más con Él. Siempre que nos acercamos a la Biblia con esa intención, encontramos realmente el rostro del Señor Jesús, presente en cada página. San Jerónimo, eminente estudioso de la Biblia, lo explicaba con estas bellas palabras: “Un solo río sale del trono de Dios, a saber, la gracia del Espíritu Santo; y esta gracia del Espíritu Santo está en las Sagradas Escrituras, es decir, en el río de las Escrituras. Pero este río tiene dos riberas, que son el Antiguo y el Nuevo Testamento, y en ambas riberas está plantado el árbol, que es Cristo”.

Partiendo de la vida (ver)

1. Sin duda alguna todos hemos leído la Sagrada Escritura y creemos conocerla, ¿puedo recordar algún momento en el que su lectura me haya impresionado de un modo especial? También podría servir un hecho de vida en el que descubrí lo que Dios me estaba pidiendo a través de la lectura de la Escritura.

2. La Revisión de vida nos brinda una oportunidad para entrar en contacto con el Magisterio de la Iglesia. ¿Podría recordar alguna ocasión en que su lectura me ayudara a apreciar la enseñanza de la Iglesia? También puedo proponer un hecho de vida que muestre mi

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interés por conocer lo que la Iglesia me enseña a través de los diversos documentos magisteriales; o por el contrario, si al salir un nuevo documento, me conformo con los titulares de prensa en vez de leerlo directamente.

3. En otras ocasiones seguramente me ha pareci-do que no puepareci-do proponer la verdad de Cristo por desconocimiento de la Escritura o del Magisterio. Podría comentarlo, a través de un hecho de vida, con los miembros del equipo.

4. La Sagrada Escritura es luz para nuestro día a día. Posiblemente pueda poner un hecho de vida de un momento en el que la liturgia de la Palabra en la Eucaristía me haya ayudado a comprender mejor alguna situación que estaba viviendo.

Iluminación desde la fe (juzgar)

A) Sagrada Escritura

• Sobre la historia de Israel y el diálogo de Dios con el hombre (Sal 105); “hambre de la palabra” (Am 8,11; Jer 15,16). Dios anima al hombre a poner sus palabras en el corazón (Dt 11,18). Yahveh defiende su palabra de los falsos profetas (Jer 23,29-32).

• Jesús nos enseña a descubrirle en la Escritura (Lc 24,27); recurre a ella para su enseñanza y también en sus controversias (Mt 12,3; 39-42; Lc 17,26-33); subraya la importancia de oír la Palabra de Dios y

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ponerla en práctica (Mt 7,23; Jn 12,48; 17,8). Dios es quien escucha nuestras palabras (Jn 8,47).

• Los apóstoles nos instan a prestar atención a la palabra de los profetas (2Pe 1,19); recibir con docilidad la Palabra de Dios y ponerla por obra (Sant 1,21-24); conservar la esperanza gracias a la Escritura (Rom 15,4).

• Pablo reconoce la mano de Dios en la Escritura (2Tim 3,16); aconseja “guardar el depósito de la fe” (1Tim 4,16; 6,20). La Palabra es la espada del Espíritu (Ef 6,17). El autor de Hebreos define la Palabra de Dios como viva, eficaz y penetrante (Heb 4,12).

B) Magisterio de la Iglesia

• La Revelación se encuentra en la Sagrada Escritura (DV 7) y en la Tradición (DV 8), entre las que existe una relación (DV 9). El Magisterio sirve a la Palabra de Dios (DV 10), de la cual, Dios es autor y los hagiógrafos, escritores sagrados, sus instrumentos (DV 7).

• La Iglesia es responsable de la Verdad (RH 19); depositaria de la Revelación que tiene su origen en Dios mismo (LF 38). El Magisterio muestra seriedad y firmeza al salvaguardar el depósito de la fe en temas trascendentales (EV 62 y 64). La Revelación está insertada en el tiempo y la historia (FR 11). La fe como respuesta a la Palabra (LF 7); respuesta a esta Palabra a lo largo de la Escritura (LF 8-15).

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• La Tradición es una cadena de testimonios que nos hace llegar la Palabra de Dios (LF 38), a la cual, salvaguarda el Magisterio (FR 49-51).

• Necesidad de profundizar en el conocimiento de la Sagrada Escritura (DD 40); diálogo con Dios a través de la proclamación de la Palabra (DD 41). Es Cristo quien habla cuando se proclama la Escritura (SC 7).

Compromiso apostólico (actuar)

Como compromiso apostólico para este tema, podríamos asumir la lectura de alguno de los libros del Antiguo Testamento, menos conocido en general que el Nuevo, y así, ir completando nuestro conocimiento de la Biblia. También puede servir como compromiso, rezar con los salmos, como hacían la Virgen Santísima y el Señor.

Otro compromiso sería leer la exhortaión apostó-lica Verbum Domini, de Benedicto XVI. O descubrir la belleza del magisterio algo más anterior leyendo un precioso documento de Benedicto XV, de 1920, llamado Spiritus paraclitus, que trata el tema de la Escritura a través de la figura de S. Jerónimo. También sería bueno completar la lectura de los documentos del Concilio Vaticano II o, por lo menos, leer las cuatro constituciones principales: sobre la Iglesia, la Sagrada Liturgia, la Divina Revelación y la Iglesia en el mundo.

Sería un bonito compromiso, asegurarnos de que en las casas de nuestros familiares haya una Biblia y, en

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caso contrario, regalársela.

Como compromiso de grupo, proponemos, organizar una charla para difundir y explicar el último documento del Papa y poder así hablar de él con conocimiento de causa y no por lo que quieran contarnos los titulares de los medios. Esto mismo también puede hacerse sobre algún libro de la Biblia o sobre pasajes difíciles del Evangelio. También como grupo, podemos organizar una campaña para que en las todas las casas de nuestros jóvenes y adultos haya un Catecismo de la Iglesia Católica.

Referencias

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Para ello, trabajaremos con una colección de cartas redactadas desde allí, impresa en Évora en 1598 y otros documentos jesuitas: el Sumario de las cosas de Japón (1583),

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