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Apuntes sobre la lírica

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Academic year: 2020

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I. LA LÍRICA DEL SIGLO XX HASTA 1939

La poesía española del siglo XX hasta el estallido de la guerra puede dividirse en dos grandes etapas: la primera de ellas abarcaría a los movimientos modernista y noventayochista y la segunda al novecentismo y las vanguardias, donde incluiremos la generación del 27.

El término «Modernismo» hace referencia a una serie de tendencias artísticas europeas y latinoamericanas que revolucionaron el arte de finales del siglo XIX y principios del siglo XX y que, como rechazo de la literatura burguesa y realista de la segunda mitad del siglo XIX, persiguen la búsqueda de nuevas formas y de la belleza ornamental. Como movimiento literario surge en Hispanoamérica, con el poeta Rubén Darío y pasa por dos etapas que permiten establecer dos tendencias: un Modernismo canónico -más esteticista, sensorial e influido por el parnasianismo francés- y un modernismo tardío o postmodernismo -menos esteticista, más íntimo, de cierto compromiso social y humano, e influido por el simbolismo-.

Esta última tendencia será la que llegue fundamentalmente a nuestros escritores, bajo la forma de un modernismo más tardío y simbolista. Estarían dentro de esta línea los primeros poemarios de Juan Ramón Jiménez -los de su «etapa sensitiva»- y las Soledades, galerías y otros poemas de Antonio Machado, donde el poeta reflexiona en tono melancólico sobre temas como el paso del tiempo o la muerte, con una estética renovada y una simbología propia.

Entre los temas fundamentales de ambas tendencias modernistas podemos citar: la crisis espiritual, la evasión, el cosmopolitismo y el aristocratismo, el sentimiento amoroso…

El movimiento noventayochista, considerado en general como la versión española del Modernismo, presenta unas características propias que lo diferencian. La primera de ellas es que se trata de un movimiento exclusivamente español, la segunda sería su carácter socio-político (el modernismo era fundamentalmente tan sólo un movimiento cultural y artístico). Este grupo de autores – Grupo o Generación del 98-reaccionarán ante la llamada crisis del 98, tras la pérdida de las últimas colonias, y la crisis económica, política y social en que estaba sumida la nación, a las que se une una crisis de ideas que se manifiesta especialmente en la tambaleante 'idea de España'. En los versos de Machado (que da un giro en Campos de Castilla) y de Unamuno se denuncia el atraso y la miseria del campesino castellano y se reivindica esa necesidad de regeneración nacional. A todos los poetas noventayochistas -en palabras de Unamuno-«les duele España». En cuanto a la estética, la poesía de este grupo limaba ya alguno de los excesos modernistas y mostraba cierta depuración formal: léxico menos retórico y versos más cortos.

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suponen la ruptura con los excesos verbales del Modernismo y la incorporación en la lírica del mundo contemporáneo y urbano, eliminando del poema los elementos narrativas o sentimentales y realzando la importancia de la metáfora, el humor y la sorpresa. En definitiva, el concepto del arte por el arte. Por último, citar que el ensayo de Ortega y Gasset La deshumanización del arte, donde defiende una poesía pura alejada de los sentimentalismos decimonónicos, da base teórica a esta nueva lírica.

Poco a poco, sin embargo, estos ideales de pureza de las primeras vanguardias se fueron abandonando. Tras los cambios sufridos en la sociedad del momento, el nuevo contexto social provocado por la proclamación la República, y por influencia del surrealismo francés, la poesía española sufre el proceso que se conoce como rehumanización del arte. Si en las primeras vanguardias hablábamos de poesía pura, ahora se hablará de poesía impura y se reivindica una poesía que sirva para liberar al hombre (liberarlo de sí mismo, de su conciencia -como proponía el psicoanálisis de Freud-y liberarlo de su alienación social -como proponía el marxismo-). Así, en los primeros años 30 se volverá a una poesía de denuncia y de contenidos sociales que se expresa por medio de la escritura automática, del versículo y de la libertad en la creación de imágenes. Lo onírico y lo irracional se reivindican como material poético.

Sin duda, los poetas que protagonizan este panorama son los del llamado Grupo del 27: un grupo de jóvenes reunidos en torno a la Residencia de Estudiantes de Madrid (junto a otros artistas como el cineasta Luis Buñuel, el pintor Salvador Dalí o el músico Manuel de Falla) y que elevarán el género poético a cumbres difícilmente superabas. Sus miembros -que se dan a conocer en la celebración del tercer centenario de la muerte de Góngora- son los siguientes: Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados (si bien estos dos últimos han tenido menos trascendencia que los anteriores). Casi todos ellos tienen poemarios escritos de antes de 1930, en los que combinan magistralmente lo culto con lo popular y la tradición con la vanguardia. Así, hay que destacar la poesía neopopular de Lorca (Poema del cante jondo y Romancero gitano) y de Alberti (Marinero en tierra), la poesía pura de Dámaso Alonso (Poemas puros y El viento y el verso), de Guillén (Cántico) o de Salinas (Presagios y Seguro azar) y los poemarios creacionistas de Gerardo Diego (Imagen y Manual de espumas). En torno a 1930 el grupo sufre, como hemos dicho, la influencia del Surrealismo francés y de la poesía social y comprometida de Pablo Neruda, quien vendrá a Madrid en 1935 y lanzará su manifiesto “Sobre una poesía sin pureza”. En esta línea de poesía rehumanizada se ubican los primeros poemarios de Cernuda (Los placeres prohibidos, de 1931 y Donde habite el olvido, de 1934), los primeros de Vicente Aleixandre (Espadas como labios, de 1930 y La destrucción del amor, de 1936), Poeta en Nueva York, de García Lorca (publicado en 1940, pero escrito antes) y Sobre los ángeles (1928), de Alberti. En un lugar aparte hay que poner la lírica amorosa de Salinas y sus poemarios La voz a ti debida (1933) y Razón de amor (1936).

El estallido de la Guerra Civil española truncará la evolución poética de esta generación posicionada al lado del bando republicano (y la de otros poetas que comenzaban a asomar en el panorama lírico de nuestro país, como Miguel Hernández, el poeta del pueblo). García Lorca será asesinado ese mismo año, el joven Hernández morirá en la cárcel en 1942 y el resto de poetas de la Generación del 27 se verán obligados al exilio. Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso se quedarán en el llamado «exilio interior» y serán los encargados de, esquivando la presión de la censura, apadrinar a los poetas de las siguientes generaciones que se habían quedado huérfanos de modelos en ese panorama de devastación cultural que la guerra dejó.

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La lírica española de los primeros años de posguerra no puede entenderse sin tener en cuenta la situación histórico-política y social del momento. Tras la Guerra Civil, la sociedad española queda dividida en dos bandos, el de los vencedores y el de los vencidos y la brecha que los separa afectará de forma muy particular al ámbito cultural. El exilio exterior de buena parte de los escritores vivos, afines a la República, el asesinato de Federico García Lorca y el encarcelamiento del joven Miguel Hernández dejarán apenas sin modelos a las nuevas generaciones poéticas y la producción lírica de aquellos que se quedan en el llamado exilio interior deberá esquivar la fuerte presión de la censura.

En los años 40, la producción lírica de los poetas que se quedan en España girará, principalmente, en torno a las revistas literarias. La revista Garcilaso agrupará a los escritores afines al régimen oficial, la llamada «juventud creadora» (Luis Rosales, Leopoldo Panero o Luis Felipe de Vivanco, entre otros) que practicará lo que Dámaso Alonso llamó poesía arraigada: una poesía que presentaba un mundo coherente, ordenado y sereno, inclinada hacia temas como Dios, la patria y la familia y formalmente caracterizada por una perfección de corte clásico.

Como contrapunto a Garcilaso nace en León Espadaña, revista que reúne a los poetas contrarios al régimen cuya visión del mundo está marcada por el pesimismo ante el caos y la injusticia. Se trata de una poesía desarraigada, la de aquellos para quienes «el mundo nos es un caos, una angustia y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla» (en palabras de Dámaso Alonso). Se trataba de una poesía de corte existencialista y de tono trágico, más preocupada por indagar en las causas del sufrimiento humano que por los primores estéticos. La religiosidad, también presente, estará tratada con un tono de desesperanza y de duda en poemas en los que se increpa a Dios sobre las causas de tanto dolor. Los primeros poemarios de Gabriel Celaya y de Blas de Otero se enmarcarán dentro de esta corriente desarraigada cuya cumbre se alcanza, sin duda, en el año 1944 con la publicación de Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre e Hijos de la ira, de Dámaso Alonso.

No obstante, en los años 40 hay también voces que se alejan de estas dos tendencias predominantes. Cabría destacar, por su relevancia, a los poetas reunidos en torno a la revista Cántico (el cordobés García Baena, su principal representante y otros como Juan Bernier o Ricardo Molina) y a los poetas del Postismo, último movimiento vanguardista fundado por Carlos Edmundo de Ory que defendía la libertad expresiva y el sentido lúdico del arte.

En la década de los 50, el tono individualista de la lírica anterior irá dejando paso a una poesía concebida como comunicación, en la que el poeta se erigirá portavoz del sufrimiento colectivo. De la poesía de indagación del dolor humano se pasa a la poesía de denuncia directa de los males sociales: es lo que se conoce como poesía social, una poesía que debe tomar partido ante los problemas del mundo y ser instrumento de cambio político y social, para lo cual es necesario un lenguaje sencillo y directo con el que llegar a «la inmensa mayoría». El mensaje prima sobre la forma poética, que, alejada de los propósitos juanramonianos, seguirá la estela de poetas como Miguel Hernández o Antonio Machado. Gabriel Celaya (Cantos íberos, 1955), Blas de Otero (Pido la paz y la palabra, 1955) o José Hierro (Quinta del 42,1952) son los principales cultivadores.

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tiempo el compromiso cívico y humano- serán los responsables de elevar la calidad artística de este género literario. La poesía pasará, así, de considerarse forma de comunicación a entenderse como una forma conocimiento del mundo que nos rodea. Se trata de una lírica inconformista, pero con cierto escepticismo que les permite alejarse del panfleto político y acercarse a una poesía «de la experiencia personal». Es lo que conoce como poesía del medio siglo o poesía de la experiencia, en la que cabe destacar el retorno de los temas íntimos: la evocación del la infancia, la familia y, sobre todo, la recuperación de temas como la amistad, el amor o el erotismo (con presencia de la homosexualidad). Estilísticamente, se rechaza tanto el patetismo «desarraigado» como el prosaísmo de los poetas sociales y se busca un estilo aparentemente conversacional no exento de ironía. El llamado «Grupo de Barcelona» (Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Carlos Barral) es el que aglutina a los poetas más visibles; aunque habría que mencionar también al leonés Antonio Gamoneda, al asturiano Ángel González o al gallego José Ángel Valente.

Para completar el panorama de la poesía española de estas tres décadas es necesario mencionar la poesía del exilio. El tema recurrente de los poetas exiliados es el de la patria dejada atrás: una patria ocupada por el bando vencedor hacia la que, en un primer momento, se siente rechazo. Con el tiempo, esta visión se va matizando y va surgiendo un sentimiento de añoranza de una tierra donde los poetas vivieron su infancia y juventud. Español del éxodo y del llanto, de León Felipe, es una de las obras cumbre de la literatura del exilio.

En definitiva, la producción literaria de la inmediata posguerra sufre las consecuencias directas de la guerra y se hace eco de la fractura que separa a los vencedores de los vencidos en la contienda. Aquellos poetas que no dejan su España natal se quedarán en un exilio interior vigilado de cerca por la censura; otros escribirán desde el exilio. Poco a poco y durante la década de los 50, esta poesía de corte existencial irá dejando paso a una poesía concebida como instrumento de cambio social y que, bajo la pluma de los «niños de la guerra», irá abandonando en la década siguiente, el tono de denuncia directa para inclinarse, con cierto distanciamiento irónico, hacia temas como la amistad o el amor en un lenguaje cuidado pero cercano al lector.

III. LA LÍRICA DESDE LOS AÑOS 70 A NUESTROS DÍAS.

En 1970, José María Castellet editaba una antología poética sin duda clave en la evolución de nuestra lírica. Se trata de la obra Nueve novísimos poetas españoles y recogía los siguientes nombres: Pere Gimferrer (Arde el mar), Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street), José María Álvarez (Museo de cera), Guillermo Carnero (El sueño de Escipión), Manuel Vázquez Montalbán (Una educación sentímental, Antonio Martínez Sarrión (Una tromba mortal para balleneros), Félix de Azúa (El velo del rostro de Agamenón), Vicente Molina Foix (Los espías del realista) y Ana María Moix (Call me stone). La intención de este volumen era presentar a una generación que llegaba esgrimiendo una nueva forma de hacer poesía: rompía con la poesía anterior y se insertaba en la línea de la literatura experimental. En posteriores recopilaciones colectivas se fueron incluyendo nombres que faltaban en esta primera antología: Antonio Colinas, Jaime Siles, Luis Alberto de Cuenca o Luis Antonio de Villena (cuya poesía seguirá caminos diversos en la década siguiente). Estos poetas, a los que se conoce también como Generación del 68, ya no creen en la poesía como vehículo de comunicación, abandonarán el tono intimista y autobiográfico de la década anterior y llevarán a cabo una renovación total del género: desde su propia concepción, hasta la temática y las técnicas.

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sienten fascinación por los mass media: los tebeos, el cine, la incipiente televisión, etc. Es la primera generación de poetas que viajan al extranjero, simpatizan con los movimientos hippies de Mayo del 68 y reivindican la cultura beat, el pop, el rock and roll, la democratización de la cultura y la estética kitch. Los temas de su poesía son de lo más variados, algunos más frívolos y de influencia norteamericana (la publicidad, el mundo de Hollywood) y otros más sociales (denuncia de la guerra de Vietnam o de los valores de la sociedad de consumo), sin olvidar el amor o el erotismo.

La ambientación de sus textos es variada (aunque abunda el exotismo): una noche en Venecia, un día en Hollywood o incluso decorados virtuales procedentes del cine, del teatro o del cómic. Todos ellos muy alejados de la realidad cotidiana del lector. Entre la diversidad de fuentes de las que bebe esta poesía, además de las mencionadas, habría que añadir también la música clásica, la mitología, el arte y la propia literatura, especialmente la poesía europea (Eliot, Ezra Pound, Kavafis ... ) o la hispanoamericana (con preferencia por Borges, Octavio Paz y Lezama Lima). Para engarzar materiales de procedencia tan diversa (pues todo vale como material poético: lo mismo un anuncio publicitario que un poema de Eliot) los poetas novísimos recurrirán a técnicas como el pastiche o el collage y a menudo se mezclan en sus versos tipografías diversas o palabras escritas en varios idiomas. La libertad formal es total, lo que afectará al verso, a la puntuación y a la disposición gráfica del texto.

Habría que señalar la coexistencia en esta generación de dos tendencias diferentes: una que arranca de la cultura popular, rechaza los valores sociales establecidos y reivindica el uso de materiales tradicionalmente considerados 'no poéticos', como frases hechas, refranes o versos de coplas (muy visible en la poesía de Vázquez Montalbán o de Ana María Moix) y otra más culturalista, de lenguaje más artificioso y preciosista (la de poetas como Pere Gimferrer o Guillermo Carnero).

En estos mismos años, un grupo de jóvenes poetas leoneses reacciona contra el movimiento novísimo, acusando a sus autores de neodecadentistas y de burgueses catalanes: se trata del Equipo Claraboya (fundado por Agustín García Calvo y Luis Mateo Diez), que propone una poesía neomarxista y reivindica a autores como Bertolt Brecht o Cernuda y la poesía de corte social.

Poco a poco, el excesivo formalismo de la poesía experimental de los años 70 va dejando paso a una poesía más interiorizada y de temas cotidianos. En 1980, con la publicación de la antología Las voces y los ecos (que recoge nombres como Julio Llamazares, Luis Antonio de Villena o Jon Juaristi) se comienza a hablar de poesía postnovísima. Como características generales se pueden mencionar la recuperación del realismo, el alejamiento de la experimentación y la vuelta al concepto de poesía como comunicación. En sus poemas se observa, así mismo, una mayor presencia del humor, la ironía y de los temas íntimos. Sin embargo, lo que realmente define esta década -al igual que ocurre con los otros géneros literarios- es la variedad de tendencias que presenta. Veamos algunas de ellas:

- Neosurrealismo: corriente que entronca con la Poesía surrealista de la Generación del 27. Son composiciones apasionadas, con imágenes innovadoras y en las que destaca la fuerza del yo poético y la irracionalidad del lenguaje (Blanca Andreu: De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagal).

- Neorromanticismo: corriente representada por Antonio Colinas; poesía de temas recurrentes como la noche, el misterio de la naturaleza o la muerte.

- Neorruralismo o poesía épica: así se etiquetó, por ejemplo, la lírica de Julio Llamazares (La lentitud de los bueyes y Memoria de la nieve). Su poesía es una reflexión sobre los grandes temas (el paso del tiempo, la soledad y la muerte) en un tiempo remoto y un espacio rural de características míticas.

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- Decadentismo y culturalismo: poesía refinada, culta y decadente (Luis Antonio de Villena).

- Minimalismo o poesía conceptual: es una poesía abstracta y libre de artificios, heredera de la corriente de la poesía pura de los años 20. También se llama «poesía del silencio». Sus precursores son autores asociados con el grupo de los 50 (como el leonés Antonio Gamoneda o el gallego Ángel Valente) que evolucionarán hacia una poesía menos directa y más sugerente. Los principales autores se reúnen en torno al grupo canario (Andrés Sánchez Robayna) y están recogidos en la antología La prueba del nueve (Olvido García Valdés y Miguel Casado, entre otros).

- Poesía de la experiencia: supone una vuelta a los autores del 50 como Gil de Biedma o Ángel González. Lírica de temas cotidianos y urbanos, con cierta narratividad (destaca el recurso de la anécdota) y una visión desencantada de la vida. El tono es coloquial y el lenguaje sencillo y conversacional. Sus principales autores son: Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal, Jon Juaristi, Andrés Trapiello, etc. Ya en los años 90 surge un realismo sucio (Roger Wolfe) que algunos consideran una derivación de esta corriente de la experiencia.

Para completar el panorama de esta década de los 80 habría que mencionar también el auge de la poesía femenina y de las antologías de género, entre las que cabe mencionar la de la editorial Hiperión Las diosas blancas (1985), a la que seguirá Ellas tienen la palabra (1997).

En la década de los noventa y principios del nuevo milenio se destaca la agudización del contraste entre la poesía de la experiencia y la poesía del silencio (los primeros acusarán a los segundos de herméticos y elitistas, y los segundos a los primeros de vulgarizar la poesía con temas insignificantes y formas manidas), aunque se puede hablar de un dominio evidente de la poesía de la experiencia (por otro lado, hay que señalar que ambas corrientes son en sí mismas heterogéneas y en ellas conviven poetas muy diferentes entre sí). A finales de la década de los 90 un grupo de poetas reaccionará contra este predominio de la que también se llamó «poesía mediática», (por sus continuas apariciones en prensa, televisión y radio). Se trata de la llamada poesía de la diferencia, corriente que, representada por el poeta y crítico cordobés Antonio Rodríguez Jiménez, propugna la libertad creativa individual y acusa a los poetas de la experiencia (a los que llama «poetas oficiales» o «poetas clónicos») de una relación «clientelista» con los poderes públicos. Otra alternativa la ofrecen estos últimos años los poetas agrupados en torno al colectivo valenciano Alicia bajo cero y las llamadas Voces del Extremo, quienes se reúnen anualmente en los encuentros que, coordinados por Antonio Orihuela, se celebran en Moguer desde 1999. Estos poetas -por otro lado, también diferentes entre sí reivindican una poesía comprometida, crítica y política pero con un lenguaje muy diferente al del realismo social.

Referencias

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